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La autopsia del bicentenario (página 2)




Enviado por Carlos Blanco



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

En tal sentido, otro dato revelador del
pensamiento de Carlos Blanco es la minuciosa
comparación que realiza entre los procesos
independientistas de los Estados Unidos y el nuestro.  En
síntesis y aunque no lo exprese taxativamente, pone en el
platillo de los resultados a anglosajones y latinos y más
concretamente, a Gran Bretaña y España, enemigos
históricos cuyos reflejos llegaron con el descubrimiento
de América hasta las respectivas partes del gran
continente.  Al respecto y no sin ironía, al trazar
un paralelismo de ambos acontecimientos, describe el viaje de
Colón a estas tierras, todo lo que significó la
hispanidad para la que se reserva agudas críticas – no
así a la decisión estratégica de los
ingleses de fomentar la piratería – y en tren de desplegar
anécdotas y circunstancias poco o nada difundidas de los
hechos históricos modernos.  Blanco habla de las
grandes contradicciones más o menos cercanas que se han
dado en Occidente como, por ejemplo, la colaboración
económica brindada por Gran Bretaña a Hitler quien
cinco años después bombardearía
Londres.Todos los personajes argentinos que tuvieron protagonismo
e influencia pasan por esta Autopsia.  Desde el
mítico gaucho del que dice que es "el desideratum de la
argentinidad" hasta las figuras públicas existentes antes
y después de 1810.  Explica por que el campo
constituye un fenómeno cultural de particular importancia,
recurre a autores que avalan este acierto y más adelante,
ya avanzadas las luchas internas de nuestro pasado y la
decisión de fortalecer militarmente el nacimiento de la
Independencia, el libro ingresa en un terreno farragoso,
discutible en muchos de sus pasajes, acerca de la influencia
británica que apuntó a evitar que algunos de los
países emergentes en Latinoamérica fueran
bioceánicos.  Aquí es donde censura a San
Martín. ¿Que país, que pueblo se puede
interesar en liberar a sus vecinos?, se pregunta no sin una
cierta sorna y a la luz del desarrollo de los hechos que
reúne en una cronología amena e instructiva pondera
primero y critica después – o a la inversa – a quienes
aún hoy producen desencuentros y debates entre los
argentinos.  Desde la trayectoria de Rosas de quién
destaca su idoneidad en las labores empresarias del campo,
censura enseguida y acremente otros aspectos emblemáticos
de su gestión, pasa con ironía a inferir los
motivos de su exilio en Inglaterra y con similar óptica
juzga desde Rivadavia hasta Urquiza y sus sucesores, quienes
pasan no siempre airosos por la pluma punzante de un autor que
plantea interrogantes y hace afirmaciones inteligentes,
originales y agresivas.

La conquista del desierto y la
visión de Roca, el nacimiento y paso del radicalismo por
las luchas partidarias previas y posteriores que le dan impulso
popular, el papel de Lisandro de la Torre, las facetas curiosas
de la personalidad de Hipólito Irigoyen, la gestión
del conservadorismo, el crecimiento de nuestra economía a
la luz de las buenas administraciones, la llegada de la
inmigración, la existencia de verdaderos dirigentes entre
los finales del siglo IXX y las primeras décadas del
XX,   el acuerdo económico con Gran
Bretaña, la personalidad y aspectos salientes de cada uno
de los presidentes de la República hasta la
revolución del 4 de junio de 1943, sus implicancias y el
advenimiento del peronismo con todo lo que significó desde
esa fecha, sufren la disección de Blanco en
términos duros a veces, irónicos otros, novedosos
casi siempre. La caída de Perón, el papel de
María Eva Duarte cuyo desempeño curiosamente juzga
poco relevante y sometido a los humores de su marido hasta
el advenimiento de la Revolución Libertadora, son pasajes
evaluados con una línea de pensamiento coherente con la
expuesta al encarar el pasado. La división del radicalismo
y la llegada de Arturo Frondizi a la Casa Rosada es el
período que el autor juzga con más
beneplácito y explica que acepte que se lo considere un
"desarrollista" en su concepción de ese período y
del futuro que indudablemente sobrevendrá pese a la
incertidumbre que nos agobia en el momento de escribir
éstas líneas.  

Muchas cosas podríamos agregarles
pero sólo se trata de escribir un prólogo,
agradecer que se nos haya elegido para hacerlo y de paso aceptar
las disidencias que conversamos con cierta reserva.  No sin
encontrar coincidencias en los duros sucesos ocurridos más
recientemente, donde numerosos y destacados amigos y uno mismo,
se empeñaron en terciar o no pasar de largo en el
peligroso escenario que marca la época y las
circunstancias que la rodean.  Para concluir, digamos que es
importante la lectura de esta obra que, por cierto, deja abierto
el camino para los enojos, las ponderaciones y la
discusión constructiva.Carlos Manuel Acuña.Buenos
Aires, Agosto de 2010.

A este País todos lo gozan y nadie lo
quiere
.

Mario Blanco -diplomático y abogado
argentino -1919-1998-

Prefacio

Una de las formas habituales de comenzar un ensayo sobre
La Argentinidad, suele ser a partir de algún
lamento.

Algo axial, como un sesgo quejumbroso para definir un
hecho, o un conjunto innumerable de ellos.

La mayoría, desafortunados, ácidos,
urticantes, en fin, desmoralizadores.

Las raíces profundas de ello, es lo que
trataré de volcar en estas páginas.

¿Las razones para hacerlo?

Tal vez mis propias frustraciones, como las de muchos
otros.

Según recuerdo haber leído cuando joven,
de Petronio en el Satiricón, los autores deben sufrir el
escarnio de sus propias tragedias personales, antes de
trasladarlas a una idea e imprimir esas experiencias, para que
sus semejantes puedan juzgar la objetividad del relato, o en su
defecto la ausencia de ella.

He de procurar ser imparcial, al menos conmigo
mismo.

Con esa directriz he de recordarles lo que de seguro no
se ha abordado, al menos frecuentemente.

Una versión diferente a las de otros ensayistas,
escritores o académicos, sobre nuestra naturaleza como
Nación y también como Sociedad.

Correré el riesgo incluso, de incurrir en el
pecado capital de la vanidad al intentar esta empresa, pero de
alguna manera, sortearé esa tentación.

Nada de lo que experimentamos a diario en esta
Argentina, desprovista de destino es casual.

El nuestro es mas bien azaroso, pero como el producido
de una causalidad, que esta insita en todos nosotros por igual,
sin distinción de jerarquías ni clases
sociales.

Estas líneas que leerán a
continuación, son acerca del deceso de La
Argentina.

Si Amigos, La Patria, esa que conocimos y a la que
veneramos, yace sin vida frente a nosotros.

Ha sufrido una agonía casi perpetua, desde los
albores de la misma.

Pero nos educaron sin tomar en cuenta, que
padecía de una larga y cruenta enfermedad
terminal.

La de una ausencia de identidad, de linaje sería
incluso más adecuado decir:

Estudiamos su historia, sin procesar los enormes
desatinos de quienes fueron designados para
gobernarla.

O tomados en cuenta esos actores, de alguna inexplicable
manera, les otorgamos una cuota de intolerable indulgencia,
incorporándolos a esta extensa y prolífica
galería de truhanes, que inmerecidamente tienen calles,
avenidas, plazas y monumentos erigidos con honores en sus
nombres.

De cualquier modo, inevitable es que comience a delinear
esa triste y penosa descripción de hechos y
circunstancias, que entiendo habrán de sostener, muy
subjetivamente, lo anticipo, esta visión personal que
sobre nuestro pasado y presente, pretenderé esgrimir en
defensa de la extinta.

Para ello haré, a mi manera, una incisión
en el cuerpo virtual y exánime de nuestra
Patria.

Me habré de esmerar en ser cauteloso, como el
patólogo lo es frente a una necropsia.

Iré incluso hasta lo más recóndito
y profundo, en las entrañas de un cadáver que esta
en acelerado proceso de putrefacción, para hurgar en las
causas aparentes y no tanto del deceso, a los efectos de arribar
a un dictamen, aguardo que sincero y verosímil.

Cuento con una muy valiosa ventaja táctica en
este empeño.

Ella consiste en una quirúrgica ausencia de
tentativa de seducción al Lector.

Sin embargo, todo lo que expondré seguidamente es
la descodificación de hechos y circunstancias, que
acaecieron facticamente, pero que fueron interpretados capciosa y
parcialmente por quienes dijeron haberse avocado al
problema.

Antaño por los historiadores clásicos y en
la actualidad, fuertemente por estos que se autodenominan
progresistas, que manejan a su arbitrio los medios masivos de
comunicación.

Que deforman notablemente las mentes de nuestros
desorientados jóvenes

y que además de todo, ello lucran y obtienen
pingûes utilidades en tan canallescas
actividades.

Palabras más o menos, me enderezaré en ser
implacable con una historia tendenciosamente mal relatada y
plagada de arbitrariedades.

En esta intentona, pondré lo mejor de mi mismo,
para erradicar en el análisis, esa cuota de folklorismo
devaluado, que tanto daño nos ha producido, nublando
nuestro juicio.

Incluso, trataré de acreditar, con las enormes
dificultades del caso, que ese viejo adagio, proclamado por
notables hombres del pensamiento, que suelen pontificar que Las
Sociedades no se suicidan es meramente una falacia.

Para mitigar esas aseveraciones, divorciadas a mi juicio
de nuestra puntual realidad, deberé de fechar eventos, y
analizarlos en una perspectiva lineal de principio a
fin.

Para despejar de subjetividades caprichosas del como y
el porque hemos arribado a este monumental derrumbe de ideas
superadoras.

Para justipreciar un fracaso, que ha sido desde nuestros
albores, un amigo, socio, compañero y
preceptor.

