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La tercera ola (Toffler, Alvin) (página 11)




Enviado por ramon notario arias



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Estallarán batallas en torno a qué necesidades serán satisfechas por qué sector de la economía. Se agudizarán las luchas en torno, por ejemplo, a la concesión de licencias, a los códigos de construcción y cosas semejantes, mientras las fuerzas de la segunda ola intentan aferrarse a puestos de trabajo y a beneficios, impidiendo que penetren en ellos los prosumidores. Los sindicatos de maestros luchan por mantener a los padres fuera de las aulas con todo el celo de comerciantes que pugnan por preservar anticuados códigos de construcción. Pero del mismo modo que gran número de problemas sanitarios -como los derivados del comer en exceso, de la falta de ejercicio o de fumar, por ejemplo- no pueden ser resueltos exclusivamente por los médicos, sino que requieren la participación activa del paciente, así también gran número de problemas educacionales no pueden ser resueltos sin el padre. El surgimiento del prosumidor cambia todo el paisaje económico.

Y todos estos efectos resultarán intensificados, y la economía mundial cambiada, por un masivo hecho histórico que ahora tenemos directamente ante nosotros y que parece haber pasado inadvertido a economistas y pensadores de la segunda ola. Este último e importante hecho sitúa en perspectiva todo lo que hasta ahora hemos leído en este capítulo.

El fin de la mercatización

Lo que ha pasado casi inadvertido no es simplemente un cambio en las pautas de participación en el mercado, sino, más fundamentalmente aún, la consumación de todo el proceso histórico de construcción de mercado. Este punto de inflexión es tan revolucionario en sus implicaciones y, sin embargo, tan sutil, que pensadores capitalistas y marxistas por igual, sumidos en sus polémicas de la segunda ola, apenas han reparado en sus signos. No encaja en ninguna de sus teorías, y por ello se les ha escapado casi por completo.

La especie humana se ha pasado por lo menos diez mil años construyendo una red de intercambio mundial, es decir, un mercado. Durante los últimos trescientos años, ya desde que comenzó la segunda ola, este proceso ha avanzado con acelerada velocidad. La civilización de la segunda ola "mercatizó" el mundo.

Hoy -en el momento mismo en que empezó a resurgir el prosumo- está fugando a su fin este proceso.

No se puede apreciar el inmenso significado histórico de esto si no comprendemos claramente qué es un mercado o red de intercambio. Resulta útil en tal sentido imaginarlo como un oleoducto. Cuando hizo su irrupción la revolución industrial, desencadenando la segunda ola, eran muy pocas las personas que en todo el Planeta se hallaban ligadas por el sistema monetario. Existía el comercio, pero sólo alcanzaba a las periferias de la sociedad. Las diversas redes de mercaderes, distribuidores, mayoristas, minoristas, banqueros y otros elementos de un sistema comercial, eran pequeñas y rudimentarias, proporcionando sólo unas pocas y estrechas cañerías a cuyo través podrían fluir el dinero y las mercancías.

Durante trescientos años hemos dedicado tremendas energías a la construcción de este oleoducto. Se consiguió realizar de tres maneras. Primero, los mercaderes y mercenarios de la civilización de la segunda ola se extendieron por el Globo, invitando o forzando a poblaciones enteras a ingresar en el mercado, " producir más y presumir menos. Indígenas africanos autosuficientes, fueron inducidos u obligados a cultivar determinadas plantas y extraer cobre. Campesinos asiáticos que antes cultivaban sus propios alimentos fueron puestos a trabajar en plantaciones, sangrando árboles caucheros para poner neumáticos a los automóviles. Los latinoamericanos empezaron a cultivar café para su venta en Europa y en los Estados Unidos. En cada una de esas ocasiones se construía o, se perfeccionaba más la cañería, y más y más poblaciones fueron progresivamente dependiendo de ella.

La segunda forma en que se extendió el mercado fue a través de la creciente "comercialización" de la vida. No sólo quedaron inmersas en el mercado más poblaciones, sino que cada vez más bienes y servicios fueron concebidos para el mercado, lo cual requería una continua ampliación de la "capacidad canalizadora" del sistema, un ensanchamiento, como si dijéramos, del diámetro de las tuberías.

Finalmente, el mercado se expandió de otra manera. A medida que la economía y la sociedad fueron haciéndose más complejas, se multiplicó el número de transacciones necesarias para que, por ejemplo, una pastilla de jabón pasase del productor al consumidor. Al proliferar los intermediarios se incrementaron las ramificaciones del laberinto de canales o tuberías. Esta mayor complejidad del sistema constituyó por sí misma una forma de perfeccionamiento y desarrollo, como la adición de más tubos y válvulas a un oleoducto.

En la actualidad, todas estas formas de expansión del mercado están alcanzando sus límites exteriores. Pocas poblaciones quedan aún por introducir en el mercado. Sólo un puñado de remotísimas gentes se mantienen al margen de él. Incluso los cientos de millones de labradores que trabajan en régimen de mera supervivencia en los países pobres se hallan al menos parcialmente integrados en el mercado y en su concomitante sistema monetario.

Por tanto, lo que subsiste es, en el mejor de los casos, una operación de absorción de beneficios. El mercado no puede ya expandirse mediante la inclusión de nuevas poblaciones.

En cambio, continúa siendo posible -al menos teóricamente- la segunda forma de expansión. Con un poco de imaginación, aún podemos, sin duda, idear servicios o bienes adicionales que vender o permutar. Pero es precisamente aquí donde adquiere su importancia el auge del prosumidor. Las relaciones entre el sector A y el sector B son complejas, y muchas de las actividades de los prosumidores dependen de la adquisición de materiales o herramientas existentes en el mercado. Pero el aumento de la autoayuda, en particular, y la desmercatización de muchos bienes y servicios sugiere que también aquí puede hallarse próximo el fin del proceso de mercatización.

Por último, la creciente complicación del "oleoducto" -la creciente complejidad de la distribución, la interpolación de más intermediarios cada vez- parece estar llegando también a un punto sin retorno. Los costos del propio intercambio, aun medidos convencionalmente, están ya superando a los costos de la producción material en muchos campos. En algún punto, este proceso alcanza un límite. Mientras tanto, los computadores y la aparición de una tecnología activada por el prosumidor apuntan a catálogos más pequeños y cadenas de distribución simplificadas, en lugar de más complejas. Portante, una vez más, la evidencia apunta al final del proceso de mercatización, si no en nuestro tiempo, sí poco después.

Si nuestro "plan de oleoducto" se aproxima a su terminación, ¿qué podría esto significar para nuestro trabajo, nuestros valores y nuestra psiquis? Después de todo, un mercado no consiste en el acero, los zapatos, el algodón o los alimentos envasados que circulan a su través. El mercado es la estructura a cuyo través se encauzan los bienes y servicios. Además, no se trata de una estructura simplemente económica. Es una forma de organizar a las personas, una forma de pensar, un etos y un conjunto compartido de expectativas (por ejemplo, la expectativa de que los bienes comprados serán efectivamente entregados). El mercado es, pues, tanto una estructura psicosocial como una realidad económica. Y sus efectos transcienden con mucho la economía.

Interrelacionando sistemáticamente entre sí a miles de millones de personas, el mercado produjo un mundo en el que nadie poseía un control independiente sobre su destino… ninguna persona, ninguna nación, ninguna cultura. Trajo consigo la creencia de que la integración en el mercado era "progresiva", mientras que la autosuficiencia era "retrógrada". Difundió un vulgar materialismo y la creencia de que la economía y la motivación económica constituían las fuerzas primarias de la vida humana. Fomentó una concepción de la vida que consideraba ésta como una sucesión de transacciones contractuales y de la sociedad en cuanto ligada por el "contrato matrimonial" o el "contrato social". La mercatización moldeó, así, los pensamientos y los valores, además de los actos, de miles de millones de personas, y dio el tono a la civilización de la segunda ola.

Fue precisa una enorme inversión de tiempo, energía, capital, cultura y materias primas para crear una situación en la que un agente de compras de Carolina del Sur pudiera cerrar un negocio con un desconocido empleado de Corea del Sur… cada uno con su propio abaco o computador, cada uno con una imagen internalizada del mercado, cada uno con un conjunto de expectativas acerca del otro, cada uno realizando ciertos actos predecibles porque ambos han sido adiestrados por la vida para desempeñar ciertos papeles previamente especificados, cada uno formando parte integrante de un gigantesco sistema mundial que afecta a millones -miles de millones, en realidad- de otros seres humanos.

Podría plausiblemente argüirse que la construcción de esta complicada estructura de relaciones humanas, y su explosiva difusión por el Planeta, constituyó el logro más impresionante de la civilización de la segunda ola, empequeñeciendo incluso sus espectaculares logros tecnológicos. La paulatina creación de esta estructura, esencialmente sociocultural y psicológica, de intercambio -con total independencia del torrente de bienes y servicios que circulaban a su través- puede compararse con la construcción de las pirámides egipcias, los acueductos romanos, la muralla china y las catedrales medievales, todo ello combinado y multiplicado por mil.

Este proyecto de construcción, el más grandioso de toda la Historia, la instalación de los conductos y canales a cuyo través latió y circuló gran parte de la vida económica de civilización, dio en todas partes a la civilización de la segunda ola su dinamismo interno y su empuje propulsor. De hecho, si se puede decir que esta civilización ahora agonizante tuvo alguna misión, fue mercatizar el mundo.

