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La tercera ola (Toffler, Alvin) (página 13)




Enviado por ramon notario arias



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La tercera ola nos hace contemplar esta situación también de una nueva manera. Millones de personas carecen de un puesto de trabajo en un país tras otro. Pero, ¿es un objetivo realista el pleno empleo en estas sociedades? ¿Qué combinación de políticas pueden suministrar, en el período de tiempo de nuestra vida actual, puestos de trabajo de jornada completa para todos esos millones? ¿Es la noción misma de "desempleo" un concepto de la segunda ola, como ha insinuado el economista sueco Gunnar Myrdal?

El problema -escribe Paul Streeten, del Banco Mundial– "no es el "desempleo", que es un concepto occidental que presupone empleo asalariado en el sector moderno, mercados de trabajo, intercambios de trabajo y pagos de seguridad social… El problema (es) más bien el trabajo improductivo y no remunerativo de los pobres, especialmente de los rurales". El notable auge del prosumidor en las naciones opulentas actuales, sorprendente fenómeno de la tercera ola, los lleva a poner en tela de juicio las más profundas suposiciones y objetivos de los economistas de la segunda ola.

Quizá sea una error emular la revolución industrial de Occidente, que presenció el traspaso de la mayor parte de la actividad económica del sector A (el sector del prosumidor) al sector B (el sector del mercado).

Quizá sea necesario considerar el prosumo como una fuerza positiva, en vez de como una lamentable persistencia del pasado.

Quizá lo que la mayoría de la gente necesita sea empleo asalariado a tiempo parcial (posiblemente con algunos pagos de transferencia), junto con nuevas políticas más imaginativas dirigidas a hacer más "productivo" el prosumo. De hecho, el enlazar más inteligentemente una con otra estas dos actividades económicas puede que sea la clave necesaria para la supervivencia de millones de personas.

Hablando en términos prácticos, esto podría significar suministrar "herramientas adecuadas para el prosumo"… lo que hacen en la actualidad los países ricos. En los países opulentos vemos brotar una fascinante sinergia entre los dos sectores, con el mercado suministrando poderosas herramientas adecuadas para su uso por parte del prosumidor: todo, desde lavadoras automáticas hasta taladros manuales y comprobadores de baterías. En los países pobres, la miseria es con frecuencia tan extrema, que hablar de lavadoras automáticas o de Utensilios eléctricos parece, a primera vista, totalmente fuera de lugar. ¿Pero no hay aquí ningún término análogo para las sociedades que están saliendo de la civilización de la primera ola?

El arquitecto-proyectista francés Yona Friedman nos recuerda que los pobres del mundo no desean necesariamente puestos de trabajo, desean "comida y un techo". El trabajo es sólo un medio para ese fin. Pero, con frecuencia, uno mismo puede cultivar sus propios alimentos y construir su propio techo, o al menos contribuir a ese proceso. Así, en un estudio realizado para la UNESCO, Friedman ha afirmado que los Gobiernos deben estimular lo que yo he llamado prosumo mediante la flexibilización de ciertas leyes del suelo y códigos de construcción. Estos les hacen a los colonos difícil (con frecuencia, imposible) construir o mejorar su propia vivienda.

Insta vehementemente a los Gobiernos a suprimir estos obstáculos y a ayudar a la gente a habilitarse su propia vivienda ofreciendo "asistencia en la organización, el suministro de algunos materiales difíciles de obtener en caso contrario… y, si es posible, una infraestructura básica", es decir, agua o electricidad. Lo que Friedman y otros están empezando a decir es que todo lo que ayude más eficazmente al prosumo individual puede ser tan importante como la producción medida en los términos convencionales del PNB.

Para aumentar la "productividad" del prosumidor, los Gobiernos necesitan centrar la investigación científica y tecnológica en el prosumo. Pero, aun ahora, podrían -y con un coste notablemente bajo- suministrar herramientas manuales sencillas, talleres comunitarios, artesanos o maestros expertos, instalaciones de comunicaciones y, cuando sea posible, equipos generadores de energía, así como propaganda favorable o apoyo moral a quienes invierten su esfuerzo en construir sus propios hogares o mejorar sus parcelas de tierra.

Por desgracia, la propaganda de la segunda ola transmite hoy en día, incluso a los pueblos más remotos y pobres del mundo, la idea de que las cosas construidas por uno mismo son intrínsecamente inferiores a la peor chatarra producida en serie. En lugar de enseñar a la gente a despreciar sus propios esfuerzos, a estimar los productos de la segunda ola y subestimar lo que ellos mismos crean, los Gobiernos deberían ofrecer premios a las casas y bienes mejores o más imaginativos producidos por los particulares, al prosumo más "productivo". El conocimiento de que aun las personas más ricas del mundo están prosumiendo crecientemente puede ayudar a un cambio de actitudes entre los más pobres. Pues la tercera ola proyecta una nueva y dramática luz sobre la relación entera entre las actividades que se desarrollan dentro y fuera del mercado en todas las sociedades del futuro.

La tercera ola da también una importancia fundamental a los intereses no económicos y no tecnológicos. Nos hace mirar la educación, por ejemplo, con nuevos ojos. La educación, todo el mundo está de acuerdo, es esencial para el desarrollo. Pero, ¿qué clase de educación?

Cuando las potencias coloniales introdujeron la educación formal en África, India y otras partes del mundo de la primera ola, transplantaron escuelas de estilo fabril o imitaciones en miniatura y de rango ínfimo de sus propias escuelas de élite. Los modelos educativos de la segunda ola están siendo cuestionados en todas partes. La tercera ola desafía la noción típica de la segunda ola de que la educación se desarrolla necesariamente en un aula. En la actualidad necesitamos combinar el aprendizaje con el trabajo, la lucha política, el servicio a la comunidad e incluso el juego. Todas nuestras presunciones convencionales sobre la educación necesitan ser reexaminadas tanto en los países ricos como en los pobres.

¿Es el conocimiento de las primeras letras, por ejemplo, un objetivo apropiado? En tal caso, ¿qué entendemos por ello? ¿Significa leer y escribir? En un provocativo estudio realizado para el Nevis Institute -centro de investigación del futuro de Edimburgo-, el eminente antropólogo Sir Edmund Leach ha afirmado que leer es más fácil que aprender y más útil que escribir, y que nadie necesita aprender a escribir. Marshall McLuhan ha hablado de un retorno a una cultura oral más acorde con muchas comunidades de la primera ola. La tecnología de reconocimiento de la palabra abre nuevas e increíbles perspectivas. Nuevos y extremadamente baratos "botones" de comunicaciones o grabadoras diminutas incorporadas a un sencillo equipo agrícola pueden ser capaces de dar instrucciones orales a granjeros analfabetos. A la luz de esto, incluso la definición del analfabetismo funcional requiere una adecuada reformulación.

Finalmente, la tercera ola nos estimula a mirar más allá de las presunciones convencionales de la segunda ola también con respecto a la motivación. Es probable que una mejor alimentación eleve el nivel de inteligencia y de competencia funcional entre millones de niños… al mismo tiempo que aumenta el impulso y la motivación.

Las gentes de la segunda ola hablan con frecuencia de la pasividad y falta de motivación de, por ejemplo, un aldeano indio o un campesino colombiano. Dejando a un lado los efectos desmotivadores de la desnutrición, los parásitos intestinales y un opresivo control político, ¿no podría parte de lo que parece falta de motivación ser en realidad falta de disposición a prescindir del propio hogar, de la familia y de la vida en el presente a cambio de la dudosa esperanza de una vida mejor a la vuelta de muchos años? Mientras "desarrollo" signifique la sobreimposición de una cultura totalmente extraña a otra existente, y mientras parezca imposible alcanzar mejoras reales, sobran razones para atenerse a lo poco que se tiene.

Muchas características de la civilización de la tercera ola, dada su concordancia con las de la civilización de la primera ola, ya sea en China o en Irán, implican la posibilidad de cambio con menos, no más, ruptura, aflicción y shock del futuro. Y pueden, por tanto, atacar las raíces de lo que hemos llamado desmotivación.

Y, así, no sólo en los campos de la energía o la tecnología, de la agricultura o la economía, sino en el cerebro mismo y en el comportamiento del individuo, la tercera ola aporta el potencial necesario para un cambio revolucionario.

La línea de partida

La emergente civilización de la tercera ola no proporciona un modelo prefabricado para su emulación. La civilización de la tercera ola no está aún plenamente formada. Pero abre nuevas y quizá liberadoras posibilidades tanto para los pobres como para los ricos. Pues llama la atención no sobre las debilidades, pobreza y desventura del mundo de la primera ola, sino sobre algunas de sus fortalezas intrínsecas. Las características mismas de esta antigua civilización, que parecen tan atrasadas desde el punto de vista de la segunda ola, se nos muestran como potencialmente ventajosas cuando se las sitúa ante la pujante tercera ola.

La congruencia de estas dos civilizaciones debe transformar, a lo largo de los próximos años, nuestra forma de pensar sobre las relaciones entre ricos y pobres en el planeta. Samir Amin, el economista, habla de la "absoluta necesidad" de romper el "falso dilema de técnicas modernas copiadas del Occidente de hoy, o viejas técnicas correspondientes a condiciones imperantes en Occidente hace un siglo". Esto es precisamente lo que hace posible la tercera ola.

Tanto los pobres como los ricos están agachados en la línea de partida de una nueva y sorprendentemente diferente carrera hacia el futuro.