La circunstancia que en 1912, tuviésemos a un
intelectual como Roque Sáenz Peña, que según
dicen, con el fin de purgar un amor prohibido, concurrió
como voluntario combatiente en la guerra
chileno-peruana.

Condecorado en batalla por sus meritos y arrojo, que
excedieron en mucho su disposición de combate a la de sus
comandantes, y atravesado casi un siglo desde la trayectoria de
un Presidente de esos invaluables quilates, para contemplar a
este grupo de indeseables que pretenden extinguirnos como
sociedad desorganizada y herida de muerte, se debe de contar con
una ecuación etimológica racional.

A veces se desciende en la luminosidad de las
efemérides, sobre todo en tiempos como los actuales, en
los que las figuras públicas a nivel mundial, suelen ser
cuestionadas por sus yerros, sus desaciertos y su
desvergüenza.

Sin retrotraernos demasiado, Clinton, Bush, Sarkozy,
Berlusconi, y otros menos conocidos, son emblemas de un principio
de la decadencia occidental.

Ejemplos tardíos, acreditadores de una
pronunciada caída de los valores republicanos.

Pero con ello y todo, pertenecen a naciones que
conocieron el esplendor de una historia común, que en nada
se parece a esta contusión nauseabunda nuestra.

El Caso Argentino es notoriamente diferente a
cualesquiera de los restantes.

Es un epifenómeno circunstancial, tan
inédito como indigerible.

Tratare de elaborar, lo que suele denominarse como un
patrón.

Espero con Cristiana resignación, que la Divina
Misericordia, ilumine mi teclado.

La única forma de vencer a la
tentación es cediendo
.

Oscar Wilde -novelista y pensador
irlandés-

El ADN
nacional

Cuando Pedro de Mendoza, abandonó presurosamente
la pequeña aldea que después se conocería
como Santa Maria de los Buenos Aires en 1537, dejo atrás
setenta y dos caballos, cinco vacas y un toro.

Al desembarcar Juan de Garay, cuarenta y tres
años después, lo que hoy conocemos como la llanura
pampeana, estaba poblada por miles de vacunos y yeguarizos, que
se multiplicaron naturalmente por el solo transcurso de esas
cuatro décadas.

Una lectura de ese fenómeno reproductivo de
especies, que no eran autóctonas en la America
Precolombina, es acaso también, una primera señal,
un indicio de la riqueza desbordante de nuestro territorio, sin
equivalencias en la conquista británica que años
después tendría epicentro en las adyacencias de
Boston, por parte de los tripulantes del legendario May
Flower.

Allí un grupo de disidentes protestantes, con
férrea voluntad, frente a un clima tan hostil como los
pieles rojas que merodeaban y asediaban sus precarios
asentamientos, resistieron denodadamente.

Ya que a diferencia de los adelantados españoles
que nosotros tuvimos como, digamos nuestros Padres Fundadores,
estos colonos ingleses, ya no podían abandonar esas
tierras, porque habían sido excomulgados por la Iglesia
Anglicana y tomaban su desafió como un absoluto e
inexorable destierro.

Pese al presunto rechazo que provocaran las
líneas a continuación de esta, haré mi
exégesis sobre el particular, muy subjetivo lo
admito.

La conquista española fue brutal y
despiadada.

Sus primeros protagonistas fueron en su mayoría,
nativos de Extremadura, algunos con cierto abolengo, pero todos
sin excepción sin un duro en sus
alforjas
.

Eran, para definirlos de un modo vulgar: un hato de
aventureros
.

Todos eran devotos de una corona en
decadencia.

El oro indígena, transformado en una fina
orfebrería era su meca.

Lo fue tanto para Pizarro y Almagro en el territorio
incaico, como para Cortes en el México de
Moctezuma.

Bárbaros detrás de una Cruz, a la que no
le prodigaban ningún respeto ni
devoción.

Las indiecitas eran evangelizadas para que estos
hidalgos caballeros pudieran copular con ellas sin
pecado.

De Cristianismo nada.

Incluso observándolos en una línea de
razonamiento improvisada, me animaría a sentenciar que
fueron los paganos mas hipócritas.

Con sus mas y con sus menos, si es pertinente trazar una
línea divisoria entre la suerte que corrimos al sur del
Río Grande y al norte del mismo, veremos
rápidamente que la America anglófila tuvo un
impacto civilizador y progresista, porque los delegados de esa
Inglaterra Isabelina tenían un objetivo definido por una
política impecablemente trazada.

La parte a la que pertenecemos nosotros, la
hispanófila, no tenia ninguna dirección.

Ya acentuada la conquista, eran los tiempos de Felipe
II, un marcado esquizoide, quizás por ser
dieciséis veces Austria y tener demasiado
contaminada la consanguinidad de su abolengo.

A tal punto, -según algunas crónicas de la
época no oficializadas- que con sus propias manos
estrangulo a su hijo Don Carlos, que al parecer era aun
más orate que su progenitor.

El diseñador y constructor de un magnifico
palacio como El Escorial, mas bien un enorme templo y casa
habitación de toda una orden monástica, protector
de la Iglesia, como ninguno de sus predecesores, se
equiparó a Constantino, que hizo lo propio con su
primogénito y de uxoricida con su segunda
esposa.

Su Némesis fue una Soberana como Isabel I de
Inglaterra, que transformó al Reino Unido en una imbatible
Tasalocracia hasta 1945, que gobernaba una pequeña
nación sin posesiones externas, salvo la Irlanda
católica, hasta que desterró a los protestantes
disolventes, a las que luego se conocerían como las
colonias americanas de ultramar.

Su enemigo visceral español, heredo todo de su
padre Carlos I, y dilapidó sus caudales en una absurda
contienda contra un Reino Unido que galvanizó su grandeza,
merced a los desatinos del monarca ibérico, que tuvo que
despachar a mendigos reales en los cruces de caminos, para
recaudar fondos en auxilio de un imperio en la
más franca bancarrota, pero que bajo su misma
administración llego a ser el más poderoso del
orbe.

Es curioso como a medida que delineamos en tiempo y
espacio, los capítulos primigenios de nuestra historia,
podemos avizorar el futuro, producto de una cimiente tan curiosa
como anómala.

Provenimos en esencia y sobre todo en cultura, de una
España tan decadente, como lo fueron sus distintos
soberanos, exceptuando a Fernando El Católico, en
quien según dicen, se inspiro Machiavelo en su obra El
Príncipe.

Obtenemos así un primero y muy lejano estigma del
genoma argentino.

Arribaron luego, las delimitaciones geo
políticas: Los Virreinatos y las Capitanías
Generales, sobre las que retornaré en unos
instantes.

Poco antes, en 1750, con epicentro en Manchester
nacía la Revolución Industrial.

Esa novel visión de la economía, que
sepulto al artesanado, no hizo mella en los devaneos de
España, que persistió en una política
económica no muy diferente a los tiempos de la baja edad
media.

Menos aun en sus posesiones indianas, en las que ese
modelo mecanizador de manufacturas estuvo ausente, incluso hasta
mucho después del grito independentista.

Por desgracia, a diferencia de los británicos,
los monarcas españoles fueron poco dotados por la
naturaleza, producto tal vez de la ausencia de
purificación de la sangre, exceptuando al preindicado
Fernando de Aragón, Alfonso El Sabio y Carlos
III.

Juan Carlos I, es una prueba irrefutable de ello, con su
aspecto y discurso, más propio de un abarrotero que de un
dignatario real.

Solo basta escuchar sus paupérrimas alocuciones
para tomar suficiente nota del asunto.

Pero retornando a los Reyes Católicos, bajo cuyo
mandato, los españoles pisaron estas tierras americanas
por vez primera, vemos que no dejaron sucesión, ni
trayectoria.

O más bien las que sobrevivió a ellos, fue
funesta.

Comenzando con su hija Juana, que era una
lunática.

Y al nieto de ella, de quien ya conocemos sus alocadas
correrías.

Pero no se le debe atribuir toda la responsabilidad a la
heráldica ni a la

Genealogía real española.

Hubo otra causa, quizás mas oscura, siniestra e
iluminica.

Y esta es la religiosa.

La interpretación sobre la riqueza que ha
predicado el Catolicismo, dista mucho del tratamiento que a ese
mismo ítem, le otorgo el credo Protestante.

Para el Vaticano, las Sagradas Escrituras han maldecido
a la acumulación de la riqueza.

En detrimento de ello, todos los credos cristianos no
católicos, sean luteranos, calvinistas, episcopales,
anglicanos, metodistas, cuaqueros y bautistas entre otros, le
dispensan a la fortuna una dignificación muy alejada de lo
pecaminoso.

Ello ha conllevado a que la Europa Católica
siempre haya quedado rezagada detrás de la
Protestante.

España, Portugal, Italia, Austria, la Rusia
Zarista y las republicas balcánicas, siempre han estado
unos cuantos pasos atrás de Alemania, Inglaterra,
Escandinavia, los países bajos y la Francia Hugonota, en
los que la pujanza del desarrollo siempre ha sido descollante,
con o sin guerras mediante.

Los Estados Unidos son el emblema de esa cultura
religiosa.

La fe católica conlleva también una
sórdida historia de excesos, que produjeron el cisma de
Martín Lutero primero y de Juan Calvino
después.

Ese credo, nacido como un emético de las
políticas papales beligerantes, que financiaban con las
ventas de indulgencias y que no tenían ninguna identidad
con el mensaje de Nuestro Señor, fue en resumidas cuentas
el bastión de un Capitalismo que no estaba disociado con
la devoción Divina, aunque hoy este bajo juzgamiento por
los dilemas morales que sus consecuencias y desbordes han
acarreado a la humanidad.

