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Los inciertos frutos (página 2)




Enviado por Fandila Soria



Partes: 1, 2

Volvió a la mesa. Lejos de la pesadumbre, ahora se
sintió más animado. Que Tomás lo mandara a
hacer gárgaras era algo transitorio pues no pensaba
acostarse sin dejar zanjado el asunto.

Esperó un tiempo
prudencial, y lo llamó por teléfono.

– ¿Ah… eres tú Verónica…? Di a
Tomás que se ponga, por favor.

Se oyó lejano a Tomás que maldecía. Al
poco se acercó al aparato.

– ¿Otra vez tú? No te habrás quedado a
gusto…

Hombre, a
gusto a gusto no es que esté, pero se aproxima. Que sepas
que tu archivo y los
disquetes están a buen recaudo. Los tengo aquí, en
mi casa. Precisamente me los traje porque sabía lo
valiosos que son. Claro que como nunca aportas por allí,
no podías saberlo.

-Pero qué zorro eres…

-Nunca te acostarás sin saber algo más.

-Ves tú, ahí sí que te doy la
razón. Sabiendo eso, dormiré como un bendito. Y que
sepas que el nuevo modelo
está casi a punto, sólo necesito recalcular algunas
de las modificaciones.

– ¿Y cómo piensas experimentarlo esta vez?,
porque la forma en que lo hacemos, deja mucho que desear.

-Pero hombre de Dios… tú sabes que ya no es necesaria
tanta experimentación. ¿Acaso no has observado
mejoría en los pacientes? Estos indicios ya inclinan la
balanza de nuestro lado. Casi seguro que no
nodos se curen, es cierto, pues depende del enfermo de que se
trate.

-Si te digo la verdad, no he notado nada. Aunque ahora que lo
dices, es posible que mi madre esté mejor ahora.

-Claro. En todo lo relacionado con la mente y los estados de
ánimo, no esperes un progreso repentino. Desde que Milton
Erickson se dio cuenta de que podía mitigar el dolor de su
poliomielitis, e impulsó la llamada hipnosis
clínica, ha llovido mucho. Como sabes la hipnosis no es
más que una inducción al sueño. Un sueño
especial, que en definitiva sólo es una relajación
profunda. Ojalá el dios Hypnos permita que nos
entrometamos para bien, con nuestra máquina. Por lo pronto
nuestro sistema se aparta
de aquella concepción, y es más efectivo y
cómodo. Además será accesible para todo el
mundo.

Zacarías se quedó callado. Luego dijo:

-Tomás… Pese a todo, puedes contar conmigo. Te
aseguro que a partir de ahora procuraré no
extralimitarme.

-Valiente gamberro estás hecho. ¿Acaso no
quedamos en formar un equipo? ¿Por qué, entonces,
no has desahogado tu tarea con los demás?

Zacarías recapacitó un momento.

-Pues te lo voy a decir: porque no he querido que tú
desatendieras tu trabajo;
porque Marta está embarazada y debe cuidarse; y porque tu
mujer, entre los
estudios, la casa, y los dos niños… porque, para que lo sepas,
tú no dejas de ser un niño -Tomás
río-. Yo era el único que podía tener
más desahogo. Y reconozco que he traspasado mis límites.

-Muy bien. Todo se andará. De todas formas, en adelante
será distinto.

-No lo dirás por mí.

-Que no hombre… Descuida. El cabreo se me ha esfumado.

A la mañana siguiente Zacarías volvió al
garaje. Un tufo a quemado surgió del local nada más
abrir. El fondo estaba ennegrecido por el humo, lo mismo que el
banco y todo
lo que contenía. A la poca luz no se
aclaraba mucho. Se acercó a los ambientadores y les
pasó el dedo. Parecían estar intactos. En seguida
sacó su pañuelo y comenzó a limpiarlos de
hollín. Pues no que parecían estar bien… En
realidad era la fuente de alimentación la que
se había achicharrado.

Bendito sea el Cielo, los aparatos no habían sufrido
daño
alguno. Uno de los alimentadores era el culpable de tanto
alboroto. Probó con el que quedaba, y los ambientadores
funcionaron a las mil maravillas.

Cómo no se le ocurriría comprobarlo
después. Aunque, la verdad, que él no pensó
en comprobaciones, pero se hubiese ahorrado la reprimenda de
Tomás y el mal sabor de boca.

Cuando se lo dijo, Tomás lo escuchó sin
sobresaltos, y le contestó lo de siempre, que todo se
andaría. Que no se preocupara por las maquinas, pues
él mismo pensaba ir al hospital y las llevaría.

XXII

Poco le duró aquel descanso. A la semana siguiente
Zacarías recibió una carta del
ministerio. Lo citaban del departamento de control, seguro
que por la patente, pues le achacaban ciertas negligencias.

