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La maldición de Yavé (página 2)



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Algunas semanas antes, deambulando por el barrio de la
judería cordobesa, entró en una vieja
librería, de una de las muchas callejuelas empedradas del
viejo tejido urbano que la expulsada sociedad sefardí
había construido cientos de años atrás. Le
agradaba husmear entre los viejos libracos y polvorientos legajos
de las librerías de aquel histórico barrio del que
fuera el Califato.

Si el visitante no tenía prisa y examinaba a
conciencia los desordenados libros que estaban en las
estanterías, cabía todavía la posibilidad de
hallar algunos originales de cierto valor histórico, a
pesar de que los más valiosos, habían sido ya
adquiridos por algunos judíos, descendientes de los
antiguos sefardíes que habitaron el país y, que
algunos de ellos ahora son opulentos hombres de negocios
esparcidos por el mundo.

Estuvo viendo y revisando y leyendo libros en escritura
hebrea casi toda la mañana, finalmente se decidió
por uno cuya impresión, según rezaba en la primera
página, haber sido efectuada a mediados del siglo XV.
Estaba escrito en idioma hebreo, trataba sobre el templo ordenado
edificar por el rey Salomón y otros templos o casas de
Yavé. Para el profesor Frutos, el idioma hebreo y algunas
otras lenguas de raíz semita no significaban
obstáculo de comprensión, a pesar de los varios
significados que una misma palabra hebrea pueda tener, llevaba
más de veinte años dedicado a su estudio. El
volumen que tenía en sus manos era bastante grueso, y
tenía más de la mitad de las páginas ya algo
deterioradas y amarillentas, posiblemente por haber estado
soportando algo de humedad desprendía un ligero olor a
moho.

Discutió el precio con el librero, un viejecito
que aparentaba tener unos ochenta años, de caminar cansino
y chaqueta de codos gastados y lustrosos. Usaba unas gafas de
fina montura dorada, que posiblemente habría heredado de
su padre o abuelo, que las llevaba apoyadas en la punta de su
prominente nariz. Simón Pieres, que así se llamaba,
en cuanto vio el creciente interés del cliente,
fijó un precio que fue ya inamovible.

Felipe Frutos finalmente sacó la billetera y
pagó el libro por el que había estado negociado con
el tal Simón, éste se lo entregó metido
dentro de una bolsa de papel y salió con ella a la
calle.

En Córdoba aquel sábado de la ya avanzada
primavera, invitaba a pasear por las históricas y
estrechas callejas que olían a flores y a la humeante
chimenea de alguna panadería que todavía elaboraba
el pan por el método tradicional utilizando trocos de
leña de viejas encinas o retorcidos olivos
talados.

Tomó asiento en la terraza de un popular
restaurante, eran ya algo más de las dos y media y su
estómago le advertía que deseaba ser complacido.
Pidió salmorejo y unas rodajas de merluza a la plancha que
acompañó con un vinito de la tierra, pagó la
cuenta y fue a por su automóvil, por el camino le
asaltaron unas gitanas insistiendo en leerle la
buenaventura de una de sus manos, se las quitó de encima
dándoles una propinilla. El auto lo había dejado
estacionado en un pequeño solar utilizado como
aparcamiento provisional junto a la famosa mezquita, estaba
éste cuidado por un hombrecillo con una disminución
física al que le dio una propina y tomó camino de
regreso a su ciudad, Granada.

La carretera aquellas horas no andaba demasiado
concurrida, era todavía la hora sagrada del almuerzo al
que le seguía la reconfortante y tradicional siesta,
atravesó vastas extensiones de campos repletos de bien
alineados olivos, demorando menos de lo habitual para llegar a su
destino. Aparcó el automóvil frente a su casa y
entró en ella.

Felipe Frutos vivía en una bonita y singular
casa, la había adquirido cuando se casó con
Carlota, de esto hacía algo más de veinte
años, era una casa de dos plantas con un patio central
ajardinado, a este tipo de viviendas se las conocía como
"cármenes", en esta parte de la ciudad era
frecuente hallar viviendas de este tipo, cuya construcción
desde hacía algunos años había caído
ya en desuso.

Felipe llamó a Lola, la asistenta que
tenía en la casa desde que Carlota, su esposa, que dos
años después de la boda una enfermedad incurable se
la llevó, acudió de inmediato.

-¿Ya llegó señorito?-.

-Si Lola, toma, llévate mi chaqueta y
prepárame un café con hielo picado-.

-Ahorita mismo se lo traigo a usted
señorito-.

Felipe se sentó en el butacón de mimbre
que tenía en una de las esquinas del patio junto a unas
macetas de flores que desprendían un agradable y suave
aroma, de entre éstas, una se distinguía de las
demás por que era de cerámica barnizada en color
verde y contenía una voluminosa mata de Albahaca que
desprendía un refrescante olor a la vez que útil
para ahuyentar los insectos voladores, esta especie vegetal fue
dada a conocer en la península Ibérica por los
árabes que la trajeron de la India donde es muy venerada,
y no había jardín en Granada que no tuviera
plantada una de ellas, ya Bocaccio en uno de los cien cuentos del
Decamerón la cita confiriéndole un papel prominente
en su trágica trama. El silencio del lugar era solo
interrumpido por el chorrillo de agua que manaba de la
fuentecilla del centro del patio, que jugueteando con el mosaico
de la pileta al caer asustaba los pececillos de colores que
habitaban en ella, poniendo belleza y dando armonía al
plácido lugar.

Sacó de la bolsa el libro recién comprado
y comenzó por hojearlo sin apenas todavía aplicarse
en su lectura, pasaba las páginas una a una con sumo y
delicado cuidado, había tenido la oportunidad de adquirir
una pequeña joya y como tal debía ser tratada. Le
pidió a Lola que le trajera un pequeño aspirador de
bolsillo de la cocina utilizado para aspirar las migas de pan que
caían por la mesa y en el suelo, lo pasó
cuidadosamente por todo el contorno del libro para liberarle del
polvo y posibles ácaros, cuidando de que no se tragara
algún pedazo de las amarillentas páginas de
éste. Abrió la contraportada para proceder a la
limpieza interior de la misma, por la que también
pasó suavemente el aspirador, desafortunadamente
éste aspiraba más de lo que Felipe esperaba y casi
le arrancó el forro de finísima piel de cabritilla
de la contracubierta, detuvo inmediatamente la infernal
máquina y con la palma de la mano Intentó aplanar
la piel levantada y restaurarla a su primitiva posición.
Al efectuarlo, notó un resalte que a simple vista no
había observado. Levantó suavemente con sumo
cuidado el forro de piel para poder ver el motivo que provocaba
aquel resalte que había palpado con la mano. A medida que
iba levantando éste, iba apareciendo una especie de papel
del tipo llamado vegetal doblado bien extendido y aplanado por
toda la superficie que ocupaba la rígida contracubierta
del libro.

Intentó sacar éste con la ayuda de unas
pinzas pero estaba bastante adherido a la parte rígida de
la cubierta y temía dañar a ambos, pudiera ser que
hubiese sido pegado por el encuadernador con algún tipo de
cola y, por otra parte dudaba en si terminar de desnudar el resto
que le quedaba de la contraportada, ya que corría el
peligro de que se le rasgara la fina piel con que ésta
había sido forrada, motivo por el cual el ejemplar
perdería parte de su valor.

Su espíritu de investigador pudo más que
la prudencia y al fin decidió seguir adelante.
Mandó a Lola calentar agua en la cocina hasta que esta
llegara al punto de ebullición. Cuidadosamente expuso esa
parte del libro en contacto con el vapor que desprendía el
agua al hervir, dejó durante unos pocos segundos que algo
de este rozara una parte de la piel de la contraportada, con el
fin de que si hubiesen sido utilizadas colas naturales,
posiblemente con el vapor podrían ablandarse. La fortuna
le acompañó, la maniobra le dio el resultado
deseado. Pudo acabar de separar con cierta facilidad el resto de
la piel sin casi impedimento y a salvo de roturas.

Ahora tocaba separar el papel doblado. También el
éxito se alió con él y pudo separarle con
las pinzas sin casi obtener resistencia.

Lo desdobló con suma delicadeza, dándose
cuenta que la naturaleza del mismo no era precisamente un papel
vulgar, la primera impresión que tuvo al tacto del mismo
fue de extremadamente fino y casi transparente, estaba toda la
superficie de una de sus caras con un tipo de escritura
manuscrita, que desconocía y, que a simple vista, guardaba
cierto parecido a los caracteres de alguna de las escrituras de
lenguas de origen semita. Solo al final del documento se
distinguía con cierta dificultad lo que quería
parecer el dibujo del candelabro de los siete brazos
menorá , y unos caracteres que
quizás podría traducirse por :
Yavé.

Durante el resto de la tarde, hasta que comenzó
anochecer estuvo centrando toda su atención en este
documento de evidente escritura manual, abandonó el patio
y se sentó tras la mesa de trabajo que tenía en una
de las piezas de la casa. Se armó de una potente lupa para
seguir examinando el misterioso documento, gracias a la potencia
de ésta pudo ver mejor los guarismos pero nada le
aclaró, el papel conservaba todavía una asombrosa
flexibilidad, a pesar de haber estado tantos años doblado,
únicamente estaban marcados los surcos de las
dobleces.

Consultó varios libros de su biblioteca privada
para ver si daba con alguna pista que le llevara hasta aquella
extraña escritura que le permitiera poder descifrar su
contenido, nada halló que le facilitara alguna pista con
la que ir siguiendo el hilo de una investigación.
Así, enfrascado en ello, le volaron las horas
abstraído en el extraño documento. Lola, la
sirvienta, sabía que cuando el señorito se
encerraba en su estudio, no podía ser interrumpido bajo
ningún concepto, por lo que llegadas las diez de la noche,
dejó algo de cena dispuesta en la cocina y se
marchó a su casa. No era la primera vez que esta
situación sucedía.

