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“Una rosa para Emily” de William Faulkner (página 2)




Enviado por Rodrigo SU



Partes: 1, 2

Pensar en Faulkner es asociar la
problemática de la sociedad tradicional sureña de
principios de siglo XX de Estados Unidos con la aventura de
toparnos con una escritura compleja, atractiva por sus
múltiples matices y la riqueza de los numerosos juegos
literarios que establece el autor. En su obra podemos apreciar la
recreación de un territorio imaginario, un espacio
violento habitado por pasiones trágicas, por desarraigados
o por familias decadentes que luchan en un espacio árido y
desolado, donde los valores religiosos y el pecado son hilos que
atraviesan a sus personajes; la doble moral, el conflicto
existencial, las diferencias raciales y de discriminación,
el pasado que determina como un fuerza oscura el presente. Son
todas ellas piezas con las que el autor va desenredando frente a
los ojos del lector las diferentes narraciones, desplegando
escenarios de desolación, confusión y compromiso.

Mundo
Faulkner

Monografias.com

Los sucesos ocurridos en Yoknapatawpha, son
un breve reflejo de las relaciones sociales y tendencias que
contiene la historia sureña.

Nos encontramos no solo con un mundo
imaginario (condado de Yoknapatawpha) en el cual cada detalle
esta cuidadosamente diseñado, sino con una complicada
historia conocida por el narrador en sus esencias, aunque
todavía desordenada dentro de su mente, una historia de
registros familiares que solo puede ser desenredadaza con mucha
dificultad. Detrás de la narración de esta historia
hay una búsqueda desesperada del orden, no solo como una
estrategia narrativa, sino también como una forma de
composición. Los incidentes reaparecen de un libro a otro,
sus significados son cambiados y su contenido es modificado; los
personajes, insignificantes en algunos libros, alcanzan mayores
dimensiones en otros. A medida que crece la historia de
yoknapatawpha hay aumentos, rechazos e ideas
tardías.

El condado de Yoknapatawpha esta inspirado
en el condado de Lafayette, Mississipi y el condado de Oxford,
Mississipi.

En uno de sus libros (Absalon Absalon)
Faulkner añadió un mapa del condado de
Yoknapatawpha.

Yoknapathapwa country esta ubicado en el
noroeste de Mississipi y su sede es la ciudad de Jefferson. Este
condado ficticio esta limitado al norte por el rió
Tallahatchie y al sur por el ríos yoknapatawpha.
Tendría una superficie de 2400 millas cuadras (6144 km2).
La mayoría de la mitad este (así como una
pequeña parte de la esquina suroeste) de la provincia es
el país de la colina de pinos.

La palabra Yoknapatawpha deriva de dos
palabras, Yocona Chickasaw y petopha, que significa "dividir la
tierra". Faulkner dijo que el compuesto significa "agua que fluye
lento a través de la llanura", pero esto no se verifica.
Yoknapatawpha era el nombre original del río Yocona
(real), un afluente del Tallahatchie que atraviesa la parte sur
del condado de Lafayette, el cual se encuentra en
Oxford.

El área fue originalmente la tierra
Chickasaw. La colonización blanca comenzó alrededor
del 1800. Antes de la guerra civil el condado consistía en
grandes plantaciones (Louis Grenier en el sureste, McCaslin en el
noreste, de Sutpen en el noroeste, y la de los Sartoris Compson y
en las inmediaciones de Jefferson). Mas tarde, gran parte del
condado se convirtió en pesuñas
explotaciones.

En 1936, la población era de 15.611,
de los cuales 6.298 eran blancos y 9.313 eran negros.

Tradición
sureña

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La cultura Sureña de los estados
unidos, es una subcultura de los Estados Unidos de
América– Quizás es más distinguible que
otras subculturas del país. La combinación de su
historia única y el hecho de que muchos sureños
intentan mantener e incluso fomentar, una identidad separada del
resto del país ha llevado a que sea la más
estudiada y escrita región de los Estados
Unidos.

La cultura del sur ha sido y sigue siendo
socialmente más conservadora que la del resto del
país. Debido al papel central de la agricultura en la
PRE-guerra,
la economía y la sociedad sigue siendo dividida
socialmente de acuerdo a propiedad de la tierra. Con frecuencia
las comunidades desarrollan un fuerte apego a su iglesia, como la
principal institución de la comunidad.

Desde sus muchas influencias culturales, el
Sur ha desarrollado sus propias costumbres, como la literatura,
gastronomía y estilos musicales (como la música
country, blue grass, gospel sur, jazz, blues y rock and
roll).

La cultura predominante del sur tiene sus
orígenes con la inmigración de los "colonos
británicos". En el S. XVII hubo un asentamiento de
principalmente ingleses en las regiones costeras del sur, pero en
el S. XVIII grandes grupos de escoceses e irlandeses se asentaron
en "los Apalaches" y el "Piamonte".

De todas formas el principal grupo humano
en el sur se compone de "negros americanos" descendientes de los
esclavos traídos al sur. Los afroamericanos en el Sur han
transmitido sus comidas, música y arte.

Existe una importante discusión
sobre los estados que constituyen el sur. Esto se debe a que el
sur es una región tan grande que presenta importantes
variaciones culturales. Los estados que conformarían el
sur son: Florida (dividida claramente entre dos poblaciones, una
altamente conservadora de las tradiciones sureñas y otras
no), Kentucky (cultura dividida pero principalmente
sureña), Louisiana, Maryland, Carolina del Norte,
Oklahoma, Texas (por su tamaño se puede considerar una
nación propia, con diferentes tendencias culturales),
Virginia, Virginia Occidental y Missouri (considerado por muchos
un estado del medio-oeste).

Este es el marco en el cual W. Faulkner se
cría y sustenta su literatura.

Concedido por W. Faulkner a J. Stein,
periodista de

"El Europeo" en el año
1953.-

Pregunta.- ¿Cuándo
empezó a escribir?