Hoy, esa misión está casi completamente cumplida.

Los tiempos heroicos de la construcción del mercado han terminado… para ser sustituidos por una nueva fase en la que nos limitemos a mantener, renovar y actualizar el sistema de conducción. Indudablemente, tendremos que remodelar importantes piezas para acoger corrientes de información radicalmente incrementadas. El sistema dependerá cada vez más de la electrónica, la Biología y de nuevas tecnologías sociales. También esto exigirá, sin duda, recursos, imaginación y capital. Pero, comparado con el agotador esfuerzo de la mercatización de la segunda ola, este programa de renovación absorberá una fracción mucho más pequeña de nuestro tiempo, nuestra energía, nuestro capital y nuestra imaginación. Utilizará menos material, no más, y menos personas, no más, que el proceso original de construcción. Por compleja que resulte ser la conversión, la mercatización no será ya el proyecto central de la civilización.

Por tanto, la tercera ola producirá la primera civilización de "transmercado" de la Historia.

Por "transmercado" no entiendo una civilización desprovista de redes de intercambio, un mundo relegado a pequeñas comunidades, aisladas y autosuficientes o reacias a comerciar entre ellas. No me refiero a un paso atrás. Por "transmercado" entiendo una civilización que depende del mercado, pero que no se ve consumida ya por la necesidad de construir, ampliar, refinar e integrar esta estructura. Una civilización capaz de avanzar a una nueva agenda… precisamente porque el mercado se ha establecido ya.

Y, así como nadie que viviera en el siglo XVI hubiera podido imaginar cómo cambiaría el crecimiento del mercado la agenda del mundo en términos de tecnología, política, religión, arte, vida social, derecho, matrimonio o desarrollo de la personalidad, así también nos resulta hoy sumamente difícil imaginar los efectos a largo plazo del fin de la mercatización.

Sin embargo, es posible que esos efectos penetren en todos los resquicios de las vidas de nuestros hijos, si no en la nuestra propia. El proyecto de mercatización se cobró un precio. Aun en términos económicos, ese precio fue enorme. Al ir aumentando la productividad de la especie humana durante los últimos trescientos años, una gran parte de esa productividad -en ambos sectores- fue puesta a un lado y adscrita al proyecto de construcción del mercado.

Virtualmente concluida ya esa tarea de construcción, las enormes energías anteriormente volcadas en la creación del sistema de mercado mundial quedan libres para su aplicación a otros propósitos humanos. Sólo de ello se derivará ya una ilimitada serie de cambios referentes a la civilización. Nacerán nuevas religiones. Obras de arte a una escala inimaginada hasta el momento. Fantásticos avances científicos. Y, sobre todo, especies totalmente nuevas de instituciones sociales y políticas.

Lo que actualmente está en juego es algo más que capitalismo o socialismo, algo más que energía, alimentación, población, capital, materias primas o puestos de trabajo; lo que está en juego es el papel que el mercado ha de desempeñar en nuestras vidas y el futuro de la civilización misma.

Esto, básicamente, es lo que resulta afectado por el auge del prosumidor.

El cambio operado en la estructura íntima de la economía forma parte de la misma ola de interrelacionados cambios que actualmente bate contra nuestra base energética, nuestra tecnología, nuestro sistema de información y nuestras instituciones familiares y comerciales. Estos se hallan, a su vez, interconectados con la forma en que concebimos el mundo. Y también en esta esfera estamos experimentando una conmoción histórica. Pues está siendo revolucionada la concepción entera del mundo sostenida por la civilización industrial… la indust-realidad.

XXI

El torbellino mental

Nunca hasta ahora tantas personas de tantos países -incluso personas instruidas y supuestamente sofisticadas- se habían sentido tan intelectualmente desvalidas, ahogándose, como si dijéramos en un torbellino de ideas encontradas, desorientadoras y cacofónicas. Un entrechocar de visiones sacude nuestro universo mental.

Cada día trae algún nuevo y fugaz descubrimiento científico, movimiento, manifiesto o religión. Culto a la Naturaleza, ESP, medicina totalista, sociobiología, anarquismo, estructuralismo, neomarxismo, la nueva física, misticismo oriental, tecnofilia, tecnofobia y mil otras corrientes y contracorrientes atraviesan el cedazo de la consciencia, cada una con su sacerdocio científico o su pasajero gurú.

Vemos un creciente ataque a la ciencia oficial. Vemos un ardiente renacimiento de la religión fundamentalista y una búsqueda desesperada de algo -casi cualquier cosa- en que creer.

Gran parte de esta confusión es, en realidad, el resultado de una cada vez más intensa guerra cultural, la colisión de una emergente cultura de la tercera ola con las atrincheradas ideas y presunciones de la sociedad industrial. Pues, así como la segunda ola engulló concepciones tradicionales y difundió el sistema de creencias que yo denomino indusrealidad, así también estamos presenciando en la actualidad los comienzos de una rebelión filosófica dirigida a derrocar las presunciones imperantes de los últimos trescientos años. Las ideas fundamentales del período industrial están siendo desacreditadas, menospreciadas, abandonadas o subsumidas en teorías mucho más amplias y más poderosas.

La aceptación, durante los tres últimos siglos, de las creencias centrales de la civilización de la segunda ola no se logró sin encarnizada lucha. En ciencia, en educación, en religión, en otros mil campos, los pensadores "progresistas" del industrialismo lucharon contra los pensadores "reaccionarios" que reflejaban y racionalizaban las sociedades agrícolas. Hoy son los defensores del industrialismo quienes se ven acorralados, mientras empieza a tomar forma una nueva cultura, una cultura de la tercera ola.

La nueva imagen de la Naturaleza

Nada ilustra más claramente este choque de ideas que nuestra cambiante imagen de la Naturaleza.

Durante la última década ha surgido un movimiento ecologista de amplitud mundial en respuesta a cambios fundamentales y potencialmente peligrosos operados en la bioesfera de la Tierra. Y este movimiento ha hecho algo más que combatir la contaminación, los aditivos alimenticios, los reactores nucleares, las autopistas y los aerosoles. Nos ha forzado también a reconsiderar nuestra dependencia de la Naturaleza. Como consecuencia, en lugar de concebirnos a nosotros mismos como empeñados en una sangrienta guerra contra la Naturaleza, estamos avanzando hacia una nueva concepción que hace hincapié en la simbiosis o armonía con la Tierra. Estamos pasando de una postura antagonista a una postura no antagonista.

En el plano científico, esto ha dado lugar a miles de estudios dirigidos a comprender las relaciones ecológicas, a fin de que podamos amortiguar nuestros impactos sobre la Naturaleza o canalizarlos de modos constructivos. No hemos hecho sino empezar a apreciar la complejidad y el dinamismo de estas relaciones y a reconceptualizar la sociedad misma en términos de reciclaje, renovabilidad y de la capacidad transportadora de los sistemas naturales.

Todo esto queda reflejado en un correlativo cambio de las actitudes populares hacia la Naturaleza. Ya examinemos las encuestas de opinión o la letra de las canciones pop, la imaginería visual de la publicidad o el contenido de los sermones, encontramos pruebas de una mayor, aunque a menudo romántica, atención a la Naturaleza.

Millones de habitantes de las ciudades suspiran por el campo, y el Urban Land Institute informa de un significativo desplazamiento de población hacia zonas rurales. En los últimos años se ha intensificado de forma extraordinaria el interés por los alimentos naturales y el parto natural, por la lactancia materna, los biorritmos o el cuidado corporal. Y se halla tan extendido el recelo hacia la tecnología, que hasta los más acérrimos defensores del PNB se muestran, al menos de labios para afuera, favorables a la idea de que la naturaleza debe ser protegida, no violada, de que es preciso anticipar y prevenir, no simplemente ignorar, los efectos secundarios adversos de la tecnología sobre la Naturaleza.

Debido al aumento experimentado por nuestro poder para causar daño, la Tierra es ahora considerada mucho más frágil de lo que sospechaba la civilización de la segunda ola. Al mismo tiempo, se la ve como una mota cada vez más pequeña en un Universo que va haciéndose más grande y más complejo a cada "instante que pasa.

Desde que comenzó la tercera ola, hace unos veinticinco años, los científicos han desarrollado toda una batería de nuevos instrumentos para explorar las más remotas distancias de la Naturaleza. A su vez, estos láseres, cohetes, aceleradores, plasmas, fantásticas posibilidades fotográficas, computadores y aparatos de rayos en colisión, han hecho estallar nuestra concepción de lo que nos rodea.

Estamos ahora examinando fenómenos que son más grandes, más pequeños y más rápidos por órdenes de magnitud que cualquiera de los considerados durante el pasado de la segunda ola. Actualmente, estamos explicando fenómenos que son tan diminutos como 1/1.000.000.000.000.000 de centímetro en un Universo explorable cuyos límites se encuentran por lo menos a 100.000.000.000.000.000.000.000 de millas de distancia. Estamos estudiando fenómenos tan fugaces que tienen lugar en 1/10.000.000.000.000.000.000.000 de segundo. En contraste con ello, nuestros astrónomos y cosmólogos nos dicen que el Universo tiene unos 20.000.000.000 de años de edad. La escala de la Naturaleza explorable se ha expandido más allá de las más atrevidas suposiciones de ayer.

