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Los dados mágicos (Novela) (página 5)




Enviado por Fandila Soria



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Al final tuvo suerte, una suerte relativa, pues por una
casualidad, quedó estremecido de improviso ante la llamada
de socorro de uno de sus congéneres. No hay mal que por
bien no venga, algo es algo, pensó. Las transmisiones de
mente tenían eso, sólo se establecían entre
aquellos cuyo mutuo conocimiento fuera notable, los de un
ámbito. De no existir tal compenetración y ciertas
vivencias, que aquellas ocurrieran no pasaba de ser un
malentendido. Y siempre fue así, salvo casos involuntarios
de intromisión, por azar, o la llamada de auxilio, que esa
sí que todos entendían de manera espontánea.
La que ahora ocurrió no se hizo desde muy lejos. Quien la
hiciere, debía de estar mucho más cerca incluso que
el asentamiento de los humanos. Ante un reclamo así, de
ninguna manera podía sustraerse, y viró su
cubículo hacia aquella dirección.

La mala fortuna aún no lo abandonaba. Cuando
llegó a aquel lugar dos aeronaves que partían, y
por más que lo hizo no vio que nadie quedase en tierra. No
obstante, logró llamarlos por radio, pero la respuesta no
pudo ser más lacónica: —Uno de los nuestros
ha muerto. Ahora nos dirigimos al lugar de los
humanos—.

Intentó seguirlos, pero su empeño
sólo quedaría en buenas intenciones. Al poco, el
pequeño vehículo necesitaba repostar de nuevo, y no
halló Más rastro de tierra amarilla que la
incrustada en su propio aparato de la vez anterior. El acumulador
no respondía, y hubo de descender, justo antes de que se
agotara. Así quedó, tirado a mitad de camino, muy
cerca de aquella corriente, que parecía llevar entre sus
márgenes toda el agua del mundo.

Para mayor desconsuelo, vio sobre su cabeza el
pequeño vehículo humano, y lamentó no poder
comunicarse con ellos.

Otra vez se puso en contacto con Oxisos. Por nada del
mundo lo hubiese hecho ahora con sus compañeras. Las
preocuparía para nada. Qué podían hacer
ellas desde tan lejos.

Esta vez, los dos amigos prolongaron la transmente lo
necesario y más, de puro entretenimiento y
charlatanería (mejor se dijera sensacionería, pues
era ésta y no otra, su vía de dialogo). —Por
lo que, yo entiendo —"sensacionaba" Oxisos—, no te
queda otra alternativa que caminar. Quizá debieras
dirigirte al asentamiento de los humanos… Mejor allí que
no vagar sin rumbo a la búsqueda de material de
acumulación y sustentándote apenas por tus propios
medios, si es que puedes. De lo contrario, ¿hasta
cuándo podrías esperar? Una última
alternativa pudiera ser la llamada de socorro, pero para
qué pensar en eso. Ya sabes lo que conlleva y lo estrictos
que son nuestros mandos con las llamadas de socorro. No te
perdonarán que te saltes las reglas. Tu acción se
calificaría de insolidaria, y sería peor el remedio
que la enfermedad. En cambio los humanos, te acogerán
seguramente como lo que eres, alguien desconocido, de otro mundo,
pero que se acerca a ellos en son de paz—.

—Vaya un panorama —se dijo Xántriul
sentándose en tierra junto a su vehículo. —Y
menudo transporte. Si cada cual pudiese disponer de su aeronave,
otro gallo me cantara.

XXX

Tal vez hubieran pasado veinte días. Belaura
merodeaba a las afueras del campamento cerca de los barracones,
cuando lo descubrió. El shim yacía exhausto sobre
la hierba, y por su aspecto, cualquiera lo diría un
recolector de flora. Aquellos vegetales de cuyo estudio casi a
punto estaban de obtener la esperada cosecha. El shímpfato
había estado precavido al cambiarse su traje por un
atuendo menos aparatoso, y ocultando aquel en su
mochila.

Cuando Belaura lo descubrió sobre la tierra,
tendido de aquella forma, se inclinó sobre él y
comenzó a zarandearlo hasta que Xántriul
volvió en sí. Luego le ayudaría a
levantarse, y caminaron juntos cogidos por la cintura, que
más parecían dos enamorados. Ella comenzó a
preguntarle una y otra vez la razón de su desventura, y el
shim movía la boca en falso como si hubiese enmudecido. La
estratagema del shímpfato resultó, y Belaura ya no
se ocuparía más sino de encarrilarlo como
podía hacia la Estrella II.

Cruzado el portalón, Xántriul
pareció impresionarse. No paraba de mirar a todos lados,
lo que ella entendió como una secuela de su aturdimiento.
Seguro que el shim no dejaba de preguntarse, cómo era
posible que la vegetación inundara aquella nave, o
cómo se agolpaban tantas cosas en su interior, cuando en
las suyas todo se resumía a las pequeñas esferas de
confinamiento, salvo los vehículos, y sólo si eran
imprescindibles. ¿Cómo podrían mantenerse
incólumes, inmersos en aquella feria?

Belaura acomodó al shim en el porteador, que
partió obediente por la pista hasta entrar en el
dispensario poco después. Pero cual no sería su
sorpresa cuando comprobó que el servicio estaba desierto.
Dudó unos instantes a la vista de Xántriul que se
había recostado en el vehículo, y al final
optó por lo menos conveniente quizá. Pero la culpa
sólo era suya, por no equiparse de su transceptor. Con la
urgencia, no vio otra salida que trasladar a Xántriul a
sus aposentos.

Arrimó al shim hasta la cama, quien se
dejó caer y quedó boca arriba con los ojos
cerrados. Belaura había recogido el transmisor al entrar y
se disponía a usarlo, cuando escuchó
aquello:

—Usted me recuerda a una de mis
compañeras

La mujer se volvió al instante, para constatar
con asombro, como aquel individuo permanecía con los ojos
cerrados, y sin que diera muestras de que fuese a despertar. No
pudo menos que asegurarse:

—Cómo ha dicho…

Nada. Él no hubiese dicho tal cosa. Belaura
había interpretado en su interior uno de sus
pensamientos.

Sin perderlo de vista, se fue apartando de él
hasta la otra estancia. Allí volvió a
repetirse:

—Vine hasta vosotros por accidente, pero
aquí me siento reconfortado

Belaura salió del recinto a toda prisa y no
paró hasta llegar a los talleres y toparse con
Calíguenes.

—No te imaginas lo que me ha ocurrido —dijo
jadeante.

—Pues claro que no. No llego a tanto. Pero cuenta,
que me tienes en ascuas —respondía, en tanto que
ojeaba un manual— ¿Sabes que esto casi está a
punto…? Y de qué se trata esta vez —Hubo una
pausa, se volvió hacia ella—. Pero… bueno… si
estás temblando…

—He estado con un shímpfato.

Él la miró extrañado.

—No me digas… ¿Y eso? ¿Así
como así…? No me lo creo.

—Pues créetelo. Acabo de dejarlo en mis
aposentos. Calíguenes se quedó de una
pieza.

—Y serás capaz… No será un
violador…—sonreía sin gracia. Ella lo miró
con desdén.

—Anda éste… También… Pues menudo
está el pobre. Lo hallé desmayado a las afueras, y
para mí que aún sigue así.

—Cómo no lo has dicho… Alguien más
debió saberlo. Estas cosas son muy delicadas, y tú
lo sabes muy bien. Y si sus intenciones no son
buenas…

—Y qué podía saber yo. Su aspecto es
tan normal como el de cualquiera. Con decirte que lo
confundí con uno de los estudiosos de campo…

—Claro. Con seguridad que se le parecería,
seguro. Como no se haya transformado…

—Pues a lo mejor.

Ambos salieron precipitados, mientras Calíguenes
no dejaba de lamentarse de que Belaura no se anduviera con
tiento. Mejor sería que la cosa quedase entre ellos y no
inmiscuir a nadie en algo tan comprometido.

Pese a no sentir miedo, Calíguenes palpaba en su
bolsillo el transceptor como única arma a que
aferrarse.

—Ahora, yo preferiría que permanecieses
aquí. Lo entiendes, ¿verdad?

—Desde luego. Descuida.

Él entró, y en cuanto vio a
Xántriul sobre la cama, no pudo evitar el
comentario:

—Éste lo que está es desfallecido de
hambre.

Le tocó las piernas, y el shim entreabrió
apenas los ojos como un moribundo.

—Y qué comerá esta gente
—musitó Calíguenes.

Sólo se le ocurrió una cosa. Bajar a los
laboratorios por si alguno de los frutos que se estudiaban le era
útil. Allí le dieron todas las garantías, y
eran de la opinión, de que, transformados, aquellos
vegetales aprovecharían a cualquiera de las especies. En
el encargo quedaron, y en que Calíguenes volvería
para llevárselos.

