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Recuerdos y vivencias del San Joaquín que yo conocí (página 2)



Partes: 1, 2, 3

En su narración, demuestra el Coronel
Laurentín un profundo amor por San Joaquín, al
describir con nostalgia sus vivencias, haciendo al final una
reflexión sobre los efectos dañinos que ha tenido
un progreso al parecer no planificado, que se ha traducido en un
inmenso deterioro del medio ambiente y del patrimonio
histórico y natural de San Joaquín.

Vale la pena mencionar que las aguas del río
Ereigue, desde donde se alimentaba la desaparecida caja de agua
para el consumo de la población, son portadoras de un
significativo contenido de flúor, hecho que en
algún momento mereció la atención de la
revista norteamericana "Selecciones del Readers Digest",
reseñando en uno de sus artículos el efecto
positivo que este elemento ejercía en la prevención
de la caries dental, razón por la cual entre los
habitantes de San Joaquín se registraba muy baja
incidencia de este mal.

Se podría decir que esta narración, es
como un capítulo en la historia de San Joaquín,
porque describe toda una época en la vida del pueblo.
Siendo la historia la ciencia que nos permite saber de donde
venimos, lo que al mismo tiempo nos sirve de guía para
saber hacia donde vamos, me parece recomendable para las nuevas
generaciones, analizar cuidadosamente el contenido de la
reflexión que hace el Coronel Laurentín en los
últimos párrafos.

Manuel V. Peralta

Maestre Mayor de la
Armada

Presentación

En esta oportunidad me he propuesto narrar, a
través del escrito, algunas vivencias y recuerdos del San
Joaquín de antaño que yo conocí.
Aproximadamente, hace unos siete años empecé a
confeccionar y redactar este relato o breve historia del pueblo,
por motivo a los inconvenientes que nunca faltan, de igual manera
su interrupción en la Panela Ilustrada, cuyas razones
ignoro, hoy continúo con el relato del San Joaquín
que yo conocí, siendo una de las causas, el acercamiento
de varias personas que me han sugerido siguiera escribiendo o
relatando acerca de mis vivencias cuando muchacho.

Considero la petición de estas personas como un
compromiso de imperativo moral, he procedido a hurgar en mi
archivo cerebral, eventos, hechos y anécdotas que no
habían sido tomadas en cuenta en el escrito inicial, pero
al fin es un patrimonio del pueblo, y los he incluido.

He tratado por todos los medios a mi alcance, agrupar
los hechos de una manera tal que no permita saltar de un evento a
otro donde no exista una relación estrecha o afín.
El cronista de la ciudad, Don Antonio García, me
recomendó que efectuara este trabajo por décadas, o
por años, se lo agradezco, pero debemos reconocer que es
sumamente difícil, ya que todo ese archivo está en
mi cerebro, de igual manera, muchas cosas que sucedieron en un
determinado año y época, aún siguen
vigentes.

Este relato con sentimiento de historia, lo he querido
narrar diferente a otros, con un toque muy personal, sin entrar
en lo mismo de siempre y por voluntad propia, no pretendo
mencionar otra vez a punta de zamuro, etc… etc… Sino que he
querido imprimirle o dinamizar este relato, historia o ensayo,
que yo mismo no sé que calificativo darle, con hechos y
vivencias reales que ayer sucedieron y han sido olvidadas, cosas
que viví cuando muchacho y hoy día son parte de mi
patrimonio, y es mi deseo compartirlo con los habitantes del
pueblo y en particular con las nuevas generaciones de
sanjoaquineros.

Sin más preámbulos, mi intención es
aportar un minúsculo grano de arena a la historia del
pueblo con mis vivencias reales y verdades del San Joaquín
que yo conocí…

El Autor

Generalidades

Los recuerdos, algunas veces, nos traen al presente
cosas tristes y otras veces cosas alegres, pero indiferentemente
como sean los recuerdos, recordar es traer momentos del pasado al
presente, más cuando hurgamos en ese mundo desconocido del
cerebro y nos encontramos con hechos o eventos que formaron parte
de nuestra vida, y me pregunto, ¿Por qué no
compartir eso que vivimos, con otras personas…? más, si
existen razones y una fijación en la persona de momentos
que marcan a uno para siempre, una fijación es como la
señal o la firma de un escultor que aprovechando la
frescura de la pieza creada hunde el buril, dejando su huella
indeleble en su creación, cuya marca o firma
perdurará a todo lo largo de la existencia de esa pieza,
producto de su creación.

Así como los petroglifos o jeroglíficos,
como huella ancestral, nos recordarán para siempre que
antes nuestras raíces fueron el génesis de lo que
hoy día somos, así son los recuerdos y las
vivencias de aquellas cosas que disfrutamos cuando éramos
niños y adolescentes. Recuerdos que aparecen vivos y se
fijan en mi mente de una manera clara, cuando un día
cualquiera atravieso el pueblo de San Joaquín y en la
medida que voy cubriendo el trayecto de la Indiana a El Tropical
y viceversa, veo de una manera clara el desarrollo de la
película del San Joaquín con características
de aldea que bilateralmente nos conocimos y compartimos, en esas
calles de San Joaquín que tanto caminé y sitios que
hoy día no existen, en ese viejo San Joaquín hoy
día remozado que al efectuar una comparación, me
encuentro con significativas diferencias, pero de todos modos me
recuerda que fui uno más del elenco que dependiendo el
factor situacional, en más de una oportunidad tomé
e hice el papel de protagonista.

Cuando me topé nuevamente con el viejo San
Joaquín, habló conmigo y sin ocultar su tristeza,
me dijo: …"Primero estuve yo, que el moderno San
Joaquín…". El San Joaquín que yo conocí se
los voy a mostrar y dedicar a los viejos de mañana, los
jóvenes de hoy día; ellos desconocidos para
mí y yo desconocido para ellos, asimismo, activar los
recuerdos de aquellos que tuvimos la suerte de conocer el viejo
San Joaquín y hoy día disfrutamos del joven San
Joaquín, que estoy conociendo.

El
Pueblo

El San Joaquín que yo conocí era el de sus
cinco calles principales, el cual está situado en la parte
norte del Estado Carabobo, cerca del litoral carabobeño,
fundado el año de 1795; referentes a las calles eran todas
de tierra, exceptuando la calle Bolívar o calle Real, cuyo
pavimento, según informaciones de los habitantes de esas
remotas épocas, se efectuó en el año de
1928. Las calles del pueblo la conformaban: Calle Bolívar,
Carabobo, Sucre, Páez y Girardot; en cuanto a las calles
transversales, que corrían de norte a sur eran la calle
Miranda, Mariño, Urdaneta, Vargas, Arismendi, Negro
Primero, Colombia y Santander, incluyendo al Callejón del
Remate y el de Boquita, llamado Callejón
Urdaneta.

Su estructura, una plaza principal y cuarenta y tres
manzanas, las cuales en su totalidad alojaban unas setecientas
casas; el recorrido del pueblo era de diez cuadras, desde la
curva de Trabuco al Bar el Placer, al frente del Santo de San
Joaquín; era un pueblo que a la luz del sol no
tenía vida, más, sufriendo los rigores y
limitaciones causados por la Segunda Guerra Mundial, su vida
empezaba hacer acto de presencia a partir de las seis de la tarde
con la existencia del único cine en el pueblo y los
alrededores de la plaza, ya a las nueve de la noche se cobijaba
nuevamente en su soledad.

El San Joaquín que yo conocí, como toda
comunidad urbana, tenía su centro de influencia
política, social y económica, de atracción y
reunión en la Plaza Bolívar, sitio obligatorio del
cual tiene que ser el inicio de este relato. Ese San
Joaquín que yo conocí, solitario, era un pueblecito
apacible con sabor y olor a colonia, ambiente español, con
sus luces imitando cocuyos en extinción, con muy pocos
habitantes, pero con personajes célebres que en su fugaz
paso por esta dimensión dejaron muchas páginas
escritas en el aire de la historia pueblerina, entre ellos,
sólo nombrarlos sin entrar en detalles, a un Elías
(a) Gueteperete, el Gallito del Roble, Eugenio York (a)
Muchachito Feo o Cohetón, el ser más despreciado
por los perros del pueblo; Chica con su sombrero de cogollo y su
bastón; el célebre Clemente (a) El Telesprin, con
sus inventos y la construcción de un rancho de dos pisos,
y el Ánima Sola, no se sabe de donde vino, pero una
mañana apareció muerta debajo de una de las
ventanas de la casa del telégrafo, donde nosotros
habitábamos; estos personajes eran parte del elenco que
conformaban la vieja película del San Joaquín que
yo conocí.

Como lo mencioné anteriormente, iniciemos nuestro
recorrido desde la majestuosa Plaza Bolívar, con sus ocho
avenidas que convergían al centro de la misma o redondel,
donde estaba vigilante un pequeño pero significativo busto
del Libertador, el cual fue gentilmente donado por don
Ramón Villanueva, siendo Presidente de la Junta Comunal.
Existía en la plaza una avenida en forma de circunferencia
con siete bancos de cemento sin respaldar, allí, bajo la
frescura que nos deparaba la vegetación existente, los
habitantes del pueblo y uno que otro visitante, se daban cita
para pasear en ambas direcciones, sobre todo en aquellas
festividades donde el pueblo se volcaba a la plaza, como el
Carnaval que era la época predilecta, por los bailes que
en dicha plaza se escenificaban, la admiración y
comentarios a los disfraces; aparte de alguna festividad,
también era un sitio predilecto para descansar o con las
tertulias del diario acontecer.

