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Recuerdos no olvidados (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Raúl Quintana fue algo más que cronista en el oficio al cual ha hecho aportes valiosísimos. En más de una ocasión se convirtió en protagonista que no deja de empuñar la pluma como cronista o reportero. Desde antes del período de la lucha contra Batista, estuvo identificado con Fidel Castro y conoció muy de cerca las primicias periodísticas del líder estudiantil universitario, de su agudo sentido del periodismo como trinchera de ideas y de su línea política incorruptible (Ver epígrafes "Dónde y cómo conocí a Fidel" y "65 jornadas heroicas". N. del E.).

Como ya dijimos, además de cronista, nuestro autor es protagonista del periodismo revolucionario. Con un reportero gráfico monta en un avión y se va a Isla de Pinos a entrevistar a Fidel tan pronto el líder sale del presidio, amnistiado, por la acción del Moncada.

Durante el 9 de abril de 1958 y cuando ya los genízaros asesinaban a los jefes y militantes del movimiento huelguístico, afronta entre otros, el riesgo de perder la dirección del noticiero de una radioemisora cuyo propietario era batistiano, y con Wilfredo Rodríguez Cárdenas, Paquito Villalta y otros compañeros, se involucra en la difusión de un disco con una exhortación en apoyo de la huelga (Ver epígrafe: "El 9 de abril: un disco subversivo". (N. del E.)

En marzo de ese mismo año 1958, aparenta ante la gerencia del Circuito Nacional Cubano un viaje a New York. Se pierde un mes, consigue una grabadora y sin ningún equipaje llega a Santiago de Cuba. Desde allí y después de peligrosas peripecias asciende hasta la Sierra Maestra, se entrevista con el Che y otros jefes de la insurrección y testifica y vive el rigor de la vida guerrillera en la montaña (Ver epígrafes: "Camino de la Sierra", "Cómo conocí al Che", "Mi visita a Radio Rebelde en Alto de Conrado", "Los primeros de Radio Rebelde" y "El regreso". N. del E.).

Hoy, ya septuagenario (estas "Palabras Introductorias" fueron escritas en la segunda mitad de la década de los ochenta del pasado siglo. N. del E.), este militante comunista, que no se queja cuando se le carga de tareas partidarias y que mantiene con vitalidad su vida laboral, es ejemplo para el periodismo revolucionario. Y es desde luego, lección viva de que para el hombre verdadero y revolucionario, la razón de vivir no estriba en las riquezas materiales, sino en los valores morales, en la satisfacción del espíritu y en el disfrute pleno de la dignidad que la Revolución rescató para nuestro pueblo.

Es esa dignidad la que no debe desaparecer jamás del corazón y la mente de ningún cubano, porque fue, al fin logrado, esencia y objetivo de lucha de José Martí, a quien todos debemos lealtad eterna.

Los apuntes que hace Raúl Quintana Pérez en esta obra – escritos como quería Mariátegui…"…de las ideas y las cosas en fórmulas concisas y concretas"- realzan el valor histórico de su contenido. Estamos seguros que su lectura no defraudará el interés de ninguno de nuestros periodistas (1).

Por qué y cómo lo hice

¿Por qué me dediqué al periodismo? Quizás por la casualidad. Fue el primer empleo serio y de perspectiva que obtuve a través y por recomendación de un amigo que era como de la familia., cuando contaba con trece años de edad. Entonces no se exigía haber cumplido los 17 años, ni el carné de identidad había sido creado Bastaba que alguien lo recomendara y estuviera dispuesto a laborar 8 horas o más por cuatro o cinco pesos a la semana.

No recuerdo que mes corría del año 1924. El puesto de trabajo que obtuve era lo que en esa época se llamaba: mensajero. Y el lugar la redacción del periódico "Heraldo de Cuba que radicaba en la esquina de las calles Manrique y Virtudes, donde luego se estableció el diario "El Crisol" y al triunfo de la Revolución la denominada Imprenta Nacional bajo la dirección del afamado escritor Alejo Carpentier. (2)

Anteriormente había laborado como dependiente auxiliar de una pequeña tienda de ropa y venta de abalorios en la Calzada de Infanta, Mi jornada laboral en el periódico se iniciaba con la limpieza del establecimiento, que afortunadamente no era muy grande. El patrono, don Isidoro, era lo que hoy se llamaría "buena gente"

En la redacción del "Heraldo de Cuba" comencé a codearme con figuras intelectuales que quedaron grabadas de forma indeleble en la historia del periodismo y la literatura como Manuel Márquez Sterling, maestro de periodistas, ex embajador de Cuba en México y defensor del Presidente Madero, a quien entonces asesinaron por rivalidades políticas en la entonces agitada tierra mexicana; Mariano Pérez Acevedo, el artífice de los editoriales del diario, que hablaban de todo y no se comprometían con nada, así como Luís Gómez Wangüemert, Armando Leyva, Arturo Alfonso Roselló, Miguel de Marcos, Andrés Núñez Olano, Enrique Serpa, Jesús González Scarpetta, y tantos otros que escapan a mi memoria y a mi imperdonable error de no haber archivado datos para la historia.

Hacer mandados, atender los teléfonos de la redacción, tomar recados, llevar decenas de limonadas cada semana a Manuel Márquez Sterling, las que ingería mientras redactaba su ácida columna "Manuel Márquez Sterling dice…" y particularmente en fijarme en lo que hacían los demás con la esperanza-en tanto practicaba la mecanografía en mis tiempos de ocio- de llegar a ser un escritor.

¿Por qué me dediqué al periodismo?….No sé, quizás por vocación espontánea o por destino. Pero, ya al cabo de cuatro años,-apenas había arribados a los 17 años- me había ganado un carné de repórter auxiliar que recibí pleno de orgullo de manos del director entonces, Chamaco Longoria, periodista mexicano exiliado en Cuba por azares de la política de su país.

Cierto que cuando cursaba el quinto y sexto grado en una escuela pública gratuita-obtenía regularmente cien puntos en los exámenes de la asignatura de lenguaje-así se llamaba entonces al estudio del idioma-sobre todo en las pruebas de narraciones históricas o descriptivas. Y ello compensaba mi baja puntuación en matemáticas.

Sin embargo es oportuno señalar-rememorando aquellos años-que mi verdadera vocación, era hacia la abogacía. Mis tíos, muy optimistas, me decían

–Tú deberías de estudiar para abogado o diplomático. Es para lo que tienes condiciones…"

Pero no fui ni una cosa ni otra. A los 11 años había aprobado el sexto grado. Entonces no se podía ingresar en el Instituto a cursar el bachillerato hasta los 13 años cumplidos. Y me vi. obligado a repetir dos cursos más el sexto grado para cumplir ese requisito. Al fin podía gestionar mi ingreso. Pero-estos peros siempre insalvables e inoportunos- otras razones frustraron mi tan anhelada aspiración. La situación económica de mi familia compuesta por siete hermanos más, algunos pequeños, y mi padre de oficio carpintero y con empleos inestables y mal pagados, me obligaron imperativamente a trabajar para aliviar las escaseces hogareñas. El bachillerato, que tanto deseaba iniciar, quedó como un empeño frustrado.

Años después pasé a laborar como repórter en el diario "Información", en una época en que muchos periódicos se vendían a un centavo el ejemplar. Era el sombrío reflejo de una crisis económica mundial y de una dictadura sangrienta en el poder– la de Gerardo Machado, el "asno con garras", como lo calificara acertadamente Rubén Martínez Villena– que tenía sumido al país en la miseria, la corrupción y la persecución contra sus opositores, que eran el pueblo todo.

Transcurría el año 1931. Se había desatado una campaña de terror oficial en toda la nación. Trabajadores y estudiantes, hermanados en lucha heroica, realizaban huelgas, acciones vindicativas y sabotajes contra el régimen. Surgían organizaciones revolucionarias clandestinas, se creaban células de las mismas en los centros de trabajo y estudiantiles, para combatir la tiranía, se hacían colectas públicas para recaudar fondos para la lucha y se distribuían publicaciones clandestinas antimachadistas.

Recuerdo que en esa época, Eduardo Abela, uno de nuestros más destacados artistas del pincel y la pluma, el inolvidable creador del "Bobo", era uno de los más activos propagandistas de la organización ABC, desviada luego hacia posiciones francamente fascistas. Éste semanalmente me entregaba un paquete de volantes y publicaciones para distribuirlas en el barrio donde residía, en la calle Cárdenas, próximo a la Estación Central de Ferrocarriles.

El diario "Información" acababa de salir a la luz bajo el mando autoritario del catalán Santiago Claret y de su hermano Joaquín. Allí me situaron en la crónica roja o la denominada policíaca, que ponía en letras de molde y con ribetes de cierto sensacionalismo, todo hecho de sangre o delictivo que se produjera como asesinatos, suicidios, asaltos y robos, violaciones y todo lo demás que pudiera imaginarse y estimulara la morbosidad de los lectores.

Un año más tarde se me presentó la oportunidad de lograr un ascenso apreciable en la profesión. El jefe de redacción, Raúl Ortega, uno de los periodistas más completos que he conocido y del que aprendí mucho sobre todo en emplanaje tipográfico, me recomendó a la dirección para cubrir la plaza vacante de jefe de información. Pero mi lógica aspiración estalló como pompa de jabón barato. El director, Santiago Claret, me anuló con un argumento para él irrebatible:

-No es posible Ortega-fue su respuesta tajante- pues es demasiado joven.

Acaba de cumplir los 21 años. Desventajas de una época en que se subestimaban los valores de la juventud, cuando cientos de ellos ofrendaban sus vidas en los combates heroicos contra la tiranía machadista.