Además -se nos dice- puede que la Tierra no sea la única esfera habitada en esta arremolinada inmensidad. Dice el astrónomo Otto Struve que "el vasto número de estrellas que deben de poseer planetas, las conclusiones de muchos biólogos de que la vida es una propiedad inherente a ciertos tipos de complicadas moléculas o agregados de moléculas, la uniformidad de los elementos químicos a todo lo largo del Universo, la luz y el calor emitidos por estrellas de tipo solar y la presencia de agua no sólo en la Tierra, sino también en Marte y Venus, nos obligan a revisar nuestro pensamiento" y a considerar la posibilidad de vida extraterrestre.

No se refiere esto a la existencia de hombrecillos verdes. Ni se refiere tampoco a OVNIS. Pero la sugerencia de que la vida no es exclusiva de la Tierra altera más aún nuestra percepción de la Naturaleza y de nuestro lugar en ella. Desde 1960, los científicos han estado escuchando en la oscuridad, esperando detectar cuales procedentes de alguna distante inteligencia. El Congreso de los Estados Unidos ha celebrado sesiones sobre "la posibilidad de vida inteligente en otros lugares del Universo". Y la nave espacial Pioneer X llevaba consigo, mientras surcaba los espacios interestelares, un saludo gráfico para los extraterrestres.

En el amanecer de la tercera ola, nuestro propio planeta parece mucho más pequeño y más vulnerable. Nuestro lugar en el Universo parece menos grandioso. E incluso nos hace vacilar la remota posibilidad de que no estamos solos.

Nuestra imagen de la Naturaleza no es la misma que antes.

Diseñando la evolución

Y tampoco lo es nuestra imagen de la evolución… ni, de hecho, la evolución misma.

Biólogos, arqueólogos y antropólogos, al intentar desentrañar los misterios de la evolución, se encuentran de manera similar en un mundo más grande y más complejo que el anteriormente imaginado y están descubriendo que leyes antaño consideradas de aplicación universal son, en realidad, casos especiales.

Dice el genético Francois Jacob, galardonado con el Premio Nobel: "Desde Darwin, los biólogos han desarrollado gradualmente un… mapa del mecanismo de la evolución, llamado selección natural. Sobre esa base se ha intentado con frecuencia representar toda evolución -cósmica, química, cultural, ideológica, social- como regida por un mecanismo similar de selección. Pero tales intentos parecen condenados al fracaso, en tanto en cuanto las reglas cambian en cada nivel."

Aun en el plano biológico, se hallan en tela de juicio reglas que en otro tiempo se consideraron aplicables de forma general. Así, los científicos se están viendo obligados a preguntar si toda evolución biológica es una respuesta a la variación y la selección natural o si, al nivel molecular, puede, por el contrario, depender de una acumulación de variaciones que originen una "desviación genética" sin que intervenga la selección natural darviniana. Dice el doctor Motoo Kimura, del Instituto Nacional de Genética del Japón, que la evolución en el nivel molecular parece ser "completamente incompatible con las expectativas del neodarvinismo".

Otras suposiciones mantenidas durante largo tiempo se están tambaleando también. Los biólogos nos han dicho que los eucariotes (los seres humanos y la mayoría de las demás formas de vida) descendían, en último término, de células más simples llamadas procariotes (entre las que figuran las bacterias y las algas). Recientes investigaciones están socavando ahora esa teoría, conduciendo a la inquietante noción de que las formas de vida más simples tal vez hayan descendido de las más complejas.

Además, se supone que la evolución favorece a adaptaciones que mejoran la supervivencia. Sin embargo, estamos encontrando sorprendentes ejemplos de desarrollos evolutivos que parecen resultar beneficiosos a largo plazo… a costa de perjuicios a plazo corto. ¿Qué es lo que favorece la evolución?

Están luego las extraordinarias noticias procedentes precisamente del Grant Park Zoo de Atlanta, donde el casual apareamiento de dos especies de mono con dos grupos completamente distintos de cromosomas ha producido el primer mono híbrido conocido. Aunque los investigadores no están seguros de que el híbrido vaya a ser fértil, su extraña genética apoya la idea de que la evolución puede producirse a saltos, así como mediante la progresiva acumulación de pequeños cambios.

De hecho, en lugar de considerar la evolución como un proceso paulatino, muchos de los arqueólogos y científicos de la vida actuales están estudiando la "teoría de las catástrofes" para explicar "huecos" y "saltos" en las múltiples pinas de la historia evolutiva. Otros están estudiando pequeños cambios que pueden haber sido amplificados mediante un proceso de realimentación, hasta convertirse en repentinas transformaciones estructurales. Acaloradas controversias dividen a la comunidad científica en torno a cada uno de estos temas.

Pero todas esas controversias quedan empequeñecidas ante un hecho singular que cambió toda la Historia.

Un día de 1953, en Cambridge (Inglaterra), un joven biólogo llamado James Watson se hallaba sentado en el pub "Eagle" cuando su colega Francis Crick entró excitadamente y anunció "a todos cuantos pudieran oírle que habíamos descubierto el secreto de la vida". Watson y Crick habían desentrañado la estructura del ADN.

En 1957, cuando comenzaba a sentirse las primeras sacudidas de la tercera ola, el doctor Arthur Kornberg averiguó la forma en que se reproduce el ADN. Desde entonces, según un resumen popular, "hemos descifrado el código del ADN… Hemos averiguado cómo transmite el ADN sus instrucciones a la célula… Hemos analizado los cromosomas para determinar la función genética… Hemos sintetizado una célula… Hemos fusionado células de dos especies diferentes… Hemos aislado genes humanos puros… Hemos "trazado el mapa" de los genes… Hemos sintetizado un gen… Hemos cambiado la herencia de una célula." En la actualidad, ingenieros genéticos que trabajan en laboratorios de todo el mundo son capaces de crear formas de vida enteramente nuevas. Han dominado la evolución misma.

Los pensadores de la segunda ola concebían la especie humana como la Culminación de un largo proceso evolutivo; los pensadores de la tercera ola deben ahora enfrentarse con el hecho de que estamos apunto de convertirnos en diseñadores de la evolución. La evolución nunca parecerá la misma. , Como el concepto de Naturaleza, también la evolución se encuentra en el proceso de una drástica reconceptualización.

El árbol del progreso

Al estar cambiando las ideas de la segunda ola sobre la Naturaleza y la evolución, no es sorprendente que estemos también sometiendo a revisión las ideas de la segunda ola sobre el progreso. Como hemos visto, el período industrial se caracterizó por un fácil optimismo que veía, cada adelanto científico O cada "nuevo producto perfeccionado", como prueba de un inevitable avance hacia la perfección humana. Desde mediados de los años cincuenta, en que la tercera ola empezó a batir contra la civilización de la segunda ola, pocas ideas han sufrido embates tan duros como este animoso credo.

Los beats de los años cincuenta y los hippies de los sesenta hicieron del pesimismo sobre la condición humana -no del optimismo- un tema cultural omnipresente. Estos movimientos hicieron mucho por sustituir el optimismo despreocupado por una despreocupada desesperación.

Pronto, el pesimismo se convirtió en algo positivamente elegante. Las películas de Hollywood de los años cincuenta y sesenta, por ejemplo, sustituyeron a los héroes de prominente mandíbula de los años treinta o cuarenta por alienados antihéroes… rebeldes sin causa, atildados pistoleros y vagabundos rudos y broncos (pero espirituales). La vida era un juego que nadie ganaba.

Ficción, drama y arte adquirieron también una desesperanza de cementerio en muchas naciones de la segunda ola. Para comienzos de los años cincuenta, Camus había definido ya los temas que después seguirían innumerables novelistas. Un crítico británico los resumió en las siguientes palabras: "El hombre es falible, las teorías políticas son relativas, el progreso automático es un espejismo." Incluso la ciencia-ficción, en otro tiempo llena de utópicas aventuras, se tornó amarga y pesimista, engendrando innúmeras y malas imitaciones de Huxley y Orwell.

La tecnología, en vez de ser representada como el motor del progreso, aparecía como un dios sanguinario que destruía la libertad humana y, al mismo tiempo, el entorno físico. De hecho, para muchos ambientalistas, "progreso" se convirtió en una palabra obscena. Llovieron sobre las librerías sesudos volúmenes con títulos como La sociedad atascada, La inminente Edad Media, En peligro de progreso o La muerte del progreso.

Al comenzar a adentrarse en los años setenta la sociedad de la segunda ola, el informe del Club de Roma sobre Los límites del crecimiento dio un tono fúnebre a gran parte de la década siguiente, con sus previsiones de catástrofe para el mundo industrial. Agitaciones, desempleo e inflación, intensificados por el embargo petrolífero de 1973, contribuyeron a espesar el velo del pesimismo y a reforzar el rechazo de la idea de progreso humano inevitable. Henry Kissinger hablaba con acentos spenglerianos sobre la decadencia del Occidente… haciendo correr un nuevo estremecimiento de temor por muchas espinas dorsales.

Que cada lector decida si semejante desesperación está o no justificada. Sin embargo, una cosa queda clara: la noción de un inevitable progreso en una sola dirección, otro pilar de la indusrealidad, fue encontrando cada vez menos seguidores a medida que se aproximaba el fin de la civilización de la segunda ola.