Respuesta.- Vivía en Nueva
Orleáns y hacia trabajillos para ganar unos pesos. Un DIA
conocí a Sherwood Anderson y me hice su amigo. Tomamos la
costumbre de pasear por la ciudad de todos los mediodías y
de sentarnos por la noche en algún bar donde el hablaba y
yo le escuchaba. Por las mañanas no le veía porque
Sherwood se encerraba en su casa. Un día me dije que si
esa era la vida de un escritor, también era una buena vida
para mí. Empecé a escribir mi primer libro y
enseguida me di cuenta de que escribir era muy divertido. Durante
tres semanas me encerré en casa trabajando sin pensar en
otra cosa. Hasta olvidé a Sherwood, que un día vino
y me preguntó porque había desaparecido. Le dije
que estaba escribiendo un libro. Me miró aterrorizado:
"Dios mío". Y salió huyendo. Pocos días
después de haber terminado "La Paga del Soldado" me
encontré a la mujer de Sherwood en la calle. "¿Como
va el libro?". "Ya lo terminé". Me dijo entonces:
"Sherwood quiere hacer un pacto contigo: si no le obligas a leer
tu libro se lo dará a un editor y te recomendará".
"Trato hecho", dije. Así me hice escritor.

P.- ¿En qué trabajó
antes de ser escritor?

R.- En todo. Guiar motoscafos, pintar
paredes y manejar aeroplanos. No necesitaba ganar mucho dinero
porque la vida en Nueva Orleáns era muy fácil en
aquella época. Todo lo que quería era una cama
donde dormir, un poco de comer, un poco de tabaco y un poco de
whisky. Había muchas cosas que podía hacer dos o
tres días ganando bastante para no hacer nada el resto del
mes. Tengo la naturaleza del vagabundo. No deseo el dinero tanto
como para ponerme a trabajar para tenerlo. Para mí es una
vergüenza que haya que trabajar tanto en el mundo. La idea
de que el hombre tiene que trabajar ocho horas me subleva.
Durante ocho horas al día no se puede comer, no se puede
beber, no se puede hacer el amor. Lo único que se puede
hacer es trabajar. Por eso es cada vez más miserable e
infeliz.

P.- ¿Qué piensa de Sherwood
Anderson?

R.- Fue el padre de la generación de
escritores americanos de que formo parte. Dreiser era su hermano
mayor y Mark Twain el padre de ambos.

P.- ¿Qué piensa de los
escritores europeos de ese período?

R.- Los dos grandes europeos de mi tiempo
fueron Thomas Mann y James Joyce. Hay que ir al "Ulises" con la
misma fe con que un predicador bautista llega al Viejo
Testamento.

P.- ¿Lee a los escritores
contemporáneos?

R.- No. Leo los mismos libros que
leía cuando era muchacho: el Viejo Testamento, Dickens,
Conrad, Cervantes, Balzac, Flaubert, Dostoievsky, Tolstoy,
Shakespeare. Los leo todos los años. De tanto en tanto leo
a Melvilla y algunos poetas: Marlowe, Campion, Jhonson, Eric,
Donne, Keats y Shelley.

P.- ¿Qué piensa de sus
contemporáneos?

R.- Todos nosotros hemos perdido la batalla
contra la perfección. Lo afirmo porque estoy acostumbrado
a medir a los escritores, yo incluso, sobre la base de su
esplendido intento por alcanzar lo imposible. Creo que si yo
pudiese escribir de nuevo mis libros, los escribiría
mejor. ¿Qué hace el artista? Trabajar, entregado a
la búsqueda, en la creencia de que cada trabajo que
realiza es la mejor de sus posibilidades. Naturalmente, por
suerte, no es así. Porque si así fuese, si
verdaderamente el artista lograse conciliar su trabajo concreto
con la imagen ideal que él tiene, sólo le
quedaría atarse una piedra al cuello y arrojarse al mar.
La perfección es el suicidio.

P.- Según Ud., ¿qué se
necesita para ser un buen escritor?

R.- Un noventa y nueve por ciento de
talento mías un noventa y nueve por ciento de disciplina,
más un noventa y nueve de dedicación. Un buen
narrador, además, no debe estar satisfecho con su trabajo.
Ninguna obra es nunca tan buena como lo podría haber sido.
Hay que soñar permanentemente, mirar siempre más
allá de donde llega la mirada. No preocuparse por ser
mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de
superarse a sí mismo. Un artista es una criatura
poseída por los demonios. No sabe por qué ha sido
elegido y generalmente no tiene tiempo para preguntárselo;
está muy ocupado trabajando. Y es completamente amoral
respecto a lo que roba, pide prestado, mendiga o arrebata a todos
y cada uno para escribir lo que quiere escribir.

P.- ¿En qué consiste la
responsabilidad de un escritor?

R.- La única responsabilidad del
escritor es su arte. Es impetuoso si es un buen escritor. Lleva
dentro un sueño. Un sueño que lo angustia, lo
atormenta, un sueño del que tiene que liberarse. Hasta que
lo logra no puede tener paz. Por eso, para escribir un libro,
tira por la borda todo, incluído el honor, el orgullo, la
seguridad, la honestidad y la felicidad. Para llegar a su
objetivo no dudara ni siquiera robar a su propia
madre.

P.- Según Ud., ¿cuál
es el ambiente ideal para un artista?

R.- El arte no tiene nada que ver con el
ambiente. No tiene importancia el sitio o el país donde se
trabaja. Sin embargo, hay una situación que yo considero
ideal para el que quiera escribir: la del dueño de un
prostíbulo. En ninguna otra situación un artista
puede trabajar mejor. Véalo. Un prostíbulo le da
plena libertad económica, un techo donde cobijarse y nada
que hacer salvo la obligación de echar ojeadas alrededor y
pagar mensualmente a la policía local. El lugar esta
quieto en horas de la mañana que son las mejores horas
para trabajar. Por la noche se hace vida de sociedad pero eso se
puede evitar si uno quiere. Los visitantes te llaman
respetuosamente "señor" y hasta los cretinos de la
vecindad también te llaman "señor". Además,
hay lindas muchachas. En suma, están ahí los
elementos necesarios para trabajar. En cuanto a mí, lo
único que necesito es una pluma, papel, tabaco, whisky y
comida.

