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¿En qué consiste la aceptación? (página 2)



Partes: 1, 2

La aceptación de aquello que es, sobretodo
empezando por sí mismo, es una experiencia de naturaleza
esencialmente intuitiva, es decir, emocional. Y produce en el
hombre una especie de paz reveladora a causa de la experiencia de
la verdad. Esto, a su vez, a causa de que en esta verdad se
constata la consistencia ontológica que le es connatural.
La aceptación es la suave alegría de la verdad.
«De esta manera, a través de la
"aceptación de sí mismo" el hombre honra su
condición limitada. Simpatiza con su ser frágil y
quebradizo»
por que «es un estar de acuerdo
consigo mismo»
(Peter, 2002).

Extrañamente en un sentido de mayor altura, la
aceptación de sí mismo, pasa, en última
instancia, por la aceptación del Fundamento de sí
mismo. Que es Otro.

De repente parece algo extraño hablar de
aceptación de sí mismo, parece algo que simplemente
con considerarlo se da y basta. Como si fuera algo
espontáneo. Sin embargo debemos considerar que el hombre
se lanza hacía sueños de lo que desearía
ser, utiliza máscaras, disfraces, juega. En estas
actividades se evidencia la pretensión de escapar de
aquello que es.

De ahí que si vemos un poco más a
profundidad en la experiencia que el ser humano tiene de
sí mismo nos topamos con que no es del todo obvio, pero si
real, que existe precisamente la «náusea de
sí mismo, la protesta contra si mismo» como
decía Guardini.

La aceptación de sí mismo es el primer
paso (lógico) para acceder al amor a uno mismo, que supone
un obrar moral de gran altura.

«La autoaceptación significa que estoy de
acuerdo en existir, en sentido puro y simple», sin estar
poniendo condiciones ahí donde en el don de la existencia
nadie me puso condición alguna para existir. Aceptarme
significa aceptar el don de existir tal como se me ha dado
(Guardini, 2001).

Entonces paradójicamente la autoaceptación
me remite a la aceptación de una realidad que me
trasciende. No puedo ser capaz de aceptarme a mi mismo si
permanezco encerrado en mí y no me abro a la
aceptación que el Donador del ser a hecho primero de
mí, precisamente en la donación que del ser me ha
hecho.

Esto implica una mirada a la profundidad de la
experiencia interior, que no supone la adhesión a
ningún credo particular, sino sólo a la evidencia
de la realidad misma que para que sea evidencia verdadera debo
tocarla en la profundidad del corazón humano. Y esta
evidencia es una evidencia que se me revela por medio de mi
realidad afectiva superior.

Pues se puede aceptar con la razón que exista una
"causa incausada de todas las causas" por que tiene
lógica, pero no puede ello llevarme a aceptarme a mi mismo
desde aquel seco discurso, sino sólo desde el abrazo que
hace la intuición del corazón de aquella realidad
que supone para mí una grandísima diferencia capaz
de transformar la vida.

Por último, la persona de San Francisco de
Asís sirve de ejemplo para considerar el potencial que la
autoaceptación tiene. La autoaceptación pasa por la
aceptación de nuestra pobreza en el ser. Habría que
decirse que desde una visión perfeccionista,
racionalista… resulta contradictorio, incoherente que un
"straccione" (harapiento), un mendigo, un "pobre diablo" como
Francesco rece de la siguiente manera:

«Oh Divino Maestro, que no
busque ser

consolado sino
consolar;

que no busque ser amado sino
amar;

que no busque ser comprendido sino
comprender
»

Pero su capacidad para orar así, resulta de que
se volvió a su propia pobreza, no sólo material
(que era símbolo de la existencial), sino a su pobreza en
el ser. Se hizo pobre porque acogió su indigencia. Y
ahí se elevo a un nivel aún más humano que
le permitía orar de esa manera, lo ponía en una
postura como la del padre del hijo pródigo.

El padre del hijo
pródigo

La imperfección es la herida
que permite a Dios entrar

Ernest Kurtz

Podríamos decir que el padre de la
parábola del hijo pródigo es el paradigma del acto
más humano que podemos cumplir. Su primer mensaje es
"essere povero non è una colpa". Es en la misericordia del
padre que se cumple algo divino, y al mismo tiempo algo muy
humano, por eso es la misericordia donde lo humano y lo divino se
tocan (Peter, 2006).