Hoy se extiende rápidamente por el mundo la comprensión de que no es posible ya medir el progreso exclusivamente en términos de tecnología o de nivel material de vida, de que una sociedad que esté moral, estética, política o ambientalmente degradada, no es una sociedad avanzada, por rica o técnicamente sofisticada que pueda ser. En otras palabras: nos estamos moviendo hacia una noción de progreso mucho más amplia… un progreso que no se logra ya automáticamente y que no viene ya definido tan sólo por criterios materiales.

Nos hallamos también menos inclinados a pensar que las sociedades se mueven a lo largo de un único camino en el que cada sociedad va pasando automáticamente de una estación cultural a la siguiente, cada una más "avanzada" que la anterior. Puede haber muchas ramificaciones, en lugar de una línea única, y las sociedades pueden alcanzar de maneras diversas un desarrollo comprensivo.

Estamos empezando a pensar en el progreso como la floración de un árbol con muchas ramas proyectadas hacia el futuro en el que sirve de medida la misma variedad y riqueza de culturas humanas. A esta luz, el actual cambio hacia un mundo más diverso y desmasificado puede ser considerado como un importante salto adelante… análogo a la tendencia a la diferenciación y la complejidad tan frecuente en la evolución biológica.

Suceda después lo que suceda, es improbable que la cultura retorne jamás al ingenuo y unilineal progresivismo, parecido al de Pollyana, que caracterizó e inspiró a la Era de la segunda ola.

Por tanto, las últimas décadas han presenciado una forzada reconceptualización de la naturaleza la evolución y el progreso. Pero estos conceptos se hallaban a su vez, basados en ideas más elementales aún, nuestras presunciones sobre el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad. Y la tercera ola está disolviendo incluso esas presunciones… el aglutinante intelectual que mantuvo unida la civilización de la segunda ola.

El futuro del tiempo

Cada nueva civilización trae consigo no sólo cambios en la forma en que la gente maneja el tiempo en su vida cotidiana, sino también cambios en sus mapas mentales del tiempo. La tercera ola está dando un nuevo trazado a esos mapas temporales.

La civilización de la segunda ola, desde Newton, dio por supuesto que el tiempo discurría a lo largo de una única línea desde las brumas del pasado hasta el más remoto futuro. Representaba el tiempo como absoluto, uniforme en todas las partes del Universo e independiente de la materia y del espacio. Presumía que cada momento o fracción de tiempo, era idéntico al siguiente.

Hoy, según John Gribbin, astrofísico convertido en escritor científico, "graves científicos, de credenciales académicas impecables y largos años de experiencia en el campo de la investigación, nos informan sosegadamente de que… el tiempo no es algo que fluya inexorablemente hacia delante al ritmo inalterable señalado por nuestros relojes y calendarios, sino que su naturaleza puede ser deformada y distorsionada, con un producto final diferente, según el lugar desde donde se le mida. En último extremo, objetos supercomprimidos -agujeros negros – pueden negar por completo el tiempo, haciéndolo permanecer inmóvil en su proximidad".

A principios de este siglo, Einstein había demostrado ya que el tiempo podía ser comprimido y distendido, y había dinamitado la noción de que el tiempo es absoluto. Propuso el ejemplo, ya clásico, de los dos observadores y la vía férrea, que venía a decir, más o menos, lo siguiente:

Un hombre situado junto a una vía férrea ve fulgurar dos relámpagos al mismo tiempo, uno en el extremo Norte de la vía, el otro, en el Sur. El observador se encuentra en un punto equidistante de ambos. Una segunda persona se halla sentada en un tren que circula a gran velocidad en dirección Norte. Al pasar junto al observador, él también ve los relámpagos. Pero a él no se le aparecen simultáneos. Como el tren le está alejando de uno y acercando al otro, la luz de uno le llega antes que la luz del otro. Al hombre instalado en el tren en movimiento le parece que el resplandor del Norte se produce antes.

Aunque en la vida diaria las distancias son tan pequeñas y la velocidad de la luz tan grande que la diferencia sería imperceptible, el ejemplo dramatizaba la tesis de Einstein: que el orden cronológico de los acontecimientos -que es lo que sucede en primero, segundo o último lugar en el tiempo- depende de la velocidad del observador. El tiempo no es absoluto, sino relativo.

Ello está muy lejos de la clase de tiempo en que se basaron la física y la indusrealidad clásicas. Ambas daban por supuesto que "antes" o "después" tenían un significado fijo, independiente de cualquier observador.

Actualmente se está operando en la física una explosión y una implosión al mismo tiempo. Cada día, sus profesionales suponen -o encuentran- nuevas partículas elementales o fenómenos astrofísicos, desde cuarks hasta cuasares, con sorprendentes implicaciones, algunas de las cuales están imponiendo cambios adicionales en nuestras concepciones del tiempo.

En un extremo de la escala, por ejemplo, parecen puntear el cielo agujeros negros que lo absorben todo en su interior, incluida la propia luz, forzando -si no haciendo pedazos- las leyes de la física. Estos oscuros remolinos -se nos dice- terminan en "singularidades" en las que energía y materia simplemente se desvanecen. El físico Roger Penrose ha propuesto, incluso, la existencia de "agujeros helicoidales" y "agujeros blancos" a cuyo través la energía y la materia perdidas son arrojadas a otro Universo… cualquier cosa que eso pueda significar.

Se cree que un único momento en la proximidad de un agujero negro podría equivaler a eones en la Tierra. Así, si algún control de misión interestelar enviara una nave espacial para explorar un agujero negro, quizá tuviéramos que esperar un millón de años para que llegase la nave. Sin embargo, debido a la distorsión gravitacional en la vecindad del agujero negro, por no mencionar los efectos de la velocidad, el reloj de la nave indicaría el paso de unos pocos minutos o segundos solamente.

Cuando abandonamos la inmensidad de los cielos y entramos en el mundo de "partículas u hondas microscópicas, encontramos fenómenos similarmente desconcertantes. En la Universidad de Columbia, el doctor Gerald Feinberg ha formulado incluso la hipótesis de partículas llamadas taquiones, que se mueven a velocidad mayor que la de la luz y para las cuales -según algunos de sus colegas- el tiempo se mueve hacia atrás.

El físico británico J.G.Taylor nos dice: "la noción microscópica del tiempo es muy diferente de la macroscópica." Otro físico, Fritjolf Capra, lo expresa en términos más sencillos. El tiempo -dice- "está fluyendo a velocidades diferentes en partes diferentes del Universo". Por tanto, cada vez más, ni siquiera podemos hablar de "tiempo", en singular; parece haber "tiempos", alternativos y plurales que operan bajo reglas diferentes en partes diferentes del universo o universos que habitamos. Todo ello hace caer por su base la idea del tiempo lineal universal, propio de la segunda ola, sin sustituirla por antiguas nociones del tiempo cíclico.

Por tanto, exactamente en el mismo momento en que estamos reestructurando radicalmente nuestros usos sociales del tiempo -introduciendo el horario laboral flexible, independizando a los trabajadores del transportador mecánico y aplicando los demás medios descritos en el capítulo XIX- estamos también reformulando fundamentalmente nuestras imágenes teóricas del tiempo. Y, si bien estos descubrimientos teóricos parecen carecer por el momento de aplicaciones prácticas en la vida cotidiana, lo mismo ocurría con aquellos signos y cifras aparentemente especulativos que iban siendo trazados en la pizarra… las fórmulas que acabaron por conducir a la fragmentación del átomo.

Viajeros del espacio

Muchos de estos cambios en nuestra concepción del tiempo abren también agujeros en nuestro conocimiento teórico del espacio, ya que ambos se hallan íntimamente entrelazados. Pero también estamos alterando nuestra imagen del espacio de formas más inmediatas.

Estamos cambiando los espacios reales en que todos nosotros vivimos, trabajamos y jugamos. Cómo llegamos a nuestro lugar de trabajo, hasta qué distancia y con qué frecuencia viajamos, dónde vivimos… todo esto influye en Muestra experiencia del espacio. Y todo esto está cambiando. De hecho, a medida que llega la tercera ola, vamos entrando en una nueva fase de la relación de la Humanidad con el espacio.

Como hemos visto, la primera ola, que extendió la agricultura por el mundo, trajo consigo poblados agrícolas permanentes en los que la mayoría de la gente vivía toda su vida a pocas millas de su lugar de nacimiento. La agricultura introdujo una existencia estática, espacialmente intensiva, y fomentó sentimientos intensamente locales… la mentalidad aldeana.

Por el contrario, la civilización de la segunda ola concentró poblaciones enormes en grandes ciudades, y como necesitaba obtener recursos desde lugares remotos y distribuir bienes a grandes distancias, hizo surgir personas dotadas de una mayor movilidad. La cultura que produjo era espacialmente extensiva y centrada en la ciudad o en la nación, más que en la aldea.

La tercera ola altera nuestra experiencia espacial al dispersar la población en vez de concentrarla. Mientras millones de personas continúan afluyendo a zonas urbanas en las partes del mundo que aún se encuentran en proceso de industrialización, todos los países de elevada tecnología están ya experimentando una inversión de este flujo. Tokio, Londres, Zurich, Glasgow y docenas de otras grandes ciudades presentan una progresiva disminución de su población, mientras aumenta la de ciudades de tamaño medio o más pequeñas.

El American Council of Life Insurance declara: "Algunos expertos en urbanismo creen que la gran ciudad americana es cosa del pasado." La revista Fortune informa que "la tecnología del transporte y las comunicaciones ha cortado las ligaduras que inmovilizaban a las grandes corporaciones en las ciudades en que tradicionalmente tenían su sede". Y Business Week titula un artículo: "La perspectiva de una nación sin ciudades importantes."

