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La tercera ola (Toffler, Alvin) (página 8)




Enviado por ramon notario arias



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El hogar electrónico

Oculto en el interior de nuestro avance hacia un nuevo sistema de producción se halla un potencial de cambio social de alcance tan sorprendente que muy pocos entre nosotros se han mostrado dispuestos a enfrentarse con su significado. Pues estamos a punto de revolucionar también nuestros hogares.

Aparte estimular unidades de trabajo más pequeñas, aparte permitir una descentralización y desurbanización de la producción, aparte alterar el carácter actual del trabajo, los nuevos sistemas de producción podrían desplazar literalmente a millones de puestos de trabajo de las fábricas y oficinas a donde las llevó la segunda ola y devolverlas a su primitivo lugar de procedencia: el hogar. Si esto sucediera, todas las instituciones que conocemos, desde la familia hasta la escuela y la corporación, quedarían transformadas.

Hace trescientos años, contemplando a masas de campesinos segar un campo, sólo un loco habría soñado en que llegaría el día en que los campos quedaran despoblados y las gentes se apiñasen en fábricas urbanas para ganarse el pan. Y sólo un loco habría tenido razón. Hoy se requiere un acto de valor para sugerir que nuestras más grandes fábricas y edificios de oficinas pueden, en el curso de nuestras vidas, quedar medio vacíos, reducidos a ser utilizados como fantasmales almacenes o convertidos en viviendas. Y, sin embargo, esto es precisamente lo que el nuevo modo de producción hace posible: un retorno a la industria hogareña sobre una nueva base electrónica y con un nuevo énfasis en el hogar como centro de la sociedad.

Sugerir que millones de nosotros podemos pasarnos el tiempo en casa, en lugar de ir a una oficina o una fábrica, es desencadenar una inmediata lluvia de objeciones. Y hay muchas razones sensatas para el escepticismo. "La gente no quiere trabajar en casa, aunque pudiera. ¡Mira cómo se esfuerzan todas las mujeres por salir de casa para ponerse a trabajar fuera!" "¿Cómo puede uno trabajar con los críos correteando por la casa?" "La gente no se sentirá motivada si no hay un jefe vigilando." "La gente necesita el contacto con otras personas para desarrollar la confianza y la seguridad necesarias para trabajar juntas." "La arquitectura del hogar medio no es adecuada para ello." "¿Qué quiere decir con eso de trabajar en casa… instalar en cada sótano un alto horno en miniatura?" "¿Y si lo prohiben las normas urbanísticas y los caseros?" "Los sindicatos lo impedirán." "¿Y los impuestos? Hacienda está endureciendo su postura con respecto a las deducciones por trabajar en casa." Y la objeción definitiva: "¿Cómo, quedarme todo el día en casa con mi mujer [o marido]?"

Hasta el viejo Karl Marx habría fruncido el ceño. Trabajar en casa -consideraba él- era una forma reaccionaria de producción, porque "la aglomeración en un taller" era "condición necesaria para la división del trabajo en la sociedad". En suma, había -y hay- muchas razones -y seudorrazones- para considerar la idea totalmente estúpida.

Trabajo a domicilio

Sin embargo, había razones igualmente poderosas, si no más, hace trescientos años, para creer que la gente nunca saldría del hogar y del campo para trabajar en fábricas. Después de todo, había trabajado en su casa y en la tierra vecina durante diez mil años, no sólo trescientos. Toda la estructura de la vida familiar, el proceso de educación de los niños y formación de la personalidad, el sistema entero de propiedad y poder, la cultura, la lucha cotidiana por la existencia… todo ello se hallaba ligado al hogar y a la tierra por un millar de invisibles cadenas. Pero esas cadenas no tardaron en saltar en pedazos tan pronto como apareció un nuevo sistema de producción.

Eso mismo está volviendo a suceder hoy, y todo un grupo de fuerzas sociales y económicas están convergiendo para cambiar el lugar del trabajo.

En primer lugar, el cambio de una fabricación de segunda ola a una nueva y más avanzada fabricación de tercera ola reduce, como hemos visto, el número de operarios que realmente tienen que manipular mercancías físicas. Esto significa que aun en el sector de fabricación se está realizando una cantidad cada vez mayor de trabajo que -supuesta la adecuada configuración de las telecomunicaciones y otro material- podría ser realizado en cualquier parte, incluyendo la propia sala de estar. Y no se trata de una fantasía de ciencia-ficción.

Cuando la Western Electric pasó de producir material interruptor electromecánico para la compañía de teléfonos a fabricar equipo interruptor electrónico, la fuerza de trabajo de sus avanzadas instalaciones en el Norte de Illinois quedó transformada. Antes del cambio, los obreros de producción superaban a los empleados y técnicos en la proporción de tres a uno. Hoy, la relación es de uno a uno. Esto significa que la mitad de los dos mil trabajadores manipulan ahora información en vez de cosas, y gran parte de su trabajo puede efectuarse en casa.

Dom Cuomo, director de ingeniería en la Northern Illinois, lo ha expresado con claridad: "Si se incluyen los ingenieros, entre el diez y el veinticinco por ciento de lo que se hace aquí podría hacerse en casa con la tecnología existente."

El director de ingeniería de Cuomo, Gerald Mitchell, fue más lejos incluso. "Teniendo todo en cuenta -declaró-, entre seiscientos y setecientos de los dos mil podrían ahora, con la tecnología existente, trabajar en casa. Y dentro de cinco años, podríamos ir mucho más allá."

Estas informadas estimaciones son notablemente similares a las formuladas por Dar Howard, director de fabricación de la factoría Hewlett-Packard en Colorado Springs: "Tenemos mil obreros en la fabricación real. Tecnológicamente, quizá 250 de ellos podrían trabajar en su casa. La logística sería complicada, pero el utilaje y el capital no supondrían obstáculo. En el campo de la investigación y el desarrollo, si está uno dispuesto a invertir en terminales (de computadores), entre la mitad y las tres cuartas partes podrían también trabajar en casa." En Hewlett-Packard, eso totalizaría entre 350 y 520 trabajadores más.

Esto significa que entre el 35 y el 50% de toda la fuerza de trabajo de este avanzado centro de fabricación podría aun ahora realizar en casa la mayor parte, si no todo, de su trabajo, siempre que se decidiera organizar la producción de esa forma. La fabricación de tercera ola, a despecho de Marx, no requiere que el cien por ciento de la fuerza de trabajo esté concentrada en el taller.

Y estas estimaciones no se dan sólo en industrias electrónicas o en empresas gigantes. Según Peter Tattle, vicepresidente de Ortho Pharmaceutical (Canadá), Ltd., la cuestión no es "¿a cuántos se les puede permitir trabajar en su casa?", sino "¿cuántos tienen que trabajar en la oficina o la fábrica?" Hablando de las trescientas personas empleadas en su planta, Tattle dice: "El 75% podrían trabajar en su casa si proporcionáramos la necesaria tecnología de comunicaciones." Evidentemente, lo que es aplicable a industrias electrónicas y farmacéuticas es aplicable también a otras industrias avanzadas.

Si un número importante de obreros del sector fabril podrían, aun ahora, ser trasladados a sus casas, entonces puede afirmarse que una considerable parte del sector de empleados -en el que no hay materiales que manejar- podrían también efectuar esa transición.

De hecho, una cantidad no medida, pero apreciable, de trabajo, está siendo ya realizado en sus propias casas por personas tales como vendedores y vendedoras que trabajan por teléfono o mediante visitas y sólo ocasionalmente se pasan por la oficina; por arquitectos y diseñadores; por un floreciente grupo de consultores especializados de muchas industrias; por gran número de trabajadores de servicios humanos, como terapeutas o psicólogos; por profesores de música y de idiomas; por traficantes en objetos de arte, consejeros de inversión, agentes de seguros, abogados e investigadores académicos; y por muchas otras categorías de empleados, técnicos y profesionales.

Estas figuran, además, entre las clasificaciones laborales en más rápida expansión, y cuando de pronto hacemos accesibles tecnologías que puedan situar a bajo costo un "puesto de trabajo" en cualquier hogar, suministrándole quizás una máquina de escribir "inteligente", junto con una máquina de reproducción en facsímil o consola de computador y equipo de teleconferencias, se amplían radicalmente las posibilidades de trabajo en el hogar.

Supuesto un equipo semejante, ¿quién podría ser el primero en realizar la transición de un trabajo centralizado al "hogar electrónico"? Si bien sería un error subestimar la necesidad de contacto directo cara a cara en la actividad laboral, y toda la comunicación subliminal y no verbal que acompaña a ese contacto, también es cierto que algunas tareas no requieren mucho contacto exterior… o lo necesitan sólo intermitentemente.

Así, la mayoría de los trabajadores de oficina "de baja abstracción" realizan tareas -anotar datos, teclear, recuperar, totalizar columnas de cifras, preparar facturas y otras semejantes- que requieren pocas, si es que requieren alguna, transacciones directas cara a cara. Quizá pudieran ser desplazadas muy fácilmente al hogar electrónico. Muchos de los trabajadores "de abstracción ultraelevada" -investigadores, por ejemplo, y economistas, formuladores de estrategias, diseñadores organizativos- requieren, a la vez contactos intensos con colegas y momentos de soledad. Hay ocasiones en que incluso los negociadores necesitan apartarse para hacer su "trabajo de casa".