P.- ¿Es necesaria la libertad
económica para un escritor?

R.- No. Lo único necesario es la
pluma y el papel. Quien dice que no tiene tiempo para escribir o
que no tiene dinero, no es escritor. Eso son excusas para
esconder la incapacidad. En realidad, nada en el mundo puede
destruir a un buen escritor. La única que esta en
condiciones de hacerlo es la muerte.

P.- Trabajar para el cine, ¿puede
dañar el estilo del escritor?

R.- Nada puede hacer mal a un verdadero
escritor. Si Ud. Me pone el caso de un escritor mediocre, el caso
es diferente. Pero no es un gran problema y no es interesante,
porque un escritor mediocre es el que vende su alma por una casa
con piscina de natación.

P.- ¿En qué medida sus
relatos se basan en experiencias personales?

R.- No lo sé. No lo he calculado.
Por otra parte, la medida no importa. Un escritor tiene necesidad
de tres cosas: experiencia, observación e
imaginación. Él no sabe bien como utiliza una u
otra, en un momento dado, pues ninguna de ellas es primordial
para él. Escribe respecto de las gentes y se sirve de sus
materiales como carpintero que encuentra en su taller una plancha
que le conviene para lo que está tratando de crear.
Además, a medida que se vuelve más viejo y sigue
trabajando, la imaginación, como todo músculo que
trabaja, progresa y se desarrolla. La observación se hace
más aguda, de modo que, cuando alcanza su apogeo, en el
curso de sus mejores años y sus mejores trabajos,
él no sabe, no tiene tiempo y en el fondo no le interesa
para nada saberlo qué es lo que le viene de una u otra
fuente. Pues, cuando escribe respecto a las gentes, escribe
respecto de las aspiraciones, las dificultades, las angustias, el
coraje y las cobardías, la pequeñez, y el esplendor
del corazón humano.

P.- Mucha gente dice que no llega a
entender sus libros aún leyéndolos tres veces.
¿Qué aconseja a esa gente?

R.- Que los lea cuatro veces.

P.- Usted hablaba recién de la
experiencia, la observación y la imaginación.
¿Por qué no incluyo la
inspiración?

R.- Porque no sé lo que es. He
oído hablar de ella, pero yo no le he visto.

P.- Se dice de Ud. Que es un escritor
obsesionado por la violencia.

R.- Es como decir que un carpintero
está obsesionado por el martillo. La violencia es uno de
los instrumentos del carpintero tanto como un instrumento del
escritor.

P:_ Hay críticos que dicen que a Ud.
Le es difícil hacer simpáticos a sus personajes que
tengan una edad entre veinte y cuarenta años.

R.- Los hombres y las mujeres entre veinte
y cuarenta años no son simpáticos. Los niños
pueden serlo. Todo el mal del mundo lo provocan hombres y mujeres
de entre veinte y cuarenta años. La gente que vive cerca
de mí y que ha provocado la tensión racial, los
Napoleones, los Hitler, los Lenin, todos los que en suma son
símbolos de la angustia y el sufrimiento,
¿qué edad tienen? ¿Qué edad
tenían? Entre veinte y cuarenta años.

P.- ¿Qué libro suyo le dio
más trabajo?

R.- "El sonido y la furia". Lo
escribí cinco veces, siempre tratando de librarme de un
sueño angustioso. Y lo logré. Es la tragedia de una
mujer perdida: Caddy. En el libro está uno de mis
personajes favoritos: Dilley. Una muchacha valiente, generosa,
gentil, honesta. Más gentil, generosa y honesta que
yo.

P.- ¿Cómo
empezó?

R.- Empezó con una imagen mental. No
sabía entonces que se trataba de una imagen
simbólica.

P.- ¿Cómo elige el nombre de
sus personajes?

R.- Jamás tuve que buscar nombres. A
menudo ellos me dicen quienes son. Cuando ellos no se nombran, yo
tampoco lo hago. He escrito de personajes cuyo nombre no supe
jamás, porque ellos no me lo habían
dicho.

Juan Carlos
Onetti༯em>

(Montevideo,à± de
julioथ౹09ୠMadrid,೰
de mayoथ౹94), Onetti fue
un
reconocidoॳcritor൲uguayo.

La obra literaria de Onetti, fuera de su
poderosa originalidad, debe mucho a dos raíces distintas:
la primera, su admiración por la obra deWilliam Faulkner;
como él, crea un mundo autónomo, cuyo centro es la
inexistente ciudad de Santa María. La segunda es el
Existencialismo: una angustia profunda se encuentra enterrada en
cada uno de sus escritos, siempre íntimos y
desesperanzados. Su primera novela, El pozo, de 1939, es
considerada la primera novela moderna de Sudamérica; el
ciclo de Santa María empieza en 1950, cuando
aparece༥m>La vida breve. En
más de una ocasión (con ironía, con sorna)
Juan Carlos Onetti declaró ser un contumaz plagiario de
Faulkner: 딯dos coinciden en que mi obra no es
más que un largo, empecinado, a veces inexplicable plagio
de Faulkner.

Faulkner y Onetti, piensa, utilizan
procedimientos técnicos similares para contar. En el caso
de Faulkner, el narrador es una voz anónima; en Onetti se
trata de un personaje, el doctor Díaz Grey. Pero ambos,
dice, cuentan desde un
뮯sotros렱ue representa y asume
a la colectividad. En ambos casos, añade, es perceptible
묡 actitud posesiva del pueblo hacia ellas, la
tiranía de los invisibles lazos, la compasión de
las gentes뮼/font>

En más de una ocasión
(con ironía, con sorna) Juan Carlos Onetti declaró
ser un contumaz plagiario de Faulkner: 딯dos
coinciden en que mi obra no es más que un largo,
empecinado, a veces inexplicable plagio de
Faulkner.༯font>

A
rose for Emily (english)

When Miss Emily Grierson died,
our whole town went to her funeral: the men through a sort of
respectful affection for a fallen monument, the women mostly out
of curiosity to see the inside of her house, which no one save an
old man-servant—a combined gardener and cook—had seen
in at least ten years.