Y seguí narrando asesinatos, suicidios, robos y todas esas cosas que podían servir, a mentes perturbadas proclives a la imitación morbosa.

Mientras tanto, la situación política y social de la nación, bajo la dictadura de quien se ganó el apelativo de "El carnicero de Santa Clara", era ya insostenible. Crímenes, saqueo del tesoro público, corrupción administrativa y sometimiento al imperialismo yanqui, eran las características del gobierno de Machado.

El hambre en las masas desesperadas y el incremento de las luchas de los trabajadores, profesionales, estudiantes y campesinos, estalló en una huelga general que puso en fuga al déspota y a toda su corte de esbirros, asesinos y ladrones. (3)

El 12 de agosto de 1933, esa fecha inolvidable, presencié entre otras tantas escenas de reacción popular, el saqueo e incendio del que fuera mi primer centro de trabajo periodístico, el "Heraldo de Cuba". Este diario se había convertido en los últimos años en un portavoz y generador de alabanzas desmesuradas de Machado y al cual había puesto bajo la dirección de su hermano Carlos.

Tuve ese día el sorpresivo privilegio, cuando presenciaba la vindicativa acción popular contra aquella sentina, de ver como el buró que había sido años atrás uno de mis instrumentos de trabajo, caía desde una ventana del tercer piso del edificio a la calle y se destrozaba contra el asfalto. Lo conocí por unas marcas de identificación que yo le había hecho para impedir que los compañeros de trabajo me lo cambiaran.

Después, destino de los periodistas de entonces, fui pasando de una redacción a otras, en procura de mejores salarios. En esa época el sueldo de un periodista, no importaba si era de primera o de segunda categoría o los años que llevara en la profesión o sus conocimientos o experiencia, era de 16 pesos semanales, algo que los reporteros de hoy es posible que pongan en duda. Lo cierto es que los que sufrimos esa explotación, jamás la olvidaremos.

¿Podía vivirse con ese sueldo? Claro que no se podía. Pero la consigna de los patronos era:

-El resto tienen ustedes que buscárselo gestionando "botellas" en los ministerios (Se denominaban así a los salarios cobrados en organismos estatales, sin necesidad de trabajar. N. del E.)

Así se lanzaba a los trabajadores de la prensa-tanto impresa como radial-con las naturales excepciones, a un peregrinaje desventurado por los despachos de los ministros clamando por un puesto que compensara su precaria situación económica. Y ello los obligaba a poner en venta su libertad de expresión y su dignidad.

Laboré en todo ese largo período hasta 1959, en diversas fechas, en la segunda etapa de "Información", así como en los diarios "Avance", "Diario de la Marina", "Excélsior-El País", "Alerta" y "La Calle". Igualmente en los noticieros de las emisoras radiales Cadena Oriental de Radio y Circuito Nacional Cubano (CNC Reloj de Cuba) donde ocupaba el cargo de subdirector de los noticieros.

Creer o no creer…pero cierto

El tiempo pasado siempre fue peor, aunque algunos no estén de acuerdo. No debemos analizar sólo el aspecto económico, o sea los ingresos obtenidos en determinadas épocas, que representan abismales diferencias. Es preciso para comprender nuestra afirmación situarse en cada etapa de desarrollo o retroceso de la seudo república que padecimos durante más de medio siglo. (4)

Cuando, recordando épocas hundidas en ese tiempo pasado que fue siempre peor, he relatado a mis hijos y nietos y hasta a algunos periodistas de la nueva generación algunos de los episodios vividos en mis más de 50 años de labor profesional (recordemos que el libro se terminó de escribir en 1989.N. del E.), entre tinta y papel o micrófonos y grabadoras, he observado en sus rostros una sonrisa de descreimiento y un sentimiento de duda. Y hasta cierto punto he considerado que pueden tener alguna razón, pues quien no los ha vivido, más bien sufrido, es lógico que sospeche alguna exageración.

En alguna parte de estos relatos he señalado que el primer sueldo, en plena crisis económica capitalista aquella posterior a 1929-, era de cinco pesos semanales. Era el único salario fijo que entraba en mi hogar para atender a siete hermanos más, reforzado en pocas ocasiones que obtenía mi padre realizando los trabajos más humildes, por cuenta propia, como decimos ahora, pues carecía de empleo, como cientos de miles de habitantes más de esta isla infortunada en el pasado.

Recuerdo que cuando trabajaba como reportero en el diario "Información" en 1931-ubicado entonces en el propio edificio que ocupaba el "Diario de la Marina", en Prado y Teniente Rey, frente al Capitolio Nacional, posteriormente Academia de Ciencias de Cuba- solía dirigirme a mi hogar en la calle Cárdenas, a 10 o 12 cuadras, a la hora que debía ser la del almuerzo. No ignoraba lo que iba a encontrar: un vaso de agua con azúcar prieta. Y ello, gracias a que unos parientes ricos que vivían en el interior, nos enviaban de vez en cuando, un saco del dulce y reconfortante producto.

-¿Y para tomar sólo este almuerzo-me decía acongojada mi madre-haces esta caminata, hijo?

– Lo hago-le respondí- porque no quiero que mis compañeros se enteren de que no almuerzo.

Hoy la Revolución ha borrado un vocablo, que siempre y de forma permanente constituía una amenaza inhumana sobre las familias de precarios ingresos: el desahucio.

Cuando se firmaba un contrato de alquiler de una vivienda- no importaba que fuera una residencia o una humilde habitación- una cláusula aparecía intercalada como espada filosa pendiente sobre la tranquilidad hogareña: se aceptaba el desalojo de la vivienda por el inquilino sin derecho a reclamación alguna en el momento en el momento que lo determinara el propietario o por falta de pago de unas mensualidades. (5)

En esa misma época, con tales mermados ingresos, resultaba imposible abonar la renta mensual que se exigía por adelantado. Y era inevitable recibir la visita del alguacil del juzgado, con una cartapacio de papeles, entre los cuales figuraba en primer término, la orden inmediata de desahucio. Es decir, los muebles a la calle. Y luego, a buscar donde llevarlos.

Pero había un recurso- hoy a mí mismo me parece increíble que tuviéramos que apelar a él- y que consistía en que lo único que podía detener legalmente el desahucio era la presencia de un enfermo. En reiteradas ocasiones se vio mi familia obligada esa estratagema. Una hermana se prestaba a ello voluntariamente y con un gran sentido de actriz, se metía en la cama y simulaba con quejidos, fuertes dolores.

Y el inexpresivo empleado del juzgado, al fin una víctima más de aquella sociedad deshumanizada, explicaba:

– No puedo realizar el desahucio en estas condiciones. Espero que dentro de algunos días se sienta mejor la enferma.

Se iniciaba entonces una nueva tragedia: había que buscar una nueva vivienda. Pero, ¿cómo y con qué?

– Tenemos que buscar una casa con un alquiler más reducido- dijo una de mis hermanas.

-¿Para qué? – le respondí en el acto- Busquemos al contrario una casa más cómoda, más grande, no importa la cuantía del alquiler. Si en definitiva no podremos pagar la renta, es preferible vivir un poco mejor. De todas maneras allí también nos van a desalojar dentro de unos meses si nuestra situación no cambia.

Poco a poco, la situación fue cambiando y nuestra economía se estabilizó. Dejando atrás esos episodios cargados de pesares y humillaciones. Pasaron los años, el mayor se hizo médico, otro se hizo técnico de radio y un tercero se graduó de contador. Yo había logrado crearme una posición en el periodismo y en la década del 50 hubo ocasiones en que laboraba en dos o tres periódicos o emisoras de radio simultáneamente. Y llegué a acumular un ingreso mensual que fluctuaba entre 900 y 950 pesos (En aquella época en Cuba el peso cubano era equivalente al dólar. N. del E.)

Arribó 1959 y el triunfo revolucionario. Comenzó la campaña contrarrevolucionaria de los dueños de empresas periodísticas y la fuga de éstos a los Estados Unidos y Venezuela, principalmente, y el abandono de sus talleres.

Las medidas revolucionarias, ante la desvergonzada actitud de los empresarios periodísticos, crearon nuevas condiciones en el campo editorial. Y aquellas sentinas desaparecieron barridas por la Revolución. Todo ello afectó naturalmente al sector. Los más flojos y serviles se refugiaron en las faldas del enemigo. Los que sentíamos de verdad y acatábamos con satisfacción las grandes transformaciones sociales y económicas que se producían aceleradamente a favor de las grandes mayorías, nos mantuvimos firmes.

Esos cambios, consecuencia lógica de una nueva situación, afectaron mis ingresos en pocos meses. Mi salario a partir de 1961 se redujo a menos de 300 pesos mensuales. La merma era superior a los 600 pesos (Aunque el autor no lo aclare, el renunció voluntariamente a ese salario histórico al que tenía derecho y se le reconocía, lo que realza su gesto. N. del E.)

Pese a lo expuesto sigo creyendo, sigo creyendo que el tiempo pasado fue peor. Bien merece la pena esa caída de los ingresos ante las extraordinarias transformaciones socio-económicas que hoy disfruta todo nuestro pueblo, del que formo parte con orgullo: saber, comprobar y sentir que ahora se vive en esta Isla- ya no infortunada- con dignidad plan, respeto y seguridad presente y porvenir para nuestros hijos y nietos.

Mi actitud consecuente con los principios revolucionarios y marxistas-leninistas tuvo su compensación: uno de los momentos de más grata y emotiva recordación en mi trayectoria profesional fue cuando en acto solemne e inolvidable, laborando en la emisora internacional de onda corta Radio Habana-Cuba, me entregaron el carné del Partido Comunista de Cuba, hace más de 20 años (Hasta su jubilación, poco antes de su muerte, se desempeñaba como jefe del Departamento de emisiones en Aymara y Quechua, junto con un colectivo de bolivianos. N. del E.)

