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La maldición de Yavé (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

En algo menos de media hora llegaron a la sinagoga
Nozyk, donde el Gran Rabino Cohen les
aguardaba en el saloncito adjunto al despacho que éste
tenía en el mismo edificio. Saludó con bastante
ceremonia a Georges, ofreciéndole asiento al mismo tiempo
que con cortesía le dijo si le apetecía tomar
té. El francés se excusó de tomarlo,
diciendo que hacía poco que acaba de desayunar, en
realidad es que no se sentía cómodo en el lugar ni
con el té.

El rabino Cohen era un hombre corpulento, mediría
algo más de un metro y ochenta centímetros, a pesar
de la curvatura de su espalda. Llevaba una poblada barba,
preceptiva de su ministerio y, sujetaba sus pantalones negros con
unos gruesos tirantes del mismo color, estaba en mangas de camisa
y sin corbata, que dicho de paso ni falta que le hacía,
llevaba puesta la kipá como símbolo
de humildad a Yavé. Tendría poco
más de los ochenta años, pero se mantenía
todavía con aspecto muy vivaz, en especial sus ojos que
eran de gran viveza, recordaban a los del halcón, a pesar
de su avanzada edad no se servía de artilugios
ópticos.

Se sirvió una taza de humeante té, como si
de un ritual religioso se tratase, y levantando la cabeza
miró a Georges con fijeza para iniciar la
conversación. Su hijo Jacob se quedó de pié
en segundo termino.

Deseo que reciba la bienvenida a nuestra casa
señor Pradel, Jacob me ha hablado mucho de usted y de sus
otros compañeros de la Sorbona, fueron tiempos de juventud
que difícilmente se olvidan.

-Si, ciertamente, fue una época muy bonita,
además de difícil, pero que reforzó la
amistad de todos nosotros, Jacob también nos hablaba mucho
de usted, le ponía siempre como ejemplo a
seguir-.

Sin más preámbulos el rabino entró
en materia:. –Según me ha informado Jacob ha venido
usted a visitarnos por que tiene algunas dudas respecto la
interpretación del contenido de un escrito en un documento
hallado en un libro escrito en hebreo-.-Si, verá, hace
algunos días, mi compañero el profesor Felipe
Frutos, catedrático de la universidad de Granada,
también compañero de Jacob, gran experto en lenguas
semíticas, me visitó en mi domicilio de Montpelier
portando un libro muy antiguo que había adquirido algunas
semanas antes, en una vieja librería de la ciudad de
Córdoba, cual sería su sorpresa cuando al llegar a
su casa y al proceder a la limpieza y examen de éste
halló muy bien camuflado en la contraportada un papel
doblado, que contenía una extraña escritura de
caracteres totalmente desconocidos por nosotros. Ambos hemos
efectuado cientos de consultas a antiguos tratados y pergaminos,
pero no hallamos correspondencia alguna con las lenguas habladas
o escritas en el pasado en el planeta, o al menos que se tengan
noticias de ella.

-Estimula usted mi curiosidad e interés con su
relato, ¿por casualidad lleva usted este extraño y
misterioso documento consigo?-. El Rabino Cohen dijo esto
utilizando un tono natural y mirando con franqueza a los ojos de
su interlocutor.

Georges captó la mirada, a lo que repuso:.
–Sr. Cohen, ¿puedo hablarle con total
franqueza?-.

-Se lo ruego-.

-Si, llevo conmigo parte de este documento, pero ayer
después de reunirme con Jacob, salí del hotel para
ir a cenar a un restaurante no muy lejos de éste, un par
de horas después regresé, al ir a acostarme, antes
fui a lavarme los dientes, abrí el neceser de viaje y lo
halle completamente revuelto, lo que me sorprendió
grandemente, y máxime cuando yo personalmente,
había colocado antes de partir cada objeto en su
alojamiento correspondiente, cerrando luego el estuche
perfectamente, metiéndole luego en el maletín de
viaje-.

-Puede que se salieran de sitio durante el viaje, por el
movimiento-, significó Jacob.

-No pudo ser, por varios motivos, verá, en primer
lugar no facturé el maletín, por su poco peso y
volumen lo llevé yo todo el tiempo conmigo como equipaje
de mano, con lo cual pocos movimientos bruscos recibió, le
diría que ninguno. Pero a pesar de ello, al darme cuenta
del estado en que lo halle al abrirle, procedí a recolocar
cada uno de los objetos de nuevo en su alojamiento
correspondiente, cerré el neceser lo agité varias
veces bruscamente y luego lo arrojé por los aires de un
lado al otro de la habitación. Después de todas
estas pruebas lo abrí y todas las piezas seguían en
su sitio, inalteradas, en su posición. De ello deduje que
mi habitación había sido registrada por
alguien-.

-Me deja usted de una pieza, no se que decirle, es
extrañísimo lo que me ha contado, a no ser
que…-.

-A no ser ¿qué?-, preguntó
intrigado Georges.

-Ayer, cuando Jacob me informó de su visita y del
motivo de la misma, yo llamé a un gran amigo mío,
cuya amistad nos viene de cuando estuvimos ambos internados en
unos de los más terribles campos de exterminio nazi en
1938, Mauthausen, ¿supongo que habrá usted
oído hablar de Simón Wiesenthal, conocido
también como el cazador de nazis?. Georges
asintió con la cabeza. -Le llamé, por que en cierta
ocasión, de esto hace muchos años, quizás
más de cuarenta, me contó una historia respecto un
grupo de familias judeo-polacas y de algunos otros países
de Europa, de gran poder financiero, que en previsión a
una posible persecución nazi que intuían se
avecinarse, habían reagrupado todas sus joyas y valores, y
secretamente las habían sacado del país,
escondiéndolas nadie sabe donde, otros le confesaron en un
campo de concentración pertenecer o ser miembros de una de
estas familias y que habían creado un documento secreto en
el que se decía el lugar dónde ocultarían
este tesoro. Al intentar contarle por teléfono a
Simón el motivo de su visita, éste repentinamente
interrumpió mi explicación recomendándome no
seguir y sin embargo sugiriéndome desplazarme a Viena para
hablar de ello personalmente. Eso es todo señor Pradel,
más no puedo decirle-.

Georges se quedó unos momentos pensativo
mesándose la barbilla y el cabello, mientras meditaba
¿qué decisión tomar?. –Entonces,
¿cree usted que guarda alguna relación lo que acaba
de relatarme y el eventual registro de mis pertenencias
personales?.

-Cabe la posibilidad, piense señor Pradel, que la
organización nazi no ha dejado de existir, cuando vieron
que iban a perder la guerra, tuvieron tiempo de cambiar sus
documentos personales y la identidad, por lo tanto pudieron
transformar fácilmente la personalidad y todavía
hoy se halla una gran parte de ellos como funcionarios con cargos
de cierta responsabilidad en la administración del Estado,
en el cuerpo de policía, en los archivos generales, en las
comunicaciones, allí están y en todo caso sus hijos
con la misma ideología. Los de alta graduación y
con crímenes a sus espaldas, se exiliaron a países
de Sudamérica llevándose verdaderas fortunas que
habían robado en los países ocupados, pero desde
allí siguen dirigiendo el movimiento del Nazismo mundial,
creo que alguien descubrió que se amparan en una
organización que bautizó como Odessa. Probablemente
mi amigo Wiesenthal se siente sin duda alguna espiado por la
organización y éste fuera el motivo de la brusca
interrupción telefónica a mi
conferencia-.

-Insinúa usted que ¿alguien de la
organización nazi pudiera haber entrado en
mi habitación buscando el documento, por tener
"pinchado" el teléfono de su amigo?-.Es
una posibilidad, que me atrevería a definir como de muy
probable-.

Georges, metió la mano en uno de los bolsillos
interiores de la chaqueta y sacó el pedazo de fotocopia
del documento, cuya otra parte había dejado oculto en la
habitación del hotel, debajo de una de las patas de la
cama.

Lo desdobló e hizo entrega al Rabino Cohen. Este
lo cogió y se lo acercó, al tiempo que hacía
un gesto con la cabeza a Jacob para que se acercara, este
último se puso unas lentes para ver de cerca,
después de mirarle un buen rato con atención ambos
se miraron con gesto extrañado, pero sin hacer por el
momento comentario alguno.

Un par de minutos después el rabino Cohen
rompió el silencio, -Verdaderamente incomprensible, no veo
que guarde relación alguna las lenguas más antiguas
de las conocida hasta hoy en la cuenca mediterránea y me
remonto a quizás a mas de cinco mil años a.C.. Me
inclino más a pensar que es un código desarrollado
especialmente sin guardar relación alguna con
ningún lenguaje conocido, de todos modos no es
fácil poder emitir una opinión o someterlo a
estudio sin contar con todo el documento completo-.

Aquí el señor Cohen se quedó
silencioso mirando a su interlocutor, aguardaba a que este
manifestara alguna opinión al respecto.

-La teoría del señor Wiesenthal parece
correcta, pero de todas maneras debería conocerse con
mayor certeza, posiblemente su visita a Viena pueda ser muy
esclarecedora, mi compañero en España,
estará investigando el origen del libro portador del
documento, en realidad él es el propietario del libro y
consecuentemente del documento-.

-Tengo personal interés en descifrar el contenido
de este papel, algo me dice que tal vez podría tratarse
del documento que guarda relación con la leyenda relativa
a aquel grupo de acaudaladas familias judías, secreto tan
codiciado por la organización nazi, y que por este motivo
algunas de ellas perdieran cruelmente la vida-.

El catedrático francés, se quedó un
buen rato pensativo, por su mente pasaron muchos y varios
pensamientos, pero uno de ellos fue el que más mella hizo
entre todos; la prudencia. Decidió no tomar en aquel
momento ninguna decisión, sabía bastante más
que cuando había llegado a Varsovia.

