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La cuestión del bien en San Agustín de Hipona (página 3)




Enviado por Herwin Almeida



Partes: 1, 2, 3

Toda vida, sea grande o pequeña; todo poder, sea
grande o pequeño; toda salud, sea grande o pequeña;
toda memoria, sea grande o pequeña; toda fuerza, sea
grande o pequeña; todo entendimiento, sea grande o
pequeño; toda tranquilidad, sea grande o pequeña;
toda riqueza, sea grande o pequeña; todo sentimiento, sea
grande o pequeño; toda luz, sea grande o pequeña;
toda suavidad, sea grande o pequeña; toda medida, sea
grande o pequeña; toda belleza, sea grande o
pequeña; toda paz, sea grande o pequeña, y si hay
algún otro bien semejante a éstos y principalmente
los que se encuentra en todas las cosas, lo mismo en las
espirituales que en las corporales; todo modo, toda belleza, todo
orden, sea grande o pequeño; todo ello solamente puede
provenir de Dios[98]

Dios ha ordenado convenientemente la privación
del bien en las cosas[99]En el orden de las
naturalezas creadas, Dios ha ordenado favorablemente las
privaciones de algún bien en estas, de tal forma que
siendo así no intervenga en la realización de su
misión u oficio como criaturas, ni que afecte su esencia
en cuanto poseen en cierto grado privación de bien, puesto
que Dios es infinitamente sabio ordeno así dicha
creación para que ninguna de sus criaturas se pierda por
estar privadas de bien, y vale la pena recordar que todas las
criaturas por ser creadas por Dios son esencialmente
buenas.

Es tal la sabiduría de Dios para ordenar su
creación que haciendo que en determinados lugares y
tiempos no existiera la luz, hizo tan conveniente las tinieblas
como los días.

Si nosotros tan convenientemente y cuando es necesario
en determinados momentos contenemos o regulamos nuestra voz para
interponer el silencio en una conversación, "¿con
cuanta mayor razón no realizará convenientemente la
privación del bien en algunas cosas el que es perfecto
artífice de todas ellas?"[100].

Por eso en el himno o cántico de los tres
jóvenes, la luz y las tinieblas alaban a Dios: "luz y
tinieblas, bendigan al Señor, canten en su honor
eternamente"[101]. Tanto la luz como las tinieblas
hacen brotar la alabanza divina en los corazones de los que saben
contemplarlas.

Así pues, aclara San Agustín: "ninguna
naturaleza, es mala en cuanto naturaleza, sino en cuanto
disminuye en ella el bien que tiene"[102]. Si el
bien que posee desapareciera por completo, al disminuirse,
así como no subsistiría bien alguno, del mismo modo
dejaría de existir toda naturaleza, pereciendo
también cualquier naturaleza que alguien pudiera
imaginar.

Ya se ha hablado en repetidas ocasiones de la
creación de Dios, y en este sentido es importante hablar
ahora de la materia con que Dios forma toda su obra, es materia
que necesariamente no tiene forma por si sola; que solo la tiene
en las manos del artífice. En el libro del Génesis
se hace referencia a dicha materia: "entonces el Señor
Dios modeló al hombre con arcilla del suelo, sopló
en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en
un ser vivo… entonces el Señor Dios modeló
de arcilla todas las fieras salvajes y todos los pájaros
del cielo…"[103].

Es así como en uno de los relatos creacionistas
se hace mención a dicha sustancia de la cual todo ha sido
creado, aunque en el relato restante también se debe tener
una materia base por la cual todas las criaturas fueron
creadas.

Ciertamente que esta materia primera es obra netamente
de Dios y por consiguiente es buena, dicha materia de
ningún modo puede ser percibida por nuestros sentidos
porque necesariamente tiene que concebirse como la
privación absoluta de toda forma; esto en una
visión en que es la base para que el artífice
(Dios) realice su obra.

Tiene, pues, en sí esa materia capacidad o
aptitud para recibir determinadas formas, porque si no pudiera
recibir la forma que le imprime el artífice, ciertamente
no se llamaría materia. "Además, si la forma es un
bien, por lo cual se llaman mejor formados los que por ella
sobresalen, como se llaman bellos por la belleza, no hay duda de
que también es un bien la misma capacidad de recibir la
forma"[104].

Porque así como es un bien la sabiduría,
nadie duda de que también los es el ser capaz de
sabiduría. Y como todo bien procede de Dios, a nadie le es
lícito dudar de que esta materia, si es algo, solamente
puede ser obra de Dios.

Por ello es necesario afirmar que sólo Dios es el
verdadero ser. Así pues magníficamente y
divinamente nuestro Dios dijo a su siervo: "Yo soy el que soy", y
"dirás a los hijos de Israel: El que es me envió a
vosotros"[105]. Él es verdaderamente,
porque es inmutable. De esta manera Dios se presenta a su siervo
Moisés y con él a todo su pueblo, como el verdadero
y único Dios.

Pero de igual forma, con esta presentación nace
en el pueblo de Israel la esperanza de un bien único y
necesario que constituye la liberación de la esclavitud,
la promesa hecha a sus antepasados y la solidificación
como el pueblo escogido. Dios único y verdadero bien,
transmite por medio de estas palabras de presentación su
acogida y por parte del pueblo su regocijo por ser elegidos para
llenarse de la eterna bondad. A esta apreciación San
Agustín agrega: "Dios es verdaderamente, porque es
inmutable"[106].

Todo cambio o mudanza hace no ser a lo que era. Dios
siempre ha sido, es y será lo que significa que en
Él no existe mutación alguna. Por tanto,
aquél es verdaderamente, el que es inmutable, y las
demás cosas que por Él han sido hechas, de
Él han recibido el ser, según su modo o
medida.

