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Las cruzadas (página 2)



Partes: 1, 2

  • El Papa Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en
    práctica. En 1095, la invitación a la lucha
    contra los turcos arribaría en embajadas francesas e
    inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales
    más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y
    Hungría (Hungría no se unirá a las
    primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del
    recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría
    (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado
    participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento
    formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo
    día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de
    noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo
    volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera
    cruzada (1096-1099).

  • El paso de los cruzados por el Reino de
    Hungría

    La predicación de Urbano II puso en marcha en
    primer lugar a multitud de gente humilde, dirigida por el
    predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos
    caballeros franceses. Este grupo formó la llamada Cruzada
    popular, de los pobres o Cruzada de Pedro el Ermitaño. De
    forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando
    matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los
    ejércitos del rey Colomán de Hungría
    (sobrino del recientemente fallecido rey San Ladislao I de
    Hungría) repelirían a los caballeros franceses de
    Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro
    causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la
    ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el
    ejército de Pedro de Amiens, el cual sería
    escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin
    embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacásen a
    los soldados escoltas y matásen a cerca de 4000
    húngaros, los ejércitos del rey Colomán
    fijarían una posición hostil contra los cruzados
    que atravesaban el reino vía Bizancio.

    A pesar del caos surgido, Colomán permitió
    la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y
    Gottschalk, a quienes eventualmente también tuvo que
    enfrentar y derrotar cerca de Nitra y Zimony, luego de que igual
    que los otros grupos causasen incalculables estragos y
    asesinatos.

    En el caso particular del sacerdote alemán
    Gottschalk, éste entró en suelo húngaro sin
    autorización del rey y estableció un campamento en
    las cercanias del asentamiento de Táplány, luego de
    masacrar a la población local, lo que generó la ira
    de Colomán, y causó la expulsión por medio
    de la fuerza de los soldados germánicos
    "invasores".

    Luego de esto, los húngaros dentendrían
    las fuerzas del Conde Emiko (quien ya había asesinado en
    suelo alemán a cerca de 4000 judíos) cerca de la
    ciudad de Moson. Colomán de inmediato prohibió la
    estadia en Hungría de Emiko y se vio forzado entonces a
    enfrentar el asedio del conde germánico a la ciudad de
    Moson, donde se hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de
    Colomán defendieron valientemente la ciudad y rompiendo el
    sitio lograron dispersar las fuerzas cruzadas del conde
    germánico.

    Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo
    de Bouillón a firmar un tratado en la Abadía de
    Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar
    por el territorio húngaro con un buen comportamiento. Tras
    esto, las fuerzas continuarían fuera de territorios
    húngaro escoltadas por los ejércitos de
    Colomán y continuarían hacia Constantinopla. A su
    llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al
    otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en
    territorio turco, donde fueron aniquilados fácilmente.

    La Cruzada de los Príncipes

    Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los
    Príncipes (denominada habitualmente en la
    historiografía como la Primera Cruzada) cerca de agosto de
    1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes
    principalmente de Francia, Países Bajos y el reino
    normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones
    de la nobleza, como Godofredo de Bouillón, Raimundo de
    Tolosa y Bohemundo de Tarento.

    Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron
    devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos por
    éste frente a los turcos. Desde Bizancio se dirigieron
    hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde
    consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria,
    pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un
    asedio de siete meses. Sin embargo, no la devolvieron al Imperio
    Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí formando
    el Principado de Antioquía.

    Desde Antioquía se dirigieron hacia Jerusalén,
    conquistando algunas plazas por el camino y sorteando otras. En
    junio de 1099 sitiaron la capital, que cayó en manos de
    los cruzados el 15 de julio de 1099. En la conquista, los
    cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a
    judíos ni a musulmanes, mujeres o niños.

    Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y
    muchos cruzados retornaron a sus países de origen. El
    resto se quedó para consolidar los territorios
    recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén
    (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que
    tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al
    principado de Antioquía, se crearon además los
    condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y
    Trípoli (en el actual Líbano).

    Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada
    de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin
    embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue
    derrotada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este
    percance apagó los espíritus cruzados durante
    algunos años.