-Sr. Cohen, ¿Cuándo piensa usted ir a
visitar al señor Simón Wiesenthal?-.

-Debo consultar mi agenda de compromisos, pero no antes
de una semana-.

-Dado a que nuestro compañero y verdadero
propietario del documento, estará en estos momentos
efectuando averiguaciones respecto a la trayectoria
histórica del libro y por las manos que pasó,
sugeriría hablar a mi regreso con él para ver a que
consecuencias ha logrado obtener y luego si lo estima oportuno,
viajar con usted a Viena para entrevistarnos con el doctor
Wiesenthal-.

-Creo profesor Pradel, que su proposición es
sensata, por parte nuestra no hay inconveniente alguno,
simplemente me reservo la posibilidad que el doctor Wiesenthal
consienta que me acompañen a la visita unos desconocidos
para el, como usted comprenderá, le han tendido en varias
ocasiones encerronas y atentados convirtiéndole en hombre
sumamente receloso con quien no conoce, no obstante viniendo
ustedes con nosotros no creo que vaya a poner objeción
alguna. Cuando usted y yo hayamos decidido efectuar este viaje,
un par de días antes, Jacob se desplazará a la casa
de Simón para ponerle al corriente de quienes son ustedes
y a lo que vamos, intentaremos hablar lo menos posible por
teléfono-.

-Me parece muy acertado-.

En este punto, Georges miró su reloj y se
dirigió a su amigo Jacob, para decirle si podía
llamar un taxi que le acompañara al hotel a recoger el
equipaje y luego al aeropuerto, su vuelo salía en unas
tres horas. Éste se negó rotundamente, le
acompañó con su Lada y le dejó en la puerta
de la Terminal de los vuelos de salidas internacionales. Se
despidieron con un simple. –Hasta pronto-.

CAPÍTULO
VIIº

Eugenio Manrique Beckmann recibió una tempranera
llamada desde Hamburgo. El tal Manrique, apellido adoptado para
ocultar su verdadero nombre de pila, era en realidad, un antiguo
teniente coronel de las SS huido de las persecuciones de la post
guerra, se había hecho con una vasta extensión de
terreno en una la pequeña población de
Capiatá, cercana a la capital Asunción, Paraguay,
financió su adquisición con parte del botín
que había amasado durante la ocupación germana en
distintos países europeos, principalmente a los
judíos. Algunos nazis fugitivos de los tribunales de
justicias de la post guerra, eligieron refugiarse en este
país, por que podían sentirse a cubierto de
persecuciones dado al tributo que pagaban secretamente al
presidente del gobierno dictatorial paraguayo de Alfredo
Stroessner.

Quien le llamaba era un viejo camarada que como otros
muchos, se hallaba infiltrado con un cargo de cierta relevancia
en la policía de Hamburgo, ambos se expresaban en idioma
alemán.

-Amigo Beckmann, parece que el asunto Rothschild, por
fin, da señales de haber despertado, estate alerta con
toda tu organización y advierte a los
demás-.

-¿Es que alguien ha soltado la
lengua?-.

-No, todavía no, pero uno de los nuestros en
Austria, ha interferido una conversación entre
Simón Wiesenthal y un Rabino de Varsovia, que nos induce a
pensar que puede haber algún atisbo de posibilidad al
respecto-.

-Me hago eco y agradezco tu información,
aquí vamos a mantener las orejas muy atentas por si sucede
cualquier cosa. El último "conejo"
francés que cayó en mis manos en febrero de 1944
por este tema, solo pudo decirme en su delirio, que se trataba de
un gran secreto y un papel, lo
del papel lo repitió varias veces, luego no pudo soportar
por más tiempo las medicinas suministradas
y falleció, si alguna vez pudiéramos encontrar este
papel que el desgraciado me repitió tantas
veces, creo que aquí debe estar la clave de
todo-.

-¿Y quién era este
conejo?-.

-En el campo en el que estaba confinado, los agentes
especiales descubrieron que el individuo tenía cierto
parentesco con los Rothschild franceses, lo separaron del grupo y
le dieron un tratamiento especial,
sabíamos que estas ricas familias judías eran
poseedores de grandes fortunas en obras de arte, lingotes de oro,
joyas, y acciones de grandes corporaciones mundiales, se trataba
de saber donde lo guardaban todo para hacernos con ello, pero el
muy desagradecido lamentablemente no resistió los
cuidados dispensados-, aquí soltó
una sonora carcajada.

-Bien, quizás ahora después de tantos
años nos venga a visitar la fortuna, vale la pena prestar
atención al asunto, estemos todos muy atentos,
Heil-.

-Heil-. Sin mediar otra palabra más,
interrumpieron la conversación.

Eugenio Manrique, mandó llamar a su
primogénito Hans, o Hansito como le
llamaban familiarmente desde que tenía uso de
razón, en aquellos momentos estaba en la vasta hacienda
inspeccionando las nuevas reses que habían adquirido el
día anterior para la "Santa Rosa".

-Dime padre, Carmelo me avisó de que
querías verme-, Hansito, estaba algo
sudoroso, llevaba casi toda la mañana cabalgando a pleno
sol por la hacienda familiar, se quitó el sombrero de
cuero trabajado que le protegía del fuerte sol y se
secó el sudor con el pañuelo que llevaba anudado al
cuello.

Llamó a uno de los mozos para que le sirviera un
zumo de lima con hielo picado.

Al nacer, a Hans Manrique Beckmann le habían
puesto el mismo apellido que había adoptado su padre al
nacionalizarse paraguayo, tomó el de su
difunta esposa Maria Teresa Manrique de Los Cerros, perteneciente
a una rancia y aposentada familia de orígenes
españoles, arraigados en el país desde el siglo
XVIII.

-Necesito que vayas a la ciudad y pongas un telegrama a
Munich, y prepárate por que en unos días
quizás debas viajar a Europa por algún tiempo, no
pases cuidado por la hacienda, tus hermanos cuidarán de
ella-. La Santa Rosa, no era más que una tapadera para los
negocios de la familia. En Buenos Aires participaban en una
sociedad de import-export cuya actividad central era la venta de
armas de fabricación alemana, que vendían por todo
el mundo, con documentación paraguaya.

-¿Hay algún motivo en particular para
ello?-, preguntó Hans.

-Puede que le haya, pero todavía es prematuro,
hasta que no me den aviso no podemos actuar, todavía no
puedo explicarte el motivo, viene de muy antiguo y es muy largo
de contar, pero a su debido momento si fuera necesario te
pondría al corriente de ello-. Beckmann era muy parco en
sus explicaciones, estaba habituado a dar órdenes, Hans su
hijo, lo sabía, por eso no insistió.

-¿Eso es todo?-.

-Si-, respondió su padre
lacónicamente.

-Cuando tu quieras me das el redactado y la
dirección donde tengo que enviarle y en un momento me
acerco a la capital para enviarlo-.

-Después del almuerzo te le doy-.

-O.K.-, Hansito, se levantó de la butaca en que
se había sentado, bajó el par de escalones del
porche y montó con gran agilidad el caballo que Carmelo le
estaba guardando cogido del ronzal, incorporándose de
nuevo al quehacer en el que estaba metido.

La Santa Rosa, tenía una superficie de más
de tres mil quinientas hectáreas totalmente llanas, de
extensos pastos naturales, tierra roja sumamente fértil,
una buena parte de ella la cruzaba un afluente del río
Paraguay, infestado de pirañas y algún que otro
jacaré, en ciertos períodos del año las
lluvias torrenciales lo hacían crecer hasta inundar una
buena parte de la llanura aportándole gran fertilidad a
los pastos para el ganado y las cosechas de cereales, era un
proceso natural parecido al que ocurre en Egipto con el
Nilo.

Por la tarde después de la siesta,
Hansito sacó del garaje el Pick-up de la hacienda
y se encaminó a la ciudad de Asunción con una lista
de direcciones en Alemania a las que debía enviar un texto
común para todas ellas.

En algo más de media hora sobrepasó el
aeropuerto internacional Strossner y poco después entraba
en la ciudad. Se dirigió directamente a la central de
telégrafos, rellenó siete impresos con el mismo
texto: "último conejo se activa, alerta
organización",
no firmó ninguno de ellos,
quienes lo iban a recibir de sobra sabían quién era
el remitente. Munich, Dresden, Viena, Strassburg, Sarbrüken,
Zurich y Hamburgo fueron los destinos.

Al otro lado del océano, en Granada, el
catedrático Felipe Frutos aguardaba ansioso la llamada de
su amigo francés, deseoso de conocer el resultado de sus
averiguaciones en Varsovia.

CAPÍTULO
VIIIº

Jackeline Pradel aguardaba a su esposo en la sala de
llegadas nacionales del aeropuerto de Montpellier, una hora antes
éste la había llamado desde Orly
advirtiéndola de la salida de su vuelo
doméstico.

Tan pronto llegaron a casa Georges, llamó a su
compañero Felipe que aguardaba ansioso sus
noticias.

-Felipe, acabo de llegar ahora mismo, no he querido
demorar ni un minuto más mi llamada para informarte de mi
gestión en Varsovia-.

-Dime, dime, estoy intrigado-, dijo Felipe, no exento de
ansiedad en su voz.

-Verás, ya te dije que hallé algo cambiado
a Jacob, no es el que conocimos en París-

-Todos hemos cambiado, Georges-, repuso
Felipe.

-Si, de acuerdo, pero Jacob de un modo distinto a
nosotros, no se como explicarme, pero bien, no quisiera entrar en
este análisis que a mi entender no es básico para
nuestros intereses. Mantuve una entrevista altamente interesante
con su padre, actualmente es el Gran Rabino de Varsovia, un
hombre verdaderamente inteligente, superviviente de los campos de
exterminio nazi, muy influyente en la comunidad judía del
país y en la propia Israel, saqué una favorable
impresión de su persona.