It was a big, squarish frame
house that had once been white, decorated with cupolas and spires
and scrolled balconies in the heavily lightsome style of the
seventies, set on what had once been our most select street. But
garages and cotton gins had encroached and obliterated even the
august names of that neighborhood; only Miss Emily's house was
left, lifting its stubborn and coquettish decay above the cotton
wagons and the gasoline pumps—an eyesore among eyesores.
And now Miss Emily had gone to join the representatives of those
august names where they lay in the cedar-bemused cemetery among
the ranked and anonymous graves of Union and Confederate soldiers
who fell at the battle of Jefferson.

Alive, Miss Emily had been a
tradition, a duty, and a care; a sort of hereditary obligation
upon the town, dating from that day in 1894 when Colonel
Sartoris, the mayor—he who fathered the edict that no Negro
woman should appear on the streets without an
apron—remitted her taxes, the dispensation dating from the
death of her father on into perpetuity. Not that Miss Emily would
have accepted charity. Colonel Sartoris invented an involved tale
to the effect that Miss Emily's father had loaned money to the
town, which the town, as a matter of business, preferred this way
of repaying. Only a man of Colonel Sartoris' generation and
thought could have invented it, and only a woman could have
believed it.

When the next generation, with
its more modern ideas, became mayors and aldermen, this
arrangement created some little dissatisfaction. On the first of
the year they mailed her a tax notice. February came, and there
was no reply. They wrote her a formal letter, asking her to call
at the sheriff's office at her convenience. A week later the
mayor wrote her himself, offering to call or to send his car for
her, and received in reply a note on paper of an archaic shape,
in a thin, flowing calligraphy in faded ink, to the effect that
she no longer went out at all. The tax notice was also enclosed,
without comment.

They called a special meeting
of the Board of Aldermen. A deputation waited upon her, knocked
at the door through which no visitor had passed since she ceased
giving china-painting lessons eight or ten years earlier. They
were admitted by the old Negro into a dim hall from which a
stairway mounted into still more shadow. It smelled of dust and
disuse—a close, dank smell. The Negro led them into the
parlor. It was furnished in heavy, leather-covered furniture.
When the Negro opened the blinds of one window, they could see
that the leather was cracked; and when they sat down, a faint
dust rose sluggishly about their thighs, spinning with slow motes
in the single sun-ray. On a tarnished gilt easel before the
fireplace stood a crayon portrait of Miss Emily's
father.

They rose when she
entered—a small, fat woman in black, with a thin gold chain
descending to her waist and vanishing into her belt, leaning on
an ebony cane with a tarnished gold head. Her skeleton was small
and spare; perhaps that was why what would have been merely
plumpness in another was obesity in her. She looked bloated, like
a body long submerged in motionless water, and of that pallid
hue. Her eyes, lost in the fatty ridges of her face, looked like
two small pieces of coal pressed into a lump of dough as they
moved from one face to another while the visitors stated their
errand.

She did not ask them to sit.
She just stood in the door and listened quietly until the
spokesman came to a stumbling halt. Then they could hear the
invisible watch ticking at the end of the gold
chain.

Her voice was dry and cold. "I
have no taxes in Jefferson. Colonel Sartoris explained it to me.
Perhaps one of you can gain access to the city records and
satisfy yourselves."

"But we have. We are the city
authorities, Miss Emily. Didn't you get a notice from the
sheriff, signed by him?"

"I received a paper, yes," Miss
Emily said. "Perhaps he considers himself the sheriff. . . . I
have no taxes in Jefferson."

"But there is nothing on the
books to show that, you see. We must go by
the—"

"See Colonel Sartoris. I have
no taxes in Jefferson."

"But, Miss
Emily—"

"See Colonel Sartoris."
(Colonel Sartoris had been dead almost ten years.) "I have no
taxes in Jefferson. Tobe!" The Negro appeared. "Show these
gentlemen out."

II

So she vanquished them, horse
and foot, just as she had vanquished their fathers thirty years
before about the smell. That was two years after her father's
death and a short time after her sweetheart—the one we
believed would marry her—had deserted her. After her
father's death she went out very little; after her sweetheart
went away, people hardly saw her at all. A few of the ladies had
the temerity to call, but were not received, and the only sign of
life about the place was the Negro man—a young man
then—going in and out with a market
basket.

"Just as if a man—any
man—could keep a kitchen properly," the ladies said; so
they were not surprised when the smell developed. It was another
link between the gross, teeming world and the high and mighty
Griersons.

A neighbor, a woman, complained
to the mayor, Judge Stevens, eighty years
old.

"But what will you have me do
about it, madam?" he said.

"Why, send her word to stop
it," the woman said. "Isn't there a
law?"

"I'm sure that won't be
necessary," Judge Stevens said. "It's probably just a snake or a
rat that nigger of hers killed in the yard. I'll speak to him
about it."

The next day he received two
more complaints, one from a man who came in diffident
deprecation. "We really must do something about it, Judge. I'd be
the last one in the world to bother Miss Emily, but we've got to
do something." That night the Board of Aldermen met—three
graybeards and one younger man, a member of the rising
generation.

"It's simple enough," he said.
"Send her word to have her place cleaned up. Give her a certain
time to do it in, and if she don't
.à® ."

"Dammit, sir," Judge Stevens
said, "will you accuse a lady to her face of smelling
bad?"

So the next night, after
midnight, four men crossed Miss Emily's lawn and slunk about the
house like burglars, sniffing along the base of the brickwork and
at the cellar openings while one of them performed a regular
sowing motion with his hand out of a sack slung from his
shoulder. They broke open the cellar door and sprinkled lime
there, and in all the outbuildings. As they recrossed the lawn, a
window that had been dark was lighted and Miss Emily sat in it,
the light behind her, and her upright torso motionless as that of
an idol. They crept quietly across the lawn and into the shadow
of the locusts that lined the street. After a week or two the
smell went away.