Nathaniel Samuels, director-asesor de la Oficina de Inversiones Lehman Brothers Kuhn Loeb, está de acuerdo. Samuels, que trabaja ya en su casa entre 50 y 75 días al año, afirma que "la tecnología futura aumentará el total de "trabajo doméstico". De hecho, muchas Compañías están ya cediendo en su insistencia de que el trabajo debe ser realizado en la oficina. Cuando Weyerhaeuser, la gran Compañía de productos madereros, necesitó no hace mucho tiempo un nuevo folleto sobre la conducta de los empleados, el vicepresidente R. L. Siegel y tres de los miembros de su consejo de dirección se reunieron en su casa durante casi una semana hasta haber redactado un borrador. "Sentíamos que necesitábamos salir [de la oficina] para evitar distracciones -dice Siegel-. Trabajar en el propio hogar es congruente con nuestra tendencia al horario flexible -añade-. Lo importante es hacer el trabajo. Para nosotros, es incidental dónde se haga."

Según el Wall Street Journal, Weyerhaeuser no se encuentra sola. "Muchas otras Compañías también están dejando a sus empleados trabajar en casa" -informa el periódico-, entre ellas, United Airlines, cuyo director de relaciones públicas permite a su personal escribir en casa hasta veinte días al año. Incluso McDonalds, cuyos empleados de rango más bajo son necesarios para manejar las parrillas de hamburguesas, estimula el trabajo en el hogar entre algunos altos ejecutivos.

"¿Necesita usted realmente una oficina como tal?", pregunta Booz Alien & Hamilton's Harvey Poppel. En una predicción inédita, Poppel sugiere que "para los años noventa, la capacidad de comunicaciones en los dos sentidos [habrá] mejorado lo suficiente como para estimular una generalizada práctica de trabajar en casa". Su opinión se halla respaldada por muchos otros investigadores, como Roben F. Latham, proyectista de largo alcance de Bell Canadá, en Montreal. Según Latham, "a medida que proliferen los puestos de trabajo relacionados con la información y las instalaciones de comunicaciones, aumentará también el número de personas que puedan trabajar en casa o en centros de trabajo locales".

De manera similar, Hollis Vail, asesor de dirección del Departamento del Interior de los Estados Unidos, asegura que para mediados de la década de los ochenta "los centros de procesado de palabras del mañana podrían fácilmente "star en la propia casa de uno"; ha escrito un guión en el que describe cómo una secretaria, "Jane Adams", empleada por la "Aggar Company", podría trabajar, en su casa, reuniéndose con su jefe sólo periódicamente para "hablar de problemas y, naturalmente, asistir a las fiestas de la oficina".

Esta misma opinión es compartida por el Institute for the Future que, ya en 1971, realizó un estudio sobre 150 expertos de Compañías de primera fila que trabajaban con las nuevas tecnologías de información y concretó cinco categorías diferentes de trabajo que podían ser transferidas al hogar.

El IFF descubrió que, dados los instrumentos necesarios, muchas de las actuales tareas de la secretaria "podrían ser realizadas desde el hogar, así como desde la oficina. Un sistema diferente aumentaría el mercado de trabajo al permitir continuar trabajando a secretarias casadas con hijos pequeños a su cargo. No habría ninguna razón insuperable por la que una secretaria no pudiera también, en muchos casos, tomar al dictado en su casa y mecanografiar el texto en una terminal doméstica que produce un texto pulcro en la casa o en la oficina del autor".

Además -continuaba IFF-, "muchas de las tareas realizadas por ingenieros, delineantes y otros empleados podrían ser realizadas desde su propia casa tan eficazmente, o a veces más, como desde la oficina". Una "semilla del futuro" existe ya en Gran Bretaña, por ejemplo, donde una Compañía llamada F. International Ltd. emplea cuatrocientos programadores de computadores en régimen de jornada parcial, de los cuales, todos menos unos pocos trabajan en sus propias casas. La Compañía, que organiza equipos de programadores para la industria, se ha extendido a Holanda y Escandinavia y cuenta entre sus clientes gigantes tales como British Steel, Shell y Unilever. "La programación doméstica de computadores -escribe el Guardian- es la industria hogareña de los años ochenta."

En resumen, a medida que avanza la tercera ola a través de la sociedad, encontramos cada vez más Compañías que, en palabras de un investigador, pueden ser descritas como nada más que "personas apiñadas en torno a un computador". Póngase al computador en las casas de las personas, y ya no necesitarán apiñarse. El trabajo administrativo de tercera ola, como el trabajo fabril de tercera ola, no requerirá que el cien por cien de la tuerza, del trabajo esté concentrada en el taller.

No hay que subestimar las dificultades que entraña transferir el trabajo desde sus emplazamientos de segunda ola en la fábrica y la oficina a su emplazamiento de tercera ola en el hogar. Problemas de motivación y administración, de reorganización empresarial y social, harán que ese desplazamiento sea prolongado y, quizá, penoso. Y tampoco todas las comunicaciones pueden ser manejadas de forma delegada. Algunos trabajos -especialmente los que implican una negociación creadora, en los que ninguna decisión es rutinaria- requieren mucho contacto directo. Así, Michael Koerner, presidente de Canadá Overseas Investments, Ltd., dice: "Todos necesitamos estar a menos de trescientos metros unos de otros."

Desplazamiento de instalaciones

Sin embargo, fuerzas poderosas están convergiendo para promover el hogar electrónico. La que más inmediatamente se nos aparece es la descompensación que se da entre transporte y telecomunicación. La mayor parte de las naciones de alta tecnología están experimentando ahora una crisis del transporte, con sistemas de transpone colectivo tensados ya hasta el punto de ruptura, carreteras y autopistas atestadas, escasos lugares de estacionamiento, la contaminación convertida en grave problema, huelgas y averías casi habituales, y los costos por las nubes.

Los crecientes costes de los desplazamientos diarios a los lugares de trabajo son soportados por los trabajadores individuales. Pero, naturalmente, son repercutidos al empresario en forma de costes salariales más elevados, y al consumidor, en forma de precios más altos.

Jack Nilles y un equipo patrocinado por la National Science Foundation han calculado el ahorro en dólares y energía que se derivaría del desplazamiento de puestos de trabajo administrativos fuera de oficinas situadas en el centro de la ciudad. En vez de partir del supuesto de que los puestos de trabajo fuesen a las casas de los empleados, el grupo Nilles utilizó lo que se podría denominar modelo de casa a mitad de distancia, suponiendo sólo que los puestos de trabajo se dispersarían en centros de trabajo de barrio más próximos a las casas de los empleados.

Las implicaciones de los resultados obtenidos son sorprendentes. Estudiando a 2.048 empleados de Compañías de Seguros de Los Angeles, el grupo Nilles descubrió que cada persona recorría, por término medio, 21,4 millas diarias para ir y volver del trabajo (frente a un promedio nacional de 18,8 millas para trabajadores urbanos en los Estados Unidos). El recorrido era más largo cuanto más elevada era la categoría laboral de la persona, siendo el promedio entre los altos ejecutivos de 33,2 millas. En conjunto, estos trabajadores recorrían 12,4 millones de millas al año, invirtiendo en ello casi las horas que entran en medio siglo. A los precios de 1974, esto costaba 22 centavos por milla, con un total de 2.730.000 dólares, importe soportado indirectamente por la Compañía y sus cuentes. De hecho, Nilles descubrió que la Compañía estaba pagando a sus trabajadores de la ciudad 520 dólares más al año que el tipo habitual en los emplazamientos dispersos… en realidad, "una subvención por gastos de transporte". Estaba proporcionando también plazas de estacionamiento y otros costosos servicios que hacía necesarios el emplazamiento centralizado. Si imponemos ahora que una secretaria ganaba en el distrito diez mil dólares al año, la eliminación de este coste de traslado cotidiano habría permitido a la Compañía contratar casi trescientos empleados más o, alternativamente, aumentar de manera sustancial los beneficios.

La cuestión clave es: ¿Cuándo el coste de instalar y manejar un equipo de telecomunicaciones será inferior al coste actual de los desplazamientos del personal? Mientras que el precio de la gasolina y de otros elementos relacionados con el transporte (incluidas las alternativas de desplazamientos colectivos en sustitución del automóvil) suben en todas partes, el precio de las telecomunicaciones está bajando espectacularmente1. Las curvas tienen que cruzarse en algún punto.

Pero no son éstas las únicas fuerzas que nos mueven sutilmente hacia la dispersión geográfica de la producción y, en último término, hacia el hogar electrónico del futuro. El equipo de Nilles descubrió que en América el trabajador urbano medio utiliza el equivalente en gasolina de 64,6 kilovatios de energía en ir y volver del trabajo cada día. (Los empleados de seguros de Los Angeles consumían 37,4 millones de kilovatios al año en desplazamientos.) En contraste con eso, se necesita mucha menos energía para mover información.

Una típica terminal de computador utiliza sólo entre 100 y 125 vatios cuando está en funcionamiento, y una línea telefónica consume sólo un vatio cuando funciona. Realizando ciertas suposiciones sobre cuánto equipo de comunicaciones se necesitaría y durante cuánto tiempo funcionaría, Nilles calculó que "la ventaja energética relativa obtenida al desplazar las instalaciones y permitir el trabajo a distancia (esto es, la relación entre los respectivos consumos de energía) por lo menos, de 29 a 1 cuando se utiliza el automóvil particular; de 11 a 1 cuando se utiliza el transporte colectivo en régimen de ocupación normal; y de 2 a 1 cuando se utiliza el transporte colectivo en régimen de ocupación al cien por cien".