Debo decirte que con anterioridad a la entrevista, el
señor Cohen había informado de mi visita y del
motivo de la misma, a su famoso amigo Simón Wiesenthal.
Curiosamente durante la conversación telefónica que
mantenían, al llegar al punto en que Cohen iba a citar tu
documento, éste le interrumpió bruscamente la
conversación, indicándole que para hablar de ello,
fuera a verle personalmente a Viena, dado a que él por su
edad ya no le era posible viajar.

-Caramba-.

-Si, pero aquí no acaba todo, verás. Le
conté la adquisición casual que hiciste del libro,
le di el título del mismo, como hallaste el documento
camuflado en el, me pidió si podía facilitarle una
copia del mismo, por un suceso ocurrido el día anterior y
que luego te contaré, le mostré la mitad de la
fotocopia que me había llevado, Jacob y su padre se
quedaron francamente sorprendidos ante los extraños
guarismos que éste contenía.

La tarde anterior, después de mi encuentro con
Jacob, salí a dar un paseo por la ciudad y a cenar, a mi
regreso al hotel, halle mi neceser de viaje como si hubiese sido
registrado, estaba todo revuelto, comprobé si hubiese
podido ocurrir durante el viaje, imposible, alguien lo
manipuló, seguro, no se con que fin, pero no le hallo
explicación.

Quizás andaban buscando el documento, me
pregunté. Después cuando estuve reunido con los
Cohen, al contarme lo de la conversación telefónica
con Wiesenthal, y en ella mencionar mi presencia en Varsovia,
además del hotel en que me hospedaba, llegué a
pensar, y en este punto los Cohen coincidieron conmigo, que las
líneas telefónicas pudieran estar intervenidas y
alguien hubiera entrado en la habitación del hotel durante
mi ausencia para registrarla. Afortunadamente el documento lo
llevaba en aquel momento en mi bolsillo y nada pudieron
hallar.

-El documento sin duda alguna debe contener algo
sumamente importante, algo muy codiciado, que al parecer interesa
a mucha gente. Isaac Cohen tiene una teoría al respecto;
podría ser que unas familias judías europeas
intuyendo el estallido de la segunda guerra mundial, reunieran
sus valores para ocultarlos . Por conocer el paradero de lo que
vamos a llamar; tesoro, los nazis torturaron a miles de
personas, sin resultados positivos y es probable que
todavía anden tras ello desde la sombra-.

-Si esta teoría fuese cierta, amigo Georges,
¿crees que podamos correr algún riesgo personal?-,
apuntó el prudente Felipe.

-No habría que descartar esta remota posibilidad
Felipe, pero por otra parte siento en mi el afán y la
excitación del investigador por esclarecer el misterio que
ello entraña. El señor Cohen me ha invitado a
visitar a Simón Wiesenthal en Viena, quizás el
pueda ayudarnos mucho con todos sus conocimientos y contactos que
tiene esparcidos por todo el mundo, me agradaría que me
acompañaras, ardo en deseos de conocer a este hombre que
marcará un hito histórico dentro de lo que
significó el holocausto de la segunda guerra mundial, como
el hombre que lo pudo sobrevivir y que tuvo el coraje y la
inteligencia para hacer prender a sus torturadores y
asesinos-.

-¿Para cuando sería ello?-.

-Podría ser la próxima semana, pero antes
deberé informarle a Cohen para que tome cita con
Wiesenthal-.

-Como te dije, estuve en la librería de
Córdoba, averigüé que el libro fue adquirido
en un lote procedente de una subasta por un librero parisino, me
facilitó la dirección de éste al que le
compró todo el lote, me contó que procedía
de una subasta de una antigua familia de banqueros semitas
parisinos. He decidido ir cuanto antes a París para ver
que puedo averiguar–¿Deseas que te
acompañe?-.

-Te lo iba a sugerir, pero no quisiera abusar de tu
amabilidad y de tu tiempo-.

-En absoluto, necesitaba esta dosis de emociones amigo
Felipe, ya sabes que hay en mi una pizca de aventurero.
¿Cuándo piensas viajar a París?-.

-Podríamos combinar París y luego Viena,
¿Cómo lo ves?-.

-Permíteme que llame a Isaac Cohen y luego te
confirmo, hasta luego-.

-Hasta luego-.

Georges contactó con el rabino Cohen, acordaron
encontrarse en Viena para el Viernes de la semana
siguiente.

En el entretanto en varias ciudades de Alemania se
recibían sendos telegramas emitidos desde Paraguay,
activándose así automáticamente, la puesta
en marcha de un sistema de alerta y escucha a determinados
sectores y personas.

Una hora más tarde, Felipe y Georges planeaban el
encuentro en París para luego desplazarse ambos a
Viena.

A la mañana siguiente ambos amigos se encontraron
en la cafetería del aeropuerto de Orly, tomaron uno de los
autobuses de Air France y se apearon en La Place de
l´Etoile. Por el camino hablaron poco, desde que Felipe
obtuvo su licenciatura en la Sorbona, no había regresado
nunca más a la ciudad de la Luz. Estaba sorprendido con la
grandeza y la evolución urbanística que los
alrededores de la gran urbe había experimentado en todos
aquellos años, ahora era una metrópoli de
dimensiones gigantescas, pero dentro, en el corazón de la
Cité seguía siendo aquella belleza
artística y majestuosa que la distinguía del resto
de ciudades del mundo.

En un portafolios, llevaban consigo el libro y varias
fotocopias del documento, del que habían efectuado dos
particiones, portando una parte Felipe y otra Georges, el
original, se había quedado en Granada en una
pequeña caja fuerte que el primero tenía dentro de
un armario de su casa.

Dado a lo temprano de la hora, se sentaron en la terraza
de una cafetería de los campos Elíseos para tomar
un reconfortante café con leche y unos
croisants. El tráfico aquellas horas de la
mañana era intenso, por no decir que frenético, en
especial en aquel nudo urbano que cientos de vehículos
convergían en aquella plaza circular de extraordinarias
dimensiones, una perceptible niebla impedía la clara
visión de los suntuosos edificios que rodeaban el Arco de
Triunfo y la tumba al soldado desconocido cuya perenne llama
indicaba la viveza del espíritu de los héroes
anónimos caídos por la libertad de la
patria.

Georges echó un vistazo a su reloj de pulsera y
vio que eran ya algo más de las diez, – ¿vamos a
ver que nos cuentan en la librería
Sottery?-.

-Vamos allá-.

Cruzaron al lado opuesto de los Campos Elíseos y
enfilaron la bocacalle de la rue Beaujon, hasta
llegar al número diez y seis. Se encontraron frente a la
librería Sottery, lugar de donde
había salido el libro que Felipe Frutos había
adquirido en la librería del barrio de la judería
cordobesa. Ocupaba la planta baja de un viejo edificio de cuatro
pisos, tenía un escaparate acristalado bastante generoso
que permitía ver en buena parte el interior de la misma.
Toda la fachada había sido decorada en su día con
plafones de madera y pintada de un color rojo Burdeos que
recordaba el color de las cabinas telefónicas londinenses,
un plafón plano en la parte superior con el nombre de
Sottery rotulado en dorado y fileteado finamente
el perfil de las letras en verde oscuro, era todo el elemento
publicitario del establecimiento. En la puerta, un pequeño
cartel colgado de un cordelito sujeto a una ventosa rezaba :
Ouvert.

Empujaron la puerta y sonó una campanilla,
bajaron un escalón y oyeron el rechinar del entarimado de
madera del piso que les reconfirmó la antigüedad de
la edificación.

Se trataba de un local rectangular, bastante alargado,
de unos casi quince metros de profundidad por unos ocho de ancho,
las paredes estaban totalmente cubiertas de estanterías de
madera, hasta llegar al techo, pintadas con el mismo color que la
fachada, en el centro unas largas mesas que iban de un extremo al
otro a lo largo del local, dejando unos pasillos en ambos lados
de las mismas, todo ello estaba abarrotado de libros,
perfectamente clasificados por materias. Al fondo una abertura en
que la puerta era substituida por una cortina con horribles y
sobados estampados.

Del fondo apareció un joven de unos treinta y
cinco años que se desplazaba en una silla de ruedas, se
dirigió con cierta hosquedad a los visitantes :.
-¿Qué desean?-.

Georges tomó la iniciativa, -somos los profesores
Pradel y Frutos-, le dijo mientras le hacía entrega de su
tarjeta de rector de la universidad de Montpellier, cosa que
pareció suavizar el primitivo gesto del joven.

-¿Y en que puedo serles útil?-.

-Verá señor ….-

-Me llamo Thierry-, señaló
éste.

-Verá señor Thierry, mi compañero,
el doctor Frutos, adquirió hace algunas semanas un antiguo
libro en una librería de la ciudad de Córdoba, y
que dada a la antigüedad de éste, es motivo de
estudio histórico en nuestras universidades, especialmente
por que roza el período en que fue inventada la imprenta
por Gutemberg, necesitamos en primer lugar cerciorarnos de la
evidencia de ésta. Estamos entonces retrocediendo en el
tiempo y siguiendo la pista y la andadura de este ejemplar hasta
poder acercarnos al máximo en su origen y, así
tener la evidencia sustancial de la veracidad de su
antigüedad-.

-Pero todavía señores, no entiendo el
motivo de la presencia de ustedes en mi establecimiento-, repuso
con curiosidad el librero.