Las criaturas han sido hechas de la nada. Todas las
cosas que Dios no engendro de sí, sino que las hizo por su
Verbo, no las hizo de cosas que ya estaban hechas, sino de lo que
no existía de ningún modo; es decir, de la nada.
Vale la pena hacer mención aquí, al método
utilizado por Dios en la creación según el relato
de Génesis 1: «Dijo Dios», la palabra
interviene para acentuar la creación de las cosas no de
una materia primera o previa sino de lo que aún no era o
no existía; es decir, de lo que se constituía en
nada; la palabra de Dios que actúa sobre lo no existente y
lo constituye en esencia de las cosas impregnando de esa manera
su bondad a lo que no era y que ahora por su palabra es. Por eso
se expresa así el apóstol: "El cual llama las cosas
que no son, como las que son" [107]

Para continuar acentuando la nitidez de Dios en su
creación y la belleza, modo y orden existentes en el
conjunto de su obra las Sagradas Escrituras en el libro de los
Macabeos hacen énfasis a este elemento: "Ruégote,
hijo, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en
ellos, y entiendas que no existía aquello de lo cual nos
hizo el Señor Dios"[108]. Y como lo aclara
el salmista: "El lo dijo y todo fue
hecho"[109].

Es cierto que "Dios no engendró de sí
estas cosas, sino que las hizo en virtud de su Palabra y mandato.
Mas lo que no hizo de sí, ciertamente lo hizo de la nada;
pues no existía cosa alguna de la cual pudiera
sacarlo"[110]. Con estas palabras San
Agustín se refiere al poder de la Palabra del Señor
para ejecutar su obra enfatizando que estas no son constituidas
de su esencia, que no las engendró de si mismo, sino que
las hizo de algo que aún no existía. Quedando claro
que las criaturas han sido hechas por la Palabra de Dios y de la
nada. San Pablo con bellas palabras experimenta este gozo de la
creación: "Porque de Él, y por Él, y para
Él son todas las cosas"[111].

En el orden de los bienes: los más imperfectos y
terrenos son también obra de Dios. Algunos de estos bienes
son resaltados y enseñados por el apóstol Pablo en
aquel pasaje de la Escritura donde hablando de los miembros del
cuerpo dice: "Si un miembro sufre, sufren con él todos los
miembros; si un miembro es honrado, se alegran con él
todos los miembros"[112]. En este orden los
miembros del cuerpo hacen referencia a los bienes terrenales y
caducos creados por Dios; y también dice en el mismo lugar
de la Escritura: "Dios ha dispuesto los miembros en el cuerpo,
cada uno como ha querido… Dios organizó el cuerpo
dando más honor al que menos valía, de modo que no
hubiera división en el cuerpo y todos los miembros se
interesaran por igual unos por otros"[113]. Es
así como San Agustín en este pasaje bíblico
hace alusión al orden de los bienes con los cuales Dios
constituyo sus criaturas al momento de ser creadas, netamente
estos bienes mencionados son de tipo carnal y se encuentran
organizados en cuando a modo, belleza y orden según la
voluntad de Dios, de tal manera que ninguno sea despreciado y
todos sean necesarios de igual forma.

Dichos bienes carnales se encuentran por su corporeidad
en el hombre y en los animales; tanto en los grandes como los
pequeños, pues la carne pertenece a la categoría de
los bienes terrenos y, por consiguiente a la de los más
imperfectos.

3.3 EL PECADO, ALEJA AL HOMBRE DE DIOS, SUMO
BIEN

Cuando oímos decir que "todas las cosas son de
Él, por Él y en Él", debemos entender que
dicha expresión hace referencia a las cosas que
naturalmente existen; es decir, que fueron creadas por Dios de la
nada y de su infinita misericordia. De lo contrario
deberíamos decir que también existe por Él
el pecado, que no conserva la naturaleza, sino que la vicia y
corrompe; pero ciertamente afirmar esto es un error.

Respecto a la anterior afirmación las Sagradas
Escrituras de muchas maneras atestiguan o prueban que los pecados
son obra de la voluntad de los pecadores, especialmente San Pablo
cuando dice:

Y tú, que juzgas a los que obran así y
haces lo mismo, ¿piensas librarte del juicio de Dios?
¿O desprecias su tesoro de bondad, su paciencia y aguante,
olvidando que su bondad quiere conducirte al arrepentimiento? Con
tu cerrazón de mente tu corazón impenitente
estás juntando castigo para el día del castigo,
cuando se pronuncie la justa sentencia de Dios, que pagará
a cada uno según sus obras[114]

Nuevamente se debe hacer referencia a la justicia; y
como lo recalca el apóstol la justicia humana al juzgar al
otro y la justicia divina al obrar rectamente juzgando
adecuadamente las injusticias cometidas por los
hombres

La expresión "tesoro de bondad" se refiere a la
misericordia que Dios tiene al momento de juzgar, pero
también a la bondad con que fue hecha su creación
pero que por el pecado se corrompe o se disminuye. Ese tesoro
está a la espera para que el hombre se acerque a Dios y
tome lo necesario para recobrar sus fuerzas y permanecer en la
bondad de la obra divina.

Si el hombre cierra su mente y su corazón a la
misericordia y la oportunidad de arrepentimiento que es
proporcionada por la justicia divina, lo que hace es acumular
castigo para el día en que sea llamado por Dios y deba
rendir cuentas ante Él por cada una de sus obras. Esto es;
recibir castigo por no acercarse al arrepentimiento y posibilidad
de recobrar el grado de bondad perdido.

Es necesario recalcar la idea que "el pecado no es obra
de Dios, sino de la voluntad de los
pecadores"[115], que por su obstinación
deciden alejarse de la misericordia y bondad divina y optar por
el camino que los conduce a la corrupción de la bondad que
poseen desde el momento de su creación.

No obstante- aclara San
Agustín[116]que están en Dios todas
las cosas que ha creado, no pueden los que pecan
mancillarle[117]a él. Como se afirma de su
sabiduría: "en virtud de su pureza lo atraviesa y lo
penetra todo… por eso nada inmundo se le
pega"[118].

Es necesario entonces, que así como creemos y
afirmamos que Dios es incorruptible e inmutable, creamos y
afirmemos también, consiguientemente, que a Dios nada lo
puede deshonrar ni manchar.