    Segunda
    Cruzada

    Gracias a la división de los Estados musulmanes, los
    Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los
    árabes), consiguieron establecerse y sobrevivir. Los dos
    primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II
    fueron gobernantes capaces que extendieron el reino a toda la
    tierra entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso
    más allá. Rápidamente se integraron en el
    cambiante sistema de alianzas locales y así pudieron verse
    enfrentamientos entre la alianza de un Estado cristiano con uno
    musulmán contra la alianza de otro Estado cristiano con
    otro Estado musulmán.

    Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba
    decayendo entre los francos, cada vez más cómodos
    en su nuevo estilo de vida orientalizante, entre los musulmanes
    iba creciendo el espíritu de jihad o Guerra Santa,
    principalmente entre la población, movilizada por los
    predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de
    tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de
    aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una
    serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos
    Estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos
    cristianos.

    El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo,
    que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los
    Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de
    manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio
    III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso
    predicador, autor asimismo de la regla de los templarios)
    predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.

    A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la
    cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia
    (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el
    emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre
    franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron
    constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes
    llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era
    un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén.
    Desde allí, para desesperación del rey Balduino
    III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de
    Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado
    del rey de Jerusalén. La expedición fue un fracaso,
    ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los
    ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus patrias.
    Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en
    manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados
    francos. Más tarde, el ataque por parte de Balduino II a
    Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la
    frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino
    para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera
    Cruzada.

    Tercera
    Cruzada

    Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el
    decadente califato fatimí de Egipto llevaron al
    sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a
    hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo
    para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque
    hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la
    soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se
    proclamó sultán de Egipto (a pesar de que
    había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de
    sólo 12 años y quien a la postre resultó
    envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía
    ayyubí. Saladino era un hombre sabio y logró la
    absoluta unión de las facciones musulmanas, así
    como el control político y militar desde Egipto hasta
    Siria.

    Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto
    y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de
    Jerusalén, regido por el Rey Leproso, Balduino IV de
    Jerusalén, y rodeado ya por un sólo Estado, se vio
    obligado a firmar frágiles treguas seguidas por
    escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final.

    Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén,
    el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o
    belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace
    matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido
    patriarca, el general en jefe del ejército unido de
    Jerusalén: Guy de Lusignan. El mismo apoyaba una
    política agresiva y de no negociación con los
    sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate,
    cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de
    la inferioridad numérica que los cristianos tenían
    ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo
    al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus
    ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas
    desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de
    Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy
    de lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén
    por su obsesión en enfrentarse al ejército de
    Saladino y su falta de visión para la protección de
    la ciudad y de sus habitantes.

    Reinaldo de Châtillon era un bandido con título
    de caballero que no se consideraba atado por las treguas
    firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó
    expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos
    que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El
    ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la
    hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias
    manos.

    Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado,
    junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó
    a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio
    de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados,
    dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de
    la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a
    Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios
    y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados.
    Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo
    las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del
    mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con
    la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes
    debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron
    esclavizados. El reino de Jerusalén había
    desaparecido.

    La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el
    papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En
    esta participaron reyes de los más importantes de la
    cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de
    Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de
    Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado
    III). Éste último, al mando del grupo más
    poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que
    sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el
    emperador murió ahogado mientras se bañaba en el
    río Salef (en la actual Turquía) y su
    ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbaroja
    durante su estadía en el Reino de Hungría le
    había pedido al príncipe Géza, hermano del
    rey Béla III de Hungría que se uniése a las
    fuerzas cruzadas, así, un ejército de 2.000
    soldados húngaros partió al lado de los
    germánicos. Si bien luego de los conflictos bélicos
    el rey húngaro habría llamado de regreso a sus
    fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en
    Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que
    no tenía buenas relaciones con Béla III.

    Los ejércitos inglés y francés llegaron
    por la ruta marítima. Su primer (y único)
    éxito fue la toma de Acre el 13 de julio de 1191, tras la
    cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de
    prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para
    seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y
    además le valió el nombre por el que sería
    reconocido en la historia, Corazón de León.

    Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en
    su país y molesto por las rivalidades con Ricardo, por lo
    que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la
    cruzada. Este llegó hasta las proximidades de
    Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar
    una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado
    de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de
    Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no
    arriesgar militarmente una derrota que no le daría a los
    cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad
    Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también
    estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre
    acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.

    Saladino falleció seis meses después.
    Ricardo murió en 1199 por una flecha a su regreso a
    Europa. De esta forma, se cerraba la Tercera Cruzada con un nuevo
    fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados
    francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la
    estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron
    aún un siglo más.