Y cosa curiosa, me viene a la mente un episodio ocurrido en los años 30 cuando imponía el terror y su poder absolutista en La Habana el siniestro coronel y luego general, José Eleuterio Pedraza. Laboraba yo entonces en el periódico "Avance", dirigido entonces por el doctor Oscar Zayas Portela. Y llegó a mi conocimiento, a través de amigos revolucionarios, que había sido detenido un combatiente clandestino. Si la memoria no me falla, me parece era de apellido Feria. Era preciso publicar que se hallaba detenido como única posibilidad de salvarle la vida. Sin pensarlo mucho, ni consultarlo con la dirección del diario, ante el temor de que me fuera prohibido hacerlo, lo destaqué en un cintillo en la página de sucesos a mi cargo.

Pocas horas después de vocearse el diario en la calle, el entonces jede de la policía nacional, el coronel Bernardo García, un testaferro de Pedraza, citó a los reporteros del sector a la jefatura de ese cuerpo situada en Empedrado y Monserrate. Se trataba a fin de cuentas de tirar un poco de las orejas a los periodistas, que como se dice popularmente, estaban "saliéndose del plato".

Coincidía que en esos días había arrestado un reportero de sucesos nombrado Osvaldo García, hijo de un veterano periodista, Pedro Manuel García. Luego de amenazarnos, no tan veladamente, el entorchado coronel, por publicar noticias que las autoridades no habían autorizado, un compañero indagó por la situación del reportero preso. La respuesta del jefe policiaco fue de evasiva; indagaría los motivos y nos lo informaría.

En ese instante, hallándome en la primera fila, le expresé a aquel jefe de esbirros, en forma bastante airada:

– Coronel, ustedes no tienen derecho a tener detenido a un compañero, sin razón válida y sin darnos adecuada respuesta.

La cara del coronel se transformó, se puso rojo de ira y gritó sin recato alguno:

– Usted es un atrevido. Y además, un comunista. ¡Si, un comunista!…

Y alzando la mano llamó a un guardia próximo con la intención de apresarme. Realmente no sé como salí de la jefatura. Varios compañeros me rodearon, ocultándome y a empujones me arrastraron hasta la calle y me dijeron:

– Escóndete y no te aparezcas más por aquí.

Luego analicé mi situación. ¿Yo era comunista? Pero si no sabía lo que era el comunismo y nunca había leído hasta entonces a Marx, Engels o Lenin. ¿Yo comunista? ¡No salía de mi asombro!

Naturalmente que más tarde comprendí; para aquellos esbirros, servidores fieles de los gobiernos norteamericanos de turno, comunista era todo aquel que se atrevía a enfrentárseles, el que no aceptaba las injusticias, el que protestaba contra los abusos y arbitrariedades de los cuerpos represivos, el que confiaba en un futuro digno para la patria.

Si era así, efectivamente yo era comunista.

El tiempo le dio la razón a aquel testaferro de Pedraza (Éste participó junto a Batista en el movimiento de clases y sargentos del 4 de septiembre de 1933. Ascendió, gracias a sus crímenes y tropelías, hasta el grado de general, cuando huyó de Cuba, el 31 de diciembre de 1958. N. del E.)

Algo….por dentro

Lo anecdótico refleja a veces mejor un episodio vivo, que un relato detallado. Y ese es el estilo que pretendo dar a estas notas, y que quizás represente hurgar un poco en la memoria y echar la vista atrás unos cuantos años. Reflejar lo que era el periodismo, con sus cosas buenas y malas, hace unas décadas, claro que requeriría espacio ancho y cuartillas numerosas.

Recordamos la redacción del diario "Unión Nacionalista", órgano oficial del partido político del mismo nombre, que lideraba entonces el coronel Carlos Saladrigas. Llegué a esa redacción, entre otras razones, porque tenía necesidad de trabajar y comer. Era por la década del 30.

La administración no funcionaba en la práctica. Carecía de ingresos económicos o no llegaban a ella. Y mucho menos a los periodistas. Eso creó una situación de incertidumbre. Alrededor de las diez de la mañana todos dejábamos los asientos y nos agolpábamos en la puerta, justo en la acera, a esperar a alguien: era el cartero.

Cuando lo veíamos acercarse, sudoroso y jadeante con su enorme maleta colgada del hombro, sonreíamos llenos de esperanza.

– ¿Trae algo para nosotros? Era la pregunta obligada.

A veces sí y a veces no, extendía la mano y entregaba un sobre. Dejábamos por respeto a la jerarquía, que lo aceptara el jefe de información, Santiago Villazón. Él lo abría con lentitud y si era un día de suerte, extraían un papelito rosado y lo extendían ceremoniosamente.

– Compañeros- decía- este giro tiene una cifra alentadora: cuatro pesos con veinte centavos…A ver a cuanto tocamos.

Entrábamos todos tras nuestro jefe, quien comenzaba a trazar dígitos y más dígitos en una cuartilla. Y Luego exclamaba en tono solemne:

– Tocamos a sesenta centavos, porque somos siete. Que vaya rápido Pepe a la bodega a cambiarlo.

Ese giro procedía de un agente del diario que liquidaba los ejemplares recibidos durante el mes. Poco después recibíamos, jubilosos, cada uno, los seis reales que nos correspondían. Era nuestro salario del día. O quizás de la semana. Todo dependía de nuestro entrañable amigo el cartero.

Era un repórter nuevo del sector de sucesos. Después de su invariable recorrido por los juzgados, llegaba a la redacción a hacer sus notas. Un día arribó con una sonrisa que le dilataba el rostro:

– ¡Hoy si tengo una noticia de "palo"!. Se trata nada menos que de un contrabando enorme, tremendo. Y va a ser un escándalo cuando se conozca quienes son los responsables.

– Eso es lo más importante- replicó él que les relata, entonces jefe de información.

– ¿Quiénes son los culpables?-

– Ah, pues nada menos que los gerentes de "El Encanto" (Tienda de lujo de La Habana de entonces. N. del E.). Figúrate.

El jefe sonrió socarronamente. Le dio unas palmaditas en la espalda al novato reportero, repleto de buenas intenciones y le ripostó:

– El escándalo quien lo va a dar es la administración del periódico si insistes en dar la noticia. Es uno de nuestros mejores anunciantes. La tienda mayor y más elegante de La Habana: más de quince mil pesos mensuales en anuncios. ¿Comprendes?

– Pero le están robando al estado. Pasan contrabando por la aduana sin pagar impuestos.

– Sí, es cierto. Pero, busca en lo adelante noticias menos escandalosas, si quieres seguir trabajando aquí.

En aquel diario "Avance", en su segunda etapa, se publicaba una sección que contaba con miles de lectores. Lo probaban cientos de cartas que llegaban a la redacción formulando consultas a veces muy ingratas. Era una columna conocida con el pomposo título de Sección de Astrología. Su interés radicaba en los pronósticos que se hacían diariamente sobre el futuro de los lectores, basados en las fechas de su nacimiento, insertados en los signos del Zodíaco.

La incertidumbre ante el destino, sobre todo en época de miseria y explotación, provocaba en las gentes sencillas y crédulas la aspiración de conocer si en su camino existía alguna perspectiva feliz. Y esta actitud engañadora era, desde luego, estimulada por la prensa burguesa.

Esa sección llegaba al diario a través de uno de los tantos servicios norteamericanos de prensa y aparecía como supuesto autor un prestigioso y linajudo profesor de una universidad de los Estados Unidos. Pero un buen día-ese día que siempre llega cuando no se quiere-el administrador, Antonio González Mora, quien había también director y administrador del diario "El Mundo", dijo que la Sección de Astrología costaba mucho dinero y debía ser suprimida.

El que les relata era jefe de información de entonces. Y encontró una solución: que la sección siguiera saliendo, pero a cargo de un redactor sin pago extra alguno y cuyos conocimientos sobre la materia se limitaban a recitar de memoria los doce signos zodiacales. Y hasta ahí. Pero es que, después de todo-y en eso estuvimos siempre de acuerdo- los pronósticos eran invariablemente favorables para el lector. Siempre anunciaban amores felices, dinero próximo a llegar, aunque no arribara nunca; negocios exitosos en perspectiva; herencias que se acercaban a pasos agigantados, aumento de sueldo, optimismo y esperanza en pastillas de papel y tinta.

La solución dada no era realmente seria, pero es que tampoco lo eran los pronósticos y mucho menos la prensa de aquella época que todos sufrieron y soportaron, especialmente los periodistas honestos.

Esa tan buscada sección se le encomendó en primera instancia, y lo hizo con eficiencia, un reportero que daba sus primeros pasos en el diarismo capitalino, Guillermo Lagarde, quien años más tarde-mucho más tarde- llegaría a ser el popular despolillador del diario "Juventud Rebelde".

Esa tarea la alternaba con el autor de estas presuntas memorias, y ambos de acuerdo, nos divertíamos extraordinariamente cuando algún compañero de los talleres o del departamento de distribución, se acercaba a nosotros y nos decía:

– Esa sección es formidable. Yo nací en Géminis y me anunció que recibiría un dinero que esperaba. Y efectivamente, hace dos días, recibí una grata noticia de un amigo, que me debe veinte pesos, anunciándome que me los pagaría a fin de mes.