Belaura permanecía fiel en su puesto.
Había llenado la espera entre la balconada, que más
que asomar parecía que volase sobre el gran recinto, y el
pasillo hacia los aposentos. Estaba apacible. Muchos eran los que
iban y venían por cualquiera de las plantas o quienes
pasaban junto 'a ella, y aquello le hacía sentirse segura.
En torno del gran recinto, las salientes terrazas parecía
que escalasen unas sobre otras, al tiempo que iban
aproximándose en la altura, y reduciendo la
conformación elíptica, justo hasta el inicio la
descomunal cubierta. Era difícil seguir las evoluciones de
aquellos, que a lo lejos, más parecían hormigas en
una caótica danza. El sol caía a plomo sobre los
campos y el circular, como correspondía con la hora, y el
campo exhalaba apenas una bruma refrescante. Sólo con
sentir la relativa vastedad, cualquier preocupación se
relegaba. Pero eso sí, era preciso dejarse llevar y
abandonarse; y en eso Belaura sí que era
experta.

—Mejor sería que entres, no —le dijo
Calíguenes nada más llegar.

—De poder ser, me quedaba aquí,
eh.

— ¿Temes algo de ese sujeto? No
habrá ocurrido nada que no me hayas dicho…

—Pero qué estás hablando, hombre.
Siempre estás con lo mismo. Qué atractivo puede
haber entre ese tipo y yo. No será precisamente por lo que
habla… vamos —Le empujó por el brazo y ambos
entraron.

Él rió para sí.

Ambos frente a la cama, velaron el sueño del
desconocido, como harían dos allegados con un doliente. En
todo el tiempo, el dormido ni se inmutó, y su
respiración era lenta y casi imperceptible. Ninguna
señal daba que fuese a cambiar su estado. Fue cuando
trajeron la comida al fin, cuando lo hizo, porque los cuidadores
vertieron agua en su boca. Tosió repentinamente, y
sólo eso, tampoco hablaría esta vez. Sin duda
seguía en su estratagema que tan buen resultado le daba.
De ponerse a hablar, seguro que desconcertara a sus salvadores y
él mismo quedaría en desconcierto.

Ya lo creo que comió. Tal vez fuera mucho, para
alguien que a saber desde cuando no lo hacía. Sus escasas
carnes no daban pie a otra conjetura.

Luego apagarían la luz, cuando Xántriul
hubo retomado el sueño.

La disposición de Belaura no era la misma ahora,
pues se decía, que ayudar al shímpfato, la
propiciaba a vencer su mal sentir por el otro incidente; y era de
esperar a cambio, que la sentencia quedaría sin efecto.
Ello dependería, claro está, de quien fuera aquel
individuo y su influencia. Por lo pronto no había ocurrido
como la otra vez, que tantos de ellos acudieron. Pero es que lo
de ahora era distinto, aquello transcurría dentro de su
nave y quizá no se atreviesen. Tiempo al
tiempo.

Mientras tanto, los preparativos de la máquina
traductora concluían, y poco después sacaron el
ingenio al aire libre cerca de las naves. De esta forma, su
conexión con la Estrella se garantizaba sin
incertidumbres.

Xántriul se despertó a media
tarde.

Cuando los dos cuidadores que lo atendían se
llegaron a la habitación y encendieron la luz, pudieron
verlo sentado sobre la cama, los ojos como platos, tan tranquilo,
que no se lo creían. De inmediato salieron, seguros de que
aquel hombre poco o nada los necesitase. Por eso no se apremiaron
con la merienda, que dadas las horas podía
esperar,

A su regreso ya comenzaba a anochecer. El viento silbaba
sobre los filos de la cubierta aún por cerrar, y una
ligera llovizna, apaciguada por la enorme estructura, caía
hacia la base. Diríase, que aquello fuera el inicio de un
vendaval como otras veces. Pero no sería cierto. Aquel
amago de lluvia fue más breve que el agua de un bautizo.
Cual no sería la sorpresa de los dos cuidadores al
encontrar a Xántriul sobre la cama, con aquel traje, y
más estirado que un difunto. El condumio quedó a su
suerte sobre la mesa, y ellos hicieron mutis, que poco les
importaba si aquel sujeto iba a tomarlo, ni el dios que lo
fundó. Tal era el miedo que les había
infundido.

Nada más ponerse el atuendo, Xántriul se
había echado en la cama, como la forma mejor de llegar al
trance. Antes entreabrió los cierres de los costados y
estuvo revisando el arreglo que él mismo hiciera, por si
las moscas. Sería un fastidio, y casi doloroso, volver de
su éxtasis con la mente en blanco y sin haber logrado su
pretensiones. Pero la junta seguía en su sitio, y si era
el caso, más integrada aún con el material
subyacente. Al poco conseguía el éxtasis y sus
contactos. Y nada menos, que con todos y cada uno de sus colegas:
Asjinvex, Yaiszey, Zainyos, Aszoicor… Y como no, más que
con nadie transpensó con Oxisos. Los amigos quedaban al
corriente, y por supuesto que se asombraron de su osadía.
Sólo con respecto a Oxisos, no le pareció haber
captado aquella sensación de asombro, y era lo razonable.
De no ser por él, que lo sugiriera, quizá ahora no
podía contarlo.

El shim se merendó sin complejos cuanto
había en la mesa, y volvió a cambiarse. A partir de
ahí, abandonaría el reservado, pasillo adentro,
yendo a deambular por la nave sin otra atadura; y eso y
recorrerla, lo haría en tan breve lapso, que
Calíguenes, que avisado por los sirvientes, iba a toda
prisa para el aposento, vio como el shímpfato abandonaba
el gran recinto por el portalón, antes siquiera de que
él llegara a los ascensores. Una vez en la estancia,
Calíguenes inspeccionó la mochila del shim y lo que
contenía: su traje y una extraña herramienta como a
especie de un multiuso. Examinó por encima el
atavío, y no le cupo la menor duda de que sin él
sería muy difícil que se alejara.

Nadie se sorprendió, si acaso el shímpfato
se cruzaba con ellos entre las andanadas, y ni siquiera si
accedió a los alojamientos o a los locales propios de
trabajo. Puede que su aspecto no fuera el habitual, pero como
aquel y peores los habían visto. Al cabo, con la de
vueltas que dio el individuo, y de tanto toparse con él,
no pocos dieron en pensar, que ante, aquella parsimonia, y la
apostura ausente con que evolucionaba, sólo había
una explicación: el desvarío. Tampoco era de
extrañar. Las dos Estrellas juntas sumaban más de
seis mil tripulantes, y con eso y entre tantos, con seguridad que
alguno que otro nos las llevaría todas consigo.

Aquella misma tarde la máquina traductora
comenzó a desgranar a viva voz su diccionario, como un
pregonero, inundando la base de sustantivos, verbos y predicados.
Al tiempo desplegó ante sí una pantalla, que en
correspondencia traducía en imágenes los
significados, y si era el caso, interpretaba en vivo giros y
frases. Aquel parloteo no cesaría hasta pasada la
medianoche, para volver de nuevo con las primeras
luces.

XXXI

Llegaba la hora de dormir y el shímpfato no
había regresado. El interior de la nave quedó en
penumbra, pero no así el campamento, que se vería
forzado a la vigilia mientras la máquina no cediese en su
cantinela.

A la mañana siguiente, al levantarse, Belaura
recordó que el shim se había ido, y vio el cielo
abierto.

—Calíguenes, me voy a mis
habitaciones.

—Qué prisa tienes.

—Mis cosas están allí. No
pretenderás que me vea nadie con esta facha…

—Seguro que no. Desmereces mucho de esa
guisa-Calíguenes sonrió, dándole la espalda
tendido sobre la cama.

—De qué guisa estás hablando…,
mentecato… Sin más, se fue.

Entre furtiva y presurosa recorrió el breve
trecho entre las dos secciones, que de toparse con alguien
quizás se echara a correr. La puerta estaba entreabierta.
Pasó rauda al recibidor y hasta el aseo.

Abrió el armarito.

Lengua– entender- tu- puedo.

— ¡Aaay… madre, con el truco de marras!
¡Otra vez la misma cosa!

—Nocosa- Xántriulshímpfato-
aquí.

Belaura miró a su alrededor y no halló
sino los sanitarios y a ella misma por el espejo;
entreabrió la mampara, se asomó, y quedó
perpleja. Pudo ver al intruso, que más parecía que
se escondiera, asobinado en el rincón bajo la
lámpara. De inmediato cerró, y dijo desde
dentro:

— ¡Como intentes sobrepasarte, pulso la
alarma!

—No- alarma-. Pasar- puerta abierta.

Ella se inquietó.

—Mira tú, oye -dijo para sí-. Y
parecía tonto…

—No- aparecía- tonto-o-listo-.
Xántriul- solo- aquí

—Acabáramos…

Belaura no se aceleró. Concluyó sus
necesidades, sus abluciones y el acicalamiento, mientras
podía adivinar al trasluz, la figura del shim. Al cabo
salió, y se mantuvo ante él, observándolo
curiosa.

