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El Quijote o la revalorización de la desgracia humana (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

La modernidad entendida como entronización de la
razón, se ve doblemente confrontada. En primer lugar, con
la "sinrazón de la razón" de Alonso Quijano o
Quesada, que aún estando aparentemente cuerdo, tiene un
débil por las "intrincadas razones" de la prosa de
Feliciano de Silva y, en segundo lugar, es enfrentada por la
"razón de la sinrazón" del mismo Don Quijote que
atesora en su cabeza pensamientos disparatados.

Pero con el hecho de emplazar la razón, se
resalta algo más. Aunque de manera todavía
débil, apenas incipiente, Cervantes da un enorme empuje a
la secularización de la razón frente a una
razón teologizada o, más bien,
clericalizada.

El gusto por afirmar la locura como parte de la
condición humana en sí, en todo el abanico de sus
ridiculeces y limitaciones, conducta considerada al tiempo de
Cervantes como sinónimo de degeneración humana, y
el atrevimiento de afirmarla frente a los prejuicios religiosos y
sociales que la juzgaban como un problema moral, teológico
o espiritual, convierte la locura de Don Quijote no sólo
en un estado salvífico de quien como Alonso Quijano o
Quesada se encuentra en un momento crítico de su vida,
estado de ánimo comprensible para quien alcanza una etapa
otoñal, sino que trata la locura como algo
aceptable.

Gracias a El Quijote el desvarío de la
naturaleza humana se ha vuelto más social y, sobre todo,
más secular, paso muy importante para que la medicina y la
psiquiatría pudieran a continuación ocuparse de un
trastorno que hasta entonces formaba parte del catálogo de
la demonología imperante en la cultura.

El plan de Cervantes es manifestar que aún las
personas cuerdas, llevan algo de loco dentro de sí. Alonso
Quijano no estaba totalmente loco, pero tampoco estaba totalmente
sano. Aunque Quijano o Quesada es un hombre erudito (había
vendido "muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar
libros de caballerías en que leer"), más cuerdo que
ningún hombre cuando versa sobre temas liberales, su otro
yo, el Quijote, está impresionadamente loco cuando se
ocupaba de asuntos de ficción. Al fin de cuentas, cada uno
prevalece sobre el otro según los requerimientos del
momento.

Podemos conjeturar que en la figura de Don Quijote,
Cervantes alza su voz contra el trato que se reserva en su tiempo
a los enfermos mentales y contra una teología que
sostenía esas prácticas inhumanas bajo el pretexto
de la ortodoxia religiosa.

De repente, en efecto, la locura se vuelve galopante,
andante, bajo la forma literaria de un caballero chiflado que no
distingue el cartón de su escudo y armadura de las corazas
reales. Cervantes disfraza a Don Quijote de un auténtico
loco que anda haciendo disparates. De un loco que no deja de ser
necio, en algunas ocasiones; aturdido y desquiciado en otras,
pero siempre desconcertante. Pues sólo a un loco se le
puede ocurrir velar toda la noche armas que no sirven y que, por
lo mismo, no valen nada.

De aquí que el mismo Cervantes dude que Don
Quijote haya tenido sesos alguna vez. Pero estas extravagancias
tienen el mérito de volver aceptable la locura, que hasta
entonces era lo atrevido, objeto de persecución, de
tortura y de excomunión, por parte de su
época.

Está claro que a Alonso Quijano se le seco
temporalmente el cerebro. La personalidad descabellada que asume,
posiblemente expresión de la crisis de los cincuenta como
señalamos, ha sido objeto de escudriñamiento
psiquiátrico que ha sacado a relucir varios trastornos en
el Caballero de la Triste Figura (¿un apodo de la
melancolía o de lo que hoy denominamos
depresión?).

Para el DSMIV (R), Alonso Quijano o Quesada y el hidalgo
que lo habita, presenta varios trastornos de personalidad. Desde
rasgos paranoides, hasta características esenciales de la
personalidad obsesiva-compulsiva, histriónica y,
finalmente, narcisista.