En las fiestas decembrinas, los domingos y otros
días, el sitio obligatorio para el descanso y
esparcimiento, servía la plaza a toda persona que deseaba
permanecer en ella, o sólo pasar un breve momento a
meditar u observar la tranquilidad del pueblo. En cuanto a la
vegetación de la plaza Bolívar, se puede recordar
un exuberante y tupido jardín de todo tipo de matas de
crotos, adornaba la parte norte de la plaza con sus matices,
formando una verdadera policromía natural, dentro de la
plaza existían siete matas de merey amarillo y rojo, una
gran mata de chaguaramos, sitio de fábulas y aparecidos,
tres matas de mamón y tres de cotoperí, una que
producía sus frutos, causante de muchas reprimendas a los
muchachos de las escuelas y dos que no producían, porque
según eran matas machos; una de estas matas daba sombra a
un redondel con cuatro bancos para el descanso obligatorio y un
piso de piedritas blancas, muy bien mantenidas por Renato, el
celoso custodio de la Plaza Bolívar; otro cotoperí
con un gran banco de cemento en forma de media luna, diagonal a
la Comandancia de Policía, una centena de matas de caoba,
testigos mudos de la agonía de muchos monjes y sacerdotes
que sufrieron las prácticas sanguinarias del asturiano
José Tomás Boves, a su paso por esta
población.

El San Joaquín que yo conocí, era el de
los escombros existentes entre la calle Sucre y Páez, por
el este la calle Vargas, según los habitantes de
antaño estas eran las ruinas y vestigios de un supuesto
convento que allí existió durante la colonia y
parte de la gesta emancipadora. De igual manera, comentarios
pueblerinos, decían y otros aseguraban, que para finales
del siglo dieciocho se detectó un pasadizo secreto entre
la iglesia, casa parroquial y el convento señalado, el
cual atravesaba unos cinco metros por debajo de la plaza;
posteriormente, en el ocaso de la década de los cuarenta
se empezó la construcción del actual Grupo Escolar
"Rafael Pérez", ya antes de la construcción de esta
unidad educativa, funcionaba un parque infantil, único en
el pueblo.

El dispensario rural del pueblo, diagonal a la Plaza
Bolívar, al frente de la bodega de Narciso el
isleño, cruce entre Sucre y Urdaneta; este centro de salud
tuvo la dicha de ser atendido por abnegados profesionales de la
medicina y enfermería, donde todas las mañanas
asistían los pacientes a curarse una dolencia o a un
chequeo médico, de igual manera a obtener su certificado
médico.

Este dispensario atendía la parte de salud de los
sanjoaquineros, el mismo era o fue hábilmente dirigido por
excelentes galenos con un alto concepto ético, donde
ponían a prueba y en práctica el juramento
hipocrático, entre éstos podemos recordar al Dr.
José Antonio Granella, Alí Del Valle, al Dr. Divo y
otros que no logro recordar, un practicante de la medicina de
nombre Salvador Palencia, muy abnegado y excelente enfermero, la
decano de las parteras, llamadas antes comadronas, era
Doña Felipa Herrera y una hermana mía, enfermera,
de nombre Natividad Laurentin (Natica). La señora Justa
Perera fue la primera enfermera del pueblo, es digno recordar a
las señoras Paula Silva, Vidalina de Galíndez,
María Chiquinquirá y otras que trajeron al mundo
muchos sanjoaquineros.

Una vez mudado el dispensario del sitio donde funcionaba
(hoy día el abasto del Sr. Martín), fue inaugurado
el Club Social San Joaquín, donde algunos sábados
se escenificaban bailes de gala, sobre todo en carnaval y en las
festividades del Carmen; en época de Navidad se efectuaban
los consabidos bailes de gala durante el mes de diciembre. Este
Club Social San Joaquín estaba dirigido, muy
hábilmente y de una forma acertada, por la Srta. Olga
García Casteluche, dama distinguida del pueblo e hija de
don Manuel García.

Al frente de la plaza, la iglesia, sitio de recogimiento
espiritual, era común todos los domingos después de
las diez de la mañana, la agrupación de los
muchachos de la época a la espera de la celebración
de un bautizo, pues, el padrino acostumbraba cambiar, si
tenía dinero, cinco o diez bolívares en mediecitos
de plata, y al grito de los más osados pidiendo su medio
al padrino, éste se paraba al frente de la puerta
principal y después de varios amagos en lanzar la
rebatiña, lo hacía del lado que nunca se esperaba,
surgiendo las consabidas peleas por unos querer ser más
vivos que los demás. Otros padrinos lo hacían, no
con mediecitos, sino con caramelos, más económico;
un medio de caramelo eran cinco y dos bolívares compraba
cuarenta caramelos, más que suficiente.

Haciendo un comentario referente a la Iglesia, la actual
no es la que yo conocí, debido a las modificaciones de
antojo a la cual ha sido sometida, trayendo como consecuencias el
haber alterado su originalidad. El altar no es el mismo, el
original cubría toda la parte de la pared detrás
del altar actual, y el mismo tenía incrustaciones
artísticas, las cuales no tenían que envidiarle a
ningún otro templo, las ventanas con sus vitrales de
colores desaparecieron; el púlpito y el alto donde las
agrupaciones de las Hijas de María cantaban,
también fue alterado y desaparecido; por último, un
órgano de aire con un equipo de sonido rudimentario, el
cual permitía que las melodías extraídas del
órgano se oyeran en todo el pueblo, también
desapareció.

Me recordó Hilda Núñez de
Henríquez, lo cual había olvidado a pesar de que en
una oportunidad fui víctima de ellas, lo referente a unos
enjambres de abejas, que se anidaron en las puertas principales,
y gracias al padre Sergio las recogió y formó un
improvisado apiario, muy modesto, pero cuando empezaron a
producir miel, con su venta se recogían unos centavitos
que servían para cubrir algunas necesidades que
tenía la iglesia.

De igual manera, frente a la plaza se encontraban los
centros representantes de las finanzas del pueblo, la
administración de justicia y el orden público, o
sea, la Junta Comunal, el Juzgado y la Prefectura con su fuerza
policial. Todos estos centros en manos de hombres probos con una
alta solvencia moral, individual y ciudadana.

En la esquina cruce de Bolívar con Vargas,
había una bomba o surtidor manual de gasolina cargada con
tetraetilo de plomo. Al lado de esa joya arquitectónica
que fue la Plaza Bolívar, el bar El Cine, con su
salón para familias, sus mesas redondas, estilo Luis XV y
su tope de mármol, igualmente las sillas, así como
las puertas batientes tipo mariposa, sitio que fue selecto y de
mucha clase. Este local se encontraba bajo la batuta de dos
Félix, el grandote y el chiquito, muy queridos por el
pueblo; Félix Benítez, el grandote, nacido
aquí en el pueblo y Félix Rivero, el chiquito,
quien un día dejó la capital musical de Venezuela y
ancló en este pequeño terruño que lo
acogió como un hijo más del pueblo. Posteriormente,
el gran Benito, amigo de todos, su personal
característica, que nunca borraba la sonrisa de su
cara.

Economía
Rural

La economía del pueblo y los ingresos a la Junta
Comunal se sustentaba en los míseros y supuestos impuestos
que pagaban las pocas pulperías que en el pueblo
existían. Al frente de la plaza existieron dos
pulperías, una cruce de Vargas con Sucre, y otra Urdaneta
con Sucre; la primera era de don Manuel Villasana y se
caracterizaba porque en la pared habían unas argollas de
hierro para amarrar las bestias de los agricultores que
venían del Loro o el Aguacate; era normal ver tres o
cuatro mulas y burros amarrados, esperando terminaran de
cargarlos para el regreso a sus predios.

De igual manera, existía la otra pulpería,
que se caracterizaba por la particular manera de su propietario
de anotar las deudas que sus clientes contraían con
él, por ejemplo, un fuerte era una raya larga, un
bolívar era una raya corta, un medio, un real, una locha o
una puya, era anotados combinando rayitas con puntos, y
sólo él entendía la exactitud de su
contabilidad; su nombre era Narciso, pero todo el mundo lo
conocía como el Isleño.

En la calle Sucre oeste cruce con Arismendi, funcionaba
la bodega de don Justo García, y por la misma calle cruce
con la Bolívar la de don Justino Marrero, y regresando
hacia el sur, por la misma calle, cruce con Páez, la de
Luis Rodríguez; por la calle Bolívar rumbo al oeste
cruce de Bolívar y Negro Primero, la bodega de don Luis
Tortolero; a una cuadra cruce de Bolívar con la Santander,
la de don Silverio González, al frente, la de don
Isaías Guédez, y al frente de ésta la de don
Julio Rivas, siguiendo hacia el oeste nos encontramos con el
pilón de maíz y nepe de don Julio Rivas cruce con
Páez y Santander, la bodega de Miguel Rodríguez a
unos cincuenta metros de la esquina Mata Verde.

En la calle Páez cruce con Urdaneta, el Gran
Almacén de don César Casteluche y cruce con
Páez y Vargas la de don Antonio García; en la calle
Sucre cruce con Mariño, la del señor Alfredo
Camacho; algunas otras foráneas, como la de la Hacienda El
Carmen, cuyo escombro, es lo que queda al frente de la Escuela
"Pedro Gual", la bodega Vaya y Vuelva en el Remate, la de
Expedito Muñoz en la Indiana, así como la de
Nazareno en el mismo sitio, al frente de ellas el célebre
patio de bolas del negro Justiniano, donde también
existía una cancha de bolón y el grito
célebre de los jugadores era "…Dieciocho y la bola en
mano, mato y dejo pa´ dos fuertes…"

El San Joaquín que yo conocí, era aquel
donde muchos dueños de hacienda vendían el producto
de sus vacas, o sea, la leche a las puertas de las casas de
familia, entre ellos podemos mencionar a Doña Mercedes de
Mujica, quien vendía el litro de lecha a locha, su
característica era de carácter fuerte, pero una
dama muy magnánima, porque aquellas personas que
verdaderamente no tenían para comprar el líquido
vital, sin que dijese nada, ella se lo regalaba, siendo
más la lecha que regalaba que la que vendía, su
finca era "La Mujiquera", hoy día la Urbanización
Villas del Centro.