Lo que ese compañero, como otros, ignoraba, era que esa sección ya no venía enlatada del Norte, sino que se hacía en la propia redacción, un secreto que guardábamos con celo. Y que conocimos por el mismo compañero que había recibido ese atrayente mensaje, averiguamos discretamente la fecha de su nacimiento y le preparamos un pronóstico que había despertado en su espíritu crédulo ese adjetivo con que premió nuestra travesura.

La sección, mediante ese hábil sistema, se convirtió para Lagarde y para mí, en una posibilidad cierta de llegar a ser perfectos y admiradores adivinadores de pacotilla.

Dónde y cómo conocí a Fidel

Como jefe de redacción del diario "Alerta", en la etapa que se liberó en parte de su pasado lastre reaccionario de tantos años, como apéndice del "Diario de la Marina", viví episodios muy interesantes de mi trayectoria periodística.

Era la etapa en que el gangsterismo oficial y la corrupción administrativa, creados por Ramón Grau San Martín durante su mandato presidencial (1944-1948) y mantenidos y estimulados por su sucesor y aventajado discípulo, Carlos Prío Socarrás (1948-1952), se hallaban en su nivel más alto (6).

La prensa burguesa y pro norteamericana, subvencionada abundantemente por el régimen, se limitaba a narrar alguno que otro hecho de violencia y de sangre que se producía, pero sin enfrentarse a esa situación nauseabunda que provocaba la indignación, ante la indiferencia, y aún más, la complicidad de las autoridades.

Todos esperaban que alguien, en algún momento, le saliera el paso a aquella horda de asesinos, con o sin uniforme, que sembraba el terror, sobre todo en la capital. Eran los años de las batallas campales entre los grupos armados, de los choques a tiros en plena calle esas bandas de mafiosos criollos que se disputaban el control de los cuerpos policíacos y del tesoro público a punta de pistola o de ametralladora. Era el predominio del "gatillo alegre".

El diario "Alerta" adquirido por Ramón Vasconcelos, logró cierta independencia de criterios y de posición política. Éste entonces era Ministro de Educación en el gobierno de Carlos Prío Socarrás, se disgustó con éste y renunció al cargo. Comenzaba la campaña de las elecciones presidenciales, ya que el mandato de (Carlos) Prío finalizaba en 1952.

El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) había enraizado profundamente en las masas con el lema de Eddy (Eduardo) Chibás, de " Vergüenza contra dinero". Lo mejor y más sano de la juventud cubana y los que no eran tan jóvenes, que aspiraban a cambios sustanciales en los rumbos de la nación sumida en una crisis política y sociales ya al borde del caos, se agruparon junto a la Ortodoxia y empezaron a luchar por el poder a través de las elecciones. (7)

El diario "Alerta", que publicaba semanalmente los alegatos y denuncias que pronunciaba Eddy Chibás, en su programa dominical transmitido por la emisora CMQ, derivó gradualmente su tendencia política hacia la Ortodoxia. Vasconcelos, con buen olfato político, se dio cuenta que de celebrarse elecciones en la fecha señalada (junio de 1952), el triunfo del Partido Ortodoxia sería arrollador. Por lo que este diario, ya ubicado en su nuevo edificio de Carlos III (hoy Salvador Allende. N. del E.) Y Oquendo, se convirtió en el órgano semi oficial del partido chibasista.

Noche a noche los líderes de esa organización política-ya pujante y ostensiblemente mayoritaria- coincidían en la redacción de "Alerta" y comisiones de ortodoxos, apelaban a sus páginas para divulgar actos, mítines y asambleas partidistas.

Entre los que frecuentaban el diario de Carlos III estaba el joven Fidel Castro, que ya apuntaba como un indiscutible líder, inquieto, conversador y amable con todos, presto a la sonrisa y al chiste…y gran tomador de café. Con el transcurso de los días o las noches, llegó a ser uno más y habitual de la redacción. Un día apareció con un montón de cuartillas y varias fotografías.

– Aquí traigo algo sensacional – nos dijo – es una denuncia de los desmanes de Prío y de las obras de reconstrucción de su finca La Chata, utilizando a presos comunes y con fondos del gobierno.

Luego de revisar el impresionante reportaje con fotografías tomadas por el mismo Fidel desde un helicóptero, acudí a Vasconcelos, que fungía como director-propietario del diario. De primera intención éste lo analizó con cierto recelo. Políticamente le servía para combatir al régimen del cual habíase declarado opositor. ¿Pero se podría confiar en aquel joven que comenzaba a ser reconocido en el país por sus gallardas actitudes, valentía personal y honestidad revolucionaria?

Al fin logramos convencer a Vasconcelos. Salió aquel reportaje con gran destaque en primera plana, el cual causó gran sensación al recibir amplio respaldo de las masas populares. Después siguieron otros, con revelaciones y denuncias espectaculares de Fidel sobre las bandas gangsteriles semi oficiales, los negocios sucios que proliferaban en el ámbito gubernamental y otros escándalos y trapisonderías (8)

De esa etapa recuerdo, al borde de la década del 50, que en varias ocasiones los compañeros del taller nos alertaron de la presencia de elementos sospechosos que mantenían guardia por la avenida de Carlos III. Estos ocurría precisamente cuando Fidel se hallaba en la redacción revisando las pruebas de alguno de sus trabajos o reportajes, o en el taller contribuyendo a dirigir el emplane de una crónica suya- En esta tarea era yo el responsable y la ejecutaba regularmente Cuco Valdés, experto tipógrafo (que posterior al triunfo revolucionario estaba al frente de los talleres del periódico "Juventud Rebelde"), o su hermano Juan o el gallego Benigno Seijo.

El temor muy posible de que elementos mafiosos o agentes represivos del gobierno estuvieran preparando una agresión contra Fidel cuando se retirara, siempre solo y desarmado, al finalizar el emplane de sus trabajos en la madrugada, hizo que le recomendáramos que saliera por la puerta del fondo del edificio, que daba a la calle Estrella.

La primera vez costó trabajo convencerlo:

-¿Creen ustedes acaso que tengo miedo?- argumentó airado.

Los ruegos de otros compañeros de la redacción y talleres pesaron más. Y cada vez que observábamos movimientos sospechosos, lo instábamos a salir por el fondo. Disimuladamente, dos o tres compañeros le seguían hasta que consideraban que había pasado todo peligro. De ello, porque nunca se le dijo nada, es posible que aún hoy lo ignore el propio Fidel.

Recordamos algunas vivencias simpáticas que evidencian facetas de carácter. En una oportunidad, en esos meses que el amanecer sorprendía a Fidel, junto a la primera plana, donde se montaba un nuevo reportaje, exclamó de pronto:

– Bueno…. ¿pero hoy aquí no hay café?

– Fidel, esperamos que hoy te toque pagarlo a ti – dijo un cajista de los más próximos a él.

– ¡Ojalá pudiera! -respondió – pero miren – y volvió sus bolsillos al revés – ¡no tengo un centavo!

Y nunca faltaba alguien que registrara los bolsillos propios y dijera al aprendiz de turno:

– Muchacho, ve al "Agua fría" (nombre del bar y cafetería contiguo al local del diario del A.) y trae café, pero que sea acabado de colar.

Y así aquel joven, que ya despuntaba con valores propios y que de haberlo querido tendría los bolsillos repletos de dinero, nunca renunció a su probada modestia, su honestidad personal y principios revolucionarios. Desde entonces, considerándolo uno más en la gran familia de periodistas y tipógrafos que allí laboramos, aprendimos a quererlo y admirarlo sinceramente.

Aquella etapa, una de las más inolvidables de mi vida, quedó trunca por el "madrugonazo" del 10 de marzo de 1952. Vasconcelos, uno de los más vigorosos y brillantes panfletistas de Cuba, no pudo o no supo resistir a las ofertas, o sus debilidades personales lo sumaron al carro del régimen de (Fulgencio) Batista.

Esa actitud me dolió en lo más profundo y me decepcionó, pues yo sentía por él verdadera admiración como maestro y escritor, por su talento y por la confianza que había depositado en mi persona al entregarme prácticamente la confección del periódico. El se limitaba por lo general a redactar su artículo de fondo para la primera plana y en muchas ocasiones lo preparaba en su propia casa y lo enviaba con el chofer, sin llegarse a la redacción.

A Vasconcelos lo recuerdo más, como un ameno y formidable conversador. Era capaz de retener a un grupo de oyentes durante horas, escuchando sus relatos e historias con amenidad difícil de imitar. En varias oportunidades tuve que intervenir y romper los grupos que formaba en la redacción, paralizando la confección del diario, aún en horas de la madrugada.

– Director- le expresaba amablemente- si usted tiene interés en que el periódico salga hoy, debe dejar que el personal trabaje.

– Es cierto-confesaba – No me había dado cuenta. Está bien, ya me voy…

Y se retiraba sonriendo pero convencido.

Uno de esos contertulios me dijo en cierta ocasión:

– Vasconcelos es ideal para que la gente no se duerma en un velorio.

Después del golpe militar mi situación en "Alerta" se hizo insostenible. Ya los líderes de la Ortodoxia y las comisiones populares no frecuentaban, no podían frecuentar, un diario que se había puesto al servicio de la dictadura. En lo personal, como militante de ese partido, integrante de la organización de "Los Mil", formada por periodistas ortodoxos (cuyo carné aún conservo), me sentía muy mal. Tiempo después renuncié y pasé como redactor y agente publicitario de la revista "Carteles", desaparecida hace años. Y viajé a Venezuela con la misión de confeccionar un número especial dedicado a esa nación sudamericana-

La entrevista

Durante mi larga experiencia profesional he practicado la entrevista como uno de mis géneros preferidos, tanto para diarios impresos o revistas, como grabadas y en directo para programas o espacios radiales. A esa especialidad consagré largo tiempo en Radio Habana Cuba en sus primeros años, durante los cuales realicé un promedio de 650 a 700 entrevistas anuales. Estas incluían delegaciones nacionales y extranjeras a congresos internacionales, personalidades revolucionarias, políticas, sociales, económicas o sencillos obreros y trabajadores en fábricas y cooperativas.