    Cuarta
    Cruzada

    Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de
    Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa
    paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron
    en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199,
    el Papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada
    para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta
    Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida
    contra Egipto, considerado el punto más débil de
    los estados musulmanes.

    Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados
    debían tomar la ruta marítima, por lo que se
    concentraron en Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó
    con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y
    con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar
    el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al
    estar los tres interesados en la deposición del basileus
    del momento, Alejo III Ángelo.

    Inicialmente, los cruzados fueron empleados para luchar contra
    los húngaros en Zara, por lo que fueron excomulgados por
    el Papa. Desde allí se dirigieron hacia Bizancio, donde
    consiguieron instalar a Alejo IV como basileus en 1203. Sin
    embargo, el nuevo basileus no pudo cumplir las promesas hechas a
    los cruzados, lo que originó toda clase de disturbios. Fue
    depuesto por los propios bizantinos, que coronaron a Alejo V
    Ducas. Esto provocó la intervención definitiva de
    los cruzados, que conquistaron la ciudad el 12 de abril de 1204.
    El saqueo de la ciudad fue terrible. Miles de cristianos
    (incluyendo mujeres y niños) fueron asesinados por los
    cruzados. Desvalijaron y destruyeron mansiones, palacios,
    iglesias y la propia basílica de Santa Sofía.
    Europa occidental recibió un aluvión de obras de
    arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.

    Con ello llegaba a su fin el Imperio Bizantino, que se
    desmembró en una serie de Estados, algunos latinos y otros
    griegos. De éstos, el llamado Imperio de Nicea
    conseguiría restaurar una sombra del Imperio Bizantino en
    1261.

    Los cruzados establecieron el llamado Imperio Latino,
    organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre
    la mayoría de los territorios que supuestamente controlaba
    (y nula sobre los Estados griegos de Nicea, Trebisonda y
    Epiro).

    La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los
    Estados francos de Palestina. Por un lado, les privó de
    refuerzos militares. Por otro, al crear un polo de
    atracción en Constantinopla para los caballeros latinos,
    produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra
    Santa hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados
    francos.

    LAS CRUZADAS MENORES

    Tras el fracaso de la cuarta, el espíritu cruzado se
    había apagado casi por completo, pese al interés de
    algunos papas y reyes por reavivarlo. Si los Estados francos
    sobrevivieron hasta 1291 fue por la intervención de los
    mongoles que ,al acabar con el califato Abbasí en 1258 y
    conquistar la región de Oriente Medio, dieron un respiro a
    los latinos, al no ser los mongoles hostiles al cristianismo.

    La convicción de que los reiterados fracasos se
    debían a la falta de inocencia de los cruzados,
    llevó a la conclusión de que sólo los puros
    podrían reconquistar Jerusalén. En 1212 un
    predicador de 12 años organizó la llamada cruzada
    de los niños, en la que miles de niños y
    jóvenes recorrieron Francia y embarcaron en sus puertos
    para ir a liberar Tierra Santa. Fueron capturados por capitanes
    desaprensivos y vendidos como esclavos. Tan sólo algunos
    consiguieron regresar al cabo de los años. El cuento era
    popular en la Edad Media, pero la mayoría de los
    historiadores creen que este cuento se exagera, o que es un
    mito.

    Quinta
    Cruzada

    La V Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y
    partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III,
    uniendóse al rey cruzado Andrés II de
    Hungría, quien llevó hacia oriente el
    ejército más grande en toda la Historia de las
    Cruzadas. Como la IV Cruzada, tenía como objetivo
    conquistar Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista
    de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la
    supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la
    ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y
    debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en
    1221.

    Sexta
    Cruzada

    La organización de la VI Cruzada fue un tanto
    rocambolesca. El papa había ordenado al emperador Federico
    II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El
    emperador había asentido, pero había ido demorando
    la partida, lo que le valió la excomunión.
    Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias
    sobre el trono de Jerusalén) partió en 1228 sin el
    permiso papal. Sorprendentemente, el emperador consiguió
    recuperar Jerusalén mediante un acuerdo
    diplomático. Se autoproclamó rey de
    Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y
    Nazaret.