Pero ese proceso también ha alcanzado al
Vaticano, con estas revelaciones de la sodomización de
criaturas, ejecutadas por clérigos pedófilos, que
han alejado a gran parte de una feligresía que descree de
sus Pastores, aferrados a un antinatural dogma de celibato, que
se vulnera de la forma mas satánica, que hayamos podido
imaginar.

Estas revelaciones no acontecen por ser hechos
nuevos.

Lo novedoso es la denuncia que de ellos se esta haciendo
a través de los medios.

Su existencia se remonta a los tiempos del oscurantismo,
en el medioevo y quizás a tiempos aun más
pretéritos.

Esos abusos no se han detectado en la grey protestante,
porque la gran mayoría de sus Ministros contraen enlace,
como lo indica, la más primaria de las leyes
naturales.

Este ítem, culminara destruyendo al Papado y sus
incursiones en la red internacional de finanzas, que ya tienen
proporciones escandalosas desde el affaire del Banco Ambrosiano,
hace más de veinte años.

El clero secular se ira disminuyendo cada vez mas de
aspirantes.

Porque en una marcada diferencia respecto del pasado, el
pannis lucrandi que siempre los protegió, para muchos de
ellos, como una mera salida laboral, carecerá de
recursos.

Todo esto se vera muy pronto.

Pero será un mero y simple reemplazo, por la
cofradía ya existente y en franca expansión, por
parte de lo que se conoce como el fenómeno de los
telepastores.

Que saben todo sobre el telemercadeo y cuentan con una
clara noción de la existencia de millones que descreen de
una Santidad de la Iglesia, que por siglos fue
reverenciada.

El crecimiento vertiginoso y exponencial de esta
maquinaria financiera y evangelizadora ya hizo estragos en
Norteamérica y Brasil y los numerarios brasileños,
ya tienen la potestad de financiar la actividad televisiva de la
audiencia argentina, en marcada competencia con los Multimedios,
que se ven compelidos a aceptar el patrocinio de estos Fariseos
del siglo XXI.

Ellos no toman el diezmo que se hacia donar la Autoridad
Eclesiástica Católica.

Van por más; por el todo creo.

Y entiendo que debo detenerme brevemente, en una
¿cómo decirlo? coreografía de la historia de
la religión.

Se habla con fruición en estos días de los
secretos de una especie de Codex

Secreto que Leonardo dejo plasmado en sus
obras.

Ciertos mensajes subliminales, en consonancia con su
pertenencia al Priorirato de Sion.

Se toma como emblema, una figura a la izquierda de
Nuestro Señor, en su fresco de la Última
Cena.

La falta de fe de la grey católica es tan
abrumadora, que la gente ha comenzado a aceptar que esa silueta
no es la de Juan el Evangelista, el menor de sus seguidores -de
allí su fisonomía juvenil y un tanto feminoide, en
consonancia con la homosexualidad del autor- sino la de Maria
Magdalena.

Y que el Santo Grial, en realidad era el vientre de esa
discípula, en cuyas entrañas llevaba al hijo de
nuestro Cristo.

Evidente es que nadie ha reparado en un
detalle:

Que en la pintura existen solo trece rostros.

Esto es, el de nuestro Salvador y sus doce
apóstoles, incluyendo a Judas que esconde en uno de sus
brazos una daga, que no es otra cosa que la alegoría de la
traición inminente.

¿Acaso Da Vinci cometió la torpeza de
omitir la figura de alguno de los apóstoles de nuestro
Jesús y la reemplazo deliberadamente por la de una
mujer?

Para que el invento de estos apostatas tuviese
algún viso de certidumbre, la obra debería
contar con catorce representados
.

Todo es tan burdo y fantástico como el best
seller de Harry Potter.

Sin embargo Hollywood ha explotado esa patraña,
con una monstruosa toma de ganancias, aprovechando la credulidad
de los fieles, que por lo visto ya no son tantos.

También un tal Dan Brown, que ha mercado
diabólicamente con un relato, producto de su
maléfica imaginación.

Pero aceptando que me he extendido más de la
cuenta, sobre una sintaxis de lo eclesiástico, debo de
retornar a estas aguas.

Y para ello, a todas luces debo de colegir que nuestros
inicios, cimentados por dos instituciones que habían
ingresado, ya por entonces en un proceso irreversible de la
más evidente de las decrepitudes, que junto con la Iglesia
Romana fue abarcativa de la Corona de España, me otorgan
una de las primeras huellas, sobre la patología de esta
enorme porción de territorio sudamericano a punto de
fenecer.

Dentro de ese contexto bizarro del esquema de gobierno
colonial que tuvimos como institución formativa de nuestra
organización social, vemos que junto con los primeros
delegados reales, esto es los Virreyes, desembarco una
legislación que se remontaba a normas jurídicas que
tenían mas de cinco siglos de antigüedad, cuando
Alfonso X, las mando a compilar promediando la segunda
década del siglo XIII.

Esa legislación ya era demasiado desuetuda,
cuando se comenzó a aplicar en nuestras
tierras.

Pero así era todo lo hispánico por
aquellos tiempos.

Nacimos, por decirlo de algún modo, con un
retraso tecnológico.

Acaso otro dato, como dicen los cursis de hoy en
día no menor.

En la misma dirección, debo adicionar que el
destino virreinal, era una suerte de premio excelso para el
elegido por el Monarca de turno, para cubrir dicha
vacante.

Un autentico coto de caza.

Ya que los ungidos con esa dignidad real, además
de administrar a su arbitrio la recaudación tributaria de
entonces, se familiarizaban, seguramente por los soplos de sus
dependientes de planta, de otra actividad mucho más
lucrativa que la mera salarial.

Que era la del Contrabando de cueros salados
principalmente, que hacían trasladar hacia el puerto de
Montevideo, como equipaje personal no registrado rumbo a la Madre
Patria, burlando así el propio contralor aduanero, que era
el designio principalísimo, que los había
traído hacia nosotros.

El Comisario Romay, en su extenso libro La Historia de
la Policía, cuenta con fundada elocuencia, que el primer
administrador de la Aduana Porteña, de apellido
Guadarrama, que fue puesto en ese cargo para reprimir esa ominosa
criminalidad fiscal, dice en uno de sus apartados:
"…A los cinco días de su nominación
fue encontrado acuchillado mortalmente en las inmediaciones del
Fuerte".

Nacía con ese luctuoso suceso, una cadena de
inequidades que luego se institucionalizó con
idéntico fervor al del Himno Justicialista.

Cierto es que estas Dignidades no actuaban sin la
complicidad de los comerciantes locales, que a su vez
hacían su agosto, al advertir que la norma
jurídica, carecía de la vigencia mas incipiente y
junto con el uno sacaban agua del mismo pozo.

Tenemos pues que el primer atisbo de la
Organización Nacional, tuvo su genesís en la
corruptela que era avalada en idéntica magnitud, como
vemos, por criollos y fuereños.

La figura del Genoma Patrio comienza a exhibirnos, tan
solo una pequeña parte de los elementos formativos de una
Sociedad con sus pies de barro.

Pero se acentuaría mucho más con los
años; vaya que si.

Posiblemente el asunto de esta elusión de
tributos, se dio aquí en Buenos Aires, con ese
enfervorizado apetito, en respuesta a la ausencia de codiciados
metales preciosos como el oro & la plata, que en exceso
disponía el Virreinato del Perú.

Los años transcurrieron apaciblemente, en
convivencia muy pacífica con la tribu indígena
local: Los Querandíes.

Que carecían de la fiereza de los siouxs,
cherokees, comanches, cheyennes, arapahoes y pies negros de
Norteamérica, porque todos: infieles y
Cristianos,

Disponían de un mismo alimento: Las vacas
cimarronas, que pastaban mansamente por doquier.

Por aquellas regiones del norte del hemisferio, los
indios y los colonos, solo podían consumir búfalos,
que era parte esencial de la ingesta blanca e indígena, y
en tiempos de pronunciada estrechez, su propia y escasa
caballada, cuando se tornaba en no tractiva.

Todo fue mucho más fácil para nuestros
primeros antepasados criollos, que no conocieron de
adversidades.

La especulación que ganaba fácilmente
terreno, sobre una industria artesanal obsoleta y divorciada en
un todo con sus pares del norte, nos estigmatizo con la ley del
menor esfuerzo.

De la mano, nada menos que la violación
tributaria, que rápidamente se transformo en
endémica.

Con esa cultura que premiaba la evasión fiscal,
el acicate de la molicie capto velozmente un modo de ser, de
actuar; de burlarse de una legislación que les facilitaba
enormemente el deber cívico de abonar impuestos de
naturaleza proporcional y equitativa.

He despachado un quizás demasiado extenso
párrafo, sobre este tema del incumplimiento legal sobre el
pago de contribuciones impositivas, porque ello nos ilustra sobre
una pandemia que hizo estragos en la erección de las
columnas del crecimiento y por ende del desarrollo.

Las colonias de ultramar americanas, para 1776 se
independizaron de un Jorge III, al que no conocían ni por
un retrato pintado al óleo, porque ese foráneo y
lejano soberano, se permitió aumentar a los inconsultos y
sacrificados agricultores el Impuesto a las plantaciones de
Té.

Se podrá observar sin demasiado esfuerzo, que una
mera cuestión de incremento aritmético, se
transformo para los Contribuyentes de esas tierras en una
exacción ilegal.

El grito libertario fue unánime y por estrictas
razones de una adecuada lectura sobre las más
básicas normas de interpretación.

Lo que se conoce como economía política y
la equidad de las cargas impositivas.

Porque de seguro además, el delegado real
británico de turno, no era un contrabandista consumado,
como si lo fueron, sus pares del Río de la
Plata.

Y si lo hubiese siquiera intentado, los farmers
habrían arrojado presurosamente sus restos, luego de un
sumarísimo proceso, al río Potomac.