El padre es íntimamente conciente, mira con el
corazón y sabe que «tememos ser juzgados y que se
nos encuentre en falta, por que nuestra mente traduce
"imperfecto" como "inaceptable, que no merece amor".»
(Kushner, 1997)

Eso es lo novedoso del padre, que concilia
imperfección y amor así mismo. Realiza la
abolición de la ley de piedra perfeccionista y exterior al
corazón del hombre, de aquel precepto que dice: "para
poder amarte debes primero dejar de equivocarte".

El padre perdona, tiene misericordia, honra la
existencia del hijo pródigo a pesar de su acción
desalmada de pedirle la herencia estando él aún en
vida, que sería equivalente a desear su muerte (Nouwen,
1998). El padre rescata el sentido del ser de sus
hijos.

«A nivel cognitivo, la perspectiva del padre
"trabaja
" el error. Esto es lo novedoso. Las conductas
de sus hijos, de riesgo y temeridad, en el menor, y de
intolerancia y dureza en el mayor, nos desconciertan. En cambio,
desde la perspectiva del padre, no hay error existencial que no
pueda reciclarse. Es más: a partir del reciclaje se hace
posible la transformación y la sanación. Esto
significa que el padre sabe sacar partido del error
»
(Peter, 2007).

El padre sabe que peor que el error es perder al que
yerra. Es decir, el padre quiere recuperar al hombre que
después de haberse equivocado quiere cometer un acto
aún más injusto. Que es el odiarse por haberse
equivocado. El padre sabe que fuego no se combate con fuego. El
odio no apaga el odio. El rechazo no engendra aceptación.
El padre se mueve desde una perspectiva que tiene en cuenta la
relatividad del error, la capacidad de aprendizaje que suscita el
error.

El padre representa la capacidad para realizar el cambio
de la perspectiva de la indefectibilidad, que está a la
base de los procesos racionales a la perspectiva de la
defectibilidad, propia de los procesos intuitivos o
emocionales.

La culpa y el
arrepentimiento

La culpa y el arrepentimiento
surgen

de dos epistemologías
distintas.

Es necesario
arrepentirse

de sentirse culpable.

La Terapia de la Imperfección plantea la
necesidad de evidenciar la diferencia esencial entre el
sentimiento de culpa patológico (como experiencia
perfeccionista) y la culpa como expresión de la sana
aflicción que produce la verdadera conciencia moral.
Ordinariamente se suele dividirlo en sentimiento de culpa sano o
insano. Es preferible según la Terapia de la
Imperfección, llamarlos de manera distinta para evitar
confusiones en el uso de dos términos.

Dejando el uso del término "culpa" para aquel
sentimiento enfermizo que supone odio, soberbia, tristeza,
vergüenza, autodecepción y autocastigo. La culpa
sería la vergüenza de ser, pues implica una
evaluación negativa global de todo el ser y expresa de
alguna manera ese sentimiento de "inadecuación"
perfeccionista.

«El sentimiento de vergüenza resulta de
la percepción que su comportamiento no alcanza aquello que
es exigido por la imagen ideal de sí
mismo.

La sola percepción de que hay una
discrepancia entre el yo y el yo-ideal, no es, de cualquier
forma, una condición suficiente para los sentimientos de
vergüenza, ya que la persona puede aceptar de manera
realista que hay una distancia entre el yo y el
yo-ideal»
(Krech y Crutchfield, 1959).

Se puede entender que el sentimiento de culpa es fruto
del superyó, del perfeccionismo, del uso exclusivo de la
facultad racional. Es el grito explícito del hermano
menor, ya que es:

«experimentada como el Pecado del Yo, mi
naturaleza malvada, "el yo malo"; la acción errónea
no sólo me concierne, sino que es causada por
mi»
(Krech y Crutchfield, 1959).

De ahí que Peter (2004) denuncie el
carácter dañino de la culpa para quien se maneja
desde ella:

«De hecho, la culpa no da a "conocer" ni a
"comprender" nada porque, esencialmente, niega la indigencia
propia de quien se culpa y borra de un golpe la
problemática del límite. Es desconocimiento e
incomprensión de la propia
indigencia»

La culpa es fruto de la soberbia que, en palabras de
santo Tomás de Aquino, «pretende elevarse
voluntariamente más de lo que él es» (II-II
c. 162 a.1), pues para él la soberbia es «el apetito
desordenado de la propia excelencia» (II-II c.162
a.2).