Pero como en el mundo las criaturas son corrompidas,
porque se alejan de la bondad de Dios y por este mal que las
embarga hacen daño no solo a su esencia individual sino al
resto del conjunto creado, es necesario aclarar que ese poder de
hacer daño tampoco proviene de Dios.

Por eso el escritor sagrado escribe: "Por mí
reinan los reyes y por mí los tiranos sujetan la
tierra"[119]. Solo se puede afirmar algo que es
indudable solo Dios tiene la potestad sobre toda la
creación; es decir, ninguna de sus criaturas esta
facultada para hacer daño o mal alguno a las de su misma
especie.

¿No es, pues, injusto que se dé a los
malvados la potestad de dañar para que así sea
probada la paciencia de los buenos? Es una pregunta que
necesariamente debemos emplear para comprender un poco mejor la
idea central a la que nos referimos.

No es entonces, que se esté afirmando que esa
potestad provenga de Dios, ni que sea Dios el que lo permita,
porque como ya se dijo, solo el Creador, el Sumo Bien es el que
tiene poder y autoridad sobre lo que Él ha hecho y es
suyo; es decir, su creación.

El hecho de que los malvados aprovechen ese poder para
dañar, que simplemente es acuñado por su
alejamiento de la bondad de Dios y por la corrupción en la
mente de las criaturas, no significa que los justos y buenos
necesariamente sean alcanzados por dicha corrupción, que
tengan que sufrir necesariamente la opresión del mal; sino
que están siendo sujetos a las garras de una ser inferior
que es el demonio y como lo dice San Agustín: "por tanto,
el mismo Dios ha hecho justamente todas estas cosas por el poder
que concedió al
demonio…"[120].

Por eso dice el Santo: "Y así, por el poder
concedido al diablo, fue probado Job para que apareciera justo, y
Pedro tentado para que no presumiera de sí y Pablo
sufrió el aguijón de la carne para que no se
ensoberbeciese, y Judas condenado para que se
ahorcase"[121].

Pero lo anterior no da paso a justificar el daño
que causan aquellas criaturas que se alejan de la Bondad Divina y
se acercan a la maldad otorgada por el demonio.

No excluye del castigo divino, ni del suplicio eterno al
final de los tiempos, puesto que por la inicua voluntad de
dañar del demonio, por acercarse a dicha voluntad
destructora es que deberán rendir cuentas a Dios y pagar
con el castigo necesario el pecado por la maldad cometida. Y
está escrito: "Id al fuego eterno, que mi Padre ha
preparado para el diablo y para sus
ángeles"[122].

3.4 EL DEMONIO CAUSA DEL ALEJAMIENTO DE
DIOS

Ya se ha tocado el tema en torno al demonio como causa
del alejamiento de Dios; es decir, del Sumo Bien. Pero detengamos
un poco a conocer la realidad del demonio desde el punto de vista
filosófico y cristiano, como lo concibe San
Agustín.

En la antropología de Sócrates se halla un
pasaje que hace referencia al demonio y como lo concebía
este autor, indicando el motivo del porqué al no
preocuparse por los asuntos de cada hombre no se ha ocupado de
los de la ciudad, "indica que el motivo de ello reside en que
algunas veces emerge de él algo divino y demoníaco,
y que desde su infancia una voz, se hacía oír a
veces en su interior empujándolo a no hacer lo que
había estado a punto de
hacer"[123].

seres hijos de los dioses, pero sin ser dioses o
héroes"[124].

El demonio de Sócrates es, pues, una voz. Se
puede interpretar en el aspecto externo de la voz una entidad
divina que providencialmente susurra al hombre ciertos
imperativos. Por otro lado en el aspecto interno de la voz puede
identificarse con la conciencia moral. Y finalmente puede
interpretarse como la expresión de la vocación
intransferible de cada hombre.

Frente a esta aclaración hay que tener en cuenta
lo que Sócrates declaraba: "la voz
«demónica» es negativa, y en vez de proclamar
lo que hay que hacer, señala lo que no hay que
hacer"[125].

Ferrater Mora[126]frente al
término "demonios", dice que son concebidos a veces como
«intermediario», a veces como «divinidades
inferiores», en ocasiones como «personalidades
divinas» a las cuales estamos ligados, de tal forma que
cada uno de nosotros tiene su propio «demonio» o
«genio».

En la visión del cristianismo el demonio es
concebido como «agente del mal». "Los demonios son
los ángeles que se han rebelado contra Dios, bajo la
dirección del maligno por antonomasia,
Satanás"[127].

Siempre que se refiera al demonio necesariamente
está ligado a las ideas acerca del mal, del imperio de
Dios, de los ángeles, del pecado y de la lucha entre dos
grandes fuerzas: la bondad y la maldad.

Existe una gran diferencia entre la maldad existente en
el demonio y la que hay en el hombre. El demonio no puede volver
atrás, no puede acercarse al arrepentimiento, mientras que
el hombre si puede arrepentirse, llegando de esta manera al
retorno de la bondad y amor de Dios.

En todo caso, conviene hacer constatar que "para los
autores cristianos el demonio no se halla fuera del imperio de
Dios: este se sirve inclusive de los demonios para tentar y
probar a los hombres"[128]. Así las
tentaciones constituyen una parte del plan de la Providencia
Divina.

Entonces ya se dijo que en la visión cristiana
los demonios son ángeles rebelados contra Dios; por eso
San Agustín advierte que "los ángeles malos no
fueron pervertidos por Dios, sino por su mismo
pecado"[129].

Y porque los ángeles rebeldes no fueron creados
malos por Dios, sino que se pervirtieron por su pecado, dice
así San Pedro en su epístola: "Si Dios no
perdonó a los ángeles pecadores, antes bien los
sepultó en el infierno y los sumergió en el abismo
de las tinieblas, reservándolos para el
juicio"[130]. Con esto prueba San Pedro que a los
ángeles pecadores aún les queda la pena del
último juicio, puesto que ellos no aceptaron volver a
Dios; ni se arrepintieron de sus culpas. Por eso dice el
Señor: "Id al fuego eterno, que está preparado para
el diablo y sus ángeles"[131].