XXIV

Coda: la gran confluencia

No estamos ya donde estábamos hace una década, deslumbrados por cambios cuyas relaciones mutuas eran desconocidas. Hoy, por detrás de la confusión del cambio, existe una creciente coherencia de pauta: está tomando forma el futuro.

En una gran confluencia histórica, muchos tumultuosos ríos de cambio concurren a formar una oceánica tercera ola de cambio que está adquiriendo fuerza a cada hora que pasa.

Esa tercera ola de cambio histórico representa no una prolongación rectilínea de la sociedad industrial, sino un radical cambio de dirección, a menudo una negación de lo sucedido antes. Equivale nada menos que a una completa transformación, tan revolucionaria por lo menos en nuestros días como lo fue hace trescientos años la civilización industrial.

Además, lo que está sucediendo no es sólo una revolución tecnológica, sino el advenimiento de toda una nueva civilización, en el más pleno sentido de la palabra. Así, si volvemos brevemente la vista hacia el terreno que hemos recorrido, encontraremos cambios profundos y con frecuencia paralelos en muchos niveles simultáneamente.

Toda civilización opera en y sobre la biosfera y refleja o altera la mezcla de población y recursos. Toda civilización tiene una tecnosfera característica, una base energética ligada a un sistema de producción que, a su vez, se halla ligado a un sistema de distribución. Toda civilización tiene una sociosfera compuesta de instituciones sociales interrelacionadas. Toda civilización tiene una infosfera, canales de comunicación a cuyo través circula la información necesaria. Toda civilización tiene su propia esfera de poder. Además, toda civilización tiene un conjunto de características relaciones con el mundo exterior… explotadoras, simbióticas, militantes o pacíficas. Y toda civilización tiene su propia superideología, un pertrecho de poderosas presunciones culturales que estructuran su concepción de la realidad y justifican sus operaciones.

La tercera ola -como debería resultar ya evidente- está aportando cambios revolucionarios y autorreforzadores a todos estos niveles al mismo tiempo. La consecuencia no es sólo la desintegración de la vieja sociedad, sino también la creación de los cimientos de la nueva.

Con frecuencia, a medida que las instituciones de la segunda ola se derrumban sobre nuestras cabezas, a medida que aumenta la criminalidad, se disgregan las familias nucleares, chirrían y no funcionan burocracias antaño eficaces, se resquebrajan los sistemas sanitarios, y las economías industriales se tambalean peligrosamente, sólo vemos decadencia y fracaso a nuestro alrededor. Sin embargo, la decadencia social es el campo abonado de la nueva civilización. En energía, tecnología, estructura familiar, cultura y muchas otras materias, estamos sentando las estructuras básicas que definirán las principales características de esa nueva civilización.

De hecho, ahora podemos identificar por primera vez esas características principales e incluso, en cierta medida, las relaciones existentes entre ellas. La embrionaria civilización de la tercera ola -y ello resulta confortante- no sólo resulta coherente y viable tanto en términos ecológicos como económicos, sino que -si nos aplicamos a ello- podría ser más decente y democrática que la nuestra propia.

No se quiere con esto sugerir ninguna especie de inevitabilidad. El período de transición se verá marcado por una extrema ruptura social, así como por violentas oscilaciones económicas, choques sectoriales, intentos de secesión, catástrofes o desastres tecnológicos, turbulencia política, violencia, guerras y amenazas de guerra. En un clima de instituciones y valores que se van desintegrando, surgirán demagogos y movimientos autoritarios para buscar, y posiblemente conseguir, el poder. Ninguna persona inteligente puede llamarse a engaño sobre el resultado. El choque de dos civilizaciones presenta peligros titánicos.

Sin embargo, lo probable no es la destrucción, sino la supervivencia final. Y es importante saber adonde nos está llevando el empuje principal del cambio, qué clase de mundo es verosímil que surja si logramos evitar los peligros peores de cuantos nos acechan a corto plazo. Brevemente, pues; ¿qué clase de sociedad está tomando forma?

Elementos básicos del mañana

La civilización de la tercera ola, a diferencia de su predecesora, debe alimentarse (y así lo hará) de una extraordinaria variedad de fuentes de energía del hidrógeno, solar, geotérmica, de las mareas, de la biomasa, el rayo, en último término quizás un avanzado poder de fusión, así como otras fuentes energéticas no imaginadas aún en los años ochenta. (Aunque algunas centrales nucleares continuarán, sin duda, funcionando, incluso aunque suframos una sucesión de desastres peores que los de la isla de las Tres Millas, la energía nuclear resultará, en conjunto, haber sido una digresión cara y peligrosa.)

La transición a la nueva y diversa base energética será errática en extremo, con una acelerada sucesión de saturaciones, escaseces y demenciales oscilaciones de precios. Pero la dirección existente parece bastante clara: un cambio desde una Civilización basada casi exclusivamente en una única fuente de energía, a otra basada en muchas. En definitiva, vemos una civilización cimentada una vez más sobre fuentes energéticas autosustentadoras y renovables, en lugar de sobre unas fuentes susceptibles de agotamiento.

La civilización de la tercera ola descansará también sobre una base tecnológica mucho más diferenciada, derivada de la Biología, la Genética, la electrónica, la ciencia de los materiales, así como operaciones en el espacio exterior y bajo los pares. Si bien algunas nuevas tecnologías requerirán elevadas aportaciones de energía, gran parte de la tecnología de la tercera ola será diseñada para consumir menos energía, no más. Y tampoco serán las tecnologías de la tercera ola tan masivas y ecológicamente peligrosas como las del pasado. Muchas serán de escala pequeña, de manejo sencillo, y preverán el reciclaje de los desechos de una industria para su conversión en materias primas destinadas a otra.

Para la civilización de la tercera ola, la materia prima más básica de todas -y una que nunca puede agotarse- es la información, incluida la imaginación. Por medio de imaginación e información, se encontrarán sustitutivos a muchos de tos recursos agotables actuales, aunque con demasiada frecuencia esta sustitución se verá acompañada también de dramáticas oscilaciones y sacudidas.

Al tornarse la información más importante que nunca, la nueva civilización "estructurará la educación, redefinirá la investigación científica y, sobre todo, reorganizará los medios de comunicación. Los medios de comunicación actuales, tanto impresos como electrónicos, son totalmente inadecuados para enfrentarse a la carga de comunicaciones y suministrar la variedad cultural necesaria para la supervivencia. En vez de estar culturalmente dominada por unos cuantos medios de comunicación de masas, la civilización de la tercera ola descansará sobre medios interactivos y desmasificados, introduciendo una imaginería sumamente diversa y a menudo altamente despersonalizada dentro y fuera de la comente central de la sociedad. Tendiendo la vista hacia el futuro, la televisión dejará paso al "individeo": imágenes dirigidas a un solo individuo en un momento dado. Puede que incluso utilicemos drogas, comunicación directa de cerebro a cerebro y otras formas de comunicación electroquímica sólo vagamente insinuadas hasta ahora. Todo ello planteará sorprendentes, aunque no insolubles, problemas políticos y morales.

El gigantesco computador centralizado, con sus rechinantes cintas y sus complicados sistemas de refrigeración -donde todavía existe-, será complementado con miríadas de minicomputadores inteligentes incorporados de una forma u otra a todo hogar, hospital y hotel, a todo vehículo y utensilio, virtualmente a todo ladrillo de construcción. El entorno electrónico conversará, literalmente, con nosotros.

Pese a erróneas concepciones populares, este cambio hacia una sociedad altamente electrónica y basada en la información reducirá aún más nuestra necesidad de energía cara.

Y tampoco esta computadorización (o, más propiamente, informacionalización) de la sociedad significa una mayor despersonalización de las relaciones humanas. Como veremos en el capítulo siguiente, las personas seguirán hiriendo, llorando, riendo, encontrando placer unas en otras y jugando… pero lo harán en un contexto muy distinto.

La fusión de formas energéticas, tecnologías y medios de comunicación de la tercera ola, acelerará revolucionarios cambios en la forma en que trabajamos. Se siguen construyendo fábricas -y en algunas partes del mundo se seguirán construyendo durante varias décadas más – pero la fábrica de la tercera ola presenta ya muy poca semejanza con las que hemos conocido hasta ahora, y – en las naciones ricas- continuará descendiendo en picado el número de personas ocupadas en fábricas.

En la civilización de la tercera ola, la fábrica no servirá ya de modelo a otros tipos de instituciones. Y tampoco será la producción en masa su función primaria. Incluso ahora, la fábrica de la tercera ola crea productos desmasificados, con frecuencia individualizados. Descansa sobre métodos avanzados tales como producción totalista. Utilizará finalmente menos energía, desperdiciará menos materia prima, empleará menos componentes y exigirá mucha más inteligencia de diseño. Muy significativamente, muchas de sus máquinas serán directamente activadas, no por trabajadores, sino a distancia, por los propios consumidores.

Los obreros de las fábricas de la tercera ola realizarán un trabajo mucho menos embrutecedor o repetitivo que quienes aún se hallan atrapados en empleos de la segunda ola. No verán fijado su ritmo por correas de transmisión mecánicas. Los niveles sonoros serán bajos. Los trabajadores irán y vendrán a las horas que a ellos les convengan. El lugar de trabajo será mucho más humano e individualizado, y con frecuencia flores y plantas compartirán el espacio con las máquinas. Dentro de determinados límites, los sueldos y beneficios marginales serán ajustados cada vez con más precisión a la preferencia individual.