Toda entrevista, como es lógico suponer, tiene características distintas y campo propicio para la creación. Es indiscutiblemente la forma más directa de comunicación del personaje o protagonista, con el lector u oyente y el camino más valedero y sostenido para reflejar una situación dada y enmarcar un ambiente determinado. Naturalmente que el interés de la charla es el interés de la motivación, y considero que este género es, por su complejidad, uno de los más difíciles.

La motivación, como centro de la entrevistas, tiene que estar vinculada al interés del entrevistado y de los lectores u oyentes. Pero su intensidad se mide no sólo por las respuestas, sino por las preguntas, enlace que debe ir llevando al entrevistado, aunque él no lo perciba, hacia los temas que guían nuestros propósitos.

Considero que para que la entrevista atraiga la atención del tercero en discordia, tiene que responder a las inquietudes, curiosidad y ansia del público. Es preciso, a mi juicio, que el periodista se sitúe un poco o bastante, en una tercera posición- no confundir el término- y trate de satisfacer e interpretar por tanto sus aspiraciones y anhelos. Es decir, colocarse en el pueblo, situarse dentro de las masas expectantes y darle una cabal interpretación didáctica.

Considero este punto de vital importancia. No trato en forma alguna de crear cátedra de conocimientos, sino exponer algunas de mis experiencias en ese campo del periodismo. Por ello no debo soslayar otro aspecto importante. La entrevista, tanto la radial como la televisada, debe tener un definido giro conversacional, de naturalidad, que llegue al oído receptor como una charla amena, no como una lectura de conceptos monótona, blanca, sin inflexiones en la voz y ausencia de matices emocionales. Presumo lo desagradable que debe ser para el oyente, percibir que ambos-entrevistado y entrevistador- se encuentran enfrascados en la lectura rígida, inexpresiva, de unas cuartillas previamente elaboradas y expresadas con frialdad. E incluso que la frotación del papel le llegue a través de la sensibilidad del micrófono.

Es motivo de satisfacción profesional para mí, haber podido entrevistar en momentos culminantes de la lucha de liberación de los pueblos, a figuras de reconocido prestigio revolucionario, como Camilo Cienfuegos, Carlos Fonseca Amador, Fabricio Ojeda, Luis Augusto Turcios Lima, Amílcar Cabral y Salvador Allende.

Además de las mencionadas, entre cientos de ellas, recuerdo algunas de significación histórica o con cierto valor anecdótico. Entre las primeras, dos relacionadas al Comandante en Jefe en circunstancias muy especiales.

Una de ellas se produjo un 15 de mayo de 1955. El dictador Batista, obligado por la impresionante presión de las masas, dictó una amnistía que condujo a la libertad de los principales protagonistas de la gesta del Cuartel Moncada: Fidel, Raúl, Juan Almeida, Jesús Montané, Armando Mestre y otros.

Tuve el privilegio de ser el único periodista, que con un foto reportero, Floro Portuondo, permanecimos más de 34 horas al pie de la escalinata del Presidio Modelo, en la entonces Isla de Pinos, esperando la salida de los dirigentes revolucionarios. Junto con nosotros estaban Lidia, hermana de Fidel y Raúl; Haydée Santamaría, Melba Hernández y algunos otros familiares.

¿Por qué esa espera tan prolongada luego de haber sido liberados otros presos políticos? Ello se debió, según conocí posteriormente y no sé si fue la única razón, a que las autoridades del penal, con noticia de que había un fotógrafo del periódico "La Calle", junto a la garita de salida, decidido a tomar fotografías de ese hecho, dilataron deliberadamente los trámites de excarcelación.

Desde luego que no lograron su propósito. La paciencia y el interés de los que esperaban resultaron superiores a las intenciones de los carceleros. Y Floro obtuvo la fotografía al pie de la escalinata del Presidio Modelo- hoy museo- que reprodujeron el diario "La Calle", al día siguiente, y una década después, la revista "Verde Olivo", en su edición del 28 de julio de 1963, ilustrando una entrevista con Jesús Montané. En la misma, a la izquierda, junto a Haydée, aparece el autor.

Las primeras y amplias declaraciones públicas de Fidel, ya en libertad aparecieron publicadas en las páginas del diario "La Calle", en entrevista que le hiciéramos horas después, en el hotel Isla de Pinos, hoy inexistente.

Recién salido de la prisión, Fidel daba a conocer que continuaría la lucha sin tregua ni descanso contra la tiranía de Batista, convencido de que su liberación se la debía al pueblo y no a la magnanimidad del dictador.

El único periódico que difundió sin cortes, ni temores, esa entrevista, lo constituyó el periódico "La Calle", aunque estaban presentes en el hotel, reporteros de otros órganos de prensa de La Habana. ¿Qué otra publicación hubiera sido capaz de hacerlo sin correr el riesgo, que luego se materializó con el asalto y destrozo por fuerzas policiales de su redacción y talleres, en la calle San José?

Años después hice otra entrevista, con singulares características, a Fidel. Esta vez en un corte de caña, durante una jornada de trabajo voluntario. Lo curioso es que durante los 45 minutos que duró la entrevista, fuego graneado de preguntas y respuestas, Fidel en momento alguno dejó tranquila la mochan apenas unos segundos para secarse el sudor que corría abundante por su rostro.

En varias oportunidades, preocupado por no herirme, éste me advirtió:

– Sepárate un poco Quintana, que te voy a alcanzar con la mocha.

Como era una entrevista grabada en pleno cañaveral, al ser transmitida por las ondas internacionales de Radio Habana-Cuba, su voz tenía de fondo el rítmico golpe de la mocha y el eco persistente de la paja de caña que caía al suelo.

Como un preciado tesoro conservó esa grabación, una de las más interesantes de mi colección.

Otra entrevista que reviste cierto interés, tuvo un protagonista al luego campeón mundial de ajedrez, el norteamericano Robert (Bobi) Fisher. Se celebraba en el Hotel Habana Libre el Campeonato Mundial del llamado juegociencia.

Fisher era indudablemente una personalidad en ese evento y entre las muchas entrevistas que hice allí, no podía faltar la de éste. Además constituía un reto periodístico. Varios compañeros me dijeron:

– Ni te preocupes de verlo. No quiere dar entrevistas.

Eso constituía un desafío. Solicité en repetidas ocasiones que me recibiera. Y fue tanta mi insistencia, que al fin con la colaboración Reynaldo Peñalver, concedió a recibirme a las 2 p.m. en su habitación.

– Señor Fisher-dije sin más preámbulo- usted sabe cual es mi propósito. Y desearía no sólo hacerle una entrevista en inglés, sino otra en idioma español, pues conozco que usted lo domina lo suficiente para poder expresarse.

– Mi español es muy malo- me respondió- pero además quisiera hacerle una pregunta, ¿cuánto paga Radio Habana Cuba por esas entrevistas?

La observación no la esperaba realmente. Una negativa más, si, pero ese "disparo" me sorprendió un poco. Sin embargo, con alguna audacia, le respondí rápidamente:

– Señor Fisher, mi emisora no acostumbra a pagar por las entrevistas. Pero, ¿usted no cree que es un honor y un privilegio que le demos la oportunidad de expresarse a través de nuestra emisora?

Esperé una respuesta explosiva, dado los antecedentes de la forma airada en que se enfrentaba a los periodistas. Hubo un silencio que nadie se atrevió a interrumpir. De pronto, movió la cabeza, esbozó una sonrisa ligera, dulcifico la severidad de su rostro, y exclamó con voz suave y gesto que quería ser amable:

– Está bien…Usted ha ganado, ¿cuándo empezamos?

– Ahora mismo si usted no tiene inconveniente.

Media hora después los compañeros, convencidos del fracaso de nuestra gestión, nos recibieron con palabras de cierta compasión:

– Se lo dijimos…y fuiste…- dijo uno.

– ¿Te botó de la habitación?- preguntó otro.

– Ya te habíamos dicho que ese tipo es intratable…- exclamó el tercero.

Mostrándoles la cinta magnetofónica, y aún ellos poniendo en duda mi afirmación, exclamé con aire de triunfo:

– Pues los que fallaron fueron ustedes. Aquí están las entrevistas. Sí, las entrevistas, una en inglés y otra en español.

Algunos tuvieron que oírlas poco después para admitirlo como algo real y tangible. La voluntad y la persistencia ganaban una nueva batalla.

Sin embargo una de las entrevistas- la primera que hice cuando aún no había ingresado en el periodismo, ni siquiera lo pensaba- no se ha borrado jamás de mi mente. Transcurría la década del 20, no puedo recordar el año.

Un día, ¿quién puede acordarse de la fecha exacta?, para una tesis de examen final del curso, mi maestro solicitó de los alumnos que hicieran una entrevista a alguien, con selección libre. ¿A quién podía escoger que me permitiera realizar un trabajo de alguna calidad?

Yo sentía una gran admiración entonces- acrecentada luego- por una figura de altas virtudes patrióticas y ciudadanas, de una personalidad agigantada por sus estrechos vínculos revolucionarios con el prócer José Martí y que había sobrevivido inmaculado a las corrupciones y vicios politiqueros de la seudo república: Juan Gualberto Gómez.