Esta redistribución y desconcentración de la población alterará con el tiempo nuestras presunciones y expectativas sobre el espacio personal, así como sobre el social, sobre distancias aceptables para los desplazamientos cotidianos, sobre la densidad de viviendas y otras muchas cosas.

Además de estos cambios, la tercera ola parece estar engendrando también una nueva perspectiva que es intensamente local y, sin embargo, global, incluso galáctica. Por todas partes encontramos una nueva atención a la "comunidad" y al "barrio", a la política local y a los lazos locales, al mismo tiempo que gran número de personas -con frecuencia, las mismas que presentan una orientación más local- se interesan por asuntos mundiales y se preocupan por el hambre o la guerra que tienen lugar a diez mil millas de distancia.

A medida que proliferen las comunicaciones avanzadas y empecemos a desplazar el trabajo al hogar electrónico, estimularemos este nuevo foco dual de atención, fomentando la aparición de gran número de personas que viajarán más quizá por placer, pero mucho menos frecuentemente por obligación, mientras sus mentes y sus mensajes se proyectan a lo largo de todo el Planeta y hacia el espacio exterior. La mentalidad de la tercera ola combina el interés por lo próximo y por lo lejano.

Estamos también adoptando rápidamente imágenes del espacio más dinámicas y relativistas. Yo tengo en mi despacho varias ampliaciones de fotografías de la ciudad de Nueva York y zonas circundantes tomadas desde satélite y desde aviones "U-2". Las fotografías desde satélite parecen abstracciones fantásticamente bellas, el mar de un verde intenso y el litoral recortándose nítidamente contra él. Las fotos desde un "U-2" muestran la ciudad en infrarrojos y con tan exquisito detalle, que se distinguen con toda claridad el Metropolitan Museum e, incluso, los aviones estacionados en las pistas del aeropuerto de La Guardia. Refiriéndome a los aviones de La Guardia, pregunté a un funcionario de la NASA si, ampliando aún más las fotos, se podría llegar a ver las franjas y símbolos pintados en las alas. Me miró con regocijada tolerancia y me corrigió. "Los remaches", respondió.

Pero no nos hallamos ya limitados a fotografías fijas exquisitamente refinadas. El profesor Arthur H. Robinson, cartógrafo de la Universidad de Wisconsin, dice que dentro de una década, más o menos, los satélites nos permitirán contemplar un mapa viviente -una exhibición animada- de una ciudad o un país y presenciar las actividades que en él tengan lugar al mismo tiempo que se producen.

Cuando esto suceda, el mapa no será ya una representación estática, sino una película… en realidad, una radiografía en movimiento, ya que no solamente mostrará lo que hay sobre la superficie de la Tierra, sino que revelará también, capa por capa, lo que está bajo la superficie y por encima de ella en cada nivel de altitud. Proporcionará una imagen sensitiva y continuamente cambiante del terreno y de nuestras relaciones con él.

Mientras tanto, algunos cartógrafos se están rebelando contra el mapamundi convencional presente en todas las escuelas de la segunda ola. Desde la revolución industrial, el mapa del mundo más comúnmente usado ha estado basado en la proyección de Mercator. Este tipo de mapa, si bien es adecuado para la navegación oceánica, distorsiona gravemente la escala de las superficies terrestres. Una rápida mirada a su atlas manual mostrará -si se utiliza un mapa de Mercator- a Escandinavia tan grande como la India, cuando ésta es en realidad, casi tres veces mayor.

Existe una acalorada controversia entre los cartógrafos en torno a una nueva proyección desarrollada por Arno Peters, historiador alemán, para mostrar las superficies terrestres en adecuada proporción unas con otras. Peters culpa a las distorsiones del mapa de Mercator de haber fomentado la arrogancia de las naciones industriales y nos ha dificultado que veamos al mundo no industrializado en una adecuada perspectiva política, además de cartográfica.

"Los países en vías de desarrollo han sido engañados con respecto a su Superficie y a su importancia", afirma Peters. Su mapa, extraño a ojos europeos O americanos, muestra una Europa encogida, unas Alaska, Canadá y Unión Soviética aplastadas y estiradas y unas Américas del Sur, África, Arabia e India muy alargadas. Sesenta mil ejemplares del mapa de Peters han sido distribuidos en los países no industriales por la Weltmission, una misión evangélica alemana, y otras organizaciones religiosas.

Lo que esta controversia pone de manifiesto es que no existe un único mapa "correcto", sino tan sólo imágenes diferentes del espacio que sirven finalidades distintas. En el sentido más literal, la llegada de la tercera ola aporta una nueva forma de mirar al mundo.

Totalismo y mitadismo

Estos profundos cambios de nuestras concepciones de la Naturaleza, la evolución, el progreso, el tiempo y el espacio empiezan a combinarse a medida que pasamos de una cultura de la segunda ola, que cargaba el acento en el estudio de las cosas aisladamente consideradas, a una cultura de la tercera ola que recalca contextos, relaciones y todos.

A comienzos de los años cincuenta, casi exactamente al mismo tiempo que los biólogos descifraban el código genético, teóricos e ingenieros de comunicaciones de Bell Labs, especialistas en computadores de IBM, físicos del Post Office Laboratory de Gran Bretaña y especialistas del Centre National de Recherche Scientifique, en Francia, comenzaron también un período de intenso y excitante trabajo.

Basándose en la "investigación de operaciones" realizada durante la Segunda Guerra Mundial, pero yendo mucho más allá, este trabajo dio nacimiento a la revolución de la automatización y a todo un nuevo grupo o especie de tecnología que apuntala la producción de la tercera ola en la fábrica y la oficina. Pero junto con los elementos materiales, llegó una nueva forma de pensar. Pues un producto fundamental de la revolución de la automatización fue la "teoría de los sistemas".

Mientras que los pensadores cartesianos hacían hincapié en el análisis de los componentes, con frecuencia a expensas del contexto, los pensadores de sistemas centraban el énfasis en lo que Simón Ramo, precoz defensor de la teoría de los sistemas, denominó "enfoque total, no fragmentario, de los problemas". Al poner de relieve las relaciones de realimentación entre subsistemas y los todos más amplios formados por esas unidades, la teoría de los sistemas ha ejercido un penetrante impacto cultural desde mediados de los años cincuenta, en que por primera vez empezó a salir de los laboratorios. Su lenguaje y sus conceptos han sido empleados por científicos y psicólogos sociales, por filósofos y analistas de política exterior, por lógicos y lingüistas, por ingenieros y administradores. Pero los defensores de la teoría de sistemas no son los únicos que en los últimos diez o veinte años han instado a una forma más integradora de enfocar los problemas.

La rebelión contra la angosta superespecialización recibió también ayuda de las campañas ambientalistas de los años setenta, al ir descubriendo progresivamente los ecologistas la existencia de la "red" de la Naturaleza, el carácter interrelacionado de las especies y la totalidad de los ecosistemas. "Los no ambientalistas tienden a querer separar las cosas en elementos componentes y a resolver las cosas de una en una", escribió Barry López en Environmental Action. Por el contrario, "los ambientalistas tienden a ver las cosas de modo completamente diferente… Su instinto es equilibrar el todo, no resolver una sola parte". El enfoque ecológico y el enfoque de sistemas se superponían y compartían el mismo impulso hacia la síntesis y la integración del conocimiento.

Mientras tanto, en las Universidades se iban oyendo cada vez más voces en favor de un pensamiento interdisciplinar. Aunque en la mayor parte de las Universidades la Recíproca fertilización de ideas y la integración de la información continúan bloqueadas por barreras departamentales, esta demanda de trabajo ínter o multidisciplinario se halla ya tan extendida, que se ha convertido en una cualidad casi ritual.

Estos cambios en la vida intelectual se reflejaron también en otras esferas de la Cultura. Las religiones orientales, por ejemplo, tenían desde hacía tiempo un pequeño número de discípulos entre las clases medias europeas, pero hasta que no empezó en serio la desintegración de la sociedad industrial, no empezaron millares de jóvenes occidentales a venerar a los swamis indios, abarrotando el Astródomo para oír a un gurú de dieciséis años de edad, escuchando ragas, abriendo restaurantes vegetarianos de estilo hindú y danzando a lo largo de la Quinta Avenida. El mundo -cantaban de pronto-, no estaba quebrado en fragmentos cartesianos: era una "unidad".

En el campo de la salud mental, los psicoterapeutas buscaron formas de curar a la "persona total" empleando la terapia Gestalt. Se produjo una auténtica explosión de terapia Gestalt, y su práctica se extendió por todos los puntos de los Estados Unidos. El objetivo de esta actividad era, según el psicoterapeuta Frederick S. Pearls, "incrementar el potencial humano mediante el proceso de integración" de la consciencia sensorial del individuo, sus percepciones y sus relaciones con el mundo exterior.

En Medicina ha surgido un movimiento de "salud totalista" basado en la idea de que el bienestar del individuo depende de una integración de lo físico, lo espiritual y lo mental. Mezclando la charlatanería con una auténtica innovación médica, el movimiento adquirió enorme fuerza a finales de los años setenta.