San Agustín muestra algunas realidades en torno a
estos ángeles y el castigo merecido por sus conductas. Por
causa de sus pecados y el alejarse de la Bondad de Dios, han
merecido el fuego eterno y tiene por cárcel perpetua el
infierno.

Dichos ángeles junto con el demonio viven
continuamente al acecho de los hombres y espíritus
humildes y piadosos que permanecen sumados a la Bondad Divina
para ver el momento oportuno en los cuales estén sumisos y
sujetos al pecado y de esta manera se alejen del estado actual en
que se encuentran.

Si uno de estos espíritus buenos llegará a
caer en las garras del mal y aceptara apartarse del Dios
eternamente bueno, Él en su infinita misericordia ofrece
el arrepentimiento y el perdón de sus faltas a
través del castigo de purificación que le permite
borrar las culpas cometidas e iniciar de cero, es decir, por el
castigo y el arrepentimiento nacen renovadas; como nuevas
criaturas de Dios llenas de su gracia y bondad.

Agustín escribe una nota aclaratoria diciendo que
"el fuego eterno, que atormenta a los impíos, no es un
mal"[132]. Pues ni el mismo fuego eterno, que ha
de atormentar a los réprobos (condenados), es de por
sí una naturaleza mal, porque tiene también su
modo, su belleza y su orden, y no ha sido depravado por ninguna
iniquidad. La misma luz atormenta a los que tiene alguna
enfermedad en sus ojos, pero por esto la luz no es una naturaleza
mala.

San Agustín lo dice, "el tormento es un mal para
los condenados, que lo han merecido por sus
pecados"[133]. Este es el castigo para aquellos
espíritus que habiendo pecado contra Dios no se arrepiente
de sus faltas y no retornan a su bondad, sino que por el
contrario permanecen sumergidos en el mal y las garras del
demonio.

Cuando nos referimos al «fuego eterno», no
lo hacemos en el mismo sentido que afirmamos la eternidad de
Dios, sino que lo decimos para expresar que este fuego no tiene
fin.

El fuego es eterno, pero no del mismo modo que lo es
Dios; pues aun cuando no acabará nunca, tuvo sin embargo
un principio, y Dios no lo ha tenido ni lo tendrá.
Además, la naturaleza del fuego eterno está
sometida al cambio, pero ha sido sometido a servir de castigo
perpetuo para los pecadores.

En este sentido la verdadera eternidad se refiere a la
verdadera inmortalidad, o sea, la suma inmutabilidad, que es un
atributo exclusivo y propio de Dios, el cual es absoluta y
esencialmente inmutable.

Porque una cosa es no cambiar, a pesar de la posibilidad
de mutación y otra muy distinta el no poder cambiar.
Así se dice de un hombre que es bueno, aunque no lo es con
la bondad de Dios, del cual está escrito: "Nadie es bueno
fuera de Dios"[134]. Se dice que nuestra alma es
inmortal, pero no como lo es Dios… también se dice
que el hombres es sabio; mas no lo es como
Dios"[135]. El fuego del infierno es eterno, pero
no como lo es Dios, cuya inmortalidad es la verdadera
eternidad.

La manera más sencilla para luchar contras las
fuerzas del mal y sus asechanzas es vivir piadosamente; es decir,
sumiso siempre a la voluntad de Dios y con la plena confianza que
en Él esta la bondad absoluta de la cual por nuestra
condición de criaturas dependemos
permanentemente.

El premio para aquellos hombres y espíritus
inferiores que finalizando su paso por este mundo terreno o que
cumpliendo a feliz termino con la misión encomendada por
Dios y que no se hayan alejado de su amor y bondad, es el reino
de los cielos; es decir, gozar de la compañía de
Dios y de sus ángeles, estando escrito: "Venid, benditos
de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para
vosotros desde la creación del
mundo"[136].

Ya se han hecho algunas afirmaciones en torno al pecado
pero es necesario aclarar que el pecado no es deseo de una
naturaleza mala, sino abandono de otra mejor.

Del mismo modo, porque el pecado no es deseo de
naturalezas malas, sino abandono o renuncia de otras mejores o
más perfectas se halla escrito así en las Sagradas
Escrituras: "Porque todas las criaturas de Dios son buenas y nada
es despreciable si se lo recibe con acción de
gracias"[137]. Con esta aclaración de que
toda criatura de Dios es buena podemos decir entonces que el
hombre al aceptar el pecado no está apeteciendo ninguna
naturaleza mala, sino que comete una acción mala al dejar
una naturaleza más perfecta.

Aparece la respuesta a un interrogante que entorno al
mal y al pecado cometido por Adán se ha realizado:
¿El árbol del cual comieron Adán y su mujer
era malo? Al respecto San Agustín afirma: "Todos los
árboles que Dios plantó en el paraíso son
ciertamente buenos"[138].

Y continúa diciendo Agustín para aclarar
más esta cuestión del árbol prohibido por
Dios:

El hombre, por tanto, no apeteció ninguna
naturaleza mala cuando tocó el árbol prohibido,
sino que cometió una acción mala al dejar lo
más perfecto; pues mejor que todas las cosas creadas es el
Creado, cuyo mandato no debió ser quebrantado por gustar
de lo prohibido, aunque era buena, porque abandonando lo
más perfecto, se apetecía una cosa buena, que era
probada contra el precepto del
Creador[139]

La acción mala en la caída del primer
hombre gira entorno a la desobedecía de la voluntad de
Dios y abandono a la perfección de Divina, puesto que la
voluntad de Dios era no comer del árbol que había
sido prohibido, y al desobedecer se alejaron de Él. Pero
en sí, el árbol no era malo puesto que fue hecho
por Dios y al igual que toda su creación cuenta con la
bondad otorgada por su Creador.

Dios no plantó en el jardín un
árbol malo, sino que hizo uno más perfecto a los
demás y por eso prohibió al hombre tocarlo, con el
fin de demostrarle que la naturaleza del alma humana o racional
no es un ser dependiente, sino que debe estar necesariamente
sometida a su creador y conservar el orden de la salvación
por su obediencia.