Más allá de la media noche, al profesor
Felipe Frutos el sueño comenzó a vencerle, el
día había dado mucho de si, y la emoción del
libro con el documento hallado en su interior le había
estimulado de nuevo su vena de investigador y algo aventurera,
bastante olvidada últimamente. Dobló las patillas
de las gafas y las metió en la funda, apagó la luz
de la mesa de trabajo, y se marchó a la cama con el vivo
deseo de que llegara pronto el lunes para poder ir a la
biblioteca de la universidad y consultar algunos de los
valiosísimos libros que allí celosamente se
custodian y, que fueron expoliados a los judíos durante su
absurda persecución y posterior expulsión de la
península. Quizás alguno de ellos pudiera
facilitarle alguna luz a la misteriosa escritura que
contenía el extraño documento.

Precisamente aquella noche a Felipe Frutos no le fue
sencillo conciliar el sueño. Tal era la excitación
que le había deparado el intrigante hallazgo.

CAPÍTULO
IIº

La universidad de
Granada…

El bedel abrió al doctor Frutos la puerta de la
cámara reservada a libros y documentos de gran valor de la
biblioteca universitaria granadina, a la que solo muy contadas
personas tenían acceso, en especial la sala de incunables,
en la que se custodiaban verdaderas joyas de la literatura
árabe y judía, manuscritos originales,
traídos muchos de ellos por caballeros Cruzados venidos de
Tierra Santa, de la Orden del Temple y donaciones de
coleccionistas, todas ellas piezas altamente codiciadas por
estudiosos y coleccionistas.

Llevaba en una carpeta unas cuantas hojas manuscritas
que la noche anterior había rellenado de su propia mano, a
modo de apuntes. En ellas había desarrollado
esquemáticamente y cronológicamente el origen de
algunas lenguas semíticas de las que se tenían
noticias, y a las que había dividido en tres grandes
grupos :

Las lenguas semíticas Orientales de Mesopotamia,
Occidentales o nordoccidentales (Oriente próximo) y
Meridionales o sudoccidentales (Península Arábiga y
Cuerno de África).

Las lenguas semíticas del grupo oriental
están actualmente extinguidas. A esta rama pertenece la
lengua semítica más antigua conocida, el acadio,
que se hablaba en la zona del actual Iraq. Las más
antiguas inscripciones en acadio datan de la primera mitad del
tercer milenio antes de Cristo, utilizaban la escritura
cuneiforme tomada de los sumerios. Hacia el 2000 a.C. el acadio
se fragmentó en dos lenguas diferentes: el babilonio,
hablado en el sur de Mesopotamia, y el asirio, hablado en el
norte.

Se discute si el eblaíta, lengua hablada en la
ciudad de Ebla, en Siria, en el tercer milenio a.C.,
recientemente descubierta, pertenece a este grupo o al de las
lenguas occidentales, puesto que parece tener similitudes con
ambas ramas.

Las lenguas semíticas occidentales o
noroccidentales, la mayor parte de ellas también
están extinguidas, sobreviven únicamente dos : el
hebreo y el arameo, este último con tendencia a
desaparecer del todo. Otras como la moabita, fenicia,
púnica y ammonita existen inscripciones desde el
año 1000 a.C. y del fenicio se derivó al
púnico, la lengua de los cartagineses que aún era
hablada en el siglo V, según el testimonio de San
Agustín. Varias otras lenguas se hablaron a lo largo de
las orillas del río Jordán, de estas lenguas solo
existen unas pocas inscripciones residuales del primer milenio a.
C.

El Profesor Frutos se pasó el día leyendo,
revisando y traduciendo con minuciosidad, un sinfín de
libros y manuscritos logrando que llegara a olvidarse de todo
cuanto le rodeaba, pero no logró atisbar ninguna luz que
le ayudara a poder descifrar el contenido del misterioso
documento que el azar le había puesto en las manos en su
visita a aquella librería de antigüedades de
Córdoba.

Con un gesto casi automático, sacó su
cachimba del bolsillo de la chaqueta y la rellenó de la
aromática picadura holandesa que habitualmente fumaba, no
la prensó en exceso con el pulgar con el fin de facilitar
el tiraje de la misma, prendiéndola a continuación
para efectuar la primera "calada".

El ritual de prender la pipa, era para Felipe Frutos un
socorrido modo de ayuda adoptado para concentrarse en el trabajo
que en aquel momento tenía entre manos y, que a la vez
hacía que su imaginación volara sobre el
tema en el que estaba trabajando. Esta actitud le había
dado en algunas ocasiones excelentes resultados.

Sabía que era prohibido fumar en el interior de
aquella cámara, pero estaba tan absorto en lo suyo que no
recordó tal prohibición. Se acercó al final
de la larga mesa de madera lacada que había en el centro
de la sala, descolgó un teléfono que había
sobre la misma, y marcó un número que antes
había consultado en su sobada agenda de
bolsillo.

Aguardó unos instantes hasta que al otro extremo
descolgaron el aparato :

Oui?- oyó.

-Georges, ¿Georges Pradel?-
preguntó.

Oui monsieur, se moi-, le
respondió una voz masculina en francés.

-Georges, soy Felipe Frutos, ¿cómo
estás viejo camarada?-.

-Felipe, mon ami, mon Dieu, que
sorpresa oírte, ¿estás bien?, yo algo
más viejo, pero sigo en la brecha, y dime
¿qué es de tu vida últimamente?-.

Georges Pradel era su gran amigo francés con el
que había trabado una sincera y sólida amistad
durante su estancia en la Sorbona parisina, con él
había compartido honores en su premiado estudio sobre los
orígenes del pueblo judío. Formaron una
société intellectuel, como la
vinieron a llamar ellos, junto con otros colegas de diversas
nacionalidades que coincidieron con ellos en la prestigiosa e
histórica universidad, trabajo en el que cada uno
aportó su saber y dedicación. Fueron tiempos
bastante difíciles y revueltos, se respiraban nuevos aires
y un nuevo estilo

social de hacer las cosas, se gestaba otra nueva mini
revolución a la francesa, que
posteriormente, en la perspectiva del tiempo, fue casi tan
importante para la sociedad como la anterior. Lo que iniciaron
unos anarquistas en la universidad de Nanterre a
principios del mes de mayo del 68, se extendió como la
pólvora al Quartiere Latin y la
Sorbonne. Estuvieron bloqueados por la
policía durante algunas semanas, subsistieron como
pudieron, compartiendo mendrugos de pan seco y algún que
otro pitillo con todos los camaradas atrincherados en
l´université, pero finalmente
salieron reforzados y vencedores, significando un aire nuevo para
la juventud del país y de toda Europa, la Europa
democrática, se entiende. Esta y otras situaciones
parecidas crearon un nexo indisoluble que unió a aquellos
hombres de por vida.

-Si, ya se que te debía mi llamada desde hace
tiempo, pero no quiero que te suene a excusa, he tenido unos
meses de frenética actividad en la universidad,
además de viajes, he dado conferencias en Madrid,
Barcelona, Lisboa y Santiago de Compostela, añádele
las clases en la universidad , espero que sabrás
excusarme-.

-No debes hacerlo, entre amigos es innecesario, se muy
bien de tus trabajos, acostumbro recibir prensa española y
algunas revistas especializadas, es para mi un orgullo comprobar
a través de ellas, como tu prestigio profesional va
acrecentándose y reafirmándose con tus conferencias
y artículos-.

-También yo se de ti y de tu labor al frente de
la universidad de Montpellier y también del Instituto de
Estudios de Lenguas Mediterráneas y de la medalla de
Caballero de la Legión de Honor con la que el Presidente
de la República te distinguió
recientemente-.

Et bien, mon cher ami, después
de todos los elogios con los que nos hemos saludado, ¿en
que puedo serte útil?-, le dijo Georges con toda la
franqueza que suele distinguir a los naturales de la
región de la Camargue francesa.

-Verás, como tu sabes, soy aficionado a adquirir
y coleccionar libros antiguos, el pasado domingo paseando por una
de las callejuelas del viejo barrio judío de
Córdoba, adquirí un ejemplar impreso ya sobre papel
en Soncino, Italia, a finales el siglo quince, es un libro
escrito en lengua hebrea, de autor muy poco conocido, trata sobre
arquitectura religiosa, hasta aquí, nada trascendente por
lo poco que llevo leído de el, pero cual sería mi
sorpresa cuando al proceder a efectuar una primera limpieza y
examen del mismo, hallé en la contraportada, muy bien
oculto y, por pura casualidad, un extraño documento
escrito en caracteres desconocidos para mi. Llevo
muchísimas horas dedicadas al estudio de tan misterioso
documento y del contenido del mismo, la única consecuencia
que he podido descifrar es un diminuto dibujo manual en una de
las esquinas que parece querer representar el candelabro de siete
brazos o Menorá, y la palabra hebrea:
Yave-.

-¿Y dices que fue impreso en…. ?-,
preguntó Georges.

-Si, en Italia, al Norte, en la población de
Soncino, eso reza en una de las primeras
páginas-.

-Felipe, si te parece, te sugiero hagas una fotocopia
del misterioso documento y me lo envías al fax de mi casa,
no utilices el de la universidad, vamos a darle por el momento a
ello, un carácter estrictamente privado y
confidencial-.