Siguiendo mi rumbo, y habiendo partido de la Plaza
Bolívar, el San Joaquín que yo conocí, era
el de aquel comedor escolar cruce de la calle Bolívar con
Negro Primero, donde habita la familia Arias; cuya ecónoma
era la Srta. María Cristina Fuenmayor. Allí
asistían todos los muchachos de la escuela "Romero
García" y muchas niñas de la "Atanasio Girardot";
los cuales disfrutaban de excelentes y suculentos almuerzos, en
la tarde una modesta merienda, a pesar de no ser una época
de abundancia, la hambruna y desnutrición de los
niños en edad escolar no se veía como hoy en
día, o mejor dicho, ¿… No sería que no nos
dábamos cuenta?.

Ese San Joaquín monótono, sin
diversión, con total ausencia de la televisión,
porque no existía, películas sólo en el
cine; era el pueblo de la única botica, bajo la
dirección y administración de don Arturo Lander; en
la cual se podía obtener todo tipo de medicinas con sus
consabidas limitaciones, motivado a la Segunda Guerra Mundial;
cuando el Sr. Lander se ausentaba, ésta era atendida por
sus hijos, el catire Lander o Félix Lander; el local
estaba situado en el cruce de la calle Bolívar con Negro
Primero; y al regresar a la calle Arismendi, cruce con Sucre, la
flamante barbería del Negro Rojas, única en su
estilo, su salón lo tenía en el patio, bajo una
mata de tapara, una silleta de cuero, tijera, peine y una
máquina manual doble cero y de paso la totuma para lograr
el corte perfecto; de vez en cuando un tijeretazo en la cabeza
por habernos movido cuando nos hacía el corte. Este local
se encontraba ubicado donde hoy en día está el
depósito y estacionamiento de Carlos Alí
Arenas.

En la calle Bolívar, donde está ubicada la
carnicería del señor Tannasi, funcionó la
Escuela "Romero García" y, posteriormente, una
sastrería propiedad de don Ramón Izaguirre, sitio
obligado para la confección de los trajes que iban a
lucirse en cualquier evento que exigía tal indumentaria.
Con el tiempo llegó al pueblo, después de culminada
la Segunda Guerra Mundial, un italiano de profesión sastre
y de nombre Guido, quien instaló una sastrería,
trayendo de su madre patria los últimos adelantos en moda
masculina, logró opacar al decano de las sastrerías
en el pueblo, la misma estaba ubicada en un salón al
frente de Fundauc, en la casa de la familia de Luis
Rodríguez.

La primera panadería moderna del pueblo
funcionó en el local que hoy ocupa la Farmacia Coromoto,
su dueño, panadero de profesión, era de
nacionalidad portuguesa, excelente persona e insigne amigo, su
nombre Manuel Da Silva, quien para repartir el pan lo
hacía en una moto alemana excedente de la guerra, que
tenía un carro al lado que lo llenaba de pan para efectuar
el reparto a diferentes negocios y casas de familia; mejorando
económicamente pudo comprar un carro; una noche,
persiguiendo a unos ladrones, su carro patinó por lo
húmedo del pavimento y se estrelló de frente contra
la pared de la casa del Muñeco Domínguez;
murió en el acto, siendo una pérdida lamentable y
muy dolorosa para los que éramos sus amigos.

Para la misma época hicieron acto de presencia
dos jóvenes procedentes de Italia, ambos se dedicaron a
elaborar y vender helados, lo cual los condujo a abrir una
heladería única en el pueblo; a mediados de los
años setenta regresaron a Italia por una dolencia que
presentó el hermano mayor de nombre Vittorio y fue
acompañado por Simón, su hermano menor.

Guido, el sastre, casó aquí en San
Joaquín con una de las damitas del pueblo, al poco tiempo
se divorció y cerró la sastrería, el local
fue aprovechado por un personaje muy carismático, el cual
vino a hacerle la competencia al Negro Rojas y a don Pablo
González, quienes eran los barberos del pueblo, su nombre
Paolo, se granjeó el cariño de todos, aquí
murió y reposa su sueño eterno en nuestro campo
santo.

En cuanto a las zapaterías, también hubo
una primigenia en la cual se reparaban y confeccionaban zapatos a
la medida; esta zapatería estaba hábilmente
dirigida por un italiano de nombre José Speranza, hombre
de excelentes condiciones y cualidades humanas, quien no tuvo
reparos para integrarse al conglomerado y asimilar el gentilicio
venezolano, siendo de corazón un venezolano más; se
casó en este terruño y hoy día su prole
disfruta de las bondades que sembró como ciudadano
ejemplar, regresó a Italia, su tierra natal, quiso y lo
logró, que el Vesubio vigilara su sueño eterno.
Otro ciudadano que se integró al venezolano común
fue Tannasi, quien instaló la primera carnicería
con carne refrigerada y la cual todavía está
vigente.

En el San Joaquín de la época, aparte del
botiquín del Cine, existían otros que le
hacían la competencia, entre los cuales se pueden
mencionar: el bar Montecarlo, atendido por su propietario el
señor Carlos Marín; el bar Victoria, atendido por
un señor de apellido Negrín, en cuyos espacios
tenía dos inmensos patios para jugar bolas criollas, donde
todas las noches se llevaban a efecto los tradicionales partidos
de bolas criollas, actualmente eso que fue un bar, hoy es el
Juzgado del pueblo.

Los bares mencionados anteriormente estaban en el casco
del pueblo, ya que existían otros, lejos de la Plaza
Bolívar como el Último Tiro, ubicado en la calle
Bolívar oeste a la salida del pueblo, su dueño era
el señor Heriberto Rebolledo; el bar el Placer, vedado
para los muchachos de esa época, ya que en el mismo se
concentraban damitas venidas de otros lugares y una que otra
vivía en las instalaciones traseras, su dueño era
don Pedro Alpizar, este sitio estaba al frente del Santo de San
Joaquín; el bar Caracas frente a la panadería Dulce
Pan 85; las Acacias, de don Narciso Escalona, todavía
funciona en el mismo sitio y la Fuentecita de Romerito en la
calle Sucre, allí nació y todavía se
mantiene en el mismo lugar; en la calle Bolívar este cruce
con Miranda, entrando al pueblo, el bar la Criolla, su
dueño y administrador era don Pedro Guédez, y el
último que se instaló en esa época, era el
más moderno, de forma circular su mostrador, fue el bar
Tropical, el mismo alternaba sus servicios con un surtidor de
gasolina, aún permanece en el mismo sitio, o sea, en la
curva de Trabuco.

Reforzando el factor económico del pueblo,
existían tres tiendas que combinaban sus ventas de tela
con bisutería, quincallería y todo cuanto era
necesario; así teníamos, en la calle Bolívar
la tienda de las señoritas Blanca y Vicentica Carruido,
este negocio estaba donde se encuentra la tienda de la familia
Rodríguez; antes funcionó en esa casa la Escuela
"Romero García". De todas las tiendas del pueblo, la
más grande y mejor abastecida era la de don José
Camacho, y funcionaba en la misma casa de la familia Camacho,
calle Bolívar cruce con Mariño, había la de
un polaco muy querido en el pueblo, ya que supo identificarse con
los habitantes de la población, de igual manera con los
nativos de esta comarca, su nombre Wolf French, los muchachos de
la época lo llamábamos Mister Frencho, se
diferenciaba con los sanjoaquineros porque era muy blanco, con la
tez roja, pelo amarillo, ojos azules y hablaba el castellano
atropelladamente, por lo demás comía sancocho,
jugaba bolas, iba y se bañaba en el Ereigue, se
veía en los toros coleados y una que otra vez empinaba el
codo, este caballero dejó hondas e indestructibles huellas
en el pueblo, hoy día lo representan su prole, pero nada
como él fue.

A la entrada del Callejón El Remate, la conocida
esquina del Jobo, operaba una bomba manual de gasolina, la cual
abastecía de combustible a muchos automóviles que
iban rumbo a Valencia y viceversa, ya que la calle Bolívar
era de ambos sentidos, o sea, doble vía; de igual manera,
a aquellos camiones con su contingente humano que iban a pasar un
día en el río Ereigüe, aprovechando las
bondades que sus caudalosas aguas ofrecía a los
temporadistas.

Los que no eran de aquí e iban al río,
aprovechaban un restaurante pequeño cuya dueña era
doña Juana Julia Monasterio, posteriormente fue instalado
otro restaurante cuya propietaria era doña Serapia Ledesma
de Chirivella, se especializaba en las hallaquitas
aliñadas y suculentas ensaladas; posteriormente, no en el
mismo sitio sino frente a la hoy día placita de los
borrachitos, fue abierto otro restaurante famoso por sus hervidos
y las arepas de pura masa de maíz pilado, su dueña,
doña Catalina Grimán, la atención era
cónsona con su dueña, muy de altura y
esmerada.

Cuando narré lo de las tiendas, por olvido
pasé una por alto, moderna y muy bien surtida, estaba
ubicada en el cruce de Sucre con Arismendi, su
denominación era La Valenciana.

El San Joaquín que yo conocí, lo
conformaban un grupo de hombres, mujeres y niños, con su
saco a cuesta, recogiendo pepas de dividivi, unos para ganarse
algunos centavitos más y otros para la alimentación
de sus animales como chivos y vacas, estas pepas se
vendían en las haciendas que poseían romana,
asimismo, los recoge algodón en las posesiones que
cultivaban ese producto.

Era normal en el San Joaquín que yo
conocí, ver con indiferencia y algunas veces no tomar en
cuenta, el sistema interno de transporte de pequeñas
cargas, de igual manera, mudanzas y traslado de alguna
mercancía y otros, para cumplir este cometido
existían en el pueblo varios carros de mulas cuyos
propietarios eran señores humildes pero muy respetados por
la comunidad, que sólo se dedicaban a efectuar su
trabajo.