Por lo que se debe diferenciar de la otra experiencia de
la "culpa sana", y llamarla con mayor propiedad
"arrepentimiento". El arrepentimiento es aquella experiencia de
tristeza ante la conciencia de haber obrado mal y que juzga como
erróneo, equivocado, malo un determinado acto, pero que
sin embargo no agota lo que la persona es. Como dice Ricardo
Peter, es la invitación de Juan el Bautista:
"Arrepiéntanse". Es así porque el arrepentimiento
está:

«en conexión con una particular
acción. Aunque el yo sea visto como un agente esencial en
la acción
, la acción no es una
característica fundamental del yo, sino una cosa
más bien periférica a él…

Sentimientos de culpa sin sentimientos de
vergüenza a ella unidos pueden fácilmente producirse
cuando la persona percibe la culpa como periferica a su yo real,
por el hecho de haber caído en una mala acción no
tienen consecuencias para su autoconcepción.»

(Krech y Crutchfield, 1959).

Lo que aquí llaman "culpa" es lo que queremos
llamar arrepentimiento. "No tiene consecuencias para su
autoconcepción" por que está asentada sobre su
verdadera condición humana, intentando constantemente
referirse a su condición limitada. El error, el fallo
simplemente le recuerdan en cierto sentido "quien es", tanto en
su insuficiencia como en su capacidad de compasión y
misericordia.

Por eso el arrepentimiento es fruto de la conciencia
moral, que es una conciencia existencial, no prefabricada como la
moralidad del superyó, la moral autoritaria o legalista.
Es aprender a "guardare con il cuore"[1], pues
hace uso de la facultad intuitiva que no se deja socavar por la
racional, sino más bien, la complementa y la trasciende.
De modo, que podemos decir que el superyó, propiamente,
nos invita a la culpa y no al arrepentimiento como experiencia
humanizante.

En términos psicoanalíticos la culpa
procede o esta constituida de los golpes de odio con los que el
superyó aflige a la persona misma desde su interior. Es
decir, que a causa de la autoexigencia incumplida la persona se
castiga odiándose, o se odia castigándose a
sí misma. Delincuente, juez y verdugo es la persona para
sí misma. Pues la autoexigencia es el requisito para que
la persona decida aceptarse para amarse.

Las "conciencias
morales"

Uno de los objetivos que puede atribuírsele a la
Terapia de la Imperfección es la lucha contra el
superyó
. Este combate que tiende a la
destrucción del superyó, es por supuesto, una
tendencia, pues el superyó no puede ser erradicado
totalmente. Pero la Terapia de la Imperfección logra, paso
a paso, su debilitamiento. De esa autoexigencia
contranatura.

A diferencia del psicoanálisis, que busca su
modificación, aquí afirmamos que es más
conveniente su tendencial desaparición. Y no por que la
Terapia de la Imperfección no llegue a modificarlo pero no
parece ser su intención final, sino la paulatina y
tendencial erradicación que no llega a su
aniquilación total. No es posible eliminarlo totalmente.
Pues en mayor o menor medida permanecerá como
cicatriz.

Además la Terapia de la Imperfección
pretende enseñar al individuo a convivir con su
superyó para poder trascenderlo. Y he aquí una
loable tarea.

Porque la verdadera moralidad no es la del
superyó como Freud creía. La moralidad del
superyó esta basada en el ideal del yo y se obsesiona por
el cumplimiento de la letra de la ley. De manera impuesta, el
deber por el deber mismo, al estilo de Kant. El deber por el
deber mismo no tiene sentido. Aunque el sentido de fondo que
encuentra la moralidad superyóica es la de ser merecedor
de amor, o más bien en el sentido de la soberbia, ser
capaz de ser fuente del valor del ser a fuerza de voluntad. Como
si quisiera darse así mismo el valor que el ser tiene ya
de principio en el don, precisamente, de ser.

La moralidad del superyó está construida a
base de una lógica racional seca, matemática, por
decirlo de alguna manera. Esta sustentada en la
lateralización del hemisferio izquierdo.

En última instancia es una falsa moralidad que
esconde por debajo muchos de nuestros conflictos
psicológicos no resueltos. Se piensa y se obra
según esta moral para defenderse de la propia
sombra.

Y no dudamos que ciertos preceptos superyóicos
encuentren coincidencia con el deber moral auténticamente
libre, como tendencia espontánea del corazón. Y es
ahí donde se hace mucho más difícil su
desenmascaramiento, y por ende su liberación. El problema
es que aunque coincidan con una norma moral válida, su
forma de afrontarla es lo inconveniente.

De ahí que Henri Nouwen (1998) señale el
extravío del hijo mayor, de la parábola del hijo
pródigo, en una situación aún más
peligrosa a causa de su intrincada fachada, ya que es:

"algo que se une a los más profundo de mi
virtud. ¿Acaso no es bueno ser obediente, servicial,
cumplidor de las leyes, trabajador y sacrificado? Mis rencores y
quejas parecen estar misteriosamente ligadas a estas elogiables
actitudes. Esta conexión me desespera…
¿Cómo erradicar estos rencores sin acabar
también con mis virtudes
?"