"Hace unos años -informa Science- habría sido inimaginable que el Gobierno Federal prestara su patrocinio a una conferencia sobre la salud que abordaba temas tales como curación por la fe, iridología, acupresión, meditación budista, y electromedicina." Desde entonces se ha producido "una virtual explosión de interés por métodos y sistemas alternativos de curación", todos los cuales quedan incluidos bajo la denominación de "salud totalista".

Con tanta actividad, y a tantos niveles distintos, no es sorprendente que el término "totalismo" haya acabado por penetrar en el vocabulario popular. Un experto del Banco Mundial propugna "una concepción totalista de… la vivienda urbana". Un grupo de investigación del Congreso de los Estados Unidos solicita estudios "totalistas" de gran alcance. Un experto en cuestiones educativas asegura emplear "lectura y puntuación totalistas" para enseñar a los escolares a escribir. Y un gimnasio de belleza de Beverly Hills ofrece "ejercicio totalistas".

Cada uno de estos movimientos, modas y corrientes culturales, es diferente. Pero su elemento común está claro. Todos ellos representan un ataque a la presunción de que se puede comprender el todo estudiando aisladamente las partes. Su esencia queda resumida en las palabras del filósofo Ervin Laszlo, destacado teórico de sistemas: somos "parte de un sistema interconectado de la Naturaleza, y, a menos de que informados "generalistas" asuman el empeño de elaborar teorías sistemáticas de las pautas de interconexión, nuestros proyectos de corto alcance y nuestra limitada capacidad de control pueden conducirnos a nuestra propia destrucción".

Ha adquirido tal virulencia este ataque a lo fragmentario, a lo parcial y analítico, que muchos fanáticos "totalistas" olvidan alegremente las partes en su búsqueda del todo. El resultado no es totalismo, sino una nueva fragmentación. Su totalismo es mitadismo.

No obstante, críticos más reflexivos tratan de equilibrar las dotes analíticas de la segunda ola con un énfasis mucho mayor en la síntesis. Quizá la más clara formulación de esta idea es la expresada por el ecólogo Eugene P. Odum al instar a sus colegas a combinar el totalismo con el reduccionismo, a contemplar sistemas enteros, además de sus partes. "A medida que… elementos componentes se combinan para producir todos funcionales más amplios -declaró cuando él y su, más famoso, hermano Howard ganaron conjuntamente el Premio del Institut de la Vie-, emergen nuevas propiedades que no existían o no se evidenciaban en el nivel inmediatamente inferior…

"No quiere esto decir que abandonemos la ciencia reduccionista, ya que de ella se han derivado grandes bienes para la Humanidad", sino que ha llegado el momento de prestar igual apoyo a los estudios de "sistemas integrados a gran escala".

Tomados en su conjunto, la teoría de los sistemas, la ecología y el generalizado énfasis sobre el pensamiento totalista -al igual que nuestras cambiantes concepciones del tiempo y el espacio- son parte del ataque cultural lanzado contra las premisas intelectuales de la civilización de la segunda ola. Pero ese ataque alcanza su culminación en la emergente nueva concepción de por qué las cosas suceden como suceden.

La sala de juego cósmica

La civilización de la segunda ola nos dio la confortable certeza de que Sabíamos -o, al menos, podíamos saber- cuáles eran las causas de las cosas. Nos dijo que las mismas condiciones producían siempre los mismos resultados. Nos dijo que el Universo entero se componía, por así decirlo, de tacos y bolas de billar, de causas y efectos.

Esta concepción mecanicista de la causalidad fue -y es todavía- extremadamente útil. Nos ayuda a curar la enfermedad, y a construir gigantescos rascacielos, a diseñar ingeniosas máquinas y a montar enormes organizaciones. Pero, aunque eficaz para explicar fenómenos que funcionan como simples máquinas, ha resultado mucho menos satisfactoria para explicar fenómenos como el desarrollo, la decadencia, súbitos pasos a nuevos niveles de complejidad, grandes cambios que quedan frustrados de pronto o, a la inversa, esos mínimos -a menudo, casuales- acontecimientos que acaban por convertirse a veces en gigantescas fuerzas explosivas.

La mesa de billar newtoniana está siendo actualmente apartada a un rincón de la sala de juego cósmica. Se considera la causalidad mecanicista como un caso especial aplicable a algunos fenómenos, pero no a todos, y estudiosos y científicos del mundo entero están elaborando una nueva concepción del cambio y la Causación más acorde con nuestras concepciones, rápidamente cambiantes, de naturaleza, evolución y progreso, de tiempo, espacio y materia.

El epistemólogo de origen japonés Magoroh Maruyama, el sociólogo francés Edgar Morin, teóricos de la información como Stafford Beer y Henri Laborit y muchos otros están proporcionando pistas de cómo actúa la causación en sistemas no mecánicos que viven, mueren, se desarrollan y experimentan evolución y revolución. El Premio Nobel belga Ilya Prigogine nos ofrece una sorprendente síntesis de las ideas de orden y caos, azar y necesidad, y de cómo se relacionan con la causación.

La nueva causalidad de la tercera ola deriva, en parte, de un concepto clave de la teoría de los sistemas: la idea de realimentación. Un ejemplo clásico utilizado para ilustrar esta noción es el termostato doméstico, que mantiene la temperatura a un nivel uniforme. El termostato enciende el horno y vigila luego el resultante aumento de temperatura. Cuando la habitación está suficientemente caliente, apaga el horno. Cuando la temperatura desciende, percibe este cambio ambiental y vuelve a encender el horno.

Lo que aquí vemos es un proceso de realimentación que preserva el equilibrio, conteniendo o suprimiendo el cambio cuando amenaza rebasar un nivel dado. Llamado "realimentación negativa", su función es la de mantener la estabilidad.

Una vez definida y explorada la realimentación negativa por teóricos de la información y pensadores de sistemas a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta, los científicos empezaron a buscar ejemplos o analogías. Y, con creciente excitación, hallaron similares procesos protectores de la estabilidad en todos los campos, desde la fisiología (por ejemplo, el proceso por el que el cuerpo mantiene su temperatura) hasta la política (como en la forma en que el "aparato" de una institución sofoca las discrepancias cuando éstas rebasan un nivel aceptable). La realimentación negativa parecía actuar por doquier a nuestro alrededor, haciendo que las cosas conservasen su equilibrio o estabilidad.

Pero a comienzos de los años sesenta, críticos como el profesor Maruyama empezaron a advertir que se estaba prestando demasiada atención a la estabilidad y no suficiente al cambio. Lo que se necesitaba -decía- era más investigación sobre la "realimentación positiva", procesos que no suprimen el cambio, sino que lo amplifican, no mantienen la estabilidad, sino que la desafían, a veces, incluso, superándola. La realimentación positiva puede tomar una pequeña desviación del sistema y magnificarla hasta poner en peligro toda la estructura.

Si la primera clase de realimentación era reductora del cambio o "negativa", aquí se manifestaba toda una clase de procesos amplificadores del cambio, o "positivos", y ambas necesitaban igual atención. La realimentación positiva podía arrojar luz sobre la causación en muchos procesos que antes resultaban desconcertantes.

Como la realimentación positiva rompe la estabilidad y se alimenta de sí misma, ello ayuda a explicar los círculos viciosos… y los virtuosos. Imaginemos de nuevo el termostato, pero con su sensor o mecanismo disparador invertido. Cada vez que la habitación se calentase, el termostato, en vez de apagar el horno, accionaría el encendido, haciendo que la temperatura se elevase a niveles cada vez más ardientes. O imaginemos el juego del "Monopoly" (o, lo que viene a ser lo mismo, el juego de la economía en la vida real), en el que cuanto más dinero tiene un jugador, más propiedades puede comprar, lo cual significa percepción de mayores rentas y, por consiguiente, más dinero con el que comprar propiedades. Ambos casos constituyen ejemplos de realimentación positiva.

La realimentación positiva ayuda a explicar cualquier proceso que sea autoexcitativo, como la carrera de armamentos, por ejemplo, en la que cada vez que la URSS construye una nueva arma, los Estados Unidos construyen otra mayor, lo cual motiva entonces que la URSS construya otra más… hasta el punto de la locura mundial.

Y cuando situamos juntas la realimentación positiva y la negativa y vemos la riqueza con que estos dos procesos diferentes interactúan en organismos complejos, desde el cerebro humano hasta la economía, surgen sorprendentes comprensiones. De hecho, una vez que, como cultura, asumimos la probabilidad de que cualquier sistema verdaderamente complejo -sea un organismo biológico, una ciudad o el orden político internacional- contenga amplificadores de cambio y reductores de cambio, realimentación positiva además de negativa en mutua interacción, empezamos a vislumbrar todo un nuevo nivel de complejidad en el mundo con el que estamos tratando. Nuestro conocimiento de la causación se ve mejorado.

Y un nuevo avance de ese conocimiento se produce cuando comprendemos que estos reductores y amplificadores de cambio no se hallan insertos desde el principio en los sistemas biológicos o sociales; pueden estar ausentes al comienzo y surgir luego, a veces como consecuencia de algo que equivale al azar. Un suceso esporádico puede, así, poner en marcha una fantástica cadena de inesperadas consecuencias.

Esto nos dice por qué el cambio es con frecuencia tan difícil de observar y de extrapolar, tan lleno de sorpresas. Por eso es por lo que un proceso lento y constante puede convertirse de pronto en un cambio explosivo y viceversa. Y esto explica por qué condiciones iniciales similares pueden conducir a resultados totalmente distintos, una idea extraña a la mentalidad de la segunda ola.