-Te lo iba a pedir, necesito de tu ayuda, creo que
quizás debamos en algún momento volver a juntar el
equipo de la Sorbona, para ver si podemos descifrar el contenido
de ese enigmático documento-, dijo jovialmente Felipe
Frutos, no exento de entusiasmo.

-Ah, sería fantástico rememorar viejos
tiempos mi querido amigo, han pasado tantos años-,
añadió Pradel con aire de añoranza.
–Acércate por aquí el próximo fin de
semana, me sentiré muy honrado en tenerte en mi casa,
vamos a estudiarlo juntos y veremos que decisiones tomar al
respecto, como decís vosotros los españoles, muy
acertadamente; "ven más cuatro que dos
ojos
", y si lo consideramos necesario podríamos
convocar de nuevo la "société
intellectuel
", los viejos camaradas
estarían encantados en colaborar-.

-Te voy a enviar este documento ahora mismo, cuando
llegues a tu casa te lo vas a encontrar en máquina, te
llamaré más tarde para confirmarte la fecha,
consultaré mi agenda de compromisos, hasta
luego-.

Ciao, Felipe-.

El granadino se acercó ligero por los pasillos
hasta su gabinete universitario para consultar la agenda oficial,
al tiempo que personalmente fotocopiaba con exquisito cuidado el
documento que luego envió vía fax al domicilio de
su amigo en la Camargue.

Se fijó en las fechas libres de su agenda y
comprobó que el primero de Mayo caía en martes, lo
cual le permitiría poder ausentarse cuatro días de
la facultad sin tener que solicitar favores a nadie, se guardaba
ello si era preciso para mejor ocasión, a pesar de que le
adeudaban un sin fin de días del pasado verano al que
dedicó sus días de vacaciones para dar unos cursos
a estudiantes extranjeros becados.

Por la noche, ya en su casa, llamó de nuevo a
Pradel a su domicilio particular.

-Georges, ¿has recibido el documento que te
envié esta mañana?-.

-Si, si, como imaginé que quién estaba
llamando al teléfono eras tú, lo he cogido y lo
tengo en la mano-.

-¿ Y que te parece el contenido?-,
preguntó Felipe, algo ansioso por conocer la primera
impresión de una autoridad como la de su amigo
Pradel.

-No quiero hacer un juicio excesivamente frívolo
sin haberlo estudiado más a fondo, apenas hace media hora
que llegué a casa y casi no he podido verlo con la
atención que merece, pero lo encuentro a la vez que
rarísimo apasionante y enigmático, jamás
tuve nada igual en las manos-.

-Yo tengo la misma impresión, a pesar de que he
dispuesto de más tiempo que tu para estudiarlo, y sin
embargo no he hallado el hilo que me conduzca a pista
alguna-.

-¿Me das tu permiso para enviarle una copia del
documento a Yacob Cohen, de Varsovia?, recordarás que su
padre es el Rabino de la comunidad de la capital de Polonia y,
una autoridad mundial en filología hebrea. Durante la
pasada guerra mundial estuvo internado en uno de los campos de
concentración Nazi del que tuvo la fortuna de poder
fugarse, yendo a parar a Rusia donde fue acogido por la comunidad
judía, luego una vez finalizada la guerra y con la
persecución de Stalin regresó a Polonia logrando la
cátedra de Filología-.

-¿Y tu crees que….?-.

-Es hombre altamente considerado en la Universidad de
Tel Aviv, ¿vas siguiéndome?-.

-Aja, ya veo por donde quieres ir, es una buena
posibilidad, allá podríamos tener acceso a
abundante documentación de consulta. Adelante-

-Dime qué días podrás venir a
verme-.

-Con toda seguridad estaré contigo los
días del veintiocho de abril al uno de mayo, ambos
inclusive, ¿Qué tal te va a ti
Georges?-.

Parfait, hasta entonces, que
lo pases bien Felipe-.

Después de colgar el teléfono, se
quedó unos instantes meditando en el silencio del lugar
con la pipa apagada todavía en la mano, y la fotocopia del
misterioso documento sobre la mesa de trabajo. Miraba pero no
veía, tenía la mirada perdida, sin fijación
alguna, su mente casi sin desearlo, le había trasladado a
algún lugar del valle del Jordán, en un punto que
el Nuevo Testamento cita como el Rey David envió al monte
Moria a mucha gente para efectuar prospecciones y tratar de
construir un templo en el que quería cobijar el Arca de la
Alianza.

Le sacó de su abstracción, la sirvienta,
poniéndole sobra la mesa de trabajo una bandeja con un
plato de ensalada y un pescaito a la romana.

-Ah, disculpa Lola, estaba distraído, pensando en
otras cosas, ¿qué desea?-.

-Le dejo aquí su cena, me marcho son ya
más de las nueve señorito-.

-Naturalmente, gracias por advertírmelo, pero se
me había ido el santo al cielo-.

CAPÍTULO
IIIº

El viaje a la
Camargue…

El avión procedente de Granada tomó tierra
en el aeropuerto del Prat de Barcelona alrededor de las tres de
la tarde, Felipe recogió su pequeño maletín
y tomó el automóvil que previamente había
alquilado el día anterior por teléfono para
trasladarse hasta Montpellier, capital del
Laguedoc-Rousillon.

Un par de horas más tarde cruzaba la frontera por
la aduana de la Jonquera, sintió una extraña
sensación, una especie de escalofrío que le
recorrió el espinazo. En la primera área de
servicio que encontró, detuvo su andadura para tomar un
café bien calentito, el día andaba nublado y
húmedo, estaba a algo más de mil doscientos
kilómetros al norte de Granada y la temperatura era
algunos grados inferior a la que el estaba habituado.

Repuso carburante y siguió por la autopista hasta
Montpellier. Pasó por delante de la prestigiosa
universidad de la que era rector su amigo Georges, doblo la
primera avenida que encontró a la izquierda hasta llegar
al final de la misma, allí detuvo en una esquina el
automóvil para consultar el plano de la ciudad que
había adquirido en la gasolinera. La rue de Monbert
quedaba muy cerca de donde el se hallaba, era una calle bastante
corta que subía zigzagueante por una suave cuesta, cerraba
el final de la misma un coquetón chalet de cuidado
jardín, ésta era la casa de Georges
Pradel.

No había acabado de estacionar el auto, cuando
vio a su amigo de pié en el umbral de la verja del
jardín, aguardándole con los brazos extendidos y
con la misma franca sonrisa con la que se habían despedido
la última vez que se vieron en un congreso de Lieja, de
esto hacía ya algo más de cinco
años.

Se fundieron en un fuerte abrazo, el de Georges
equivalía casi al de un oso, por la fuerza y corpulencia
de éste. Se separaron unos centímetros para
examinarse y leer el paso del tiempo en sus rostros.
–Felipe, estás más delgado y se te blanquea
el pelo-, dijo el francés entre expresivas
carcajadas.

-Tú por el contrario estás más
joven, condenado gabacho-, respondió riéndose el
granadino. –Aunque algo barrigón-.

-Pero, ¿qué estamos haciendo aquí
afuera?, vamos entra, ha refrescado y vamos a pillar un
resfriado, no está el día demasiado fino,
diría yo-.

Entraron en la casa, Georges le mostró a Felipe
su habitación, en la que dejó su maleta, luego
fueron a sentarse en la glorieta acristalada de la parte trasera
para charlar. Desde este lugar, se divisaba a cierta distancia,
una bella vista de las marismas de la Camargue, algunos atrevidos
rayos de un sol ya cansino lograban atravesar los plomizos
cúmulos del cielo que se reflejaban rielando oblicuamente
sobre las aguas produciendo mil reflejos cegadores.

Se sentaron ambos en unas ligeras y cómodas
butaquitas de mimbres acolchadas, Felipe llevaba consigo el libro
y la fotocopia del famoso y misterioso documento que había
hallado camuflado en el interior del mismo.

Felipe alargó el libro y el documento a su amigo,
-toma, aquí tienes los originales, analízalos
tranquilamente-.

Georges tomó el libro con el documento que estaba
doblado exactamente igual que Felipe lo había hallado en
el libro. Este se proveyó de una potente lupa e
inició en primer lugar un minucioso examen del libro.
Dedicó su atención a las cubiertas, revisó
ambas varias veces, comparando la portada con la contraportada en
varias ocasiones.

-Felipe, me atrevería a aseverar que el libro y
el documento no pertenecen a la misma época,
perdón, quizás no me haya expresado correctamente,
quería decir que primero fue impreso y encuadernado, y
posteriormente alguien manipuló la contracubierta de
éste para ocultar, no se con que objetivo, el documento-.
–Si esto es así, dobla el misterio-.

-¿Y en que te basas para tal
aseveración?-.

-Verás, observando atentamente el perfil de la
cubierta, parece ésta estar mucho mejor acabada de
encuadernación que la contracubierta, la que
contenía el documento, lo que podría ser indicio de
que pudiera haber habido alguna manipulación posterior a
la encuadernación primaria, esta sospecha mía nos
la verificaría cualquier profesional encuadernador,
conozco a uno y muy bueno, iremos a verle esta misma tarde, no
vive lejos de aquí, además es hijo de un paisano
tuyo refugiado de la guerra civil española-.

-Si ello es así, pienso que deberíamos
centrar todos nuestros esfuerzos en descifrar el contenido del
documento, ya que el libro tiene trazas de haber sido simplemente
el medio para ocultar, guardar y o transportar a éste, que
alguien se haya tomado tales precauciones bien pudiera significar
que el tal, contenga u oculte revelaciones que para alguien
pudieran ser muy importantes-.

-Si, si, estoy de acuerdo con tu teoría amigo
Georges, creo que pudiera ser el inicio de un camino a seguir-,
apuntó Felipe.