Las fábricas de la tercera ola se ubicarán cada vez más fuera de las gigantescas metrópolis urbanas. También es probable que sean mucho más pequeñas que las del pasado, con unidades organizativas igualmente más pequeñas, provista cada una de ellas de un mayor grado de autodirección.

De manera similar, la oficina de la tercera ola no se parecerá ya a la oficina de hoy. Un ingrediente fundamental del trabajo de oficina -el papel- será sustancialmente (aunque no totalmente) reemplazado. Las tableteantes baterías de máquinas de escribir quedarán en silencio. Los archivadores desaparecerán. Un papel de la secretaria se transfigurará a medida que la electrónica vaya eliminando muchas viejas tareas y abriendo nuevas oportunidades. El movimiento secuencial de papeles a lo largo de muchas mesas, el interminable y repetitivo mecanografiar de columnas de números… todo eso se irá haciendo menos importante, y más importante la toma de decisiones discrecionales y más ampliamente compartidas.

Para operar estas fábricas y oficinas del futuro, las empresas de la tercera ola necesitarán trabajadores capaces de iniciativa e ingenio, más que de respuestas rutinarias. Para preparar a tales empleados, las escuelas se irán apartando progresivamente de los métodos actuales, todavía destinados, en su mayor parte, "producir trabajadores de la segunda ola para un trabajo altamente repetitivo. Pero el cambio más sorprendente de la civilización de la tercera ola será, probablemente, el desplazamiento del trabajo desde la oficina y la fábrica para encauzarlo de nuevo al hogar.

No todos los trabajos pueden, deben, ni serán efectivamente desempeñados en los propios hogares. Pero a medida que las comunicaciones baratas sustituyan al transporte caro; a medida que incrementemos el papel de la inteligencia y la imaginación en la producción, reduciendo el papel de la fuerza bruta o del trabajo mental rutinario, una parte importante de la fuerza laboral de las sociedades de la tercera ola realizará al menos una fracción de su trabajo en su hogar, quedando las fábricas sólo para los que realmente manipulan materiales físicos.

Esto nos da una pista respecto a la estructura institucional de la civilización de la tercera ola. Algunos estudiosos han sugerido que, con la creciente importancia de la información, la Universidad sustituirá a la fábrica como la institución central de mañana. Sin embargo, esta idea, que procede casi exclusivamente de las Academias, se basa en la provinciana suposición de que sólo la Universidad puede albergar, y alberga, el conocimiento teórico. Apenas es más que una fantasía de profesor.

Por su parte, los ejecutivos multinacionales ven la profesión ejecutiva como el de del mañana. La nueva profesión de "directores de información" representa sus salas de computadores como el centro de la nueva civilización. Los científicos vuelven la vista al laboratorio de investigación industrial. Unos cuantos hippies residuales sueñan con restaurar la comuna agrícola como centro de un futuro neomedieval. Otros tal vez citen las "cámaras de gratificación" de una sociedad sumergida en el placer. Lo que yo considero central, por las nociones antes expuestas, no es ninguna de estas cosas. Es, de hecho, el hogar.

Yo creo que el hogar asumirá una nueva y sorprendente importancia en la civilización de la tercera ola. El auge del prosumidor, la generalización del hogar electrónico, la invención de nuevas estructuras organizativas de la vida comercial, la automatización y desmasificación de la producción, todo apunta a la reaparición del hogar como unidad central de la sociedad del mañana… una unidad con realzadas, más que disminuidas, funciones económicas, médicas, educativas y sociales.

Pero es improbable que ninguna institución -ni siquiera el hogar- vaya a desempeñar un papel tan central como lo desempeñaron en el pasado la catedral o la fábrica. Pues es probable que la sociedad sea construida en torno a una red -más que en torno a una jerarquía- de nuevas instituciones.

Esto sugiere también que las corporaciones (y las organizaciones de producción socialistas) del mañana no descollarán sobre otras instituciones sociales. En las sociedades de la tercera ola, las corporaciones serán reconocidas como las complejas organizaciones que son, y perseguirán múltiples objetivos simultáneamente… no sólo cuotas de beneficio o producción. En lugar de centrarse en una sola línea básica, como a muchos de los directores actuales se les ha enseñado a hacer, el director perspicaz de la tercera ola vigilará (y será hecho personalmente responsable de ello) múltiples "líneas básicas".

Los sueldos y primas de los ejecutivos acabarán reflejando gradualmente esta nueva multifuncionalidad, a medida que la corporación, bien voluntariamente, bien por verse obligada a ello, va tornándose más reactivo a lo que hoy se consideran factores no económicos y, por ello, en gran parte irrelevantes… ecológicos, políticos, sociales, culturales y morales.

Las concepciones de eficiencia de la segunda ola -basadas generalmente en la capacidad de la corporación para repercutir sus costes indirectos sobre el consumidor o el contribuyente- serán reformuladas para tener en cuenta costes sociales, económicos y de otro tipo que tengan carácter oculto que, de hecho, se traducen también en costes económicos transferidos. El pensamiento en términos económicos -deformación característica del director de la segunda ola-será menos común.

La corporación -como la mayoría de las demás organizaciones- sufrirá también una drástica reestructuración a medida que vayan entrando en juego las reglas básicas de la civilización de la tercera ola. En lugar de una sociedad sincronizada con el ritmo de la cadena de montaje, una sociedad de la tercera ola se moverá conforme a ritmos y horarios flexibles. En lugar de la extrema uniformización de comportamiento, ideas, lenguaje y estilos de vida de la sociedad de masas, la sociedad de la tercera ola será construida sobre la segmentación y la diversidad. En lugar de una sociedad que concentra la población, los flujos de energía y otras características de la vida, la sociedad de la tercera ola dispersará y desconcentrará. En lugar de optar por la escala máxima del principio "lo más grande es mejor", la sociedad de la tercera ola comprenderá el significado de "escala apropiada". En lugar de una sociedad altamente centralizada, la sociedad de la tercera ola reconocerá el valor de una mayor toma descentralizada de decisiones.

Tales cambios implican un extraordinario apañamiento de la burocracia uniforme y anticuada y la aparición en la vida comercial, en el Gobierno, en las escuelas y en otras instituciones, de una amplia variedad de organizaciones de nuevo estilo. Donde subsistan las jerarquías, éstas tenderán a ser más horizontales y más transitorias. Muchas nuevas organizaciones abandonarán la vieja insistencia en "un hombre, un jefe"… todo lo cual sugiere un mundo laboral en ti que más personas compartan un temporal poder de decisión.

Todas las sociedades que atraviesan la transición hacia la tercera ola se enfrentan con problemas de desempleo a corto plazo cada vez más profundos. A partir de los años cincuenta, grandes aumentos operados en el sector de empleados y de servicios absorbieron a millones de obreros que habían quedado en paro al irse reduciendo el sector de fabricación. Hoy, al automatizarse también el sector de los empleados, se plantea la grave cuestión de si una nueva expansión del sector de servicios convencional puede remediar la situación. Algunos países enmascaran el problema tratando de suavizarlo, incrementando las burocracias públicas y privadas, exportando trabajadores excedentes, etc. Pero el problema sigue siendo insoluble dentro del marco de la economía de la segunda ola.

Esto ayuda a explicar la importancia de la próxima fusión de productor y consumidor, lo que yo he llamado el auge del prosumidor. La civilización de la tercera ola trae consigo la reaparición de un enorme sector económico basado en la producción para el uso, en lugar de para el intercambio, un sector basado en la idea de hacerlo para uno mismo, en vez de hacerlo para el mercado. Este dramático cambio, después de trescientos años de "mercatización", exigirá y hará posible un pensamiento radicalmente nuevo sobre todos nuestros problemas económicos, desde el desempleo y la seguridad social hasta el ocio y la función del trabajo.

Traerá también consigo una nueva valoración del papel del "trabajo doméstico" en la economía, y subsiguientes y fundamentales cambios en el papel de las mujeres, que aún constituyen la inmensa mayoría de los trabajadores domésticos. La poderosa oleada de mercatización extendida sobre la Tierra está alcanzando su punto máximo, con muchas consecuencias todavía inimaginables para las civilizaciones futuras.

Mientras tanto, las gentes de la tercera ola adoptarán nuevas presunciones Sobre la Naturaleza, el progreso, la evolución, el tiempo, el espacio, la materia y la causación. Su forma de pensar se verá menos influida por analogías basadas en la máquina, más moldeada por conceptos como proceso, realimentación y desequilibrio. Tendrán una mayor conciencia de las discontinuidades que derivan directamente de las continuidades.

Surgirá una multitud de nuevas religiones, nuevas concepciones de la ciencia, nuevas imágenes de la naturaleza humana, nuevas formas de arte… con diversidad mucho mayor de la que fue posible o necesaria durante la Era industrial. La emergente multicultura se verá desgarrada por la agitación hasta que se desarrollen nuevas formas de resolución de conflictos de grupos (los sistemas legales actuales son poco imaginativos y lastimosamente inadecuados para una sociedad de alta diversidad).