—Cuánto – bien- tú- ahora -dijo el
otro.

—Muchas gracias, hombre —dudó por
momentos—. También tú puedes usarlo —
indicó con los brazos hacia el aseo.

Xántriul, como un ovillo, se deslió de la
postura, y dijo:

—Sí- bien- puedo.

Se incorporó cuan largo era, que casi llegaba al
techo. Belaura se hizo a un lado, y más le valió,
pues Xántriul no olía a flores precisamente. Cuando
hubo accedido al pequeño habitáculo, el shim, sin
más reserva, comenzó a desvestirse. Ella
cerró la mampara y fue al dormitorio. Luego estuvo
revolviendo en el armario, se cambió de ropa y
esperó.

Poco después llegó Calíguenes.
Entró impetuoso que le faltaba el tiempo, y al observar la
luz en el baño tras los cristales, se
aproximó.

— ¿Aún no has terminado,
cariño?

—Poco- faltar.

— ¿Poco ha de faltar…? Pues si tú
misma no estás segura, lo estaré yo… -dijo
yéndose hacia el dormitorio.

Casi se da de bruces con ella.

—Pero bueno… Y entonces… O yo alucino,
o…

-Déjame que te explique. Y no pienses mal,
desconfiado… Calíguenes se puso serio, y sentó en
la cama, con el rostro más largo que imaginarse
pueda.

—Quien está ahí, es nuestro amigo el
shímpfato. Se llama Xántriul…

—Amigo lo será tuyo, porque lo que es yo,
bien poco lo conozco. Belaura rió.

—No seas tan ligero y no te anticipes, anda.
Aunque sea difícil de creer, ya se expresa en nuestra
lengua. O mejor digamos que la chapurrea…

—Oye, pues eso sí que me reconforta. Y
mucho.

— ¿Acaso pensabas, que habíamos
intimado?

—No lo decía por eso —Se
levantó y giró sobre sí, los brazos en
alto—. ¡Funciona, bendito sea el Cielo,
funciona!

En esto, Xántriul salió del baño; y
lo hizo tan desnudo como que nada llevaba.

—Funciona- bientodo- Sí.

Belaura a su pesar se dio la vuelta, mientras
Calíguenes se giraba hacia el lecho, y de un tirón
cogió la sábana, que ofreció al
símphato.

—Yo- gracias-. No- túnica.

Como respuesta, Calíguenes se la echó por
encima.

—Ella lo quiere así—-Le dijo,
señalando a Belaura.

— Asíbien.

Al mayor ahora, apenas podía vérsele fuera
de su astronave. Muy ocupado estaba en sus estatutos y en
organizar la primera consulta que daría a la colonia su
autogobierno.

Ahora precisamente se reunía con los dos
compromisarios de las naves. Cualquiera que los observase
tendría la impresión de que aquello iba para largo.
Los tres hombres se enredaban en multitud de normas,
empeñados en cuadrarlas y en obtener de ellas un extracto
que les fuera propicio. No podían olvidarse de que el
montón de legajos que había sobre la mesa, ya no
les serviría sino de apoyo, las nuevas leyes
habrían de ser refrendadas por toda la colonia.

El escritorio estaba colapsado de papeles, casi tanto
como ellos lo estaban de su contenido.

Llamaron a la puerta.

— ¡Adelante! —gritó
Zarela.

La puerta se abrió para dar paso al
ordenanza.

— Señor, los de Comunicaciones desean
hablar con usted.

—Dígales que pasen.

Los dos a una, los compromisarios, miraron al Mayor,
interrogantes, y éste los miró a su vez, no menos
dudoso.

—Ustedes, pueden marcharse.

No necesitaron que les rogara. A los dos hombres se les
vio aliviados, que más parecían salir de un
laberinto. Recogieron sus portafolios y no se demoraron en
abandonar la sala.

—Pueden sentarse —dijo Aldés a los
llegados.

Ellos permanecieron en pie.

—Lo que hemos de decirle, es bastante breve,
señor.

—De todas formas -indicó los
asientos.

Aldés Zarela todavía se ocupó en
recoger los papeles sobre el escritorio y apilarlos a un
lado.

—Alguien más debería venir con
ustedes, no.

— ¿A quién se refiere,
señor?

—Lo mismo da. Pero creo que el comandante
Caliguenes estaba a cargo del proyecto. Porque vienen por eso,
no.

—Sí señor. Lo que pasa es, que la
máquina ya estaba a punto. Seguramente, el señor
Caliguenes no habrá estimado necesaria su presencia.
Nosotros nos encargamos de su instalación.

—Y vienen a mí para que yo ordene la puesta
en marcha.

—La traductora ya está funcionando,
señor. Así lo dejó ordenado el señor
Calíguenes.

—Algo tarde ya para eso, no—se alzó
la manga y miró la hora.

—Es cierto. Pero es lo previsto. Sobre cuatro
horas llevará con su reclamo la máquina. Nosotros
sólo venimos para informarle.

Zarela puso cara de resignado. Se levantó de su
asiento, y dijo:

—Y han hecho lo que debían. De todas formas
Caliguenes debería haber venido también.

—Eso no depende de nosotros, como
comprenderá. Pero estimamos que no le será posible.
Seguro que anda ocupado con lo del shímpfato.

Aldés ladeó la cabeza,
interrogante.

— ¿Cómo es eso? Explíquese
por favor. —Volvió a sentarse.

Los dos técnicos se miraron entre
sí.

—Creíamos que ya lo sabía…
—El mayor hizo un gesto de ignorancia—Hay un
shímpfato con nosotros.

Pero bueno… De qué me habla…

—Al parecer vino hasta la colonia por accidente.
Lo atendieron y le dieron de comer. Ahora deambula por
ahí. Nos han dicho que se plantó ante la traductora
y no pierde detalle, y por lo que parece aún
continúa allí.

—Qué cosa más inesperada. ¿Y
todo el mundo está al tanto? Menos yo, claro.

—Ni mucho menos, señor. Sólo ellos,
y modestamente, nosotros.

—Y quiénes son ellos.

—Su señor hijo, y su ayudante de usted,
Belaura.

El mayor enmudeció. Quedó con la vista
fija hacia los archivos, dio varias vueltas a su lápiz, y
dijo:

—Está bien. Quedo informado.
Gracias.

XXXII

Calíguenes comenzó a interrogar a
Xántriul, quien, por lo que decía o daba a
entrever, aun de forma imprecisa, le aclaraba muchas de sus dudas
y no pocas de las suposiciones. Al parecer, tan sólo con
la tanda nocturna y la de madrugada, el shim consiguió
asimilar la lengua de los humanos de manera eficiente. Le
bastó con atender a la traductora todo el tiempo y
aguantar su retahíla una y otra vez. Aquello era
meritorio, y decía mucho sobre su capacidad de aprendizaje
y de sacrificio. Si los shímpfatos estaban capacitados
para cosas así, no había duda de que serían
unos portentos. Estaba por ver si sus cualidades físicas y
morales iban en consonancia con su inteligencia.

Xántriul pronosticó, que los suyos
acudirían sin demora a la llamada de la máquina.
Él mismo lo habría transmitido ya a los del
ámbito. Decía, que la preparación para el
encuentro era la única razón para su
tardanza.

El shim miraba a Calíguenes con sus ojos de
shímpfato, directos y bondadosos, que nada
escondían, como no fuese que para el otro su propia
peculiaridad no era entendible.

— ¿Por qué, si nuestras especies no
tienen el mismo origen, son tan parecidas? —preguntaba
Calíguenes.

—Xántriul- sabe- poco.

—Creo saber que por algún medio los humanos
accedieron a vuestra biología y la
transformaron.

—No-. Mito-. ¿Mito- bien?

—Suele decirse de algo incierto, imaginado. Como
un cuento antiguo.

—Muy- antiguo- mito-. Especie- mía- vieja-
mucho- atrás-. Viajar- mundos-. También- Tierra-
Sol-. Dominaban- genética (¿Bien-
genética…?)… Gustaba- genética- humana-.
Querer- paso especie Shímpfatos- muy- síquica- a-
medio- físico.

—O sea, realizaron una manipulación
genética para que vuestra especie se "humanizara". Para
ello tomarían genes humanos, claro.

—Sí-. Pero- tabú- ahora-
genética.

— ¿Por qué…?

Xántriul miró hacia la ventana y
pareció incomodarse.

—Mal- si- hablar- Xántriul.

—No comprendo.

—Tabú:

—Pero a mí no me afecta, para mí no
lo es. El shirn quedó callado por momentos.

—Sólo- diré- por- gracias- a- ti-:
ahora- nosotros- dos- especies-. Juntas- pero- unión-
no

—Comprendo.

