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La crisis económica y el consumo (página 2)



Partes: 1, 2

La crisis en el
capitalismo.

Parece que existe consenso en señalar a la Gran
Depresión de 1929 como la peor crisis que ha sufrido el
capitalismo en sus años de existencia, un triste episodio
que hizo temblar violentamente los cimientos del sistema a nivel
internacional y que como una onda expansiva trajo secuelas de
incalculables dimensiones. A partir de aquí, el sistema se
vio urgido de introducir las modificaciones necesarias con el
objetivo de superar éste trance, el cual estuvo a punto de
provocar una verdadera revolución social en los Estados
Unidos, epicentro del caos. Dejando atrás el liberalismo
económico y mediante la aplicación de las ideas
keynesianas, sustentadas en lo fundamental en una mayor
intervención del Estado como ente regulador, el sistema
logró encauzar la grave situación, aunque el mundo
terminó en una guerra fratricida que se señala como
efecto indirecto de la crisis. Por añadidura, en el pasado
siglo el capitalismo debió hacer frente no solo a sus
propios problemas, sino también al surgimiento y
expansión del socialismo como modo de producción,
fundamentalmente en Europa, pero que no dejó de germinar
en países subdesarrollados de América, Asia y
África. La posibilidad teórica de que un nuevo
sistema pudiese conducir en más o menos tiempo a la
desaparición del capitalismo se hizo evidente, a pesar de
que a la larga el socialismo demostraría su incapacidad,
no solo para oponerse al viejo sistema, sino incluso de solventar
sus propias dificultades y limitaciones para convertirse en una
alternativa real de cambio a nivel mundial.

Ochenta años después el capitalismo ha
estado transitando entre períodos de bonanza y de crisis,
aunque según los especialistas ninguna de ellas
alcanzó las dimensiones de la actual, solo comparable con
la de 1929. De todos modos, como si fuese un canguro, el
capitalismo ha estado saltando de una crisis a otra en medio de
períodos de crecimiento y expansión, marcando como
las estaciones del año las fases de un ciclo tantas veces
repetido.

Hasta la década del sesenta el sistema
capitalista no se enfrentó a un nuevo episodio de crisis
generalizada; claro está, después de la Gran
Depresión el mundo vivió la Segunda Guerra Mundial
y al concluir ésta, Europa, devastada y arruinada,
entró en el proceso de reconstrucción y
recuperación, para lo cual contó con la ayuda
económica de los Estados Unidos, sin dudas, el menos
perjudicado y posiblemente el más favorecido con la
conflagración mundial. La pronta recuperación de
Europa Occidental se hizo necesaria no solo por motivos
económicos, sino también por el aspecto
geopolítico, pues al concluir la guerra el socialismo,
llevado de la mano por la Unión Soviética,
logró establecerse como un bloque de países en
medio del continente europeo. Este nuevo episodio de crisis dio
al traste con el keynesianismo, dando paso a la corriente
neoliberal.

Entre crisis y correcciones se ha ido moviendo el
capitalismo, pero la realidad evidencia que lo que en un momento
dado es solución, luego se transforma en problema,
pudiendo suponerse que la causa real de semejante fenómeno
está en la propia incongruencia del sistema, capaz de
generar contradicciones que cada vez resultan más
complicadas de resolver. Así pues, el liberalismo,
concebido bajo el principio de la total independencia del
mercado, con un Estado prácticamente ausente de la
actividad económica, fue incapaz de dar solución a
la debacle de la década del treinta, optándose
entonces por la aplicación de las ideas de John M. Keynes,
quien propugnaba una mayor intervención del Estado, sobre
todo como ente regulador y a la vez dinamizador de la actividad
económica. Con la crisis de 1973 el keynesianismo
dejó de vivir su momento de gloria. La convivencia del
aumento del desempleo como resultado de la recesión
económica, con el aumento a su vez de la tasa de
inflación, factores considerados hasta ese momento como
inversamente proporcionales (Inflación y Desempleo), dando
lugar a lo que se denominó como "Estanflación",
pusieron en dudas la validez de la teoría keynesiana.
Recesión, desempleo e inflación se convirtieron en
un juego de variables difíciles de tratar, sobre todo
porque las medidas que pueden aplicarse para resolver una de
ellas (recesión) pueden alimentar a la otra
(inflación).