La creciente diferenciación de la sociedad significará también un papel reducido para la naciónEstado… hasta ahora una fuerza fundamental para la uniformización. La civilización de la tercera ola se basará en una nueva distribución del poder en cuanto que la nación, como tal, no es ya tan influyente como lo fuera antaño, mientras que otras corporaciones -desde la corporación transnacional hasta el barrio e incluso la ciudad-Estado autónomos- adquieren mayor significación.

Las regiones obtendrán mayor poder a medida que los mercados y economías nacionales se vayan fragmentando en pedazos, algunos de los cuales son ya más grandes que los mercados y economías tradicionales del pasado. Pueden surgir nuevas alianzas, basadas menos en la proximidad geográfica que en comunes afinidades culturales, ecológicas, religiosas o económicas, de tal modo que una región de América del Norte puede desarrollar lazos más estrechos con una región de Europa o Japón que con su vecino más inmediato, e incluso su propio Gobierno nacional. La unión de todo esto no formará un Gobierno mundial unitario, sino una tupida red de nuevas organizaciones transnacionales.

Fuera de las naciones ricas, las tres cuartas partes no industriales de la Humanidad lucharán con nuevas herramientas contra la pobreza, sin intentar ya imitar ciegamente a la sociedad de la segunda ola ni conformarse con las condiciones de la primera ola. Surgirán nuevas y radicales "estrategias de desarrollo", que reflejarán el especial carácter cultural o religioso de cada región y procurarán cuidadosamente de reducir al mínimo el shock del futuro.

Sin desarraigar ya implacablemente sus propias tradiciones religiosas, su estructura familiar y su vida social con la esperanza de crear una imagen reflejada de la Gran Bretaña industrial, Alemania, los Estados Unidos o la URSS, muchos países intentarán construir sobre su pasado, advirtiendo la congruencia entre ciertas características de la sociedad de la primera ola y las que sólo ahora comienzan a reaparecer (sobre una base de alta tecnología) en los países de la tercera ola.

El concepto de practopía

Por lo tanto, lo que hemos visto aquí son los perfiles generales de una forma de vida totalmente nueva que afecta no sólo a los individuos, sino también al Planeta. La nueva civilización aquí esbozada difícilmente puede calificarse de Utopía. Se hallará agitada por profundos problemas, algunos de los cuales exploraremos en las páginas que faltan. Problemas de personalidad y de comunidad. Problemas políticos. Problemas de justicia, equidad y moralidad. Problemas con la nueva economía -y especialmente la relación entre empleo, bienestar y prosumo-. Todos ellos y muchos más despertarán belicosas pasiones.

Pero la civilización de la tercera ola no es tampoco ninguna "antiutopía". No es 1984 ni Un mundo feliz hechos realidad. Estos dos brillantes libros -y centenares de obras de ficción derivadas– pintaban un futuro basado en sociedades altamente centralizadas, burocratizadas y uniformadas, en las que Ion destruidas las diferencias individuales. Nosotros estamos ahora avanzando en dirección exactamente opuesta.

Si bien la tercera ola trae consigo profundos desafíos a la Humanidad, desde amenazas ecológicas hasta el peligro de terrorismo nuclear y de fascismo electrónico, no es simplemente una espeluznante prolongación lineal del industrialismo.

Por el contrario, divisamos aquí la aparición de lo que podría denominarse Una "practopía", ni el mejor ni el peor de todos los mundos posibles, sino un mundo que es práctico y, a la vez, preferible al que teníamos. A diferencia de una utopía, una practopía no está libre de enfermedades, sordidez política y malos modales. A diferencia de la mayor parte de las utopías, no es estática ni se halla petrificada en una irreal perfección. Y tampoco es reversionista, modelada sobre algún ideal imaginado del pasado.

A la inversa, una practopía no encarna el mal cristalizado de una utopía vuelta del revés. No es implacablemente antidemocrática. No es intrínsecamente militarista. No reduce a los ciudadanos a una anónima uniformidad. No destruye a sus vecinos ni degrada su entorno.

En resumen, una practopía ofrece una alternativa positiva, incluso revolucionaria, pero se encuentra dentro de lo que es realistamente posible de alcanzar.

En este sentido, la civilización de la tercera ola es precisamente eso: un futuro practópico. Se puede percibir en ella una civilización que da acogida a las diferencias individuales y abraza (más que suprime) la variedad racial, regional, religiosa y subcultural. Una civilización construida en gran medida en torno al bogar. Una civilización que no se encuentra petrificada, sino vibrante de "novaciones y, sin embargo, que es también capaz de proporcionar enclaves de relativa estabilidad para quienes los necesiten o los quieran. Una civilización a la que ya no exige verter sus mejores energías en la mercatización. Una civilización capaz de dirigir gran pasión hacia el arte. Una civilización situada ante opciones históricas sin precedentes -sobre genética y evolución, por citar un solo ejemplo- e inventar nuevos modelos éticos o morales para abordar cuestiones tan complejas. Finalmente, una civilización que es al menos potencialmente democrática y humana, en mejor equilibrio con la biosfera y sin hallarse ya en peligrosa dependencia de explotadoras subvenciones procedentes del resto del mundo. Difícil de lograr, pero no imposible.

Discurriendo conjuntamente en majestuosa confluencia, los cambios de hoy apuntan, así, a una contracivilización viable, una alternativa al crecientemente anticuado e inviable sistema industrial.

En una palabra, apuntan a la practopía.

La pregunta equivocada

¿Por qué está sucediendo esto? ¿Por qué es de pronto inviable la vieja segunda ola? ¿Por qué está chocando esta nueva ola de civilización con la antigua ola?

Nadie lo sabe. Incluso hoy, trescientos largos años después de haberse producido, los historiadores no pueden identificar la "causa" de la revolución industrial. Como hemos visto, cada corporación académica o escuela filosófica tiene su propia explicación preferida. Los deterministas filosóficos señalan la máquina de vapor; los ecologistas, la destrucción de los bosques británicos; los economistas, las fluctuaciones en el precio de la lana. Otros hacen hincapié en cambios religiosos o culturales, la Reforma, la Ilustración, etc.

En el mundo actual también podemos identificar muchas fuerzas mutuamente causales. Los expertos señalan la creciente demanda de suministros agotables de petróleo, el explosivo aumento de la población mundial o la incrementada amenaza de contaminación mundial como fuerzas clave determinantes de un cambio estructural a escala planetaria. Otros señalan los increíbles avances realizados en la ciencia y la tecnología desde el final de la Segunda Guerra Mundial y los cambios sociales y políticos que les han seguido. Y otros hacen aún hincapié en el despenar del mundo no industrial y en los subsiguientes trastornos políticos que amenazaban nuestros cables salvavidas de energía y materias primas baratas.

Cabe citar sorprendentes cambios de valores… la revolución sexual, la rebelión juvenil de los años sesenta, las actitudes, en rápida modificación, hacia el trabajo. Podría señalarse la carrera de armamentos, que ha acelerado grandemente ciertos tipos de cambio tecnológico. Alternativamente, se podría buscar la causa de la tercera ola en los cambios culturales y epistemológicos de nuestro tiempo, tan profundos quizá como los forjados por la Reforma y la Ilustración juntas.

En resumen, podríamos encontrar decenas e incluso centenares de corrientes de cambio concurriendo a la gran confluencia, interrelacionadas todas ellas en formas mutuamente causales. Podríamos encontrar sorprendentes olas de realimentación positiva en el sistema social que aceleran y amplifican ciertos cambios, así como ondas negativas que suprimen otros cambios. Podríamos encontrar, en este período de turbulencia, analogías con el gran "salto" descrito por científicos como Ilya Prigogine, mediante los cuales una estructura más sencilla irrumpe de pronto, en parte por casualidad, a un nivel totalmente nuevo de complejidad y diversidad.

Lo que no podemos encontrar es "la" causa de la tercera ola, en el sentido de una única variable independiente o resorte que ponga en marcha el proceso. En efecto, preguntar cuál es "la" causa tal vez sea la forma equivocada de formular la pregunta, e incluso la pregunta equivocada misma. "¿Cuál es la causa de la tercera ola?", puede que sea una pregunta de la segunda ola.

Decir esto no es excluir la causación, sino reconocer su complejidad. Y tampoco sugiere una inevitabilidad histórica. La civilización de la segunda ola puede estar frustrada y sin viabilidad, pero eso no significa que la civilización de la tercera ola aquí presentada deba necesariamente tomar forma. Hay muchas fuerzas que podrían modificar radicalmente el resultado. Guerra, colapso económico, catástrofe ecológica acuden inmediatamente a la mente. Si bien nadie puede detener la más reciente ola histórica de cambio, la necesidad y el azar mantienen su actividad. Pero esto no significa que no podamos influir en su rumbo. Si lo que he dicho sobre la realimentación positiva es correcto, a menudo un pequeño "empujoncito" al sistema puede producir cambios a gran escala.

Las decisiones que tomamos hoy, como individuos, grupos o Gobiernos, pueden apartar, desviar o canalizar las aceleradas corrientes de cambio. Cada pueblo reaccionará de modo diferente a los desafíos planteados por la superlucha que lanza a los defensores de la segunda ola contra los de la tercera. Los rusos reaccionarán de una manera. Los americanos, de otra. Japoneses, alemanes, franceses o noruegos, de otras formas distintas aún, y es probable que los países se vayan haciendo más diferentes unos de otros, en lugar de más parecidos.

Otro tanto ocurre dentro de los países. Pequeños cambios pueden originar grandes consecuencias… en corporaciones, escuelas, iglesias, hospitales y barrios. Y ello porque, pese a todo, la gente -incluso los individuos- todavía cuenta.