La confesión de Xántriul le despejaba
varias incógnitas. Aun sin decirlo, él
entendió, que los shímpfatos los precisaban otra
vez para recuperar la especie. Querían bajarla de las
nubes para adaptarla al medio. Ahora se explicaba todo. Por eso
atrajeron a las Estrellas hacia aquel mundo, para conseguir ahora
de forma natural lo que perseguían entonces con la
manipulación genética. Y por qué no,
tenían derecho a intentarlo. Si respetaban la libre
voluntad de las partes, no habría inconveniente. Otra cosa
sería tabú, como ellos mismos decían. Desde
luego, él no iba a traicionar a Xántriul. Pensaba
guardar su confidencia como un secreto, salvo, claro está,
que tuviese que revelarla para defender a los suyos.

El shímpfato le contó, con su lenguaje
entrecortado y alguna intromisión de mente, todo aquello
que él le solicitaba, salvo, como es lógico,
aquellos conocimientos que Xántriul no poseía, o
que eran tan ajenos a Calíguenes que no podía
entenderlos.

La dualidad shim-pfato y su simbiosis, se explicaba,
porque ambas especies eran complementarias. Los unos
obtenían de los otros aquello de que carecían y
viceversa. Lo que no dejaba de ser problemático pese a sus
avances. Por eso añoraban poder refundir en uno sus
pueblos como lo había sido. Para eso nada mejor que el
concurso de los humanos quizá, cuyos genes ambos
compartían.

Por lo que el shímpfato le explicara,
haría miles de años que su especie se
disoció. Y fue porque parte de ellos quedó aislada
en el planeta origen y parte en el mundo gemelo. Sería la
gran decadencia,- que hizo retroceder a la especie y la
sumió en el oscurantismo, la razón de aquel
aislamiento. Las dos partes evolucionaron de distinta manera, en
medios distintos. Los unos, en ambiente hostil, primaron en la
evolución síquica. Los otros, en tierras más
idóneas, sufrieron un cambio menos radical.

Axónzer y Uatrozur vagaban sin impedimentos por
la astronave, porque el hijo de Axoncer no iba con ellas.
Él ya tenía su ocupación, la que no era otra
que convivir con los demás infantes, mientras jugaban o
recibían las enseñanzas de sus maestros en la
planta de juegos, que de paso les servía para ejercitarse
anímicamente. Desde luego que Axoncer podía andarse
despreocupada aun sin llevar el sutil traje de transmisión
o aunque fuese desnuda. Ya se encargaría Uatrozur de
contactar con el niño y vigilarlo a distancia.

—Cómo me gustaría tener un hijo
—dijo Uatrozur.

—Nadie te lo impide —repuso ella.

— ¿Que no? ¿Cómo se
sentiría él ante algo así?

—Te refieres a Xántriul…

—A quién si no.

—Temes perderlo, verdad.

—Seguramente. Ello nos
desligaría.

— ¿Y se lo has dicho ?

—No hace falta. Su sensaciones en mí me lo
corroboran.

—Pues eso es cosa tuya. Desde luego que si
intimaras con otro, con un pfato quiero decir, no es que
Xántriul te vaya ignorar, pero quieras que no,
quedarás ligada a tu nueva pareja de alguna forma. Es la
realidad. Del dicho al hecho va un trecho.

—No sé… Y por qué ellos han de ser
tan posesivos.

—Querrás decir que por qué nosotras
no podemos compartir varios. Supongo que s a porque no quieren
cargar con hijos que no son suyos. No lo podrán remediar.
El instinto genético es muy fuerte.

—Ya…

Los insulsos salones, apenas adornados de cojines y
largas esteras, se abombaban en sus paredes, donde
aparecían a voluntad del paseante las visiones del
exterior o cualquiera otra que ellos mismos proyectaran. El mundo
gemelo aparecía en la distancia como un calco del planeta
Shim, al que arribaran los humanos, y que recibía este
nombre, por ser donde los shim se desligaron de la especie
común. Estaba, justo al extremo opuesto en la
órbita de su hermano y sólo podían divisarse
de uno a otro a simple vista, en primavera u otoño. De
otra forma la estrella y su resplandor lo impedían. El
movimiento de ambos astros compartiendo la órbita no se
explicaba sin reajustes periódicos, ya que antes o
después habrían terminado por fundirse en uno
solo.

—Ojalá pudiésemos volver a Shim para
el encuentro.

—No te lo creas —dijo Uatrozur— Nos
llevará mucho entrar al Gemelo, resolver lo que haya que
resolver, y desandar el camino.

Axoncer intentó contactar con Xántriul
pero la proyección a su lado se llenó de
interferencias. También Uatrozur lo intentó. No
hubo forma. Prefirieron creer que él no llevaría su
traje en aquel momento.

—Me consuela pensar que él hace ahora lo
que añoraba. Nuestro amigo Yaiszey me lo dijo
—decía Axoncer.

— ¿Qué está con los
humanos?

— ¿Cómo lo sabes?

—Por lo que parece no quiso decirnos nada, pero yo
interferí una de sus transmisiones. Naturalmente que no se
lo he dicho.

— ¿Tú crees que le irá bien
con ellos?

—Supongo. Parecen gente civilizada
—apostilló Uatrozur.

Uatrozur no estuvo muy acertada al poner pegas para el
regreso. No había transcurrido el equivalente a medio
día de Shim, cuando la astronave viró y puso rumbo
de nuevo hacia el planeta.

XXXIII

Xántriul tomó tal afición a la
traductora, que de no estar ante la máquina vagaba
confiado por los alrededores, pues allá donde fuera
llegaba con toda nitidez su parloteo. Que nadie lo buscara por
las astronaves como no fuese en las comidas, y aun ni por esas,
que en más de una ocasión hubo de buscarlo
Calíguenes por aquel menester. Todo el mundo supo al
final, que aquel que andorreaba por la colonia con aires de
desvarío, en realidad no era uno de tantos, sino uno de
aquellos shímpfatos de los que todos hablaban. Al
principio lo observaron a hurtadillas por si acaso se incomodaba,
pero al paso de las horas la curiosidad se desvanecía, por
no ver en él nada más de extraordinario que no le
hubiesen visto.

Como quiera que Xántriul dominara la lengua cada
vez mejor, Calíguenes entablaba con él largas
conversaciones, lo que era muy del agrado del shim. Supo por
ejemplo, que al mundo de Shímpfatos no le era suficiente
la luz de la estrella y en tomo a él giraba un
pequeño sol, que por sus características
sería artificial a todas luces. Mantener algo así
en funcionamiento les costaría lo suyo. Seguramente por
eso habrían querido asentarse en los nuevos planetas. La
verdad, que el shim no estaba muy al tanto de aquellas cosas ni
le preocupaban más que a cualquiera. Él sólo
era, un probo ciudadano con sus quehaceres de cada día y
que raramente visitaba Shímpfatos.

Cuando el shim comenzó a hablarle de capacidades
mentales y sus implicaciones, el semblante se le animó
sobremanera, que más pareciese que se transformaba. No en
vano era aquel su ámbito de estudio. En principio,
Calíguenes asimilaba todo aquello a la sicología,
pero pronto entendió que no eran comparables ni por asomo.
Dónde encuadrar por ejemplo, la comunión mental del
pueblo shímpfato. Aquella red espontánea de
comunicación siempre viva, y cuyo efecto se acrecentaba en
cada cual con el paso de los años, como ocurre con la
madurez o la sabiduría…

Otras cinco jornadas transcurrieron hasta la venida de
la delegación símpfata; resultando ser más
numerosa de lo esperado. Su nave, junto a dos más
pequeñas, fue cayendo desde la altura, hasta quedar
suspendida en el aire, justo entre la traductora y el campamento.
De su vientre surgió un cilindro color plata, que se
alargaría hasta tocar tierra. El tramo inferior de
éste, se abrió, y una mitad inició el giro
replegándose en la otra. De allí comenzaron a salir
los shímpfatos, en tal número, que su afluencia
parecía no tener fin. El grupo se posicionó ante la
traductora, y el cilindro volvió a envainarse dentro de la
nave, que se desplazaría un tanto. La gran trompa
bajó de nuevo, para depositar la máquina esta vez.
Era semitransparente, o de material ahumado, de forma
prismática, y más o menos de la misma altura que la
traductora.

Xántriul comenzó a dar voces bajo las
compuertas de la Estrella I, y así lo anunciaba, pues
aunque supo de la venida, no había podido precisar la hora
con exactitud. De más se lo habían comunicado sus
compañeras, y tal vez fuese esto la causa de su regocijo.
Ellas estaban allí;

No supo a que carta quedarse: si permanecer en el grupo
de los humanos o marchar con los suyos. Al cabo se lo
pensó; mejor comenzaría con sus anfitriones hasta
ver qué pasaba.

A esto, la traductora seguía impertérrita
en su desglose del diccionario, mientras la máquina
extraña ante ella, pareciese que esperara
turno.