Les devolvió de nuevo a la realidad, el ruido de
una puerta y el murmullo de unas voces al otro lado de la casa.
Eran Jacqueline la esposa de Georges, con Nöel una de sus
nietas de siete años, que regresaban de la compra. Ambos
se levantaron para saludarlas, Felipe besó a Jaquie, como
así la llamaba su esposo familiarmente, y luego a la
pequeña que se había quedado algo rezagada
detrás de su abuela al ver a un extraño que no
conocía.

-¿Qué tal viaje has tenido Felipe?-.
Jacqueline, tenía un tono de voz sumamente dulce,
parecía un canto cuando la ejercitaba. Sobrepasaba
escasamente los cincuenta, pero se mantenía todavía
de buen ver, era una rubia francesa del norte, nacida en la
región de Bretaña, conoció a su esposo en la
universidad, al terminar ambos su licenciatura se casaron, y
fueron a vivir a la casa de sus suegros en la Provenza, donde el
sol les bendice casi todos los días.

-Muy bien gracias, el vuelo hasta Barcelona fue
excelente y luego en el automóvil por la autopista,
l´autoroute, como vosotros le
llamáis, un agradable paseo-.

-Georges, ¿has preguntado a Felipe si le apetece
tomar un café o algún refresco?-, preguntó
la esposa de éste.

-Pues la verdad es que no, nos hemos enzarzado en hablar
de nuestros asuntos y hemos olvidado cuanto nos rodea.

-Os voy hacer un buen café, ahora
mismo-.

Jacqueline les preparó un excelente café
al que" con un chorrito de coñac, un
café "bautizaron corretto, como
le llaman los italianos.

Poco después del pequeño refrigerio,
Georges colocó dentro de una bolsa de plástico el
libro que había traído su amigo Felipe y salieron
para ir a visitar al amigo encuadernador. Enfilaron calle abajo
hasta llegar a la avenida Auguste Comte por la que
Felipe unas horas antes había circulado, cruzaron la misma
y justo en la acera opuesta formando esquina con una calle
secundaria, en la planta baja había un negocio de
encuadernación artesanal. Georges llamó al timbre y
se oyó el chasquido eléctrico de apertura de la
cerradura, empujaron para entrar al vestíbulo,
acudió a atenderles una señorita de la
oficina.

-Venimos a visitar al señor Palomino,
¿sabe si puede atendernos?-.

-Voy a ver, aguarden, ¿quién le
digo…?-.

-El profesor Pradel-.

No tardó ni un minuto en aparecer.
Antré, antré, si vous
plait
-, les dijo mientras les estrechaba la mano a
ambos.

-Le presento al catedrático, Doctor, Felipe
Frutos que está de visita en mi casa para un estudio que
hemos iniciado conjuntamente. Si le parece amigo Palomino,
hablaremos español, nos servirá a ambos para
practicar el idioma, que dicho sea de paso, al menos por mi
parte, tengo algo oxidado-.

-Sea usted bien venido profesor-, dijo el modesto
empresario encuadernador con un todavía aceptable
castellano, no exento de marcado acento francés.
–Tomen asiento por favor-.

Felipe sacó de la bolsa el libro y se lo
entregó al encuadernador. Georges le significó el
interés que ambos tenían en que efectuara una
minuciosa peritación del estado y antigüedad del
ejemplar que le entregaban, y en particular de su
encuadernación.

-Tenemos algunas dudas sobre la verdadera
antigüedad de la encuadernación del libro, no
así de la impresión del mismo. No viene a cuento el
motivo del por qué, es algo relacionado con la historia,
ya que el valor del mismo decrece o aumenta según el
tiempo de su encuadernación-, añadió Felipe
con el fin de darle al hombre una explicación algo
satisfactoria.

Este lo agarró con manos de experto, tenía
dedos largos y nervudos, parecidos a los que suelen tener los
violinistas. –No entiendo nada de los caracteres de su
escritura-, manifestó con una ligera sonrisa.

-Está escrito en hebreo y trata sobre normas de
construcción de edificios para cultos religiosos-, le
explicó Georges.

-Era simplemente curiosidad-, dijo eso mientras iba
observando el libro con detenimiento por todo su alrededor. Al
llegar a la contraportada señaló la parte interior
de la misma levantando ligeramente con una de las uñas del
dedo meñique la parte de la piel que Felipe Frutos
había despegado para sacar el misterioso documento. Se
quedó con mirada interrogante mirando a ambos
visitantes.

-Eso lo hice yo, tratando de sacar un papel doblado que
había debajo-, aclaró Felipe.

Palomino asintió con la cabeza y siguió
con su inspección, detuvo su atención en el lomo de
la cubierta, echó mano a una potente lupa con luz
infrarroja incorporada que sacó de un cajón de la
mesa, iniciando una minuciosa inspección
milimétrica de éste. Unos minutos después
dejó el libro sobre la mesa de trabajo, se quitó
las gafas y dejó la lente.

-Señores-, dijo con cierta solemnidad, -en mi
opinión, este libro ha tenido una manipulación
posterior a su encuadernación primaria. Me explico; la
portada mantiene la original, pero el lomo y la contraportada,
fueron manipulados con posterioridad, se efectuó utilizado
un material muy parecido al de la primera ocasión, pero
con ligeras diferencias que no podría precisar, pero por
los materiales empleados me atrevería a decir que fue
efectuado dentro de este mismo siglo, lo confirma la luz
infrarroja que distingue los pigmentos utilizados para
teñir la piel usada en la portada, y los utilizados en la
contraportada que pertenecen probablemente a nuestro tiempo no
siendo así en los utilizados en la primera. La
imitación de tonalidad es casi perfecta y el paso del
tiempo cuida de igualarlo, el ojo humano no es capaz de
distinguirlo, pero si la luz infrarroja , en la época en
que fue editado el libro todavía estaban por inventarse
los colorantes de anilinas, estos pertenecen al siglo veinte,
aparecen en el primer tercio del siglo. A partir de aquí,
poco más puedo añadir, simplemente que la
manipulación sufrida ha sido efectuada por un artista, y
quizás pudo haberse realizado en la década de los
años treinta al cuarenta-.

-Amigo Palomino, nos ha sido usted de gran utilidad, ha
esclarecido alguna duda que teníamos al respecto, le
decía a mi compañero por el camino que
íbamos a estar en manos de una autoridad en la materia, y
acaba de confirmarlo, estoy en deuda con usted-, le dijo Georges
mientras le estrechaba la mano al noble burgalés que las
circunstancias de la vida le habían llevado a la
Camargue.

-Le deseo tenga usted una feliz estancia en nuestra
ciudad- le dijo a Felipe al despedirse.

-Gracias y le quedo yo también muy reconocido por
su valiosa y eficaz ayuda-.

Ambos amigos echaron andar calle arriba, comenzaba a
anochecer y amenazaba lluvia, desde las marismas entraba una
brisa algo intensa y húmeda, ambos permanecían en
silencio y meditabundos.

Al llegar a casa, Jacqueline estaba acabando de preparar
un humeante y aromático café, que acompañaba
con una bandeja de dorados bollitos recién elaborados por
ella misma.

-Ummm, que aroma tan agradable, ¡¿no nos
vas a invitar Jacquie?!-, dijo Georges al entrar en la casa y
percibir el grato y reconfortante aroma de la
infusión.

-¡Si os acercáis por la cocina lo
haré con sumo placer!-, respondió esta desde
allí.

Entraron ambos en ella, Jacquie se quitó el
delantal que llevaba puesto y después de servir los
cafés se sentaron alrededor de la mesa de la espaciosa y
acogedora cocina. Hablaron de los viejos tiempos, de cuanto
tuvieron que luchar para sacar adelante sus carreras y situarse
en el mundo de la docencia, de sus alumnos, de sus matrimonios,
de sus hijos y de sus nietos. En este último tramo de la
conversación, Felipe casi no pudo participar.

-Yo tuve la desgracia que mi Carlota me tuvo que dejar
muy pronto, la llamó Dios a que le acompañara,
apenas dos años después de nuestro matrimonio, no
tuvimos la oportunidad de poder edificar el hogar que tanto
habíamos soñado cuando ya en el Instituto nos
hicimos novios, y que tantas veces juntos, cogidos de la mano
paseando lo imaginábamos-, en este punto Felipe se detuvo,
le embargaba la emoción.

Jacqueline se levantó y rodeó a Felipe con
sus brazos por los hombros dándole un suave beso en una de
las mejillas para reconfortarle.

-Disculpadme, me he puesto algo tierno-, les dijo con
una sonrisa y dando unas amables palmaditas en la mano de
Jacquie.

-¡Ahora nos vamos a ir los tres a cenar!-, casi
gritó Georges, para romper el momento y cambiar de
tema.

Georges les llevó a un coquetón
restaurante de cocina provenzal a las afueras de la ciudad. Se
trataba de un lugar de decoración cálida y
familiar, de construcción y estilo propio de la Provenza,
al entrar en el establecimiento, dominaba el aroma a romero y
espliego, plantas frecuentes y abundantes en la
comarca.

Después de una excelente "soupe a
l´oignon",
y conejo al "all- i- olí",
adobado con un joven bojolais, en la sobremesa
llegó la tradicional degustación de la variedad de
los excelentes quesos franceses, se habló de mil futilezas
familiares, Felipe en determinado momento comenzó a
explicar con todo detalle como halló y adquirió el
libro que les ocupaba su atención.