Esto es especialmente cierto porque los cambios que han de producirse en el futuro son consecuencias de conflicto, no de la progresión automática. Así, en cada una de las naciones tecnológicamente avanzadas, las regiones atrasadas pugnan por completar su industrialización. Intentan proteger sus fábricas de la segunda ola y los puestos de trabajo basados en ellas. Esto las sitúa en conflicto frontal con regiones que están ya muy adelantadas en la construcción de la base tecnológica para las operaciones de la tercera ola. Esas batallas desgarran la sociedad, pero suministran también muchas oportunidades para una efectiva acción social y política.

La superlucha que ahora se está librando en todas las comunidades entre la gente de la segunda ola y la gente de la tercera, no significa que pierdan su importancia otras luchas. Conflicto de clases, conflicto racial, el conflicto de los jóvenes y los viejos contra lo que yo he llamado en otra parte "el imperialismo de las personas de mediana edad", el conflicto entre regiones, sexos y religiones… todo eso continúa. Algunos se agudizarán. Pero todos ellos están moldeados por la superlucha y subordinados a ella. Es la superlucha lo que más fundamentalmente determina el futuro.

Entretanto, dos cosas atraviesan todo mientras retumba en nuestros oídos la tercera ola. Una es el cambio hacia un nivel más alto de diversidad en la sociedad, la desmasificación de la sociedad de masas. La segunda es la aceleración, el ritmo más rápido a que se produce el cambio histórico. Las dos juntas ejercen una tremenda presión sobre los individuos y las instituciones por igual, intensificando la superlucha que ruge a nuestro alrededor.

Acostumbrados a enfrentarse a una diversidad escasa y a un cambio lento, individuos e instituciones se encuentran de pronto tratando de habérselas con gran diversidad y cambios rápidos. Las presiones superpuestas y entrecruzadas amenazan desbordar su competencia de decisión. El resultado es el shock del futuro.

Sólo nos queda una opción. Debemos estar dispuestos a remoldearnos a nosotros mismos y a nuestras instituciones para enfrentarnos a las nuevas realidades.

Pues ése es el precio del ingreso en un futuro viable y decentemente humano. Mas para realizar los cambios necesarios debemos dirigir una mirada totalmente nueva e imaginativa a dos cuestiones candentes. Ambas son cruciales para nuestra supervivencia y, sin embargo, casi completamente ignoradas en la discusión pública: el futuro de la personalidad y la política del futuro.

Y a ello vamos ahora…

Conclusión

XXV

LA NUEVA PSICOSFERA

Se está formando una nueva civilización. Pero, ¿dónde encajamos nosotros en ella? Los cambios tecnológicos y las agitaciones sociales actuales, ¿no significan el fin de la amistad, el amor, el compromiso, la comunidad y la solicitud hacia los demás? Las maravillas electrónicas del mañana, ¿no harán las relaciones humanas más vacías y distantes de lo que son hoy?

Son preguntas legítimas. Surgen de temores razonables, y sólo un ingenuo tecnócrata las desecharía a la ligera. Pues si miramos a nuestro alrededor, encontramos abundantes pruebas de derrumbamiento psicológico. Es como si hubiera estallado una bomba en nuestra "psicosfera" comunal. De hecho, estamos experimentando no sólo la ruptura de la tecnosfera, la infosfera o la sociosfera de la segunda ola, sino también la ruptura de su psicosfera.

En todas las naciones opulentas, la letanía resulta ya familiar: crecientes tasas de suicidio juvenil, niveles de alcoholismo vertiginosamente altos, depresión psicológica generalizada, vandalismo y delincuencia. En los Estados Unidos, las salas de urgencia se encuentran abarrotadas de jóvenes toxicómanos de las más diversas clases, por no mencionar las personas afectadas de "derrumbamientos nerviosos".

Las industrias de asistencia social y salud mental conocen un extraordinario auge en todas panes. En Washington, una comisión presidencial sobre salud mental anuncia que la cuarta parte de los ciudadanos de los Estados Unidos padecen alguna forma de grave tensión emocional. Y un psicólogo del Instituto Nacional de Salud Mental, afirmando que casi ninguna familia se halla libre de alguna forma de desorden mental, declara que "la turbación psicológica… se halla en extremo generalizada en una sociedad americana que se siente confusa, dividida y preocupada por su futuro".

Cierto que vagas definiciones y estadísticas poco fiables hacen sospechosas tales generaciones, y es doblemente cierto que las sociedades primitivas difícilmente constituían modelos de buena salud mental. Pero algo marcha terriblemente mal en nuestros días.

Se respira una enorme tensión en la vida cotidiana. Los nervios están de punta -como sugieren las riñas y disparos en el Metro o en las colas de los surtidores de gasolina-, y la gente es incapaz de dominarse. Millones de personas están literalmente hartas.

Están, además, crecientemente hostigadas por un ejército, que parece aumentar sin cesar, de matones y psicópatas cuyo comportamiento antisocial es frecuentemente presentado con atractivos rasgos en los medios de comunicación. En Occidente al menos vemos una perniciosa idealización de la locura, una glorificación del inquilino del "nido de cuco". Los best-sellers proclaman que la locura es un mito, y surge en Berkeley una revista literaria dedicada a la idea de que "locura, genio y santidad pertenecen al mismo reino y deben recibir la misma reputación y prestigio".

Entretanto, millones de individuos buscan frenéticamente su propia identidad o alguna terapia mágica que reintegre su personalidad, proporcione intimidad o éxtasis instantáneos o les conduzca a estados "superiores" de conciencia.

Para finales de los años setenta, un poderoso movimiento humano, extendiéndose hacia el Este desde California, había engendrado unas ocho mil "terapias" diferentes, compuestas de retazos de psicoanálisis, religión oriental, experimentación sexual, juegos y exaltación de la fe religiosa. En palabras de un estudio crítico, "estas técnicas eran pulcramente empaquetadas y distribuidas de costa a costa bajo nombres como Dinámica Mental, Arica y Control Mental Silva. La Meditación Transcendental estaba ya siendo ofrecida como los cursos de lectura rápida; la Dianética de Cienciología había estado difundiendo con arreglo a las más depuradas técnicas de mercado su propia terapia desde los años cincuenta. Al mismo tiempo, los cultos religiosos de América se sumaron al movimiento, desplegándose por todo el país en masivas acciones de proselitismo y recaudación de fondos".

Más importante que la floreciente industria de potencial humano es el movimiento evangélico cristiano. Dirigiéndose a los sectores más pobres y menos instruidos y mediante un sofisticado uso de la radio y la televisión, el movimiento de los "nacidos de nuevo" está conociendo un auge extraordinario. Buhoneros religiosos, subidos a su carro, mandan a sus seguidores en busca de salvación en una sociedad que presentan como decadente y condenada.

Esta oleada de malestar no ha golpeado con igual fuerza a todas las partes del mundo tecnológico. Por esta razón, lectores de Europa y otros lugares pueden sentirse tentados a considerarlo como un fenómeno típicamente americano, mientras en los propios Estados Unidos algunos lo consideran todavía como otra manifestación más de la famosa extravagancia californiana.

Ni una opinión ni otra podían estar más lejos de la verdad. Si la turbación y la desintegración psíquica se acusan con más evidencia en los Estados Unidos, y especialmente en California, ello no hace sino reflejar el hecho de que la tercera ola ha llegado un poco antes que a otros lugares, haciendo que las estructuras sociales de la segunda ola se desplomen antes y más espectacularmente.

En efecto, una especie de paranoia ha descendido sobre muchas comunidades, y no sólo en los Estados Unidos. En Roma y en Turín, los terroristas acechan por las calles. En París, e incluso en la antes pacífica Londres, aumenta el vandalismo. En Chicago, las personas de edad no se atreven a andar por las calles después del anochecer. En Nueva York crepita la violencia en las escuelas y en el Metro. Y en California una revista ofrece a sus lectores una guía supuestamente práctica de "cursos para el manejo de pistolas, perros adiestrados para el ataque, alarmas antirrobo, artilugios de seguridad personal, cursos de autodefensa y sistemas de seguridad computadorizados".

Hay un olor enfermizo en el aire. Es el olor de una agonizante civilización de la segunda ola.

El ataque a la soledad

Para crear una satisfactoria vida emocional y una sana psicosfera para la emergente civilización del mañana, debemos identificar tres requisitos básicos de todo individuo: las necesidades de comunidad, estructura y significado. La comprensión de cómo las socava el derrumbamiento de la sociedad de la segunda ola sugiere cómo podríamos empezar a diseñar un entorno psicológico más saludable para nosotros mismos y para nuestros hijos.

En primer lugar, toda sociedad debe engendrar un sentimiento de comunidad. La comunidad excluye la soledad. Da a la gente una sensación vitalmente necesaria de pertenencia. Sin embargo, actualmente las instituciones de las que depende la comunidad se están desmoronando en todas las tecnosociedades. El resultado es una plaga, en constante aumento, de soledad.

Desde Los Angeles hasta Leningrado, adolescentes, matrimonios desgraciados, padres o madres que viven solos, trabajadores corrientes y personas de edad avanzada, todos se quejan de aislamiento social. Los padres confiesan que sus hijos están demasiado ocupados para visitarlos e incluso telefonearles. En bares o lavanderías, desconocidos solitarios ofrecen lo que un sociólogo llama "esas confidencias infinitamente tristes". Clubs y discotecas para personas solas sirven de mercado de carne para divorciados desesperados.