Estos propietarios de tan importantes y necesarios
sistemas de carga con sus carruajes eran, entre otros, los
más célebres: don Teodoro Díaz, don
Simón Barreto, don Miguel Acosta, este último no
utilizaba mula como tracción para su carruaje, sino un
caballo criollo moro, oreja gacha, y en cuyo carro
acostumbrábamos algunos muchachos de la época
pedirle colitas o acompañarlo a algún sitio adonde
él iba, emulando las caravanas del lejano oeste; este
caballo tenía un problema, que por cualquier cosa se
espantaba, y una vez, siendo copiloto de don Miguel,
íbamos rumbo a la Indiana, el caballo se espantó al
frente de rebote y no había forma de detener su
descontrolada carrera, en vista de que le había solicitado
una colita a don Miguel para entregar un telegrama en la Indiana,
el cual accedió como era su costumbre, sufrí
mayúsculo susto, y procedí a regresarme a pie desde
el puente de la Indiana donde varias personas detuvieron el
caballo, de todas formas no se podía seguir en el carro
porque en la carrera, largó una rueda antes de llegar al
puente gomero. Otro ciudadano de la época era el viejo
Mota, quien tenía su vega, y así, existían
otros muchos, cuyos nombres no recuerdo.

En el San Joaquín que yo conocí, ese
pueblo de antaño, hoy desaparecido, era el del mercado
libre todos los fines de semana, a partir de las cuatro de la
mañana, el cual tenía su sede al lado de la hoy
Policía Municipal, donde está ubicada la Biblioteca
"María Escamillo", o sea, la casa de los Pastores; estaba
conformado por mini puestos que eran divididos en bloques para la
venta de lo producido en el pueblo, y en el mismo se observaba
mucho orden y una buena organización.

Todas las instalaciones deportivas de hoy día,
incluyendo el estadio "Alberto "Bigotico" Vásquez", era un
gran sembradío de patillas, las cuales eran desvalijadas
por muchas personas que incursionaban de noche a fin de venderlas
y obtener algunas ganancias; para detener este flagelo se
encargó a don Manuel Arenas a custodiar dicho lugar, y de
paso se le entregó una escopeta con guaimaros de sal, su
medio de movilización era una mula con la que
perseguía a los pillos roba patilla, muchos se ayudaban
con este producto ajeno.

El San Joaquín que yo conocí, era el de
Linito, con sus muy sabrosos y abundantes raspados a locha y en
los célebres vasos de casquillos, los cuales había
que esperar para degustar el anhelado raspado; si uno apuraba el
despacho, la respuesta era "…espere que se desocupe un vaso…"
Otro comerciante ambulante era Mano Yoni con sus paquetitos de
maníes a tres puyas, luego la inflación de la
época lo obligó a llevarlos a locha, fue el creador
del gustoso y refrescante compuesto, el cual era un raspado con
chicha y su precio era un medio; el gran y pintoresco Morgado,
con sus suculentas y descomunales tostadas de carne, pollo,
quesos, las pasaba por huevo con harina y con un palillo para que
no se abrieran y luego al sartén para freírlas, no
recuerdo si era aceite o manteca de cochino, creo que era manteca
porque el aceite de comer era difícil de adquirir. Su
sitio de despacho era en el cruce de la calle Bolívar con
Vargas, diagonal al botiquín del Cine; todas las noches al
lado del carro tenía su alumbrado, o sea, una
lámpara de carburo, con su característico olor.
Sentado en la acera, un pintoresco personaje con una caja llena
de botellitas verdes, no desechables, conteniendo el sabroso
carato de maíz pilado y cuya tapita era una hoja de
limón.

Curiosidades y
Fábulas Pueblerinas

Habiendo mencionado el bar el Cine, el Danubio Azul,
vals austriaco, cuyas notas musicales a las siete y treinta de la
noche penetraban en la tranquilidad de los hogares y en el centro
del pueblo, para anunciar con su música el inmediato
comienzo de la película programada para esa noche. El
local era muy pintoresco y el mismo estaba conformado por
categorías, uno llamado preferencia, el cual
estaba dirigido a todas aquellas personas que de una manera u
otra estaban en condiciones de pagar el bolívar por la
entrada, el sitio era techado y con butacas de madera, pero muy
cómodo y unas que otras sillas sueltas, de
metal.

En cuanto al otro sitio, se denominaba patio o
gallinero
, dirigido especialmente a aquellos de escasos
recursos u otros que podían comprar la entrada a
preferencia, pero que preferían irse al patio o gallinero;
el local era abierto, sin techo y por asientos unos bancos largos
como para ocho personas; si comenzaba a llover, el público
del gallinero se ponía de pie y se colocaban el banco
sobre las cabezas para evitar mojarse; algo curioso, las personas
que no tenían el bolívar ni el real para entrar a
ver la película, se iban en tropel al cerro de la cruz y
desde allí presenciaban la película
programada.

El operador del cine era don Ovidio Loria y su auxiliar
el muy conocido "Ñapa e´queso", si por algún
defecto del celuloide se interrumpía la película o
el proyector sufría algún daño, que no
permitía la continuación de la misma, los gritos,
las ofensas y agresiones contra la pantalla no se hacían
esperar, lo peor era que no se devolvía el dinero a los
espectadores, quienes se conformaban con descargar toda su ira en
contra del operador y la pantalla del cine. Entre esas famosas
películas de la época, se pueden señalar
"Cuando los hijos se van"; "Sangre y Arena", "Juan
Charrasqueado", "¿Por quien doblan las campanas?". Eran
películas en blanco y negro, las que tenían color
eran denominadas películas "Technicolor" y otras
tridimensionales que exigían la compra de unos lentes en
la taquilla, incluidos en el precio de la entrada; para disfrutar
la tercera dimensión estos lentes tenían por un ojo
un plástico azul y por el otro uno rojo, y con eso estaba
listo el espectador para disfrutar de la
programación.

El San Joaquín de mis recuerdos, era el del
Calvario al final de la calle Mariño,
específicamente en la ladera o pata del cerro, antes de
construirse la autopista, allí estaba permanentemente,
durante la Semana Santa, el Jueves y Viernes Santo, la
procesión visitaba el lugar como tributo a la muerte de
Jesús.

Ese San Joaquín de la época, con sus
solariegas calles, todas de tierra, donde en invierno se empozaba
el agua formando grandes charcos, a excepción de la calle
Bolívar, la única del pueblo con su pavimento
macadán bien deteriorado y todo roto por el tiempo que
tenía, y sin ningún tipo de pavimento, a pesar de
que si por el pueblo pasaban seis o siete carros a diario, era
mucho. En la calle Bolívar, con la ruptura del pavimento
se habían formado grandes cráteres, con sus
consabidos pozos de agua, este pavimento deteriorado que no
tenía nada que envidiarle a la superficie lunar,
sólo servía para que los agricultores y peones,
entre otros, de algunos terratenientes de la época,
amolaran sus escardillas a las cuatro de la mañana en
espera del patrón que los conduciría en el
camión, a sus centros de trabajo; mientras esperaban, el
chirrido escardilla-macadán servía de diana a los
vecinos del pueblo.

En el San Joaquín que yo conocí, se
comentaba en esas remotas épocas, que en la pata del
chaguaramo que había en la plaza y después de las
nueve de la noche, hacía su aparición un ser
extraño, que asustaba a los muchachos y a aquellas
personas que habían hecho caso omiso a los lúgubres
tañidos de las campanas de la iglesia para que todo el
mundo se fuera a cobijar en el calor de sus hogares.

De igual manera, en la caja de agua, aparecía una
figura grotesca que enloquecía a las personas,
ofreciéndoles un entierro a cambio de un ser querido; en
muchas casas de la población, particularmente en los
patios, se veían aparecidos que espantaban a las personas;
en la carretera vieja entre San Joaquín y la Hacienda Cura
había una frondosa mata de mamón, muy dulces y
pequeños, era conocido como "el mamoncito de Cura", en el
cual aparecía un ahorcado.

En lo que se llamaba la pilastra, o sea, a la entrada de
la Sabana del Ereigüe, se comentaba de un ser extraño
con una indumentaria que usaban los soldados españoles
durante la colonia; el callejón del Banco también
tiene su historia, comentándose de un sujeto que aparece
con un carro de mula cargado de cadáveres, y muchas
personas aseguraban haberse topado con estos extraños
seres; en el Grupo Escolar, o mejor dicho en esos terrenos,
aparece una enfermera y se oyen gemidos de una mujer; por los
lados de la quebrada de la Jabonera, aparece una mujer muy alta
que hace correr a aquellos que merodean tales sitios ya cayendo
la tarde; asimismo, se oye el llanto de la llorona. Es posible
que todo esto sea fábula, inventiva del hombre o parte del
mundo ficticio donde nos movemos, de todas formas estos decires
hay que respetarlos.

En cuanto a sitios que eran del pueblo, se pueden
mencionar las haciendas que rodeaban el poblado, esas haciendas
existen hoy día medianamente, poseían un caporal,
el cual tenía bajo su control y supervisión todo lo
referente al ganado vacuno y caballar, teniendo un inventario al
día del número de reses existentes, las vacas y
yeguas que habían parido, el número de caballos
para el trabajo, los potros a ser montados y cual menguante, el
cruce de esos animales, la necesidad de castrar algunos potros;
así se administraban esas haciendas, las cuales marchaban
a las mil maravillas.

Entre esos caporales podemos mencionar en la Hacienda
Cura, a un Pancho "el pájaro", siempre montaba en un
caballo alazano bastante alto, y que en más de una
oportunidad llegó al pueblo a la usanza del lejano oeste,
formaba sus líos y de paso tenía problemas con la
policía del pueblo, a quien él desdeñaba, y
en más de una oportunidad tuvo que acudir a su caballo
para violentar el cerco policial, por lo general, lo hacía
cuando estaba bebido; en la Hacienda el Carmen estaban Marcelino
y Heraclio Sequera con sus muy célebres y conocidos
caballos, tales como "caraqueñito", "el pateador",
"palomo", "el careto", "lucero" y el "potro pinto", la "yegua
baya" y "barbarita".

