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Diario trágico de una joven maestra,20 de febrero a 13 de mayo (página 2)



Partes: 1, 2

Al rato me sentí más aliviada y vinieron a
mi mente muchas recriminaciones. Qué horrible es la herida
que causa una humillación!. Por qué algunos
trabajos deshonran?. Por qué es tan degradante lavar o
planchar y no lo es bordar o coser?. Por qué vale
más un vicioso rico que un virtuoso pobre?. Por qué
es mejor visto tomar agua en una copa, que en el cuenco de la
mano?. Por qué los que nacen pobres y se enriquecen,
desprecian más a los pobres que a aquellos que nacen
ricos?. Por qué la plebe enaltecida no perdona a la plebe
que no le ha sonreído la fortuna?.

Por qué la ociosidad no deshonra y los trabajos
humildes son mal vistos?. Por qué madre mía, el
haber pasado la vida inclinada sobre una mesa de trabajo, fiel a
un esposo muerto y dedicada al cuidado de una hija, se nos imputa
como un crimen?. Por qué a las adulteras ricas se les
permite esconder su deshonra con la insolencia del orgullo?. Por
qué las jóvenes ricas, llenas de vergüenzas,
se sienten con el derecho de despreciar a personas pobres pero
dignas?. Quiénes son ellos y quiénes fueron sus
padres?.

De pronto tocaron a la puerta, pidieron permiso y
entraron a mi cuarto, doña Mercedes, don
Crisóstomo, Sofía y Matilde. Doña Mercedes
echó pestes contra Matilde y dijo que era una atolondrada,
que no sabía lo que decía. El señor de la
Hoz habló de recluir a Matilde en un internado.
Sofía hacia todo lo posible porque olvidara el
comportamiento de su hermana. Entre todos obligaron a Matilde a
presentarme excusas y lo hizo pero en forma fría y
displicente.

Aproveché la ocasión para hacer conocer mi
decisión de retirarme al finalizar el semestre.

Doña Mercedes pidió que no le diera tanta
importancia al comportamiento de una muchacha mal criada. El
señor de la Hoz me suplicó que no los abandonara.
Cuando se retiraron del cuarto, seguí avergonzada por la
humillación sufrida. No salí al jardín, ni
bajé a comer en la tarde. La noche me sorprendió
sentada en medio de un estupor prolongado. Cuando miré el
reloj eran las doce de la noche, entrecerré los ojos y en
medio de sueños agitados terminé de pasar el resto
de la noche.

Miércoles
11 de mayo. Sueño del firmamento a
la tierra en los brazos
de Arturo

Apesadumbrada y resentida, desarrollé ayer mis
actividades. En la tarde no fui al paseo del campo, me
dediqué en mi cuarto a leer y contestar la carta de mi
madre. En la noche como no podía dormirme, me
acerqué a la ventana a contemplar el ambiente nocturno. Y,
oh sorpresa!, en el banco de madera, debajo del sauce donde
acostumbro a sentarme estaba Arturo inmóvil, absorto,
mirando hacia mi ventana.

Como sabía que él no me veía, me
dediqué a contemplarlo sumida en un éxtasis
voluptuoso. Los rayos de la luna me permitían ver su
rostro pálido y sus ojos grises que brillaban como acero.
De vez en cuando cerraba los ojos para fijar su bella imagen en
mi mente, con un furioso deseo de posesión. Después
de un largo rato se levantó y se fue.

Embriagada de amor por él, me metí en la
cama y me entregué a pesadillas de exaltaciones y
quimeras. Entre sus brazos, el viento de la noche cargado de
melancolías voluptuosas nos arrastraba hacia el
firmamento. La luz de sus pupilas, como la de dos estrellas me
acariciaba amorosamente. Embelesada, enajenada, extasiada me
dejaba llevar placenteramente. Poco a poco empezamos a descender
a la tierra. Sus brazos empezaron a tomar contextura humana, su
aliento se tornaba más cálido y sensual, sus ojos
me quemaban, sus labios se juntaban y confundían con los
míos. .Sentía olor a rosas y jazmines, el murmullo
de un riachuelo cercano, una enredadera sobre nuestras cabezas,
un lecho mullido de musgo verde intenso, la presión de su
cuerpo sobre el mío y finalmente una caída como al
vacío. Mis propios gritos de: la gruta!, la gruta!, me
despertaron. Durante el resto de la noche seguí teniendo
sueños agitados.