Por eso el árbol prohibido fue llamado por Dios
«el árbol del bien y el mal» para que cuando
el hombre lo tacase contra la prohibición hecha por Dios;
de este modo experimentara la pena del pecado y así
conociera la diferencia que existe entre el bien de la obediencia
y el mal de la desobediencia.

Por consiguiente, el pecado no consiste, como ya se ha
dicho antes, en el deseo de una naturaleza mala, sino en el
abandono de otra más excelente, de manera que esa misma
preferencia es el mal o el pecado y no la naturaleza, de la cual
se abusa al pecar.

"El pecado, pues, es usar mal el
bien"[140]. Es por esto mismo que San Pablo
reprende a los ya condenados por el juicio divino, que "como
cambiaron la verdad de Dios por la mentira, veneraron y adoraron
la criatura en vez del Creador"[141]. No condena,
pues el apóstol a la criatura; – el que hiciera esto
cometería injuria contra el Creador- sino que condena a
aquellos que abusaron de un bien, renunciando o abandonando otro
de orden superior.

Antes de comenzar a hablar de los errores del
maniqueísmo San Agustín cierra este Tratado
sobre la naturaleza del bien
diciendo que nada puede
perjudicar a Dios ni a ninguna criatura sin la justa
ordenación de Dios:

Siendo esto así, la fe católica y la
verdad bien entendida proclaman o enseñan que nadie puede
perjudicar a la naturaleza de Dios, que la naturaleza de Dios no
infiere daño injusto a nadie y que no permite que ninguna
injusticia quede sin castigo, porque como está escrito "el
que hace injusticia recibirá lo que hizo injustamente,
porque en Dios no hay acepción de
personas"[142].

3.5 LO QUE NOS MUEVE A OBRAR BIEN O
MAL

Ya se ha dicho anteriormente que Dios es el Sumo Bien;
es decir, la perfección absoluta, en Él no se puede
concebir noción alguna de mal. Dios es Ser y ser en
plenitud, en Él la idea de no ser no tiene fundamento. Con
esto podemos concluir entonces que Dios no es la causa de
ningún mal, puesto que en su persona solo se puede afirmar
el eterno bien.

Pero entonces ¿Quién es el causante del
mal? Necesariamente, tenemos que ver que el Creador, es perfecto
y posee la Bondad en plenitud y ha transmitido esa bondad a sus
criaturas; dicho bien no se da en plenitud a las criaturas; si
fuera así tendríamos que decir que estas
también son Dios y caeríamos en un
error.

Por eso, el mal se da en las criaturas, ya que estas
están sujetas a la imperfección. El mal aparece
como abandono de una naturaleza mejor. Todas las cosas son
buenas, pero por su voluntad el hombre decide abandonarlas para
llegar a otras, que para los sentidos pueden llegar a ser
mejor.

Está en la voluntad y libertad del hombre el
permanecer en la bondad de Dios o abandonarla para dirigirse a
otros bienes que aparentemente son mejores, pero que lo llevan a
caer en el pecado.

El pecado solo puede aparecer en la realidad de las
criaturas, como muestra del abandono hacia su Creador. Pero
recordemos que Dios, como es Padre amoroso y misericordioso,
está dispuesto a perdonarnos y a purificar nuestro pecado
para que así podamos recobrar la bondad que se
manchó por causa de la maldad que cometimos.

En cuanto a este tema y yendo un poco mas a nuestra
realidad, desde un punto de vista religioso, podemos plantearnos
el siguiente interrogante: ¿Por qué si Dios nos ama
tanto nos suceden cosas malas?

Ciertamente, Dios nos ama y nos ama mucho,
muchísimo más de lo que podemos imaginarnos, pues
nos ama infinitamente. Pero sucede que a veces creemos que Dios
no nos ama, porque no nos ama como nosotros creemos que nos debe
amar.

Esto es porque pensamos igual que cuando éramos
niños y nuestros padres no nos daban todo lo que
queríamos. Esto se convertía en motivo de protesta
y reclamo. O estamos actuando igual que cuando nos
prohibían algo y también protestábamos. O
cuando nos causaban un dolor necesario para curar una enfermedad:
una medicina desagradable, un tratamiento doloroso, etc. Con eso
solo protestábamos y nos enfurecíamos por cosas que
aparentemente eran malas, pero que en realidad eran
buenas.

Dios también es Padre. Solo Él sabe lo que
más nos conviene. Y a veces las cosas que consideramos
malas son todo lo contrario: muy buenas. Tal vez mucho mejores
que las que consideramos buenas.

Y está en los planes de Dios, la salvación
del hombre, por eso Dios sabe lo que nos conviene, entonces,
¿Por qué no confiar en Él?

¡Cómo nos cuesta aceptar un sufrimiento,
una enfermedad! Y en el plan de Dios mucho bien proviene del
sufrimiento y el dolor, porque como ya vimos anteriormente, este
nos purifica y nos retorna a la bondad del Creador. En la persona
de Jesucristo su sufrimiento nos trajo la salvación. Por
la muerte de Cristo todos tenemos derecho a una vida de felicidad
plena y total para toda la eternidad.

Está en la voluntad del hombre el continuar
amando a su Padre Dios, Creador de todo cuando existe y Bondad
Absoluta, o refugiarse en su terquedad y en las garras del mal
que éste mismo causa. Aceptar los planes salvíficos
de Dios y refugiarse en el amor. Por eso dice San Agustín:
"porque de ti proceden, ciertamente, todos los bienes, ¡oh
Dios!, y de ti, Dios mío, pende toda mi salud. Todo esto
lo conocí más tarde, cuando me diste voces por
medio de los mismos bienes que me concedías interior y
exteriormente. Porque entonces lo único que sabía
era mamar, aquietarme con los halagos, llorar las molestias de mi
carne y nada más"[143].