En la Hacienda Cura, caballos célebres como "pata
e" bizcocho", caballo castaño oscuro que tenía un
casco cuadrado, pero muy brioso; un "vuelvan caras", un caballo
moro que se quitó más de un jinete de encima; "por
los vientos" alazano, padre de "no me dejó"; en la
hacienda la Mujiquera "carburito" y en la hacienda de los
González, propiedad de Kiko González,
"munición", caballo rucio moro de coleo. Así era el
San Joaquín que yo conocí, hasta los caballos eran
parte importante de la comunidad.

Para el año 1947, dos años después
de concluida la Segunda Guerra Mundial, hizo su aparición
por las calles de pueblo, en su travesía de
Maracay-Valencia, un autobusete color gris muy cómodo, y
en vista que todavía estaba fresca la noticia de las dos
bombas atómicas lanzadas en Japón,
específicamente en Nagasaki e Hiroshima, la gente no
esperó para bautizar este medio de transporte como "la
bomba", otros como "la bomba atómica" y muchas otras
personas, le decían "la bomba atónita";
prácticamente, era un lujo viajar en tal unidad de
transporte. Las ambulancias que comenzaron a aparecer en el
país, con su sirena, eran llamadas aquí en el
pueblo como "las tres minutos".

En el cruce de la calle Bolívar con Colombia,
habitaba la familia de don Isaías Guédez, al lado
de su casa había dos bancos de cemento a cada lado de la
calle, justamente sobre la acequia que baja de la quinta, estos
bancos databan de la época republicana, por lo general,
cuando no se tenía el dinero para entrar al cine, estos
bancos servían de esparcimiento y de descanso a muchos
viandantes.

De igual manera, vía Hacienda Cura, frente a la
empresa Heinz, había una acequia que bajaba del cerro y
cruzaba la carretera, justo frente a la salida de hoy día
la Urbanización San Bernardo, y esa acequia también
tenía, de ambos lados, dos bancos de cemento de la misma
época que los anteriores, era común la
invitación de amigos y amigas a disfrutar de la soledad y
los sembradíos de caña que rodeaban la carretera,
como prácticamente no existían automóviles,
o mejor dicho el tráfico era ínfimo, era
común la frase "… Vámonos para los banquitos…",
donde se escenificaban variadas tertulias, las cubrían
muchos temas, pero con las limitaciones de la época,
motivado a la ausencia de medios de comunicación
eficientes, por lo general los comentarios de los más
versados se circunscribían a lo leído en los
diarios referente a lo que estaba en el tapete como la Segunda
Guerra Mundial, o lo último que había sucedido en
el pueblo.

En los Ojitos existía un matadero de reses, muy
cerca de la estación del tren, al lado de la acequia de
los Ojitos, y era normal ver como botaban lo que se llamaba los
desperdicios de la res, como el mondongo, las patas, el rabo,
cuernos y otros; hoy se han convertido estos desechos en
artículos difíciles para obtener.

El San Joaquín que yo conocí, era aquel de
los lúgubres tañidos de las campanas en forma de
dobles fúnebres que invadían al pueblo a las nueve
de la noche justo, era la hora triste y de terror, porque a esa
hora empezaban a tomar espacio en el pueblo el carretón,
la mula maniá, la llorona, la sayona y toda esa
pléyade de seres producto de la inventiva e intereses del
hombre, esto obligaba a los muchachos para que fuesen a cobijarse
en el calor de sus hogares, lo extraño es que estos seres
le tenían miedo a la claridad, porque cuando
apareció la electrificación a escala nacional,
éstos se esfumaron para siempre. El pueblo había
estado electrificado por mucho tiempo a partir de las siete de la
noche hasta los diez, por la planta eléctrica de don
Eusebio González, cuyas tarifas eran mínimas y su
sitio de operación era donde actualmente opera Ele
occidente.

Los muchachos nos divertíamos visitando la
estación del tren a las nueve de la mañana, para
ver la llegada del ferrocarril con su contingente humano que
venían a San Joaquín o iban de paso, la parada en
la estación era obligatoria para abastecer de agua a la
locomotora, esto se repetía a las doce del día con
la llegada del autovía y luego a las cinco de la tarde con
el tren nuevamente; por lo general, estas visitas se
hacían sábado y domingo, ya que en la semana
estábamos en nuestras actividades escolares.

El San Joaquín que yo conocí, era el de un
sólo ratero, ya que al perderse algo era de fácil
localización y ubicación, lo único que las
fuerzas policiales necesitaban conocer era si el tal sujeto
había estado merodeando por el sitio donde se había
transgredido la ley, inmediatamente, las fuerzas públicas
se movilizaban, con su atuendo al estilo inglés, sombrero
de corcho, polaina y correaje cruzado, rolo y revólver,
esta fuerza pública, era movilizada para darle captura al
pillo que había estado fisgoneando por las casas, el
Comandante y Prefecto de las fuerzas policiales era nada
más y nada menos que el muy temible Coronel Pablo
Sarmiento, vestigio de las montoneras del Benemérito; este
ciudadano era muy amigo del Negro Cata, de igual manera era
adversado por Pererita, debido a que en dos oportunidades lo
envió a apagar candela en los cerros
aledaños.

En la plaza, en las esquinas y particularmente
mece-tierra, era común, de acuerdo a la época,
celebrar y presenciar a los muchachos jugando metras, trompo o
encumbrando papagayos; la tranquilidad, la paz y la seguridad era
la orden del día, porque la figura funesta del "malandro"
no había hecho su aparición, ni siquiera en la
mente de los sanjoaquineros; no se conocía ni remotamente
el flagelo de la droga, que atentara contra la tranquilidad
mental, física y espiritual de la ciudadanía y la
familia.

Mece-tierra es un sitio digno de recordar, ya que
prácticamente era el rin del pueblo, lugar obligatorio
para dilucidar cualquier diferencia sucedida durante la hora del
colegio, aquella frase de "…Te espero en mece-tierra…", era
un reto de honor y aquel un sitio de dignidad personal, se
recuerda la pajita en el hombro de uno de los contrincantes,
particularmente se la colocaba el más guapo, y éste
le decía al otro "¿…A qué no me quitas la
pajita…?". Cuando la monotonía se hacía presente,
o sea, ninguno de los dos iniciaba las hostilidades porque ambos
se tenían miedo, un sayón que nunca faltaba,
empujaba a uno de los contrincantes y era la única forma
de iniciar la tan esperada pelea.

De esas peleas, una que marcó historia en el
pueblo y que duró casi dos horas, se inició en la
calle Arismendi con Bolívar y terminó en la
estación del tren, fue la del Negro Chirivella y Antonio
Palencia, al final hubo que separarlos, porque si no hubiesen
pasado una semana dándose golpes. Otra que se
inició en el mismo sitio fue la de Ricardo Galíndez
y Alfredo González. Muchas de estas peleas motivaron a
Luis Rodríguez Álvarez, para que comprara unos
guantes de boxeo y convirtió su esquina en un rin de boxeo
obligatorio para todo el que por allí pasaba; eran
"sanjoaquinerías" como decía Alejo
Moreno.

El San Joaquín de mis recuerdos y vivencias, era
el del trayecto de casi dos kilómetros desde el bar el
Placer (quedaba frente al monumento de nuestro patrono San
Joaquín), hoy día la licorería de
Darío Castellanos, al barrio la Indiana, sitio muy
peligroso para la época, aparte de eso era considerada
zona de tolerancia, allí se escenificaron las más
enconadas peleas, sobre todo los viernes en la noche,
sábado y domingo. Todavía se recuerdan algunos
hechos de sangre; el trayecto, aparte de ser un sitio alejado del
pueblo, era deshabitado, con sólo potreros de lado y lado,
de vez en cuando una casita en el potrero.

El San Joaquín que yo conocí, estaba
gobernado por hombres con una gran solvencia moral y ciudadana,
entre ellos podemos recordar a don Ramón Bernal, don
Virgilio Machado, don Antonio González y el último
subprefecto en la década del cuarenta, el Coronel Pablo
Sarmiento, cuya secretaria era mi hermana Ligia
Laurentin.

En cuanto a los comandantes de policía, muy
célebres, podemos recordar a don Gonzalo Flores, don Luis
Gómez, don León Grimán y otros, así
como los policías a los cuales llamábamos por el
nombre y también su sobrenombre, entre ellos José
Tomás Gallardo (a) "Amargura"; el Negro Uben, el "Coco
pelao" y algunos que no fueron tan notorios como los
anteriormente nombrados, como el "Diamante negro", el "Muertico
Cruz" y otros que no recuerdo.

El San Joaquín que yo conocí, era un
pueblo de muy pocos habitantes, el abastecimiento de agua se
hacía de la caja de agua, actualmente quedan las ruinas a
la entrada de la Quinta a la derecha, esta agua bajaba del
río Ereigüe, y la persona que estaba encargada de
administrar el vital líquido era don Víctor
Fábrega, quien esperaba que fueran las nueve de la noche
para privar al pueblo del agua, cerrando la llave de paso.
Durante esa espera se sentaba al frente de la casa de la familia
Falcón, con una vela para matar los bachacos y las
cucarachas con la esperma caliente, esta diversión era su
manía de un hombre bien avanzado en edad, y la
hacía durante todos los días.

El San Joaquín que yo conocí, era el del
batido de panelas en grandes tinajones y paletas de palo o
madera, que giraban con la fuerza y velocidad que le
imprimían la pareja de operadores. Las fábricas de
panelas del pueblo y que le dieron fama al mismo, para que fuese
bautizado como el "Pueblo de las panelas", fueron la de la
familia Alezones, fundada el año de 1856; de igual manera,
la de la señora Juanita Rodríguez; la de la familia
Falcón e igualmente la de la familia González,
panelas genuinas por excelencia. Hay que destacar, que aquellas
panelas de antaño eran horneadas con leña y en
horno de barro; asimismo, los huevos frescos y el almidón
le daban un sabor más crujiente y más agradable al
paladar, hoy día este producto no se asemeja a las
primigenias panelas del San Joaquín que yo
conocí.