Jueves 12 de
mayo. Declaración de amor de Don
Crisóstomo

Como estaba lloviendo ayer en la tarde no salimos al
campo. Me quedé en el salón de clases sola, sentada
en una silla, tratando de leer la traducción de las Cuitas
del joven Merther por Goethe. Entre dormida, contemplaba el
atardecer plomizo y triste, la sombra de la noche desalojaba los
últimos vestigios de luz que penetraban por las persianas
de madera. El olor enervante a tierra y hierba, que provoca la
lluvia, aumentaba la inmensa nostalgia que sentía por los
sitios llenos de luz y aromas que recorríamos en los
paseos de las tardes.

De pronto una voz lisonjera me despertó de aquel
ensueño y me asustó, era don Crisóstomo:
está Usted muy pensativa señorita!. Alcé mis
ojos y lo vi muy cerca mirándome con extraña
expresión libidinosa. Si señor!, recordaba a mi
madre, contesté. Quiere ir a verla?. Ya les dije que mi
decisión era irme a finales de junio! No le agradamos
nosotros ni nuestra casa?. Todo lo contrario, por gratitud a
ustedes es que lo hago!

Me he dado cuenta que Usted aquí se aburre y se
asfixia!. Una mujer tan bella y tan inteligente es natural que
busque un mejor escenario. Usted nació para ser amada y
admirada y nuestro amor y admiración no le bastan. Gracias
por tanta galantería!, le contesté
nerviosa.

Señorita, Usted no se ha dado cuenta de
cuánto la amo?, prosiguió con una voz llena de
pasión y con una mirada quemante. Si Usted no me
corresponde, esta pasión será mi muerte.
Déjeme que la ame con delirio!, déjeme que la
adore!. Asustada le repliqué: está Usted loco?.
Sí, loco hasta que Usted se apiade de mí!.
Vayámonos de esta casa, a otra ciudad o país, si
así lo prefiere!, le prometo que la haré la mujer
más feliz del mundo!.

Oleadas de sangre caliente subían a mi rostro,
llena de cólera le contesté: Usted es un atrevido y
se ha equivocado conmigo! Me levanté y traté de
salir. Sorpresivamente agarró una de mis manos y me
imploró: perdóneme, por favor no se vaya!.
Violentamente arranqué mi mamo de las suyas y al tratar de
salir corriendo me enrede y caí de bruces sobre la
alfombra. Rápidamente se me abalanzó y
abrazó mis piernas. En ese preciso instante alguien
partió un vidrio de una de las ventanas.

Aproveché la sorpresa de don Crisóstomo,
que volvió a mirar a la ventana, me levanté e
intenté correr, pero él estaba agarrado fuertemente
con una de sus manos mi falda. Se la rapé y corrí
hasta la puerta. Antes de salir, me detuve y miré hacia
atrás. Don Crisóstomo se había puesto de pie
y sollozando tendía sus brazos hacia mí y
repetía: perdóneme y por favor no se
vaya!

Al salir al corredor, una brisa helada pero salvadora
refrescó mi frente. Me detuve un momento a recordar la
horrible escena. Ante la indignación que sentía,
todo el temor y todo el respeto que me inspiraba aquel anciano
desaparecieron.

La luna empezaba a disipar la oscuridad de la noche
lluviosa, no se oían ruidos en el campo, pero el olor a
tierra y hierba seguían en el ambiente. Una silueta se
acercó por el corredor, era la de Arturo. Al mostrarme una
mano ensangrentada, comprendí que era él quien
había roto el vidrio. Lo había visto y lo
había oído todo. Gracias, le dije y llevé su
mano herida a mi corazón.

Si ese viejo hubiera intentado ir más lejos, lo
hubiera matado!, dijo Arturo con voz enronquecida por la rabia y
los celos. No quise ir al comedor y me retire a mi cuarto.
Mientras lograba conciliar el sueño, estuve pensando en
cómo aligerar mi regreso a Bogotá.

Viernes 13 de
mayo. Amor verdadero, pero doloroso

Agobiada por mis tristezas, preocupada por la escena de
la noche anterior y con deseos de entregarme sola a mis propias
reflexiones, me excusé de la compañía de las
alumnas y salí sola en la tarde hacia el campo. Para
asegurarme de mi soledad, no fui a ninguno de los sitios
acostumbrados, sino que bajé al recodo de una quebrada,
oculto de la casa por un bosque de sauces. Me senté en una
piedra cerca a los lavaderos de la hacienda, y di rienda suelta a
mis pensamientos empujados por mi corazón. Mi deber era
abandonar aquella casa, huir de los peligros que amenazaban mi
honra y mi felicidad. Devolver la paz y tranquilidad a
doña Mercedes y a Matilde, que sin proponérmelo les
estaba arrebatado.