Además, la psiquiatría no ha dudado sobre
el carácter ilusorio de sus ideas relacionadas con las
caballerías que más bien clasifica como
alucinaciones, ideas fijas, delirios y racionalizaciones como
resultado de una percepción inadecuada de los
estímulos provenientes de sus lecturas. Ya el mero hecho
de leer sólo obras de caballerías es señal
de fijación.

En el caso del Sr. Quijada o Quesada no es que el mucho
leer novelas lo haya llevado a la locura, sino que una forma
incipiente de locura lo llevó a leer muchas novelas.
Queda, sin embargo la duda de si enloqueció de tantas
lecturas o de si optó por la sabiduría de la
locura.

Por su parte, los trastornos de Don Quijote no parecen
crónicos pero si contagiosos. En efecto, su
compañero, Sancho Panza, que encarna la visión
realista y pragmática de la vida, no sale bien parado, y
puesto que el que con locos anda a loquear aprende, el cuerdo por
excelencia, queda un poco tocado al final de las aventuras,
mientras Don Quijote, según se narra en el capitulo
primero de la segunda parte, en ocasión de su enfermedad,
pareció al cura, al barbero, a la sobrina, al ama de casa
y a nosotros todos, dotado no sólo de discreción y
de palabras elegantes, sino de mucho juicio al punto que ellos y
nosotros llegamos a creer que finalmente estaba del todo bueno,
pero que, con desilusión de todos, al poco tiempo
recuperó a sus tremendos disparates.

Y aunque Don Quijote padece delirios y alucinaciones,
cree en encantamientos, pomadas mágicas y filtros de amor
y practica ritos de iniciación y no parece salir de su
locura, no está, sin embargo, poseído por el
demonio. De esta manera, Cervantes ridiculiza el saber
eclesiástico, la teología de entonces, sobre la
mente del hombre. Estar loco ya no equivale a tener pactos con el
diablo.

Como hombre de fino entendimiento que había visto
y viajado mucho, Cervantes, de quien sabemos que "leía
hasta los papeles que encontraba en la calle", inteligente,
agudo, de gran memoria y de amplio conocimiento de la literatura
italiana y española, tenía muy buen conocimiento de
la cultura de su época y debió, seguramente, tener
noticias de una alegoría del siglo anterior, "La
Curación de la Locura", el cuadro impactante del pintor
holandés Hieronymus Bosch, el Bosco, católico
ferviente y miembro de la Hermandad de Nuestra Señora,
preocupado a tal punto por el pecado que aborda el tema de la
locura a través de la iconografía
demoníaca.

Cervantes debe haber conocido el Malleus
Maleficarum
, ensayo de demonología escrito por los
monjes dominicos Johan Spencer y Heinrich Kraemer donde se
recomendaba el uso de la tortura y, si era necesario, la muerte
de quienes padecían trastornos mentales o
satánicos.

Cervantes conocía o tenía noticia de la
obra sombría de Sebastián Brant, "La Nave de los
Locos" (Das Narrenshiff), publicada en 1499, seis
años antes de la aparición de la primera parte de
su libro, donde se satiriza el desatino y la estupidez humana y
de esta manera se juega con la concepción de la locura de
la época.

Conocía igualmente las deplorables acciones de la
Inquisición, que bajo supuestas acusaciones de
brujería o de marcas diabólicas que no pasaban de
ser simples lunares y manchas de la piel, procedía a la
tortura de la víctima y a la horca, si era el caso, para
obtener la confesión y la salvación de su
alma.

Ochenta años antes de la aparición de Don
Quijote en la escena cultural, Luis Vives, había
intervenido a favor de los enfermos mentales pidiendo un trato
compasivo para ellos. Cervantes trata la locura con ternura que
deriva de su sentido del humor.

Y sobre todo, conocía, por supuesto, la peligrosa
obra de Erasmo de Rótterdam, el Morias enkomion,
el Elogio de la locura, o de la necedad, en latín, id
est stultitia laus
, escrito hacia el 1511, introducido en
España un siglo antes de la muerte de Cervantes, por
Hernando de Colón en 1516. Obra incluida por la iglesia
oficial en el Index o Índice de los libros
prohibidos, junto con todas sus obras, en el 1599.