-Entiendo su extrañeza, verá; por la
averiguación efectuada en la librería donde fue
comprado el libro, nos confirmaron que éste fue adquirido
en un lote procedente de una subasta en la librería
Sottery, en el año 1986, según factura que tiene en
sus archivos quien vendió el libro al profesor Frutos en
Córdoba-.

-Eso es fácil de comprobar, pues el antiguo
propietario, mi abuelo, tenía un riguroso cuidado en sus
apuntes contables y en las fichas de cada uno de los libros que
entraban y salían del establecimiento. ¿Cómo
se titula el libro?-.

Las casas de Yavé, es su
título-, respondió Felipe, que hasta el momento
había permanecido callado.

-Aguarden un momento por favor-, dijo el joven, mientras
hacía girar con inusitada habilidad la silla de ruedas en
la que estaba postrado y que sustituía sus piernas
biológicas.

Tardó poco en regresar, llevaba sobre su regazo
dos archivadores portátiles de distintos tamaños,
en el de mayor dimensión, estaban las facturas contables
que correspondían al ejercicio del año 1986 y en el
menor, pequeñas fichas rellenadas a mano y colocadas por
orden alfabético.

-¿Cómo se llama el librero de
Córdoba?- preguntó, parecía que le estaba
gustando participar en la investigación.

-Simón Pieres-, afirmó Felipe.

-Veamos-, pasó algunas páginas, hasta que
exclamó: -¡aquí está la factura!, un
lote de siete libros, efectivamente, vienen relacionados cada uno
de ellos y está el que ustedes me dijeron, vean-.
Sacó la copia de la factura del archivador
mostrándola para que pudieran ojearla. A medida que fueron
conversando con el joven, éste fue abandonando su actitud
algo recelosa convirtiéndola en más amable y mayor
disposición en colaborar, tal como si deseara ser
partícipe en la investigación que estaban llevando
a cabo.

-Dijo usted que su abuelo anotaba el historial de cada
libro en unas fichas-.

-Si, así es, aquí está el fichero,
veamos, en la factura debe haber una referencia alfa
numérica, en la parte superior derecha de la hoja-,
cogió ésta, la miró, y anotó en un
papelito la referencia, volvió a guardar la factura en el
lugar que correspondía en el archivador, luego se
acercó el archivador de fichas y seleccionó la que
correspondía a la referencia que había anotado en
el papelito.

Ésta estaba casi toda ella totalmente rellenada
en letra manuscrita bastante pequeña. Dado a que el local
no gozaba de excesiva luz, invitó a sus visitantes a
entrar en la trastienda donde éste tenía su
oficina.

La pieza era bastante grande y contenía
también estanterías con libros por todas sus
paredes, y una moderna mesa de trabajo con un ordenador personal
y una impresora. Apartó algunos papeles y colocó el
archivador a un lado, puso la ficha sobre la mesa y acercó
una lámpara de brazo articulado que iluminó
directamente a ésta, logrando con ello poder efectuar una
perfecta lectura del contenido.

-Aquí está, dice; " lote adquirido
el 27 de marzo de 1985 procedente de la subasta de la familia
Trezlez, propietaria de la banca Kuhn&Loeb de
París
",
añadiendo: tengo entendido que
este banco había pertenecido a una rama de la familia
Rothschild francesa-.

-¿Y sabe usted si queda alguien de esta familia
en la ciudad?-, preguntó Georges.

-Pues no sé pero quizás pueda saberlo mi
abuelo Henry-.

-¿Vive todavía?-.

-Si, tiene ya más de ochenta y cinco años,
pero mantiene todavía muy fresca su memoria, voy a
llamarle por teléfono, vamos a ver si hay
suerte-.

Felipe iba tomando notas de todo cuanto
acontecía, solía ser hombre muy concienzudo en su
trabajo.

El librero cogió el teléfono de la mesa y
marcó un número que sabía de
memoria.

–Abuelo, buenos días, soy Thierry, tengo en
la librería a dos profesores universitarios que
adquirieron uno de los libros que tu vendiste de un lote el
año 1986 a otro librero de España, dicen estar
efectuando un estudio histórico y precisan antecedentes
sobre el mismo-.

-Recuerdo perfectamente al español que me
compró el

lote, no era frecuente en aquel entonces venderle a un
extranjero algún libro antiguo y, menos escrito en lengua
hebrea, ¿has consultado mi ficha?-.

-Si-, el nieto leyó el contenido de la ficha a su
abuelo.

-¿Y que desean saber, estos
caballeros?-.

-Creo que desean llegar hasta a los primeros
propietarios del libro-.

-Esto es casi imposible, pero aguarda, ponme con alguno
de ellos-.

-Si, un momento-, se dirigió a Georges, -mi
abuelo desearía hablar con alguno de ustedes-.

-Con sumo gusto-, dijo cogiendo el auricular.

-Buenos días monsieur Henry, soy el profesor
Georges Pradel, de la universidad de Montpellier, como muy bien
le ha dicho su nieto, estamos efectuando una investigación
de tipo histórico referente a un libro adquirido por mi
compañero el profesor Frutos de la universidad de Granada,
este libro le fue adquirido a usted, junto con otros ejemplares y
que su nieto ha podido localizar algunos antecedentes del mismo
gracias a la perfecta organización, que primero usted, y
ahora él, han mantenido a través del tiempo.
Realmente nuestro interés se centra en conocer quienes
fueron sus poseedores en los últimos cincuenta o sesenta
años-.

Se hicieron unos momentos de silencio en la
línea, Pradel se quedó mirando a su
compañero y enarcó las cejas mostrando
extrañeza, hasta que de nuevo oyó la voz del
anciano librero que le decía: -recuerdo que
provenía de una subasta de objetos de una importante
familia, copropietaria creo, de un banco ligado a la familia
Rothschild, la rama judeo-francesa que no emigró a los
Estados Unido de América. Durante la ocupación de
Francia por los alemanes, muchos de ellos huyeron y otros fueron
capturados por la Gestapo y deportados a campos de exterminio por
Europa, algunos pocos sobrevivieron y pudieron regresar pero se
encontraron que sus bienes habían sido expoliados y los
habían dejado en la mayor de las ruinas, lo poco que les
quedó tuvieron que malvenderlo o subastarlo-.

-Pero ¿sabe usted si queda alguno de la familia
que todavía estuviera en vida?-.

-Nadie sabe a ciencia cierta si quedan descendientes, en
los periódicos de hace alrededor de un año, vino
una noticia sobre un tal Theodore Trezlez que había sido
hallado vagando por un pueblecito de los alrededores de
Aix-en-Provence, en muy mal estado de salud, esta noticia se
publicó por que el tal Theodore era uno de los
últimos de la conocida familia a quien le habían
requisado el palacio que ésta había poseído
en París y que debido la multitud de deudas
contraídas con el Fisco le fue embargado, precisamente era
de donde procedían algunos de los libros que yo
adquirí en aquella subasta y que quizás
pertenecían al lote por el que ustedes se
interesan-.

-Esta última frase hizo que a Georges en
corazón le diera un vuelco por el posible contenido de la
misma, -creo monsieur Henry que acaba de darme usted una pista
donde poder orientar nuestras próximas pesquisas, le quedo
sumamente reconocido, dejo mi tarjeta a su nieto por si se le
ocurriera cualquier detalle más al respecto puedan ustedes
contactar con nosotros, de nuevo le reitero mi
agradecimiento-.

Georges colgó el auricular, agradeció al
joven librero las atenciones dispensadas y cogiendo a Felipe del
brazo casi le arrastró fuera de la librería. Felipe
al llegar a la calle, estaba algo sorprendido por las repentinas
prisas que a su amigo le habían entrado, caminaron unos
pasos y al llegar a una cabina telefónica en la esquina
con la Place de l´Etoile se detuvieron junto a
ella.

-Felipe, creo que acabamos de dar un paso de gigante en
nuestra investigación. El abuelo me ha revelado el nombre
del personaje que probablemente todavía viva y que
quizás fuese el último propietario de tu
libro-.

-¿No me digas?-, exclamo Felipe
asombrado.

Si y además, por pura casualidad, tengo el nombre
del individuo y el lugar de Francia donde fue localizado hace
más o menos un año. Voy hacer ahora una
gestión.

Descolgó el teléfono de la cabina,
insertó unas cuantas monedas y marcó el
número de su casa en Montpellier-.

-Hallo-, una voz femenina y dulce sonó al otro
lado de la línea.

-Jaquie, soy yo, necesito me hagas una gestión
muy urgente, tómate nota-.

-Un momento Georges, voy a coger un papel y algo que
escriba-, unos segundos después, -dime, dime-.

-El nombre de una persona : Theodore Trezlez, lugar :
Aix-en-Provence. ¿has tomado nota?-.

-Si, si, he tomado nota-

-Bien, recuerdas a ¿Nicolás
Montagnon?-.

-Si, perfectamente-.

-Es ahora concejal del ayuntamiento de Aix,
localízale y dile que tengo un gran interés
personal en localizar a la persona cuyo nombre acabas de anotar,
no puedo explicarte ahora por que, es demasiado largo, si me es
posible te vuelvo a llamar esta noche desde el hotel de Viena,
veamos si para entonces has podido contactar con Montagnon,
¿d´acor?-.

Oui, mon amour-, y
colgó.

-Felipe, creo que hoy es nuestro día de suerte,
vayamos al aeropuerto y veremos si hay algún vuelo a Viena
anterior al nuestro y nos permiten sustituir los billetes-. A
Georges la cota de entusiasmo le iba subiendo a medida que
progresaban en la investigación. Felipe era algo
más moderado, la combinación de ambas conductas era
perfecta. Felipe era muy reflexivo, Georges tenía
además la característica de ser algo más
impulsivo.