Luego de realizar indagaciones, logré localizar su domicilio en la calle Campanario- ¿o Lealtad?- en La Habana. Y acompañado de mi prima hermana Aida Batista, también con cierta inclinación a las travesuras literarias, me dirigí al hogar de Juan Gualberto.

¿Nos recibirá? ¿Accederá a darnos una entrevista? ¿No era demasiada audacia nuestra pretender una charla con quien era una reliquia viva de la patria? Todo esto lo pensaba mientras me encaminaba a su casa.

El patriota, ex senador de la República y periodista brillante, residía en una modestísima y antigua casa carente de todo lujo, con muebles de mucho uso, pero todo muy ordenado y con una abundante biblioteca.

El diálogo se produjo así cuando una joven, quizás una nieta o sobrina, nos abrió la puerta:

– Desearíamos hablar con don Juan. Somos estudiantes y nos han pedido que hagamos una entrevista. Y lo hemos escogido a él. ¿Usted cree que nos atienda?

-Pasen ustedes- nos respondió- El nunca se niega a recibir a los jóvenes y mucho menos si son estudiantes. Esperen unos minutos…

Resultaron, recuerdo, instantes de ansiedad y hasta creo que hubo un momento que sentí, al menos yo, el deseo de irme ante el temor de fracasar en mi empeño. Pero me quedé…o nos quedamos.

Pasados unos minutos, salió de las habitaciones interiores nuestro futuro entrevistado. Pequeño de estatura, de fuerte complexión y ágil de movimientos, con su pelo blanco, espejuelos al aire y una sonrisa que le iluminaba el rostro de piel negra, tersa, sin una arruga.

Aquella expresión tan cordial, acompañada de unas manos que se extendían en gesto espontáneo y amistoso, me devolvió el alma al cuerpo.

-Siéntense muchachos- nos dijo con voz franca y gesto sencillo- Ustedes dirán qué es lo que desean.

Alentado por aquel recibimiento tan generoso, le expuse en breves palabras mi propósito, pero momento difícil cuando debía hacerle la primera pregunta:

-Quisiera don Juan hacerle una entrevista, pero no sé que cosa preguntarle, que tema plantearle de inicio.

-Empezaré yo entonces- respondió con una amabilidad que me dio alientos.- ¿Les parece bien recordar algunos episodios de mis trabajos con Martí, anécdotas de esa época de lucha intensa por la independencia, de lo que ocurrió después…que nunca debió ocurrir?

– Si, si, don Juan. Eso mismo. Hable usted.

Transcurrieron más de dos horas, durante las cuales no hice, no tuve que hacer, pregunta alguna. Fue una lección de historia inolvidable que nos tuvo inmovilizados en las butacas y diría que apenas sin respirar… Cuanto lamento hoy no haber conservado las cuartillas de aquella, mi primera entrevista "periodística", hace más de 50 años, con don Juan Gualberto Gómez, a quien José Martí, en cartas que a él dirigiera en la etapa conspirativa de 1895, calificaba con afecto entrañable de…"amigo de veras" y "amigo queridísimo"

Y en el periódico "Patria", el 11 de junio de 1892, Escribió el Apóstol:

"El tiene el tesón del periodista, la energía del organizador y la visión distante del hombre de estado"

Juan Gualberto falleció en La Habana, el 5 de marzo de 1933 (9).

Yo ví fusilar al espía nazi

Heinz August Lunning o Kunning constituyó el primero y único espía nazi fusilado en Cuba y América Latina, al ser juzgado por sus actividades a favor del eje Berlín-Roma-Tokio, durante la II Guerra Mundial– Pagó con su vida ante un pelotón de fusilamiento a las 7 y 57 minutos de la soleada mañana del 10 de noviembre de 1942, en los fosos del Castillo de El Príncipe, en La Habana.

Europa era sacudida en esos momentos por los efectos devastadores de la metralla en los casi inicio del conflicto bélico, como consecuencia de los avances incontenibles de las centenares de divisiones blindadas y de cientos de miles de fanáticos nazi-fascistas, por toda Europa.

Los servicios de inteligencia de Berlín habían creado en diversos países de América Latina, amplias redes de espionaje que se extendían por Chile, Argentina y Uruguay, en Sudamérica, y en el Caribe, particularmente en Cuba.

La posición geográfica-estratégica de nuestra Isla, situada en las vías marítimas más próximas a los Estados Unidos, que servían de rutas de aprovisionamiento de alimentos y materiales bélicos para los ejércitos aliados en Europa y África, no escapó a la perspicacia analítica de los servicios de inteligencia del III Reich.

Y es aquí donde surge, en pleno corazón de la zona colonial de la capital cubana, la figura de Heinz August Lunning.

Su arribo a Cuba- según se reveló durante el proceso que se le siguió en el según se reveló en el juicio que se le siguió en el Tribunal de Urgencia de la Provincia de La Habana, con fuero y legislación especial para juzgar todo tipo de actividades subversivas- se produjo en septiembre de 1941 en el trasatlántico español "Villa de Madrid", utilizando un pasaporte hondureño extendido por el Cónsul de esa nación centroamericana en la ciudad alemana de Bremen.

Para encubrir sus labores de espionaje y el suministro de información sobre el movimiento de barcos de la bahía de La Habana, alquiló un modesto apartamento, alto, en la calle Teniente Rey No 366, que le permitía, sin llamar la atención, avizorar claramente la entrada del puerto habanero. Y ahí se dedicó a la cría de canarios, con lo cual encubría su verdadera actividad. Para justificar sus ingresos económicos, adquirió en sociedad la tienda de modas "Estampa", situada en la calle Industria. Como hablaba el idioma español y su tez era trigueña, pocos lo identificaban como ciudadano alemán.

No sé llegó a conocer realmente como el Departamento de Actividades Enemigas de la policía cubana obtuvo la información acerca de su existencia, aunque se supone que fue a través de los servicios secretos norteamericanos y británicos, que seguían la pista de otros espías nazis en Sudamérica. Las autoridades cubanas mantenían entonces un estrecho contacto y profundos vínculos con el Buró Federal de Investigaciones (FBI) en Washington.

Lo cierto es que Lunning, supuesto miembros de la GESTAPO, resultó apresado el 6 de agosto de 1942 en su vivienda de la calle Teniente Rey, donde la policía dijo haber ocupado equipos transmisores y receptores de radio de onda corta, documentos reveladores de sus actividades y numerosas jaulas con canarios.

De las investigaciones se dedujo que Lunning informó por radio a los submarinos alemanes que rondaban cercanos a nuestras costas, que dos barcos mercantes cubanos, el "Santiago de Cuba" y "El Manzanillo", conducían a Estados Unidos, avituallamiento para los ejércitos aliados en Europa. Resultado de esa información, los dos mercantes resultaron hundidos por disparos de torpedos a escasas millas de nuestras costas, con un balance trágico de cientos de marinos cubanos tragados por el mar.

El proceso contra Lunning duró dos meses y tres días, desde el momento en que el secretario del tribunal le notificó la sentencia de muerte por fusilamiento., en su celda del Castillo del Príncipe, el 9 de noviembre de 1942. Según los testigos, el espía recibió la noticia con el rostro pálido, las manos le temblaban ligeramente al firmar la notificación, pero sin un solo gesto que demostrara miedo, ni exclamación alguna.

Su abogado defensor, doctor Armando Rabell, le preguntó:

– ¿Cómo se siente usted?

– Imagínese-replico- de acuerdo con las circunstancias…

A las cuatro de la tarde entró en capilla, la celda donde debía permanecer sus últimas horas de existencia.

Se le dijo que la ley le permitía formular peticiones a las que se pudiera acceder.

– Deseo comer- dijo- pues tengo hambre. Escribir una carta a mi esposa, Edna Bárbara que vive en Hamburgo, en Alemania, con nuestro hijo de 3 años, jugar unas partidas de Parchessi (parchí) y que autoricen a mi amiga Rebeca a visitarme aquí en el calabozo.

Todo le fue concedido, a excepción de la visita de su misteriosa amiga, a lo que se opuso terminantemente el tribunal, rechazando reiteradamente su insistente solicitud.

Jugó con un carcelero tres partidos de parchí, ganando dos y perdiendo uno.

– En esto tengo más suerte- dijo.

Seguidamente pidió que le dejaran solo para escribir la carta a su esposa, de nacionalidad norteamericana. Invirtió en ello más de dos horas.

Ya los primeros rayos de sol llegaban al patio del penal, cuando dio fin a la carta, La introdujo en un sobre, la cerró, puso una dirección y llamó a su defensor, que no se separó de él durante su última madrugada.

– Doctor- le expresó con voz de ruego pero firme- Confío en que haga llegar esta carta a mi esposa y mi hijo.

A los religiosos de la Orden Dominico se les autorizó para suministrarle los auxilios espirituales y el consuelo cristiano. Uno de ellos permaneció varios minutos conversando quedamente con el reo en un rincón de la estrecha celda y luego le presentó un crucifijo que Lunning besó devotamente.

– Es un buen cristiano- exclamó el sacerdote al retirarse.

Poco después de las siete de la mañana se iniciaron los preparativos de su postrer caminata por los túneles abovedados, de piedra, de la vetusta fortaleza colonial, enclavada en una loma, frente a lo que es hoy la Plaza de la Revolución José Martí. Habían fracasado las peticiones de indulto elevados por el defensor. La última esperanza se había esfumado.

Por una disposición del Tribunal de Urgencia que juzgó al espía Lunning, se prohibió tomar fotografías o filmar la ejecución; se recomendó darle la menor publicidad al hecho y limitar el número de personas que asistirían a la misma: el Secretario del Tribunal, que debía dar fe del cumplimiento de la sentencia; dos médicos forenses; el abogado defensor y los ocho expertos tiradores del ejército y el oficial que debía cumplir el fallo.

