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Diario trágico de una joven maestra,20 de febrero a 13 de mayo



Partes: 1, 2

  1. Domingo 20 de febrero. Miembros de la familia
    De la Hoz y Sánchez
  2. Miércoles 16 de abril. Encanto de un
    amor
  3. Martes
    10 de mayo. Herida de una
    humillación.
  4. Miércoles 11 de mayo. Sueño del
    firmamento a la tierra en los brazos de
    Arturo
  5. Jueves
    12 de mayo. Declaración de amor de Don
    Crisóstomo
  6. Viernes 13 de mayo. Amor verdadero, pero
    doloroso

Domingo 20 de
febrero. Miembros de
la familia De la Hoz y
Sánchez

Madre me pides que te cuente como me parecen los
miembros de la familia de don Crisóstomo y doña
Mercedes.

Don Juan Crisóstomo de la Hoz, el anciano
dueño de casa es pequeño, rechoncho, cari colorado,
cabello, patillas y bigote rojizos con algunas canas, cuello
corto, vientre inmenso, pulcro en el vestir, lento en el andar,
ceremonioso y amable. El labio inferior grueso, con una
sensualidad desesperante que lo hace más voluptuoso. Ojos
de color verde sucio como el de las algas de un
pantano.

En la lascivia de su mirar se adivina una alma
lujuriosa. Su rostro taimado, con gafas de montura de oro,
delatan su vida licenciosa. Pomposo y dogmático al hablar,
ceremonioso y grave en sus maneras.

Doña Mercedes Sánchez, una mujer
cincuentona, bajita, flaca, de piel trigueña
pálida, con algunas pecas en el rostro y en las manos y
canas teñidas de color violeta. De frente algo hundida,
ojos pequeños, pardos e inquietos. Su voz chillona deja
escapar al hablar una especie de silbidos a través de sus
prótesis. De conversación amena y cierta
distinción en sus maneras, es necia, dominante, orgullosa,
llena de preocupaciones y se escuda siempre en la insolencia de
su dinero.

Arturo de la Hoz, primogénito de
doña Mercedes, tiene 17 años, piel morena clara,
castaños y ondulados sus cabellos, sus ojos de color gris
claro como el de una pizarra, negras y pobladas sus cejas y
pestañas, recta su nariz, labios sensuales, dientes
blancos, desdeñosa su sonrisa. Delgado y nervioso,
demasiado alto para su edad. En sus ojos brillan pasiones
sensuales aun dormidas y fulgores extraños de un alma
temperamentalmente atormentada por los sueños tempestuosos
del amor.

Sofía de la Hoz, la hija mayor del
matrimonio, tiene quince años. Es una niña delgada
y esbelta, de blancura láctea y melancólicamente
triste. Cabellos rubios y lacios, ojos negros, grandes y
estáticos con actitud de ensueño, tiene la
extraña sensación de los videntes. Por la blancura
de su cuello de marfil, su abandono e inmovilidad, parece una
estatua, pero al caminar el leve movimiento de sus senos
incipientes indica que es un ser viviente.

Su cuerpo empieza a tomar contornos admirables. Los
bucles rubios de su cabellera destrenzada caen sobre sus hombros
y el sol de la mañana refleja en ellos destellos dorados.
Cuando llora, las lágrimas colgadas en sus mejillas
brillan como diamantes sobre pétalos de rosa. Sus trajes
vaporosos la hacen ver como una virgen semidesnuda en un trono de
espumas. Es una niña amorosa.

Matilde de la Hoz, hija menor adoptada por el
matrimonio. Tiene 14 años. Es el contrario de su hermana
Sofía. Pequeña, robusta, piel ligeramente morena,
rosadas las mejillas, labios rojos pronunciados, nariz corta
ligeramente alzada, ojos de un negro intenso, cabellos negros
ensortijados que caen abundantemente hasta su cintura.
Imperativa, voluptuosa, apasionada. Su belleza tiene la
exuberancia de los trópicos. Es una niña
seductora.

Su madre una campesina rica, casada con un hermano de
doña Mercedes, murió con su nacimiento. Su padre
ante este infortunio también enfermó y
murió. De la niña se hicieron cargo don
Crisóstomo y doña Mercedes. Aun niña
conoció la decisión de sus padres adoptivos de
casarla con Arturo cuando llegara el tiempo para ello. Mientras
que a Arturo no le gustó la decisión, Matilde
empezó a ver en su hermano adoptivo a su futuro
esposo.

Miércoles
16 de abril. Encanto de un amor

Hace un mes que no he vuelto a escribir mi diario.
Qué felices han transcurrido estos últimos
días, lo que antes me parecía monótono ahora
tiene el encanto de un sueño. No me atrevo a describir los
sentimientos de este amor, por temor a profanarlo. Prefiero que
mi corazón sigua guardando silencio.

Martes 10 de
mayo. Herida de una humillación.

Tengo que retomar la escritura de mi diario porque ayer
fue un día doloroso para mí. Al terminar la jornada
de la mañana tuve que llamar la atención de
Matilde, nuevamente por su progresiva desaplicación. Se
levantó para salir del salón, pero me le
adelanté para detenerla y que se volviera a sentar. Con la
cara descompuesta por el odio y los ojos enrojecidos por la
cólera me dijo: Con qué derecho se atreve a
reprocharme la hija de una planchadora miserable?. Cómo?
Hija de puta!, me replicó, me hizo a un lado y
salió del salón. Temblando de cólera y dolor
me senté en un sillón. Sofía pálida
de indignación se sentó junto a mí, me
abrazó y llorando me dijo: perdónela
señorita, es una loca, no le haga caso!. Como no aguantaba
tanta cólera, dolor e indignación, subí a mi
cuarto, me encerré y di curso libre a mi
llanto.

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