Llevados a su conclusión, estos cálculos mostraron que en 1975, si nada más que entre el 12 y el 14% de los desplazamientos de trabajadores hubieran sido sustituidos por el trabajo a distancia, los Estados Unidos habrían ahorrado aproximadamente 75 millones de barriles de gasolina, y con ello habrían eliminado por completo la necesidad de importar gasolina del extranjero. Las consecuencias que esto habría implicado para la balanza de pagos de los Estados Unidos y para la política del Oriente Medio no habrían sido nada triviales.

A medida que los precios de la gasolina y los costes de la energía en general vayan aumentando en las décadas próximas, disminuirá el coste en dólares y en energía de poner en funcionamiento máquinas de escribir "inteligentes", telecopiadoras, enlaces auditivos y visuales y consolas de computador acomodables en el hogar, incrementando más aún la ventaja relativa de desplazar por lo menos parte de la producción fuera de los grandes talleres centrales que dominaron la Era de la segunda ola.

1. Los satélites reducen el coste de la transmisión a larga distancia, aproximándolo de tal modo a la cifra cero por señal, que los ingenieros hablan ya de comunicaciones "independientes de la distancia". El poder del computador se ha multiplicado exponencialmente, y los precios han bajado tan espectacularmente, que ingenieros inversores han quedado sin aliento. Con la inminente utilización de fibras ópticas y otras nuevas tecnologías, es evidente que se avecinan todavía mayores reducciones de costos… por unidad de memoria, por paso de procesado y por señal transmitida.

Todas estas crecientes presiones en ese sentido se irán intensificando a medida que intermitentes escaseces de gasolina, largas colas ante los surtidores y, quizá, racionamiento de carburantes interrumpan o retrasen el desplazamiento normal a los puestos de trabajo, aumentando más aún su coste, tanto en términos sociales como económicos.

A esto podemos añadir más presiones aún apuntadas en la misma dirección. Empleados y funcionarios descubrirán que desplazar el trabajo al hogar -o a centros de trabajo locales o de distrito como medida intermedia- puede reducir en gran medida las enormes cantidades gastadas ahora en inmuebles. Cuanto más pequeñas sean las oficinas centrales y las instalaciones fabriles, menor será la inversión en inmuebles, y menores los costos de calefacción, refrigeración, iluminación, vigilancia y mantenimiento de los mismos. A medida que suban los terrenos comerciales e industriales, y los impuestos que pesan sobre ellos, la esperanza de reducir y/o externalizar esos costes favorecerá el arriendo del trabajo.

La transferencia de trabajo y la reducción de los desplazamientos del personal reducirá también la contaminación y, por consiguiente, los gastos destinados a combatirla. Cuanto más éxito tienen los ecologistas en sus intentos de obligar a las Compañías a pagar por la contaminación que producen, más incentivos habrá para pasar a realizar actividades de baja contaminación, y, por tanto, de talleres grandes y centralizados a lugares de trabajo más pequeños o, mejor aún, situados en el propio hogar.

Además, al luchar contra los efectos destructivos del automóvil y oponerse a la construcción de carreteras y autopistas, o lograr que se prohiba la circulación de coches en determinados distritos, los ecologistas y grupos de ciudadanos dedicados a la conservación de la Naturaleza favorecen inconscientemente el desplazamiento del trabajo. El efecto final de sus esfuerzos es aumentar el ya elevado coste y molestias personales del transporte, frente al bajo coste y a la comodidad de la comunicación.

Cuando los ecologistas descubran las disparidades ecológicas existentes entre estas dos alternativas, y a medida que el desplazamiento del trabajo al hogar empiece a parecer una opción real, lanzarán todo su peso en favor de este Importante movimiento descentralizador y nos ayudarán a entrar en la civilización de la tercera ola.

Factores sociales apoyan también el movimiento hacia el hogar electrónico. Cuando más corta se hace la jornada laboral, tanto más largo es, en relación con el tiempo destinado a transporte. El empleado que detesta invertir una hora en ir y volver de su ocupación para pasarse ocho horas trabajando puede muy bien negarse a invertir ese mismo tiempo en transporte si se reducen las horas & trabajo. Cuanto mayor es la relación entre tiempo de transporte y tiempo de trabajo, más irracional, frustrador y absurdo resulta el proceso de ir y venir de un lado a otro. A medida que aumenta la resistencia a los largos viajes para acudir al trabajo, los empresarios tendrán indirectamente que aumentar la prima pagada a los empleados en los grandes y centralizados lugares de trabajo, frente a los que están dispuestos a recibir un salario menor por tiempo de viaje, molestias y costes menores. Una vez más, habrá mayor incentivo para desplazar el trabajo. ; Finalmente, profundos cambios de valores se están moviendo en la misma dirección. Aparte el desarrollo del privatismo y del nuevo atractivo que ofrecen la ciudad pequeña y la vida rural, estamos presenciando un cambio fundamental de actitud hacia la unidad familiar. La familia nuclear, la clásica y socialmente aprobada forma familiar a todo lo largo del período de la segunda ola, se halla, evidentemente, en crisis. En el capítulo siguiente exploraremos la familia del futuro. Por el momento, baste con hacer notar que en los Estados Unidos y Europa -dondequiera que la transición más allá de la familia nuclear se encuentra más avanzada- existe una creciente demanda de acción para volver a unir a la familia. Y vale la pena observar que una de las cosas que más ha ligado a las familias a lo largo de la historia ha sido el trabajo compartido.

Aún hoy, uno sospecha que las tasas de divorcio son menores entre los cónyuges que trabajan juntos. El hogar electrónico aumenta en gran medida la posibilidad de que maridos y mujeres, y quizás incluso hijos, trabajen juntos como una unidad. Y cuando los defensores de la vida familiar descubran las posibilidades inherentes al desplazamiento del trabajo al hogar, tal vez presenciemos una creciente demanda de medidas políticas que aceleren el proceso… incentivos fiscales, por ejemplo, y nuevas concepciones de los derechos de los trabajadores.

Durante los primeros tiempos de la Era de la segunda ola, los movimientos obreros luchaban por una "jornada de diez horas", demanda que habría sido casi incomprensible durante el período de la primera ola. Quizá no tardemos en ver surgir movimientos en petición de que todo trabajo que pueda hacerse en casa sea hecho en casa. Muchos trabajadores insistirán en esa opción como un derecho. Y, en la medida en que se considere que esta reubicación del trabajo fortalece la vida familiar, su demanda recibirá fuerte apoyo de personas pertenecientes a muchas convicciones políticas, religiosas y culturales distintas. La lucha por el hogar electrónico forma parte de la superlucha, más amplia, entre el pasado de la segunda ola y el futuro de la tercera ola, y es probable que en ella se alíen no sólo tecnólogos y empresas ávidas de explotar las nuevas posibilidades técnicas, sino también una amplia gama de otras fuerzas -ecologistas, reformadores laborales de un nuevo estilo y una nutrida coalición de organizaciones, desde iglesias conservadoras, hasta feministas radicales e importantes grupos políticos- en apoyo de lo que muy bien puede considerarse como un nuevo y más satisfactorio futuro para la familia. El hogar electrónico puede así emerger como fundamental punto de concentración para las fuerzas de la tercera ola del mañana.

La sociedad centrada en el hogar

Si el hogar electrónico se extendiese, se producirían en la sociedad toda una serie de importantes consecuencias. Muchas de ellas complacerían al ecologista o tecnorrebelde más ardiente, al tiempo que abrirían nuevas opciones para la iniciativa empresarial.

Impacto en la comunidad: Si el trabajo en el hogar llegara a afectar a una fracción apreciable de la población, ello podría significar una mayor estabilidad de la comunidad, objetivo que ahora parece inalcanzable en muchas regiones. Si los empleados pueden realizar en su casa algunas o todas sus tareas laborales, no tendrán que trasladarse cada vez que cambian de empleo, como muchos se ven obligados a hacer hoy. Les bastará conectar con un computador diferente.

Esto implica menos movilidad forzada, menos tensión sobre el individuo, relaciones humanas menos transitorias y mayor participación en la vida de la comunidad. Actualmente, cuando una familia se traslada a una comunidad, sospechando que deberá trasladarse de nuevo al cabo de uno o dos años, sus miembros se muestran muy reacios a integrarse en organizaciones de barrio, a hacer amistades, a intervenir en política local y a comprometerse con la vida de la comunidad en general. El hogar electrónico podría ayudar a restaurar el sentido de pertenencia a la comunidad y provocar un renacimiento entre organizaciones voluntarias como iglesias, grupos de mujeres, clubs, organizaciones deportivas y juveniles. El hogar electrónico podría significar más de lo que los sociólogos, con su afición a la jerga alemana, llaman gemeinschaft.