Por eso también exclama San Agustín, al
reconocer en Dios la verdadera bondad y el amor infinito con el
que acoge al hombre para brindarle la
salvación:

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú
estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y
deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que
tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba
contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y
rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y
abraséme en tu paz[144]

Finaliza San Agustín su tratado sobre la
naturaleza del bien, con la oración por la
conversión de los maniqueos y de aquellos que no ven en
Dios la figura de la Bondad Absoluta y de un Padre amoroso que
quiere la salvación de sus hijos:

¡Oh cuán grande es tu paciencia,
Señor piadoso y compasivo, magnánimo,
misericordiosísimo y veras! Tú, que haces salir el
sol sobre buenos y malos y haces caer la lluvia sobre justos y
pecadores; que no quieres la muerte del pecador, sino que se
conviertan y viva; que corrigiendo a los extraviados les das
lugar a penitencia, para que, abandonada su iniquidad, crean,
Señor, en ti; que atraes con tu paciencia a los pecadores
al arrepentimiento, aunque muchos por la dureza y pertinacia de
su corazón van atesorando ira para el día de la
venganza y de la revelación de tu justo juicio, el cual ha
de dar a cada uno según sus obras; tú, que, en
cualquier día en que el hombre se convierta de su
iniquidad a tu verdad y misericordia, te olvidas de todas sus
maldades, concédeme, Señor, concédeme que
por este ministerio de mi enseñanza, por el cual has
querido que refutara este execrable y horribilísimo error,
que así como muchos se han visto ya libres de él,
se vean también libres los demás, y haz,
Señor, que todos, sea por el sacramento de tu Santo
bautismo o por el sacrificio del espíritu compungido y del
corazón contrito y humillado, por el dolor de la verdadera
penitencia, merezcan recibir el perdón de todas sus
blasfemias y pecados, con los que, sin saber lo que
hacían, te ofendieron. Pues tan eficaces, son
Señor, tu, misericordia y tu poder y la verdad de tu
bautismo y pueden tanto las llaves del reino de los cielos
confiadas a tu Santa Iglesia, que no se debe desesperar de la
conversión de todos aquellos que, mientras viven en la
tierra, sufriéndolos tu paciencia y conociendo ellos mismo
cuán grande es el mal de sentir y decir de ti tales
blasfemias, se mantienen todavía en su maligna
profesión por la costumbre o por la adquisición de
alguna comodidad temporal y terrena; y haz que, amonestados por
los suaves avisos de tu gracias, se refugien en el seno de tu
bondad inefable y antepongan a todos los halagos de la vida
carnal el bien de la vida celestial y
eterna[145]Amén.

Siendo así como se concluye este corto recorrido
por el pensamiento agustiniano sobre la concepción del
bien, reconociendo a Dios como el Bien Absoluto del cual todo los
demás bienes proceden, además cabe resaltar la
presencia en el pensamiento y obrar humano del pecado como
alejamiento de Dios, y la figura del demonio como causa de dicho
alejamiento.

Pero es necesario reafirmar la idea que el hombre no es
movido por Dios para actuar a favor del mal, sino que es
decisión propia y por su plena libertad que puede optar
por el camino del mal, pero Dios Sumo Bien siempre quiere y
querrá lo mejor para sus hijos, es decir; la
salvación del hombre y de todos los hombres por el camino
del bien que solo Él puede brindar.

Conclusiones

Mediante el desarrollo de esta investigación, en
la cual se estudio la concepción agustiniana sobre la
naturaleza del bien, se ha logrado descubrir en el autor, la
profundidad con la cual ha abordado este tema de gran
interés y que durante toda la historia de la humanidad ha
sido reflexionado no solo por autores cristianos sino por gran
diversidad de pensadores que interesados en este problema han ido
descubriendo elementos importantes que fueron vitales para este
estudio.

Aunque el tema es algo complejo, a través de los
planteamientos propuestos por San Agustín, se ha podido
conocer de forma clara y metodológica esta
cuestión, abarcando en su mayoría los elementos
esenciales que nos permiten determinar en gran media la
naturaleza del bien y la influencia que este ejercer en el hombre
y toda la creación.

Aun en la actualidad, la cuestión del bien se
presente en el mundo como un misterio. Esto conlleva a la
adopción de muchas posiciones que han sido asumidas por
los hombres en las diferentes etapas de su historia, llegando al
punto de embarcarse en la indiferencia respecto al tema, o
dirigiéndolo por caminos que desvían el conocer el
Bien Absoluto que transmite en grados la bondad a todos sus
criaturas.

En el Tratado sobre la naturaleza del bien, San
Agustín reconoce la fuente de todo el bien existente en el
mundo solo en Dios, y por consiguiente la bondad que existe en
toda su obra creadora, puesto que esta ha sido hecha por simple y
puro «Amor Divino».

Por medio de esta investigación se ha logrado
clarificar algunas dudas del tema, sabiendo que es muy extenso,
que debe ser estudiado con calma y a profundidad; pero se ha
logrado adquirir conocimientos que son vitales para el desarrollo
de un pensamiento crítico y centrado en el reconocimiento
del bien que se hace presente en el hombre y la
naturaleza.

Cabe destacar la importancia que posee el pensamiento
agustiniano en la doctrina de la Iglesia no solo en su
época sino en la actualidad, que este tema tratado ha sido
desarrollado por el autor como respuesta a una serie de
dificultades que se presentaban en contra de la fe y que por
consiguiente resultaban contradictorias a la doctrina propuesta
por la Iglesia.

En la obra presentada por San Agustín -a
diferencia de sus antecesores- se logra ver una completa
reflexión acerca del bien, un trabajo más
elaborado, más crítico y necesariamente empapado
por la doctrina cristiana que enmarca al obispo de
Hipona.

En San Agustín logramos reconocer a Dios como el
padre misericordioso que por amor ha creado el universo y en
él al hombre, que lo ha dotado de libertad para que pueda
elegir entre los dos caminos: el del bien y el del mal. El bien
que se hace presente desde el momento de su creación y el
mal que se presenta como ausencia de bien o mejor dicho como
alejamiento del Sumo Bien; es decir, Dios.

Todos los bienes tanto grandes, como medianos y
pequeños, proceden de Dios y en ellos alcanzan su
perfección; Dios es el bien en plenitud, no existe un bien
mayor o más perfecto que Él. Desde la
creación participa su bondad a las criaturas y
éstas se van perfeccionando a medida que buscan bienes
mayores que se encuentran en el orden natural.