La causalidad de la tercera ola está gradualmente tomando forma y presenta un mundo complejo de fuerzas mutuamente interactuantes, un mundo lleno de Asombro, con amplificadores del cambio, así como reductores y muchos otros elementos también… no sólo bolas de billar entrechocando predecible y continuamente una contra otra en la mesa de billar cósmica. Se trata de un mundo mucho más extraño de lo que sugería el sencillo mecanismo de la segunda ola.

¿Es todo predecible en principio, como implicaba la causalidad mecánica de la segunda ola? ¿O son las cosas intrínsecas y absolutamente impredecibles, como han insistido los críticos del mecanicismo? ¿Estamos regidos por el azar, o por la necesidad? La causalidad de la tercera ola tiene también nuevas y excitantes cosas que decir acerca de esta antigua contradicción. De hecho, nos ayuda a escapar, por fin, de la trampa constituida por la disyuntiva que durante tanto tiempo ha enfrentado a deterministas y antideterministas: necesidad o azar. Y ésta puede ser su innovación filosófica más importante.

La lección de las termitas

El doctor Ilya Prigogine y sus colaboradores de la Universidad Libre de Bruselas y de la Universidad de Texas, en Austin, han asestado un duro golpe a las presunciones de la segunda ola al mostrar cómo estructuras químicas y de otro tipo pasan a estadios más elevados de diferenciación y complejidad mediante una combinación de azar y necesidad. Fue por esto por lo que se le concedió a Prigogine el Premio Nobel.

Nacido en Moscú, llevado de niño a Bélgica y fascinado desde su juventud por los problemas del tiempo, Prigogine se sintió desconcertado por una aparente contradicción. Estaba, por una parte, la creencia del físico en la entropía, en que el Universo camina a su destrucción y que todas las pautas organizadas deben acabar desapareciendo. Por otra estaba el reconocimiento del biólogo de que la vida misma es organización y de que continuamente estamos creando organizaciones cada vez más elevadas y complejas. La entropía apuntaba en una dirección; la evolución en otra.

Esto llevó a Prigogine a preguntar cómo surgen formas superiores de organización, y a largos años de búsqueda en el campo de la química y en el de la física para encontrar la respuesta.

Hoy, Prigogine señala que en cualquier sistema complejo, desde las moléculas de un líquido hasta las neuronas de un cerebro o el tráfico de una ciudad, las partes del sistema están siempre experimentando cambios en pequeña escala, están en constante flujo. El interior de cualquier sistema se halla estremecido de fluctuaciones.

A veces, cuando entra en juego la realimentación negativa, estas fluctuaciones quedan amortiguadas o suprimidas, y mantenido el equilibrio del sistema. Pero cuando funciona la realimentación amplificadora, o positiva, alguna de estas fluctuaciones pueden resultar tremendamente magnificadas… hasta el punto de verse amenazado el equilibrio de todo el sistema. Las fluctuaciones que surgen en el entorno exterior pueden actuar en este momento y ampliar más la creciente vibración… hasta que el equilibrio del todo queda destruido y resulta destrozada la estructura existente1.

Ya sea consecuencia de desbocadas fluctuaciones internas o de fuerzas externas, o de ambas, esta quiebra del viejo equilibrio no termina muchas veces en caos o destrucción, sino en la creación de una estructura totalmente nueva en un nivel superior.

1. Resulta esclarecedor pensar en la economía de acuerdo con estos términos. Oferta y demanda se mantienen en equilibrio en virtud de diversos procesos de realimentación. El desempleo, si es intensificado por la realimentación positiva y no queda compensado por la realimentación negativa en otro lugar del sistema, puede amenazar del todo la estabilidad. Cabe la posibilidad de que converjan fluctuaciones exteriores -tales como aumentos del precio del petróleo– para intensificar las oscilaciones y fluctuaciones internas, hasta que salte en pedazos el equilibrio de todo el sistema.

Esta nueva estructura puede ser más diferenciada, internamente interactiva y compleja que la antigua, y necesita más energía y materia (y, quizás, información y otros recursos) para sostenerse. Refiriéndose principalmente a reacciones físicas y químicas, pero llamando ocasionalmente la atención sobre fenómenos sociales análogos, Prigogine denomina a estos sistemas nuevos y más complejos "estructuras disipadoras".

Sugiere que se puede considerar la evolución misma como un proceso que conduce hacia organismos biológicos y sociales crecientemente complejos y diversificados a través del nacimiento de nuevas estructuras disipadoras de orden superior. Así, según Prigogine, cuyas ideas tienen resonancias políticas y filosóficas, además de un significado puramente científico, desarrollamos "orden a partir de la fluctuación" o, como expresa el título de una de sus conferencias, "orden a partir del caos".

Pero esta evolución no puede planearse o predeterminarse de un modo mecanicista. Hasta la formulación de la teoría de los cuantos, muchos destacados pensadores de la segunda ola creían que el azar desempeñaba un escaso o nulo papel en el cambio. Las condiciones iniciales de un proceso predeterminaban su resultado. Hoy, en la física subatómica, por ejemplo, está generalizada la opinión de que el azar es lo que domina en el cambio. En los últimos años, muchos científicos, como Jacques Monod en Biología, Walter Buckley en Sociología, o Maruyama en Epistemología y Cibernética, han empezado a fusionar estos opuestos.

La obra de Prigogine no sólo combina el azar y la necesidad, sino que especifica realmente sus mutuas relaciones. En resumen, sugiere que, en el preciso momento en que una estructura "salta" a un nuevo estadio de complejidad, es imposible, en la práctica e incluso en el terreno de los principios, predecir cuál de muchas formas va a adoptar1. Pero una vez elegido un camino, una vez que ha nacido la nueva estructura, vuelve a dominar el determinismo.

En un sugestivo ejemplo, describe cómo crean las termitas sus altamente estructuradas madrigueras a partir de una actividad aparentemente desprovista de toda estructuración. Empiezan moviéndose en una superficie de forma casual, desorganizada, deteniéndose acá y allá para depositar sus secreciones. Estos depósitos quedan distribuidos al azar, pero la sustancia contiene un atrayente químico que impele a otras termitas a acudir.

De esta manera, las secreciones comienzan a acumularse en unos cuantos lugares y van formando gradualmente una columna o una pared. Si estas construcciones están aisladas, el trabajo se detiene. Pero si están próximas una de otra, resulta un arco, que se convierte luego en la base de la compleja arquitectura de la madriguera. Lo que empieza con una actividad casual acaba por convertirse en estructuras sumamente refinadas y organizadas. Vemos -como dice Prigogine- "la espontánea formación de estructuras coherentes". El orden surgido del caos.

Todo esto ataca a la vieja causalidad. Prigogine lo resume del modo siguiente: "Las leyes de la estricta causalidad se nos aparecen hoy como situaciones limitativas, aplicables a casos altamente idealizados, casi como caricaturas de la descripción del cambio… La ciencia de la complejidad… conduce a una concepción completamente diferente."

En lugar de permanecer apresados en un universo cerrado que funcionaba como un reloj mecánico, nos encontramos en un sistema mucho más flexible en el que -como dice Prigogine- "siempre existe la posibilidad de que alguna inestabilidad conduzca a algún nuevo mecanismo. Tenemos realmente un "universo abierto".

A medida que avanzamos más allá del pensamiento causal de la segunda ola; a medida que empezamos a pensar en términos de influencia mutua, de amplificadores y reductores, de quiebras de sistemas y súbitos y revolucionarios cambios, de estructuras disipadoras y de fusión, de azar y necesi-

1 Presumiblemente, esto es válido para el paso de la civilización de la segunda ola a la de la tercera, así como para las reacciones químicas.

dad -en resumen, a medida que nos quitamos nuestras anteojeras de la segunda ola-, estamos emergiendo a una cultura totalmente nueva, la cultura de la tercera ola.

Esta nueva cultura -orientada al cambio y a una creciente diversidad- trata de integrar la nueva concepción de la Naturaleza, de la evolución y el progreso, las nuevas y más ricas concepciones del tiempo y el espacio y la fusión del reduccionismo y el totalismo, con una nueva causalidad.

La indusrealidad, que en otro tiempo pareció tan poderosa y completa, una explicación tan omnicomprensiva de cómo se ensamblaban el Universo y sus componentes, resulta ahora haber sido inmensamente útil. Pero se han frustrado sus pretensiones de universalidad. Desde la encumbrada atalaya del mañana se verá que la superideología de la segunda ola ha sido tan provinciana como exclusivamente servidora de sí misma.

La decadencia del sistema de pensamiento de la segunda ola deja a millones de personas buscando desesperadamente algo a lo que aferrarse… cualquier cosa, desde el taoísmo tejano, hasta el sufismo sueco; desde la curación por la fe de las islas Filipinas, hasta la brujería galesa. En vez de construir una nueva cultura adecuada al nuevo mundo, intentan importar e implantar viejas ideas apropiadas para otros tiempos y lugares, o revivir las fanáticas creencias de sus propios antepasados, que vivieron en condiciones radicalmente distintas.

Es precisamente el derrumbamiento de la estructura mental de la Era industrial, su creciente irrelevancia ante las nuevas realidades tecnológicas, sociales y políticas, lo que da lugar a la fácil búsqueda actual de viejas respuestas y al continuo torrente de modas seudointelectuales que surgen, fulguran y se consumen con extraordinaria rapidez.