Impacto ecológico: El desplazamiento del trabajo, o de cualquier parte de él, al hogar, no sólo podría reducir las necesidades de energía, como se ha sugerido antes, sino que podría también conducir a la descentralización de la energía. En vez de requerir cantidades de energía altamente concentradas en unos cuantos edificios de oficinas o complejos industriales, y de requerir, por tanto, una generación de energía altamente centralizada, el sistema del hogar electrónico dispersaría la demanda de energía y permitiría así utilizar tecnologías energéticas alternativas, solar, cólica u otras. Unidades generadoras de energía en pequeña escala instaladas en cada hogar podrían sustituir al menos parte de la energía centralizada ahora necesaria. Esto implica también un descenso de contaminación, y ello, por dos razones: primera, el cambio a fuentes renovables de energía en pequeña escala elimina la necesidad de combustibles altamente contaminantes, y, segunda, significa emisiones más pequeñas de contaminantes altamente concentrados que sobrecargan el medio ambiente en unos cuantos lugares Críticos.

Impacto económico: En un sistema así se produciría un efecto de retracción en algunas industrias, pero otras proliferarían o crecerían. Evidentemente, florecerían las industrias electrónicas, de computadores y comunicaciones. Por el contrario, las compañías petrolíferas, la industria del automóvil y las agencias inmobiliarias experimentarían consecuencias negativas. Surgiría todo un nuevo grupo de establecimientos de computadores y servicios de información; por el Contrario, el servicio postal se reduciría. Los fabricantes de papel verían disminuir sus beneficios, y aumentarían los de las industrias de servicios.

A un nivel más profundo, si los individuos llegasen a poseer sus propias terminales y equipos electrónicos, comprados quizás a crédito, se convertirían en realidad en empresarios independientes, más que en empleados clásicos, dando lugar, en cierto modo, a una mayor propiedad de los "medios de producción" por parte del obrero. Podríamos ver también grupos de trabajadores a domicilio organizarse en pequeñas compañías para contratar sus servicios, incluso unirse en cooperativas que poseyeran conjuntamente las máquinas. Se hacen posibles toda clase de nuevas relaciones y formas organizativas.

Impacto psicológico: La imagen de un mundo laboral que va dependiendo cada vez más de símbolos abstractos evoca un entorno laboral cerebral que nos es extraño y, a cierto nivel, más impersonal que en la actualidad. Pero a un nivel distinto, el trabajo en el hogar sugiere una intensificación de las relaciones físicas y emocionales tanto en el propio hogar como en el barrio. Más que un mundo de relaciones humanas vicariantes, con una pantalla eléctrica interpuesta entre el individuo y el resto de la Humanidad, como se imagina en muchos relatos de ciencia-ficción, cabe postular un mundo dividido en dos grupos de relaciones humanas -uno real; el otro, vicariante-, con reglas y papeles diferentes en cada uno.

Sin duda experimentaremos con muchas variaciones y medidas intermedias. Muchas personas trabajarán una parte de la jornada en su casa, y también fuera de ella. A buen seguro, proliferarán centros de trabajo dispersos. Algunas personas trabajarán en su casa durante meses o años, cambiarán a un empleo exterior y volverán, quizás, a cambiar después. Habrán de modificarse las pautas de jefatura y dirección. Surgirán, indudablemente, pequeñas empresas, que contratarán de otras mayores la realización de tareas administrativas y asumirán responsabilidades especializadas para organizar, adiestrar y dirigir equipos de trabajadores a domicilio. A fin de mantener el adecuado enlace entre ellos, quizás esas pequeñas Compañías organicen fiestas, reuniones sociales u otras vacaciones conjuntas, de tal modo que los miembros de un equipo lleguen a conocerse personalmente, no sólo a través de la consola o el teclado.

Ciertamente, no todo el mundo puede, o quiere (o querrá) trabajar en casa. Es indudable que nos enfrentamos con un conflicto en torno a escalas de salarios y costes de oportunidad. ¿Qué le sucede a la sociedad cuando una parte creciente de la interacción humana en el trabajo es vicariante, de segundo grado, mientras que se intensifica la interacción cara a cara, emoción a emoción, en el hogar? ¿Y las ciudades? ¿Qué ocurre con las cifras de desempleo? ¿Qué es lo que designamos con las expresiones "empleo" y "desempleo" en un sistema semejante? Sería ingenuo soslayar esas cuestiones y esos problemas.

Pero si hay preguntas que no han recibido aún respuesta y dificultades posiblemente penosas, también hay nuevas posibilidades. Es probable que el salto a un nuevo sistema de producción torne irrelevantes muchos de los más difíciles problemas de la Era actual. El penoso carácter del trabajo feudal, por ejemplo, no podía ser aliviado dentro del sistema de agricultura feudal. No fue eliminado por revueltas campesinas, nobles altruistas ni utopistas religiosos. El trabajo siguió siendo penoso hasta que la llegada del sistema fabril, con sus propios y notablemente distintos inconvenientes, lo alteró por completo.

A su vez, pese a las buenas intenciones y promesas de creadores de puestos de trabajo, sindicatos, patronos benévolos o partidos obreros revolucionarios, puede que los problemas característicos de la sociedad industrial -desde el desempleo hasta la embrutecedora monotonía del trabajo, la superespecialización, el trato inhumano al individuo y los bajos salarios- sean totalmente insolubles dentro del entramado del sistema de producción de la segunda ola. Si esos problemas han subsistido durante trescientos años bajo organizaciones tanto capitalistas como socialistas, hay motivos para pensar que tal vez sean inherentes al modo de producción.

El paso a un nuevo sistema de producción en el sector fabril y en el administrativo, y el posible avance al hogar electrónico, prometen cambiar todos los términos actuales de debate, tornando anticuadas la mayor parte de las cuestiones por las que, hoy en día, hombres y mujeres discuten, luchan y, a veces, mueren.

No podemos saber si el hogar electrónico se convertirá realmente en la norma del futuro. Sin embargo, ha de comprenderse que, si a lo largo de los próximos veinte o treinta años realizara este histórico desplazamiento nada más que entre el 10 y el 20% de la fuerza de trabajo tal como actualmente se halla definida, nuestra economía, nuestras ciudades, nuestra ecología, nuestra estructura familiar" nuestros valores e incluso nuestra política, se verían modificadas hasta resultarnos irreconocibles. Es una posibilidad -una plausibilidad quizá- que debe tenerse en cuenta.

Ahora se pueden ver entrelazados en mutua relación cierto número de cambios de tercera ola que generalmente se examinan por separado. Vemos una transformación de nuestro sistema energético y de nuestra base energética en una nueva tecnosfera. Esto ocurre al mismo tiempo que estamos desmasificando los medios de comunicación de masas y construyendo un entorno inteligente, revolucionando también, así, la infosfera. A su vez, estas dos gigantescas corrientes confluyen para cambiar la estructura profunda de nuestro sistema de producción, alterando la naturaleza del trabajo en la fábrica y en la oficina y, en último término, llevándonos a transferir de nuevo el trabajo al hogar.

Por sí solos, estos masivos cambios históricos justificarían fácilmente la afirmación de que nos encontramos al borde de una nueva civilización. Pero simultáneamente, estamos reestructurando también nuestra vida social, desde nuestros lazos familiares y nuestras amistades, hasta nuestras escuelas y corporaciones. Estamos a punto de crear también, junto con la tecnosfera y la infosfera de la tercera ola, una sociosfera de tercera ola.

XVII

Familias del futuro

Durante la gran depresión de los años 30, millones de hombres se quedaron sin trabajo. Al cerrarse ante ellos las puertas de las fábricas, muchos se desplomaron en abismos de desesperación y culpabilidad, quebrantada su autoestima por la rosada papeleta de despido.

Finalmente, el desempleo pasó a ser visto a una luz más sensata, no como resultado de la holgazanería o el fracaso moral del individuo, sino de fuerzas gigantescas que escapaban al control de la persona. La mala distribución de la riqueza, la inversión miope, la especulación desatada, políticas comerciales estúpidas, un Gobierno inepto… ésas, no la debilidad personal de los obreros despedidos, eran las causas del desempleo. Los sentimientos de culpabilidad eran, en la mayor parte de los casos, ingenuamente inapropiados.

Hoy, una vez más, los egos individuales se están rompiendo como cascarones de huevos lanzados contra la pared. Ahora, sin embargo, la culpabilidad está asociada al derrumbamiento de la familia nuclear, más que de la economía. Millones de hombres y mujeres sufren también los tormentos del autorreproche mientras emergen de entre los restos de sus matrimonios naufragados. Y, una vez más, gran parte de la culpabilidad se encuentra erróneamente asignada.

Cuando es una pequeña minoría la afectada, el resquebrajamiento de sus familias puede que refleje la existencia de fracasos individuales. Pero cuando el divorcio, la separación y otras formas de desastre familiar alcanzan simultáneamente a millones de personas en muchos países, es absurdo pensar que las causas sean puramente personales.

De hecho, la actual quiebra de la familia forma parte de la crisis general del industrialismo… el derrumbamiento de todas las instituciones levantadas por la segunda ola. Forma parte del despeje del terreno para dejar lugar a una sociosfera de tercera ola. Y este traumático proceso, reflejado en nuestras vidas individuales es lo que está alterando el sistema familiar hasta hacerlo irreconocible.

En la actualidad se nos dice repetidamente que "la familia" se está disgregando, o que "la familia" constituye nuestro problema número uno. El presidente Jimmy Cárter declara: "Es evidente que el Gobierno nacional debe tener una política favorable a la familia… No puede haber ninguna prioridad más urgente." Trátese de predicadores, Primeros Ministros o de la Prensa, la piadosa retórica resulta en todos los casos muy semejante. Pero cuando hablan de "la familia" no se refieren a la familia en toda su exuberante variedad de formas posibles, sino a un tipo particular de familia: la familia de la segunda ola.