Por naturaleza las criaturas son buenas, pues fueron
creadas por Dios; pero por voluntad propia estas se corrompen al
alejarsen del Bien Absoluto optando por naturalezas inferiores o
ya corruptas, y es aquí donde aparece el opuesto del bien;
es decir, el mal; que es ausencia de bien.

El mal no es obra de Dios, Él no es su creador,
sino que este aparece inmerso en las criaturas por alejamiento
voluntario de Dios. Ya desde los origines del hombre se ha
entendido esta realidad reflejada en los relatos bíblicos
o en el desarrollo de la reflexión humana. Dios ha creado
al hombre libre para elegir entre lo bueno y lo malo, pero es por
su infinita misericordia que acepta el arrepentimiento humano y
otorga la salvación y la purificación de su
naturaleza; permitiéndole retornar a la bondad perdida a
causa del pecado.

El pecado aparece inmerso en el hombre como consecuencia
al alejamiento de Dios, puesto que abandona su seno paternal para
acercarse a realidades que corrompen su naturaleza y cancelan o
rompen la relación Creador- criaturas.

En el pensamiento agustiniano el demonio es la causa del
alejamiento de Dios, puesto que induce al hombre a cometer actos
no deseados pero apetecidos por su debilidad humana, que lo
llevan a pecar y a desconectarse del amor y la bondad
proporcionadas por Dios Padre. El diablo está al acecho
del hombre para encontrar el momento determinado en el cual el
hombre caiga en pecado.

Por su infinita misericordia Dios quiere que todos los
hombres se salven y recobren la bondad perdida a causa del
pecado. Por ello aplica el Juicio Divino para castigar al hombre
de acuerdo a sus actos, logrando purificar sus faltas
librándose del pecado y retornando a la casa del Padre que
con amor lo espera para tomarlo en sus brazos.

Puesto que las criaturas están sujetas a la
imperfección es que se da en ellas el mal, Dios como Bien
Absoluto esta libre todo mal, en Él la idea de mal no
tiene lugar ni pensamiento alguno, solo puede pensarse de las
criaturas, puesto que ellas están sujetas a la
imperfección, esto las mueve a obrar el bien o el mal.
Todas las cosas son buenas pero por su voluntad el hombre decide
abandonarlas para llegar a otras, que para los sentidos pueden
llegar a ser mejor.

Finalmente, es necesario decir que aunque este trabajo
monográfico no es lo suficientemente profundo para un
perfeccionamiento en el tema, es fundamental para alcanzar un
buen grado de comprensión y claridad acerca de la idea del
bien, como realidad presente en el hombre y toda la
naturaleza.

San Agustín al escribir el Tratado sobre la
naturaleza del bien
, aborda el tema como respuesta a una
situación determinada, pero esto no significa que este
limitado a esta obra; por el contrario, el tema del bien abarca
toda el pensamiento agustiniano al encontrar en Dios el Bien
Absoluto y por ser un autor cristiano, Dios se convierte en el
objeto y método de toda su reflexión
filosófica.

Bibliografía

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SCHÖKEL, Luis Alfonso. La Biblia de Nuestro Pueblo.
China : Ediciones Mensajero, 2007. 2015. p.

Diccionario de la Lengua Española. Madrid :
Planeta, 1982. 1351 p.

DEDICATORIA

La dedicatoria de este trabajo esta divida en cuatro
partes: A mis padres Mario Almeida y Carmen Evelia
González. A mi hermano José Antonio Almeida
González. A mi familia. A todos mis amigos; que me
ayudaron con su apoyo y colaboración a culminar de la
mejor manera este trabajo.

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar a Dios, que por medio de San
Agustín me permitió realizar esta monografía
y conocerlo a Él como Único y Absoluto
Bien.

A mi madre del cielo; la Santísima Virgen
María, quien es y será mi protectora y mi
inspiración en cada uno de los momentos de mi
vida.

Al Seminario Conciliar San Carlos por brindarme la
oportunidad de expresarme y a cada uno de los padres formadores,
quienes con esmero y paciencia me han ayudado a discernir en este
proceso vocacional.

Al Padre Miguel Ángel Jerez; quien con
sabiduría, agrado y mucha paciencia ha dirigido este
trabajo monográfico; por su interés, su
dedición y todo el apoyo que me brindó para la
realización de esta investigación.

A mis compañeros de grupo con los cuales durante
estos cuatro años he estado compartiendo este proceso de
seguimiento.

A cada uno de mis benefactores; que con mucho esfuerzo y
amor hacen posible que continúe este proceso de
discernimiento vocacional.

Y a cada uno de mis amigos a los cuales agradezco por
brindarme su apoyo y tenerme presente en sus
oraciones.

 

 

Autor:

Herwin Danilo Almeida
González

Seminario Conciliar San Carlos

Sección de
Filosofía

San Gil

2010

Director

Miguel Ángel Jerez

Presbítero

Monografía presentada como requisito
indispensable para la aprobación de los estudios de la
sección de filosofía

Monografias.com

[1] HIRSCHBERGER, Johannes. Historia de la
Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder, 1968. p. 79.

[2] Ibid., p. 204.

[3] Disponible en:
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymedieval/SanAgustin/bien.htm

[4] AQUINO, Santo Tomás de. Suma
contra Gentiles. Madrid: BAC. 1958, p. 107.

[5] Ibid., p. 107.

[6] Ibid., p. 108.

[7] Disponible en internet:
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Hume/Principal-Hume.htm

[8] Disponible en internet:
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Hume/Principal-Hume.htm

[9] Disponible en:
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Kant/Kant-SumoBien.htm

[10] SCHÖKEL, Luis Alfonso. La Biblia de
Nuestro Pueblo. China: Ediciones Mensajero, 2007. p. 18.

[11] Ibid., p. 19.

[12] Ibid., p. 19.

[13] Ibid., p. 21.

[14] Ibid., p. 21.

[15] HIRSCHBERGER, Johannes. Historia de la
Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder, 1968. p. 53

[16] Ibid., p. 54.