La soledad es incluso un factor ignorado en la economía. ¿Cuántas amas de casa pertenecientes a la clase media alta, empujadas a la locura por el ensordecedor vacío de sus lujosos hogares suburbanos, han entrado en el mercado de trabajo para conservar su integridad mental? ¿Cuántos animales domésticos -y carretadas de comida especial para ellos- se compran para romper el silencio de un hogar vacío? La soledad sustenta gran parte de nuestras empresas de viajes y de diversión. Contribuye al consumo de drogas, a la depresión y al descenso de la productividad. Y crea una lucrativa industria de "corazones solitarios" que ofrece ayudar a localizar y cazar al compañero o compañera ideal.

El dolor de estar solo no es, por supuesto, nuevo. Pero la soledad se halla ahora tan extendida que, paradójicamente, se ha convertido en una experiencia compartida.

No obstante, la comunidad exige algo más que lazos emocionalmente satisfactorios entre los individuos. Requiere también fuertes lazos de lealtad entre los individuos y sus organizaciones. Del mismo modo que echan de menos la compañía de otros individuos, millones de personas se sienten hoy igualmente alejadas de las instituciones de que forman parte. Anhelan instituciones dignas de su respeto, su afecto y su lealtad.

La corporación ofrece una muestra de esto.

Al hacerse más grandes y más impersonales las compañías, y haberse diversificado en muchas actividades distintas, los empleados se han quedado sin apenas una sensación de misión compartida. El sentimiento de comunidad se halla ausente. La expresión misma de "lealtad a la empresa" posee unas resonancias arcaicas. De hecho, muchos consideran la lealtad a una empresa como una traición a la propia personalidad. En The Bottom Line, popular novela de Fletcher Knebel sobre los grandes negocios, la heroína le dice despectivamente a su marido, ejecutivo de una importante Compañía: "¡Lealtad a la empresa! Me da ganas de vomitar."

Excepto en Japón, donde todavía existe el sistema de empleo vitalicio y paternalismo empresarial -aunque para un porcentaje cada vez menor de la fuerza de trabajo-, las relaciones laborales son progresivamente transitorias y emocionalmente insatisfactorias. Incluso cuando las empresas hacen un esfuerzo por dar una dimensión social al empleo -una excursión anual, un equipo de bolos patrocinado por la empresa, una fiesta de Navidad en sus locales-, la mayor parte de las relaciones laborales son totalmente superficiales en la actualidad.

Por estas razones, pocas personas tienen hoy en día la sensación de pertenecer a algo más grande y mejor que ellas mismas. Esta cálida y participatoria sensación surge espontáneamente de vez en cuando en momentos de crisis, tensión, desastre o agitación social. Por ejemplo, las grandes huelgas estudiantiles de los años sesenta produjeron un fulgurante sentimiento de comunidad. Otro tanto puede decirse de las manifestaciones antinucleares actuales. Pero los movimientos y los sentimientos que suscitaron se están desvaneciendo. La comunidad está deficientemente servida.

Un indicio respecto a la plaga de soledad radica en nuestro creciente nivel de diversidad social. Desmasificando a la sociedad, acentuando las diferencias más que las semejanzas, ayudamos a las personas a individualizarse. Hacemos posible que cada uno de nosotros se aproxime más a la plena realización de sus potencialidades. Pero también hacemos más difícil el contacto humano. Pues Cuanto más individualizados somos, más difícil nos resulta encontrar un compañero o un amante que tenga los mismos intereses y aficiones, valores, horarios y gustos. Los amigos son también más difíciles de abordar. Nos volvemos más exigentes en nuestras relaciones sociales. Pero también los otros. El resultado es la formación de muchas relaciones mal armonizadas. O la ausencia total de relaciones.

Por tanto, la quiebra de la sociedad de masas, aunque ofreciendo la promesa de una autorrealización individual mucho mayor, está extendiendo, al menos por el momento, la angustia del aislamiento. Si la emergente sociedad de la tercera ola no ha de ser heladamente metálica, con un vacío por corazón, debe atacar frontalmente este problema. Debe restaurar la comunidad.

¿Cómo podríamos empezar a hacerlo?

Cuando comprendemos que la soledad no es ya una cuestión individual, sino un problema público creado por la desintegración de las instituciones de la segunda ola, hay muchísimas cosas que podemos hacer al respecto. Podemos empezar por donde generalmente empieza la comunidad: por la familia, ampliando sus reducidas funciones.

Desde la revolución industrial, la familia ha ido siendo progresivamente aliviada de la carga de los ancianos. Si hemos privado de esta responsabilidad a la familia, quizás haya llegado el momento de devolvérsela parcialmente. Sólo un estúpido nostálgico propugnaría el desmantelamiento de los sistemas de pensiones, tanto públicos como privados, o el que los ancianos dependieran por completo de sus familias, como antaño. Pero, ¿por qué no ofrecer incentivos fiscales y de otro tipo a las familias -incluyendo las no nucleares y no convencionales- que cuiden de sus mayores en lugar de internarlos en impersonales "hogares" de ancianos? ¿Por qué no recompensar, más que castigar económicamente, a quienes mantienen y fortalecen los lazos familiares a través de las generaciones?

El mismo principio se puede extender también a otras funciones de la familia. Se debe estimular a las familias a que asuman un papel mayor -no menor- en la educación de los jóvenes. Las escuelas deben ayudar a los padres dispuestos a enseñar a sus hijos en su propia casa, sin que sean considerados unos chiflados o unos violadores de la ley. Y los padres deben tener más influencia -no menos- en las escuelas.

Al mismo tiempo, las propias escuelas podrían hacer mucho para crear un sentido de pertenencia. En vez de calificar a los alumnos exclusivamente sobre la base de su actuación individual, se podría hacer depender parte de la calificación de cada alumno de la actuación de la clase como un todo, o de algún grupo formado dentro de ella. Esto prestaría un temprano y claro apoyo a la idea de que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad hacia los demás. Con un poco de estímulo, los educadores imaginativos podrían encontrar mejores formas de promover un sentido de comunidad.

También las corporaciones podrían hacer mucho para empezar a formar nuevos lazos humanos. La producción de la tercera ola permite una descentralización y la existencia de unidades de trabajo más pequeñas y personales. Las empresas innovadoras podrían reforzar la moral y el sentido de pertenencia pidiendo a grupos de trabajadores que se organizasen en miniempresas o cooperativas y contratar directamente con estos grupos para la realización de trabajos específicos.

Este fraccionamiento de enormes corporaciones en pequeñas unidades autogestionadas no sólo liberaría enormes y nuevas energías productivas, sino que, al mismo tiempo, construiría la comunidad.

Norman Macrae, subdirector de The Economist, ha sugerido que "grupos semiautónomos de entre quizá 16 a 17 personas, que decidieran trabajar juntas como amigos, deberían recibir de las fuerzas del mercado la información del módulo de rendimiento por el que se pagará y a razón de qué tasas por unidad de rendimiento, debiéndoseles permitir luego producirlos a su propia manera".

De hecho -continúa Macrae-, "quienes creen fructuosas cooperativas amistosas harán mucho bien a la sociedad, y quizá merezcan algunas subvenciones o beneficios fiscales". (Lo que resulta particularmente interesante al respecto es que se podrían crear cooperativas dentro de una corporación dotada de ánimo de lucro e incluso Compañías dotadas de ánimo de lucro dentro del marco de una empresa de producción socialista.)

Las corporaciones podrían revisar también sus prácticas de jubilación. Expulsar de pronto a un trabajador de edad avanzada no sólo priva al individuo de un sueldo regular y completo y elimina lo que la sociedad considera una función productiva, sino que trunca también muchos lazos sociales. ¿Por qué no planes de jubilación más parcial y programas que destinen a personas semijubiladas a trabajar en servicios de la comunidad en régimen voluntario o de salario parcial?

Otro medio de construcción de la comunidad podría ser hacer entrar en contacto a las personas jubiladas y a los jóvenes. Se podría nombrar a las personas mayores de cada comunidad "profesores adjuntos" o "mentores", invitados a enseñar algunos de sus conocimientos prácticos sobre una base voluntaria o a tiempo parcial, o recibir regularmente a un alumno para su instrucción. Bajo supervisión escolar, los fotógrafos jubilados podrían enseñar fotografía; los mecánicos de automóviles, a reparar un motor recalcitrante; los contables, a llevar libros de contabilidad, etc. En muchos casos, surgiría entre mentor y "mentado" un saludable lazo que iría más allá de la simple instrucción.

No es un pecado estar solo, y, en una sociedad cuyas estructuras se están desintegrando rápidamente, no debería ser un oprobio. Así, el remitente de una carta al Jewish Chronicle de Londres pregunta: "¿Por qué no parece "bien" acudir a grupos en los que está perfectamente claro que la razón de que todos se reúnan es conocer a personas del sexo opuesto?" La misma pregunta es aplicable a bares, discotecas y centros de vacaciones para personas solas. La carta señala que en los shtetls de la Europa Oriental, la institución del fhadchan, o casamentero, cumplía una finalidad útil al reunir a personas casaderas y que los despachos y servicios matrimoniales y otras agencias similares son igualmente necesarios hoy en día. "Debemos ser capaces de admitir abiertamente que necesitamos ayuda, contacto humano y una vida social."

