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Límite y sentido. Geografía de lo humano




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2


    Límite y sentido: geografía de lo humano –
    Monografias.com

    (También las magnolias pierden
    sus hojas)

    "Lo más grande e importante del
    mundo,

    tiene como base la
    debilidad".

    (Blas Pascal)

    En el universo nada es usual, abaratado, insignificante
    o desvalorado. Es más: nunca hay rebajas, saldos ni
    gangas. El universo no es el mercado de las pulgas. Y si bien
    existen infinitas formas y maneras de ser, cada ser representa
    algo nuevo, inconfundible y diferenciado. Precisamente por este
    motivo, en el universo todo es significativo y
    valioso.

    Incluso pudiéramos afirmar que el universo, en
    última instancia, ni siquiera es normal, si tomamos la
    palabra normal en su sentido etimológico, de algo regido
    por reglas que invariablemente se deben seguir como en las
    operaciones de mercado, en la bolsa de valores, en los negocios,
    en las transacciones comerciales o en la compra de un
    terreno.

    Lo normal en la naturaleza es no ajustarse a las
    medidas, valoraciones, ponderaciones y normas confeccionadas por
    el hombre. En la naturaleza, a decir poco, todo es
    insólito, original y especial. Todo es
    prácticamente excepcional y debido a esta
    característica, la regla número uno del universo
    parece ser la de no ajustarse de manera normal a lo tasado y
    aquilatado por el pensamiento como normal, costoso, ventajoso,
    precioso, significativo o valioso. El universo no sabe de esas
    cosas. Nada es sobrante o inservible. En el universo todo es
    lujoso. Lo desechable es una invención humana porque en el
    universo todo es imprescindible. Diríamos entonces que lo
    normal, lo caro o el derroche en términos financieros o
    bancarios es una construcción social, un producto
    histórico del taller mental hombre.

    Es el hombre, en efecto, quien racionalmente normaliza
    el universo, lo encuadra, lo homologa a sus propios postulados de
    conocimiento científico, lo envasa en enunciados y en
    aparatos conceptuales, finalmente lo cotiza, evalúa la
    naturaleza y establece caprichosas relaciones de tarifa,
    plusvalía y valores. Es el hombre quien lanza, de esta
    manera, las redes de la mercantilización,
    desvaloración y depreciación de lo que existe; el
    mismo que desconoce, descompone, descolora la realidad y la
    convierte en un inmenso supermercado, con ofertas de hasta doce
    meses sin intereses. El universo, bajo este aspecto, es parejo.
    No sabe de cacharros ni de cosas inútiles. Todo tiene
    valor y todo es significativo. En el universo las cosas no se
    valoran por su peso o volumen. ¿O acaso creen que la
    constelación Andrómeda, que dista de nosotros
    más de dos millones de años luz, (la podemos
    observar a simple vista al sur de la Casiopea) debido a su peso y
    desde la óptica del universo, tenga más valor que
    un molusco o que una pelada concha de mar?

    Todo en el universo y en la naturaleza está,
    pues, embellecido por dos notas constitutivas, integrantes, de la
    realidad: el límite y la
    diferencia.

    Como primera nota, todo lo que existe en el universo
    conocido se caracteriza, por tener límites, bordes,
    orillas. El límite es la dimensión de la realidad
    porque todo lo que hay en el universo es finito. Si algo no
    está limitado sencillamente no existe. Ser es estar
    enmarcado, dotado de márgenes o contenido por fronteras.
    Esta es la condición forzosa e ineludible para que algo
    exista, el salvoconducto, diríamos, para formar parte del
    universo. Ningún entidad o existencia puede colarse sin
    este pase.

    Como segunda nota, podemos reconocer que, a su vez, todo
    lo que es limitado se caracteriza por ser diferente. Todo en el
    universo es finito pero lo es de una manera peculiar,
    inconfundible y distintivamente finito. No hay, pues, ni dos
    escarchas, ni dos hojas de árboles, ni dos amebas, ni dos
    asteroides, ni dos amas de casa, ni dos santos ni dos
    delincuentes, ni dos esquizofrénicos que sean iguales. Es
    más, ni siquiera a todo lo largo de mi vida
    presenciaré dos mediodía iguales. ¡Qué
    razón tenía Heráclito cuando afirmaba que
    una persona no podía bañarse dos veces en el mismo
    río!

    En el universo no hay ejemplares repetidos, como los
    libros salidos de una imprenta o las licuadoras del súper.
    Nada está realizado al mismo tenor de otras cosas. Los
    duplicados, los facsímiles, las réplicas, las
    fotocopias y, últimamente que se diga, la
    clonación, son puros inventos del hombre. Y como
    consecuencia lógica, los plagios y las falsificaciones. El
    universo ha sido el primero en decir no a la
    piratería.

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