Todo se realizó dentro de un legítimo
marco jurídico.

A un tecnicismo legal para decirlo más
apropiadamente.

La guerra fue muy cruenta.

Arrojar las columnas exhaustas de casacas rojas al
despeñadero de York Town, cuatro años
después del principio, les irrogo a los colonialistas
todos sus ahorros.

Incluso se emitieron durante el proceso bélico
los primeros Bonos de

Guerra, para que pudiesen financiarse las hostilidades
contra los empecinados ingleses.

Fue toda una gesta, porque las coincidencias superaban a
las disidencias de esos valerosos labriegos de las trece
colonias, que se desplegaban de sur a norte en la costa este de
ese proyecto de nación soberana.

Ni Washington, ni Jefferson, ni Franklin, entre los
más ponderativos Padres de la Patria estadounidenses,
extrajeron la más mínima utilidad de esa contienda,
que les otorgo a sangre y fuego su propia identidad.

Recibieron, debo admitirlo, ingentes cargamentos de
pertrechos, por parte de Luis XVI, quien además destaco
tropas regulares galas y a uno de sus mejores y más
jóvenes Generales como Lafayette.

Los franceses debilitados en el Quebec canadiense por la
superioridad estratégica de los mandos ingleses,
precisaban de un notorio debilitamiento de las posesiones
británicas un poco más al sur.

El esfuerzo financiero para este Capeto fue tal, que las
arcas reales quedaron prácticamente en la
bancarrota.

Y una de las grandes ironías de la historia, se
presenta una vez más, a poco de analizar este singular
suceso.

La revolución estadounidense, acaso como una
reencarnación de la Atenas de Pericles, hizo de
ideóloga, para que poco más de una década
después, los jacobinos de Maximilien Robespierre, copiaran
el modelo de los valerosos Yankees, para decapitar a quien les
presto una invaluable colaboración a los mentores de sus
propios verdugos.

Algo similar sucedería en 1935, cuando la Gran
Bretaña, financio el rearme alemán y
fortaleció aun más la figura de Adolfo Hitler, que
bombardearía Londres cinco años después, con
el producido de esos mismos fondos.

Como sea, el caso es que la gesta libertaria
norteamericana para independizarse de un reino en plena
expansión colonial, fue durísimo de llevar a
cabo.

Pero les galvanizó el temple y el
carácter.

Contaban asimismo con otro factor aglutinante, que era
la uniformidad del idioma y una férrea
determinación de equiparar a sus antiguos amos en la
conquista de sus vecinos.

Pero tenían para si, una educación y un
conjunto de principios y conocimientos heredados de sus mayores,
que les allanaría enormemente el sendero a
transitar.

Para 1812, mientras nosotros discurríamos acerca
de apoyar o no a la Junta de Cádiz, los ingleses
destacaron una Task Force de proporciones gigantescas.

Desembarcaron en Virginia y avanzaron rápidamente
hacia la capital.

Cuando arribaron presurosamente a Washington, a modo de
aviso que retornaban por el todo, incendiaron toda la ciudad
incluyendo al Capitolio y a la Casa Blanca.

Tuvieron que expulsarlos en las adyacencias de Nueva
Orleans.

Se atesoran pocos recuerdos de esa segunda y ultima
incursión británica para recuperar sus antiguos
territorios.

Encontré uno de ellos cuando visite hace muchos
años el Puerto de Mobile en la sureña
Alabama.

Al ingresar a un pub del centro, observe que
detrás de la barra, un recuadro de cristal guardaba los
restos de una bandera norteamericana de la
época.

Se podía leer sobre ese desteñido
distintivo una frase:

"Libertad…tu estandarte desgarrado pero
airoso se abre paso amenazante".

Mal que les pese a muchos, la Inglaterra que fue
romanizada durante casi cuatro siglos, tomo de sus invasores
italiotas, un modelo hegemónico y una organización
militar, aprendidos a sangre y fuego, luego de las innumerables
derrotas de sus tribus, antes de la evangelización de las
mismas.

Cuando el Imperio se retiró de ese
archipiélago en el siglo IV, la disciplina quedó
acendrada en sus pobladores, siempre renuentes a ser subyugados
por una potencia extranjera, frente a la que se rendían
todos sus vasallos del resto de la Europa continental.

Tomaron de Roma lo mejor que ella les había
prodigado, ergo su cultura y renegaron de lo peor que era la
sumisión como una simple provincia.

Generaron una estirpe con identidad, que coadyuvó
en mucho a sepultar las diferencias intestinas, precedentes a las
legiones imperiales que los gobernaron con rudeza.

Recibirían incluso mas ayuda étnica,
cuando la invasión Normanda de Guillermo el Conquistador
en el Siglo XI, generando un nuevo crisol de razas con sangre
alemana, francesa y también vikinga, que
rápidamente se mimetizó con la sajona
vernácula, como una sola.

Supieron, por haber sufrido durante centurias, lo que
era la noción de la ausencia de libertad en el
mediodía del Siglo XIII, cuando obligaron a Juan
Plantaginnet, para que suscribiera la legendaria Carta Magna, que
atenuaba severamente los privilegios de la monarquía por
sobre la de sus nobles, generando incluso la figura
jurídica del habeas corpus.

Fue el principio con un sucedáneo posterior,
cuando los free Holders liderados por Cronwell, le cercenaron la
cabeza al Rey Carlos I, luego de una salvaje guerra civil, que
prácticamente diezmó a las islas británica e
irlandesa de población masculina.

Esa era Inglaterra.

La de Merlín y los Druidas.

La de Boudica, una indómita reina que
combatió viuda y junto a sus dos hijas, a lo más
granado de las legiones de Roma, pereciendo en el
intento.

Una tierra abigarrada de leyendas de caballería y
de soberanos míticos como Arturo, posible Tribuno romano
que optó por permanecer en esas tierras cuando el
éxodo de sus superiores.

La de Shakespeare y Beacon.

En contraposición con nuestro Alonso Quijana
cervantino, el caballero de la Triste Figura.

Vemos así cuan diferente fue la historia paralela
de una España, con una molicie expansiva y una Inglaterra
templarizada en un destino de sueños y
hegemonía.

Los procesos de conquista americana fueron casi
simultáneos.

El resultado y el producido de ellos, bueno creo que a
la vista están.

Nuestra identidad genética actual, mucho tiene
que ver con estos episodios históricos, que al fin de
cuentas no son más que un conjunto de hechos y
circunstancias.

Pero que le servirán a un objetivo lector, para
que principie en el tomado de notas comparativas.

Ni España ni Inglaterra eran opulentas
geográficamente, cuando pugnaron por la conquista
americana.

Mas bien eran las de menor riqueza europea.

No contaban como los italianos con el valle del Po, ni
los franceses la Provence.

España contó con el sentido de la
oportunidad cuando fortuitamente Cristobal Colón
desembarcó en la hoy, Republica Dominicana.

Tuvieron la iniciativa, pero la
desperdiciaron.

Los ingleses, que no lanzaron de inmediato planes
coloniales en el norte de América, apostaron por algo
más astuto: La piratería.

Fue así como sus Capitanes, saquearon más
de la mitad de los embarques auríferos, que se despachaban
del Nuevo Mundo a los puertos españoles.

El resto del botín también se
perdió parcialmente, entre los fiducios de los
funcionarios españoles que ocultaban las remisiones a la
Hacienda Real, declarando a veces menos de la mitad de los
cargamentos y el remanente, producto de las tempestades, que
reposa en el lecho oceánico del
Atlántico.

Surge así, un fenotipo que particularmente los
argentinos copiamos a pie juntillas:

La Dilapidación y la Ausencia de Contralor de
la Riqueza
.

Pero perfeccionaríamos eso y
multiplicaríamos sus consecuencias.

Debo con esta introducción mediante, trasladarme
a nuestra tierra.

Esa de las inmensas e inagotables
oportunidades.

Para el siglo XVII, Argentina, bendecida con los cuatro
climas y emulando al bíblico jardín del Edén
de la Mesopotamia iraquí, en la que el trigo surgía
como una maleza, no sabíamos de necesidades ni infortunios
naturales.

La comodidad placentera de un territorio inmensamente
rico, y con una población pecuaria en constante
multiplicación, permitía avizorar que las cosas
pintaban como para un apogeo tras otro.

Y así fue.

Córdoba, Santiago del Estero y Mendoza comenzaron
a poblarse, al igual que Santa Fé.

Sin guerras ni arados.

No eran menester, para un desborde de recursos naturales
que el hombre tenia a su disposición a flor de tierra, sin
esfuerzo.

Para esa misma época, los pioneers
norteamericanos, que se internaban fuera de la costa este, en la
búsqueda de nuevas oportunidades, eran frecuentemente
masacrados por indígenas hostiles.

Aquí, la colonización masiva tuvo su
bautismo de fuego, recién más de trescientos
años después, en la segunda mitad del siglo
XIX.

Otro tilde que el lector deberá hacer para
secuenciar adecuadamente esta incomprensible y trágica
trama de eventos.

Con una geografía pródiga, los
españoles no despacharon labriegos a nuestras
tierras.

Dejaron enormes extensiones sin poblar y menos aun
desarrollar.

Los asentamientos jesuíticos que se ubicaron en
la actual provincia de Misiones, le imprimieron más
carácter y tesón que la más audaz iniciativa
procedente de cualquier Virrey en ejercicio del cargo.

Los reyes extendieron, lo que en aquella época,
se denominaban como Mercedes Reales, esto es enormes
latifundios, a favor de sujetos que en muchos casos ni llegaban a
conocer minimamente esas heredades, por algún dudoso
servicio a la Corona.