    Séptima
    Cruzada

    En 1244 volvió a caer Jerusalén (esta vez
    de forma definitiva), lo que movió al devoto rey Luis IX
    de Francia (San Luis) a organizar una nueva cruzada, la
    Séptima. Como en la V, se dirigió contra Damieta,
    pero fue derrotado y hecho prisionero en Mansura (Egipto) con
    todo su ejército.

    Octava
    Cruzada

    Vuelto a Francia, el mismo rey emprendió la
    llamada VIII Cruzada (1269) contra Túnez, aunque en
    realidad era un peón en los intereses de su hermano Carlos
    de Anjou rey de Nápoles, que quería evitar la
    competencia de los mercaderes tunecinos. La peste acabó
    con el rey Luis y gran parte de su ejército en
    Túnez (1270).

    Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas
    cruzadas, ya no se organizaron más y, en 1291, los
    cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro,
    Sidón y Beirut tras la caída de San Juan de Acre. A
    fin de cuentas, el único triunfo relevante de la
    Cristiandad durante los dos siglos de más de ocho cruzadas
    fue la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la
    primera cruzada en el año 1099, la cual, a pesar de las
    innumerables matanzas de sarracenos, judíos (hombres,
    mujeres y niños), logró sostener la Ciudad Santa
    por muchos años, y encontró los objetivos marcados
    inicialmente por los defensores de la idea de reconquistar la
    tierra llamada santa para los cristianos de Europa.

    Guerras con la
    calificación de Cruzada en territorio europeo

    LA CRUZADA DE SEGISMUNDO DE
    HUNGRÍA

    Ésta cruzada es considerada la última de
    magnitud paneuropeo que se libró contra el Imperio
    otomano. En 1396 el rey Segismundo de Hungría
    organizó una guerra cruzada para asediar a la ciudad
    griega de Nicópolis, la cual se hallaba bajo control turco
    otomano. De esta forma, los ejércitos del Príncipe
    Mircea I de Valaquia y del Duque Juan I de Borgoña
    avanzaron bajo la dirección del rey húngaro
    Segismundo decididos a expulsar a los otomanos de los territorios
    de los Balcanes.

    La defensa de la ciudad resultó imposible de vencer, y
    la falta de máquinas de asedio por parte de las fuerzas
    aliadas concluyó en una severa derrota. La victoria turca
    en el Asedio de Nicópolis puso en amenaza a las naciones
    europeas, y consolidó el poder otomano en la frontera con
    el Reino de Hungría.

    LAS CRUZADAS BÁLTICAS

    Fueron una serie de campañas emprendidas por los
    líderes cristianos de Alemania, Dinamarca y Suecia, entre
    los siglos XII y XVI, con el objetivo principal de subyugar y
    convertir a los pueblos paganos de la cuenca del Báltico y
    contra otros pueblos cristianos considerados igualmente infieles.
    Uno de los actores principales de dichas campañas fue la
    Orden Teutónica, que había sido previamente creada
    en Palestina.

    Las cruzadas en el Báltico responden a un movimiento
    social desarrollado en el Imperio Alemán a mediados del
    siglo XII. Este movimiento se conoce como Drang nach Osten.

    CRUZADA CONTRA LOS ALBIGENSES

    En 1209 el Papa Inocencio III proclamó la cruzada
    albigense con el fin de eliminar la herejía de los
    cátaros y erradicarlos del sur de Francia.

    CRUZADAS EN LA RECONQUISTA
    ESPAÑOLA

    Algunos momentos del período final de la Reconquista
    recibieron del Papa la calificación de cruzada, dada su
    condición de enfrentamiento de reinos cristianos contra
    reinos islámicos. No obstante, la motivación de la
    búsqueda de tal denominación no era tanto el
    interés por lograr la presencia de nobles europeos del
    otro lado de los Pirineos (muy poco importante), como la de
    obtener algún tipo de derechos fiscales para la
    monarquía (sobre los ingresos del clero o como Bula de
    Cruzada). Las ocasiones principales fueron la batalla de las
    Navas de Tolosa (1212), en la que estuvieron presentes casi todos
    los reyes cristianos peninsulares, y la Guerra de Granada
    (1482-1492).