That was when people had begun
to feel really sorry for her. People in our town, remembering how
old lady Wyatt, her great-aunt, had gone completely crazy at
last, believed that the Griersons held themselves a little too
high for what they really were. None of the young men were quite
good enough for Miss Emily and such. We had long thought of them
as a tableau; Miss Emily a slender figure in white in the
background, her father a spraddled silhouette in the foreground,
his back to her and clutching a horsewhip, the two of them framed
by the back-flung front door. So when she got to be thirty and
was still single, we were not pleased exactly, but vindicated;
even with insanity in the family she wouldn't have turned down
all of her chances if they had really
materialized.

When her father died, it got
about that the house was all that was left to her; and in a way,
people were glad. At last they could pity Miss Emily. Being left
alone, and a pauper, she had become humanized. Now she too would
know the old thrill and the old despair of a penny more or
less.

The day after his death all the
ladies prepared to call at the house and offer condolence and
aid, as is our custom. Miss Emily met them at the door, dressed
as usual and with no trace of grief on her face. She told them
that her father was not dead. She did that for three days, with
the ministers calling on her, and the doctors, trying to persuade
her to let them dispose of the body. Just as they were about to
resort to law and force, she broke down, and they buried her
father quickly.

We did not say she was crazy
then. We believed she had to do that. We remembered all the young
men her father had driven away, and we knew that with nothing
left, she would have to cling to that which had robbed her, as
people will.

༯font>

III

She was sick for a long
time. When we saw her again, her hair was cut short, making her
look like a girl, with a vague resemblance to those angels in
colored church windows—sort of tragic and
serene.

The town had just let the
contracts for paving the sidewalks, and in the summer after her
father's death they began the work. The construction company came
with niggers and mules and machinery, and a foreman named Homer
Barron, a Yankee—a big, dark, ready man, with a big voice
and eyes lighter than his face. The little boys would follow in
groups to hear him cuss the niggers, and the niggers singing in
time to the rise and fall of picks. Pretty soon he knew everybody
in town. Whenever you heard a lot of laughing anywhere about the
square, Homer Barron would be in the center of the group.
Presently we began to see him and Miss Emily on Sunday afternoons
driving in the yellow-wheeled buggy and the matched team of bays
from the livery stable.

At first we were glad
that Miss Emily would have an interest, because the ladies all
said, "Of course a Grierson would not think seriously of a
Northerner, a day laborer." But there were still others, older
people, who said that even grief could not cause a real lady to
forget༥m>noblesse
oblige—without calling itnoblesse oblige.
They just said, "Poor Emily. Her kinsfolk should come to her."
She had some kin in Alabama; but years ago her father had fallen
out with them over the estate of old lady Wyatt, the crazy woman,
and there was no communication between the two families. They had
not even been represented at the
funeral.

And as soon as the old people
said, "Poor Emily," the whispering began. "Do you suppose it's
really so?" they said to one another. "Of course it is. What else
could .à® ." This behind their hands; rustling of
craned silk and satin behind jalousies closed upon the sun of
Sunday afternoon as the thin, swift clop-clop-clop of the matched
team passed: "Poor Emily."

She carried her head high
enough—even when we believed that she was fallen. It was as
if she demanded more than ever the recognition of her dignity as
the last Grierson; as if it had wanted that touch of earthiness
to reaffirm her imperviousness. Like when she bought the rat
poison, the arsenic. That was over a year after they had begun to
say "Poor Emily," and while the two female cousins were visiting
her.

"I want some poison," she said
to the druggist. She was over thirty then, still a slight woman,
though thinner than usual, with cold, haughty black eyes in a
face the flesh of which was strained across the temples and about
the eyesockets as you imagine a lighthouse-keeper's face ought to
look. "I want some poison," she said.

"Yes, Miss Emily. What kind?
For rats and such? I'd recom—"

"I want the best you have. I
don't care what kind."

The druggist named several.
"They'll kill anything up to an elephant. But what you want
is—"

"Arsenic," Miss Emily said. "Is
that a good one?"

"Is .à® .
arsenic? Yes, ma'am. But what you
want—"

"I want
arsenic."

The druggist looked down at
her. She looked back at him, erect, her face like a strained
flag. "Why, of course," the druggist said. "If that's what you
want. But the law requires you to tell what you are going to use
it for."

Miss Emily just stared at him,
her head tilted back in order to look him eye for eye, until he
looked away and went and got the arsenic and wrapped it up. The
Negro delivery boy brought her the package; the druggist didn't
come back. When she opened the package at home there was written
on the box, under the skull and bones: "For
rats."༯font>

IV

So the next day we all
said, "She will kill herself"; and we said it would be the best
thing. When she had first begun to be seen with Homer Barron, we
had said, "She will marry him." Then we said, "She will persuade
him yet," because Homer himself had remarked—he liked men,
and it was known that he drank with the younger men in the Elks'
Club—that he was not a marrying man. Later we said, "Poor
Emily" behind the jalousies as they passed on Sunday afternoon in
the glittering buggy, Miss Emily with her head high and Homer
Barron with his hat cocked and a cigar in his teeth, reins and
whip in a yellow glove.

Then some of the ladies
began to say that it was a disgrace to the town and a bad example
to the young people. The men did not want to interfere, but at
last the ladies forced the Baptist minister—Miss Emily's
people were Episcopal—to call upon her. He would never
divulge what happened during that interview, but he refused to go
back again. The next Sunday they again drove about the streets,
and the following day the minister's wife wrote to Miss Emily's
relations in Alabama.

So she had blood-kin
under her roof again and we sat back to watch developments. At
first nothing happened. Then we were sure that they were to be
married. We learned that Miss Emily had been to the jeweler's and
ordered a man's toilet set in silver, with the letters H. B. on
each piece. Two days later we learned that she had bought a
complete outfit of men's clothing, including a nightshirt, and we
said, "They are married. " We were really glad. We were glad
because the two female cousins were even more Grierson than Miss
Emily had ever been.