Tomaron el primer bus de Air France que les
llevaría a Orly. Alrededor del mediodía pudieron
tomar un vuelo de la compañía
Lufthansa a Viena. En hora y media sobrevolaban
la grandiosa capital del que fuera el antiguo imperio
austrohúngaro y paraíso de la música de
cámara.

Cogieron un taxi desde el aeropuerto hasta el
Hotel Stefanie, de la
Taborstrasse, en el que se alojaron. Se trataba
de un céntrico hotel, bien comunicado, próximo al
Prater y al romántico Danubio. Dado a que llegaron con
mucha antelación, Georges llamó desde la
habitación a Jacob Cohen para informarle donde se
alojaban.

-Jacob, hemos llegado antes de lo previsto a Viena, nos
hospedamos en el Stefanie Hotel, ¿a que
hora tenéis prevista vuestra llegada?-.

-Salimos de Varsovia en un vuelo de las seis de la
tarde, creo que sobre las ocho estaremos en Viena, nos
hospedaremos en casa del rabino León Wiess, desde
allí os llamaremos para vernos, tenemos cita con
Wiesenthal para mañana a las diez-.

-Bien, has de saber que hemos hecho importantes
progresos en París, pudimos localizar el nombre y el lugar
de donde se halla en la actualidad al que creemos pudiera haber
sido el último propietario del libro de
Felipe-.

-Esa es una buena noticia-.

-Evidentemente lo es y nos llena de esperanzas para el
desarrollo de la investigación-.

-Creo que la reunión de mañana con
Wiesenthal puede llegar a ser bastante esclarecedora, este hombre
tiene miles de informes procedentes de todas partes del
mundo-.

-Bien, entonces hasta mañana, ya nos
llamarás-.

Después de colgar el auricular, Georges propuso a
Felipe ir a dar un paseo por la ciudad de Viena.

Desde cierto lugar de Varsovia había sido
escuchada y registrada la conversación entre ambos. Esta
conversación fue transmitida simultáneamente a
diversos lugares, generando una serie de acciones y
movimientos.

Antes de salir a dar un paseo, Felipe tuvo la
precaución de encargar la custodia del libro y las
fotocopias del documento a la caja fuerte del hotel,
entregándolo envuelto en una bolsa de fino papel
plastificado que selló con cinta autoadhesiva al resguardo
de humedades.

Salieron a la calle para dar un paseo por el cercano
Prater para luego seguir por la orilla del
Donau.

CAPÍTULO
IXº

-Que alguien se encargue personalmente de seguir y
vigilar todos los movimientos de estos dos profesores extranjeros
durante su estancia en Viena, ordenad también que
averigüen dónde viven y que sus domicilio y
teléfonos también sean vigilados y
controlados-.

-Lo están desde que salieron del hotel en que se
hospedan, tenemos a Kurt Wiel, a cargo de ello
señor-.

-Bien, pero no dejen de informarme de todos sus
movimientos, en especial a partir de que entren en contacto con
esta víbora judía de Wiesenthal-.

-Será informado puntualmente mi
coronel-.

Kurt Wiel había pertenecido a las juventudes
hitlerianas, al finalizar la guerra, se refugió en Austria
cambiando su identidad, siendo más tarde captado por la
organización nazi en la clandestinidad. Contaba ahora unos
sesenta y cuatro años, era el prototipo clásico del
ario, de cabello muy rubio, ojos azules, alto y enjuto de cuerpo.
En la actualidad prestaba sus servicios como director, en la
agencia de seguridad Kreiski & Kreiski Gmbh, especializada en
la custodia y protección de personajes políticos
importantes.

Felipe Frutos y Georges Pradel se sentaron en un soleado
banco en los jardines del Prater, la temperatura era algo fresca,
nada comparable con la que hubiesen podido gozar en la Provenza o
Granada. Hablaban sobre sus familias, Georges le contaba a su
compañero cuanto significaban sus dos nietas. Felipe
escuchaba con atención e interés a su amigo. Ambos
eran inconscientes que desde un automóvil les estaban
observando. A los pocos minutos se sentó en el mismo banco
donde se hallaban, una señorita que se puso a leer el
Neue Kronen Zeitung vienés, que llevaba
doblado bajo el brazo, Felipe la miró un poco de soslayo
al igual que Georges, éste último con la natural
vehemencia francesa musitó al oído de su
compañero –bonita vienesa, ¿no te parece
Felipe?-.

-Ciertamente si- afirmó éste,
mirándola ahora con algo más de
atención.

La dama había notado que ambos caballeros la
observaban, al mismo tiempo que ya había apercibido que
sus vecinos de banco, hablaban a veces en francés y en
algunas ocasiones en español, lo cual había
despertado en ella cierta curiosidad. Giró un poco la
cabeza y al ver que seguían mirándola les
obsequió una sonrisa, Georges tomó la iniciativa e
inició una conversación.

-¿Es usted vienesa señorita?-
preguntó en francés.

-No, no lo soy, vivo en Graz, pero por mi trabajo vengo
con frecuencia a la capital, y ustedes ¿de dónde
son?, sin proponérmelo, les he oído hablar en dos
idiomas.

-Somos profesores universitarios en visita cultural, uno
es español, y el otro francés-, dijo Georges
mientras se ponía de pie y se acercaba al lugar donde se
hallaba sentada la muchacha.

-¿Es su primera visita a Viena?- preguntó
ésta.

-Si, no conocemos la ciudad, si no fuera por el plano
que compramos en el aeropuerto tendríamos dificultades
para movernos por ella, ya que ninguno de los dos hablamos
alemán-.

-Habla usted un buen francés señorita-,
dijo Felipe, que hasta el momento había permanecido en un
segundo término observando al decidido de su amigo
Georges.

-Agradezco el cumplido, lo aprendí en el
instituto La Fontaine-.

Felipe se levantó y se situó al lado de su
compañero, poco después, ambos se despedían
amablemente de la señorita, siguieron con su paseo hasta
llegar a la orilla del famoso y romántico río
Danubio, el segundo más largo de Europa,
que atravesando la Selva Negra seguía deslizándose
desde hacía siglos, lento y majestuoso en busca del lejano
Mar Negro en Rumania, tenía un constante trasiego de
embarcaciones, muchas de ellas transportando pesadas cargas, era
un medio económico y a la vez sumamente útil para
trasladar mercancías de un lado al otro del
país.

El mismo automóvil continuaba el seguimiento
silencioso y discreto de ambos visitantes, lo efectuaba a una
distancia prudencial, procurando pasar del todo
desapercibido.

Después de cenar en un restaurante cercano,
recibieron la llamada de Jacob Cohen, se hallaban en aquel
momento en la cafetería del hotel, éste les
confirmó que a la mañana siguiente les
pasaría a recoger para acompañarles a la entrevista
con Simón Wiesenthal.

Casualmente en una de las mesitas de la
cafetería, vieron sentada a la señorita que por la
tarde habían conversado breves momentos en los jardines
del Prater, ésta también pareció verles, les
hizo un gesto con la mano a modo de saludo, correspondido por
ambos con la cabeza. Georges se permitió una
pequeña chanza con Felipe: -Vamos Felipe, que al parecer
le has gustado a la muchacha, observa como te mira-.

-Georges, no te rías de mi, a mi edad las
muchachas jóvenes ya ni se fijan en mi-

-Pues mira por donde, juraría que viene hacia
acá-.

Efectivamente, la señorita se había
levantado llevando en la mano la taza del café con leche
que estaba tomando, al llegar a la altura de la mesa de los dos
amigos, se detuvo para decirles: -¿puedo
acompañarles mientras me tomo mi café?
-.

-Cómo no, siéntese por favor, encantados
de que nos acompañe-, dijo Felipe mientras se ponía
en pie y le acercaba una silla-.

-Discúlpenos señorita, no nos hemos
presentado, éste es Felipe Frutos, de Granada,
España y un servidor es Georges Pradel, de Montpellier,
Francia-.

-Mi nombre es Ingelor Krauss, de Graz, Austria-, dijo
esto último con una graciosa sonrisa al haber imitado la
fórmula de presentación utilizada por Georges. Los
dos amigos habían captado la fina ironía de la
muchacha y se echaron a reír al unísono.

Les confesó tener treinta y siete años, y
era secretaria de alta dirección en una sociedad de
import-export, era rubia natural y llevaba el pelo suelto sujeto
con una cinta elástica por encima de la frente
cayéndole el resto por la espalda, vestía
pantalón de terciopelo negro algo ajustado que
hacía resaltar unas bien torneadas piernas y caderas,
además de un suéter de lana fina con cuello alto de
color gris perla. Era realmente bella además de
atractiva.

Charlaron durante un buen rato de mil cosas, de sus
trabajos, de la familia, hasta que Ingelor les preguntó
por el motivo de su visita a la ciudad de Viena.

-Hemos venido por asuntos profesionales-, dijo
Felipe.

-¿A dar alguna conferencia?-, preguntó la
muchacha.

-No, estamos desarrollando una teoría sobre unos
hechos acaecidos hace muchísimos años-, repuso
Georges.

-Que interesante, y ¿sobre qué tema
trata?-.

Ambos amigos se miraron entre si, -trata sobre algunos
episodios del Imperio Austro Húngaro- añadió
Felipe evitando así hablar de la verdadera razón
que les había llevado hasta Viena.

Repentinamente la señorita Ingelor detuvo la
conversación, se levantó excusándose con
cierta precipitación, manifestando que el día
siguiente debía madrugar, desapareciendo a
continuación por la puerta de la cafetería que
enlazaba con el hall del hotel, no sin antes ver que un hombre
rubio y muy alto la había cogido del brazo tirando de
ella.

Georges y Felipe, se quedaron algo sorprendidos por la
repentina actitud de la muchacha, encogieron los hombros mientras
Georges decía, -nunca comprenderemos del todo a las
mujeres Felipe-.