Con ese paso cansino de crecimiento demográfico,
se establecieron sí, las pulperías, que luego se
transformarían en Almacenes de Ramos Generales, volviendo
rápidamente prósperos a los comerciantes a
españoles, principalmente oriundos de Asturias y Galicia,
que comerciaban por igual con cristianos y salvajes.

Pero no desembarcaron suficientes elementos de labranza,
ni quienes se hicieran cargo de ellos con
decisión.

En esa Pampa tan fértil como lacónica y
solitaria, emerge un nuevo hombre, diferente al elemento
colonial: El Gaucho.

El mismo que inmortalizaron Hernández,
Martínez Estrada y Martiniano Leguizamón, entre
tantos otros.

Omitiré el perfil folklórico, como ya lo
he anticipado, para no utilizar lugares comunes.

Pero destacaré dos matices, suficientemente
ejemplarizadores del personaje en cuestión y de la
fertilidad de una tierra que tenia como inútil y
desaprovechada aliada.

Este curioso biotipo rioplatense tenía distingos
muy marcados con respecto al resto de los mortales.

No montaba en yegua.

Era trashumante, por esa soledad que había
elegido como destino de sus días.

Y cuando en medio de su errático peregrinaje, se
le despertaba el apetito, lanceaba cualquier vacuno y lo
desollaba, tan solo para ingerirle la lengua, tras lo cual
proseguía su camino.

No existen desde los tiempos de Los Caldeos, hasta la
colonización norteamericana incluso, un antecedente de
este porte.

Un individuo que seleccionaba el sexo de su cabalgadura
y que ni se tomaba la molestia de cuerear a su ocasional presa de
almuerzo, para comercializar el excedente de su ingesta, como por
ejemplo el cuero.

Ni siquiera el cowboy norteamericano, de vida tan
igualmente rumbosa, puede equipararse al nuestro.

Al Gaucho lo han denostado personajes tan trascendentes
de nuestra historia, como el propio Sarmiento, quien lo dejo
reflejado en su correspondencia a Mitre, que todos
conocemos.

Incluso José Hernández, nos deja un sutil
y tal vez encriptado mensaje,

respecto a la masculinidad y a su desapego a las
normas.

Cuando su personaje Martín Fierro elige en una de
sus travesías a un Sargento, desertor del Ejercito de
línea, como Cruz y repudiando de una manera muy
poco

sutil a la mujer o La Chancha, a quién
no duda en ridiculizar con estrofas de mofa.

Es precisamente el Gaucho, el lazarillo que nos
podrá conducir hasta las entrañas de ese ser
nacional que es el argentino promedio.

Porque, teniéndola al alcance de su mano,
desprecia la riqueza que le prodigaba un territorio
inculto.

El Gaucho es el desiderátum de la
argentinidad
.

Porque es un personaje aun venerado en la cultura
popular.

No importa si era pendenciero y
holgazán.

Muchos dicen, y es muy probable que en lo cierto
estén, que sin la mano de obra de los gauchos errantes, no
se hubieran podido alambrar los campos.

Es muy posible, ya que estos Compatriotas, no se
asentaban en ninguna parte, más que transitoriamente, como
lo hacen actualmente los trabajadores golondrinas.

No deja tampoco de ser acertado, que con la leva de
estos sujetos, se formaron los cuerpos del Ejército, sobre
todo en la contienda contra el Paraguay, que roció con
miles de sus cadáveres los esteros chaqueños y
formoseños de entonces.

Pero no caeré en la celada de calificar al gaucho
o a su estirpe.

Porque según creo tuvo tanto de malo como de
bueno.

La circunstancia en la que pretendo establecer un
adecuado reparo, es en el linaje de un individuo, que
nació al compás de las bondades infinitas de la
tierra que lo vio nacer.

A la que no le guardo ninguna reverencia.

Mucho menos aun, en un pacífico y prometedor
asentamiento en ella, para progresar a sus expensas.

Irónicamente, la hambruna que fue el motor y
acelerador de todas las batallas, mediante las que los pueblos
europeos y asiáticos se masacraron en funestas guerras
durante cuarenta siglos, no le hizo mella a un sujeto que no
conocía de historia, y menos aun de penurias
gastronómicas.

Si realmente nos gobernará la voluntad de
entender a este Pueblo Argentino, con sus inexplicables estigmas,
imperativo es que analicemos estos simples sucesos, que no forman
parte de recientes descubrimientos de investigadores
científicos del Discovery Channel.

Basta con revisar sucintamente, la conducta de los
granjeros norteamericanos, que contemporáneamente a su
época, incursionaron en el medio oeste, con el fusil en su
brazo izquierdo y el arado por delante.

Las oportunidades incluso, fueron mucho mas mezquinas
para esos labriegos, que para el Gaucho, porque las tierras de
Arizona, Utah, Colorado, Missouri, Idaho, Montana, Indiana,
Arkansas, las Dakotas, Kansas y California, que fueron las
primeras en colonizarse, no contaban ni todas juntas incluso, con
las bondades agrícolas, pastoriles, climáticas e
hídricas de nuestra llanura pampeana.

Con esta breve sinopsis, creo que todos podemos estar
contestes, de lo que la desaprovechada abundancia provoca en sus
beneficiarios, cuando además carecen de una disciplina
formativa y de principios, como fue el caso de los
norteamericanos.

Pero sin recurrir tanto a la historia y
ubicándonos en tiempo presente, podemos observar sin
esfuerzo esos idénticos matices, con solo mirar a nuestro
alrededor en vastas zonas de nuestra geografía, y advertir
lo que se conoce como Los Campos de
Cría.

Esa denominación no es económica sino
cultural
.

Otro fenómeno, producto de una sola regla: La
Abundancia, pero volveré sobre ello mas
adelante.

Ya que debo tratar de seguir la hilación
cronológica de este sendero de entuertos, que ha sido
nuestra azarosa historia.

Para el 27 de octubre de 1777, la institución
virreinal, tenía su propio sello aquí en el
Río de la Plata.

Paradójicamente en contemporaneidad con los
patriotas norteamericanos, que ya luchaban cuerpo a cuerpo con
los ingleses, por el predominio de su independencia en los valles
de Connecticut.

Cierto es que las noticias no tenían por entonces
la velocidad actual del twitter.

Pero no lo es menos, que una epopeya como la pugna de
los anglosajones, en disputa por el principio de territorialidad,
no tardaría mucho en hacerse plenamente conocido por
todos.

Nosotros nos demoramos cuarenta y siete años
más, para proferir un definitivo grito libertario, luego
de la batalla de Ayacucho, cuyo desenlace tuvo lugar a más
de seis mil kilómetros de Buenos Aires, en territorio
peruano.

Lo que me lleva a reiterar una afirmación que
hice muchos años atrás en otro trabajo.

Una falacia de proporciones alarmantes, nos dice
sistemáticamente que el 25 de Mayo, cumplimentamos el
bicentenario del nacimiento de la Patria.

Nadie puede desentenderse del hecho que ese mismo
día, doscientos años atrás, lo que se
juramentó en las instalaciones del Cabildo, fue una
ratificación de lealtad absoluta e irrestricta a la figura
de Fernando VII,
prisionero de José Bonaparte,
regente del reino español, por aquellos
tiempos.

De libertad nada; de independencia menos
todavía.

Incluso Belgrano, Castelli y Moreno, infructuosamente
intentaron un acercamiento con la española Princesa
Carlota, dando lugar a un fallido intento de lo que se
conoció como El Carlotismo.

Que además los destrató con un pronunciado
desaire.

¿En que periodo de la historia universal, sin
distingo de lugares y etnias, una revolución fue
proclamada, reivindicando al Soberano de cuyo yugo, los
revolucionarios pretendían escindirse?

Tenemos aquí, el gran primer acertijo sobre la
morfología extraña de la novelita rosa con la que
fuimos educados.

Esa ausencia de distingo, nos dejaría poco a poco
una marca indeleble, algo así como el Estigma Argentino
que como un embrujo nos ha atrapado en su telaraña, en
estas dos centurias de falsas gestas
patrióticas.

Mientras tanto en una suerte de sinrazón, entre
los que comenzaron a autotitularse Criollos y los que se
denominaron Realistas dieron inicio a una absurda y
titánica guerra civil.

Porque eso fue lo que aconteció hasta el
último combate ayacuchense.

Desde 1810 y por catorce años consecutivos hasta
la preindicada batalla, lo sucedido en toda la América del
Sur, fue una tan confusa como inexplicable contienda
fraticida.

Ya que las tropas regulares de ambos bandos, estaban
compuestas por nativos sudamericanos
, incluso muchos de los
oficiales superiores y generales devotos a la corona
española, como entre otros Pío Tristán,
compañero de estudios de abogacía en Salamanca, de
Manuel Belgrano.

Lo que pretendo expresar a través del relato, es
la dicotomía que existió en un movimiento
independentista que tuvo un ideario
errático
.

Ni siquiera podemos tomar como un apéndice de
ello, al rechazo de los británicos en las invasiones de
1806 y 1807, porque era una lidia entre ambos Reinos.

Y lucharon en la misma trinchera, tanto criollos como
españoles.

Todo el mal llamado movimiento libertario de la
América del Sur, fue muy en el fondo una mera comedia de
traiciones entre todos los participantes de la misma.

Se venera la figura de José de San Martín,
como nuestro Padre de la Patria, induciendo a un severo error de
apreciación a los infantes en las escuelas.

Este discípulo de Miranda, no fue otra cosa
que un disciplinado agente británico
.

Hizo la campaña de Chile y Perú como un
mero mandadero del Foreign Office de Londres, para que el
proyecto concebido por Simón Bolívar de una
Confederación de Estados Sudamericanos quedara
trunco.

El plan inglés para la América del Sur,
era muy simple.