[17] Ibid., p. 56.

[18] LOPEZ DE IPIÑA, Emilio. Historia
de la Filosofía. Bogotá: El Búho, 1997. p
31.

[19] HIRSCHBERGER, Johannes, Op. cit.,
p.78.

[20] Ibid., p. 79.

[21] Ibid., p. 82.

[22] Ibid., p. 84.

[23] Ibid., p. 84.

[24] Ibid., p. 89

[25] Ibid., p. 90.

[26] Ibid., p. 90.

[27] Ibid., p. 91.

[28] Ibid., p. 91.

[29] Ibid., p. 91.

[30] Ibid., p. 91.

[31] Ibid., p. 92.

[32] Ibid., p. 93.

[33] Ibid., p. 94.

[34] Ibid., p. 94.

[35] Ibid., p. 95.

[36] Ibid., p. 95.

[37] Ibid., p. 95.

[38] Ibid., p. 95

[39] Disponible
en:http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofía/griega/aristoteles/felicidad.html

[40] ARISTÓTELES. Ética a
Nicómaco. España: Orbis, 1984. Libro I. C.
IV.

[41] Disponible
en:http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofía/griega/aristoteles/felicidad.html

[42] Disponible en:
http://www.cibernous.com/autores/aristoteles/teoria/etica/etica.html#1

[43] ARISTÓTELES, Op. Cit., p. 56.

[44] HIRSCHBERGER, Johannes, Op. cit., p.
203.

[45] Ibid., p. 203.

[46] Ibid., p. 203.

[47] Ibid., p. 202.

[48] Ibid., p. 204.

[49] Ibid., p. 231.

[50] Ibid., p. 245.

[51] Ibid., p. 245.

[52] Ibid., p. 245.

[53] Ibid., p. 259.

[54] Diccionario Enciclopédico de
Teología, p. 112.

[55] FERRATER MORA, José. Diccionario
de Filosofía I (A-D), p. 371.

[56] HIPONA, San Agustín de. De la
Naturaleza del Bien. 2 edición. Madrid : BAC, 1951. V 2.
p. 979.

[57] FERRATER MORA, Diccionario de
Filosofía, Op. Cit., p. 371. Vol. A-D.

[58] Ibid., p. 371.

[59] Diccionario de la Lengua
Española. Madrid: Planeta, 1982. p. 160, 171,182.

[60] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op.
Cit., p. 979.

[61] Ibid., p. 979.

[62] Ibid., p. 979.

[63] Ibid., p. 979.

[64] HIPONA, San Agustín de. Del Libre
Albedrio. 2 edición. Madrid : BAC, 1951. V 2. p.
249.

[65] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op.
Cit., p. 981.

[66] ABBAGNANO, Nicola. Diccionario de
Filosofía. México : Fondo de cultura
económico, 1992. p. 815.

[67] FERRATER MORA, Diccionario de
Filosofía, Op. Cit., p. 337. Vol. A-D.

[68] Ibid., p. 2646. Vol. K-P.

[69] Ibid., p. 2646. Vol. K-P.

[70] HIPONA, Del Libre Albedrío, Op.
Cit., p. 385.

[71] Salmo 101, 27-28.

[72] Ibid., p. 387.

[73] Ibid., p. 387.

[74] Ibid., p. 395.

[75] Ibid., p. 395.

[76] Ibid., p. 395.

[77] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op.
Cit., p. 983.

[78] Ibid., p. 983.

[79] Ibid., p. 983.

[80] Ibid., p. 985.

[81] Ibid., p. 985.

[82] Ibid., p. 989.

[83] Romanos 5, 8- 10.

[84] Colosenses 3, 25.

[85] Ibid., p. 1025.

[86] HIPONA, Del Libre Albedrío, Op.
Cit., p. 507.

[87] Ibid., p. 507.

[88] Ibid., p. 509.

[89] Ibid., p. 511.

[90] Ibid., p. 511.

[91] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op.
Cit., p. 999.

[92] Ibid., p. 999.

[93] Ibid., p. 999.

[94] Ibid., p. 999.

[95] Ibid., p. 999.

[96] Salmo 15, 10.

[97] Ibid., p. 989.

[98] Ibid., p. 989.

[99] Ibid., p. 991.

[100] Ibid., p. 993.

[101] Ibid., p. 995.

[102] Daniel 3, 72.

[103] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 995.

[104] Génesis 2, 7. 19.

[105] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 997.

[106] Éxodo 3, 14.

[107] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 997.

[108] Romanos 4, 17.

[109] 2 Macabeos 7, 28.

[110] Salmo 148, 5.

[111] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1007.

[112] Romanos 11, 36.

[113] 1 Corintios 12, 24.

[114] 1 Corintios 12, 18. 24-25.

[115] Romanos 2, 3-6.

[116] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1009.

[117] Ibid., p. 1009.

[118] Deshonrar, manchar.

[119] Sabiduría 7, 24b.- 25c.

[120] Proverbios 8, 15.

[121] HIPONA, De la Naturaleza del Bien, Op.
Cit., p. 10-139.

[122] Ibid., p. 1013.

[123] Mateo 25, 41.

[124] FERRATER MORA, Diccionario de
Filosofía, Op. Cit., p. 809. Vol. A-D.

[125] Ibid., p. 809.

[126] Ibid., p. 809.

[127] Ibid., p. 809.

[128] Ibid., p. 810.

[129] Ibid., p. 810.

[130] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1015.

[131] 2 Pedro 2, 4.

[132] Mateo 25, 41.

[133] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1019.

[134] Ibid., p. 1019.

[135] Marcos 10, 18.

[136] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1021.

[137] Mateo 25, 34.

[138] 1 Timoteo 4, 4.

[139] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1015.

[140] Ibid., p. 1015.

[141] Ibid., p. 1019.

[142] Romanos 1, 25.

[143] DE HIPONA, De la Naturaleza del Bien,
Op. Cit., p. 1021.

[144] DE HIPONA, Agustín. Confesiones.
Madrid: BAC, 1968. p. 78.

[145] Ibid., p. 424.

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