De pronto, el aparato se iluminó interiormente,
con gran sorpresa para todos, pues estaba vacío. De
inmediato comenzó a traducir uno a uno los giros y
vocablos que la máquina humana iba proponiendo, y las
palabras símpfatas hendieron el aire, rotundas y sin
vacilaciones. Al tiempo, en el espacio entre ellas y la astronave
aparecía, sin más soporte, la
materialización visible de los significados, que no
siempre eran los mismos que los de su homóloga, y ni
siquiera, de entre ellos, todas las imágenes eran
entendibles.

Puestos los ojos en la altura, el grupo humano casi al
completo, observaba con admiración, pese a no entender del
todo el objetivo de aquella parafernalia. Al frente, se sentaban
en semicírculo los principales de ambas Estrellas, y
Xántriul junto a Calíguenes y el comandante.
Belaura del otro lado, Nanda y Noyndia.

—Sólo- que- repita- una- vez- basta-
—dijo el shim.

— ¿Quieres decir, que sólo con eso
vuestra máquina asimilará nuestra lengua sin
ningún problema?—le preguntó
Calíguenes.

—No-. La- máquina- no-. Ella- sólo-
escucha- y- habla-. Nuestramente- es- su- mente-.

—Por eso… —dijo él, la mano en ante
la boca—. De todas formas veo difícil un aprendizaje
tan espontáneo. Posteriormente, por mediación de la
máquina, es posible.

—Sólo- una- persona– no-. Muchas- a- la-
vez- sí-.

—Puede…

La verdad que no lo entendía. Seguramente quiso
decir que la puesta en común era más rica. A todos
a la vez nada se les escapaba. Y de estar conectados entre
sí, según todos los pronósticos, era como
disponer de muchos traductores, aunque cada cual tuviese sus
lagunas. Éstas no podrían ser siempre las mismas.
El resultado global sería válido.

—Entonces, ¿no te necesitaremos como
traductor?

—Ya-locreo-. Muy- difícil- para- nosotros-
hablar- sólo- palabras-. Pfatos peor- que-
shim-.

—Menudo galimatías.

— ¿Cómo?

—Mucha complicación.

Desde luego, como al final no hablaran todos la lengua
humana, bien difícil sería comunicarse. Complicado
lenguaje el de aquella gente. Las palabras apenas se
repetían, y de hacerlo formaban parte de otras. Los
vocablos se iban engrosando más y más hasta un
punto, para comenzar de nuevo con otros, que sólo eran
simples sílabas, y así sucesivamente. Aparte de que
era la primera vez que ellos escuchaban muchas de sus
pronunciaciones, por si fuera poco no pocas de las voces no
encontraban traducción.

Aquel remedo de dialogo entre las máquinas
terminó al fin. Cuando esto ocurrió bien tarde que
era ya. Pese a todo, pasó rápido. Tal celeridad fue
debida a que el ritmo pausado de la traductora, apremiada sin
tregua por la máquina extraña, comenzó a
acelerarse de unas maneras, que al parecer sólo las
máquinas podían seguir aquella sucesión tan
frenética.

Como colofón, el aparato shírnpfato
daría comienzo a un espectáculo singular. De
pronto, todo el entorno y hasta las montañas y el cielo
cambiaron de color. Si la tarde tomaba ya los tintes rojizos
previos al crepúsculo, se tomó de azul. De
éste derivaría en progresión hacia el
añil y luego al violeta, que se fue ennegreciendo hasta
que todo quedó a oscuras.

La traductora se silenció pese a haber
recomenzado su retahíla. Aquel programa de su colega hizo
que se colapsara, incapaz de seguirla. Tras el negro
paréntesis, la oscuridad se deshizo en un rojo
bermellón por el cielo y las montañas, mientras las
cercanías y toda la colonia se pintaba de amarillos,
carmines, y la gama de verdes y azules al completo, que
caían como de un spray sobre los congregados. Luego fue el
no va más. Aquella sinfonía de colores se ejecutaba
en mil cambios, tonalidades y acompañamientos, que eran
mucho más que una música, pues más que eso
sentían pese a la ausencia de sonidos y su
profusión de imágenes. La gente quedó
arrebatada en un éxtasis rayano en lo sobrenatural, y
permanecía en silencio, sin poder desligarse del
prolongado clímax. Acto seguido, se escenificaba ante
ellos cualquier situación u ocurrencia, pretérita o
futura. Igual estuvieron en batallas, que en palacios y grandes
castillos, ciudades, espacios… y aun vivirían todos los
cuadros que imaginarse pueda. Pero seguro que aquello era poco,
pues pudieron verlos después de manera simultánea,
desde lo más lejano a la media distancia, e incluso ante
sus propias narices.

Al final alguien habló, porque ya no
podría callarse:

—Yo firmaba ahora mismo por quedarme así,
si no comiera ni bebiera.

—Cómo puede ser esto —se maravillaba
quien estaba a su lado—. Que yo vea de una forma tan real
aquello que me imagino, como si ocurriese de veras…

—Lo mismo que yo. Y que lo siento tal cual en
mí como si lo viviese. Eso, para que nadie niegue que de
ilusión también se vive.

Xántriul contempló toda la película
repantigado en su asiento de la forma más natural. A saber
si veía lo que los humanos. Quizá, mientras tanto
él contactara con sus compañeras, de lo aburrido,
como aquel en la sala de un cine cuyo programa no interesa.
Quizá desease el final para salir pitando a buscarlas a
ellas.

—Amigo Xántriul, esto es realmente bello.
Muy artístico y emocionante-dijo
Calíguenes.

—Sí-. Pero- según- cada- uno-. El-
arte– sugiere-, tú- interpretas-.

Aquello era hablar con modestia. Una cosa era el arte, y
otra el arte para aquel arte. Calíguenes barruntaba, que
aquello no era ni mucho menos un resultado de su
tecnología sino de sus propias potencialidades.

— ¿Qué vendrá después,
Xántriul?

—Seguro- nuestra- historia– y-
presente-.

—Cómo lo sabes.

—Es- lógico-.

— Muy largo va a ser, no.

—No- hay- tiempo-. Los- pensamientos- avanzan-
según- cadauno.

—Ah…

Hubo una pausa

Tras de aquel alarde, la luz de la caja símpfata
palideció. La traductora, por no ser menos, quiso
corresponder de alguna forma, y proyectó
holográficamente todo un escenario y una danza.
Aquí sí que hubo sonido, color, y movimiento, como
debía de ser, y pese a su modesto aparato y envergadura,
todos aplaudieron. También los shímpfatos, que al
parecer encontraban el espectáculo muy artístico y
original. Como de no haber presenciado nunca tal cosa. El aplauso
de los Shímpfatos consistía, en un prolongado
siseo, que los otros interpretaron por contra, como una
señal de desaprobación.

— ¿No ha gustado a tu pueblo nuestro
espectáculo?

—No-, ¿por- qué-?

—Parece que abucheen en lugar de
aplaudir.

— ¿Por hacer ssiii…iii…?
—Calíguenes asintió—. Paranosotros-
dice- bueno-. Muy- bueno-.

Habrían de estar próximos a la medianoche,
cuando la función tocaba a su fin. A su término,
los shímpfatos abrieron paso, y del grupo surgieron cuatro
individuos que traían en una especie de parihuelas a un
viejo, de lo más feo y desgarbado que imaginarse pueda.
Era de piel parda, acartonado, patilargo como un saltamontes, y
hasta su cabeza se les parecía. Cuatro más los
flanqueaban, y otro iba detrás. El grupo avanzó
justo hasta las máquinas.

Aldés Zarela no pudo menos que ponerse en
pie.

—Qué hacemos ahora, Calíguenes.
Éste se volvió hacia Xántriul.

—Qué hacemos, Xántriul.

El shim movió su cabeza en dirección al
mayor.

—Él- debe- ir- hasta- ellos-.

—Y tú también has de ir,
eh.

Xántriul no dijo nada.

Belaura se les acercó.

—Por favor Mayorzarela, dígales, que no he
tenido arte ni parte en la muerte de aquel
shímpfato.

—Por Dios Belaura, olvídate ahora de esa
nimiedad, que tiempo habrá para ello y otra
situación más oportuna.

El shim terció:

—No- lo- crea-, señor- Aldés-.
Cualquier- punto- es- bueno para- comenzar-. Puede- ser- buena-
excusa-.

Aldés Zarela y el shim fueron hacia los
embajadores.

— ¿Quién es este anciano,
Xántriul?

—El- gran- representante- de- la- especie-
antigua-. Uno- de sus- sabios-.

— ¿Pues donde están
ellos?

—Por- cualquiera- de- los- mundos-. En- ninguno-
moran- y por- todos- vagan-. Siempre- viajeros-.

Los otros frente a ellos permanecían a la espera.
Aldés comenzó a hablar a Xántriul por que
les tradujese sus palabras, pero el anciano que no le quitaba
ojo, movió su boca y dijo:

—Yosé-Biendiceél-Nosotrossusancestros-.Ellososparecen.