Aparte de este producto, también se
producía un bizcocho cuadrado conocido como biscocho de
San Joaquín, el cual desapareció por completo;
también el carato de maíz pilado y el
célebre pistraque o fororo de maíz cariaco, en
parte ésta era la dieta del sanjoaquinero.

El callejón del Carmen, empezaba en los establos
de ordeño, de lado y lado una empalizada tupida de patas
de ratón y potreros sin ningún uso; luego se
atravesaba la línea del tren y allí era cuando en
realidad empezaba el callejón, rumbo a la bodega del
Carmen; este callejón tenía sólo siete u
ocho casas pequeñas, entre ellas la de una señora
de nombre María Gastello, que prácticamente nos
daba un trato de verdadera madre, en realidad nos alcahueteaba
todas nuestras tropelías; se tomaba la libertad de
prepararnos arepas y el café con leche no se hacía
esperar, su hijo Vicente todavía está vigente en el
pueblo de San Joaquín. Bien… una vez que
atravesábamos todo ese trayecto llegábamos a la
bodega del Carmen a la orilla de la carretera y con una
caballeriza a su lado.

El San Joaquín que yo conocí, era el de
los comisarios en cada comunidad o barrio, como el Remate, el
Carmen, la Indiana, los Ojitos; la autoridad de estos
señores era incuestionable, ya que se les había
otorgado por la propia comunidad y por el Prefecto para que
mantuviesen el orden y el respeto en tales sitios; cuando alguien
estaba perturbando la paz ciudadana, se acudía al
comisario para que el molestoso desistiera de su actitud y se
retirara, caso contrario, lo detenía y lo entregaba a la
fuerza de orden público. Entre esos comisarios es digno de
recordar a don Gonzalo Suárez, quien se caracterizaba por
su vestimenta: un liquilique blanco, con sombrero y un fuete, los
botones y las yuntas era mediecitos de plata y una leontina en el
bolsillo superior derecho con cadena de oro.

El San Joaquín de la época, era el del
callejón del Remate con sus frondosos árboles,
entre ellos, un árbol de mata palo que trituraba
lentamente a una mata de pan de palo, cuyas raíces eran
impresionantes por sus formas, parecía una serpiente que
lentamente le iba arrancando la vida a la de pan de palo, la
misma estaba adornada por malangas y eran la belleza de ese
callejón; al final del mismo había una frondosa
mata de samán blanco, donde usualmente descansaba un
viejito, quien fue Coronel de las montoneras de Juan Vicente
Gómez, de apellido Arana, había venido del estado
Trujillo, no podía escribir y cuando le llevaba un
telegrama, me exigía que le firmara el recibo, como
constancia de haberlo recibido.

Casas y sus
historias

El San Joaquín que yo conocí, se
caracterizaba por poseer casas muy bonitas y señoriales,
cuando se entraba al pueblo por el este, viniendo de Maracay
había una casa blanca llamada la manguera, aparte de su
atractivo como casa con sus seis ventanales y un inmenso
portón, alojaba en su interior unas bellas mujeres venidas
de Caracas, quienes adornaban las ventanas con su presencia. El
propósito de estas damas era el de pasar un tiempo de
vacaciones en el pueblo; el cuidador para la limpieza y otras
diligencias era Armando Parra, no era un hotel, sino una casa de
veraneo, propiedad de la familia Casanova. Aproximadamente, a
unos cincuenta metros, estaba la quinta de don Nereo Marrero, se
caracterizaba por su amplio terreno, el mismo que actualmente
está al frente del supermercado San Bernardo. La casa de
la familia Camacho, tal cual se encuentra en la actualidad,
sólo que en la equina funcionaba la tienda de José
Camacho.

Más adelante, la casa de Alejo Zuloaga, para esa
época estaba habitada por la familia Izquierdo;
posteriormente, la adquirió la familia Falcón, la
cual fue dividida en dos partes, en una vivía esta familia
y en la que da a la calle Urdaneta vivía la familia
Laurentín y funcionaba el telégrafo, posteriormente
quedó sola y la adquirió la empresa
Polar.

Otra casa es la de la familia Rodríguez, la cual
ha mantenido su originalidad, al frente, una belleza de casa
colonial con un balcón de madera, única en el
pueblo, cuya data era desconocida; decía la leyenda
popular que esa casa fue propiedad del Tirano Aguirre, lo cual es
incierto, pues, este personaje tuvo su influencia y
operación en Puerto Cabello y Borburata, nunca vino
aquí.

Otras personas comentaban que esa casa perteneció
a una de las familias más pudientes del pueblo, cuando
comenzó la guerra de Independencia la familia
enterró todas sus riquezas y luego mataron al esclavo que
hizo el trabajo; se comentaba que la aparición en esa casa
era del esclavo en pena; que salía en la pata de una mata
de naranja cajera, la cual se encontraba en el ante patio y al
frente de una pequeña ventana que daba al comedor de la
casa. Es verdad, que viviendo en esa casa desde 1942 a 1951, se
sucedían muchas cosas extrañas, se escuchaban pasos
y, de vez en cuando, una gallina escarbando en la base de una
ventana que daba a una de las habitaciones.

Esa casa, hoy en día está totalmente
modificada, originalmente poseía seis habitaciones
amplias, la entrada la constituía un portón grande
de madera y en la amplia sala cuatro columnas con un pretil y una
vigueta principal del techo, una acera que rodeaba el antepatio
en el cual había dos matas de hicacos, una de
jazmín y de malabar y la mencionada mata de naranja
cajera; al fondo el comedor y la cocina, un amplio fogón y
el baño, una caballeriza, luego un amplio terreno que daba
a la calle Carabobo, donde había un portón de
campo; en el patio, dos matas de taparas o totumo, una de cedro,
un frondoso níspero y al fondo unas matas de guayaba,
fruta verada y limones, nunca podía faltar la popular
letrina o escusado de hoyo.

Funcionó en esa casa el telégrafo, como lo
mencioné anteriormente, mi progenitor fue el primer
telegrafista del pueblo, su nombre Luis María Laurentin
Salas; posteriormente, fui nombrado repartidor de telegramas,
convirtiéndome en el primer repartidor de telegramas de
San Joaquín (no se conocía la figura de nepotismo).
Esa casa pudo haberse conservado y hoy día sería un
polo de atracción turística.

Otra casa que fue destruida en su belleza, es la llamada
Gonzalera, una inmensa casa colonial con cuatro corredores y
amplias columnas con seis ventanales que daban a la calle
Bolívar, en el centro del antepatio un cotoperí muy
frondoso y una que otra mata de jazmín; tenía cinco
habitaciones muy amplias y dentro de la casa tenía un
baño con bañera, una amplia sala que servía
de comedor, un portón que separaba la casa del patio,
atrás una caballeriza, la cocina con un inmenso
fogón, un baño y un gran estanque de agua; una
frondosa mata de mangos y al fondo varias matas de limaza o
limonsón, hoy día fruta desaparecida;
también tenía una mata de pan de palo y no
podían faltar las matas de limón criollo,
aún quedan vestigios de ella.

La casa del don Manuel García, abarcaba media
manzana, funcionaba el cine y el bar, todavía está
allí, pero totalmente descuidada y a punto de que el techo
se desplome por falta de mantenimiento, seguro que el día
menos pensado la venden y construyen algo moderno. La familia
Falcón poseía otra casa colonial con dos amplios
corredores, inmensas columnas y varias habitaciones, cuatro
ventanales de madera, al fondo, o sea, en el patio, un inmenso
horno de barro para hornear las panelas, también
sufrió la tortura de la piqueta.

Puede mencionarse a la Mujiquera, con su portón
de campo que daba a la calle Bolívar, casa de
habitación de la familia Mujica; con amplios corredores y
un inmenso patio donde se contaban matas de mango, limones y
otras. De igual manera, la casa de la familia Nieves, con las
mismas características de las anteriores, en el centro del
patio había una mata de caimito y varias de hicacos; esta
casa, en los años cuarenta sirvió de dispensario
del pueblo. Al frente de la bodega de Silverio González,
otra joya arquitectónica de la época colonial, con
piso de terracota, la de la familia Alezones, hoy día la
escuela de arte o sea, Fundarte.

También es de recordar la casa donde funciona la
carnicería del señor Tannasi, allí
funcionó la Escuela "Romero García" y disfrutaba de
amplios corredores, antepatio y patio. En la calle Sucre
existió una casa colonial, propiedad de la familia
García, al frente de la plaza en la cual depositaban
grandes pacas de algodón y otros productos de la
época. En la misma calle la de don Pablo González,
la cual permanece igual y en la esquina, la de Angelina Grange y
la bodega de Alfredo Camacho.

En la calle Páez, la que queda al frente de la
casa del partido Acción Democrática y al lado, la
casa que era de don Cleto Zambrano, sólo quedan los
escombros; otra joya arquitectónica, la del finado Rafael
Torres, al lado del Grupo Escolar. Estas casas se caracterizaban
por sus pisos de ladrillos, amplios ventanales, lo alto de su
construcción, techo de viguetas y caña amarga,
inmensas columnas con espaciosos corredores y uno que otro
salón para eventos sociales.

Otra construcción símbolo del pueblo, y a
pesar de no ser colonial sino de la época republicana, de
1830-1890, aproximadamente, era la edificación que
servía de sede del Juzgado, la Policía, la
Prefectura y la Junta Comunal, estaba edificada frente a la
plaza, donde actualmente funciona la Alcaldía.