En lo que realmente suelen estar pensando es en un marido dedicado a ganar el pan, una esposa ama de casa y varios hijos pequeños. Aunque existen otros muchos tipos de familia, fue esta particular forma familiar -la familia nuclearia que la civilización de la segunda ola idealizó, hizo dominante y extendió por todo el mundo.

Este tipo de familia se convirtió en el modelo clásico y socialmente aprobado porque su estructura se ajustaba perfectamente a las necesidades de una sociedad de producción en serie, con valores y estilos de vida ampliamente compartidos, poder burocrático jerárquico y una clara separación entre vida hogareña y vida laboral.

Hoy, cuando las autoridades nos instan a "restaurar" la familia, es a esta familia nuclear de segunda ola a la que se refieren de ordinario. Y, con ello, no sólo yerran en el diagnóstico del problema, sino que revelan también una pueril ingenuidad con respecto a las medidas que realmente sería preciso adoptar para devolver a la familia nuclear su antigua importancia.

Así, las autoridades culpan frenéticamente de la crisis de la familia a todo, desde los "mercaderes de obscenidad", hasta la música rock. Unos dicen que la oposición al aborto, o la eliminación de la educación sexual, o la resistencia al feminismo, volverá a unir de nuevo a la familia. O preconizan la realización de cursos de "educación familiar". El principal estadístico del Gobierno de los Estados Unidos sobre asuntos familiares desea "educación más eficaz" para enseñar a la gente a casarse con más acierto, o, si no, un "sistema atractivo y científicamente comprobado para la selección de cónyuge". Lo que necesitamos -dicen otros- son más consejeros matrimoniales e incluso más relaciones públicas para dar una mejor imagen a la familia. Ciegos a las formas en que las olas históricas de cambio influyen sobre nosotros, formulan propuestas bien intencionadas y, con frecuencia, necias que fallan por completo el blanco.

La campaña pro familia nuclear

Si realmente queremos devolver a la familia nuclear su anterior predominio, hay cosas que podríamos hacer. He aquí unas cuantas:

1. Inmovilizar toda la tecnología en su estadio de segunda ola para mantener una sociedad de producción en serie basada en la fábrica. Empezar destrozando el computador. El computador constituye una amenaza a la familia de segunda ola mayor que todas las leyes de aborto, movimientos en favor de los derechos de los homosexuales y pornografías del mundo, pues la familia nuclear necesita el sistema de producción en serie para mantener su dominio, y el computador nos está llevando más allá de la producción en serie.

2. Subvencionar la fabricación y detener el auge del sector de servicios en la economía. Los trabajadores administrativos, profesionales y técnicos, son menos tradicionales, menos orientados hacia la familia, más móviles intelectual y psicológicamente que los trabajadores manuales. Las tasas de divorcio se han "elevado al mismo tiempo que aumentaba el número de personas empleadas en el sector servicios.

3. "Resolver" la crisis de la energía aplicando procesos energéticos nucleares y otros de alta centralización. La familia nuclear encaja mejor en una sociedad Centralizada que en una descentralizada, y los sistemas energéticos afectan profundamente al grado de centralización social y política.

4. Prohibir los medios de comunicación crecientemente desmasificados, empezando por la televisión por cable y la cassette, pero sin pasar por alto las revistas locales y regionales. Las familias nucleares se desenvuelven mejor donde existe un consenso nacional sobre la información y los valores, no en una sociedad basada en una acusada diversidad. Aunque algunos críticos atacan ingenuamente a los medios de comunicación por socavar la familia, fueron los medios de comunicación quienes primero idealizaron la forma de familia nuclear.

5. Obligar a las mujeres a volver a la cocina. Reducir al mínimo absoluto los salarios de las mujeres. Reforzar, más que mitigar, los requisitos de antigüedad sindical para asegurar que las mujeres resulten más perjudicadas en la fuerza de trabajo. La familia nuclear no tiene ningún núcleo cuando no se queda ningún adulto en el hogar. (Naturalmente, se podría conseguir el mismo resultado invirtiendo las cosas, permitiendo a las mujeres trabajar mientras se obligaba a los hombres a permanecer en casa y cuidar de los hijos.)

6. Simultáneamente, reducir los salarios de los trabajadores jóvenes para hacerlos más dependientes, y durante más tiempo, de sus familias… y, en consecuencia, menos independientes psicológicamente. La familia nuclear se desnucleariza más aún cuando los jóvenes escapan al control paternal para acudir si trabajo.

7. Prohibir la contracepción e investigar la biología reproductiva. Ambas cosas favorecen la independencia de las mujeres y la actividad sexual extraconyugal, con un efecto relajador de los lazos familiares.

8. Reducir el nivel de vida de toda la sociedad a los niveles anteriores a 1935, ya que la opulencia permite que personas solteras, divorciadas, mujeres trabajadoras y otros individuos carentes de lazos familiares "se valgan" económicamente por sí solos. La familia nuclear necesita un punto de pobreza (no demasiado, ni demasiado poco) para mantenerse.

9. Finalmente, remasificar nuestra sociedad interrumpiendo su rápida desmasificación mediante la oposición a todos los cambios -en política, artes, educación, comercio u otros campos – que lleven a la diversidad, la libertad de movimientos e ideas o a la individualidad. La familia nuclear se mantiene dominante sólo en una sociedad de masas.

En suma, esto es lo que tendría que ser una política favorable a la familia si insistimos en definir a la familia como nuclear. Si verdaderamente deseamos restaurar la civilización de la segunda ola, habremos de estar dispuestos a restaurar la civilización de la segunda ola como un todo, a inmovilizar no sólo la tecnología, sino también la historia misma.

Pues lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola, en el que se suponía que todas las familias emulaban el idealizado modelo nuclear, y la aparición en su lugar de una diversidad de formas familiares. Así como estamos desmasificando nuestros medios de comunicación y nuestra producción, estamos desmasificando también el sistema familiar en el tránsito a una civilización de tercera ola.

Estilos de vida no nucleares

La llegada de la tercera ola no significa, naturalmente, el fin de la familia nuclear, como tampoco la llegada de la segunda ola significó el fin de la familia ampliada. Lo que significa es que la familia nuclear no puede ya servir de modelo ideal para la sociedad.

El hecho, no suficientemente valorado, es que, al menos en los Estados Unidos, donde más avanzada está la tercera ola, la mayoría de la gente vive ya fuera de la clásica forma de familia nuclear.

Si definimos la familia nuclear como un marido trabajador, una esposa ama de casa y dos hijos, y preguntamos cuántos norteamericanos viven realmente en este tipo de familia, la respuesta es sorprendente: el 7% de la población total de los Estados Unidos. El 93% de la población no se ajusta ya a este modelo ideal de la segunda ola.

Aunque ensanchemos nuestra definición para dar cabida en ella a familias en las que trabajen ambos cónyuges o en las que el número de hijos sea menor o mayor de dos, nos encontramos con que la inmensa mayoría -entre las dos terceras y las tres cuartas partes de la población- viven fuera de la situación nuclear. Además, todos los indicios apuntan en el sentido de que las familias nucleares (como quiera que decidamos definirlas) continúan reduciéndose en número, mientras otras formas se multiplican rápidamente.

En primer lugar, estamos presenciando un espectacular aumento en el número de personas que viven solas, completamente fuera de una familia. Entre 1970 y 1978, el número de personas de edades comprendidas entre los catorce y los treinta y cuatro años que vivían solas se triplicó casi en los Estados Unidos, pasando de 1,5 millones a 4,3 millones. Actualmente, la quinta parte de todos los hogares de los Estados Unidos están compuestos por una persona que vive sola. Y no todas esas personas se han visto obligadas a ello. Muchas lo eligen deliberadamente, al menos por algún tiempo. Dice una ayudante legislativa a una concejal de Seatle: "Yo pensaría en casarme si encontrase la persona adecuada, pero no renunciaría por ello a mi carrera." Entretanto, vive sola. Forma parte de una amplia clase de adultos jóvenes que abandonan pronto su hogar, pero se casan tarde, creando así lo que el especialista en cuestiones censales Arthur Norton dice que es "una fase transitoria de la vida" que se está "convirtiendo en parte aceptable del propio ciclo vital".

Mirando a un sector más viejo de la sociedad, encontramos gran número de personas anteriormente casadas, a menudo "entre dos matrimonios", que viven golas y, en muchos casos, decididamente a gusto. El aumento de tales grupos ha creado una floreciente cultura de "solos" y una gran proliferación de bares, clubs, viajes turísticos y otros servicios o productos pensados para el individuo independiente. Al mismo tiempo, la industria inmobiliaria ha iniciado la oferta de terrenos en régimen de comunidad para personas solas y ha empezado a responder a la necesidad de apartamentos y hogares suburbanos más pequeños con un menor número de dormitorios. Casi la quinta parte de todos los compradores de pisos en los Estados Unidos son hoy personas solas.

Estamos experimentando también un fuerte incremento en el número de personas que viven juntas sin molestarse en formalismos legales. Según las autoridades de los Estados Unidos, este grupo se ha más que duplicado en la pasada década. La práctica se ha hecho tan común, que el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos ha abandonado la tradición y modificado sus normas para permitir que tales parejas ocupen viviendas públicas. Mientras tanto, los tribunales, desde Connecticut hasta California, tienen que habérselas con las complicaciones jurídicas y de propiedad que surgen cuando esas parejas "se divorcian". Los columnistas que escriben sobre cuestiones de etiqueta lucubran sobre qué apellidos deben utilizarse al dirigirse a los compañeros, y ha surgido el "consejero de pareja" como nueva figura profesional, paralelamente al consejero matrimonial.