Establecer repúblicas autónomas, no solo
para debilitar un proyecto aglutinador y hegemónico, sino
además, para que ninguna de las nóveles
naciones tuviese un predominio bioceánico.

Así lo planificaron y sus delegados criollos como
San Martín y Alvear, entre los más descollantes,
cumplieron impecablemente su cometido.

De esta forma, sencilla y con la complacencia de su
ejecutor ¿El Santo de la espada?, nuestra Patria,
con todo el esfuerzo bélico de la campaña de los
Andes, con la sangre y los recursos de todos los Argentinos de
entonces, le otorgo a Chile y a Perú un principio de
soberanía que carece de antecedentes en cualquier plano de
la historia universal.

No merece San Martín, el sitial que se le tributa
por una suerte de verdad apodíctica, que no resiste el
más mínimo chequeo.

Si algo se puede deducir de cualquier episodio
histórico desde los tiempos de los babilónicos,
para tomar a la sazón una de las civilizaciones más
remotas, es que todas sin excepciones, bregaron exclusivamente
por el expansionismo.

Ningún pueblo tomó la iniciativa de
liberar a sus vecinos.

Lo contrario es lo que podemos extractar de una simple
lectura.

Incluso revisando en cualquier contexto y desde el mas
subjetivo de los ángulos que se puedan observar, hasta los
propios griegos, que trataron de erigir su distingo, tuvieron que
nuclearce para resistir a las permanentes invasiones
persas.

En fin, analizar el transcurso de los eventos de esta
parte del continente, solo nos puede conducir a un sedimento
amargo de estas deidades, que no han sido más que falsos
iconos.

Mientras aun en este siglo XXI, existen reyertas
irresolutas entre vecinos, como Chile con Bolivia y Perú,
y este con Ecuador, o Nicaragua, El Salvador y Honduras, por
delineamiento de fronteras, veo cuanto nos separa de nuestros
vecinos norteamericanos, que formaron una sola Nación, en
homenaje a la identidad de religión y del
idioma.

Nosotros que contamos con esas mismas vertientes, nos
redujimos a ser un conjunto de republiquetas bananeras que
integramos el mismo circuito, en algunos casos como el nuestro
sin plátanos.

Los europeos, a lo largo de toda su existencia se han
enfrentado como si no hubiesen salido del caledonico, porque no
tienen ese nexo idiomático común.

Aun hoy en plena convivencia pacifica de la Comunidad
Económica, cuando sus diputados concurren a la dieta de
Estrasburgo, deben ser acompañados de interpretes, para
poder comunicarse entre sí.

En toda la Europa continental, solo Alemania y Austria
tienen un idioma común.

Francia y una porción de
Bélgica.

El resto no.

Dejaré de lado a Suiza que es una suerte de
humorada sobre la nacionalidad.

Esa amalgama del lenguaje, ha sido una constante de
reivindicaciones y traumas, desde los días de la
caída del Imperio Romano en el 453 hasta nuestros
días.

La moneda y la economía comunitaria son hoy en
día, una suerte de refugio, que los tiempos actuales
exigen a las economías de mercado, y a pesar de ello
posiblemente se enfrenten a su disolución monetaria, por
esas, ahora parece que podemos avizorar, irreconciliables
diferencias que anidan en sus nacionalismos no
disueltos.

Pero nosotros que pudimos erguirnos como una sola
Nación, con epicentro aquí mismo en Argentina,
desdeñamos ese anhelo.

Por la culpa exclusiva de ese mítico San
Martín que no ha sido mas que un fraude.

En momentos en que decidimos separarnos del absurdo
vasallaje español, nuestra frontera virreinal, alcanzaba
hasta Rió Grande Do Jul y la Isla de Santa Catalina,
incluyendo al Uruguay, claro está.

Pero nos desmembramos por una ausencia de identidad
nacional.

Ese zigzagueo sin propósitos conocidos, nos fue
formando en ese carácter liviano, ligero y ausente de un
compromiso de sangre, del que hoy tanto debemos de
lamentarnos.

Pasando por alto, las intromisiones y artimañas
papales, como ese absurdo Tratado de Tordesillas, que les otorgo
a los Portugueses, esa inmerecida masa continental, conocida como
el Brasil.

Nuestro primer Presidente Bernardino Rivadavia, nos
obsequio la enfiteusis
, para 1824.

La cancelación de este vergonzante
empréstito se realizó, ochenta años
después ya adentrado el siglo XX y multiplicado en
más de cien veces de un capital originario que nunca
percibimos
.

El destino del dinero para un supuesto desarrollo, se
vaporizó entre coimas embolsadas por ese mulato y
sus amigos, las abultadas comisiones de intermediación de
los mismos prestamistas británicos, y una
multiplicación exponencial de los intereses de una masa
dineraria que no arribó a este destino, más que en
una minima parte.

Les disputamos a los brasileños la
soberanía de la Banda Oriental, y nuestros gloriosos
granaderos comandados por un patriota con
mayúsculas:

Juan Galo de Lavalle, los vencieron definitivamente en
la legendaria batalla de Ituzaingo.

Pero merced a los oficios de este perdulario y canalla
de Rivadavia y su sumisión a la corona británica,
nacía el Uruguay, como otro ejemplo de la diplomacia de
Saint

James: El Estado Tapón, que ya
habían ejercitado con éxito, cuando la
fundación de los países bajos europeos, para
impedir el predominio sobre ellos de Alemania y Francia
respectivamente.

Así nos presentamos al concierto de las naciones,
con un sistema presidencial tan abyecto como silente.

Ningún gobierno, ni militar ni civil, hizo nada
antes de ahora, por incoar un proceso revisionista de las
cimientes de esta maltrecha Patria.

Nada es casual.

La guerra civil que antes manteníamos con los
españoles, tuvo una segunda fase a partir de esos
días.

Su marcada vigencia se extendió durante treinta
años, hasta que Rosas huyó como un merodeador, en
una fragata inglesa, con un especial salvoconducto, extendido por
el responsable de la legación británica, a quien le
solicito cobardemente asilo diplomático.

Iré por este sujeto a
continuación.

Juan Manuel de Rosas, es uno de los pocos casos testigos
de deserción frente al enemigo, al no concurrir
al llamado a filas durante la primera invasión
inglesa.

Su padre se presento ante el comandante del regimiento
al que había sido destinado su hijo, con un dudoso
certificado médico de insalubridad, extendido por un
familiar suyo, boticario de profesión; Bosch de
apellido.

Rosas fue un idóneo en el tema de
administración de campos.

Había sido mayordomo de los de sus primos los
Anchorena y en dicha función tuvo buen ojo para indagar en
la psicología gauchesca.

Con bastante precisión, redactó un manual
para conocimiento de los hacendados.

El fue uno más de ese grupo.

Y con esa dinámica manejó a su antojo a la
Argentina: Como su propia Estancia.

Perfeccionó todos los desaciertos
españoles de centralizar en Buenos Aires a la
única sede aduanera de la Nación
.

Acentuó el embudo del comercio de toda la
republica, para asegurarse la percepción de todas las
rentas fiscales, como lo hicieron sus predecesores: Los
Virreyes.

Retraso con el monoproducto de los cueros, el
crecimiento de una economía demasiado hundida,
retrógrada.

En el paralelo, formó a un grupo de carniceros:
La Mazorca como una especie de guardia pretoriana, que
asoló el territorio argentino, con la cacería de
sus opositores.

Quienes caían en las garras de estos
"intelectuales" eran pasados a degüello, con dos
modalidades: el violín o el violón, según se
cercenara la cabeza del infortunado por delante o por
detrás de su garganta.

Pacto con los indios que anidaban del otro lado del
Río Salado, al solo efecto de ensanchar sus dominios
personales y multiplicar las hectáreas que pasaron a
engrandecer en forma aviesa y cínica su ya por entonces
enorme patrimonio personal.

Estableció una línea de cadenas y unas
vetustas baterías de artillería, en las
inmediaciones de San Pedro cuando una flota mercante
anglo-francesa, se

aprestaba a remontar el río Paraná, para
comerciar con Paraguay, sin abonarle un peaje a el por ese
tránsito.

Los nacionalistas, establecieron a esa fecha: el 20 de
noviembre como el día de la Soberanía.

Hace años he concluido, que estos defensores del
Ser Nacional, fueron tan nocivos por esa voluntaria
miopía, como los anarquistas, en las antípodas de
una línea de razonamiento ideológico.

Luego que el Campeón de la Causa Argentina se
asilo confortablemente en una finca de Southampton en la Gran
Bretaña del sur
, otro Estanciero lo sucedió en
la suma de ese poder cesarista, estilo rioplatense: Justo
José de Urquiza.

Se me torna muy dudoso, inclinarme hacia uno u otro,
para determinar quien de los dos se destaco más por su
vileza.

Rosas se acaudaló criminalmente a expensas de los
esfuerzos de todo un pueblo.

Pero este Urquiza no fue menos ruin, cuando
aceptó una montaña de oro
, por parte de la
Casa de Braganza, para que tropas brasileñas se
desplazaran por las calles de Buenos Aires
, cuando el
desfile posterior a la derrota rosista en Caseros, como una
hueste militar falsamente victoriosa
.

Una cruel e injusta venganza por la humillante derrota
de los soldados de Don Pedro en Corrientes.

Con ese dinero espurio mando construir el Palacio San
José, de una arquitectura tan avanzada para la
época, que hasta disponía de una red propia de agua
corriente, que no se conocía ni siquiera en las mansiones
mas pitucas porteñas.

En su defensa, no son pocos, los que dicen que al menos
nos otorgó una Constitución.

Y no faltan a la verdad quienes así se
manifiestan.