So we were not surprised
when Homer Barron—the streets had been finished some time
since—was gone. We were a little disappointed that there
was not a public blowing-off, but we believed that he had gone on
to prepare for Miss Emily's coming, or to give her a chance to
get rid of the cousins. (By that time it was a cabal, and we were
all Miss Emily's allies to help circumvent the cousins.) Sure
enough, after another week they departed. And, as we had expected
all along, within three days Homer Barron was back in town. A
neighbor saw the Negro man admit him at the kitchen door at dusk
one evening.

And that was the last we
saw of Homer Barron. And of Miss Emily for some time. The Negro
man went in and out with the market basket, but the front door
remained closed. Now and then we would see her at a window for a
moment, as the men did that night when they sprinkled the lime,
but for almost six months she did not appear on the streets. Then
we knew that this was to be expected too; as if that quality of
her father which had thwarted her woman's life so many times had
been too virulent and too furious to
die.

When we next saw Miss
Emily, she had grown fat and her hair was turning gray. During
the next few years it grew grayer and grayer until it attained an
even pepper-and-salt iron-gray, when it ceased turning. Up to the
day of her death at seventy-four it was still that vigorous
iron-gray, like the hair of an active
man.

From that time on her
front door remained closed, save for a period of six or seven
years, when she was about forty, during which she gave lessons in
china-painting. She fitted up a studio in one of the downstairs
rooms, where the daughters and grand-daughters of Colonel
Sartoris' contemporaries were sent to her with the same
regularity and in the same spirit that they were sent to church
on Sundays with a twenty-five-cent piece for the collection
plate. Meanwhile her taxes had been
remitted.

Then the newer generation
became the backbone and the spirit of the town, and the painting
pupils grew up and fell away and did not send their children to
her with boxes of color and tedious brushes and pictures cut from
the ladies' magazines. The front door closed upon the last one
and remained closed for good. When the town got free postal
delivery Miss Emily alone refused to let them fasten the metal
numbers above her door and attach a mailbox to it. She would not
listen to them.

Daily, monthly, yearly we
watched the Negro grow grayer and more stooped, going in and out
with the market basket. Each December we sent her a tax notice,
which would be returned by the post office a week later,
unclaimed. Now and then we would see her in one of the downstairs
windows—she had evidently shut up the top floor of the
house—like the carven torso of an idol in a niche, looking
or not looking at us, we could never tell which. Thus she passed
from generation to generation—dear, inescapable,
impervious, tranquil, and
perverse.

And so she died. Fell ill
in the house filled with dust and shadows, with only a doddering
Negro man to wait on her. We did not even know she was sick; we
had long since given up trying to get any information from the
Negro. He talked to no one, probably not even to her, for his
voice had grown harsh and rusty, as if from
disuse.

She died in one of the
downstairs rooms, in a heavy walnut bed with a curtain, her gray
head propped on a pillow yellow and moldy with age and lack of
sunlight.༯font>

V

The negro met the
first of the ladies at the front door and let them in, with their
hushed, sibilant voices and their quick, curious glances, and
then he disappeared. He walked right through the house and out
the back and was not seen
again.

The two female
cousins came at once. They held the funeral on the second day,
with the town coming to look at Miss Emily beneath a mass of
bought flowers, with the crayon face of her father musing
profoundly above the bier and the ladies sibilant and macabre;
and the very old men—some in their brushed Confederate
uniforms—on the porch and the lawn, talking of Miss Emily
as if she had been a contemporary of theirs, believing that they
had danced with her and courted her perhaps, confusing time with
its mathematical progression, as the old do, to whom all the past
is not a diminishing road, but, instead, a huge meadow which no
winter ever quite touches, divided from them now by the narrow
bottleneck of the most recent decade of
years.

Already we knew
that there was one room in that region above stairs which no one
had seen in forty years, and which would have to be forced. They
waited until Miss Emily was decently in the ground before they
opened it.

The violence of
breaking down the door seemed to fill this room with pervading
dust. A thin, acrid pall as of the tomb seemed to lie everywhere
upon this room decked and furnished as for a bridal: upon the
valance curtains of faded rose color, upon the rose-shaded
lights, upon the dressing table, upon the delicate array of
crystal and the man's toilet things backed with tarnished silver,
silver so tarnished that the monogram was obscured. Among them
lay a collar and tie, as if they had just been removed, which,
lifted, left upon the surface a pale crescent in the dust. Upon a
chair hung the suit, carefully folded; beneath it the two mute
shoes and the discarded
socks.

The man himself lay
in the bed.

For a long while we
just stood there, looking down at the profound and fleshless
grin. The body had apparently once lain in the attitude of an
embrace, but now the long sleep that outlasts love, that conquers
even the grimace of love, had cuckolded him. What was left of
him, rotted beneath what was left of the nightshirt, had become
inextricable from the bed in which he lay; and upon him and upon
the pillow beside him lay that even coating of the patient and
biding dust.

Then we noticed
that in the second pillow was the indentation of a head. One of
us lifted something from it, and leaning forward, that faint and
invisible dust dry and acrid in the nostrils, we saw a long
strand of iron-gray hair.

——————————————————————————————-

Argumento

"Una rosa para
Emily" es una historia de cinco partes cortas narradas por los
vecinos de Jefferson, Missisipi, en la perspectiva de primera
persona plural
("nosotros").

La primera
sección se abre con una descripción de la casa de
Jefferson Grierson. El narrador menciona que a lo largo de los
años, la casa de la señorita Emily Grierson ha
caído en desuso y se convierte en "una monstruosidad entre
monstruosidades". La primera frase de la historia marca la pauta
de cómo los ciudadanos de Jefferson se sentían por
Emily: "Cuando murió miss Emily Grierson, casi toda la
ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie
de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece;
las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de
curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie
había entrado en los últimos diez años,
salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y
jardinero a la vez. " Anteriormente el ingeniero, Homer Barron,
se ve en Jefferson, con un grupo de hombres encargados de
construir aceras. Un poco después a Emily y Homer se los
ve varias veces conduciendo juntos un coche por la ciudad. Un
tiempo después de esto Emily visita un a un
farmacéutico, allí, ella pide comprar
arsénico. El farmacéutico le pregunta para
qué es el arsénico, ya que se la ley exigía
que le preguntara. Emily no responde y le queda mirando con
frialdad a los ojos hasta que el desvía la mirada y sale
de esa habitación a buscar el arsénico, el negro de
los mandados es quien vuelve y le entrega el arsénico a
Emily. Cuando Emily abre el paquete, debajo de la señal de
peligro (simbolizada por una calavera) estaba escrito: "Para las
ratas". Los ciudadanos de Jefferson creen que la señorita
Emily se va a suicidar ya que Homero no le ha propuesto
matrimonio, aún en el comienzo del capitulo cuatro, se
hace mención de que a Homer le gustan los hombres y que no
era un hombre de casarse.