Por más cábalas que se hizo, no se
aclaró. ¿A qué vendría que le
imputaran aquello a él precisamente, y no a la
fábrica o a Tomás? El responsable habría de
conocerlo de lo que fuese, pues él no iba de un lado a
otro con los aparatos, dando su identidad a
cualquiera. Se cuidaba muy bien de presentarse como el miembro de
una sociedad de
inventores.

Su amigo no tenía ni idea de la tal citación, y
tan sorprendido estaba como él.

-Si ya te lo dije. No iba a ser tan sencillo. Seguro que la
factoría ha hecho oídos sordos -Le dijo a
Tomás.

-Que no hombre. Ellos no saben nada. Seguro. Nos lo
habrían dicho. Esto corre por nuestra cuenta y riesgo.

-Pero la patente es de ellos. Cómo es que no han citado
a los propietarios.

-Porque será otra cosa. Seguro que alguien, resentido
de nuestro servicio, nos
ha jugado esta mala pasada. Y seguro que ese alguien no sabe ni
de qué vamos.

Zacarías pareció conformarse, pero no del
todo.

-De todas formas no lo veo, me extraña que en Velarde
no sepan nada.

-Mejor no anticiparnos, para qué, mañana lo
veremos.

-Pues ya lo sabes, a las diez en punto allí.

-Descuida.

El día amaneció como si tal cosa. Poco importaba
que los quehaceres fueran arduos o livianos, o si la gente se
levantaba o no de buen humor. Amaneció y ya está.
La ciudad aún guardaba los calores, como un rescoldo, que
la noche no lograra mitigar. No sería precisamente
el sol quien
fuera a enmendarlo. Se levantaba limpio, y decidido a derramarse
sin ningún impedimento. Para entonces, Zacarías ya
había prodigado a su madre una tanda de ambientador, y le
dejaba el aparato por si lo necesitaba. De allí
salió pitando para el ministerio.

Los dos amigos se encontraron a las puertas del edificio. Su
funcional arquitectura no
invitaba a contemplarlo, más se figuraba tieso y altivo,
sin pena ni gloria. Y así aparecía, tan desierto de
gente a sus puertas, como olvidado de los transeúntes. La
gente accedía a él o se iba como absorta, en un ir
y venir incesante, y con presteza

– ¿No te lo dije? Resulta que llamo a la fábrica
y ya no tienen la patente. Por lo visto la vendieron a una firma
suiza -Dijo Tomás.

Zacarías se despabiló de la sorpresa.

– ¡Vaya por Dios! Y eso que los Velarde nunca dan un
trabajo por perdido, que si no…

-Tampoco sabemos lo que les habrán sacado. Lo mismo es
un pastón. Puede que se hayan hecho sus cálculos y
eso les resulte ventajoso.

-De todas formas, si tuvieran apego al proyecto, no se
pararían en esas ridiculeces.

-No tanto. Quizá sean los compradores quienes les
saquen las castañas del fuego. Si experimentan el
ambientador y lo sacan a flote, no importa donde, eso será
todo un precedente.

– ¿Y que panza van a poner con eso?

-Ellos no ignoran, que basta modificar el invento, hacerle una
mejora, para patentar de nuevo. Y la base ya la tienen.

-Vaya, eso sí que es nuevo. Entonces… tú mismo
podrías patentarlo ahora.

Tomás sonrió.

-Y es lo que pienso hacer. No pensarás que lo vaya a
ofrecer de nuevo a la fábrica… Tampoco creo que ellos
estén muy al tanto de nuestra labor, y me da lo mismo. El
invento ahora será nuestro. Hasta ahí
podríamos llegar.

Zacarías pensó en el buen acierto Tomás
si hacía aquello. Pero no dejaba de preguntarse que de
qué serviría. Si la fábrica no logró
sacarlo adelante, cuanto menos ellos.

-Sabes que te digo Tomás… Que este asunto no tiene
remedio, ni con la fábrica ni sin ella. La única
solución sólo puede salir de aquí.
Señaló hacia la entrada.

Entraron a la sección casi de corrido. Al menos no
habrían de guardar cola, todo parecía desierto. O
eso era lo que pensaban. Al abrir la puerta se quedaron
perplejos. Por lo menos habría veinte personas sentadas en
fila, en unos bancos. Y
además…

¡Pero qué sorpresa! Justo a la mitad había
una monja. Y ellos bien que la conocían. Como que se
trataba Irene, ni más ni menos.

– ¡Qué te parece! ¿Qué hará
ésta aquí, Tomás?

Zacarías se fue hacia ella que al verlo se
levantó.