-Captó mi atención la fecha de
impresión del libro, calculé que apenas
hacía unos veinticinco años que Johannes Gutemberg
de Maguncia, había construido la primera máquina de
imprimir cuando esta obra fue impresa, eso era en 1475. Se
percibía de que había sido encuadernado
primorosamente, los caracteres hebreos de la cubierta son una
obra maestra, mantenían todo su perfil en relieve y fueron
recubiertos en pan de oro, sin casi haber perdido todavía
hoy, quinientos años después, su brillo y belleza,
ello fue motivo principal para que me inclinara a su
adquisición, fue como una atracción a primera
vista, no se como explicarlo-.

-El eficiente dictamen del encuadernador Palomino, ha
sido bastante esclarecedor, en cuanto al libro en si se refiere-,
dijo.

-Llevas razón Felipe, creo que la
información de mi amigo encuadernador, añade una
porción más de misterio al asunto-, dijo Georges,
para a continuación seguir :.

-Cuando descubriste el documento oculto en la
contraportada, sin duda pensarías que habría sido
efectuado en el mismo acto de la encuadernación,
¿es así?-.

-Cierto-.

-Pero el hecho de que nos hayan afirmado de que la
encuadernación de la contraportada ha sido efectuado con
posterioridad y quizás se remonte solo a unos cincuenta o
sesenta años atrás, cambia sustancialmente la
cuestión, ¿no te parece?-.

-Efectivamente, sigue, sigue, Georges, creo que vas bien
encaminado en tu reflexión-, le animó su
compañero.

-Eso hace dividir la investigación en varias
direcciones, de las que me hago las siguientes preguntas
:

Primero : -El documento ocultado en el libro debe
contener algo de suma importancia para alguien o para alguna
comunidad o país.

Segundo : –Si fue escondido tan cuidadosamente
sería para poder transportar su contenido con cierta
seguridad de no ser descubierto.

Tercero : –La siguiente pregunta es
¿transportado de donde a donde?.

Cuarto : – O entregado ¿de quién a
quién?.

-Georges, las razones expuestas corresponde a una
lógica razonada, pero para ello deberíamos seguir
la pista al libro a la inversa, tratando de averiguar su andadura
en los últimos cincuenta o sesenta años. Yo
podría ocuparme de ello, e iniciaría las pesquisas
por el librero cordobés-.

-Perfecto, si te parece yo puedo seguir trabajando sobre
el documento para tratar de descifrar su contenido.
Viajaría a Varsovia para entrevistarme con Jacob Cohen,
recordarás que es un experto en lenguas muertas y la
óptima relación de su familia con la comunidad
judía de Polonia e Israel -.

Un camarero les interrumpió con la cuenta, eran
más de las once de la noche. Al salir del restaurante
lloviznaba, entraron rápidamente en el Renault Clio de
Jacqueline y regresaron a casa.

CAPÍTULO
IVº

Unos días después de la reunión con
Felipe Frutos, Georges Pradel volaba a Varsovia donde le
aguardaba Jacob Cohen, en el pequeño y coquetón
aeropuerto Friderik Chopin. El día precedente, éste
había llamado a su compañero de la Sorbona, la
conversación se había prolongado por algo
más de media hora para ponerle al corriente a grandes
rasgos del motivo de su visita.

Ambos subieron al automóvil Lada rojo que Jacob
tenía en la zona de estacionamiento de la Terminal del
aeropuerto, cruzaron buena parte de la bella y artística
ciudad de Varsovia hasta llegar a la casita que el polaco
tenía a las afueras de la ciudad, un tranquilo barrio
residencial conocido por Aleksandrow, en el que se alojaba una
buena parte de la colonia judeo-polaca que pudo sobrevivir a la
persecución nazi en la década de 1935 a 1945, unos
pocos lograron evadirse con mil penalidades de los campos de
concentración, otros emigraron a tiempo a otros
países donde las garras asesinas de la Gestapo no pudieran
alcanzarles.

Por el camino rememoraron los viejos tiempos
universitarios. Jacob había orientado su vida al estudio
de la religión hebrea y a las lenguas relacionadas
históricamente con la misma.

Se detuvieron el la plaza Artura Zawiszy, para reservar
habitación en el hotel Jan III Sobieski, luego siguieron
camino hasta llegar al domicilio de Jacob, este metió el
auto en el garaje y subieron a la primera planta por la escalera
que le intercomunicaba con el resto de la vivienda.

De los camaradas de la Sorbona, Jacob Cohen era el que
había envejecido más de aspecto, había
engordado ostensiblemente, en la cabeza casi no le quedaba nada
de cabello, sin embargo llevaba unas ostentosas y rizadas barbas,
ahora ya grisáceas, que no agraciaban demasiado su
estampa, todo lo contrario, lograba con ello exteriorizar
más su condición de judío.

Georges después de más de diez años
que no le veía, le encontró bastante cambiado, no
solamente de físico, si no también en su modo de
comportarse y expresarse. Jacob había sido siempre un
muchacho reflexivo, algo tristón e introvertido de
carácter, sus compañeros de la universidad siempre
bromeaban con el y hacían chistes por su condición
de judío, pero Georges no le dio excesiva importancia,
todos cambiamos un poco, pensó para sus
adentros.

La casa era amplia, bien amueblada y confortable, estaba
bien preparada para los crudos y prolongados inviernos polacos.
En el salón de estar, predominaba el
Menoráh, candelabro de siete brazos, junto
a una caja cerrada, en olorosa madera de cedro que probablemente
contenía la Torá o también
llamado Jumash, en rollos de pergamino,
el libro sagrado de los judíos, conocido por los
cristianos como el Pentateuco, el Bereshit, Sehemot,
Vayikrá, Bemidbar y Devarim
, junto a una
larga librería atestada de libros y rollos de documentos
antiguos, buena parte de estos descansaban por el suelo apilados
en un rincón de la pieza en espera de poder ser alojados
en algún nuevo estante pendiente todavía de
construcción.

La estancia, era un lugar tranquilo en el que reinaba
principalmente la luz del día filtrada a través de
los visillos de dos grandes ventanales, el silencio era solo
perturbado en ocasiones por algún ave que cantaba subida
en la rama de los árboles del bosquecillo que rodeaba la
casa. También en aquella latitud la primavera comenzaba a
manifestarse, quizás con menor exuberancia que en la
luminosa Provenza francesa y Andalucía.

Se acomodaron en un sofá junto a uno de los
ventanales, Jacob acercó un par de vasos y una botella
grande de Cola que puso sobre la mesita próxima a ellos
tomando asiento a poca distancia de Georges.

-Y bien querido Georges, cuéntame con más
detalle, sobre el misterioso documento que Felipe halló
casualmente en ese libro antiguo.

-Verás, como tu sabes, Felipe Frutos es hombre
dado a coleccionar libros antiguos, de los que a través de
los años ha ido atesorando una estimable colección.
Hace algunas semanas adquirió por pura casualidad un libro
editado en Italia en el siglo quince, era un libro de contenido
aparentemente sin importancia, solo su antigüedad lo
respaldaba, fue escrito en hebreo y su estado de
conservación era bastante aceptable. El tema de su
contenido, era también intrascendente para
Felipe-.

En este punto Georges efectuó una pausa, dio un
sorbo al refresco y miró de soslayo a su compañero,
le pareció su actitud algo cambiada, más distante,
no sabía como definir esa sensación que le
asaltaba, pero siguió en su exposición.

Le relató a Jacob todo cuanto del documento
hallado sabía, y la tan especial disposición de
éste en la contracubierta del libro y, la extraña
escritura que éste contenía, que tanto Felipe
Frutos como él mismo, habían sido incapaces de
interpretar, a pesar de ser doctos en lenguas
semíticas.

-¿No tenéis indicios, ni pistas de los
caracteres de la escritura de tal documento?-

-No, a pesar de que ambos hemos dedicado horas en
estudiarlo y en consultar cientos de libros y documentos, no
hallamos similitud alguna con nada hasta el momento
conocido-.

-¿Podrías relacionarlo someramente y de
algún modo con la escritura cuneiforme?-.

En este punto Georges, se quedó algo pensativo, y
se hizo la siguiente reflexión : ¿cómo puede
Jacob hacerme esta pregunta tan específica, sin haber
visto todavía el documento y ni tan siquiera
habérselo yo descrito?. A partir de este momento,
decidió proceder con algo más de
cautela.

-¿Por qué me haces esta pregunta
Jacob?-

-No se, verás, he tenido un lejano
presentimiento, pero no me hagas demasiado caso-, dijo esto y
levantándose se fue hasta el ventanal que tenían
detrás de donde se hallaban sentados, apartó con la
mano el ligero visillo blanco y se puso a mirar el jardín
de la casa. Se hizo unos segundos de tenso silencio.

-¿Llevas contigo este documento?-,
preguntó Jacob sin moverse del lugar donde se hallaba
mientras seguía mirando al exterior.

-Si, he traído conmigo una fotocopia del
original, pero lo tengo en el maletín que deje en el
hotel-, Georges mintió, llevaba una clara fotocopia
doblada en el bolsillo de su chaqueta, pero no sabía por
que motivo no confesó llevarla encima y mostrarla a su
compañero.

-Me gustaría que lo viera también mi
padre, el sabe mucho sobre escrituras semíticas, si te
parece, mañana podríamos ir a visitarle a la
Sinagoga-.

-Será un placer saludar y conocer a tu padre,
recuerdo

que nos habías hablado mucho de el durante
nuestro tiempo de estudiantes en París-,
añadió Georges.

Éste evitó volver a hablar del tema
central por el que se había desplazado hasta Varsovia, no
sabía porque no se sentía cómodo
tenía un especie de presentimiento, derivó la
conversación a los tiempos de juventud, a la familia y a
la situación política polaca, ahora en profunda
transformación de su etapa post-comunista, muy delicada y
activa en aquellos momentos. Estuvieron hablando algo más
de cuatro horas, luego Jacob le acompañó hasta el
hotel y quedaron para recogerle al día siguiente alrededor
de las diez de la mañana.