    CRUZADA DE JUAN HUNYADI, REGENTE DE HUNGRÍA

    El avance turco sobre el Reino de Hungría resultaba
    inminente. El fracaso de los ejércitos cruzados del rey
    Segismundo de Hungría en la Batalla de Nicópolis de
    1396 y la derrota de los ejércitos húngaros en la
    Batalla de Varna en 1444 en la cual murió el rey Vladislao
    I de Hungría le dio fortaleza al Imperio otomano. De esta
    forma, continuó su marcha en dirección hacia
    Belgrado, ciudad serbia fronteriza con el reino húngaro en
    1456. De inmediato, el regente húngaro Juan Hunyadi (quien
    tras la muerte del monarca conducía el reino mientras el
    príncipe heredero Ladislao el Póstumo
    cumplía la mayoría de edad para ascender al trono)
    respondiendo al llamado del Papa Calixto III y asistido por San
    Juan Capistrano, organizaron un ejército cruzado
    húngaro que hizo frente a los otomanos invasores. La
    batalla concluyó con una total victoria para el regente
    húngaro y la amenaza turca fue detenida por casi un siglo
    más. Ante la victoria de Belgrado de los húngaros,
    el Papa ordenó que las campanadas del mediodía en
    las iglesias de todo el mundo sonasen en honor a tal
    acontecimiento

    Consecuencias de
    las Cruzadas

    Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de
    la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos
    esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron
    importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187
    y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III
    Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San
    Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral
    cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además,
    los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a
    las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II
    Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II
    Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en
    Tierra Santa, dónde los intereses de los diferentes grupos
    dieron lugar a numerosos conflictos.

    En el intento de reensamblar las cristiandades latina y
    griega, no sólo falló la Cruzada, sino que
    acentuó el odio y la diferencia entre ellas,
    convirtiéndose en causa última de la ruptura
    definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio
    pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional,
    pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las
    provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco
    dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos,
    o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras
    que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió
    en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de
    Tiro nos han dejado testimonios del impacto del paso de los
    cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la
    brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento
    cultural bizantino.

    Por último, y a pesar de los réditos
    políticos que las Cruzadas tuvieron para el Papado como
    director de la política exterior europea, pronto se
    encontró Roma con voces que criticaban su uso como
    instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo
    desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron
    también contra los disidentes religiosos o los enemigos
    políticos.

    Conclusiones

    • Las cruzadas son movimientos
      cristianos
      .

    • La historiografía tradicional contabiliza
      ocho cruzadas, aunque en realidad el número de
      expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en
      Palestina, para luego volver la vista al Norte de
      África o servir a otros intereses, como la IV
      Cruzada.

    • La I cruzada (1095-1099) dirigida por
      Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de
      Tarento culminó con la conquista de Jerusalén
      (1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la
      formación de los estados latinos en Tierra Santa: el
      reino de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia
      (1098)y los condados de Edesa (1098) y Trípoli
      (1199).

    • La II Cruzada (1147-1149) predicada por San
      Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y
      dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III,
      terminó con el fracasado asalto a Damasco
      (1148).

    • La III Cruzada (1189-1192) fue una
      consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187)
      por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de
      Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de
      Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo
      tomaría Chipre (1191) para cederla luego al Rey de
      Jerusalén, y junto a Felipe Augusto, Acre
      (1191)

    • La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por
      Inocencio III ya contra Egipto, terminó
      desviándose hacia el Imperio Bizantino por la
      intervención de los venecianos, que la utilizaron en
      su propio beneficio Tras la toma y saqueo de Constantinopla
      (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el
      Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una
      autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante
      la reacción bizantina que constituyeron el llamado
      Imperio de Nicea, al tiempo que Génova
      sustituía a Venecia en el control del comercio
      bizantino.

    • La V (1217-1221) y la VII (1248-1254)
      Cruzadas
      , dirigidas por Andrés II de
      Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia,
      respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de
      Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos.

    • La VIII cruzada (1271) también fue
      iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez
      concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad
      sitiada.

    • La VI Cruzada (1228-1229) fue la más
      extraña de todas, dirigida por un soberano
      excomulgado, Federico II de Alemania, alcanzó unos
      objetivos sorprendentes para la época: el condominio
      confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth
      (1299), status que sin embargo duraría pocos
      años.

    Bibliografía

     

     

    Autor:

    Emerson Viloria Corcho

    José Luis Ubarnes
    Uribe

    Dairo Buelvas

    Profesor

    Universidad de Córdoba

    Facultad de Ciencias Humanas

    Lic. en Educación Básica con
    énfasis en Ciencias Sociales

    2010

    Partes: 1, 2
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