Pero un sujeto que acepta un soborno y mas aun de
una potencia extranjera
, queda incurso por ese solo hecho,
dentro del tipo penal especifico de Traición a la
Patria
, y jamás podrá contar con una
reivindicación histórica, mal que les pese a
nuestros hermanos entrerrianos que tanta veneración le
dispensan.

Pero seria por demás reincidente en esas
correrías monetarias, casi una década
después, cuando nos alineamos con Brasil para destruir al
Paraguay.

Invitado a participar en la contienda por otro canalla:
Bartolomé Mitre, desdeño el convite y se
limitó a venderle al Ejercito de Línea, treinta mil
caballos, por los que percibió una millonada de
patacones.

La guerra de la Triple Alianza, fue, ya que esta muy de
moda el término: un genocidio.

Solano López, pretendía una salida al mar
para extender su muy prospera economía algodonera,
ferroviaria y armamentista.

Inglaterra considero que era un plan demasiado
audaz.

Una potencia sudamericana expansionista no estaba en los
planes británicos.

Corrían el riesgo de no poder sujetar a esta
reedición del David bíblico.

Optaron por unirnos con el Brasil y la flamante
republica uruguaya.

Mitre se presto para esta felonía, urdida por la
masonería universal de la época, con sede en
Londres.

Nos alineamos con nuestro principal enemigo, para
derrocar y ultimar a otro que no lo era, al menos en
apariencia.

Y que además, después de todo, pugnaba por
correr sus fronteras a expensas de los bandeirantes.

No postulaba para invadir nuestro país, aunque
retenía para si el actual territorio misionero.

Podríamos haber negociado esa devolución,
como parte de una aventura conjunta.

Pero en vez de apoyar su pretensión, que a todas
luces era legítima y razonable, nos unimos al lado
equivocado de la contienda.

Si hubiéramos pactado con López,
podríamos haber recuperado nuestra antigua provincia
uruguaya.

E incluso, con ese formidable aliado, ya que era
cuestión de derramar sangre, estábamos militarmente
en condiciones, de ir por más, esto es, invadir el Brasil
y expandir enormemente nuestra geografía de
entonces.

De nuevo, vilmente renegamos de una política
hegemónica.

Con el Paraguay a nuestra izquierda, nada nos hubiese
detenido para hacer hondear el Pabellón Nacional en el
Palacio de Río de Janeiro.

Los historiadores clásicos, todos de ascendencia
mitrista justifican la alianza con los macacos.

Afirman que Solano López era un lunático e
irascible individuo y que no se podía razonar con
él.

Meras falacias para defender lo indefendible.

Este Guaraní, hubiera razonado muy
convenientemente, una alianza con nosotros para repartirnos un
Brasil, que no era una potencia de cuidado.

Ya los habíamos derrotado con altísima
superioridad y estrategia en mar y tierra.

Su enorme y pomposa flota era un flan, como nos lo
demostró el legendario Guillermo Brown, en la batalla de
Juncal.

Una alineación astrológica nos
favorecía convenientemente, pero la
desdeñamos.

El caso es que todos los jóvenes porteños,
concurrieron al llamado de las armas, de manera entusiasta como,
salvando las distancias, cuando lo de Malvinas.

Pero en los esteros paraguayos, conocimos la primera
derrota de nuestro Ejército.

Demasiados reveses.

Pocas victorias.

Nuestra infantería fue arrasada.

Después de casi cinco años de
hostilidades, ganamos una guerra vergonzosa, porque nuestros
adversarios se quedaron sin soldados, pertrechos, municiones y
alimentos.

Nosotros perdimos a la flor y nata de nuestra muchachada
y de muy corajudos gauchos, entre los primeros, los capitanes
Dominguito Sarmiento y Marcos Paz, hijo del
Vicepresidente de la Nación.

El Paraguay quedo diezmado de hombres
blancos.

Solo quedaban los restos de un sueño
trunco.

Indios, viudas y huérfanos constituían la
población de un país, que nunca lograría
recuperarse de esa herida mortal.

Hoy es apenas un territorio productor de marihuana,
promotor, receptor y distribuidor del contrabando e incipiente
asentamiento logístico de la guerrilla islamita en la
triple frontera.

Para la misma época de esta funesta contienda,
los estados sureños de Norteamérica, intentaron
continuar con un modelo económico agricolo-ganadero de un
tipo feudalista, habiendo transcurrido más de la mitad del
siglo XIX.

Los norteños, más avanzados que ellos,
pretendían nacionalizar un modelo industrialista, que era
ya una regla del comercio mundial.

El tema de la esclavitud, para esos tiempos
también era en un todo intolerable.

Los Confederados eran una minoría, mejor
adiestrados para el combate por la férrea disciplina
adquirida con el esclavismo, pero sin una industria militar para
nivelarse con sus oponentes.

A pesar de ello, la guerra se alargó por cuatro
tediosos años.

La resultante fue más de un millón de
muertos entre ambos bandos.

Es lo que suele suceder cuando las cosas se toman en
serio; con un compromiso no claudicante.

Pero toda una Nación, galvanizó
así su carácter
.

Y el sur ingresó en el seno de un país,
que pese a las bajas se alineo en un destino común, sin
cortapisas.

Es probable que algunos lectores, se irriten un poco,
por el constante paralelismo que he trazado entre nuestra
cimiente y la de los Yankees.

Pero se torna imperativo, si en verdad deseamos
escudriñar en nuestros fracasos y sus
éxitos.

Tuvimos idénticas oportunidades temporales y
espaciales.

Lo que emerge de estos comparativos, es una diferencia
cultural y también religiosa.

El peso novante de nuestra Iglesia, fue una
infranqueable barrera, que nos introdujo nuevamente en el
oscurantismo que la humanidad ya había padecido en la edad
media.

Somos descendientes de una forma de ser, encriptada,
nublosa, errática.

El plan de Bolívar de una Sudamérica
Unida, que podía incluso llegar hasta las márgenes
del Rió Grande en Méjico, era factible
técnicamente.

Pero el predominio del individualismo y la
villanía de sus contemporáneos pudo más,
mucho más que cualquier sueño.

Mientras nuestros ancestros peleaban entre sí por
absurdos protagonismos y cumplían la directiva inglesa de
esta carroñera división intestina, los gringos,
tomaban para si, Arizona, Nuevo México, Texas, California,
Florida y la Lousianna por compra a Bonaparte.

Un tiempo después también Alaska al Zar
ruso.

Eso era tener una pristina idea de lo que se conoce como
la teoría del espacio vital, que Alemania puso en vigencia
al invadir a sus vecinos entre 1939 y 1941.

Los norteamericanos como efectuaron esa estrategia un
siglo antes y con territorios poco poblados, lo pudieron
cristalizar sin traumatismos.

No fue hasta 1877, que Antonio Del Viso, gobernador de
Córdoba, dio el puntapié inicial de la
inmigración, cuando personalmente se trasladó a una
Europa, por entonces famélica.

Pero a pesar de esa visión progresista, para
aumentar nuestra población, se careció de un plan
de gobierno para acomodar a toda esa inmensa marea humana, que no
tenia un proyecto superador en un país que apenas se
estaba organizando.

Con un rango constitucional y una secuencia sin
interrupciones de fraudes electorales, producto de la gran
desorganización imperante en esos tiempos,

Sarmiento y Avellaneda, dos verdaderos espíritus
de plumas e ideas, intentaron gobernar a un territorio sin
ninguna identidad, más allá de las montoneras
precordilleranas y el asfixiante y arcaico centralismo
porteño.

Y me veo en la obligación de destacar un aspecto,
para muchos desconocido de Nicolás Avellaneda, quien
gobernó sin odios ni revanchismo.

Pese a que cuando contaba apenas con cinco años
de edad, fue obligado a presenciar el degollamiento de su
Padre
Marco, por parte de la mazorca rosista.

Hasta que le llego el turno a otro tucumano. Julio
Argentino Roca.

Desde joven, lo tuve como un gran Patriota.

Y no he de mudar de opinión a esta avanzada
altura de mi vida.

La Patagonia es nuestra pertenencia, merced a su
disposición bélica en perjuicio de las ambiciones
chilenas.

Nos dejo eso, que implica casi un tercio de nuestra
territorialidad, cuando incluso no se conocían las
ingentes riquezas gasíferas y petroleras, ignotas por esos
días y como voluminoso contrapeso, el nacimiento de
Néstor Kirchner que aun no se producía.

No masacro a los mapuches y araucanos que habitaban esas
tierras, como arteramente, pretenden endilgarle estos
historiadores progresistas que tenemos como referentes
indiscutidos hoy en día, ya que a la mayoría de los
capturados, se limitó a reducirlos en
servidumbre.

Pero en su disfavor, debo añadir que
realizó una pésima distribución de los
territorios patagónicos recuperados para la argentinidad,
al repartir entre veinte o treinta familias patricias esas
valiosas tierras, principalmente los Braun, los Menéndez y
los Martínez de Hoz.

Desaprovechó la oportunidad de establecer
minifundios para el asentamiento de colonos.

Que hubieran sido el motor de un sur, aun olvidado por
muchos.

Aplicó una política idéntica para
todo el sudeste de Buenos Aires y la totalidad de La Pampa, al
entregar en propiedad vastas extensiones de campos a sus
Comandantes de Campaña.

Gestando así, una oligarquía bastante
parasitaria
, que le recompró a los Militares sus
trofeos de conquista por unos cuantos pesos.

Esos latifundistas, fueron quienes se sumaron a esa
aristocracia tan rancia como sus orígenes
, de la que
hoy se mofa un gobierno de acratas.

Que encuentra, sin embargo bastante sustento entre los
más carenciados, porque los antecedentes de esas fortunas,
estuvieron absolutamente divorciadas del precepto bíblico
que ganaras el pan con el sudor de tu frente.