Tomás se quedó cortado. No sabía
cómo se saludaba a una monja. Como tal, a ésta
sólo la había visto una vez, y acompañada,
en su retiro. Sus dudas se disiparon cuando Irene se le
acercó y le dio dos besos. Él le dijo:

– ¿Y qué? Qué haces tú por
aquí… No me digas que también andáis
metidas en la industria.

Irene sonrió.

-Anda y no nos mezcles a nosotras en estos tinglados, que ya
tenemos bastantes -Le empujó por el hombro-. Hemos venido
por la denuncia.

– ¿La denuncia?

-Claro. O es que vosotros no estáis aquí por
eso.

-No me digas, que ti también te han citado.

Irene rió.

-No es eso. Es que uno de nuestros pacientes tuvo la feliz
idea de quejarse en Sanidad, y por lo visto le hicieron venir
para que declarase. Según él no lo
atendíamos. Y es que el pobre, está un poco majara.
De inmediato vine y me enteré de todo.

-Vaya por Dios… -Dijo Tomás-. Pues sabes…,
algo de eso me figuraba…

-No creas que vengo sola, todos estos vienen conmigo.

– ¿Todos estos…? Pues… pues seguro que no
te pierdes, eh.

-No hombre, no. Que no te enteras. Aquí donde los ves,
si no fuera por los aparatos, ni podrían venir. Porque
todos han mejorado con vuestra máquina.

-No me digas. No creía en un resultado tan eficaz.

-Lo que pasa, que vosotros no estáis al loro.

A través de la puerta se escuchó la voz de un
ordenanza.

Primero entró Zacarías, que volvió a
salir y se atrajo con la mano a Tomás.

-Por favor, siéntense -El funcionario esperó a
que lo hicieran-. Bueno… Supongo que sabrán el
motivo de esta citación.

-No mucho -dijo Tomás.

-Pues sencillamente, porque no han cumplido las normas.
Según reza el informe, para el
uso de su máquina habrían de solicitar el
consiguiente permiso.

-Sí que es cierto. Pero es que, nuestras experiencias
sólo han sido a titulo personal y sin
ánimo de lucro.

-A pesar de eso. Aquí debería constar, como
mínimo, un certificado del consentimiento de cada
paciente.

Tomás reflexionó apenas.

-Verdad es que no tenemos dichos certificados, pero sí
el consentimiento verbal de cada uno. Suponíamos que fuera
lo mismo.

-Pues se equivoca. Supóngase que al paciente le ocurre
algo, o que no sea consciente de la supuesta terapia…

Tomas le interrumpió.

– ¡Pero qué dice! El ambientador de ánimo
es inofensivo…

-Perdone, pero eso no queda reflejado en este estudio
-Alzó con la mano una hoja de papel-. Aquí se
especifica con toda claridad algo muy distinto: "sus efectos a
largo plazo no se conocen".

– Si a así lo creen, le sugiero, o mejor le sugerimos,
¿no Zacarías?, que haga entrar a los afectados.

– ¿Unos testigos…? Y de qué. Aquí
no tenemos constancia de ningún testigo. Pero olvidemos
eso ahora. Antes les diré, por si aún no lo saben,
que la patente no les pertenece ya.

-Sí que nos consta, sí. Pero ello no afecta a
los ambientadores ya fabricados, que sí que poseen dicha
patente. Para uso particular desde luego.

El hombre meneó la cabeza.

-Bien. Admitámoslo -Se puso a hojear en los papeles-
Que hagan pasar a esos testigos.

Irene entró, y tras ella comenzaron a cruzar la entrada
uno por uno los enfermos, tantos, que el funcionario se
quedó con la boca abierta. La habitación se
atestó de gente, y el hombre no
pudo menos que llevarse las manos a la cabeza.

-Bueno, bueno… Con que sólo se queden dos o tres,
basta.

El resto de los entrantes salieron, e Irene se asoció a
los amigos, sentándose la primera frente al funcionario. Y
vino a decir:

-Con su permiso…. Querría aclararle, que todos
estos que ha podido ver, sin excepción, han mejorado
gracias al invento. Y no sólo en lo concerniente a los
síntomas, sino de manera efectiva. Bien es verdad que
aún no están dados de alta, pero no se fíe
demasiado.

El funcionario quedó pensativo. Con los codos en el
escritorio descansó la cabeza sobre una mano, luego sobre
la otra, y dijo:

-Por lo que a mí respecta, no pongo en duda sus
palabras. Pero deben entender que sobre mi recae la
obligación de velar porque las normas se cumplan…

Tomás le interrumpió.

-No me explico, señor, como, si nadie puede probar lo
contrario, ustedes no son capaces de admitir la evidencia.

El funcionario alzó las manos.

-Ah…. Eso que dice, no lo diga por mí. Yo
sólo soy un mandado.

-Pero no podrá decirme, a título personal al
menos, que los analgésicos, los vigorizantes, los
antidepresivos… y qué sé yo…, con
toda su carga de efectos secundarios, y por muy legales que sean,
están más en la norma.