Pero cómo decírselo a Arturo?, a aquella
alma de niño, en que yo acababa de despertar el amor?.
Cómo hacer para no agrandar aquel profundo vacío
que se tejía en torno suyo?. Sin embargo, era necesario
hacérselo saber y ausentarme. En cuanto al viejo, me
inspiraba un profundo desprecio.

Pero que Arturo fuera de otra?. Imposible!. Aquel
corazón que ahora en mi vida nadie tenía derecho a
disputármelo. Esta idea ponía en guardia toda mi
pasión y por primera vez sentía odio hacia otra
mujer. Me sentía capaz de luchar contra Matilde y
lucharía. Ella ya no despertaba en mí la
humillación de una maestra ultrajada, sino el odio
profundo de los celos.

Más abajo del sitio donde me hallaba,
había un puente que daba paso a los potreros. Cerca del
puente, del otro lado, había un retazo de prado, protegido
por altos eucaliptos y oculto por matorrales, zarzas y
madreselvas que lo rodeaban.

No sé cuánto tiempo llevaba absorta en mis
pensamientos, pero de pronto vi a Matilde que apartaba las zarzas
y entraba a aquel sitio. El corazón me latió con
violencia como si me anunciara algún peligro. Matilde,
fatigada se sentó en el prado y con inmensa ansiedad
empezó a mirar hacia el camino que llegaba al puente.
Creí adivinarlo todo. Arturo que se hallaba en los
potreros, seguramente regresaba a casa por aquel puente y Matilde
se escondía allí para esperarlo.

Se habían citado?. Esta pregunta retumbó
en mis oídos y trató de hacerme perder la poca
quietud que aún conservaba en mi alma. Permanecí
inmóvil, asustada, como si me encontrara al borde de un
abismo. Iría a sufrir un gran desengaño?.
Iría a ser víctima de una cruel traición?.
Escondida, temblando, conteniendo la respiración
continué espiando. Matilde, inquieta, nerviosa, se
ponía de pie cada momento, asomaba la cabeza por un claro
del tupido matorral y exploraba angustiada el
horizonte.

De pronto apareció Arturo. Distraído
empezaba a atravesar el puente cuando Matilde lo llamó. Se
detuvo y en voz alta se cruzaron algunas palabras. Yo no pude
oírlas por el ruido del agua de la quebrada y
además porque el viento iba en dirección contraria.
Mirando inquieto a todos lados, Arturo regresó y se
acercó a Matilde. Permanecieron de pie un momento. Ella
parecía hacerle reproches. Él con el rostro
fastidiado, falta de atención y descortesía
hacía notar indiferencia a lo que su prima le
decía.

Sentía mi corazón alegre, porque
así no era Arturo cuando estaba junto a mí. No!,
aquella no era su actitud de enamorado a la cual estaba
acostumbrada. Pero por qué no se iba?. Ay de él!,
si le hacía caso. Matilde tomó una de sus manos y
le suplicó que se sentara junto a ella. El accedió.
En aquel instante con la rapidez y el sigilo de una tigresa,
atravesé el puente y me agazapé dentro del
matorral, desde donde podía observarlos sin ser vista.
Matilde se recostó de lado apoyada en uno de sus brazos,
se soltó su cabello protuberante, se recogió el
vestido, dejando al descubierto gran parte de sus piernas bien
formadas. La posición hacia más salientes sus
caderas y más voluptuosos sus muslos. Su rostro rojo
estaba lleno de pasión y brillantes sus pupilas por el
ardor de sus deseos. Con sus senos palpitantes, se mostraba
tentadora, rebosante de una voluptuosidad precoz.

La inquietud de Arturo era visible, miraba a todos
lados, o contestaba con monosílabos lo que su prima le
preguntaba. Ella hablándole con vehemencia se le
acercó y con sus senos empezó a acariciar sus
brazos y su pecho, y con sus mejillas su rostro. Él la
retiro un poco con sus brazos y la miró de pies a cabeza
con apetito de hombre, con una mirada extraña con la que
no me había mirado hasta ahora a mí. Su rostro
empezó a animarse, su cuerpo a relajarse y su voz a
dulcificarse. En ella desapareció su expresión
habitual de soberbia y se mostraba dulce y triste. Le hablaba con
tristeza apasionada de sus dolores de amor. De pronto
prorrumpió a llorar y reclinó su cabeza en el pecho
de Arturo. Él le levantó su rostro, la miró
dulcemente con cariño y se inclinó para besarla.
Ella tomó la cabeza de Arturo con sus manos, se
prendió de sus labios con frenesí, loca de
pasión. El la abrazó por el talle, la
estrechó fuertemente y… no pude resistir más.
Temblé de miedo, ahogué un grito, con furia salvaje
y odio inmenso me levanté, aparté el ramaje y
aparecí junto a ellos, simulando buscar a
Matilde.