Semejante fenómeno colocó una vez
más en jaque a los gobiernos de los países
capitalistas, dejando el terreno listo para que a partir de ese
momento entraran en escena los denominados "neoliberales".
Contrarios a lo que propugnaba Keynes, los neoliberales
consideran que el Estado debe de inmiscuirse menos en la
actividad económica y social, propugnando el papel
protagónico que le corresponde al libre mercado como
elemento dinamizador e incluso regulador. Con marcadas
diferencias respecto al liberalismo, lo cierto es que tampoco el
neoliberalismo ha logrado resolver en lo fundamental los
problemas, o los factores que los originan.

Estimular el
consumo.

Hubo un tiempo en que las familias recurrían al
ahorro cuando decidían comprar algo. Durante meses o
años guardaban una parte de sus ingresos
destinándolo a un gasto o inversión futura, sobre
todo porque no contaban con otra posibilidad de financiamiento.
Sin embargo, los tiempos cambiaron y dejó de ser necesario
posponer para más adelante los deseos o necesidades, pues
mediante un préstamo, un crédito o un simple
aplazamiento o fraccionamiento de los pagos fue posible concretar
la demanda. A cuenta del endeudamiento la gente pudo disfrutar de
ciertas mejoras en su nivel de vida. Por supuesto, todo ha sido
parte del proceso de desarrollo que ha experimentado la
economía y la sociedad en su conjunto.

Lo racional parece ser que las personas y las empresas
consuman en función de sus posibilidades, es decir, en
base a sus ingresos. De esta forma tan simple, la posibilidad de
aumentar el consumo vendría dada por el aumento del
ingreso, pero en la práctica sabemos que no funciona de
ésta manera, entre otras, porque la adquisición de
determinados bienes implica un desembolso de dinero del cual la
mayoría no dispone. De todos es conocido que el
crédito y los préstamos, tan extendidos en la
actualidad (sin que sean novedosos), son mecanismos que se
emplean para fomentar no solo la inversión, sino
también el consumo. En principio parece una fórmula
lógica, incluso necesaria para dinamizar la
economía, el crecimiento y el desarrollo, pues en el caso
particular de las empresas se necesita de un determinado monto de
capital para comenzar la actividad, del cual generalmente no
disponen los empresarios o emprendedores, o incluso la
expansión requiere de recursos externos. Tener la
posibilidad de contar con una parte de los recursos monetarios
necesarios para poner en marcha un negocio (o ampliarlo), parece
ser una acción correcta, sobre todo cuando existe
"alguien" dispuesto a ofrecer el dinero a cambio, como es de
suponer, de un determinado beneficio. En definitivas el dinero no
deja de ser una mercancía, donde unos están
dispuestos a ofertarlo mientras otros lo demandan. El problema se
presenta cuando la política crediticia (y monetaria) va
más allá de considerar la capacidad real de
endeudamiento -esa que en medio de la crisis los bancos han
querido recuperar de un tirón, endureciendo de un
día a otro las condiciones para conceder prestamos-,
rebasando los límites racionales en busca de un nivel de
demanda en cierto modo ficticio.