Necesitamos muchos nuevos servicios -tanto tradicionales como innovadores- para ayudar a las personas solas a entrar en contacto de una manera digna. Algunas personas confían actualmente en los anuncios de "corazones solitarios" de las revistas para encontrar un compañero o un cónyuge. Podemos estar seguros de que, antes de que pase mucho tiempo, servicios de televisión por cable de tipo local o de barrio emitirán anuncios visuales para que los posibles compañeros puedan verse unos a otros antes de concertar una cita. (Uno sospecha que esos programas tendrían un enorme nivel de audiencia.)

Pero, ¿deben limitarse este tipo de servicios a proporcionar contactos románticos? ¿Por qué no servicios -o lugares- a donde la gente pudiera acudir simplemente para hacer un amigo, no un amante o un cónyuge en potencia? La sociedad necesita esos servicios, y, siempre que sean honestos y decentes, no deberíamos sentirnos turbados por inventarlos y utilizarlos.

Telecomunidad

Al nivel de una política social a largo plazo deberíamos movernos también rápidamente hacia la "telecomunidad". Quienes desean la restauración de la comunidad deben concentrar la atención en el impacto socialmente fragmentador de los desplazamientos cotidianos y de la elevada movilidad. Como ya he escrito largamente sobre ello en El "shock" del futuro, no insistiré sobre el particular. Pero uno de los pasos clave que pueden darse a fin de crear un sentido de comunidad en la tercera ola es la sustitución selectiva del transporte por la comunicación.

Es ingenuo y simplista el temor popular de que los computadores y las telecomunicaciones nos priven del contacto directo y hagan más distantes y de segundo grado las relaciones humanas. De hecho, puede muy bien que sea lo contrario lo que ocurra. Si bien podrían atenuarse las relaciones de fábrica o de oficina, los lazos del hogar y de la comunidad podrían muy bien resultar fortalecidos mediante estas nuevas tecnologías. Los computadores y las telecomunicaciones pueden ayudarnos a crear comunidad.

Aunque no fuera más, pueden liberarnos a gran número de nosotros de la necesidad de los cotidianos desplazamientos, esa fuerza centrífuga que nos dispersa por la mañana y nos lanza a superficiales relaciones laborales, al tiempo que debilita nuestros lazos sociales, más importantes, del hogar y la comunidad. Al posibilitar que gran número de personas trabajen en su propio hogar (o en centros de trabajo situados en su mismo barrio), las nuevas tecnologías podrían dar lugar a familias más unidas y a una vida comunitaria más finamente granulada. El hogar electrónico puede resultar ser el más característico negocio familiar del futuro. Y, como hemos visto, podría conducir a una nueva unidad de trabajo familiar común con participación de los hijos (y, a veces, ampliada incluso para acoger también a extraños).

No es improbable que los matrimonios que se pasan mucho tiempo trabajando juntos en el hogar durante el día quieran salir por la noche. (Hoy, lo típico es que el que ha tenido que desplazarse para acudir a su trabajo se desplome en un sillón al volver a casa y se niegue a poner un pie fuera de ella.) A medida que las comunicaciones empiecen a reemplazar los desplazamientos cotidianos, podemos esperar que se produzca una animada proliferación de restaurantes, teatros, bares y clubs de barrio, una revitalización de la actividad parroquial y de grupos voluntarios, y ello sobre una base total o principalmente de contacto directo.

Y tampoco hay que despreciar todas las relaciones de segundo grado. La cuestión no es simplemente que exista o no ese segundo grado, sino que exista pasividad e impotencia. Para una persona tímida o inválida, incapaz de salir de casa o temerosa de enfrentarse cara a cara con la gente, la emergente infosfera hará posible un interactivo contacto electrónico con otros que compartan aficiones o intereses similares -jugadores de ajedrez, coleccionistas de sellos, amantes de la poesía o aficionados a los deportes-, con los que podrían comunicar instantáneamente de un extremo a otro del país.

Por vicarias o de segundo grado que puedan ser, estas relaciones pueden proporcionar un antídoto contra la soledad mucho mejor que la televisión tal como la conocemos hoy, en la que los mensajes discurren en una sola dirección y el receptor pasivo se ve en la imposibilidad de interactuar con la parpadeante imagen de la pantalla.

Las comunicaciones, selectivamente aplicadas, pueden servir al objetivo de la telecomunidad.

En resumen, mientras construimos una civilización de la tercera ola, hay muchas cosas que podemos hacer para mantener y enriquecer, más que destruir, la comunidad.

La estructura de la heroína

Pero la reconstrucción de la comunidad debe ser considerada sólo como una pequeña parte de un proceso más amplio. Pues el derrumbamiento de las instituciones de la segunda ola quiebra también la estructura y el significado de nuestras vidas.

Los individuos necesitan una estructura vital. Una vida que carezca de estructura comprensible es un despojo desprovisto de sentido. La ausencia de estructura engendra derrumbamiento.

La estructura proporciona los puntos de referencia relativamente fijos que necesitamos. Por eso es por lo que, para muchas personas, un puesto de trabajo es psicológicamente crucial, por encima y más allá del sueldo. Al imponer claras demandas sobre su tiempo y su energía, proporciona un elemento de estructura en torno al que puede organizarse el resto de sus vidas. Las demandas absolutas impuestas a un padre por un hijo pequeño, la responsabilidad de atender a un inválido, la rígida disciplina exigida por la pertenencia a una iglesia o, en algunos países, a un partido político… todo esto puede también dar una sencilla estructura a la vida.

Enfrentados con la ausencia de una estructura visible, algunos jóvenes utilizan drogas para crearla. "El consumo de heroína -escribe el psicólogo Rollo May- da una forma de vida al joven. Habiendo sufrido una perpetua falta de finalidad, su estructura consiste ahora en cómo escapar de los policías, cómo obtener el dinero que necesita, dónde conseguir su próxima dosis… todo eso le da una nueva red de energía en sustitución de su anterior mundo desprovisto de estructura."

La familia nuclear, horarios socialmente impuestos, papeles bien definidos, visibles distinciones de rango social y líneas comprensibles de autoridad son factores que crearon una adecuada estructura vital para la mayoría de la gente durante la Era de la segunda ola.

En la actualidad, la disgregación de la segunda ola está disolviendo la estructura de muchas vidas individuales antes de que surjan las nuevas instituciones, con sus nuevas estructuras, de la tercera ola. Esto, y no simplemente un fracaso personal, explica por qué millones de personas experimentan actualmente la vida cotidiana como algo que carece de todo rastro de orden reconocible.

A esta pérdida de orden debemos añadir la pérdida de significado. El sentimiento de que nuestras vidas "cuentan" deriva de la existencia de relaciones "dudables con la sociedad circundante, de la familia, la corporación, la Iglesia o el movimiento político. Depende también de que seamos capaces de considerarnos como parte de un orden de cosas más grande, incluso cósmico.

El súbito cambio de las reglas básicas operado hoy, la progresiva desaparición de papeles, distinciones de rango y líneas de autoridad, la inmersión en una cultura destellar y, sobre todo, la quiebra del gran sistema de pensamiento, la industrialidad, han hecho saltar en pedazos la imagen del mundo que la mayoría de nosotros llevamos en nuestros cerebros. En consecuencia, la mayoría de la gente que vuelve la vista sobre el mundo que le rodea no ve más que caos. Padecen una sensación de impotencia e inutilidad.

Sólo cuando ponemos todo esto en conexión -la soledad, la pérdida de estructura y la falta de significado que acompaña al declinar de la civilización industrial- podemos empezar a comprender algunos de los más desconcertantes fenómenos sociales de nuestro tiempo, de los cuales no es el menos importante el asombroso auge del culto religioso.

El secreto de los cultos

¿Por qué tantos miles de personas aparentemente inteligentes y bien situadas en la vida se dejan absorber por la miríada de cultos que en la actualidad están brotando en las grietas cada vez más anchas del sistema de la segunda ola? ¿Qué es lo que explica el control total que un Jim Jones fue capaz de ejercer sobre las vidas de sus seguidores?

Se estima en la actualidad que alrededor de tres millones de americanos pertenecen a unos mil cultos religiosos, los más importantes de los cuales llevan nombres como Iglesia de la Unificación, Misión de la Luz Divina, Haré Krishna y el Camino, cada uno de los cuales posee templos y delegaciones en la mayor parte de las grandes ciudades. Uno de ellos, la Iglesia de la Unificación de la Luna de Sun Myung, asegura tener entre sesenta mil y ochenta mil miembros, publica un periódico diario de Nueva York, posee en Virginia una factoría de envasado de pescado y muchas otras lucrativas empresas en distintos lugares. Sus mecánicamente alegres recolectores de fondos constituyen un espectáculo habitual.

Pero tales grupos no se limitan a los Estados Unidos. Un reciente y sensacional proceso judicial celebrado en Suiza llamó la atención internacional sobre el Centro de la Luz Divina, de Winterthur. "Los cultos, sectas y comunidades… son más numerosos en los Estados Unidos porque, también en esta materia, América lleva veinte años de adelanto al resto del mundo -dice el Economist, de Londres-. Pero existen también en Europa, Oriental y Occidental, y en muchos otros lugares." ¿Por qué esos grupos pueden imponer una dedicación y obediencia casi totales a sus miembros? Su secreto es sencillo. Comprenden la necesidad que la comunidad tiene de estructura y significado. Pues esto es lo que ofrecen los cultos.