El hermano mayor es el fariseo. «El fariseo
actúa porque "tengo que" (para merecer el amor de Dios),
en lugar de "quiero hacerlo" (porque Dios ya me ama» (Linn,
Linn y Frabricant, 1997)

Es posible afirmar que el superyó, como
autoexigencia perfeccionista, que realiza una falta de respeto a
la propia condición limitada, es en realidad el
obstáculo para que la verdadera conciencia moral emerja de
las profundidades del corazón humano y florezca a nivel
conciente en el obrar compasivo, misericordioso de manera
realista. Ese obrar que me permite ir desgastando mi rencor "sin
acabar también con mis virtudes". Es entonces que puede
uno encontrarse a sí mismo con más frecuencia
"queriendo" obrar bien, más que "teniendo" que hacerlo.
Obrar conforme al deber, en cuanto que me presenta un valor que
me es necesario ir conquistando, se convierte entonces en "yugo
suave y carga ligera" que es expresión de una verdadera
libertad.

Es necesario dejar atrás, superar el
superyó, que es la casa y refugio del perfeccionismo. Por
que es precisamente en lo que el perfeccionista aspira a
convertirse, en un super "yo".

Deber y
debería

El deber: es darse cuenta de la necesidad de poner en
acto lo que se ha captado como un valor.

El debería: Una exigencia que no corresponde con
la posibilidad factible (no contradictoria), que está en
función de los límites.

Por lo general es causa de autoreproche, de odiarse a
sí mismo, por que rechaza el límite que se tuvo,
que se tiene, o que se tendrá. Dado que la exigencia es
contradictoria a lo que se es, o lo que se fue, o lo que se
será.

El deber en cierto sentido deriva de nuestra indigencia,
no entendido como una coacción externa. El deber es
necesidad, en cuanto que realiza un valor sin el cual mi ser se
corrompe. El pacífico cumplimiento del deber es fruto del
grado en que he sido capaz de autoaceptarme, porque en la
autoaceptación acojo lo que realmente soy, y lo que
realmente soy es pobreza del ser. Por eso necesito de los valores
que ayuden a realizar en diversa medida el proyecto de llegar a
ser lo que soy: un hombre que necesita humanizarse.

Ética del
límite: respeto por nuestros
límites

El primer llamado de la ética del límite
es a comportarnos de una manera que sea respetuosa de los propios
límites. Sin embargo, cuando uno no respeta su
límite, evidentemente (al menos para ciertas personas), no
respeta (pretendiéndolo) lo que NO ES ni lo que NO TIENE,
por tanto lo que NO PUEDE. Pero tampoco respeta lo que SI ES y lo
que SI TIENE, por tanto, lo que SI PUEDE.

Si devalúa o rechaza su límite
devalúa su "insuficiencia y consistencia" al mismo tiempo.
Por que el límite representa inherentemente un doble
signo, y al rechazarlo por uno de sus signos, lo rechaza en
ambos.

Monografias.com

"Anular" el límite del
círculo, la línea que lo define, sería
anular el círculo mismo.

El fundamento filosófico de lo dicho está
basado en lo que la Antropología del
límite[2]evidencia, cuando reflexiona sobre
el límite, como una determinación negativa que es
la que suele ser acentuada, y como una determinación
positiva que ella resalta. Así lo ha expresado Ricardo
Peter:

«Ser, que significa ser insuficiente, al mismo
tiempo significa ser consistente. Si se pierde la insuficiencia,
se pierde la consistencia. Dejar de ser limitado equivale a dejar
de ser consistente. "Desprenderse del límite es "salirse"
de la realidad.»

O como lo expresa un
teólogo:

«Para nosotros, los límites no son
sólo una cosa negativa. Porque gracias a los
límites tenemos las riquezas positivas… Si las cosas no
fuesen diversas entre ellas no podrían existir. Y
todavía, si no existiese la materia que limita la forma,
las cosas materiales no podrían
existir»[3]

Esto mismo es lo que algunos
místicos cristianos, como Santa Teresa de Ávila,
expresan como: "somos miseria y grandeza, grandeza y
miseria".

No amar nuestra condición limitada, que implica
este doble aspecto, nos orilla invariablemente a odiarla. Odio
que se expresa de miles de formas encubiertas, disimulas,
camufladas. Por que nuestro dinamismo afectivo no puede
neutralizarse, no puede suspenderse, no se acaba o se cancela
ante algo y tiende siempre a tomar una postura frente a lo que se
impone como objeto que se impacta frente a sí, incluso y
originariamente el propio ser, él mismo.