A última hora el Ministerio de Defensa autorizó la asistencia de un número limitado de periodistas- ningún fotógrafo ni camarógrafo- que debían situarse en lo alto del muro de piedra que rodeaba el foso, al nordeste de la posta siete. Abajo a una distancia aproximada de 60 a 70 metros, en el centro de la explanada, cubierta por una fina hierba recién cortada, se había fijado un paral de madera para recostar al reo.

Entre el escaso número de periodistas autorizados para presenciar la ejecución, se hallaba el que esto escribe, representando al diario "Avance". Era la conclusión de una información, con todos los incidentes del proceso, que habíamos seguido durante dos meses. Pese a la disposición de los magistrados de que no debía darse mucha publicidad al caso – y de ahí la prohibición de tomar fotografías – la prensa de la época, de acuerdo con sus características de matiz sensacionalista, dedicó amplios espacios al proceso de Lunning.

A las 7,45 de la mañana, se vio que el reo trasponía el umbral del portón que conducía a los fosos, seguido de los dos religiosos que le hablaban casi al oído, el defensor, los funcionarios judiciales y el pelotón militar encargado de la ejecución. Le precedía un oficial del ejército, que sostenía en su mano derecha un sable desenvainado y cuya hoja brillante refulgía, a la luz de los rayos solares.

Lunning, de seis pies de estatura, fornido, con más de 200 libras de peso, pelo casi negro, tez pálida y bigote espeso bien recortado, caminaba lentamente, pero con pasos firmes. Sus manos esposadas a la espalda. Su rostro serio y postura arrogante. Vestía camisa azul, de playa, de mangas cortas; pantalón oscuro y zapatos negros.

Cuando la comitiva llegó al centro de la explanada, el dominico se acercó aún más al reo y le presentó el crucifijo que éste besó. Luego el religioso se retiró a pasos cortos.

Un sargento, integrante de la escolta militar, intentó vendarlo con un pañuelo negro que agitaba en su diestra. Lunning hizo un gesto negativo con la cabeza. Y el militar se alejó, complaciéndolo. En esos instantes el reo levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia el grupo de periodistas, que desde lo alto del muro, presenciábamos la escena.

Solamente se escuchaban los pasos rítmicos de los soldados dirigiéndose al lugar donde debían cumplir la sentencia. Eran las 7,55 minutos. El oficial marchó a la derecha del pelotón ejecutor, frente a nosotros, y levantó el sable sobre su cabeza. Esos segundos parecían interminables y las manecillas del reloj detenidas. Todos estábamos en tensión, los nervio de punta.

De pronto la hoja acerada descendió rápida, reflejando un relámpago al cortar los rayos del sol y se escuchó claramente una voz fuerte que rasgó el silencio:

– ¡Fuegooo…!

Simultáneamente ocho detonaciones en un solo sonido, retumbó al chocar contra las paredes de piedra del Castillo del Príncipe y el eco, repitiéndose, se fue diluyendo por los túneles que se abrían al foso. Eran exactamente las 7,57 minutos.

Han pasado desde entonces casi cincuenta años). (Recordar que el libro se terminó de escribir aproximadamente entre 1989 y 1990. N. del E). Y aún tengo grabado en mi mente, como un film imborrable, aquella escena. Cuando el oficial levantó el sable anunciando lo irremediable y la eminencia de lo que ya no podría evitarse, Lunning se erguía altivo, toma posición de firme, se cuadra, mira de frente a los soldados y espera la descarga en atención militar. El sol le daba en el rostro. Su pelo rizo era sacudido por el fuerte aire matutino.

Al sonar la descarga cerrada, a impulso de los ocho impactos, cuatro a la cabeza y cuatro al pecho, éste dio un salto violento sobre sí mismo. Su cabeza comprimida contra el paral sobre el cual estaba recostado y su cuerpo, haciendo una macabra contorsión, se desplomó, resbalando sobre sus tacones en la base de cemento sobre la que había estado parado. Y allí quedó tendido bocarriba, inmóvil. Ni una convulsión, ni un estertor agónico. Su muerte, según los médicos forenses que lo examinaron inmediatamente, resultó instantánea. Su cabeza quedó apoyada donde antes tenía los pies. La pierna izquierda, montada sobre la derecha, unidas en las rodillas, se abrían formando un ángulo agudo-

El reportero no pudo menos que exclamar:

– ¡Ha formado la V de la victoria como una trágica ironía…!

Los forenses determinaron que el corazón no latía, que el pulso había cesado. No era necesario el tradicional tiro de gracia. No se realizó. Tampoco la autopsia. Todos los proyectiles habían dado en el blanco señalado. El certificado de defunción fue breve, señalando las causas de muerte en un lenguaje poco usual, como el hecho que lo originó. Decía sencillamente:

"Hemorragia interna de momentos de duración y la causa indirecta, ejecución de civiles por ejército beligerante".

Al ocuparse los objetos que tenía en los bolsillos, se encontró la fotografía de su esposa, que lo acompañó en sus últimos momentos. Le fueron quitadas las esposas que sujetaban sus manos a la espalda. Le tomaron las huellas digitales. Y poco después, el cuerpo inerte era introducido en un modesto ataúd, que colocado en un carro fúnebre era acompañado por algunos funcionarios, su defensor y varios periodistas. Su cuerpo inició su postrer viaje al Cementerio de Colón, donde sin ceremonias, ni despedidas, se depositó en una fosa común, recién abierta y cubierto con la tierra del olvido.

Días después, conversando con su abogado, el Dr. Rabel, éste nos expresó:

– Murió por salvar a su mujer norteamericana y su hijo, que se encontraban en Alemania, bajo vigilancia de los nazis.

Pero no quiso el letrado aclarar el alcance de sus enigmáticas palabras.

No debemos concluir estos recuerdos, sin dar a conocer el destino final de los restos del espía nazi. Según datos que hemos logrado obtener, Lunning fue sepultado el 10 de noviembre de 1942 en el campo FE Suroeste 22 CC, en el tramo llamado de la limosna o de los pobres, en el Cementerio de Colón de La Habana.

Sus restos fueron exhumados el 19 de junio de 1952. Posteriormente se autorizó el traslado de sus cenizas a la ciudad alemana de Bremen, a solicitud de sus familiares, posiblemente de su viuda. Es curioso que la inscripción de su inhumación en el registro de la necrópolis habanera aparezca con la misma fecha en que se produjo la exhumación.

Es posible que ello se produjera por dos posibles razones: para que no se conociera donde estaba sepultado el espía radista y evitar que así le rindieran homenaje los simpatizantes del nazi-fascismo, que no faltaban en aquella época en Cuba, o bien, por una negligencia de los empleados encargados de esa tarea. Nos inclinamos a creer en lo primero.

Origen de dos fotografías hoy históricas

Aquel viernes 11 de marzo de 1949, en el Parque Central de La Habana, era un día como otro cualquiera. Una noche de luna esplendente y los habituales viejos jubilados conversando, sentados en los bancos de hierro, así como ciudadanos de todas las categorías sociales, incluyendo muchos desempleados, decursando su aburrimiento en la plazoleta que bordea la modesta estatua de José Martí, emplazada allí en 1905, a inicios del siglo.

La escena la completaban paseantes de caminar apresurado y algunos turistas yanquis, casi todos alojados en el ya viejo hotel Plaza, de Neptuno y Zulueta o en el entonces deteriorado Hotel Inglaterra, frente al Parque Central. Pero algunos más rondaban el céntrico lugar capitalino. Eran varios tripulantes del destróyer norteamericano "Rodman", fondeado en el puerto capitalino, que disfrutaban de permiso, tiempo que aprovechaban para hacer escandalosas escalas en bares y prostíbulos. Para "encharcarse" de drogas y ginebra.

Algunos "banqueteros" se disputaban a los escasos turistas que por allí exhibían su indumentaria típica. Se les llamaba así a estos fotógrafos ambulantes (de antiguas cámaras de cajón. N. del E.), porque se presentaban en cuanto banquete, de los tantos que se efectuaban sin razón aparente por esa época, y sin pedir permiso la mayoría de las veces, tomaban fotos a los comensales y a los pocos minutos regresaban con las copias aún húmedas para ofertárselas a los comensales, que aún no habían comenzado a ingerir sus los postres.

Uno de estos "banqueteros", cazadores de clientes, iba a transformar ese viernes en una noche distinta, al darle categoría de escándalo internacional.

Todo ocurrió de forma sorpresiva, inesperada cuando alguien próximo a la estatua del Apóstol, José Martí, gritó:

– ¡Miren eso!… ¡Miren eso!…

Y su índice apuntaba hacia la cercana escultura….Todos los allí presentes pudieron entonces compartir algo insólito, increíble, indignante: un marine yanqui cabalgaba sobre los hombros de nuestro Héroe Nacional y allí daba saltos simiescos, a la vez que hacía aguas, en acción inconcebible.

Mientras tanto, otro marine, tan borracho como su compinche de aventura, trataba a su vez de escalar el grupo escultórico, haciendo piruetas.—Y un tercero les reía la gracia desde abajo, quizás si faltándole valor, aunque no impudicia, para imitarlos. En ese momento una botella, disparada no se sabe de donde, ni porque manos vindicativas, voló por los aires con rumbo al sujeto que se había atrevido a profanar la memoria y el símbolo de la figura más señera de nuestras luchas patrias. El proyectil se hizo añicos en la frente de la marmórea frente del prócer, a escasas pulgadas del primer sujeto, representativo del menosprecio con que miraban-y aún miran- los gobernantes yanquis y a los hijos de otros pueblos y sus tradiciones patrias.