Para las personas solitarias, los cultos ofrecen, al principio, amistad indiscriminada. Dice un funcionario de la Iglesia de la Unificación: "Si alguien se siente solo, hablamos con él. Hay por ahí muchas personas que se sienten solas." El recién llegado es rodeado de personas que ofrecen amistad y aprobación.

Muchos de los cultos imponen una vida comunitaria. Es tan extraordinariamente gratificadora esta súbita cordialidad y atención, que los miembros del culto están con frecuencia dispuestos a renunciar a todo contacto con sus familias y sus antiguos amigos, a donar al culto todas sus ganancias, a abstenerse del consumo de drogas e incluso de toda actividad sexual.

Pero el culto vende algo más que comunidad. Ofrece también la tan necesitada estructura. Los cultos imponen severas limitaciones al comportamiento. Exigen y crean una enorme disciplina; algunos llegan, incluso, hasta el extremo de imponer esa disciplina mediante palizas, trabajo forzado y sus propias formas de ostracismo o prisión. El psiquiatra H. A. S. Sukhdeo, de la Facultad de Medicina de Nueva Jersey, después de entrevistar a varios supervivientes del suicidio colectivo de Jonestown, concluye: "Nuestra sociedad es tan libre y permisiva, y las personas tienen tantas opciones entre las que elegir, que no pueden tomar efectivamente sus propias decisiones. Necesitan que otros tomen la decisión, y ellas la seguirán."

Un hombre llamado Sherwin Harris, cuya hija y cuya ex esposa figuraban entre los hombres y mujeres que siguieron a Jim Jones hasta la muerte en Guayana, lo ha resumido en una frase: "Esto es -dijo Harris- un ejemplo de a qué se someterán algunos americanos para dar una estructura a sus vidas."

El último producto vital lanzado al mercado por los cultos es "significado". Cada uno tiene su propia e ingenua versión de la realidad… religiosa, política o cultural. El culto posee la única verdad y presenta como mal informados o satánicos a los que viven en el mundo exterior y no reconocen el valor de esa verdad. El mensaje del culto es machaconamente comunicado al nuevo miembro en sesiones que duran todo el día y toda la noche. Es predicado incesantemente hasta que el adepto empieza a utilizar sus términos de referencia, su vocabulario y, finalmente, su metáfora de la existencia. El "significado" transmitido por el culto puede resultar absurdo para el extraño. Pero eso no importa.

De hecho, el contenido exacto y concreto del mensaje transmitido por el culto es casi incidental. Su poder radica en proporcionar síntesis, en ofrecer una alternativa a la fragmentada cultura destellar que nos rodea. Una vez aceptado por el nuevo adepto, el entramado de ideas le ayuda a organizar gran parte de la caótica información que le bombardea desde el exterior. Corresponda o no a la realidad exterior ese entramado de ideas, suministra un ordenado conjunto de cubículos en los que el miembro puede almacenar los datos que le llegan. Con ello alivia la tensión producida por la sobrecarga y la confusión. Suministra no verdad como tal, sino orden y, por tanto, significado.

Al dar al miembro del culto el sentido de que la realidad posee un significado -y que él debe comunicar ese significado a las personas ajenas al culto-, éste ofrece finalidad y coherencia en un mundo aparentemente incoherente.

Pero el culto vende comunidad, estructura y significado a un precio extraordinariamente alto: la ciega renuncia al propio yo. Para algunos, sin duda, ésta es la única alternativa a la desintegración personal. Mas para la mayoría de nosotros es demasiado caro el precio exigido por el culto.

Para conseguir que la civilización de la tercera ola sea a la vez cuerda y democrática, necesitamos hacer algo más que crear nuevas provisiones de energía o aceptar nueva tecnología. Necesitamos hacer algo más que crear comunidad. Necesitamos proporcionar también estructura y significado. Y, una vez más, hay cosas sencillas por las que podemos empezar.

Organizadores de vida y semicultos

Al nivel más simple e inmediato, ¿por qué no crear un cuadro de "organizaciones de vida" profesionales y paraprofesionales? Por ejemplo, probablemente necesitamos menos psicoterapeutas adentrándose como topos en el id y en el ego, y más personas que puedan ayudarnos, incluso en pequeños aspectos, a organizar nuestras propias vidas. Entre las expresiones de buenos propósitos que nunca llegan a cumplirse, figuran: "Mañana mismo empezaré a organizarme", o "voy a actuar con más sensatez".

Pero resulta cada vez más difícil estructurar la propia vida en las actuales condiciones de elevada agitación social y tecnológica. La quiebra de las estructuras normales de la segunda ola, el excesivo número de estilos de vida entre los que se puede optar y las oportunidades educativas… todo ello, como hemos visto, acrecienta la dificultad. Para los menos acomodados, las presiones económicas imponen una alta estructura. Para la clase media, y especialmente sus hijos, lo que ocurre es lo contrario. ¿Por qué no reconocerlo así?

Algunos psiquiatras realizan en la actualidad una función organizadora de la vida. En lugar de años en el diván, ofrecen ayuda práctica para encontrar trabajo, localizar a un amigo o amante, confeccionar un presupuesto, seguir una dieta alimenticia, etc. Necesitamos muchos más de estos asesores, suministradores de estructura, y no tenemos por qué avergonzarnos de solicitar sus servicios.

En materia de educación necesitamos prestar atención a cuestiones rutinariamente pasadas por alto. Pasamos largas horas tratando de impartir una variedad de cursos, por ejemplo, sobre la estructura del Gobierno o la estructura de la ameba. Pero, ¿cuánto esfuerzo se dedica a estudiar la estructura de la vida cotidiana… la forma en que se distribuye el tiempo, los usos personales del dinero, los lugares a los que se puede acudir en busca de ayuda en una sociedad que rebosa de complejidad? Damos por sentado que los jóvenes saben ya desenvolverse por nuestra estructura social. De hecho, la mayoría no tienen más que una confusa idea de la forma en que está organizado el mundo del trabajo, el mundo de los negocios. La mayoría de los estudiantes no conocen la arquitectura de la economía de su propia ciudad, ni la forma en que funciona la burocracia local, ni adonde hay que ir para presentar una denuncia contra un comerciante.

La mayoría ni siquiera saben cómo están estructuradas sus propias escuelas -incluso sus universidades-, ni mucho menos cómo están cambiando esas estructuras bajo el impacto de la tercera ola.

Necesitamos también considerar las instituciones suministradoras de estructura, incluidos los cultos. Una sociedad juiciosa debe proporcionar un espectro de instituciones, desde las que gozan de libertad de forma, hasta las que se hallan rígidamente estructuradas. Necesitamos aulas abiertas, así como escuelas tradicionales. Necesitamos organizaciones en las que sea fácil entrar y salir, así como rígidas órdenes monásticas (tanto seculares como religiosas).

En la actualidad parece ser demasiado amplio el abismo existente entre la estructura total ofrecida por el culto y la aparentemente falta total de estructura de que adolece la vida cotidiana.

Si encontramos repelente la absoluta sumisión exigida por muchos cultos, deberíamos quizás estimular la formación de lo que podríamos denominar "semicultos", situados entre la libertad desprovista de estructura y la regimentación rígidamente estructurada. De hecho, se podría estimular a organizaciones religiosas, vegetarianos y otras sectas o agrupaciones, a formar comunidades en que se imponga una estructura de carácter intermedio -entre moderada y alta- a quienes deseen vivir de esa manera. Se podría ejercer una cierta vigilancia sobre estos cultos para asegurar que no se cometían en ellos violencia física ni mental, abusos de confianza, extorsiones ni otras prácticas semejantes, y que sus normas permitían que personas necesitadas de una estructura externa pudieran pertenecer a ellos durante seis meses o un año y abandonarlos luego sin presiones ni recriminaciones.

A algunas personas les podría resultar útil vivir durante algún tiempo dentro de un semiculto, regresar luego al mundo exterior, volver a integrarse nuevamente en la organización durante otro período de tiempo, y así sucesivamente, alternando entre las demandas de una estructura impuesta y la libertad ofrecida por una sociedad más amplia. ¿No debería ser esto posible para ellas?

Tales semicultos sugieren también la necesidad de organizaciones seculares situadas entre la libertad de la vida civil y la disciplina del Ejército. ¿Por qué no una variedad de cuerpos de servicios civiles, organizados quizá por ciudades, sistemas escolares e incluso Compañías privadas para prestar servicios útiles a la comunidad sobre una base contractual, empleando a jóvenes que podrían vivir juntos bajo reglas disciplinarias estrictas y ser remunerados con sueldos equiparables a los de los militares? (Para aproximar estos sueldos al nivel ordinario, los miembros de estos cuerpos podrían recibir vales complementarios destinados a la enseñanza universitaria.) Un "cuerpo anticontaminación", un "cuerpo de sanidad pública", un "cuerpo paramédico" o un cuerpo destinado a asistir a los ancianos… este tipo de organizaciones podrían ser altamente rentables tanto para la comunidad como para el individuo.

Además de suministrar servicios útiles y un cierto grado de estructura vital, estas organizaciones podrían ayudar también a introducir un muy necesario significado en las vidas de sus miembros, no una espúrea teología mística o política, sino el simple ideal de servicio a la comunidad.

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