-¿Te parece que nos retiremos a nuestras
habitaciones?-

-Es una buena idea, mañana nos espera un
día muy interesante, ardo en deseos de conocer a este
hombre mundialmente famoso por sus conocimientos sobre el
holocausto-.

-Igual te digo, veremos si puede darnos una luz a
nuestra investigación, algo me dice que tendremos suerte,
estoy esperanzado- dijo Felipe.

Ambos tomaron el ascensor para dirigirse a sus
habitaciones.

CAPÍTULO Xº

Alrededor de las nueve de la mañana, Felipe y su
compañero, se encontraron en el salón de desayunos
de la primera planta del Hotel Stephanie ,
eligieron una mesa junto a una ventana que daba a la calle
Taborstrasse.

Casi habían finalizado la primera colación
del día, cuando Felipe observó a través del
ventanal, que en la acera de enfrente estaba de pie la
señorita Ingelod que habían conocido el
día anterior. Le llamó la atención
especialmente que llevara un portafolios y vistiera con un traje
sastre oscuro, iba con la indumentaria clásica de
ejecutiva.

Estaba en una posición como si aguardara a
alguien, en breve espacio de tiempo consultó en un par de
ocasiones el reloj de pulsera, algunos minutos después un
Mercedes color plateado paró a su lado, se abrió la
puerta del acompañante del conductor descendiendo un
individuo de edad algo avanzada que se apoyaba en un
bastón y llevaba un monóculo en el ojo izquierdo, y
pelo cortado al cepillo, al que ésta saludó con
cierto aire de respeto, luego la muchacha abrió la puerta
trasera para que el hombre volviera a entrar en el
vehículo, haciéndolo también ella a
continuación.

Felipe comentó con Georges haber visto a la
muchacha a través de la ventana por puro azar. –Es
desde luego una casualidad las veces que hemos coincidido con esa
señorita-.

Caminaron hasta el lobby del hotel, Felipe se
dirigió al mostrador de recepción para solicitar
que le entregaran el paquete que había depositado el
día anterior en la caja fuerte, lo recogió,
comprobando que el precinto de cinta adhesiva estaba inalterado y
lo metió en el interior del maletín de
mano.

Regresó al saloncito donde había dejado su
compañero, estaba hablando con Jacob, éste acababa
de llegar, al verle, saludó a Felipe con moderada
efusión, hacía muchos años que ambos no se
veían.

Subieron al automóvil de Jacob para dirigirse al
número siete de la Rudolfsplatz,
santuario en el que vivía Simón Wiesenthal,
también conocido entre los judíos del mundo por el
sobrenombre de el; vengador. Durante el trayecto
ninguno de los tres se apercibió de que fueran seguidos a
discreta distancia por un automóvil.

En la puerta de la residencia había un cartel
metálico que rezaba :
DOKUMENTATIONSZENTRUM, y debajo las iniciales
B.J.V.N. (Federación de Víctimas
Judías del Régimen Nazi).

Jacob llamó al timbre de la puerta, se oyeron en
el interior algunas ruidosas pisadas acercarse a la misma, se
pudo oír el ruido de apertura de algún cerrojo y
como si retiraran alguna cadena, la puerta se entreabrió
apareciendo en el dintel de la misma un hombre alto y fornido
vestido de negro. Sin dejarlos entrar del todo, los
sometió a los tres a una minuciosa inspección, al
igual que haría un guarda de seguridad en una
instalación de alto secreto.

Se acercó otro ayudante igualmente vestido e
igual de fornido que el primero, a un movimiento de cabeza de su
compañero, les invitó a seguirle para conducirles a
través de un largo pasillo de paredes de cemento enlucido,
desnudo de todo tipo de elementos decorativos. Les condujo hasta
una doble sala, desprovista casi de mobiliario y moquetas, solo
contenía algunos archivadores metálicos con cajones
para expedientes y unas pocas sillas. Por una de las ventanas, se
veía la pared trasera de otra casa, era un lugar
sombrío y algo oscuro.

Otro estrecho corredor les llevó hasta a un
despacho particular, donde se encontraban Simón Wiesenthal
y el rabino Cohen.

Al verlos se levantaron de sus asientos, el señor
Wiesenthal con alguna dificultad debido a lo avanzado de su edad,
se ayudaba con un viejo bastón. Era un hombre que
mediría aproximadamente un metro y ochenta
centímetros, andaba ya ligeramente encorvado, tenía
una cara amable y acogedora(*), pisaba el suelo como
balanceándose y parecía que sostuviera una pesada
carga sobre sus hombros. Este hombre que ahora pesaría
algo más de noventa kilos, cuando fue liberado por los
aliados del campo de concentración nazi, no pesaba
más de cuarenta y dos kilos, era piel y huesos,
según confesó él mismo durante la extensa e
interesante conversación que mantuvieron.

El despacho del cazador de nazis se
respiraba el ambiente espartano que ya habían observado
por todo el recorrido realizado por la oficina. Contaba con una
larga mesa llena de papeles y libros y un par de ficheros de
cajones de madera bastante sobados por el tacto de las manos,
abarrotados de pequeñas fichas también sobadas,
cuatro sillas muy sencillas y un inelegante sofá en la
pared opuesta, la pared frontal a ésta, tenía una
larga fila de estanterías plagada de expedientes y libros.
La mayoría de los documentos que la mesa contenía,
pertenecían a expedientes cargados de
dramatismo.

Wiesenthal, era de cabeza grande y calva, cara alargada
y frente despejada, tenía ojos reflexivos, que sin embargo
llegaban a ser penetrantes, lucía un bigotito que junto a
la barriguita le daban apariencia de tendero. Más adelante
descubrieron que sabía ser oyente silencioso, pero cuando
hablaba solía dejarse llevar por la emoción
gesticulando con ligera vehemencia(**).

Tomaron asiento y el rabino Cohen efectuó las
presentaciones, Felipe dejó su maletín de mano en
el que llevaba el libro y las fotocopias del documento, en el
suelo junto a la silla que ocupaba.

-Para nosotros señor Wiesental es un honor que
nos haya permitido tener la oportunidad de conocerle
personalmente-, dijo Georges, -Era algo que anhelábamos
desde hacía años-.

El aludido asintió con un movimiento de cabeza
como agradeciendo el cumplido que el francés le
había expresado.

–Nos ha llevado hasta usted, la
casualidad-.

A través de Cohen, Wiesenthal estaba al corriente
de la personalidad de ambos visitantes, no era fácil
llegar a él, en especial por motivos de seguridad,
había sufrido más de un intento de atentado a su
persona y a sus instalaciones.

-Amigo Simón, el motivo de venir a visitarle a
usted, como ya le expliqué antes de que estos
señores llegaran, es para poder contar con su consejo y
colaboración en el intento desentrañar el contenido
de un raro documento que el doctor Frutos halló
casualmente en un antiguo libro adquirido recientemente-,
inició así la conversación el rabino
Cohen.

Wiesenthal, se quedó unos segundos con la mirada
que reflejaba concentración, se frotó con el dorso
de la mano una de sus mejillas, como si deseara comprobar el
rasurado de ésta. Respiró profundamente y
dirigiéndose a Felipe le dijo:.

-Podría ser de gran utilidad profesor, que me
contara con detalle todo, desde que adquirió el libro
hasta que han llegado ustedes a la puerta de esta oficina-. Dijo
esto con cierta parsimonia mirando a su interlocutor a los ojos.
–No omita detalles, por superfluos que puedan
parecerle-.

Felipe, carraspeó un poco para aclararse la voz,
estaba algo nervioso, se hallaba frente a un personaje
histórico, admirado por unos y odiado hasta la muerte por
otros.

-Verá señor Wiesenthal, todo comienza un
día que me desplacé, como tantos otros, a
Córdoba para curiosear entre las estanterías de
algunas antiguas librerías del barrio de la
judería, es una vieja costumbre mía que vengo
practicando desde hace bastantes años. El anciano librero,
propietario de una de las que visito con cierta frecuencia, ya me
conoce y me tiene dada toda libertad para poder fisgonear y
manejar los libros antiguos con que cuenta en sus
estanterías, sabe que soy un buen cliente y, que
además les doy un trato sumamente cuidadoso cuando los
manejo.

Después de haber ojeado varios, uno me
llamó particularmente mi atención por varios
motivos, las cubierta anterior, había sido forrada en fina
piel de color rojo, y las letras del título habían
sido impresas en relieve y doradas, extrañamente a pesar
de la antigüedad del mismo, mantenían éstas
una nitidez que le daba un sello distinto y distinguido de todos
los demás, estaba escrito en hebreo y el tema trataba
sobre la construcción de templos dedicados a
Yavé, me interesó y por eso le
adquirí, después de discutir largo tiempo su precio
con el librero.

Mas tarde al llegar a mi casa, me puse a hojearle
y……………………….

Felipe siguió contando con todo detalle, tal y
como Wiesenthal le había solicitado, dado a que ninguno de
los dos hablaba alemán, la conversación se
efectuó en hebreo, lengua que ambos visitantes dominaban.
Relató cuanto habían averiguado respecto al libro
hasta el momento. Casi una hora estuvo explicando, con
intervenciones puntuales de Georges, que ampliaba detalles de
algún pasaje que Felipe había omitido, o matizaba
el mismo. Los Cohen estuvieron en silencio todo el tiempo, pero
sumamente atentos.

Al finalizar Felipe la exposición, Wiesenthal se
quedó un buen rato silencioso y meditabundo con la mirada
perdida en el infinito de la habitación y las manos
entrecruzadas en su regazo. Se levantó con cierta
dificultad de la silla que ocupaba acercándose a uno de
los varios archivadores metálicos que habían
arrimados a la pared opuesta de la habitación. Los
presentes no le quitaban ojo de encima, estaban algo intrigados
por el silencio con que estuvo todo el tiempo escuchando mientras
Felipe le informaba.