Con ese clase de sujetos, nació a la luz la
Sociedad Rural Argentina, cuya membresía no estaba
integrada por herederos de un tesonero espíritu de sus
mayores, sino de un rango social que pensaban que les
había prodigado un absurdo abolengo de muchas vacas
gordas y poco o nada de sacrificio.

Ese fue el severo desacierto de Roca, quien seguramente
quiso congraciarse con sus amigos tilingos de la
época y ganar el favor de una high society, a la
que no pertenecía por nacimiento.

Sin embargo en el terreno político Roca,
diseño una bisagra muy marcada, que de una manera
irónica y también dicotómica,
reseñó el inicio de lo que después se
conoció como El Orden Conservador.

Esta nueva corriente de pensamiento, que tomó
muchas de las enseñanzas de Avellaneda, se disoció
de una clase social que actuaba en forma oblicua.

Juárez Celman, concuñado y delfín
de Roca lo sucedió.

Promovió fuertemente la enseñanza
pública y la separación de la Iglesia del
Estado
, circunstancia que careció de
cuestionamientos, incluso por parte de los católicos
más devotos.

Leandro N. Alem, que era hijo de un mazorquero de Rosas,
paralelamente comienza a fustigar una forma de gobierno, que
estaba cimentando las bases de un país moderno y a la
altura de las grandes potencias europeas y la
norteamericana.

Junto con Aristóbulo del Valle y el
malandrín de Mitre, forman la Unión Cívica
Nacional.

Promoviendo la lucha contra el fraude electoral
principalmente.

Con algunos Militares encabezados por el Gral. Manuel J.
Campos, quien defeccionó secretamente en favor del
gobierno, se alzaron en armas.

Las hostilidades que se situaron en el asentamiento
actual del Palacio de Justicia, donde funcionaba por entonces el
arsenal militar, después de una breve refriega
culminó adversamente con las ambiciones de los
sublevados.

Pero el Presidente, caído en desgracia porque
Roca le bajo el pulgar, tuvo que dimitir.

Carlos Pellegrini, quien tomó las riendas por un
breve periodo, enfrentó para mediados de 1890, una de las
depresiones económicas más funestas de las que se
tenga memoria.

Muchos vecinos de Buenos Aires, llegaron a vender
las puertas de sus propias casas.

Y a pesar de todo, supo timonear la crisis, con la
fundación del Banco de la Nación, como entidad de
fomento para paliar la crisis, en tan solo dos años,
dejando al país ordenado.

Pero a pesar de la derrota, el fermento populista ya
había nacido de la mano de Alem, a quien siempre
consideré, pese a lo que gestó, como un hombre de
bien y honesto soñador.

Fue tal vez, la traición de su sobrino favorito,
Hipólito Yrigoyen, lo que determinó su
suicidio
.

Este último, quien fue diputado por el
Partido Conservador
o como se lo denominaba en la
época: el Autonomista Nacional, y que en su juventud
había sido un acosador sexual de algunas de sus
compañeras maestras
tuvo sobrada estrella.

La misma le facilito amasar una cuantiosa fortuna,
traducida en más de catorce mil hectáreas en el
Paraje El Trigo en el Partido bonaerense de Las Flores
, de
las que disfrutaron todos sus hijos
extramatrimoniales.

Tomaba mate en camiseta, sentado en el balcón de
su despacho cuando su primera presidencia.

Validando que las vendedoras ambulantes de empanadas y
tortas fritas, deambularan por los despachos de la Casa Rosada y
era afecto a acompañar sus ingestas de puchero con
champagne francés Chateau Lafitte.

Según cuenta Roberto Etchepareborda, cuando Roque
Sáenz Peña, sancionó la ley del sufragio
secreto y obligatorio, lanzó la siguiente proclama a todos
los afiliados radicales: "cumplido el sueño y el
anhelo del voto universal, entiendo que el partido radical debe
disolverse
".

Comenzaban así, las arengas para la
tribuna.

Porque también con él, se avizora la
fuerza de las masas.

Y a través de ellas su inexorable secuela: La
Demagogia.

Hipólito Yrigoyen fue, por definirlo de
algún modo: un diletante, un intrigante.

Simpatizante del Káiser Wilhelm, no se
pronunció a su favor.

Creando en los bancos y empresas de capital
británico, un autentico desconcierto.

Frente a una eventual derrota o acto comicial
teñido de un sesgo fraudatorio, ordenaba el
abstencionismo
.

Contaba con ese elemento precioso, de tener mucho
más culo que cabeza
.

En una de esas abstenciones, cuando lideraba la
Unión Cívica Nacional, Lisandro de la Torre, le
escribe unas líneas, acidas muy certeras y descriptivas de
la radiografía de los radicales de entonces; de
siempre.

En uno de los párrafos dice: Ante estas
decepciones, producto de esta resaca moral que disgusta del
vivir
(¡¡¡los radicales!!!) he llegado
a una conclusión
: Merecemos a
Roca
.

Yrigoyen lo reta a un duelo a primera sangre.

Pero De la Torre, sobrado sablista del Jockey, tenia
tanta mala suerte, que el peludo con un movimiento cansino y
fortuito, le produce un corte en la mejilla.

A partir de allí Don Lisandro, debió
cargar con su barba para ocultar esa ignominia, propia de la
casualidad.

Pero se le debe de reconocer la jerarquía, de
haber sido el primer líder popular, después de
Rosas, aunque nunca pronuncio un discurso público, ni hizo
apariciones dentro del mismo tenor.

Fue la primera expresión y tal vez sea la
única de la inmanencia invisible.

Con su gestión se da inicio a una nueva figura de
fraude a la administración

pública, cuando ordena crear el cuerpo
femenino de amas de leche
.

Sus integrantes eran casi todos pilosos
varones
, que ocuparon esas vacantes en homenaje al empuje de
otro fenómeno, también inédito y que seria
el estigma radical hasta los tiempos de Alfonsin: Los
Punteros.

El Yrigoyenismo tuvo ese universo: El de la
política barrial del comité
.

Los radicales, incluyendo a sus actuales referentes,
nunca pudieron introducirse a la verdadera Argentina en sus
mentes.

Son de los que piensan que si no entra el sombrero
hay que achicar la cabeza
.

Lo que con denodado afán si pueden ingresar a su
imaginario, es la cuestión de las alianzas, la
rosca.

Por ello Julio Cobos aceptó ser Vicepresidente de
un gobierno tan crapuloso en antecedentes.

Porque la posibilidad de integrar algo cercano al poder,
por más abyecto que ello sea, es suficiente
motivo.

Pero debo retornar al derrotero radical, para hacerle
justicia.

A Yrigoyen lo sucede un hombre bastante decente: Marcelo
Torcuato de Alvear, que era un digno exponente de los play
boys
de la decada de los veinte.

Unido en matrimonio a una cantante lírica, trato
sin mucha suerte de derribar el icono yrigoyenista.

Se rodeó de lo mejor del partido,
consensuándolo con hombres provenientes del ala más
acérrima de los conservadores, como el Gral. Justo y otros
como el Dr. Ortiz, que también renegaban bastante de la
figura de El Peludo.

Para el fin de su mandato, la Republica Argentina
ocupaba el décimo lugar del ranking entre las
economías más prósperas del
universo
.

Una prueba irrefutable de todo lo que se puede lograr en
una gestión de gobierno, libre de líderes
populistas.

Pero los grasas volvieron con Yrigoyen, quien
para 1928 ya era demasiado anciano.

Tanto que su Canciller Horacio Oyhanarte, le
imprimía un diario especial en la imprenta del
Congreso
.

Nunca volvimos a ocupar ese podio tan bien ganado por el
sacrificio y la disciplina del pueblo Argentino.

Pero la prostitución, entremezclada con la
política de los comités, para las costumbres de la
época y la gente de bien, resultaban intolerables,
asfixiantes.

Es así que para el 6 de septiembre de 1930, un
general de división: José Félix Uriburu,
entusiasmado simpatizante de las ideas de Primo de Rivera y
también de Mussolini, apodado como Von Pepe subleva a la
guarnición del Colegio Militar y con una
compañía de Cadetes, derroca al viejo Yrigoyen,
quien se refugia en La Plata.

Desde allí suscribe su renuncia.

También se escapa su Vicepresidente Enrique
Martínez, un oscuro cordobés, tío carnal del
que seria Vice de Alfonsin, quien según José
Luís Lanuza en su trabajo Balcarce 50, sabedor
del desenlace, dos días antes rubrica un cheque de la
cuenta presidencial
, en el Banco de la Nación,
por una millonada de pesos y se embolsa el
efectivo.

Es sumamente curioso este hecho, ya que nadie lo
investigo después del golpe por este astronómico
desfalco.

Pasando por alto este detalle bastante radical, la Corte
Suprema de Justicia, renuncia en pleno, prestándose a
una legitimación ajuridica
, peligroso precedente que
tendría idénticos equivalentes en los
pronunciamientos militares hasta 1976.

Con ese cobarde acto, se crea la
justificación fáctica por vía judicial del
establecimiento de un gobierno de
fuerza.

Se erige entonces a partir de la revolución del
30, una bisagra, que le haría mucho daño al
precepto republicano de gobierno.

El caso fue que Uriburu, representaba a un incipiente
movimiento que era

más nacionalista que conservador.

Y por aquellos tiempos éste último, era el
que predominaba, por la alianza estratégica que
manteníamos con el Reino Unido, nuestro principal socio
comercial.

Agustín P. Justo, otro espíritu, de un
nivel equivalente y tal vez superior al de Avellaneda y
Pellegrini, que sabia un rato largo de política y
estrategia, desplaza a un Uriburu con un fervor demasiado
insuflado de nacionalismo, quien perece en Paris un año
mas tarde, olvidado por amigos y enemigos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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