El Elogio de la locura, influida por la
tradición de la Nave de los Locos, repercute, a
su vez en los grandes humanistas que precedieron a Cervantes en
las letras, sobre todo en la época del reinado de Carlos I
(o Carlos V emperador del Sacro Imperio Romano (1516-1558): en
Luis Vives, que ya mencionamos, Alfonso Valdés, Alonso de
Fonseca, Alonso Manrique, y en Fray Luis de León. Este
último castigado por la Inquisición a pasar en
cárcel cinco años de su vida (de 1572 a
1577).

Pero a la defensa de la locura, Cervantes une una
sofisticada crítica a la razón que lo coloca en los
albores de la postmodernidad. ¿En qué consiste la
postmodernidad de Cervantes? Consiste en el encuentro con la
realidad del hombre pero no desde la poderosa cualidad de la
razón, que entonces estaba aumentado sus bonos, sino desde
la fragilidad de su humanidad, precaria, limitada,
defectuosa.

A este propósito, la locura no muestra la
depravación del hombre, sino su humanidad. Cervantes no la
describe como un trastorno moral, sino que adopta una actitud muy
humana ante la locura, que produce cierto respaldo ante la vida y
frente a los prejuicios sociales.

Cervantes no idealiza la naturaleza humana, como hacen
los escritores de novelas bucólicas o de
caballerías, ni la deforma, como acontece en la novela
picaresca o de evasión de su época. No mutila, sino
que presenta lo humano en toda su gama de debilidades y
flaquezas.

Realiza un autentico elogio de lo humano. La locura de
este ser "rematado en el juicio" es admirablemente humana. Es
motivo de gozo. En algún sentido también es
sapiencial, pues ayuda a vivir a un hombre ocioso que
probablemente atraviesa una crisis de falta de sentido.
Así, para beneficio de todos, uno de los personajes
más inolvidables y admirados en la historia es un
demente.

Al resignificar la locura, las pendencias, los
engaños y los desengaños, los pensamientos
desvariados, las batallas y las quimeras, los peligros y las
alucinaciones, las adversidades y los altibajos, en otras
palabras, los garrotazos de la vida adquieren una nueva
consideración filosófica: la vida en sí no
es algo desastroso. O bien, es un desastre tremendamente
humano.

Pero, además, con El Quijote queda bien
demostrado que, a fin de cuentas, aquellos que tienen sobrada
razón, el cura, el barbero, y todos los personajes que
gravitan en torno al Caballero de la Triste Figura, no son
capaces de innovar la vida. Es la locura y no la gran
fábrica de ilusiones de la razón, la que se erige
en defensa de la vida.

La locura es una forma de resistencia o de reciedumbre.
El loco tiene su manera para postergar u olvidar lo que
daña. La cordura, y no se ofendan los cuerdos, no
sobrelleva fácilmente la inclemencia de la vida. De
aquí que un toque de locura, de hecho Don Quijote no era
loco al cien por ciento, nos ayuda a encarar las adversidades
diarias. La locura, efectivamente, suaviza la atención que
la razón presta excesivamente a la dureza de la vida y
enseña a practicar una desatención
saludable.

La locura es un rompeolas contra el excesivo recurso a
la razón, que es la verdadera calamidad de la cultura
occidental. Cervantes en tono humorista se burla de los
racionalistas, los ridiculiza desde la locura de Don Quijote y da
a entender que la locura no sólo es cómica y motivo
de narraciones graciosas y de gran entretenimiento, sino que la
locura es también motivo de inspiración. Exaltando
la locura, Cervantes satiriza la megalomanía de la
razón y reconoce a la humanidad no sólo el derecho
a ser un poco loca, sino que humaniza la locura y, en esta
medida, revaloriza la vida entera.

 

 

Autor:

Dr. Ricardo Peter

[1] J. García Soriano, J.
García Morales, Guía del lector del Quijote, p.
66, en: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Aguilar,
México, 1991

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