Tan pronto Georges llegó a su habitación
cogió el teléfono y solicitó a la centralita
una conferencia con el número de Felipe en
Granada.

-¿Dígame?- dijo una voz
femenina.

-Póngame con el señor Felipe Frutos, por
favor-.

-Aguarde voy a avisar al señorito-
respondió una voz algo chillona.

-¡Señorito, le llama al teléfono un
señor con acento extranjero!-.

Felipe estaba con la regadera en las manos cuidando de
las flores y plantas de su "patio", dejó ésta en el
suelo y fue presuroso a atender a la llamada, figurándose
de quién procedía.

-Georges, ¿desde donde me llamas?-

-Estoy en un hotel de Varsovia, he llegado hace algunas
horas, y he preferido llamarte después de haberme
entrevistado con Jacob Cohen para así poder contarte algo
más-.

-¿Cómo está el viejo
compañero?- preguntó Felipe.

-Verás Felipe, he salido algo sorprendido del
primer contacto que hemos tenido. No se como explicarte, pero
tengo una extraña e indefinida sensación que no se
como explicar-.

-Ahora si que me dejas perplejo, explícate algo
más, me tienes en ascuas-.

-Jacob, no es ya el que conocimos y trabamos amistad en
París, es mucho más frío, se ha vuelto
más religioso, más judío diría, se
dedica plenamente a su Fe y al estudio de la misma, posiblemente
influenciado por su padre, el Gran Rabino de Varsovia,
precisamente mañana tenemos cita con él, pero lo
más sorprendente de todo es que durante la
conversación que hemos mantenido respecto al documento, de
sopetón y sin todavía haber visto la fotocopia que
llevaba, me preguntó si los extraños caracteres del
documento guardaban algún remoto parecido con la escritura
cuneiforme-.

-¿No me digas?-.

-Pues si, tal como te explico, luego también me
preguntó si lo llevaba encima. No me preguntes por
qué, pero le dije que lo había dejado en el hotel,
a pesar de que llevaba la fotocopia doblada en el bolsillo
interior de mi chaqueta. Algo hizo que me pusiera en guardia,
algún presentimiento que no me explico. No se, veremos
mañana como me va con la entrevista con su padre, es un
hombre importante en la comunidad judía de la ciudad y
quizás diría del país-.

-Bien, pero me dejas bastante intrigado y preocupado,
infórmame mañana del resultado de la entrevista,
por el cariz que están tomando las cosas, creo que haces
muy bien en ser cauto, ah y gracias por tu llamada, hasta
mañana-.

A demá-.

Georges salió a dar un paseo por la ciudad, era
la primera vez que visitaba la capital de este bello y
sacrificado país centroeuropeo, tantas veces invadido y
ocupado a través de la historia por gentes procedentes del
Este y del Oeste del continente. En él vivió la
mayor colonia judía de Europa antes del holocausto
Nazi.

Salió a la calle y notó que la temperatura
había bajado notablemente, entró de nuevo en el
gran hall del hotel y compró una larga bufanda de lana en
la boutique de complementos de caballero que había. Se
envolvió con ella la garganta y volvió a salir a la
calle, se puso las manos en el bolsillo del pantalón y
comenzó a caminar por la avenida que partía desde
la plaza Artua Zawiszy en el centro histórico de la
ciudad.

El sol comenzaba a esconderse por detrás de los
tejados de zinc de las iglesias, y de los suntuosos edificios
públicos, que los había en gran número, bien
reconstruidos después de la pavorosa destrucción
sufrida durante la segunda guerra mundial, y que hablaban por si
solo del glorioso e importante pasado del país.

Después de algo más de una hora estaba
fatigado y ligeramente hambriento, cruzó al otro lado del
río Vístula, que desde donde el se hallaba
parecía que la ciudad disfrutaba de mayor animación
en un sábado por la noche.

Detuvo su andadura frente a la puerta de un restaurante
llamado Don Polski, en la calle Ulica Francuska, le causó
una buena impresión, estaba casi lleno, había un
ambiente alegre y algo bullicioso, pero por fortuna le

pudieron aposentar en una mesa cercana a una de las
ventanas que daban al jardín que rodeaba el edificio. La
carta estaba escrita en varios idiomas que demostraba la
internacionalidad de la cocina del lugar, el ambiente que se
respiraba era sumamente acogedor.

Desde otro lugar de la ciudad Jacob Cohen hablaba por
teléfono con su padre Isaac, le informaba de la visita de
su antiguo compañero de estudios en París y del
asunto que a éste le había traído a
Varsovia. Quedaron en recibirle el día siguiente en el
despacho que el Gran Rabino tenía adjunto a la sinagoga
Nozyk, la única en la ciudad, después de las casi
cuatrocientas que hubo y que fueron demolidas por los nazis
alemanes. Hasta 1939, el treinta por ciento de los habitantes de
Varsovia eran judíos, de los que solo sobrevivieron algo
menos de un 10%.

La sinagoga Nozyk no fue demolida por la sencilla
razón de que los nazis la habilitaron como caballerizas y
almacenaje del alimento y forraje para las bestias del
ejército, así reza en la actualidad una placa en el
interior de la misma.

Después de la conversación mantenida entre
padre e hijo, el primero decidió marcar un número
telefónico de Viena, Austria.

-¿Hallo?- dijo una voz femenina con marcado
acento alemán al otro lado.

-¿Señorita puede usted pasarme con el
señor Simón Wiesenthal?-.

-¿Quién le digo que le llama?-.

-Dígale que está al aparato el Rabino
Isaac Cohen, de Varsovia-.

-Aguarde un momento por favor-, se oyó el ruido
del auricular al dejarlo reposar sobre una mesa y el de unos
tacones femeninos a paso algo apresurado.

Pasaron casi treinta segundos y se oyeron de nuevo los
pasos femeninos, -aguarde por favor unos instantes señor
Cohen, el señor Wiesenthal está viniendo para
atenderle-.

Poco después, se oyó una entrecortada
respiración y la voz ronca del propio Simón
Wiesenthal, conocido como el cazador de nazis,
que ya contaba ahora ochenta y seis años.

Shalom Isaac, viejo amigo, cuanto
tiempo sin saber de ti, ¿cómo estás tu y tu
familia?-.

Shalom Simón, estoy muy feliz de
oírte de nuevo, estamos todos bien gracias-.

-¿En que puedo serte útil?-
preguntó el anciano cazador de nazis, el hombre que
había logrado sobrevivir a doce campos de
concentración durante cuatro años, que
escapó milagrosamente en varias ocasiones de ser
ejecutado. Durante todo este tiempo fue memorizando los nombres
de cada uno de los criminales nazis que participaban en el
genocidio y una vez liberado por las tropas de los EE.UU.
dedicó su vida exclusivamente a seguir su rastro hasta
hallarles y hacerlos prender. Se dice que unos ochenta miembros
de su familia fueron asesinados por la Gestapo.

En uno de estos campos coincidió con Isaac Cohen,
en Mauthausen, allí estuvieron juntos unos cinco meses ,
de éste Isaac pudo evadirse y huir hasta alcanzar la
frontera con Suiza, pero antes habían ya forjado una
férrea amistad junto con otros compañeros que
corrieron peor suerte.

-Verás Simón, esta tarde ha venido a
visitar a mi hijo un antiguo camarada de estudios de cuando
estuvo en París, es ahora el rector de la universidad de
Montpellier, una eminencia en lenguas semíticas, hombre
querido y respetado en su país, no hace mucho fue
condecorado por el propio Presidente de la República con
la Legión de Honor, en el grado de Caballero. Otro
profesor de otra nacionalidad, también compañero de
estudios y así mismo experto en lenguas semíticas,
tiene como afición, adquirir libros antiguos y en
particular ejemplares únicos-. Aquí el Rabino Cohen
se detuvo para tomar un respiro y pensar en la siguiente frase
que explicaría el real motivo de la llamada, de sobra
sabía que Wiesenthal era hombre pragmático y no se
andaba con rodeos, debía mantener todo su interés
en la conversación.

-Sigue, sigue- le animó Simón, al tiempo
que tomaba asiento en una silla cercana, últimamente para
él era una tortura permanecer de pié demasiado
tiempo.

-El motivo principal de la visita, es un documento
hallado muy bien escondido dentro de un libro
anti…..

-¡¡Detente!! no sigas- le interrumpió
Simón súbitamente, casi gritando y en
hebreo.

-Lo que intentas contarme por teléfono no lo
hagas, a pesar de los años transcurridos, esta
gentuza tiene todavía las redes echadas por todas
partes. Intuyo que deseas explicarme algo importante, por eso he
cortado tan radicalmente, ven a verme tan pronto te sea posible,
pero no hables a nadie de ello, quizás no sea nada de lo
que estoy imaginando, pero te aconsejo que a partir de ahora seas
sumamente prudente-.

-Bien, intentaré venir a visitarte cuanto antes,
te avisaré tan pronto tenga la seguridad y la evidencia de
ello, mañana he de tener una entrevista con el personaje
que antes te he citado, mi hijo Jacob irá a recogerle al
Jan III Sobiesky donde se hospeda. Tendrás noticias
mías en breve. Shalom-.

Shalom-.

Isaac Cohen colgó y se quedó un buen rato
de pie junto al teléfono meditando sobre las
últimas palabras de su viejo amigo Wiesenthal.
Quedó algo sorprendido por la forma tan brusca con que
éste le había interrumpido la conversación,
pero comprendía la reacción.