Bien… se puede concluir, que mientras otros
países conservan sus costumbres, edificaciones y otros,
nosotros nos damos a la tarea de borrar nuestro pasado y no nos
damos cuenta que esa piqueta utilizada está destruyendo
nuestro génesis; claro ejemplo, la casa de Alejo Zuloaga,
casa llena de historia y aconteceres, que nos nutre como hijos de
este pueblo, gracias a las bondades de la empresa Polar, por su
recuperación integral.

Esto que narré fue el San Joaquín que yo
conocía, el del centro o casco del pueblo, con sus casas
coloniales, llenas de historias y leyendas, sus grandes columnas,
amplios corredores y sus grandes ventanales. Ventanales que
fueron testigos y disfrutaron las serenatas del cantor, quien
osadamente, aprovechando una madrugada fría y solitaria,
llevaba sus notas musicales y en la letra de una canción,
el gran amor que por la damita de la casa sentía, y ese
cantor sólo se conformaba cuando le correspondían
con una apertura de postigo de la ventana y una sonrisa
nerviosa.

Patrimonios

El San Joaquín que yo conocí, era el
pueblo que se daba el lujo de poseer un cementerio para perros y
gatos, el cual estaba ubicado al sur de la estación del
tren, hoy día está erigida allí la
Urbanización 18 de octubre; en ese sitio se botaban los
despojos perrunos que en vida se toparon con las morochas de un
camión o había fallecido por medidas
profilácticas establecidas por sanidad. Carecíamos
de un sistema de aseo urbano, porque en realidad no lo
conocíamos, en consecuencia, había que acudir a un
célebre y muy conocido personaje de nombre Eugenio York,
quien era el encargado de botar o arrastrar los restos del animal
hacia su última morada.

El mismo se caracterizaba por ser la persona más
odiada por los perros existentes en el pueblo, pues, por donde
pasaba con su fúnebre carga, los perros le ladraban hasta
la saciedad, algunos más osados trataban de morderlo; el
sepulturero, con una rabia y un odio que era imposible ocultar,
los señalaba con el dedo acusador y les prometía
que algún día les tocaría a ellos, ser
arrastrado al botadero de perros.

Eugenio York, antes de enfermarse, se caracterizaba por
ser un excelente jugador de billar y chofer de camión; por
un problema que tuvo con un habitante del pueblo, se
autoexilió del mismo, y después de un largo tiempo
regresó, prácticamente hecho un despojo, no era el
mismo. Un buen día desapareció, lo cual
causó extrañeza entre los sanjoaquineros, luego se
supo que el Prefecto de la época lo sacó de
aquí a un lugar desconocido; por suerte, bajando hacia
Carora, un habitante de la localidad que iba en su camión
lo reconoció y lo trajo de regreso al pueblo que lo vio
nacer, cuando llegó, lo bajó al frente de la
policía y les dijo "…Ahí tienen a un hijo del
pueblo para que lo vuelvan a botar". Eugenio ya estaba
deteriorada física y mentalmente, así vivió
hasta los años sesenta, cuando murió en la peor
indigencia.

El sobrenombre por el cual lo conocía toda la
población era el de "Muchachito Feo" o "Cohetón",
sobrenombre que lo transformaban en un ser iracundo, cuando
alguien se le ocurría llamarlo así o silbarlo,
lanzaba piedras a diestra y siniestra, acompañadas de un
rosario de insolencias ofensivas y elevadas de tono hacia la
persona que osadamente lo llamaba por el sobrenombre.

La enfermedad que padecía le paralizó un
brazo y cuando caminaba, arrastraba los pies; comía
chimó y siempre andaba con la boca sucia, era un personaje
impredecible, a pesar de tener un brazo inutilizado, siempre
cargaba en las manos un par de piedras. Algunas veces aceptaba de
todo y era juguetón, pero otras con sólo verlo,
arrebataba en contra de cualquier persona. Pero a pesar de todos
esos defectos y la amenaza que representaba, no dejaba de ser un
patrimonio célebre del pueblo de las panelas.

Otro personaje muy peculiar a quien no se puede olvidar,
era el gran Elías (a) "Gueteperete" o simplemente "Guete";
el famoso "Gallito del Roble", a quien la vida dotó de un
extraordinario sentido del humor, el cual le permitía
mofarse de sus propias calamidades. Deambulaba sanamente por las
calles del pueblo, vestido con una risible indumentaria,
conformada por un paltó o saco anatómico,
suéter o franela y unos pantalones que le quedaban super
grandes, amarrados casi en el pecho con mecate o guaral, un
sombrero viejo y de vez en cuando usaba un garrote. Durante su
ocasional transitar por la localidad, se sentaba en cualquier
lugar donde era siempre rodeado por los muchachos de entonces, a
quienes divertía con sus ocurrencias y sus comentarios
burlones.

Si en su camino se cruzaba alguna persona conocida, le
saludaba y le decía, esbozando su burlona sonrisa: "Mira,
aquí está tu hermano". Pero si quien desfilaba ante
él era alguna joven atractiva, por solo medio real,
"Gueteperete" le dedicaba una canción, la cual
repetía hasta el cansancio, mientras alguien estuviera en
disposición de seguirle pagando el medio real. Esta
canción, con música y letra de él mismo,
tenía una sola estrofa que decía:

Quiero verla mi vida llorar,

Como prenda yo voy a sufrir

Esta canción que canta José
Elías

No puedo comprender que voy a morir.

"Guete" era un asiduo asistente a todos los velorios que
se realizaban en la comunidad, no por solidaridad con los deudos,
sino para tomar chocolate o café y aprovechar las comidas
que pudieran repartir. Era una amenaza en las conversaciones
entre personas, porque la entrepitura era su fuerte; cuando
alguien lo empujaba, tratando de sacarlo del grupo al cual
entorpecía, él le decía en son de broma y
mordiéndose el canto de la mano, lo siguiente: "Ay no…
vas a matá tu mujercita"… y se le acercaba imitando con
movimientos de cintura a una mujer. Usaba alpargatas de goma
porque tenía un criadero de niguas en los pies, en
sí, era una persona inofensiva, le echaba broma a todo el
mundo y era aceptado y querido, como un patrimonio
nuestro.

Otro personaje inofensivo, buen ciudadano y colaborador,
era "Chica", usaba bastón para poder caminar porque
tenía un defecto en la pierna derecha; llevaba siempre un
sombrero de cogollo, no molestaba ni era un indigente, más
bien era una persona muy colaboradora, cuando alguien necesitaba
comprar algo o alguna que otra diligencia, se le pedía el
favor a Chica y él, muy diligente, nunca se
negaba.

"Pan-Pan", quien perdió la razón de una
manera inexplicable, su costumbre era colocarse el dedo en el
conducto auditivo y repetir, acompañado de unos
brinquitos, una frase que decía "…Pan-Pan, cuatro
millones, cinco millones Pan-Pan…", así era este
patrimonio del pueblo, muy inofensivo.

"Guigue", era un catire que vivía cerca de la
estación del tren, al final de la calle Negro Primero,
¿cuál era su fuerte?, era dueño de una canoa
a la orilla de la laguna, la cual le permitía la
travesía a la Isla de Chambergo, donde poseía un
conuco, era común que este personaje atravesara a la isla
nadando, tanto de ida como de vuelta, cuando encontraba a alguien
merodeando sus predios lo obligaba, peinilla en mano, a regresar
a tierra firme nadando, abrazado de un tronco de pericoco o
tenía que hacerlo nadando, así preservaba la
cosecha de su conuco.

Existía en el pueblo un hombrecito cuya estatura
no sobrepasaba el metro y medio; de liquilique, sombrero y con
carita de mono tití, era conocido por todo el mundo como
"Mano giro", pero lo que le faltaba de estatura lo compensaba con
el dominio absoluto de la vera o garrote, no le importaba ni edad
ni estatura, ni complexión física, cuando
tenía que enfrentarse a un contrincante. En el pueblo se
ganó un absoluto respeto, las veces que tuvo que pelear
con alguien, este osado provocador al comienzo y después
de la pelea un arrepentido provocador, salía muy mal
parado, porque la vera la había sentido en todo su cuerpo;
este personaje era muy rápido y buen peleador a pesar de
ser un enanito en tamaño, pero gigante en habilidad
física; todavía en el pueblo existen personas que
lo recuerdan por haberse enfrentado a él.

El manco Juan, hombre trabajador, dueño de una
burra, a la que le había enseñado mañas y
era la única persona que podía jinetearla, la
ofrecía hasta por dos bolívares a aquel muchacho
que se atreviera montarla sin que ésta lo
tumbara.

A pesar de la característica de aldea que
presentaba San Joaquín, donde no existían escuelas
de artes, ni de música, ni nada similar, el pueblo tuvo el
privilegio de contar con dos personajes muy célebres;
artistas innatos a carta cabal, uno, un maestro con el
violín, el cual interpretaba cualquier melodía por
complicada que fuese; dominaba este instrumento con una
envidiable y excelente maestría, producto de la destreza
de sus dedos y la pajilla. Estoy seguro que muchas bisabuelas hoy
día, se deleitaron con sus interpretaciones, recordando
cuando una fría madrugada fue interrumpido su sueño
que al compás de su violín, acompañaba a un
cantor enamorado para llevarle una melodía preñada
de amor a su amada, a través de la cual ratificaba la gran
pasión que por ella sentía; no tengo idea donde
nació, pero nunca salió del pueblo, era uno
más de la comunidad, por cariño lo llamaban y era
conocido como "Callo Antonio".

El otro personaje célebre era el gran "Carlucho",
con un parecido al famoso matador de toros Manolete. "Carlucho"
era un émulo de los mejores pintores, su habilidad le
permitía que fuese buscado para plasmar en el lienzo un
paisaje, un bodegón o cualquier deseo del cliente, hoy
día muchas familias poseen cuadros pintados por él,
y también sitios públicos tienen, si es que no los
han desaparecido, murales adornando sus paredes. "Carlucho"
nació en este pueblo y aquí
murió.