Cultura libre de hijos

Otro significativo cambio ha sido el aumento operado en el número de los que eligen conscientemente lo que se ha llegado a conocer como estilo de vida "libre de hijos". Según James Ramey, investigador asociado del Centro de Investigación de Política, estamos presenciando un masivo desplazamiento de hogares "centrados en los hijos", a hogares "centrados en los adultos". A principios de siglo había relativamente pocas personas solas en la sociedad, y relativamente pocos padres vivían mucho tiempo después de que su hijo menor hubiese abandonado el hogar. Así, pues, la mayoría de las familias estaban, de hecho, centradas en los hijos. Por el contrario, ya en 1970 sólo uno de cada tres adultos vivían en los Estados Unidos en un hogar con hijos menores de dieciocho años.

En la actualidad están surgiendo organizaciones para fomentar la vida sin hijos, y en muchas naciones industriales se está extendiendo la renuncia a tener hijos. En 1960, sólo el 20% de mujeres norteamericanas casadas menores de treinta años vivían sin hijos. Para 1975, el número se había elevado hasta un 32%… un salto del 60% en quince años. Se ha creado una organización, denominada Alianza Nacional, para la Paternidad Opcional, con la finalidad de proteger los derechos de las personas sin hijos y combatir la propaganda pronatalista.

Una organización similar, la Asociación Nacional de Personas sin Hijos, ha surgido en Gran Bretaña, y a todo lo largo de Europa muchas parejas eligen deliberadamente también mantenerse sin hijos. En Bonn (Alemania Occidental), por ejemplo, Theo y Agnes Rohl, ambos de treinta y tantos años, él funcionario municipal, y ella secretaria, dicen: "No creemos que tengamos hijos…" Los Rohl gozan de una posición modestamente desahogada.

Poseen un pequeño hogar. De vez en cuando realizan algún viaje de vacaciones a California o al sur de Francia.

Los hijos alterarían drásticamente su forma de vida. "Estamos acostumbrados a nuestro estilo de vida tal como es -dicen-, y nos gusta ser independientes."

Pero esta resistencia a tener hijos no es un signo de decadencia capitalista. Se da también en la Unión Soviética, donde muchas jóvenes parejas rusas repiten los sentimientos de los Rohl y rechazan expresamente la paternidad, hecho que preocupa a las autoridades soviéticas, habida cuenta de las todavía elevadas tasas de natalidad entre varías minorías nacionales no rusas.

Volviéndonos ahora hacia las personas que tienen hijos, la quiebra de la familia nuclear se evidencia más nítidamente aún en el espectacular aumento de familias uniparentales.

Se han producido tantos divorcios, rupturas y separaciones durante los últimos años -principalmente en familias nucleares-, que en la actualidad, nada menos que uno de cada siete niños norteamericanos es criado exclusivamente por el padre o la madre, y el número es más elevado aún: uno de cada cuatro en las zonas urbanas1.

El gran aumento de este tipo de familias que se ha operado ha originado el creciente reconocimiento de que, pese a no pocos y graves problemas, una familia uniparental puede, en determinadas circunstancias, ser mejor para el hijo que una familia nuclear continuamente desgarrada por enconadas disensiones. Periódicos y organizaciones sirven ahora a los padres solos y están elevando su conciencia de grupo y su influencia política.

Pero tampoco este fenómeno es exclusivamente norteamericano. En Gran Bretaña, una familia de cada diez está presidida actualmente por un solo ascendiente – casi la sexta parte de ellas por hombres-, las familias uniparentales forman lo que la revista New Society llama "el grupo de más rápido crecimiento en la pobreza". Una organización con sede en Londres, el Consejo Nacional de Familias Uniparentales, ha sido creada para defender su causa.

En Alemania, una asociación de Colonia ha construido un bloque especial de apartamentos para este tipo de familias, proporcionándoles servicios de guardería infantil para que los padres y madres puedan trabajar. Y en Escandinavia se ha creado una red de derechos especiales de asistencia pública para ayudar a estas familias. Por ejemplo, los suecos, dan preferencia a las familias uniparentales en lo que se refiere a guarderías y atenciones infantiles. De hecho, tanto en Noruega como en Suecia una familia uniparental puede disfrutar de un nivel de vida más elevado que el de la típica familia nuclear.

Mientras tanto, ha surgido una desafiadora nueva forma de familia, que refleja la elevada tasa de nuevos matrimonios después del divorcio. En El "shock" del futuro la identifiqué como la "familia agregada", en la que dos cónyuges divorciados y con hijos se vuelven a casar, aportando los hijos de ambos matrimonios (también los adultos) a una nueva forma familiar ampliada. Se estima en la actualidad que el 25% de los niños norteamericanos son, o no tardarán en serlo, miembros de esta clase de unidades familiares. Según Davidyne Mayleas, esas unidades, con sus "polipadres", pueden constituir la principal forma familiar del futuro. "Estamos en una poligamia económica -dice Mayleas-, en el sentido de que las dos unidades familiares fusionadas se transfieren mutuamente dinero en forma de mantenimiento de los hijos u otros pagos. La difusión de esta forma familiar -informa-, ha ido acompañada de una creciente incidencia de relaciones sexuales entre padres e hijos sin lazos de sangre con ellos."

Las naciones tecnológicamente avanzadas están actualmente llenas de una sorprendente variedad de formas familiares: matrimonios homosexuales, comunas, grupos de personas de edad que se reúnen para compartir gastos (y, a veces, experiencias sexuales), agrupaciones tribales entre ciertas minorías étnicas y muchas otras formas coexisten como nunca se había visto hasta ahora. Hay matrimonios contractuales, matrimonios seriales, agrupaciones familiares y una diversidad de redes íntimas, con sexo compartido o sin él, así como familias en las que el padre y la madre viven y trabajan en dos ciudades diferentes.

Y estas formas familiares apenas dan idea de la variedad, más rica aún, que burbujea bajo la superficie. Cuando tres psiquiatras – Kellam, Ensminger y Turner- intentaron catalogar las "variedades de familias" existentes en un barrio negro pobre de Chicago, identificaron "no menos de 86 combinaciones diferentes de adultos", incluyendo numerosas formas de familias "madre-abuela", familias "madre-tía", familias "madre-padrastro" y familias "madre-otro".

Enfrentados a este auténtico laberinto de relaciones de parentesco, incluso investigadores completamente ortodoxos han acabado por adoptar la opinión, en otro tiempo radical, de que estamos saliendo de la Era de la familia nuclear para entrar en una nueva sociedad, caracterizada por la diversidad de vida familiar. En palabras del sociólogo Jessie Bernard: "El aspecto más característico del matrimonio en el futuro será precisamente la diversidad de opciones abiertas a personas diferentes que desean cosas diferentes de sus relaciones mutuas."

1. Contribuyen también al total los nacimientos fuera del matrimonio y las adopciones realizadas por mujeres solas y (cada vez más) por hombres solos.

La frecuentemente formulada pregunta: "¿cuál es el futuro de la familia?", implica de ordinario que, al perder su predominio la familia nuclear de la segunda ola, será sustituida por alguna otra forma. Un resultado más probable es que durante la civilización de la tercera ola ninguna forma determinada dominará durante largo tiempo la reunión familiar. En lugar de ello, veremos una gran variedad de estructuras familiares. En vez de masas de personas viviendo en organizaciones familiares uniformes, veremos personas que circularán a través del sistema, trazando trayectorias personalizadas a lo largo de sus vidas.

Y tampoco significa esto la eliminación total o la "muerte" de la familia nuclear. Significa solamente que, en lo sucesivo, la familia nuclear no será más que una de las muchas formas socialmente aceptadas y aprobadas. A medida que avanza la tercera ola, el sistema familiar se está tornando desmasificado, junto con el sistema de producción y el sistema de información en la sociedad.

Relaciones "calientes"

Dada esta floración de una multiplicidad de formas familiares, es demasiado pronto para decir cuáles emergerán como estilos importantes en una civilización de la tercera ola.

¿Vivirán solos nuestros hijos durante muchos años, décadas quizá? ¿Se quedarán sin hijos? ¿Nos retiraremos a comunas de ancianos? ¿Y qué decir de posibilidades más exóticas? ¿Familias con varios maridos y una sola esposa? (Eso podría suceder si la ciencia genética nos permite seleccionar previamente el sexo de nuestros hijos y demasiados padres eligen varones.) ¿Y qué hay de familias homosexuales criando hijos? Los tribunales están ya discutiendo esta cuestión. ¿Y el potencial impacto de la clonificación?

Si cada uno de nosotros recorremos en nuestras vidas una trayectoria de experiencias familiares, ¿cuáles serán las fases? ¿Un matrimonio a prueba, seguido por un matrimonio de profesión doble y sin hijos, y luego un matrimonio homosexual con hijos? Las permutaciones posibles son infinitas. Y, pese a las exclamaciones de indignación, ninguna de ellas debe ser considerada inimaginable. Como ha dicho Jessie Bernard: "No hay en el matrimonio literalmente nada que alguien pueda imaginar que no haya sucedido ya realmente… Todas estas variaciones parecían completamente naturales a los que vivían con ellas."