El funcionario lo miró fijamente.

-Pues mire, si he de hablarle con sinceridad, estoy con usted.
Aunque no conozco a fondo su artilugio. Y no olvide, que las
cosas de palacio van despacio. Pero llegan.

– ¿Las cosas de palacio…? Yo le aportaría
aquí, si usted quiere, otras causas.

-Puede ser. Nosotros sólo llegamos a donde podemos
llegar. En cuanto al resto, que cada palo aguante su vela. No es
tan sencillo, no crean…

El auditorio enmudeció.

-Si me lo permiten, he de ausentarme un minuto -El funcionario
recogió sus papeles y salió.

Zacarías no pudo menos que dirigirse a Tomás, lo
mismo que a Irene que estaba junto él.

-Qué opinión os ha merecido este chupatintas.
¿Pensáis que saldremos de esta?

-Al pobre, hay que entenderlo. Es el brazo de la ley. O
sólo un dedo, que mejor se diga -dijo Irene.

-Bah, todo esto es sino un paripé. Menuda gravedad. Y
menuda idea tienen estos de que es una onda. Cómo nuestro
organismo recibe pocas cada día… y no precisamente
tan inocuas.

Al poco volvió el leyista con sus papeles, el rostro
enmofletado y los ojos saltones.

-Bueno, señores… a lo que íbamos…
Después de considerarlo, su cuestión será
sobreseída. Eso sí, he de recomendarles que siempre
dispongan del certificado de aceptación de parte de cada
enfermo. Por lo demás, como si nada hubiese ocurrido.

Tomás se llevó la mano a la boca.

-Pues no sabe cuánto se lo agradecemos.

Irene y su enfermos volverían al hospital de
desahuciados, que por lo visto no lo era tanto. Los dos amigos
también lo hicieron poco antes del mediodía.

El convento estaba pared con pared con el edificio, que
disponía de un acceso directo entre ambos por el interior.
El conjunto era muy antiguo, pero muy bien conservado. Ninguno de
los dos pensó, en llegarse por el convento. Irene
estaría en el hospital seguramente. Cruzaron la puerta y
hasta el patio, y desde allí a la enfermería. Pero la monja no estaba, ni
lograron ver los ambientadores. Ya en el piso superior, se
accedía a un recinto, largo y estrecho, donde las camas se
alineaban tasadamente a ambos lados, y de las que, ante la
puerta, sólo dos estaban libres. Al fondo pudieron
observar a Irene con otra compañera, doblando unas
toallas.Uno de los ambientadores, estaba sobre una mesita, y en
la cama, junto a él, el supuesto 'ambientado'. Ambos
quisieron comprobar in situ cómo le iba.

-Qué tal, cómo sigue.

-Estoy mejor, gracias.

Tomás se le aproximó del lado de la mesita.

-No por favor, don Tomás, no se lo lleve aún.
Déjelo otro ratito.

É1, que no pensara tal cosa, cogió sus
manos.

-Claro que sí. Seguro que se lo dejo.

Y dejando a Zacarías con el enfermo, fue hacia Irene y
habló con ella unos minutos. Al final, la monja, que ahora
sonreía, le dio un beso.

Al poco, los dos amigos se marchaban como habían
venido, solos y sin aparatos.

-Qué haremos ahora, Tomás. Los ambientadores se
nos quedan…

-Claro que sí… Los donamos a la
institución.

Zacarías puso cara de incredulidad.

-Nunca pensé que fueras capaz de hacerme esto.
Tú sabes que mi madre también los necesita.

-Y a mí qué. Que se ponga al habla con
Irene.

Vaya castaña… ¿Sería posible?
Acaso a Tomás 1e importaban tanto los ajenos y tan poco la
madre de su amigo.

-Tomás, yo no te entiendo, eh.

El físico rió para sus adentros.

-Pero sí que me entenderás, si te digo, que el
nuevo modelo ya está funcionando. Tú te quedas con
uno y yo con el otro, ¿vale?

-Vaya, eso sí que es una sorpresa.

Cualquiera controlaba a Tomás.

-Por ahora se acabó lo que se daba. Un tercer aparato
será para la oficina de
patentes. Lo registraremos a nombre de los dos, como buenos
socios. Y a esperar. Con fortuna, la otra patente nos
allanará el camino.

Los ambientadores de ánimo se relegarían casi
hasta el olvido, lo que no es óbice para su rescate por
algún visionario de mejor fortuna que los
artífices. Tal vez hoy aún esperen el amanecer en
el sueño de los justos.

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Registro de la Propiedad

Intelectual de Andalucía

Expediente GR- 327- 09

Nº: 200999900627868

Partes: 1, 2
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