Sudando pánico, bajaron precipitadamente los marines y pretendieron protegerse en una fuga sin rumbo fijo. Aquella escena que alcanzaría luego tamaña repercusión, apenas si habría consumido un minuto. El intento de escapatoria se frustró ante el cerco amurallado de la multitud que les cerró el paso y hasta algunos, más audaces, propusieron hacer justicia allí mismo. Afortunadamente para ellos, algunos agentes policíacos acudieron presurosos a rescatarlo de la avalancha humana que los cubría de insultos. Pero un jovencito, más atrevido, se abalanzó sobre el primer marinero, a la vez que lo cubría de puñetazos, mientras gritaba, en fuerte estado de excitación:

– ¡Déjenmelo a mí…!… ¡Déjenmelo a mí!

Aquel viernes cualquiera, estaba dejando de serlo, en tanto la plazoleta y sus alrededores se vestían cada vez más de pueblo que profería voces condenatorias. La multitud, incontenible en sus deseos reivindicativos, trató de tomar venganza en otros marines, que en torno a la mesa del café "El Dorado", en Prado y Teniente Rey, bebían cerveza… Simultáneamente un grupo de turistas norteamericanos se perdía a todo correr por el lobby del Hotel Plaza, protegidos por algunos transeúntes. Minutos más tarde, el hotel quedaba acordonado por agentes uniformados que irrumpieron, en varios carros perseguidores (conocidos popularmente en Cuba como "perseguidoras" .N. del E.). En tanto, otros esbirros uniformados, enarbolando "bichos de buey" (cachiporras N. del E.), con su maestría característica y haciendo disparos al aire, atacaron al pueblo, obligándolo a desalojar el Parque Central y sus alrededores.

En la unidad policial ubicada en Dragones y Zulueta, a donde fueron conducidos los marines, se redacto un acta amañada acerca de los hechos, que nunca llegó a ningún juez o tribunal cubano. En definitiva los marines fueron entregaos a un comando de la policía militar del destróyer, que avisados por la embajada norteamericana, acudieron presurosos invocando su clásica prepotencia. Con la complicidad tolerante de las autoridades cubanas de la época-¡y qué época!- los marines regresaron al navío norteamericano surto en puerto. Simultáneamente, por una orden de la embajada, se recogieron al instante todos los tripulantes del mismo, diseminados por la capital y restituidos al navío militar, que a las pocas horas, zarpó de regreso a su país.

Muchos penaron que aquel episodio había terminado, cuando lo cierto es que apenas comenzaba. Y es aquí cuando la figura del "banquetero" cobra caracteres singulares, de protagonista privilegiado. La voz del pueblo, atenta y siempre vigilante, comenzó a escucharse:

– ¡Un fotógrafo del parque retrató al marinero sobre la estatua de martí…!

– ¡Fue un "banquetero" de los que siempre están por aquí! – comentó otro.

La redacción del diario "Alerta" se encontraba entonces en un ala del edificio del "Diario de la Marina", en Prado y Teniente Rey, frente al Capitolio y apenas a dos cuadras del escenario de los acontecimientos. Hacía sólo unos meses que el periódico había sido adquirido por Ramón Vasconcelos e iniciaba una nueva etapa bajo su dirección

El autor de estas memorias era entonces jefe de información de "Alerta". Y la noticia de aquella injuria al prócer le llegó rápidamente y en forma simultánea el rumor de que alguien, posiblemente un fotógrafo ambulante, había tomado fotos del hecho. Nos dimos entonces a la tarea de obtenerlas. Poco después llegó a la redacción el compañero Isaac Astudillo, reportero gráfico del periódico (Quien posteriormente acumulará un significativo aval en su larga trayectoria profesional. N. del E.) para iniciar su jornada de trabajo nocturna, quien recibió la orden de conseguir esos negativos.

He aquí su testimonio textual:

"El turno en el periódico era de diez de la noche a cuatro de la madrugada. Pasadas las nueve de la noche salí de la Asociación de Reporters situada entonces en Zulueta y Ánimas, a una cuadra del Parque Central. Fui a buscar mi viejo "cacharro" que tenía parqueado cerca, para dirigirme al hotel New York, a tomar unas fotos para la página deportiva. Pero comenzó a fallar el motor y decidí dejarlo allí y entonces saqué del maletero mi cámara fotográfica. Tomé a pie por Zulueta hasta donde estaba el diario".

Refiriéndose a los marines, agrega Astudillo:

"Para mí no estaban solo borrachos. Por la expresión de su cara parecía que estaban drogados, que habían fumado marihuana, pues tenían gran excitación. Entonces sube el americano y uno llega hasta la misma cabeza del Apóstol. Se produjo inmediatamente una reacción de repulsa y le tiraron una botella de cerveza que reventó precisamente contra la frente de Martí. Y comenzó a circular la versión de que se habían tomado fotografías de ese hecho"

Y añade Astudillo:

"Efectivamente yo había tomado fotografías y también un fotógrafo de los que llamábamos "banqueteros". Había uno de ellos por ese lugar que hizo las fotos…yo, ante mis dudas, no pensando comercialmente sino como periodista, y de que iba a tener una foto tan exclusiva, le dije:

– Te doy cincuenta pesos por el "chasis" que tú has tomado, estén buenas o no las fotos.

Para agregar:

"Entonces le di los cincuenta pesos por el "chasis". El jefe de información de "Alerta" era el compañero Raúl Quintana, a su vez Presidente de la Asociación de Reporters de La Habana (Círculo Nacional de Periodistas). Al llegar al diario le dije lo que tenía…ya él sabía lo que se había producido y me dijo:

– Revela eso a ver que hay.

Yo me dirigí al cuarto oscuro acto seguido para revelar los negativos, uní los dos chasis, el mío y el que había comprado al banquetero…Yo tenía mis temores…sospechaba que aquello no se iba a publicar…era un asunto muy riesgoso.

Luego de revelar los negativos y ver lo que había, me surgió un poco de confusión, pensando que en definitiva esto no lo van a publicar dadas las condiciones de sometimiento en que vivía el país, pues no se podían publicar cosas que representaran una ofensa para los norteamericanos. A pesar de ello le enseñé los negativos a Quintana y a Vasconcelos".

Interrumpí entonces a Astudillo para hacer una aclaración y aclarar algunas dudas:

– La versión que me llegó inicialmente, es que fue un "banquetero el que tomó esas fotos, sin comprobar seguramente la importancia que tenían.

"Ya te lo dije – me respondió – que un banquetero tomó las fotos del marine sobre la estatua, pero yo también tomé fotos. Al mezclar los negativos contenidos en los chasis, el del banquetero y el mío, me surgió la duda, ¿de quién eran las fotos? ¿Del chasis mío o el de él? No lo sé. Por eso Quintana, nunca me he atribuido la paternidad de esas fotos que causaron tanta sensación. Y por eso tampoco las presenté nunca a concurso. Tú sabes que me llevé once premios en el concurso "Juan Gualberto Gómez" que organizaba la Asociación de Reporters, entre primeros, segundos y terceros lugares. Nunca me he atribuido la paternidad de esas fotos, te repito".

Recordamos que las fotos y negativos quedaron bajo llave en mi buró de la redacción. Sobre su existencia se mantuvo un gran silencio. Ni los otros jefes y demás trabajadores, con excepción de los ya señalados, tenían noticias de lo ocurrido con los negativos… Pero algo trascendió, nunca he sabido cómo, pues durante la madrugada recibí varias llamadas telefónicas misteriosas, que coincidían en afirmar que ellos sabían que teníamos fotografías del hecho y que estaban dispuestos a pagar cualquier suma por obtenerlas y que no se publicaran. Mi respuesta fue siempre invariablemente la misma:

-Nosotros estamos en la misma situación, buscándolas si es que existen, pero para publicarlas. Si usted sabe quien las tiene, favor de avisarnos que estamos dispuestos también a pagar cualquier suma.

Luego de discutir con Vasconcelos los pro y los contra de los riesgos de la publicación de las fotografías, logramos convencerlo sin mucho trabajo, que se dieran a conocer como una denuncia pública de aquella acción de los marines del "Rodman".

Amaneciendo el sábado 12 de marzo ordené confeccionar los dos grabados al ancho de tres columnas, para insertarlos en la primera plana. Todo se hizo en la más absoluta discreción. Las llamadas telefónicos y otros rumores nos habían alertado y temíamos con sobradas razones, de que si las autoridades cubanas se enteraban de que poseíamos las copias, el riesgo de ser asaltados por la policía para despojarnos del preciado tesoro o que por presiones de la embajada yanqui, se nos prohibiera su publicación. Estábamos conscientes del escándalo que iba a producirse cuando el pueblo calibrara la injuria inferida y el peligro de los acontecimientos posteriores imprevisibles. Recordamos que alguien nos dijo en cierta ocasión:

– Vasconcelos no será un antiimperialista, pero tiene profundos sentimientos anti yanquis

Todo ello es posible que lo decidiera, aparte de su sentido periodístico, a autorizar la publicación con grandes titulares- letras de madera de poco menos de dos pulgadas- que expresaban como cintillo principal: INTENTARON LINCHAR A LOS MARINOS DE EE.UU. QUE PROFANARON LA ESTATUA DE MARTÍ. Y una nota editorial en recuadro, escrita por el propio Vasconcelos, titulada: "Al embajador de los Estados Unidos", donde se reflejaba la protesta del diario y de sus trabajadores, así como la indignación popular, que había provocado el incidente.

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