En esa pléyade de personajes célebres, que
dieron tanto prestigio a San Joaquín, es imposible olvidar
a las abnegadas educadoras que a su paso por esta
dimensión dejaron hondas e indelebles huellas en nuestra
comunidad; entre ellas la señorita Trina Sotillo, aunque
es de una época remota, fue maestra de muchos en el
pueblo; la señorita María Escamillo, célebre
por sus enseñanzas, en vida fue maestra de la escuelita
del Remate tal como era conocida, hoy día la flamante
escuela "Monseñor Soto"; de igual manera otra maestra,
Etanisla Guédez, quien fue directora de la escuelita El
Carmen, hoy día la escuela "Pedro Gual", muy exigente en
la ortografía y maestra de piano, fue ella la primera
maestra municipal del pueblo; sus méritos se los
llevó a la tumba, porque ningún gobierno municipal
le ha rendido el verdadero tributo que ella se merece.

Asimismo, aunque en otra rama del saber, estaba la
señorita María Jesús Alezones, quien era
catequista y muchos de nosotros, los chamos de la época,
pasamos por sus métodos de enseñanza; otra abnegada
catequista la señorita Ana Trejo. Hoy, muchos
sanjoaquineros agradecen a estas respetables damas sus
conocimientos, a unas el haber aprendido a leer y escribir y a
otras el haber adquirido la llave para penetrar en el mundo
católico y haber podido tener el primer encuentro con
Dios, en el altar de la iglesia, a través de la
ostia.

A quien no puedo olvidar, por sus grandes dotes de
excelsa dama, es a Coco García, quien se entregaba por
completo al arreglo y preparación de los santos, antes,
durante y después de Semana Santa, así como en
todas aquellas festividades clericales; aún entrada en
años, cuando tiene la oportunidad, visita la iglesia que
tantos recuerdos le traen a su mente.

De igual manera, no puedo dejar de mencionar a un grupo
de distinguidas damas del pueblo que nunca se casaron,
permaneciendo siempre solteras. Presumo yo que ante la escasa
población masculina no hubo muchos candidatos, porque eran
damas muy respetables y la gente, de manera muy respetuosa, se
acostumbró a llamarlas siempre niñas. Entre las que
puedo recordar estaban la señorita Concha Izquierdo, quien
por cierto elaboraba una deliciosa torta burrera con su toque de
ron; la niña Genoveva, la niña Coco (por Socorro),
la niña María (María Escamillo), esta
última era la más joven, muy hermosa y atractiva
mujer.

A mediados de la década del cuarenta llegó
a este pueblo, de los lados de Bejuma, Miranda, un caballero de
nombre don Carlos Luis Pérez, quien era llamado por
nosotros los chamos de la época "Don Carlos"; su negocio
fue la apertura de una agencia de bicicletas, cuya hora
tenía un precio de acuerdo a las características de
las mismas, por ejemplo, la caucho grueso, la nuevecita, la
sin parafango, la cotebre
(anglicismo por "cut
brake"
en el idioma sajón); la apertura de esta
agencia de bicicletas trajo como consecuencia el boom
por parte de las niñas en sus deseos de aprender a montar
y andar en bicicletas. Versado en tales menesteres mi
ofrecimiento como instructor no se hizo esperar, siendo mis
primeras alumnas, mi querida amiga Irma Loria, Ventila Flores,
Dinorah Pérez, Lilita Arenas (QEPD), Olga Garate (QEPD),
así como otras que no recuerdo.

Empleando mis tácticas de instructor para que
estas niñas aprendieran a mantener el equilibrio, era el
de llevarlas sujetas por el manubrio y la parte posterior del
asiento mientras pedaleaban, al sentirse confiadas en la
táctica del instructor, se aligeraba la marcha y con un
empujón calle abajo, se veían en la imperiosa
necesidad de mantener el equilibrio o caso contrario aterrizar de
cabeza en las matas de croto de la plaza, esta instrucción
se impartía durante las horas de la tarde después
de haber salido de la escuela, en la calle Urdaneta, entre
Bolívar y Sucre, el entrenamiento era siempre supervisado
bajo la severa mirada del párroco del pueblo, el padre
Macaya.

Como se ha venido repitiendo, en nuestro pueblo
abundaban los personajes célebres, uno muy particular era
un señor alto y delgado, muy circunspecto en su trato,
todo un caballero de excelente comportamiento, pero cuando se
emborrachaba era la antítesis del bueno y sano, se le
conocía como la "Verga de Oriente"; su grito de guerra era
"…Viva la Verga de Oriente, no… y mi General Marcos
Pérez Jiménez, a quien no le guste váyase
pal´ car…" Este grito lo pregonaba a todo lo largo de la
calle Bolívar o calle Sucre, y a la vez que gritaba,
efectuaba un movimiento de cintura continuo hacia delante, muy
vulgar para la época, normal hoy en día en los
cantantes de salsa, Reggie y tros bailes
modernos.

Así como teníamos personajes nacidos en el
municipio y otros aunque no eran nativos se habían
residenciado en el pueblo, también venían unos de
afuera, muy típicos y pintorescos, este es el caso de un
ciudadano saca muelas o dentista de apellido Chacón, quien
llegaba en una bicicleta de reparto, de paltó y corbata,
con todos los utensilios para sanar y curar dolencias dentales.
Este dentista se alojaba en cualquier sitio que hubiese
conseguido para alquilar, montaba su clínica ambulante y
empezaba su trabajo; las colas para tratarse las dolencias eran
numerosas, después de una semana seguía su marcha a
otra localidad; la señal de la llegada de Chacón
era él mismo, con su grito de "… Llegó
Chacón el dentista"… Muchos, hoy día,
todavía tienen trabajos efectuados por este dentista y se
lo agradecen.

Otro día apareció un bicho raro que
vendía chinchurria, no se sabe de donde vino, pero si se
sabe con que intención llegó a este lugar, ya que
su debilidad eran los adolescentes.

El San Joaquín que yo conocí, era el de
Ramito, preparando los fuegos pirotécnicos para cualquier
celebración en el pueblo, sobre todo en Semana Santa,
diciembre y las celebraciones de las fiestas patronales; los
mismos consistían en lo que los muchachos
llamábamos las recámaras, compuestos por un
pequeño tubo de unos veinte centímetros con una
abertura en la pata del mismo, llamada mecha y el cual estaba
equipado con pólvora negra y tacos de periódicos;
los colocaba en línea, unos diez o doce, con un camino de
la misma pólvora, al prender tal camino e ir llegando a
cada tubo, éstos hacían un ruido espantoso; a estos
fuegos pirotécnicos se agregaban los cohetes y cohetones.
Ramito era el rey del ruido, al final en una sus prácticas
perdió varios dedos de la mano derecha.

Sucesos

La ventajosa ubicación de San Joaquín en
la vía, nos permitía ser partícipes de
grandes eventos, y durante los años que tuvimos como
Presidente al General Isaías Medina Angarita, tal como ha
sido la tradicional costumbre de que el Primer Magistrado presida
los actos conmemorativos de la Batalla de Carabobo en Campo
Carabobo, tuvimos la oportunidad, mientras duró su
mandato, de ver a nuestro primer mandatario muy de cerca una vez
cada año. Como esos traslados no se hacían en
avión ni en helicópteros sino por carretera, y
siendo San Joaquín un paso obligado para la comitiva
presidencial, gran parte de la población se ubicaba a lo
largo de la calle Bolívar para presenciar el paso del
Presidente, quien acostumbraba responder el saludo de la gente,
agitando un blanco sombrero de Panamá.

De igual manera, así como en el pueblo se
disfrutaba de lo poco que poseíamos y que alegraban la
permanencia en él, hubo eventos o hechos que
entristecieron la rutina a la cual estábamos
acostumbrados. Para el año de1946, específicamente
el 30 de marzo, se escenificó en la ciudad de Valencia un
mitin político del partido Acción
Democrática, a la cual asistieron muchas personas de la
comunidad, dicha comitiva la conformaban campesinos y
agricultores de la zona, el regreso de tal evento lo efectuaron
en un camión propiedad de Mundo González, quien a
la vez era su conductor.

Cercano a los Guayos, este vehículo fue
embestido, alevosamente, por una grúa que lo envió
a un pequeño barranco, cuyo resultado fue la muerte de
doce de los campesinos que habían asistido a dicho acto.
El pueblo se entristeció, vistiéndose de luto por
espacio de una semana, ya que las procesiones de las urnas, casi
todos los días en hombros de amigos que iban rumbo al
campo santo, hacían más luctuoso el ambiente,
combinado con los lúgubres tañidos de las campanas
de la iglesia, como recordando la tragedia que estaba padeciendo
la comunidad sanjoaquinera.

Para el año de 1947, San Joaquín se
vistió de gala porque en sus predios se iba a celebrar un
gigantesco mitin del partido Acción Democrática;
una vez culminado el mismo se efectuaría una marcha que
partiría de la plaza Bolívar, haciendo un recorrido
por la calle Bolívar y Sucre, en esa oportunidad hicieron
acto de presencia a la concentración, altos jerarcas de
ese partido, el Dr. Gonzalo Barrios, el Dr. Luis Beltrán
Prieto, con otros dirigentes de esa organización y
también dirigentes del pueblo. Pueblerinos como
éramos, nos impactaban tales señores, en verdad
estábamos muy lejos de ser militantes de tal
organización, ya que éramos solamente noveleros y
curiosos, muchachos al fin que teníamos que aprovechar la
euforia del momento.

En la plaza nos fue entregada una antorcha hecha de
bambú con unos trapos como mechas, la cual estaba
impregnada de gasoil o kerosén, representando la llama de
la libertad y la paz. Una vez que éstas se
encendían, alumbraban toda la calle por donde se estaba
efectuando el recorrido. Al partido Acción
Democrática lo llamaban el partido del pueblo, los "pata
en el suelo" o "Juan Bimba", la gran mayoría fue dotada de
alpargatas y unas franelas blancas manga larga, con el logotipo
del partido.

Partes: 1, 2, 3
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