Había oído comentar que muchos de los
oficiales y suboficiales de las antiguas SS y de la Gestapo, al
terminar la pasada guerra mundial, al ver que iban a perder la
guerra, cambiaron de personalidad y se situaron en los cuerpos
administrativos de la naciente Alemania Federal en
formación, tuvieron la precaución y tiempo para
cambiar sus nombres e identidades, los aliados jamás
pudieron localizarles para pedirles cuenta de sus
fechorías. Ocuparon y ocupan todavía, puestos
claves dentro de la administración alemana y austriaca,
que les permitían acceder a poder falsificar y emitir
documentos, eliminar determinadas fichas personales en los
archivos centrales de personas buscadas por genocidio o expolios,
interferir y escuchar conversaciones telefónicas, en los
mandos de la policía, etc.. Después de tantos
años, todavía hoy, muchos de estos puestos clave de
la administración, están ocupados por descendientes
de estos asesinos sin escrúpulos, cuyos jefes de alta
graduación tuvieron la oportunidad de huir,
dirigiéndoles todavía desde sus haciendas en
América Latina o Sudáfrica.

Llamó a su hijo. –Atiende Jacob, acabo de
hablar con una persona muy importante en Viena, le he intentado
explicar algo de lo que tu amigo francés ha venido a
mostrarte, inmediatamente me ha cortado y me recomienda no hablar
de ello por teléfono, por nuestra propia
seguridad-.

-¿Cómo dices papá?-. Jacob no
podía entender lo que su padre acababa de comunicarle,
-pero, pero..-.

-Atiende hijo, ven ahora a casa, de inmediato, te lo voy
a contar personalmente-.

Jacob, hecho un mar de dudas, cogió su Lada rojo
y en un santiamén se presentó en la casa de su
padre, tardó poco menos de diez minutos, aquellas horas en
Varsovia la circulación había mermado
ostensiblemente.

Su padre le aguardaba en el salón de estar
tomando una infusión. –Padre, ¿que es todo
este misterio de no poder hablar por
teléfono?-.

-Acércate y siéntate. Acabo de hablar con
mi amigo Simón Wiesenthal en Viena, ya sabes, el hombre
que ha logrado que encarcelaran a más de 1.100 criminales
de guerra, fue el que logró dar caza a Adolf Eichmann en
Buenos Aires y casi lo logra con el doctor Menguele, aunque
éste se le escurrió en el último
momento.

Bien, como te decía, con Simón coincidimos
en el campo de concentración de Mauthausen, allí
hicimos una sólida amistad, hasta que yo tuve la fortuna
de poder evadirme. Más tarde hemos coincidido en distintas
ocasiones y nos hemos intercambiado informaciones valiosas para
sus pesquisas que yo pude también ir recabando de otros
campos y lugares-.

Jacob permanecía muy atento y en silencio, en la
estancia no había nadie más que ellos dos, su madre
se había acostado hacía algo más de una
hora. Se mesó las barbas algo nervioso e intrigado por
tanto misterio.

-En cuanto le inicié el asunto del libro,
repentinamente ¡zas! me interrumpió la
conversación y me invitó a que le visitara en
Viena-.

-Cuando mi amigo Georges comenzó a explicarme
todo esto del libro y el extraño documento oculto en el,
me vino a la memoria como un rayo, que hace bastantes años
me comentaste que había corrido la voz entre algunos
prisioneros del campo de exterminio en el que estuviste, que un
poderoso y acaudalado grupo de hombres de negocios judíos,
habían mandado ocultar un gran tesoro en joyas, lingotes
de oro, y valores, en no se sabe donde, en previsión a lo
que ellos intuían que podía sucederles, ¿es
así?-.

-Si, ciertamente algo de esto oí comentar y,
posiblemente este sea el motivo por el que Wiesenthal desee verme
personalmente-. –Mañana ve a buscar a tu amigo y
vamos a que nos informe de todo cuanto sabe y, veamos de una vez
este misterioso documento-.

Más allá, Georges Pradel, había
cenado francamente bien, la comida polaca le había
complacido, no era sofisticada como la francesa pero le
agradó, había acompañado la misma con una
pinta de piwo jaspe, la excelente cerveza polaca
rubia, no se le ocurrió pedir vino, por varias razones,
entre ellas, la escasez de estos caldos en los restaurantes por
el precio del mismo que discriminaban su consumo. Pagó la
cuenta y salió a la calle. Dirigió sus pasos al
hotel.

Subió a su habitación y se marchó
directamente al baño para tomar una ducha que le relajara.
Al abrir el maletín de viaje para coger el neceser, le
pareció que este no estaba en el lugar donde el lo
había colocado cuando lo puso dentro del maletín,
no le dio más vueltas al asunto, pensó que
posiblemente estaba confundido. Sacó el pijama y se puso
el neceser bajo el brazo, al abrir éste observó que
los objetos de su interior, estaban revueltos, no se hallaban
colocados en los alojamientos previstos para cada objeto, se
quedó meditando unos segundos ahora todavía
más sorprendido, salió del baño e
inspeccionó la habitación, todo se hallaba
correctamente, volvió a abrir el maletín de viaje,
comprobando que se hallaba la camisa de recambio doblada tal y
como se la había entregado su esposa Jacquie,
calzoncillos, calcetines y un par de corbatas, todo en
orden.

Revisó de nuevo toda la habitación,
incluyendo el armario, debajo de la cama y los cajones de la
consola que había en uno de los lados de la
habitación. Nada que objetar y que fuera anormal, no
obstante seguía extrañado por el desorden de los
objetos que halló en su neceser. Volvió a colocar a
cada uno de ellos en su alojamiento correspondiente, cerró
el mismo y procedió a agitarlo con cierta violencia, con
la intención de ver si por el movimiento alguno de ellos
se salía de su lugar, incluso lo lanzó al aire para
que cayera sobre la moqueta del lado opuesto de la
habitación. Procedió abrirlo, y comprobó que
todos los enseres permanecían pulcramente situados cada
uno en sus alojamientos, a pesar de la violencia de movimientos a
los que fueron sometidos.

Dudaba que determinación tomar, estaba seguro de
que cuando metió el neceser en el maletín estaban
todos los enseres perfectamente colocados, ya que los
había puesto y cerrado la cremallera
personalmente.

No le dio más vueltas al asunto y se metió
en la cama, tardó bastante en conciliar el sueño,
de vez en cuanto le venía a la mente la inesperada
pregunta de Jacob respecto al documento y el revoltijo interno de
los objetos del neceser.

Después de una noche de agitado sueño,
Georges se levantó con un fuerte dolor de cabeza,
pidió por teléfono que le subieran el desayuno y un
par de aspirinas.

Sacó del bolsillo interior de su chaqueta la
fotocopia del fascinante y misterioso documento que había
traído consigo, la dobló por la mitad y lo
partió en dos partes iguales, había decidido a
partir de ahora ser sumamente cauto, incluyendo en ello a su
viejo amigo Jacob. No mostraría el documento
íntegramente, en todo caso mostraría una de las dos
mitades, una de ellas la puso dentro de una carpeta de
plástico y la otra la dobló varias veces hasta
reducirla a una superficie de pocos centímetros,
levantó una de las patas del somier de la cama y
situó el papelito debajo de ésta, quedando bastante
bien ocultado.

Abrió la puerta a la camarera que le traía
el desayuno y las aspirinas que había pedido, a
continuación se puso a desayunar. Descolgó el
teléfono para llamar a Felipe Frutos.

-¿Felipe?-

-Si, soy yo. Buenos días Georges-.

-Ayer tuve una sorpresa un tanto
desagradable-.

-¿Y eso?- preguntó Felipe
intrigado.

-Verás, después de la entrevista que tuve
con Jacob, al regresar a mi hotel, hallé el contenido del
neceser de viaje todo descabalado, como si hubiese sido
registrado, no se si ha sido una casualidad, pero lo que si es
seguro que mi neceser ha sido registrado, no digo lo mismo del
maletín de viaje, diría que todo estaba en su
sitio, pero a partir de este momento voy a tomar precauciones, ya
te contaré luego como me ha ido la entrevista con los
Cohen. Voy a cortar, en un momento va a venir Jacob a buscarme y
todavía no he terminado de desayunar y estoy
todavía por vestirme. Hasta luego-.

-Hasta luego-.

Felipe Frutos se quedó pensativo un buen rato,
estaba realmente sorprendido por la noticia que Georges le
acababa de comentar. Era domingo, tenía pensado ir a
visitar al librero de Córdoba, advirtió a la
asistenta de que no llegaría para el almuerzo, y fue al
garaje a por su automóvil saliendo poco después de
Granada.

CAPÍTULO Vº

En el entretanto Felipe Frutos se dirigía a
Córdoba, desde algún lugar de Austria cercano a la
frontera con Alemania, alguien efectuaba una breve llamada al
antiguo coronel de las SS, Henricks von Hessing.

-Herr coronel, le habla Hans Köller, ayer pude
captar una conversación del tal Simon Wiesenthal, en un
momento determinado hizo que ésta se interrumpiera
bruscamente, provocando que prestáramos mayor
atención-.

-Hábleme sobre ello Köller, no omita
detalle, todo lo que proceda de este maldito judío usted
sabe que interesa a la organización

-Ja, hablaban sobre un libro y un documento oculto, en
este punto Wiesenthal interrumpió a su interlocutor a
cajas destempladas, su interlocutor no era otro que el gran
rabino de Varsovia, un tal Cohen. Éste le hablaba a cerca
de un profesor francés que estaba alojado en un hotel de
la ciudad y que venía a visitarle para lo del documento.
Al fin acordaron que el rabino se desplazaría a Viena a
verle para hablar sobre el tema. El viejo judío no se
fía del teléfono, debe sospechar que le tienen
sometido a escucha-.