En el centro mismo de este supermercado espiritual, con su deprimente heterogeneidad y su charlatanería religiosa, está siendo sembrada una nueva cultura positiva, una cultura apropiada a nuestro tiempo y nuestro lugar. Empiezan a hacer su aparición nuevas e integradoras percepciones, nuevas metáforas para comprender la realidad. Pueden vislumbrarse ya los primeros inicios de una nueva coherencia y elegancia, a medida que los restos culturales del industrialismo van siendo barridos por la tercera ola de cambio de la Historia.

La superideología de la civilización de la segunda ola que ahora se está desmoronando quedó reflejada en la forma en que el industrialismo organizó el mundo. La imagen de una naturaleza basada en partículas discontinuas plasmó en la idea de naciones-Estado soberanas y discontinuas. Hoy, al compás que cambia nuestra imagen de la Naturaleza y la materia, se está transformando también la nación-Estado, lo cual constituye un nuevo paso en el camino hacia una civilización de la tercera ola.

XXII

El fraccionamiento de la nación

En una época en que las llamas del nacionalismo arden violentamente por todo el mundo -en que proliferan movimientos de liberación nacional en lugares como Etiopía y las Filipinas, en que diminutas islas, como Dominica, en el Caribe, o Fiji, en el Pacífico Sur, proclaman su nacionalidad y envían delegados a las Naciones Unidas-, algo extraño está sucediendo en el mundo de elevada tecnología: en vez de surgir nuevas naciones, las antiguas se hallan en peligro de disgregación.

Mientras la tercera ola avanza pujante sobre la Tierra, la nación-Estado -la unidad política fundamental de la Era de la segunda ola- está siendo estrujada por tremendas presiones procedentes desde arriba y desde abajo.

Una serie de fuerzas tratan de transferir el poder político hacia abajo, desde la nación-Estado a regiones y grupos subnacionales. Las otras tratan de desplazar el poder hacia arriba, desde la nación a agencias y organizaciones transnacionales. Juntas, están conduciendo hacia un fraccionamiento de las naciones de alta tecnología en unidades más pequeñas y menos poderosas, como se ve al instante si se pasea la vista por el mundo.

Abjazianos y texicanos

Agosto de 1977. Tres hombres encapuchados se hallan sentados ante una improvisada mesa, con un farol en un extremo y una goteante vela en el otro, cubierta por una bandera. Sobre la bandera, el airado rostro de un hombre con la cabeza vendada y las letras FLNC. Mirando por los agujeros abiertos en sus capuchas, los hombres cuentan su historia a un grupo de periodistas que han sido conducidos con los ojos vendados a la cita. Los encapuchados anuncian que ellos son los responsables del atentado al repetidor de televisión de Serra-di-Pigno, el único transmisor corso de programas televisivos franceses. Quieren que Córcega se separe de Francia.

Furiosos porque París les había mirado tradicionalmente por encima del hombro y porque el Gobierno francés apenas si había hecho nada por desarrollar la economía de la isla, los corsos sintieron aumentar su irritación cuando, al término de la guerra de Argelia, varias unidades de la Legión Extranjera francesa fueron enviadas a bases establecidas en Córcega. Los locales se sintieron más ultrajados aún cuando el Gobierno concedió a los pieds noirs -ex colonos de Argelia- subvenciones y derechos especiales para asentarse en Córcega. Los colonos llegaron en hordas y no tardaron en comprar muchos de los viñedos de la isla (su principal industria, aparte el turismo), haciendo que los corsos se sintieran más extranjeros aún en su propia isla. En la actualidad, Francia tiene una Irlanda del Norte en pequeña escala fraguándose en su isla mediterránea.

También en el otro extremo del país, sentimientos separatistas durante largo tiempo latentes han acabado por estallar en los últimos años. En Bretaña, con un elevado desempleo y algunos de los salarios más bajos de Francia, el movimiento separatista goza de amplio apoyo popular. Se encuentra dividido en Partidos rivales y tiene una rama terrorista cuyos miembros han sido detenidos por la comisión de atentados con bomba contra edificios públicos, entre ellos, el palacio de Versalles. Mientras tanto, llueven sobre París demandas de autonomía cultural y regional para Alsacia y Lorena, partes del Languedoc y otras comarcas del país.

Al otro lado del Canal, Gran Bretaña se enfrenta con presiones comparables, aunque menos violentas, de los escoceses. A principios de 1970, Londres no se tomaba en serio el nacionalismo escocés. Hoy, con unos yacimientos petrolíferos en el mar del Norte que permitirían un desarrollo económico independiente de Escocia, la cuestión dista mucho de ser graciosa. Si bien fue derrotada en 1979 una propuesta para crear una asamblea escocesa separada, se intensifican las presiones en favor de la autonomía. Irritados durante mucho tiempo por la política gubernamental que favorecía el desarrollo económico del Sur, los nacionalistas escoceses consideran ahora que su propia economía está equilibrada para un despegue y que la inerte economía británica ejerce sobre ellos un efecto de rémora.

Exigen un mayor control sobre su petróleo. Intentan también sustituir sus deprimidas industrias del acero y de construcción de barcos por otras nuevas basadas en la electrónica y otras de carácter avanzado. De hecho, mientras que existe en Gran Bretaña una acalorada controversia sobre si llevar o no adelante los planes para una industria de semiconductores apoyada por el Estado, Escocia es ya, después de California y Massachusetts, el tercer montador de circuitos integrados del mundo.

En otros lugares de Gran Bretaña se manifiestan presiones separatistas de Gales y están apareciendo pequeños movimientos autonomistas en Cornualles y Wessex, donde los regionalistas locales exigen autonomía, creación de su propia asamblea legislativa y una transición desde su atrasada industria hasta una elevada tecnología.

Desde Bélgica (donde aumenta la tensión entre valones, flamencos y bruselenses) hasta Suiza (donde un grupo escindido ganó una batalla por el establecimiento de su propio cantón en el Jura), Alemania Occidental (donde los alemanes de los sudetes exigen el derecho a retornar a su primitiva patria en la próxima Checoslovaquia), los tiroleses del Sur en Italia, los eslovenos en Austria, los vascos y catalanes en España, los croatas en Yugoslavia y docenas de grupos menos conocidos, toda Europa está experimentando una continua intensificación de presiones centrífugas.

Al otro lado del Atlántico, no ha terminado aún la crisis interna del Canadá en torno a Quebec. La elección como Primer Ministro del separatista quebequés Rene Lévesque, la fuga de capitales e inversiones de Montreal, la creciente hostilidad entre canadienses francófonos y anglófonos, han creado la posibilidad real de desintegración nacional. El ex Primer Ministro Fierre Trudeau, luchando por mantener la unidad nacional, advirtió que "si ciertas tendencias centrífugas llegan a consumarse, habremos permitido que este país se rompa o que quede tan dividido que habrá perdido su capacidad de actuar como nación". Y no es Quebec la única fuente de presiones secesionistas. Quizás igualmente importante, aunque menos conocido en el extranjero, es el creciente coro de voces separatistas o autonomistas surgido en la región de Alberta, rica en petróleo.

Tendencias similares se manifiestan a lo largo del Pacífico en naciones como Australia y Nueva Zelanda. En Perth, un magnate de la minería llamado Lang Hancock ha formulado la acusación de que la Australia Occidental, rica en minerales, está siendo forzada a pagar precios artificialmente altos por los objetos manufacturados en la Australia Oriental. Entre otras cosas, Australia Occidental afirma que está políticamente infrarrepresentada en Canberra, que, en un país de distancias enormes, las tarifas aéreas fijadas le son perjudiciales y que la política nacional desalienta la inversión en el Oeste. La placa de letras doradas colocada a la puerta del despacho de Lang Hancock dice: "Movimiento Secesionista de Australia Occidental."

Mientras tanto, Nueva Zelanda atraviesa sus propias dificultades con los separatistas. La energía hidroeléctrica de Isla del Sur cubre gran parte de las necesidades energéticas de todo el país, pero, dicen los habitantes de la isla, -que constituyen aproximadamente la tercera parte de la población total-, reciben poco a cambio de ella, y la industria continúa yéndose al Norte. En una reciente reunión presidida por el alcalde de Dunedin se ha creado un movimiento para declarar la independencia de Isla del Sur.

Lo que se aprecia, de modo general, es la existencia de fisuras que van ensanchándose progresivamente y amenazando con disgregar a las naciones-Estado. Y esas presiones se dan también en los dos gigantes: la URSS y los Estados Unidos.

Nos resulta difícil imaginar la disgregación, por ejemplo, de la Unión Soviética, como en otro tiempo predijo el historiador disidente Andrei Amalrik.

Pero las autoridades soviéticas han encarcelado a nacionalistas armenios por un atentado con bomba realizado en 1977 contra el Metro de Moscú, y desde 1968, un clandestino Partido de Unificación Nacional ha lanzado una campaña en pro de la reunificación de las tierras armenias. Grupos similares existen en otras Repúblicas soviéticas. En Georgia, miles de manifestantes han obligado al Gobierno a declarar el georgiano como idioma oficial de la República y, en el aeropuerto de Tbilisi, viajeros extranjeros se han quedado sorprendidos al oír anunciar un vuelo a Moscú como un vuelo "a la Unión Soviética".

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