La esposa del
pastor les envía una carta a sus primas para que vinieran.
Poco después de la llegada de las primas, Homer sale de la
ciudad y regresa después que las primas se habían
ido de Jefferson. A su regreso, Homer es visto por última
vez entrar a la casa de Emily por la puerta de la cocina y
después nunca se lo volvió a ver. Después de
la desaparición de Homero, Emily comienza a envejecer y
aumentar de peso, y rara vez se ve fuera de su casa. Finalmente,
la señorita Emily muere. La quinta y última
sección se inicia con las mujeres al entrar en la casa de
Jefferson Grierson. Después de su llegada, el criado negro
de Emily sale por la puerta de atrás sin decir una
palabra. Tras el funeral de Emily, la gente del pueblo acude
inmediatamente a su casa. Van a una habitación en el
segundo piso que nadie había visto en 40 años, y
rompen la puerta. Descubren una habitación polvorienta
extrañamente decorada como una habitación nupcial.
La sala contiene una corbata, traje y zapatos, y un juego de
tocador de plata que Miss Emily había comprado para Homero
antes de su desaparición. Los restos de Homero descansan
en la cama, vestido con un camisón. Junto a él una
impresión de una cabeza sobre una almohada en que la gente
del pueblo encuentra un "largo pelo gris." Por lo tanto,
implicaba que Emily había matado a Homero y se
había acostado en la cama con su cadáver hasta su
propia la muerte.

Análisis

El cuento "Una rosa
para Emily" pertenece al volumen "Estos Trece" que fue publicado
el 21 de setiembre de 1931 por la Editorial Cape &
Smith.

El libro esta
compuesto por trece cuentos distribuidos en tres
secciones.

La primera de estas
secciones contiene cuatro cuentos, su temática gira
entorno de la guerra. La segunda de estas partes, conteniendo
seis cuentos centra la acción en el Condado de
Yoknapatawpha. Por ultimo la tercera sección trata de
temas de carácter universal incluso por los escenarios
elegidos, esta ultima sección esta compuesta por 3
cuentos.

El título
del libro, tiene en cuenta las populares y sombrías
connotaciones del numero trece, esto es algo que podemos
confirmar en las frases finales de las tres secciones. Si tomamos
en cuenta que el libro fue dedicado a "A Estelle y Alabama",
(Estelle era su esposa y Alabama su abuela) Posteriormente
Alabama fue también el nombre usado por Faulkner para su
primera hija, que nació y murió a comienzos de
1931. La suma de todos estos elementos nos hacen pensar en la
hipótesis de que este numero trece, no fue puesto porque
si, si no que tiene como función denotar una visión
trágica de la vida. El hecho de que Faulkner no haya
culminado el titulo con algún sustantivo que categorizara
los relatos es algo que nos hace llegar a pensar que su
intención es dejar a criterio del lector la
elección del nombre mas
apropiado.

"Carcassonne" es el
cuento encargado del cierre de este libro, Faulkner expresa
simbólicamente su experiencia creativa y su visión
sombría de la vida, consecuencia de las causas
anteriormente mencionadas.

"Una rosa para
Emily" es el segundo de los seis relatos que ocupan la segunda
sección del libro. Se estructura en cinco capítulos
de análoga extensión, estructura que parece tener
la función de introducir rupturas, vale decir,
suspensos.

La novela comienza
con el anuncio de la muerte Emily Grierson, un evento el cual
supone un verdadero acontecimiento en la vida de la ciudad de
Jefferson ("Y toda nuestra ciudad fue al entierro"). Por la forma
de ser nombrada Emily es presentada como un personaje respetado y
conocido por todos "Monumento caído", demostrándose
al mismo tiempo veneración y curiosidad, esto ultimo
debido a que durante los últimos diez años de su
vida su casa ha permanecido cerrada. Solo un "viejo criado",
mezcla de jardinero y cocinero, que trabajaba para Ms. Emily era
el único que entraba a la casa. Durante el relato, podemos
encontrar una estrategia narrativa que consta de dar sucesivos
saltos en el tiempo con el fin de reconstruir los hechos
más relevantes de la vida desea mujer que mientras
vivió fue para la ciudad de Jefferson, "Una
tradición, un deber y una
preocupación".

La historia
está narrada por un narrador plural demótico
(nosotros), así se describirá el mundo ficticio
tomando en cuenta las perspectivas de todos los ciudadanos, el
narrador tiene calidad de testigo ya sea porque oyó
comentarios o presencio los hechos
personalmente.

El siguiente
segmento se centra en la casa de Miss Emily "grande, de madera
escuadrada que en un tiempo había sido
blanca妱uot;. Por la muerte de su
dueño, por haber permanecido encerrada durante diez
años, por su estilo arcaico, por ser un sobreviviente de
épocas pasadas, esta mansión parece ser un
mausoleo, un recuerdo del pasado en medio de una ciudad que
crece, cambia y se moderniza. Así queda planteado el
conflicto entre la mansión y su misteriosa habitante con
la ciudad y sus pobladores que la ven como "una ofensa para los
ojos" y al mismo tiempo un objeto de respeto, teniendo axial la
casa una imagen obsesiva y emblemática. La residencia
Grierson inspira un sentimiento de melancolía, en su
estado de ruinas reviste un significado personal, familiar y
comunal. Es un recordatorio de gloria y sufrimiento (este tipo de
casas suelen estar habitadas por fantasmas o por seres
fantasmagóricos como Emily quien habita la
casa).

