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Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893)



Partes: 1, 2, 3

  1. Bosquejos*
  2. La
    Escuela Antigua

Escritor mexicano de ascendencia indígena, es la
figura literaria más relevante de su tiempo. Autor de
Clemencia, considerada la primera novela moderna de
México, Altamirano buscó la afirmación de
los valores más mexicanos.

Nacido en Tixtla (Guerrero), recibió una beca
instituida por Ignacio Ramírez, su discípulo y
heredero, en el Instituto Literario de Toluca. Vivió en
Morelos, escenario de su novela costumbrista El Zarco
(episodios de la vida mexicana en 1861-1863), y
más tarde, ya en la ciudad de México,
estudió leyes en el Colegio de San Juan de Letrán,
donde continuó perfeccionando su vasta cultura. Fue poeta,
crítico, novelista, historiador y político. Se
adhirió al movimiento liberal y, a su triunfo, fue
nombrado diputado al Congreso de la Unión. Como coronel,
luchó contra el imperio de Maximiliano, experiencia que
aprovecharía en su novela Clemencia (1869), la
primera novela moderna mexicana escrita con propósitos
estéticos. En 1869, después del triunfo de la
república, fundó y dirigió la revista
literaria de mayor trascendencia en aquél momento, El
Renacimiento
, donde puso en marcha su credo: alcanzar un
arte nacional que, sin desdecirse de su origen europeo, lograra
una unidad formal y temática. Ocupó diversos cargos
públicos, además de ser nombrado cónsul
general de México en España y representar a su
país en varias reuniones internacionales.

Bosquejos*

La escuela popular, como debe suponerse, conocidas mis
ideas democráticas. Ha llamado siempre, de una manera
grave, mi atención. A ella he consagrado frecuentemente
mis pensamientos, en ella he puesto mis esperanzas más
risueñas, y cada vez que una gran desgracia
pública, o la simple comparación de nuestra miseria
con la prosperidad de otras naciones, han venido a revelarme los
efectos de nuestra parálisis intelectual y moral, he
vuelto los ojos a la escuela primaria, como a la santa piscina,
cuyas aguas maravillosas encierran solas el secreto de nuestra
curación radical.

Pero arrebatado desde que pisé el campo de la
prensa, por los huracanes de la política, y obligado a
pensar en asuntos más urgentes, como era el triunfo de los
principios reformistas y la defensa de la patria, no pude
consagrar a mi objeto favorito, sino esfuerzos intermitentes e
ineficaces, por su carácter y por las
circunstancias.

Sin embargo, yo no aguardaba más que el buen
tiempo, y cuando me filié desde muy joven bajo las
banderas progresistas, me animó desde el primer instante
la esperanza de que pronto me vería en situación de
emitir mis pensamientos.

Ultimo de los obreros de esa gran generación de
la Reforma, cuyos miembros hoy ciñen su frente con una
corona de cabellos blancos, o con la aureola del martirio;
último repito, por mi edad y por mi valía,
comprendí, como ellos, que nuestra misión no era
destruir; sino para reedificar después; y que si
teníamos que imponernos la ruda tarea de echar abajo el
viejo y sombrío edificio del retroceso, se nos
imponía también el deber de levantar enseguida el
nuevo y glorioso edificio del provenir, bajo las sólidas
bases de la libertad y de la civilización.

Ha llegado el tiempo; la República levanta su
frente victoriosa, y la reforma comienza a florecer, a pesar de
las maldiciones impotentes de sus enemigos. Es la hora, pues, de
la reconstrucción y de la consolidación. Laboriosa
es la empresa; pero ella es inevitable, si no queremos ver a la
ruina convertida de nuevo en baluarte y en trono del fanatismo,
encadenado hoy, pero no muerto.

Dirijamos nuestros ojos a la escuela popular, pero
veámosla, no como una necesidad de la vida social
simplemente, sino como el fundamento de nuestra dicha futura; no
con la tibieza del hombre monárquico o del menguado
defensor de las clases privilegiadas, sino con el entusiasmo del
apóstol del pueblo, con la profunda atención del
sembrador republicano, que mirando al cielo del porvenir,
aprovecha hasta el último minuto para preparar el campo, a
fin de recoger pronto una cosecha abundante y feraz.

Para ello será conveniente examinar, aunque no
sea más que de paso, la forma de la escuela antigua, a fin
de compararla con nuestra escuela actual, y conocer los vestigios
que los viejos principios y las viejas instituciones han dejado
en ella, para borrarlos completamente, como perjudiciales. Son
las heces peligrosas de una bebida mortal, que han quedado
pegadas al purísimo vaso de la enseñanza, y que es
necesario arrojar para siempre.

LA ESCUELA
ANTIGUA

Se relacionan tan amargos recuerdos, tan dolorosas
emociones, tan tristes consecuencias a la memoria de la escuela
antigua, que tratan de evocarla en nuestra imaginación, es
verdaderamente penoso: es evocar, el prisionero ya en libertad,
la memoria de la cárcel en que perdió la salud; es
soñar la victima escapada, que ve salir del fondo de la
tumba al espectro de su verdugo aborrecido.

Partes: 1, 2, 3

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