«Las pasiones están indicando
cuál es el valor que se le otorga subjetivamente a las
cosas y personas que rodean y, al parecer, producen esas
emociones… El origen de las pasiones, es en realidad el yo
más profundo en el que se vive.»

(Gutiérrez, 2000)

En lo anterior está el fundamento de que la
ética del límite no sea una ética
campechana, por decirlo de alguna manera. Aquí en lo
propiamente humano está su fundamento, donde el
límite no sólo dice falla, error, imposibilidad,
insuficiencia, sino también ser, y ser de una manera
determinada; capaz de actuar con un acto sublime, pero posible,
que radica en su "sí", esto es el ser compasivo ante su
propia limitación:

«La ética del límite no es, sin
embargo, una ética de la evasión o de la debilidad
moral. No es una ética de la permisividad ni del desmadre
sino una ética que tiene como epicentro la indigencia del
ser humano. Pues hasta en su facultad de ser compasivo, el hombre
se topa con su propia fragilidad e inconsistencia»

(Peter,2007)

La ética del límite, como toda verdadera
ética, tiene como finalidad salvaguardar y desarrollar en
bien al ser. Esto incluye a las demás personas, al
ambiente, pero también a sí mismo. Y lo salvaguarda
apelando a una de las acciones éticas más
difíciles de realizar: la compasión ante el que
falla, y eso, incluye una postura ante mi mismo también.
Una actitud ética para conmigo mismo.

Expresado a la manera de una mujer famosa como lo es
Teresa de Lisieux, habría que decir que la ética
del límite propone que nuestros errores, nuestras faltas
morales, nuestras dificultades son una "ocasión tan
hermosa de practicar la caridad"[4] para con
nosotros mismos.

La ética del límite nos recuerda que el
hombre mismo es un valor, a pesar de que falle y sea limitado (y
también a causa de esto, como se ha señalado
más arriba), y como el agente tanto del yerro como el del
acto ético. Es el hombre mismo al que es necesario
rescatar por medio de una acción moral que le conceda la
importancia que le corresponde y que lo reconozca como lo que es.
Esta acción es la compasión ante su propia falla, y
este acto al expresar lo que verdaderamente es, lo
humaniza.

De ahí que sea de mayor altura moral la
misericordia y la compasión, que la aplicación de
la seca justicia… "Un acto justo es bueno, pero un acto de
misericordia es mejor".

Referencias

Guardini, R. (2001) Virtù: temi e prospettive
della vita morale
. Brescia: Morcelliana.

Gutiérrez, R. (2000) Antropología
filosófica
. México: Esfinge.

Krech D., Crutchfield R.S (1959)
Elements of Psychology. New York: Knof.

Kushner, H. (1997) ¿Debemos ser
perfectos
?. Buenos Aires: Emecé.

Linn, D., Frabricant, S. y Linn, M. (1997)
Sanando el abuso espiritual y la adicción
religiosa
. México: Lumen.

Nouwen, H. (1998) El regreso del hijo
pródigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt
.
Madrid: PPC.

Peter, R. (2002) Sobrevivir la
perfección
. Puebla: BUAP.

Peter, R. (2004) Introducción a lo
humano
. Puebla: BUAP.

Peter, R. (2006) La imperfección en el
Evagelio
. Puebla: BUAP.

Peter, R. (2007) Ética para errantes.
Puebla: BUAP

Santo Tomás de Aquino (2001) Suma de
Teología
. Madrid: BAC.

 

[1] Raoul Bova como san Francisco, en la
Película Francesco (2001) de Michele Soavi.

[2] Ver: Ricardo Peter, Honra tu límite;
fundamentos filosóficos de la Terapia de la
imperfección, 2ª.ed. BUAP, México, 2003.

[3] Ignacio Andereggen (2003) Vida activa y
comtemplativa en la metafísica de Aristóteles y
Santo Tomás de Aquino. Curso de la facultad de
filosofía, Roma: PUG. Inédito.

[4] Manuscrito C, p. 290 en sus Obras
completas. Burgos, Monte Carmelo, 1996.

 

 

Autor:

José Alberto Garza del
Río

Licenciatura en psicología.
Máster en psicoterapia psicoanalítica. Diplomado en
diagnóstico y psicoterapia del perfeccionismo y
Especialidad en metodología de la ayuda clínica
aplicada desde el enfoque de la Terapia de la
Imperfección.

Partes: 1, 2
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