El uso y empleo de mecanismos financieros dirigidos a la
obtención de grandes márgenes de beneficios se ha
estado haciendo cada vez más frecuente. De la misma manera
la especulación ha pasado a ser parte de los artificios
financieros que se han estado imponiendo en la economía,
generando a mediano plazo problemas más serios de los que
quizás nunca se imaginaron. Precisamente la causa de
ésta crisis es de índole financiera, a diferencia
de las que tenían lugar como resultado de la
superproducción. La burbuja inmobiliaria, fomentada por
los bancos y permitida por los gobiernos, terminó por
explotar, como muchos sin ser eruditos, sino simplemente
racionales, preveían. Construir indiscriminadamente, a
ritmos de vértigo, requería ante todo de una
demanda, la cual se hizo viable a partir de los créditos
blandos y más que todo fáciles que estaban
dispuestos a otorgar los bancos, también involucrados de
alguna manera en los negocios inmobiliarios. Comprar para luego
vender, obteniendo fácilmente un margen de beneficio a
cuenta del incremento constante del precio de venta de los
inmuebles, se convirtió en una extendida práctica.
Tener una segunda propiedad o considerar como una
inversión la compra de viviendas, se hizo una
práctica habitual. Los gobiernos incluso concedieron
exenciones fiscales por éste tipo de compras, porque la
"economía del ladrillo" resultaba floreciente,
contribuyendo al crecimiento de la economía año
tras año. Cuando en los Estados Unidos los precios de las
viviendas comenzaron a descender como primer anuncio de los
problemas a los que se abocaba el sector, la Reserva Federal
actuó reduciendo la tasa de interés, es decir, el
precio del dinero. De esta forma el costo del crédito se
abarataba y se incentivaba la demanda. Por falta de dinero no
podía detenerse un negocio que por años mucho
había aportado. Así, la espiral de endeudamiento
fue creciendo, sumando cada vez a más personas, empresas y
entidades.

El negocio resultó tan lucrativo que se produjo
una explosión en cuanto a la creación de empresas
constructoras, inmobiliarias y otras, vinculadas con la actividad
constructiva (cemento, carpintería, muebles sanitarios,
cerámicas, etcétera). Sin dudas eran muchos los
participaban de un negocio que se expandió tanto que
terminó por reventar, porque lo sí parece evidente
es que por algún lado el agua encuentra su cauce, aunque
en economía el equilibrio resulte doloroso. Un evidente
ejemplo de esto, es que en los Estados Unidos, en algunos casos
la caída de los precios de la vivienda fue tan brusca que
se colocaron por debajo del valor de las hipotecas, dejando a sus
"propietarios-deudores" en una lamentable situación. Los
impagos se presentaron como respuesta a tan delicada
situación, dando paso a un proceso de incalculables
consecuencias desde el punto de vista
económico-financiero.

El uso y abuso de los mecanismos financieros como forma
de estimular la demanda se traduce en los siguientes
aspectos:

  • Extensión del crédito: los
    bancos y entidades financieras han brindado dinero
    relativamente fácil a personas naturales y
    jurídicas, reduciendo sensiblemente los límites
    del nivel de riesgo aceptable. Los préstamos y
    créditos llegaron a transformarse en objeto de
    publicidad por parte de los bancos, con el objetivo de atraer
    clientes. En contraposición, después de la
    crisis, cuando el mal ya estaba hecho, elevaron
    ostensiblemente el rigor para conceder financiamiento,
    independientemente de los problemas que ésta
    política puede ocasionar a la recuperación. Los
    bancos, intentaron así saltar del barco al que
    contribuyeron a hundir, a pesar de que en algunos
    países recibieron un fuerte respaldo por parte del
    gobierno mediante la inyección de dinero
    público.

A su vez, la demanda de dinero por parte de los
"consumidores" conduce a que los bancos se puedan ver necesitados
de acudir a préstamos de otros bancos, toda vez que sus
fondos pueden ser insuficientes para hacer frente a la
demanda.

  • Endeudamiento de las familias: las familias
    acumulan niveles de deuda que han llegado a superar el 100 %
    de sus ingresos, basado en lo fundamental en la
    adquisición de bienes inmuebles. Este nivel de deuda
    pone en peligro la capacidad de hacer frente a sus
    obligaciones, sobre todo cuando se produce un aumento de los
    tipos de interés que condiciona una mayor
    erogación a partir de los préstamos con tasa de
    interés variable.

En Europa se ha empezado a escuchar con cierta
frecuencia la frase de que "los ciudadanos europeos se
acostumbraron a vivir por encima de sus posibilidades
", de
modo que todo apunta a que a partir de ahora toca asumir la cruda
realidad y volver a poner los pies sobre la tierra.