Matilde dio un grito y se cubrió el rostro con
sus manos. Arturo se levantó rápidamente y
lívido, a punto de desmayarse, me saludó con voz
temblorosa. Vamos a casa!, dije a Matilde, estoy
buscándola desde hace largo rato. Ella confusa y
avergonzada, se me acercó en ademán de
súplica y me dijo: señorita, por piedad no diga
nada!. Pero por qué?, acaso no tienen permiso de sus
padres para amarse?. Sí, pero no nos permiten entrevistas
fuera de la casa. Dirigiéndome a Arturo le dije: Es mucho
abuso de su parte, ponerle cita a una niña en sitios
ocultos, comprometiendo el honor de ella y el de su familia. No
pudo responder nada, pues sus ojos revelaban angustia y rabia
infinitas.

Por favor no cuente nada señorita!,
repitió Matilde. Le prometo que de ahora en adelante voy a
ser muy respetuosa con Usted y no voy a volverle a faltar a
clases. No va a necesitarlo!, le contesté. Por
qué?. Porque como ya lo sabe estoy arreglando mi viaje de
regreso.

Me separé de ellos sin mirar a Arturo. Vamos!,
dije a Matilde y regresamos las dos a casa. Me encerré en
mi habitación a llorar mi inmenso dolor. Con la cabeza
hundida entre las almohadas sollocé amargamente: Oh Dios
mío!, nunca había sentido este terrible dolor!. Hoy
he sabido verdaderamente lo que es el dolor de los celos.
Qué espantosa tempestad sufre el alma. Demasiado tarde he
venido a saber cuánto lo amo. Tengo el terrible
presentimiento de que ese amor, el primero en mi vida, va a ser
algo funesto, y peor todavía, estoy casi segura de que no
podré arrancarlo nunca de mi vida.

La luz de la luna y el frío de la madrugada me
despertaron. Eran las tres de la mañana. Antes de cerrar
la cortina de la ventana miré hacia afuera, y qué
asombro!, Arturo estaba sentado en el banco frente a mi ventana
con la cabeza entre las manos. Se me fue el sueño y me
quedé espiando a través de los vidrios. Por
momentos alzaba la cara y se quedaba largos ratos mirando hacia
la ventana. A veces se levantaba, daba algunos pasos y
volvía a sentarse. Permanecía entonces como
dormido, absorto quizás en sus inquietantes pensamientos.
La aurora nos sorprendió en esta mutua pesquisa. Cuando
comenzó a hacerse de día, Arturo dio la
última mirada a la ventana y entró a la casa. Yo
volví a recostarme pero no pude dormir. Sólo
podía pensar en él. Su amor se había
convertido en la principal justificación de mi vida.
Imposible!, no podía permitir que fuera otra. Me
moriría!. Oh dios mío!, ten compasión de
mí.

Como el sol ya se levantaba en el horizonte tuve que
hacer un gran esfuerzo para arrojar cobijas y cubrelecho al suelo
y levantarme. Al tratar de arreglarme para bajar al comedor, me
sentí mal, sin deseos de trabajar con mis alumnas.
Así que decidí volverme a meter en la cama y tratar
de dormir algunas horas más. En la tarde, doña
Mercedes alarmada por mi ausencia vino a verme.

Ha tenido Usted algún otro nuevo disgusto?, me
preguntó. No señora, pero ya lo ve Usted, estoy muy
enferma y con deseos de regresar cuanto antes a Bogotá.
Pero tendrá que esperarse hasta que hallemos una nueva
institutriz!. Siempre que eso no se prolongue más de ocho
días, me siento muy mal, mi salud empeora cada día
y deseo estar al lado de mi madre. No bajé al comedor y
caí en un estado de somnolencia, de sueño
letárgico.

 

 

Autor:

Rafael Bolívar
Grimaldos

Del libro FLOR DE FANGO de José
María Vargas Vila

Partes: 1, 2
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