Qué formas familiares concretas desaparecerán y cuáles otras proliferarán, dependerá menos de las admoniciones lanzadas desde el púlpito sobre la "santidad de la familia", que de las decisiones que tomemos respecto a la tecnología y al trabajo. Aunque son muchas las fuerzas que influyen en la estructura familiar -pautas de comunicación, valores, cambios demográficos, movimientos religiosos, incluso modificaciones ecológicas- es particularmente fuerte el lazo existente entre la forma familiar y la organización laboral. Así, del mismo modo que la familia nuclear fue promovida por el auge del trabajo fabril y de oficina, cualquier desplazamiento fuera, de la fábrica y la oficina ejercería también una profunda influencia sobre la familia.

Es imposible detallar, en el espacio de un solo capítulo, todas las formas en que los inminentes cambios en la fuerza de trabajo y en la naturaleza del trabajo alterarán la vida familiar. Pero uno de los cambios es tan potencialmente revolucionario y tan ajeno a nuestra experiencia, que necesita mucha más atención de la que ha recibido hasta ahora. Se trata, naturalmente, del desplazamiento del trabajo fuera de la oficina y la fábrica y su retorno al hogar. Supongamos por un momento que dentro de veinticinco años el 15% de la fuerza de trabajo esté empleada, a jornada parcial o completa, en el hogar. ¿Cómo modificaría la calidad de nuestras relaciones personales o el significado del amor el hecho de trabajar en casa? ¿Cómo sería la vida en el hogar electrónico?

"Ya consista el trabajo en casa en programar un computador, escribir un folleto, controlar lejanos procesos de fabricación, diseñar un edificio o mecanografiar correspondencia electrónica, está claro un cambio inmediato. La reubicación del trabajo en el hogar significa que muchos cónyuges que ahora se ven sólo un limitado número de horas al día se encontrarán reunidos más íntimamente. Algunos, sin duda, encontrarían aborrecible esta prolongada proximidad. Sin embargo, muchos otros encontrarían salvados sus matrimonios y enriquecidas sus relaciones a través de la experiencia compartida.

Visitemos varios hogares electrónicos para ver cómo podría adaptarse la gente a un cambio tan fundamental en la sociedad. Esa visita revelaría, sin duda, una amplia diversidad de organizaciones de la vida y el trabajo. En algunas casas, quizás en la mayoría, podríamos muy bien encontrar parejas que se repartieran las cosas más o menos convencionalmente, con una persona dedicada al "trabajo" mientras la otra se ocupa de la casa, él, quizás, escribiendo programas mientras cuida de los niños. Pero la misma presencia del trabajo en el hogar estimularía, probablemente, el reparto del trabajo y de las labores caseras. Por tanto, encontraríamos muchos hogares en los que el hombre y la mujer compartirían un único empleo de jornada completa. Por ejemplo, podríamos encontrar a marido y mujer turnándose en el control de un complejo proceso de fabricación sobre la pantalla de la consola instalada en el cuarto de trabajo.

Por el contrario, calle abajo descubriríamos probablemente una pareja que desempeñase no uno, sino dos empleos distintos, cada esposo trabajando por separado en el suyo. Un fisiólogo celular y un programador de computadores podrían trabajar cada uno en su actividad. Pero, al ser ambas de carácter tan diferente, aún es probable que los dos cónyuges compartan de alguna manera sus problemas, aprendan cada uno algo del vocabulario del otro y puedan tener intereses comunes y conversar acerca del trabajo.

En unas condiciones de este tipo, es casi imposible que la vida laboral de una persona quede por completo segregada de su vida personal. Por el mismo motivo, es casi imposible mantener al cónyuge fuera de toda una dimensión de la propia existencia.

En la casa de al lado (continuando nuestro examen) podríamos encontrar dos cónyuges con dos empleos diferentes, pero compartiendo ambos, el marido trabajando una parte de la jornada como planificador de seguros y la otra como ayudante de arquitecto, y la mujer realizando los mismos trabajos en turnos alternativos. Esta organización depararía a ambos un trabajo más variado y, por ende, más interesante.

En estos hogares ya se compartan uno o varios empleos, cada cónyuge aprende necesariamente del otro, participa en la resolución de problemas, interviene en una compleja interacción, cosas todas ellas que no pueden por menos de contribuir a profundizar la intimidad. Huelga decir que la proximidad forzada no garantiza la felicidad. Las unidades de familia ampliada de la primera ola, que eran también unidades de producción económica, difícilmente constituían modelos de sensibilidad interpersonal y mutuo apoyo psicológico. Esas familias tenían sus propios problemas y tensiones. Pero había pocas relaciones indiferentes o "frías". El trabajar juntos aseguraba, aunque no fuera otra cosa, estrechas relaciones, complejas y "calientes"… una dedicación que muchas personas envidian hoy.

En resumen, la extensión del trabajo a domicilio en gran escala podría no sólo afectar a la estructura familiar, sino transformar también las relaciones en el seno de la familia. En otras palabras podría proporcionar un conjunto común de experiencias y hacer que los cónyuges volvieran de nuevo a hablar entre ellos. Podría desplazar sus relaciones a lo largo del espectro desde "frías" hasta "calientes". Podría también redefinir el amor mismo y traer consigo el concepto de Amor Más.

Amor Más

Hemos visto cómo, al avanzar la segunda ola, la unidad familiar transfería muchas de sus funciones a otras instituciones: la educación, a la escuela; el cuidado de los enfermos, a los hospitales; etc. Este progresivo abandono de las funciones de la unidad familiar fue acompañado del crecimiento del amor romántico.

Una persona de la primera ola que buscara cónyuge podría haber preguntado: ¿Es mi futuro esposo buen trabajador? ¿Sabe tratar en caso de enfermedad? ¿Es buen maestro para los hijos que vengan? ¿Podemos trabajar juntos compatiblemente? ¿Sabrá asumir sus responsabilidades o las rehuirá?" Las familias campesinas preguntaban: "¿Es fuerte, capaz de agacharse y levantar pesos, o es enfermiza y débil?"

A medida que las funciones de la familia fueron siendo desplazadas durante la Era de la segunda ola, estas preguntas cambiaron. La familia ya no era una combinación de equipo de producción, escuela, hospital de campaña y guardería infantil. Se suponía que el matrimonio debía proporcionar compañía, actividad sexual, calor y apoyo. Antes de que pasara mucho tiempo, este cambio operado en las funciones de la familia quedó reflejado en nuevos criterios para la elección de cónyuge. Tales criterios se resumían en la palabra amor. Era el amor, nos aseguraba la cultura popular, lo que hace que el mundo siga girando.

Naturalmente, la vida real rara vez hacía honor a la ficción romántica. La clase, la posición social y los bienes económicos continuaron desempeñando un importante papel en la elección de cónyuge. Pero se suponía que todas estas consideraciones estaban supeditadas al Amor, con mayúscula. ; La próxima aparición del hogar electrónico puede muy bien destruir esta Ingenua lógica. Es probable que quienes tienen ante sí la perspectiva de trabajar en casa con un cónyuge, en lugar de pasarse separados la mayor parte del tiempo de vigilia, tengan en cuenta otras consideraciones aparte la simple gratificación sexual o psicológica… o la posición social. Tal vez empiecen a insistir en el Amor Más, gratificación sexual y psicológica más cerebro (como sus abuelos favorecieron antaño el músculo), amor más escrupulosidad, responsabilidad, autodisciplina u otras virtudes, relacionadas con el trabajo. Tal vez -¿quién sabe?- oigamos a algún John Denver del futuro entonar canciones como:

Yo amo tus ojos, tus labios de fresa,

el demorado y lento y blando amor,

tu estilo con las teclas en la mesa,

tu gran destreza en el computador.

Más en serio, uno puede imaginar por lo menos algunas familias del futuro "sumiendo funciones adicionales en lugar de recortarlas, y actuando polifacéticamente, en vez de como una unidad social estrictamente especializada. Con un cambio semejante se transformarían los criterios utilizables para el matrimonio, la definición misma del amor.

La campaña en favor del trabajo infantil

Mientras tanto, es probable que los niños crecieran también de forma diferente en un hogar electrónico, aunque sólo fuera que vieran realmente la realización del trabajo. Los niños de la primera ola veían trabajar a sus padres desde el primer albor de su conciencia. Por el contrario los niños de la segunda ola -al menos en las generaciones recientes- eran segregados en escuelas y separados de la vida de trabajo. La mayoría de los niños actuales apenas tienen una nebulosa idea de lo que hacen sus padres o de cómo viven en sus lugares de trabajo. Una historia, posiblemente apócrifa, ilustra la cuestión: Un ejecutivo decide un día llevar a su hijo a su oficina y comer luego con él. El chico ve la oficina tapizada de gruesas alfombras, la iluminación indirecta, la elegante sala de visitas. Ve el lujoso restaurante, utilizable con cargo a la cuenta de gastos pagados, con sus obsequiosos camareros y sus exorbitantes precios. Finalmente, imaginándose su propio hogar e incapaz de contenerse, el muchacho exclama: "Papá, ¿cómo es que tú eres tan rico, y nosotros tan pobres?"