  • Endeudamiento de las empresas: el nivel de
    deuda de una empresa se mide por la relación que
    existe entre sus pasivos (corriente y no corriente) y el
    Patrimonio. En términos financieros es lógico
    que una empresa tenga cierto nivel de deuda (a corto, medio y
    largo plazo), sin embargo, lo más importante es saber
    hasta dónde es razonable dicho nivel e incluso
    cuándo es conveniente endeudarse. El endeudamiento
    excesivo coloca a las empresas en una situación de
    fragilidad y elevada vulnerabilidad, sobre todo cuando se
    produce una restricción en las fuentes de
    crédito o se generan problemas con los cobros, algo
    típico en momentos de crisis.

  • Endeudamiento del Estado: el Estado
    también se endeuda, sobre todo cuando se produce un
    déficit en los presupuestos. Aunque son diversas las
    causas del déficit presupuestario, entre ellas podemos
    encontrar la que se asocia con la intervención del
    mismo en la actividad económica, a partir de su papel
    no solo regulador, sino también dinamizador. Un
    ejemplo reciente ha sido la inyección de capital a los
    bancos con el objetivo de evitar el descalabro del sistema
    financiero. De la misma manera, la inversión en obras
    públicas contribuye a incentivar el nivel de la
    actividad económica, a pesar de que los "neoliberales"
    son contrarios a lo que denominan "una excesiva
    intervención estatal", abogando por un reajuste de la
    economía en función de la
    autorregulación del mercado. Así pues el Estado
    adquiere un determinado nivel de deuda que en cierta medida
    está sustentado en el estímulo al
    consumo.

La deuda del Estado, la que necesariamente tiene que ser
contenida y sobre la que existen diferentes opiniones en cuanto a
cómo debe de enfocarse, sobre todo en época de
crisis, a la postre se convierte en un problema que
indirectamente afecta a todos. Si a esto se le suma la
especulación financiera, entonces el problema se
recrudece, porque si en el momento de colocar deuda los intereses
suben, el costo de la recuperación será mucho
mayor, limitando las posibilidades de los estados y
gobiernos.

  • Endeudamiento de los bancos: cuando la
    disponibilidad de recursos es inferior a la demanda, entonces
    se verán expuestos a endeudarse. Por supuesto,
    ésta deuda está determinada por negocios en los
    que se involucran los bancos esperando beneficios superiores
    a los gastos que generaran los intereses que deben de pagar
    por el dinero. El colapso de poderosas e importante entidades
    bancarias como Lehman Brothers (Estados Unidos), una
    organización con más de siglo y medio de
    existencia, es un ejemplo concreto del riesgo que representa
    el endeudamiento excesivo.

La otra cara del
consumo.

Ninguna duda cabe de que el consumo es lo que garantiza
el nivel de actividad económica, pues la producción
y los servicios estarán en función de la demanda
existente. Ya se ha dicho: mientras mayor sea la demanda,
más podrá crecer la oferta
,
traduciéndose esto en más fuentes de empleo y en la
posibilidad real de elevar el nivel de vida. Así funciona,
sin embargo, no se puede olvidar que en economía todo
tiene sus límites, los cuales al ser desbordados generan
efectos desfavorables y en ocasiones impredecibles.

Como mencioné antes, entre las reflexiones que
han sobrevenido después de la crisis, está la que
hace referencia al nivel de vida de los europeos (y
también de los norteamericanos), al parecer, por encima de
las posibilidades reales. En la práctica, cualquier ajuste
que se desee realizar en la variable consumo, significaría
que el mismo se sitúe en niveles más objetivos,
evitando en cierta medida el desorden vigente. De esto se
derivaría que la recuperación económica
pueda ser más lenta, con las respectivas consecuencias que
esto traería.

En medio de las condiciones actuales parece sensato
plantearse cuál deberá ser la forma más
adecuada de concebir el desarrollo a nivel mundial, poniendo coto
a los excesos en los que durante décadas se ha estado
conduciendo la economía internacional, cada vez más
globalizada e interdependiente. Parece ilógico e incluso
paradójico, que con el nivel alcanzado en los
países desarrollados, todavía exista un determinado
por ciento de la población en condiciones de pobreza, por
supuesto, diferente en lo fundamental a la miseria en la que
viven millones de personas en los países subdesarrollados,
sobre todo de África y Asia.