Casihermanos-.

Qué bárbaro. Pero si ya habla nuestra
lengua… —se dijo Aldés— ¿No
será que ya se la conocía?

El shímpfato mayor volvió a
hablar:

—Yonoconocíahumanospersonalmente-.
Sóloahora-.

Pues anda…, si nos llega a conocer…
—pensó para sus adentros.

—Tiempohabrá-chapurreó el
anciano.

—Yo soy, Aldés Zarela Wintes.
¿Cuál es su nombre, señor?

El anciano comenzó a reír, al tiempo que
abría su boca, desdentada y pálida.

— Xántriul, por qué se
ríe.

—Seguro- porque- su- nombre- no- dice-
nada.

— ¿Pues qué habría de
decir?

El anciano se identificó:

—Yosoy-Aquelnexodeestirpes-Padrezirdal-Ydelosshimpfatos-

El comandante quedó atónito. Él no
podía asimilar tanto dicho en tan poco espacio.
Meditó un momento, y dijo:

— Pues según eso, yo soy,
Aquelconductordeespacios Padrehumano y
Mayordeastronáutica… No podrá negármelo.
¿Y cómo suelen llamarle de forma coloquial,
señor?

—Scropbim-. QuesignificaElSabio

—Queda bien… a mi humilde entender. Aunque no
dudo que el nombre completo hace justicia a sus honores
—dijo Aldés Zarela.

"Aquel…" ladeó la cabeza y miró con ojos
atravesados.

— ¿Quéeshonores-,
Xántriul-?

—No- conozco- la- palabra-,
señor-.

El comandante se lo dijo:

—Indica, señor, que sin duda es algo
meritorio en usted. O sea, que se lo merece.

—Nadatienequever: Yoyasoytodoeso:

—Muy humilde de su parte. Pero no creo, que un
puesto como el suyo pueda ocuparlo cualquiera.


¿Quéeshumilde;-Xántriul?

Aquel dialogo, de puro pesado decayó de motu
proprio. Más estuvieron de acuerdo en festejar la alianza,
que en persistir con aquel cuestionario que bien podría
alargarse toda la noche. A instancias del comandante, El Sabio
accedió en reconsiderar el incidente del río y
revisar la sentencia. Tal inmediatez por parte de Scropbim,
él lo interpretaba, como que todo no fuera sino un
hábil subterfugio para implicarlos con ellos.

XXXIV

Todo el mundo pasó al circular, salvo algunos de
los símpfatos que fueron a su astronave. Al fin
Xántriul pudo verse con Axoncer y Uatrozur, y tras su
entrada los tres se aposentarían en una mesa.

El problema que ahora les sobrevino no era de
fácil solución. Cómo festejar nada, si no
disponían de bebida ni manjar alguno para ofrecer a
aquella gente. Seguro que de haber sabido que eran tantos, a lo
mejor se los preparasen. No podían pretender que de lo
reservado a Xántriul hubiese para todos. Como mucho y con
aprietos puede que alcanzara también para sus
compañeras. Sin embargo, bien pronto saldrían del
atolladero. La solución les llegaba de unas grandes
valijas, que al poco llevaron hasta allí los porteadores
símpfatos, con sus viandas.

Nada más entrar los foráneos, aquellos que
los llevaban se quitaron los trajes, que resultaron ser
más sutiles de lo que todos creían. Uatrozur se
abrió los cierres sobre los hombros y el ajustado
protector le cayó a los pies, como si una holgada
vestidura hubiese sido. La naturalidad con que hizo aquello, no
la libró de los ojos ávidos de los humanos, que
creyeron que la pfato se desnudaba. Mas, una larga túnica,
tan larga como lo era ella, fue tomando las veces del
atavío en su caída, tapándola de negro.
Uatrozur, remarcadas sus formas, se inclinó hacia los
pies, abrió los cierres, y se sacó la prenda. Luego
la dejó sobre una silla. Axoncer, junto a ella, no
haría otro tanto, porque no la llevaba. Sí que
vestía no obstante la misma túnica, sólo que
ésta era de color rojo.

La altura y las líneas estilizadas de Uatrozur,
con su pelo negro hasta la espalda, los ojos grandes,, su boca y
la nariz rectas, contrastaban con la estatura media de Axoncer,
sus formas pródigas y el rostro redondo. Ella tenía
el pelo casi rubio y recortado justo bajo las orejas, y de no
girarse, sus ojos rasgados miraban prestos sin inconveniente.
Más de uno, que no estaba al tanto, de mirar a aquella
gente quédaría perplejo, pues se le antojaba ver a
familiares y conocidos, cuando jamás los habían
visto. Hubo algún pertinaz que se empeñó, se
fue hacia ellos y se llevó el chasco. Al final
harían caso omiso y hasta les dieron la espalda por si
aquello fuese una burla. Aquel ágape a dos bandos
terminó, y más de uno de los visitantes ni
probó, bocado. La música dé ambiente les
impresionaba si no es que los embotó, y no ya por lo
exótico para ellos de aquella fórmula, sino por
entrarle por los oídos; que nunca los usaran para cosas
así.' Si acaso, algo que le pareciera, les surgía
en su interiox y de igual forma lo gozaban unos con otros. El
baile, ni que se diga, que ninguno supo desentrañar el
misterio. Quizá, sólo Xántriul lograra una
tímida aproximación. Pero empeño sí
que le puso. Como ninguna de sus compañeras quiso ser
cómplice de aquel disparate, el shim se cogió a
Belaura, quien lo acompañaría por no hacerle aquel
desprecio.

Calíguenes quedó solo en la mesa. Frente a
frente con las símpfatas, ellas pendientes de los
danzantes, las observó a su antojo. Pudo ver que no
llevaban alhajas, y que sus vestidos eran rectos y sin adornos;
sus mangas, holgueras, sólo cubrían hasta medio
brazo y el escote les bajaba poco menos que a la cintura.
Fijándose bien, descubrió, que dell cuello de
Axoncer pendía por un hilo lo que parecía un dado.
Era de color amarillo, y más pequeño que los que
Belaura y él poseían. Ni corto ni perezoso
metió su mano en el bolsillo, rebuscó, y
apretó el suyo. Al tiempo dijo:

—Axoncer…

Más ella, ni se inmutó, ni dio muestras de
haberlo recibido.

Belaura, que pese a la música oyó entre
sus pechos el nombre, quedó estupefacta. Luego
caería en la cuenta. Extrajo el dado de su escondite, lo
comprimió, y dijo:

—Se ha equivocado de sintonía,
señor, Axoncer no es aquí.

Y la pareja continuó con la danza, medio
enredados en su intento de acoplar los pies.

—Por- qué- Axoncer- no- es- aquí-
—preguntó Xántriul.

—Porque está allí.

Xántriul miró hacia la mesa, y sus
compañeras le sonrieron.

—Sí-, está- allí-. Y-
qué-.

—Pues que también podría estar en la
misma mesa con Calíguenes. Como él está
solo…

—Si- tú- quieres-, vamos-—Ella
sonrió.

— ¿Ahora que le voy cogiendo el truco…?
No. No tengas prisa.

Calíguenes, nervioso, miraba ya a la pareja ya a
las dos shímpfatas. Al final, ellas acabarían por
mirarlo a él y abrieron sus brazos en señal de
saludo. Cómo vería tal gesto Calíguenes, que
se levantó y fue hasta su mesa.

—Qué tal, ¿lo estáis pasando
bien?

Las dos se miraron entre sí, sonrieron, y Axoncer
chapurreó:

—Tal-, bien-.

Sin más preámbulo él se
sentó a su lado.

— ¿No bailáis?

— ¿Bailáis-? ¿Como-
Xántriul-? No, no—Axoncer se echó
reír.

Cuando Belaura fue consciente del paso milagroso de
Calíguenes a la otra mesa, dio el baile por terminado. La
pareja abandonó la pista y ambos se sumaron al
novísimo trío.

—Desde luego eres un caso, hijo. No se te puede
dejar solo. Y de más deberías saber que los
dichosos transmisores van por parejas.

—Pero qué hablas… Pulsaría el dado
por casualidad.

— ¿Y el nombre? ¿También lo
pronunciaste por casualidad…?

—Ah, no sé. Yo no sé nada de
eso.

—Mejor no hablar, que a ellos no les importan
nuestras cosas.

—Sí- importan- a- nosotros-. Gustamos-
saber- qué- es- dado-, y qué- es- nombre-
porcasualidad —dijo el shim.

Pese a todo, Calíguenes osó sacar el cubo.
Sus mejillas se habían sonrojado.

—Quise saber si funcionaba con ese
otro—Señaló hacia el cuello de
Axoncer-Xántriul se echó a reír-

—Dado- de- Axoncer- sólo- adorno-. Ella-
no- lo- necesita-.

Belaura parecía que fuese a estallar por el
sofoco. No pudo callarse:

—Pero qué embustero eres, hijo.