Abrió uno de los cajones y sacó una
carpeta, luego pasó al archivador inmediato y sacó
otras dos más. Se los puso bajo el brazo y regresó
a su lugar.

Entiendo señores, por lo que me han informado
respecto a este libro y al famoso y extraño documento que
contenía oculto, que puede guardar cierta relación
con los tres expedientes que aquí traigo y que los
mantenía en el lugar que corresponde a la
clasificación que yo le denomino como : "casos sin
resolver".

-En el supuesto que diéramos por acertado el
dictamen que el experto que ustedes consultaron y
certificó que la encuadernación de la
contracubierta del libro no correspondía a la original de
la época en que éste fue editado, y a la que
llamaría ; segunda encuadernación,
asegurando a que ésta estaría entre los cincuenta o
sesenta últimos años, eso hace que debamos
remontarnos a la etapa de la segunda guerra mundial.

Por la experiencia que adquirí en los distintos
campos de exterminio en los que tuve el "honor"
de ser "invitado" por los nazis, me
permitió conocer a cientos de personas de toda
índole y condición con los que pude entablar largas
conversaciones, teníamos tiempo para ello mientras
aguardábamos a que nos aniquilaran como corderos, entre
ellos al rabino Cohen, con quien he mantenido desde entonces una
excelente y amistosa relación-.

-He sacado estos tres expedientes por que creo que de
algún modo guardan alguna relación con el relato
que acabo de oír de ustedes-. Se le notaba algo excitado,
respiró profundamente un par de veces para proseguir
hablando.

-Estos tres individuos-, dijo blandiendo los expedientes
en una de sus manos. –A pesar de no conocerse y estar en
campos distintos y muy distantes, coincidieron los tres en
contarme la misma historia-. Volvió hacer un alto y a
tomar aire, tosió un par de veces y prosiguió:.
–Los tres coinciden en explicarme por separado, y con gran
secreto, que determinadas familias judías, muy influyentes
y financieramente poderosas, con las que guardaban parentesco,
viendo que la situación judía en la Europa central
se estaba poniendo fea por momentos, por las constantes amenazas
antisemitas y serias insinuaciones del partido nazi entonces en
el poder, acordaron reunir y guardar un incalculable tesoro en
joyas, piedras preciosas, lingotes de metales preciosos, acciones
de grandes compañías, escrituras de propiedades,
etc., estas familias judías las había de francesas,
polacas, austriacas y holandesas y no se si alguna otra
más, pero al parecer depositaron estos tesoros en varias
cajas que fueron trasladadas secretamente, no se sabe donde,
hasta aguardar mejores tiempos.

Tengo el convencimiento de que esta historia contada por
esos tres individuos, que además es coincidente en muchos
puntos, por sentido común debiera haber sido de
algún modo reflejado en algún documento,
señalando el paradero final del escondite del que
bautizaría como: "El tesoro del Rey
David
", para poder ser recuperado en el momento
que hubiera seguridad para el pueblo judío.

Por eso no sería de extrañar, que ese
libro de usted fuera el portador secreto del documento que
hipotéticamente estos tres desgraciados citaban en sus
confesiones-.

-¿Confesiones?, dice usted-, preguntó
Georges.

-Si, eso dije. Entre los reclusos de los campos,
hubieron espías situados por los nazis, a pesar que
éstos eran también judíos, informaban a los
guardianes de cuanto oían y acontecía entre los
reclusos, con esa conducta, obtenían cierto trato de favor
de sus verdugos. Los desgraciados de estos expedientes, se les
ocurrió probablemente insinuar algún comentario
sobre este secreto familiar, éste llegaría al
conocimiento del jefe de campo, que inmediatamente
mandaría efectuarles un interrogatorio en toda regla, en
cuanto a intensidad y dureza. Probablemente estos tres
desgraciados no sabrían mucho del secreto familiar, pero
confesarían lo suficiente como para que alertaran al
servicio de información interno de la
GESTAPO y las SS, y
estos mantuvieran una alerta que con toda probabilidad
todavía hoy después de tantos años, mantenga
actualidad-.

-Su exposición es, yo diría que
sorprendente a la vez que aterradora, pero pone una pieza
más al puzzle que la casualidad nos ha hecho caer en las
manos, encaja bastante con la averiguación efectuada ayer
en París-, apuntó Felipe.

El rabino Cohen carraspeó como si tuviera
intención de tomar la palabra. -¿Cómo les
fue por París?-, preguntó.

Georges tomó la palabra; -Tuvimos la fortuna de
poder hablar con el hombre que había adquirido en una
subasta, un lote de libros entre los que estaba el que el
profesor Frutos adquirió en Córdoba-.

Felipe, en el entretanto hablaba su compañero,
sacó de su maletín el libro y las fotocopias del
documento. Entregó este al rabino que lo miró con
gran atención por todas sus partes, miró a Felipe
cuando llegó al interior de la contraportada y, vio que la
piel del forro de la misma estaba algo levantada.

-Aquí es donde estaba oculto el documento-,
significó el granadino.

A continuación el señor Cohen
entregó el libro a Wiesenthal, este también estuvo
observándolo minuciosamente, seguidamente preguntó
si llevaban el ya famoso documento que venía oculto en el
libro.

Felipe sacó las fotocopias y entregó una
de ellas a cada asistente.

Wiesenthal y los Cohen, estuvieron mirándolo con
gran atención bastantes minutos, en el entretanto Felipe y
Georges se dirigían de vez en cuanto, miradas
interrogativas. El silencio era casi palpable.

Unos minutos después Wiesenthal manifestaba:
-Tengo en Tel Aviv un gran amigo e íntimo colaborador en
mis investigaciones, está actualmente al frente de una de
las ramas del Mossad, disponen un departamento que investigan
claves cifradas y otros tipos de escrituras ideadas por la mente
humana, quizás ellos puedan ser capaces de descifrar el
misterio que este documento contiene-, Wiesenthal se quedó
mirando a sus dos visitantes observando su
reacción.

-¿Sugiere usted enviar este documento a Tel-Aviv
para su estudio?-, preguntó Georges.

-Si, pero solo si ustedes están de acuerdo en
ello, naturalmente-.

Georges miró a Felipe interrogante, este
tomó la palabra.

-Parece una buena idea, hemos llegado a un punto que me
puede más el misterio del continente que el contenido y la
dramática historia que pueda haber tras el, por que si al
final, si se lograra la interpretación y ésta
coincidiera con la teoría que se baraja, el contenido,
dicho de otra manera, el tesoro, no es nuestro y
de encontrarle debería ser restituido a sus verdaderos
propietarios o sus herederos, si los hay-.

-Muy razonable por su parte profesor-,
añadió el rabino Cohen con semblante de
satisfacción.

-Entonces, ¿asienten ustedes que este documento
sea transmitido a Tel Aviv?-, insistió
Wiesenthal.

-Si, no hay inconveniente alguno, en el entretanto
nosotros continuaremos las pesquisas iniciadas en Francia-,
afirmó Georges.

-Si les parece podría llevarlo mi propio hijo
Jacob, si usted no tiene inconveniente Simón-,
señaló el rabino Cohen.

-Inmejorable correo-, afirmó este.

Estuvieron todavía algo más de dos horas
hablando sobre el tema que les ocupaba. Alrededor del medio
día, a Felipe se le ocurrió invitar a los Cohen y
al señor Wiesenthal a almorzar en algún restaurante
de la ciudad. El cazador de nazis
agradeció la invitación pero declinó la
misma alegando que por su seguridad personal, hacía
años que había dejado de frecuentar lugares
públicos, temía por su vida, era consciente de que
sus enemigos no bajaban la guardia y le tenían en el punto
de mira, como ya en más de una ocasión le
habían demostrado. Los Cohen se solidarizaron con el y se
quedaron en la casa por un buen rato.

Wiesenthal mandó pedir un taxi por
teléfono para regresar a sus visitantes a su
hotel.

-No olvidaré nunca esta entrevista señor
Wiesenthal, ha sido para mi un gran honor haberle conocido y
haber sido acogido en su casa-, dijo Felipe.

-Siempre que usted me necesite estaré a su
disposición, profesor-.

Georges también se despidió de todos, en
unos minutos estaba en la puerta el taxi solicitado por
teléfono.

-Seguiremos en contacto, con las novedades que se
produzcan, que tengan ustedes un buen viaje-, dijo Wiesenthal,
mientras les acompañaba excepcionalmente hasta casi llegar
al umbral de la puerta de su oficina flanqueado por los
Cohen.

(*) (**) Fuente ; Joseph Wechsberg.

CAPÍTULO
XIº

Todas las conversaciones telefónicas entre los
Cohen, Wiesenthal, Felipe y Georges, habían sido
registradas, y posteriormente efectuadas copias que se
distribuyeron a diversos puntos geográficos para su
estudio y análisis.

Sobre la mesa del jefe de la policía de Hamburgo,
un correo especial depositó un sobre caqui acolchado
conteniendo un informe escrito y una pequeña cinta
magnética con grabaciones de conversaciones
telefónicas, con una etiqueta adherida que decía,
"Personal".

Georges y Felipe despidieron el taxi en la puerta del
hotel, pagaron la factura del mismo y después de retirar
su ligero equipaje de mano, tomaron otro taxi que estaba en la
parada de una de las esquinas de la
Taborstrasse.

-Al aeropuerto bitte-, dijo Felipe al
conductor.