Estimular el consumo interno ha sido una vía para
incentivar el crecimiento económico -amén de los
problemas que esto ha podido causar en el largo plazo-, pero
ajustándonos a las evidencias, todo hace indicar que
existe un límite a la expansión del mercado
interno. Contrariamente, hay una parte importante de la
población mundial en la que sus niveles de consumo distan
mucho de la de los países desarrollados, como consecuencia
de un atraso secular y una pronunciada deformación
estructural, no solo en términos económicos, sino
también social, cultural, educacional e incluso
político. Es uno de los tantos problemas que parece no
tener solución o donde la voluntad no resulta suficiente.
Durante años se ha señalado la necesidad de reducir
la brecha que separa al mundo desarrollado del subdesarrollado y,
aunque ha sido utilizado con fines políticos, siendo
pragmáticos no deja de ser algo necesario, sin dejar de
considerar en su justa dimensión los restantes
factores.

Si hacemos un simple ejercicio comparativo entre
países desarrollados y subdesarrollados en cuanto a
niveles de consumo, observaremos que la diferencia es abrumadora.
Veamos un ejemplo comparando a los países del G7 con los
del Cuerno Africano, una de las regiones más
paupérrimas del mundo.

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Puede pensarse que la comparativa no es racionalmente
objetiva, porque he considerado los dos extremos. Es verdad, la
diferencia se hace abismal, es casi como comparar el día
con la noche. Comparemos entonces con otro grupo de países
que a pesar de sus diferencias, están en una mejor
posición o en un estadío superior que los del
Cuerno Africano: Viet Nam, India, Brasil, México y
Nigeria.

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Los datos indudablemente mejoran, pero las diferencias
no es que sigan existiendo, sino que son amplias: las
importaciones del grupo de países subdesarrollados
representan el 13 % de las del G7; el consumo de electricidad el
16 % y el número de teléfonos móviles por
cada 100 habitantes el 39,5 %. Si tenemos en cuenta las ventas de
vehículos automotores (por regiones) encontraremos algo
parecido, tal como se muestra en la siguiente tabla.

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Vale recordar que en el año 2008 de un total de
población de algo más de 6,705 miles de habitantes,
menos del 20 % correspondía a países desarrollados
de América del Norte, Europa y Asia.

Conclusiones:

De la crisis actual todavía nadie se atreve a
predecir cuándo quedará superada, pues a pesar de
que tanto en Estados Unidos como en Europa comienzan a darse
síntomas de recuperación, estos todavía
parecen inciertos. Por otra parte, la anunciada
reestructuración del sistema orientada a controlar los
excesos que han originado los problemas actuales, todavía
no parece evidente, aunque sin dudas no es algo que se pueda
lograr de un día para otro.

Lo que sí es cierto es que recuperar el nivel de
confianza de los consumidores y aumentar los índices de
consumo, son dos de los factores más importantes para
salir de la crisis. Los estímulos a la compra de
automóviles y los esfuerzos por revitalizar el mercado
inmobiliario, son dos buenos ejemplos de que el motor de la
recuperación es el consumo, a pesar de todo lo que pueda
decirse que aparentemente contradiga esto. La pregunta es:
¿cuándo llegará la próxima
crisis?

De seguro una vez que se haya superado éste
trance, para una parte de la gente quedará como un suceso
del pasado, mientras que otros posiblemente ni se hayan enterado
de lo que ha sucedido, porque de mal a peor, no es que sea poca
la diferencia, sino que ya deja de ser perceptible.

En lo personal tengo la convicción de que poco se
logrará en cambiar la situación en la que se
encuentra el mundo si es que no se adquiere plena conciencia de
lo que puede ocasionar de cara al futuro, porque sin dudas los
problemas son cada vez mayores. Olvidarse de la desigualdad y
despreocuparse de los excesos, no es solo un problema de
individualismo, sino que se va convirtiendo en un problema de
sensatez.

Bibliografía
consultada:

  • Anuarios Estadísticos de la ONU.

  • Anuarios Estadísticos de CEPAL.

  • Cuadro de datos de la Población Mundial
    2008.

  • Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU,
    año 2008.

  • www.indexmundi.com

 

 

Autor:

Fidel Alvarez Gainza

Partes: 1, 2
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