—Sí, ya verás… Aún no he
tocado a ninguna, que yo sepa. Lo que tú… Que se lo
digan a él, si no.

—Por- qué- vosotros- mal-. ¿No- es-
bueno- el- baile-, no- es bueno- comunicación-?

—No es eso Xántriul. Es que él dice
una cosa y hace otra.

—Mejor- todo- en- paz-

XXXV

La larga entrevista que sostuvieron a solas Scropbim y
Aldés Zarela, tuvo un testigo de excepción:
Xántriul.

El comandante había dejado en suspenso todo lo
referente a la consulta popular y el autogobierno, porque,
consideraba, que la relación entre ellos y la nueva
especie, no podría excluirse de sus principios. Ello
también dependería, cómo no, de cómo
la entendieran los otros. Era necesario aclarar, si es que ellos
sólo buscaban cierta colaboración y la
coexistencia, o por el contrario, convivir con ellos con todas
sus implicaciones. De ninguna de las maneras los humanos se
plegarían a sus designios. O el contrato era de igual a
igual o no había acuerdo.

—Nuestro principio básico es la libertad
—decía el comandante—. Y de él deriva
el resto. Nos consideramos iguales porque así lo queremos,
sin que nada ni nadie nos lo imponga. Es nuestro contrato social
que nos constituye como grupo y Estado, quien legitima dicha
igualdad y la justicia. Para nosotros el poder es de todos,
aunque lo ostenten los representantes que entre todos elegimos. A
eso se le llama democracia.

Scropbim que lo escuchaba con atención, en este
punto dijo:

— ¿Exactamente-, qué- es-
democracia-

Xántriul no aguardó a que el comandante lo
explicara. Creyó que era su cometido.

—Significa-, señor-, como- dice-
señorAldés-, que- el- poder- noes- de- uno- ni- de-
pocos-, sino- de todos-.

—Pero- pocos- ejercen-. Y- deben- ser- los-
mejores-.—El comandante se encogió de
hombros.

—Cómo saber eso. ¿Y si los mejores
no quieren asumir esa responsabilidad?

—Es- su- deber- -repuso El Sabio.

—Pese a ello, la libertad está por
encima.

—Extraña- libertad-, sin- deber-.
¿Un- padre- no- será- padre? ¿El- sabio- se-
hará- tonto-? ¿El- científico- puede- no-
ser- científico? Todos- darán- lo- mejor-, no- lo-
peor- o- más- fácil-.

—Aun así, la libertad es sagrada. Y no
siempre el mejor es considerado como tal.

—Qué- es- sagrada —preguntó el
zirdal.

De nuevo el shim se adelantó:

—Más- o- menos-, quiere- decir- intocable-.
Algo- así- comotabú- —dijo vuelto hacia el
anciano.

Scropbim quedó pensativo unos momentos. Sus
grandes párpados se abrieron y cerraron varias veces y
alargó su brazo huesudo hasta la botella de agua. Apenas
se mojó los labios y dijo.

—Olvidaba-, que- ustedes- no- disponen- de- la-
transmente-. Nosotros- podemos- saber- los- pensamientos- de-
nuestrossemejantes-. Pocas- veces- nos- equivocamos- en- ello-,
aunque- aveces- la- mala- voluntad- pueda- ocultárnoslos-.
No- entendemosque- alguien- no- quiera- o- no- le- convenga- el-
bien- de- todosporque- todos- somos- uno- en- ese- sentido-, y-
a- todos- nos aprovecha-. Nadie- habrá- de- explicamos-
que- es- el- derecho- oel- deber-, porque- son- saberes- comunes-
que-muy- pocosignoran-. Lo- que- no- quiere- decir- que- cada-
cual- no- dispongade- su- propia- individualidad- y- sus-
capacidades-.

El comandante frunció el entrecejo y miró
a Xántriul.

— ¿Por qué, entonces, este shim
llegó hasta nosotros en un estado tan lamentable,
desprotegido de los suyos, si su sistema es tan
perfecto?

—Perfecto-no.
Nada-hay-perfecto-Afortunadamente-.

Aldés Zarela no insistió más. Luego
dijo:

—Me gustaría, que ahora expusiera usted sus
principios, pues algunos deben tener… -El comandante
abrió los brazos.

—Nada- está- escrito-, y- lo- está-
todo-… En- nuestro- interior-.

— ¿Debo suponer, entonces, que nuestros
principios les son válidos? Pues usted no especifica
ninguno… También nosotros los llevamos dentro, y los
aceptamos.

El zirdal lo miró con mansedumbre, y
parecía hacer un esfuerzo al contestarle:

—Todo- lo- bueno- lo- es- para- todos-, seamos-
de- aquí- o- delos- confines- del- cosmos-. Sólo-
cambia- su- oportunidad- y- susmedios-. Pero- sí- puedo-
darle- dos- máximas-: salvaguardar- lavida- y- no- a- la-
violencia-.

— ¿Y el resto? La libertad, la
colaboración, el respeto mutuo… -De- todo- eso- se-
compone- la- verdadera- vida-.

—También pudiera ocurrir que unos vivan
bien y otros mal.

—Pero- en- ese- caso- existiría- la-
violencia-.

Cuando Scropbim dio por terminada su
interlocución, a un gesto suyo, Xántriul
abandonó la sala, y entraron los porteadores para
llevárselo. Aldés Zarela quedó un tanto
confuso y casi defraudado. Él pensaba que habría
algo que discutir y algún desacuerdo, pues se trataba, ni
más ni menos, que de establecer unos principios
básicos de convivencia. O el anciano realmente era sabio,
o los conocía mejor de lo que él pensaba. Visto
aquello, el comandante concluyó en que las dos especies
habrían de acatar los principios y las normas de ambas.
Sí es que ellos las poseían.

Por deseo del mayor, Xántriul no se fue. Lo
requería el tiempo necesario para que le aclarase ciertas
cuestiones. El shim podía hacerlo ahora sin reticencias,
el tácito acuerdo que acababan de estrenar se lo
permitía.

Habló al mayor del deseo símpfato de
mezclarse con los humanos, si es que ello fuera posible, y de
poblar el mundo Shim. Por él supo el comandante de la
existencia del mundo Gemelo; no despoblado como aquel y nueva
morada de los shímpfatos.

—Por lo que dices, todo parece indicar que nos
esperabais.

—Puede- ser-. Es- algo- que- desconozco-.
Sólo- sé- lo- que luego- se-
comentó-.

—Pues de ser eso, aquello fue una injerencia…
¿Usted diría que fuimos forzados a venir
aquí?

—No- lo- sé-. Ustedes- fueron- libres- al-
hacerlo-, supongo-.

—Pienso, que no llegamos aquí por azar,
alguien nos reclamó.

— ¿Reclamarles-?

—Sí. Algo atrajo hasta aquí a
nuestras naves.

—Puede- ser-. Pero- ese- reclamo- bien- pudo- ser-
accidental-.

No- creo- que- pudiesen- esperarlos-.

Aldés Zarela calló. Tampoco veía
necesario ahondar tanto. Si habían conocido aquel mundo,
sólo era, gracias a aquel incidente. Y a él le
alegraba. No que de seguir hasta el objetivo marcado,
quizá llegasen a un lugar desierto u hostil, y
volverían con el rabo entre las piernas.

— ¿Cómo es, Xántriul, que los
mundos gemelos están aquí, cuando nada los
hacía sospechar? Pues no encajan en un sistema como
éste.

—Ah- señor- Aldés-, no- me-
pregunte- eso-. Poco- sé- yo- de esas-
materias-.

—Quien no lo puedo saber soy yo.

—Siempre- se- nos- dijo-, que- los- zirdal-,
nuestro- pueblopadre-, poseían- desde- antiguo- una-
cultura– y- conocimientos-, que- en- algunas- de- sus- facetas-
no- han- sido- superados- aún-. Los- mundos- gemelos-
constituían- un- planeta- doble-. Ellosencontraron- la-
forma- de- desligarlos-, y- aprovechar- latransformación-
para- que- ahora- estén- donde- están-. Es- lo-
queme- enseñaron-. A- más- no- llego-.

Aldés Zarela se arrellanó en su asiento,
considerando, que el shim, pese a su modestia, no se explicaba
mal.

—Y el señor Scropbim es uno de esos
zirdales, no. Xántriul se puso a reír.

—Viejo- es- desde- luego-, pero- no- tanto-, sino-
uno- de- susdescendientes-, digamos- puro-. Nosotros-, los
símpfatos-, venimosenrazados- en- cierto- modo- con-
ustedes-.

—Ya… ¿Y cómo se explica que a
nuestra llegada no detectásemos el mundo
Gemelo?

—Supongo- que- por- estar- del- lado- contrario-
de- la- órbita-.

—Entiendo… Y supongo, que éste, que
está deshabitado, sirve de señuelo, y protege al
otro… A lo mejor es verdad y aquello que nos ocurrió
sólo fue por esta causa.