-¿Algo más?-, preguntó el ex
coronel.

-Ah si, casi se me olvida, uno de nuestros hombres en
Varsovia registró la habitación del hotel en que se
hospeda el francés, no halló nada de particular que
merezca mención. Llevaba muy poco equipaje-.

-Muy bien teniente Köller, buen trabajo, mantengan
una estrecha vigilancia a toda esta gente, hable también
con nuestros contactos en Francia para que nos informen del
profesor francés. Llámeme en cuanto tenga usted
más novedades. Heil Hitler-.

-A sus órdenes mi coronel-. A pesar de que
ninguno de ellos pertenecía ya al ejército,
mantenían el trato del rango de su antigua
graduación al igual que si estuvieran en
activo.

Antes de llegar a Córdoba, Felipe se detuvo por
el camino en una venta para tomarse un café,
aprovechó también para fumarse una pipa, al salir
de nuevo a la carretera a por su automóvil, miró a
su alrededor, el espectáculo de la primavera andaluza es
único en el mundo, la variedad del colorido de las flores
y la luz solar incitaban a disfrutar del día, allí
la naturaleza se manifiesta con toda la exuberancia de que esta
capaz.

Subió al Seat Ibiza y reemprendió la
marcha, quedaban pocos kilómetros para llegar a la
histórica y antigua ciudad de los Califas. Llegando al
puente Romano ya divisó la esbelta torre-campanario de la
Mezquita, de nuevo estacionó el auto en el pequeño
solar de los alrededores de la mezquita y le dio la propina de
costumbre al hombre que estaba al cuidado del mismo para que
vigilara con más interés su
vehículo.

Se dio un paseo por la calle del Torrijo, pasó
por delante del hotel Maimónides, hasta llegar a la calle
de la Judería y finalmente se metió en el Callejo
Quero en el que se hallaba la librería donde había
adquirido unas semanas antes el ahora ya famoso libro que
contenía el misterioso documento.

Se quedó de pie unos segundos ante la puerta de
la librería de Simón Pieres, pensando de
cómo enfocar la conversación con el librero,
debía ser muy sutil para que éste no le negara la
información que precisaba, que no era otra que conocer el
origen o procedencia del libro adquirido allí.

-Buenos días señor Pieres-, dijo al entrar
en el establecimiento, tratando de dar una entonación
alegre a su voz.

El hombrecillo, se hallaba en aquel momento en el fondo
del local, clasificando unos libros que acababa de recibir, al
oír el saludo, se dio la vuelta y mirando por encima de
sus anteojos vio a su cliente al que reconoció de
inmediato. Dejó lo que estaba haciendo y se acercó
lentamente al lugar en que se hallaba Felipe mirando algunos
libros que el librero había dejado sobre un mostrador,
pendientes de clasificar todavía.

-Buenos días tenga usted profesor, ¿le
interesa alguno de estos libros?, los adquirí la semana
pasada-. El librero sabía que Felipe casi siempre
salía de su establecimiento habiendo adquirido
algún ejemplar.

Felipe, intentaba no dar la impresión de que
quería someter al librero a un interrogatorio, por lo que
abordó el asunto como si estuviera desarrollando un
trabajo de historia para la universidad.

-He visto poco de ellos, pero también le digo
señor Pieres que usted siempre suele tener libros
interesantes, por eso soy uno de sus buenos clientes.
Precisamente el último que le adquirí, ha sido
motivo de un interesante debate entre mis colegas de la
facultad-.

El catedrático observó que había
captado la atención de su interlocutor, éste se
había apoyado en el mostrador y dejó un par de
libros que llevaba en la mano sobre el mismo.

-Y ¿cuál fue el motivo de tal debate?-, se
atrevió a preguntar, movido por la curiosidad de que uno
de los libros salido de su modesto negocio hubiera podido
suscitar interés en el santuario de la cultura
granadina.

-Muy sencillo, no se si recordará usted que era
un libro escrito en hebreo, cuya impresión fue llevada a
cabo en una población poco relevante de Italia pocos
años después de haber sido inventada la imprenta.
¿lo recuerda usted?-.

-Creo que si, pero vagamente-.

-Uno de mis colegas, se atrevió a opinar que
probablemente era una reproducción, o que quizás
hubiese sido falsificada la fecha de su edición.
Opinión que como usted comprenderá, me
molestó en gran manera, por que me consta que usted
selecciona y controla con rigor todo el material que entra y sale
de su establecimiento y la verdad que la opinión de mi
colega me dejó inquieto y me agradaría poder
demostrarle su error-.

-¿Recuerda usted el título, quizás
con el pueda localizarlo en mis fichas?-.

-Si, perfectamente, su título al castellano es :
"LAS CASAS DE YAVÉ"-.

El librero Pieres fue con paso casino a por su
archivador portátil, lo depositó sobre el
mostrador, buscó entre las fichas y sacó una de
ellas, -aquí está- dijo blandiéndola entre
sus dedos pulgar e índice agitándola como si de un
abanico se tratara.

-¿Qué desea saber sobre ese libro
profesor?-.

-Todo cuanto sea posible, desde su origen, por cuantas
manos ha pasado, etc., me gustaría desarrollar una
pequeña historia a su alrededor-.

-Pues adelante, pregunte usted-.

-¿Dónde y cuando adquirió usted el
ejemplar que merece nuestra atención?-.

El librero leyó la ficha y mirando a su
interlocutor le dijo : -lo adquirí como un lote, junto con
otros ejemplares en el año 1986, a un anticuario y librero
de la ciudad de París, creo recordar que según me
dijo éste, los había adquirido con otros objetos,
en una subasta que procedía de un palacete de una rica
familia de banqueros de origen semita fallecidos casi todos ellos
durante la segunda guerra mundial-.

Felipe iba anotando los datos que el librero le iba
leyendo de su ficha. A medida que avanzaba iba aumentando su
interés y se atisbaba algo de luz al misterio.

-Hasta aquí no puedo darle más referencias
sobre este libro, ya no se más-.

-¿A caso recuerda el nombre de del anticuario
parisino al que le adquirió el lote?-.

-¿Le interesa también
saberlo?-.

-Pues si, puestos a saber…-.

-Aguarde un momento, voy a ver si todavía
conservo la factura que en su día me
emitió-.

El señor Pieres fue a la trastienda regresando
con un viejo y sobado archivador de cartón para facturas
de la marca Centauro, lo abrió en presencia de Felipe, se
quitó las gafas y con un pañuelo de bolsillo
procedió a limpiar los cristales de las mismas, no sin
antes empañarlos un poquito con su propio
aliento.

-Veamos, aquí está-, pasó la mano
por encima del papel a la vez que soplaba, para desempolvarla un
poco. –Se llama "Sottery", en el 16 de la rue Beaujon,
recuerdo que era una calle cercana al Arco de Triunfo, hace de
ello tantos años, me parece recordar que el propietario
era un tal señor Henry-.

Felipe fue tomando notas. -¿Y el subastero
conocía algo de la historia familiar o el nombre de los
propietarios de los libros que sacó a subasta?-
preguntó.

-Pues la verdad que no me interesé por ello, no
tenía interés alguno para mi-.

-Si, comprendo-. Felipe se dio cuenta que su
interlocutor nada más podía decirle respecto a lo
que el había venido a averiguar, no era demasiado, pero si
algo más de lo que sabía antes de
entrar.

-Le agradezco su información y amabilidad, que me
será muy útil para lo que pretendo, ahora con su
permiso voy a ver si encuentro algo interesante para
llevarme-.

-Está usted en su casa-.

Felipe Frutos estuvo un buen rato todavía en la
librería ojeando algunos volúmenes hasta alrededor
del mediodía, luego se despidió del librero y
regresó a buscar su automóvil, pensó en
almorzar por el camino en alguna de las muchas ventas que
había en la carretera.

Sobre las cinco de la tarde llegó a Granada y tan
pronto se hubo acomodado en el estudio de trabajo de su casa,
llamó al hotel en que se alojaba Georges en
Varsovia.

-¿Georges?-.

-Si, Felipe, soy yo-

-Acabo de regresar de Córdoba de ver al librero
al que le adquirí el libro, he hecho algunos progresos
interesantes-

-Felipe, discúlpame que te interrumpa, de un
momento a otro viene a por mi Jacob y no puedo hacerle esperar,
luego me dejará en el aeropuerto o perderé mi
vuelo, te llamaré hoy mismo desde mi casa, yo
también tengo algunas noticias que darte, una vez
más te pido que me disculpes-.

-Ve, no te preocupes hablamos más tarde, que
tengas un feliz vuelo-.

Felipe colgó el teléfono y comenzó
a pasar a su ordenador personal las notas tomadas manualmente de
su entrevista con el librero.

CAPÍTULO
VIº

Cuando Georges Pradel bajó al lobby del hotel,
encontró a su amigo Jacob Cohen sentado en una de las
butacas del la sala de espera leyendo La Gazeta
Wyborcza
, uno de los periódicos de más
tirada de la ciudad, cuya sociedad editora estaba en manos de un
pool judío.

Se saludaron con velada reserva por parte del
francés, por sus adentros éste había llegado
a pensar si el posible registro que había tenido en la
habitación del hotel, hubiese tenido algo que ver su amigo
o el padre de éste, pero rechazó de inmediato la
idea. Subieron al coche casi sin hablar, cruzaron casi toda la
ciudad, el día estaba gris plomizo y la baja
presión existente afectaba a los biorritmos de Georges, al
dolor de cabeza que sentía al despertarse por la
mañana las aspirinas no le habían hecho el efecto
deseado.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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