El hecho es que los niños de hoy -especialmente los niños de familias adineradas- se hallan totalmente apartados de una de las más importantes dimensiones de las vidas de sus padres. En un hogar electrónico, los niños no sólo observan el trabajo, sino que, a partir de cierta edad, pueden participar en él. Las restricciones de la segunda ola al trabajo infantil -originariamente bien intencionadas y necesarias, pero que en la actualidad son en gran medida un anacrónico artificio para mantener a los jóvenes apartados del ya recargado mercado laboral- resultan más difíciles de imponer en el marco del hogar. De hecho, ciertas formas de trabajo podrían estar específicamente diseñadas para muchachitos e incluso integradas en su educación. (Quien subestime la capacidad de incluso chicos muy jóvenes para comprender y llevar a cabo un trabajo sofisticado no han conocido a los rapaces de catorce o quince años que trabajan, a buen seguro ilegalmente, como "vendedores" en los establecimientos de computadores de California. Chiquillos que aún llevan aparatos correctores de la dentadura me han explicado a mí las complejidades de los computadores domésticos.)

La alineación de la juventud actual es en gran medida consecuencia de verse obligada a aceptar un papel no productivo en la sociedad durante una adolescencia interminablemente prolongada. El hogar electrónico contrarrestaría esta situación.

De hecho, la integración de los jóvenes en el trabajo en el hogar electrónico puede ofrecer la única solución verdadera al problema del elevado desempleo juvenil. En los años próximos, este problema se irá tornando cada vez más explosivo, con las consiguientes calamidades de delincuencia juvenil, violencia y degradación psicológica, y no podrá ser resuelta dentro del marco de una segunda ola si no es por medios totalitarios, el alistamiento de jóvenes, por ejemplo, para el servicio militar. El hogar electrónico abre un camino alternativo para dar nuevamente a los jóvenes funciones social y económicamente productivas, y tal vez veamos, antes de que pase mucho tiempo, campañas políticas en favor, no en contra, del trabajo infantil, junto con luchas para lograr las medidas necesarias que protejan a los niños de la explotación económica.

La familia amplia electrónica

Más allá de esto, cabe fácilmente imaginar la familia que trabaja en casa convirtiéndose en algo radicalmente distinto: una "familia amplia electrónica".

Quizá la forma familiar más común en las sociedades de la primera ola era la llamada familia amplia, que reunía varias generaciones bajo un mismo techo. Había también "familias amplias" que, además de los miembros centrales, incluían uno o dos huérfanos no emparentados con ellas, un aprendiz o gañán adicional u otros. Cabe igualmente imaginar a la familia del mañana que trabaja en el propio hogar invitar a uno o dos extraños a ingresar en él… por ejemplo, a un colega de la empresa del marido o de la mujer, o quizás a un cliente o proveedor relacionado con su trabajo, o incluso el hijo de un vecino que quiere aprender el oficio. Se puede prever la constitución legal de una familia así en pequeña empresa sometida a leyes especiales para fomentar la asociación tipo comuna o la cooperativa. Para muchos, las personas que convivan en el hogar acabarían convirtiéndose en una familia amplia electrónica.

Es cierto que la mayor parte de las comunas formadas en las décadas de 1960 y 1970 se disgregaron rápidamente, lo cual parece sugerir que las comunas como tales son intrínsecamente inestables en las sociedades de alta tecnología. Sin embargo, un examen más atento revela que las que más rápidamente se desintegraron fueron las organizadas de manera fundamental con fines psicológicos… promover la sensibilidad interpersonal, combatir la soledad, proporcionar intimidad u otros semejantes. La mayoría carecían de base económica y se consideraban a sí mismas como experimentos utópicos. Las comunas que han logrado sobrevivir al paso del tiempo -y algunas lo han logrado- son, por el contrario, las que han tenido una clara misión externa, una base económica y una perspectiva práctica en lugar de puramente utópica.

Una misión externa produce el efecto de soldar íntimamente a un grupo. Puede incluso proporcionar la necesaria base económica. Si esta misión externa consiste en diseñar un nuevo producto, manejar el "papeleo electrónico" para un hospital, realizar el proceso de datos para un departamento de Compañía de Seguros, establecer los horarios de una Compañía aérea, preparar catálogos o dirigir un servicio de información técnica, la comuna electrónica del mañana puede, de hecho, resultar una forma familiar perfectamente viable y estable.

Además, como esas familias amplias electrónicas no estarían planteadas como repulsa al estilo de vida de todos los demás ni con fines demostrativos, sino como una parte integrante del entramado fundamental del sistema económico, aumentarían sus posibilidades de supervivencia. Puede incluso que encontremos familias amplias uniéndose entre sí para formar redes. Estas redes de familias amplias podrían suministrar algunos bienes o servicios sociales necesarios, cooperando para comercializar su trabajo o creando su propia versión de una asociación profesional que los represente. Internamente podrían, o no, compartir la actividad sexual a lo largo de líneas matrimoniales. Podrían, o no, ser heterosexuales. Podrían tener, o no, hijos.

Vemos, en suma, que es posible la resurrección de la familia amplia. En la actualidad, el 6% de los adultos norteamericanos viven en familias amplias corrientes. Cabría fácilmente imaginar que este número se duplicase o triplicase durante la próxima generación, ampliándose algunas unidades hasta incluir también a extraños. Y no se trataría de un suceso trivial, sino de un movimiento que afectaría a millones de personas sólo en los Estados Unidos. Para la vida de la comunidad, para las pautas de amor y matrimonio, para la reconstrucción de redes de amistad, para la economía y el mercado del consumidor, así como para la estructura de nuestra psique y nuestra personalidad, sería trascendental la difusión de la familia amplia electrónica.

No se presenta aquí esta nueva versión de la familia amplia como algo inevitable, ni como algo mejor o peor que algún otro tipo de familia, sino, simplemente, como un ejemplo de las numerosas formas familiares nuevas que es probable encuentren lugares viables en la compleja ecología social del mañana.

Ineptitud parental

Esta rica variedad de formas familiares no llegará a surgir sin que se produzcan penalidades y contratiempos. Pues todo cambio operado en la estructura de la familia impone también cambios en los papeles que desempeñamos. Toda sociedad crea, a través de sus instituciones, su propia arquitectura de papeles o expectativas sociales. La empresa y el sindicato definieron más o menos lo que se esperaba de obreros y patronos. Las escuelas fijaron los papeles respectivos de maestros y alumnos. Y la familia de la segunda ola asignó los papeles de trabajador, ama de casa e hijo. Al entrar en crisis la familia nuclear, los papeles asociados con ella empezaron a tambalearse y resquebrajarse… con tremendo impacto personal.

Desde el día en que el explosivo libro de Betty Friedan The Feminine Mystique desencadenó en muchas naciones el moderno movimiento feminista, hemos contemplado una ardua lucha por redefinir los papeles de hombres y mujeres en términos apropiados a un futuro de familia posnuclear. Las expectativas y el comportamiento de ambos sexos se han modificado con respecto a empleos, derechos legales y económicos, responsabilidades domésticas e incluso actividad sexual. "Ahora -escribe Peter Knobler, director de Crawdaddy, revista de música rock-, un tío tiene que habérselas con mujeres que rompen todas las reglas… Es necesario romper muchas reglas -añade-, pero eso no facilita mucho las cosas."

La atribución de papeles se ve sacudida por la batalla en torno al aborto, por ejemplo, ya que las mujeres insisten en que ellas -no los políticos, ni los Sacerdotes, ni los médicos, ni siquiera los maridos- tienen derecho a controlar sus cuerpos. Los papeles sexuales quedan difuminados más aún al exigir los homosexuales, y obtener parcialmente, "derechos gay". Está cambiando incluso el papel del niño en la sociedad. Surgen de pronto defensores de la aprobación de una Ley de Derechos de los Niños.

Los tribunales se ven inundados de casos que implican redefinición de papeles a, medida que se multiplican y ganan aceptabilidad las alternativas a la familia nuclear. ¿Deben los esposos no casados compartir sus bienes después de separarse? ¿Puede una pareja pagar a una mujer para que procree en su lugar un hijo mediante inseminación artificial? (Un tribunal británico ha dicho que no… pero, ¿por cuánto tiempo?) ¿Puede una lesbiana ser una "buena madre" y conservar la custodia de su hijo después de divorciarse? (Un tribunal americano dice que sí.) ¿ Qué es lo que se entiende por ser un buen padre o buena madre? Nada pone mejor de relieve la cambiante estructura de la atribución de papeles que la demanda presentada en Boulder, Colorado, por un airado hombre de veinticuatro años llamado Tom Hansen. Los padres pueden cometer errores, aducía el abogado de Hansen, pero deben responder legalmente -y económicamente- de los resultados. Así, la acción judicial de Hansen reclamaba 350.000 dólares en concepto de daños y perjuicios sobre una base legal sin precedentes: Ineptitud parental.

Facilitando el paso al mañana

Por detrás de toda esta confusión y este desorden, está empezando a constituirse un nuevo sistema familiar de la tercera ola, basado en una diversidad de formas familiares y papeles individuales más variados. Esta desmasificación de la familia abre muchas nuevas opciones personales. La civilización de la tercera ola no intentará ajustar velis nolis a todo el mundo en una única forma familiar. Por esta razón, el emergente sistema familiar podría darnos a cada uno de nosotros libertad para encontrar su propio lugar, para elegir o crear un estilo o trayectoria familiar sintonizado con las necesidades familiares.

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