—Lo- desconozco-. De- todas- formas-, no- siempre-
el- mundoShim- estuvo- deshabitado-.

—A propósito, qué recursos vivos
posee. Hasta ahora, sólo hemos visto vegetales. Y al
parecer no son muy compatibles con ustedes ni con nosotros. En
cuanto a animales no parece que existan, que sepamos.

—No- es- como- cree-. Es- cierto- que- los-
animales- terrestresautóctonos- no- existen- ya-, sin-
embargo- sí- que- hay- losintroducidos- por- nosotros-.
En- la- colonia-.

— ¿Una colonia…?

—Una- extensa- reserva- vegetal- y- animal-. Todo-
ello proveniente- de- Shímpfatos-.

—Tampoco hemos visto tal cosa.
¿Adónde está?

—Muy- lejos- de- aquí-. En- la- zona-
templada- del- planeta sur-.Allí- existe- el-
único- asentamiento- permanente- deShim-. Los-
demás- sólo- son- provisionales-.

—Pues vaya un panorama. ¿Y fuera de
ahí, ni siquiera hay peces o insectos?

— ¿Insectos-?

—Claro. Esos pequeños animales de seis
patas. Suelen ser diminutos.

—Usted- quiere- decir- "carroil"-. Sí- que-
los- hay-, perosolamente- en- los- entornos- a- que-
están- adaptados-. En- cuantoa- los- peces-, están-
en- todas- las- aguas-.

—Por lo que veo, nos será necesario
implantar nuestros propios cultivos. Y por ahora nada de fauna.
Queda tan lejos…

—Supongo-. Salvo- que- puedan- conseguirse-
híbridos- másafines- con- el- género
humano-.

El comandante comenzó a dar vueltas entre sus
dedos a un lápiz.

—Y si en un futuro compartiésemos una
descendencia común, ¿cree usted que ellos
tendrían nuestros inconvenientes? ¿Y qué
pasa con los zirdal?

—Nadie- puede- saber- algo así- por-
anticipado-. En- cuanto- alos- zirdal-; ellos- son- compatibles-
con- este- ecosistema.

XXXVI

Las intensas lluvias se desataron sin previo aviso, y lo
que ellos imaginaban sólo un cambio de tiempo pasajero se
prolongó durante quince días. La falta de luz y
aquel tambaleo de agua, espesaban el aire como una cortina, y los
vapores invadían la selva, surgiendo hacia el cielo cual
efluvios de nubes deshechas. Mas la lluvia persistía, y de
un ligero frescor en sus inicios, pasó a hacer verdadero
frío. El luminoso trópico vino a quedarse en
sombras, y el sol recalcitrante de otrora se adivinaba apenas por
una difusa claridad entre las nubes.

Las dos Estrellas se ubicaron una junto a la otra, y
entre ambas se estableció un pasillo puente que se cerraba
envuelto en lonas. La astronave de los shímpfatos se les
acercó también, y si pocas muestras habían
dado de que fueran a irse, ahora sí que no daban ninguna;
sus viajeros pasaron a la Estrella II al igual que hicieron los
tripulantes de la otra Estrella. Desde luego, el barrizal de
afuera y el tiempo desapacible no les daban otra opción
que el cobijo de las naves. Incluso el campamento quedó
vacío. Sólo abandonaron por un tiempo los
vehículos, aquellos, que con las máquinas,
procuraban el drenaje del lugar, no fuera a ser que todo saliese
en andas.

Qué mejor ocasión que aquella para llevar
a cabo las consultas, se dijo el mayor. Tampoco les
llevaría mucho elegir un representante,
conociéndose todos como se conocían más que
de sobra. Sólo después, por su parte él
daría por terminada su misión allí para
regresar a la Tierra.

—Nanda y tú también vendréis,
no —decía, rizando el rizo.

Noyndia se quedó parada y a punto de beber, con
el vaso ante su boca.

—Tú sabrás… Si no, dime qué
pintamos aquí… Nanda ya es mayorcita para hacer lo que
crea oportuno, que no será otra cosa que marcharse; pero
lo que es a mí no vuelves a dejarme en tierra.

Aldés rió porque a ver qué
hacía. Al final resultaba, que él era el malo de la
película, como si en el otro viaje hubiese actuado por
capricho. Que a lo mejor Calíguenes sí actuó
correctamente… Esa pensaría ella. Seguro que aquel
desliz por parte de su hijo, quedaría eclipsado ante una
aventura como aquella, tan exitosa, pero no por eso
dejarían de enjuiciarlo. Todo fue bien, y eso le
valía. Lo bueno era que el tiempo transcurrido jugaba de
su parte, y cuando volviese, si es que lo hacía, y
ojalá él lo viera, cualquier falta habría
prescrito.

—Pues no cantes victoria aún, que el
precepto sigue vigente —Sonrió, mirando para otro
lado—. Verdaderamente no te está permitido el viaje,
salvo que yo lo hiciese también como pasajero.

—Y serías capaz de no
permitírtelo.

—Lo más acertado tal vez fuera, que yo
renunciase y nombrara a otro en mi lugar —Apuró su
vaso.

—Sí, hijo, hazlo… No sea que te
encarcelen —dijo con soma Noyndia.

—Tú sabes que eso no ocurrirá.
Cuando lleguemos ya seré demasiado viejo. De todas formas,
casi mejor sería que yo me quedase aquí. En un
viaje tan largo realmente no se vive, es como malgastar parte de
la vida.

—Hablas en broma, lo sé. Pero si hablas de
esa manera será porque lo has pensado

—Si no fuera mi obligación regresar, a lo
mejor lo hacía, no creas. Otros pueden hacer ese viaje.
¿De verdad que tú deseas que regresemos?

Noyndia lo miró interrogante.

—Oye…, ya no sé qué pensar de ti,
eh. Sabes que lo deseo con toda mi alma. Tú dime, donde
está la gracia de este lugar. Pero si no hay más
que árboles y gente rara: incluyendo a los que han venido
con nosotros. Qué quieres, que empecemos de nuevo… Como
cuando íbamos de complejo en complejo… No gracias. Es
allí donde está nuestra vida, no aquí. No
podemos tirarlo todo por la borda.

Aldés se la quedó mirando, sin mirar, que
su mente estaba en otro sitio.

—Si he de serte sincero, tienes toda la
razón. Aparte el descubrimiento, aquí no se
vislumbra otra cosa que incomodidades y trabajo. Poco aparente
para setentones como nosotros.

—Eso de setentones lo dirás por
ti…

—No he querido hacerte vieja, mi querida Noyndia,
que en mi larga primavera no hay flor más lozana que la
tuya.

—A saber, cuántos oídos
habrás regalado con lo mismo.

Aldés comenzó a reír y la
abrazó, hasta estar seguro de que ella no pensaba lo que
había dicho.

La fiesta electoral terminó, y el primer
presidente para los humanos del planeta Shim, fijó su
estancia en la estrella 1 de cuya tripulación
provenía, por ser lugar protegido, y en tanto no hubiese
otro, y porque la presidencia no habría de moverse para
cambiar de emplazamiento si acaso lo necesitaban. El elegido era
uno de los encargados de vuelo, persona muy popular por su buen
hacer cuando instalaron la base, y de trato agradable para todo
el mundo.

Quizá era eso lo que más contaba ante la
gente, y que fuera correcto y servicial.

En aquel revoltijo que se originó para las
elecciones, Scropbim y los suyos a todo daban el parabién
sin ingerirse, pese a que el asunto les concernía. Tal
despreocupación hacía pensar, que ellos tal vez se
creyesen por encima de esas trivialidades, o que ya se
conocían de sobra a los humanos. O ni lo uno ni lo otro,
sino ambos.

El circular de descanso de la Estrella II siempre estuvo
a tope mientras duraron las lluvias. Allí se conocieron y
reconocieron, ya pfatos ya shim, shímpfatos y humanos, que
acabarían por intimar; y no pocas parejas ínter
especie nacían lo mismo que las habidas se reafirmaban.
Xántriul y sus compañeras cerraron filas en torno a
Calíguenes y Belaura, todos juntos, como si de siempre se
conocieran; y así se les.vio, lo mismo en los salones que
en cualquier otro sitio. Y como era de esperar, todos
acabarían como invitados en la astronave
símpfata.

— ¿Vuestro pueblo no conoce la escritura?
—preguntó Belaura.

—Sí- conoce- la- escritura- —repuso
Axoncer.

—Pues hasta ahora poco o nada se os ve.
¿Vuestras naves no tienen un nombre? ¿Nunca hay en
ellas un indicador?

— ¿Indicador-? ¿Para- qué-
sirve- indicador-? Todos- sabemosqué- es- cada- cosa-. Lo-
previsionamos- y- recurrimos- a- mentecomún-.

—Ah, eso sí. Nosotros, pobres humanos,
sólo lo vemos después.

Axoncer enarcó apenas una sonrisa.

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