El taxista del Opel Omega gris grafito, puso rumbo al
coqueto aeropuerto vienés de Schwechat. En menos de
treinta minutos el taxista salvó los 18 kilómetros
existentes desde la ciudad y se detuvo frente a la Terminal de
salidas internacionales. El mostrador de facturación de
Lufthansa tenía bastantes clientes
aguardando turno para facturar el equipaje y hacerse con la carta
de embarque, se pusieron en la cola aguardando a ser atendidos
por la empleada. Pocos minutos después vieron que al final
de la fila en que se hallaban, se encontraba la señorita
Ingelor que habían conocido en los jardines del Prater
vienés, coincidiendo con ella más tarde en la
cafetería de su hotel.

Felipe le hizo una señal de saludo con la mano
que ésta apercibió correspondiendo con una sonrisa,
Georges se acercó al final de la fila para invitarla a que
se posicionara con ellos, a lo que ésta asintió
gustosamente.

-Qué coincidencia señorita Ingelor, parece
que andemos persiguiéndonos-, le dijo en tono
simpático Felipe, dicho de paso sentía cierto no se
qué por aquella misteriosa y atractiva dama.

-Ciertamente, es una coincidencia fortuita, voy en viaje
de trabajo a París, y luego a Sevilla-, dijo la
muchacha.

-¿Es la primera vez que visita usted mi
país?- preguntó Felipe.

-Si, estoy muy interesada por conocerle, he leído
mucho sobre el y sobre su literatura e historia, pero no
había tenido la oportunidad de visitarlo, ahora
será el momento de poder ver una pequeña parte, ya
que solo dispondré de tres días de estancia en
Sevilla, y uno de ellos debo invertirlo en mi
trabajo-.

-Entonces haremos una buena parte del viaje en
compañía suya- añadió Felipe.
–Volamos a París, luego mi compañero
tomará un vuelo doméstico a Montpellier y, yo sigo
a Madrid para luego desplazarme hasta Granada, mi ciudad de
residencia habitual-.

Ingelor, tenía un encanto especial, era sumamente
femenina y algo coqueta, vestía con cierta austeridad sin
alejarse de la corriente moderna del momento, llevaba un libro
bajo el brazo, un maletín de viaje y una gabardina doblada
sobre el antebrazo, en la otra mano blandía el pasaporte y
el billete de avión.

-¿Qué lee usted?-, preguntó con
cierta curiosidad Georges.

– Una novela intrascendente de un autor
británico, Frederic Forsyth, he leído casi todo lo
que de el se ha publicado en alemán, me gusta mucho su
narrativa y como plantea la trama de sus novelas, suele estar
siempre muy bien documentado-.

– En su momento leí de este autor
"Chacal"-, repuso Georges –y le aseguro que
me impresionó en gran manera lo bien que describe algunas
de las escenas parisinas y la trama de la novela, años
después se supo que realmente hubo un intento de atentado
fallido al general Degaulle por un terrorista internacional al
que le llamaban Carlos cuya verdadera nacionalidad siempre fue un
misterio-.

Cogieron la carta de embarque y anduvieron juntos
acercándose al punto de control de pasaportes y equipajes
de mano.

El control de seguridad era bastante estricto, Felipe al
pasar su portafolios por la máquina de rayos X, un agente
de seguridad con uniforme verde oliva, cogió el
portafolios y conminó a éste a que le siguiera
hasta una mesa cercana, después de depositarlo sobre la
misma, le indicó a que procediera a abrirlo, Felipe
sorprendido abrió el maletín, en el entretanto
Georges y la señorita Ingelor pasaban el control de
seguridad vecino, intentaron acercarse a Felipe pero les fue
impedido el paso con cierta rudeza.

El agente se puso unos guantes blancos de algodón
y fue directo a coger el libro que Felipe llevaba todavía
envuelto en el papel plastificado.

Lo miró con inusitada atención,
ojeándolo con cuidado, se diría que solo le
interesaba del maletín ese objeto determinado, Felipe
comenzó a impacientarse, no comprendía el motivo de
aquella especie de registro, sin explicación
alguna.

El agente le hablaba en alemán, pero Felipe
tenía dificultad entenderle, había adquirido en su
juventud solo unas vagas nociones del idioma, no hablaba
alemán con suficiente fluidez como para mantener una
conversación, se dio la vuelta para pedir ayuda a sus dos
compañeros, en especial a Ingelor, estos acababan de
cruzar el control de equipajes de mano y al verle se acercaron a
la zona en la que se hallaba el granadino.

-¿Qué ocurre, le preguntó
Georges?-.

-No se, solo que después de pasar el control de
seguridad, el agente me ha indicado que le siguiera, me ha
ordenado abrir el maletín y ha cogido directamente el
libro que ahora está ojeando con tanta atención y
me está diciendo algo que no entiendo. Ingelod,
¿sería tan amable de preguntarle al agente que
desea?-.

La muchacha preguntó al agente el motivo del
registro, excusando a Felipe por no entenderle. El agente
respondió con sequedad.

-Dice que este libro es una antigüedad y debe
confiscarlo, a no ser que le muestre la factura de compra a
nombre de usted-.

-Pero, este libro es mío, yo entré ayer en
el país con el, lo compré en España hace
unas semanas y efectivamente tengo la factura de compra, pero no
suelo viajar con las facturas en el bolsillo de los objetos que
adquiero, nadie que yo conozca suele hacerlo-.

Ingelor transmitió al agente lo manifestado por
Felipe. Éste insistió en la confiscación del
libro, entregando al mismo tiempo un impreso para que fuera
rellenado por el propietario de éste.

Felipe insistió en el argumento de la propiedad
del libro, explicando al agente a través de su improvisada
intérprete, el modo en que fue adquirido, del estudio
histórico que efectuaban sobre el mismo, etcétera,
pero el agente seguía impertérrito a las
argumentaciones de Felipe, únicamente le señalaba
el impreso para que lo cumplimentara.

Llegado a un punto en que la situación se puso
realmente tensa, Georges se dirigió en inglés al
agente con talante bastante molesto y en voz alta -¡¡
Esto es un atropello, voy a llamar ahora mismo a mi embajada y a
la prensa, se va crear un conflicto internacional que se
acordará usted toda su vida!!-.

Los pasajeros que en aquellos momentos estaban cerca del
lugar, se detuvieron con curiosidad para ver que era lo que
ocurría, unos extranjeros alzaban la voz indignados a un
agente de seguridad de aduana. El agente, con el libro
todavía en la mano, dio media vuelta y entró en un
despacho de cristales opacos que había a pocos metros de
distancia, tardó unos cuatro minutos en regresar
acompañado de un oficial, un hombretón de unos
sesenta años, muy erguido con una larga cicatriz en una de
sus mejillas que le deformaban ostentosamente el
rostro.

-Les ruego señores disculpen el exceso de celo
del funcionario, no ha hecho otra cosa que cumplir con su deber,
pero deben ustedes saber que cuando se viaja con objetos de
cierta antigüedad, y no se lleva la factura de compra, es
necesario declarar su entrada en el país, con lo cual, de
haberlo usted efectuado ahora nos hubiésemos evitado esta
situación. No obstante y con el fin de no causarle
inconvenientes de tipo diplomático, les devolvemos el
objeto confiscado y pueden ustedes seguir su viaje-.

Le obsequió con saludo castrense y dando media
vuelta regresó a la oficina de la que había
salido.

Felipe se apresuró en meter de nuevo dentro del
maletín el libro y poner tierra por en medio del lugar,
junto con sus dos compañeros.

-Tu intervención ha sido muy oportuna Georges,
fundamental, creí que se quedaban con el
libro-.

Aprovechando un momento en que Ingelor les había
abandonado para ir a los aseos, Georges le dijo a Felipe;
-¿No te parece muy coincidente que solo a ti, te apartara
para mirar tu maletín y se fijara únicamente en el
libro que llevabas envuelto, menospreciando los demás
objetos que éste contenía?-.

-Si, ya lo había pensado, estoy seguro que lo que
nos explicó el rabino y después confirmó
Wiesenthal, sobre las escuchas telefónicas por parte de la
todavía existente "organización",
ha tenido algo que ver en este acto, lo afirmaría sobre
una Biblia-.

-Ni lo dudes, a partir de ahora deberemos ser
todavía más cautos, no confiar en nada ni en nadie,
y no hablar por teléfono de nada que concierna al
documento, mejor será comunicarnos por Internet o por
carta-.

-Estoy de acuerdo, así lo haremos-.

Ingelor estaba de regreso, había adquirido
algunas revistas en una de las Duty Free y un frasco de perfume
francés. –Huele usted muy bien-, le dijo Felipe
mientras olfateaba ostentosamente y bromeando a su
alrededor.

-Acabo de probar el perfume que compré en una de
las tiendas, ¿le gusta a usted?-.

-Es muy suave, a la vez que penetrante y sugestivo-,
respondió el profesor granadino, con tintes
galantes.

Georges observaba la escena esbozando una ligera sonrisa
de complicidad, cogió a su compañero del brazo y
casi arrastrándole le llevó a la puerta de
embarque, acababan de anunciar el vuelo LF-1007 a
París.

-Vamos galán, anuncian nuestro vuelo-.

Una hora y media después el vuelo procedente de
Viena tomaba tierra en el aeropuerto de Orly. Georges
aprovechó para llamar a Montpellier y avisar a Jaquie que
en unos cuarenta minutos salía su vuelo, una hora y quince
minutos más tarde podría recogerle en el
aeropuerto.

Felipe y Georges al despedirse acordaron contactarse por
Internet o vía fax, advirtiendo por teléfono
previamente su emisión, utilizando para ello la palabra
clave; Eureka, ésta significaría el envío
inmediato de un mensaje por mediación de fax y si la
respuesta del interlocutor era la misma, significaba que
podía ser emitido ya que su receptor se hallaría
junto al aparato para poder recoger el mensaje
inmediatamente.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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