Miss Emlily una vez
enterrada siguió siendo una especie de soldado cuya
derrota final es sentida como una victoria por sus
conciudadanos.

Una de las
características de "Una rosa para Emily" es la cantidad de
saltos temporales que se dan durante el relato. El primero de
estos nos lleva a 1894, año en el cual el coronel
Sartoris, la había exonerado del pago de impuestos con el
falso argumento de una significativa contribución del
padre de Emily hacia la ciudad de Jefferson. El siguiente salto
temporal nos lleva a un tiempo mas cercano "cuando la nueva
generación妱uot; luego dice "fue a
verla una diputación, llamo a la puerta que ningún
visitante había franqueado desde que ella dejara de dar
lecciones de pintura sobre porcelana ocho o diez años
antes". En el final del primer capitulo nos enteramos que esta
visita coincide con la muerte del coronel Sartoris. En este
episodio vemos una verdadera confrontación entre Emily
Grierson y esta nueva generación de ideas más
progresistas. De aquí en adelante el tiempo fluye
linealmente: "el primer año", "llegó febrero y no
hubo respuestas", "una semana mas tarde" y culminando esta etapa
con una detallada descripción del oscuro salón
principal. El retrato a lápiz de su padre "sobre un
caballete de oro patinado delante de la chimenea" era una de las
primeras pistas para revelar el misterio de la
protagonista.

Antes de que Emily
apareciera por primera vez existía una idea de Emily por
la cual le impone respeto a los concejales, sin embargo su figura
es diferente a lo que se esperaba. Ella es obesa, de baja
estatura, recuerda un cadáver hinchado por una prolongada
sumersión en agua, su tez es pálida y sus ojos
inquietos observando a cada uno de los visitantes sin detenerse.
Viste de luto y los únicos símbolos de esplendor
que todavía conserva son "la fina cadena de oro en la
cintura" y "un bastón de ébano con puño de
oro opaco". La frase que ella repetía como una
autómata era: "vean al coronel Sartoris. Yo no tengo que
pagar impuestos en Jefferson". Es evidente que para ella el
tiempo no pasa, es como que si no existiera, el reloj pasa a ser
un simple adorno que quizás se detuvo el dia que su padre
murió ya que fue la primera vez que su malestar
apareció, al negarse a aceptar el principio de la
realidad. El primer capitulo termina con la voz de Emily en un
tono altanero, soberbio, mandándole al criado "negro"
Tobías: "acompaña a los
señores".

El segundo episodio
fue para Jefferson, como una derrota más, infligida por
Emily: "De esa manera los
venció妱uot; Y para demostrar
más la idea de que ella era un conflicto para la ciudad,
era "una preocupación y un deber", el narrador retrocede
treinta años – ya son cuarenta- para tratar "el
asunto del olor". Dos nuevos caminos nos harán
desorientarnos en este laberinto de tiempos, el cual seremos
persuadidos hábilmente por el autor a entrar y no poder ni
querer escapar de este.

El "asunto del
olor" fue a dos años de la muerte de su padre y poco
tiempo después de que su novio –el que
creíamos que se casaría con ella- la "abandonara",
ambas perdidas. El padre, muerto; el novio, no sabemos
cómoå­ fueron seguidas por sendas de Emily,
la primera fue parcial "salió poco"; la segunda fue
definitiva "la gente no la vio
mas".

Este es el momento
de interrogarnos sobre la personalidad de la protagonista del
cuento, Miss Emily. Esta mujer que le impone tanto al narrador
como a nosotros un cambio de tiempos constante que nos confunde;
esta solitaria y soberbia mujer que niega el transcurso del
tiempo y vive encerrada en una casa vieja, decadente y casi
abandonada; esta extraña mujer "de otra época" que
cree vivos a los muertos, "Vean al coronel Sartoris", y muertos a
los vivos ¿tiene algún rasgo en común con la
gente que consideramos normal? La respuesta es obvia y se nos es
fácil responder, se trata de una persona a la que
vulgarmente llamamos "loca" o "demente", y esta personalidad la
manifiesta –por ahora- encerrándose y negando el
transcurso del tiempo. Ahora, volvamos al
texto.

El hecho de que el
criado negro sea el encargado de mantener la casa, le sirve al
autor para atribuir el tema del olor por un descuido del hombre:
"Como si un hombre pudiera mantener una cocina en condiciones
–decían las señoras de modo que no se
sorprendieron cuando el olor apareció". El discurso
narrativo utiliza parlamentos de otros hablantes, siempre
plurales, que interrumpen en los momentos más importantes
del relato. También es fácil notar el pasaje de
"nosotros" a "ellos que marca los tiempos: la primera persona del
plural aparece en el relato en los hechos mas recientes; la
tercera persona del plural aparece en los saltos de tiempo mas
lejanos hacia el pasado.

Los vecinos
llevaban quejas al alcalde, el juez Stevens, otro sobreviviente
de la época de Miss Emily –tiene 80 años- el
cual se niega a hablar con ella. Nuevamente se reúne el
Consejo Municipal donde todavía mandan los hombres de la
vieja generación presentados por el narrador como "tres
barbicanos". El más valiente del Consejo Municipal, es el
joven –de la nueva generación- el cual insiste en
tomar medidas y lo único que consigue es que cuatro
hombres, en la noche, cubran con cal en polvo el sótano y
demás dependencias de la
casa.

"Después de
una o dos semanas el olor desaprecio", sin relación alguna
con la cal aparentemente. Es extraño que el narrador no
califique el olor, no sabemos de que tipo de olor se trata,
simplemente podemos deducirlo por las ganas que la gente tiene de
deshacerse de este, pero pareciera que el narrador es como uno
mas de los viejos habitantes y prefiere callar antes que decir
algo desafiante sobre Miss
Emily.

Entonces la gente
comienza a tenerle lastima a ella y a recordar a una tía
abuela de Emily, Lady Wyatt, que paso sus últimos
días de vida "completamente loca". De todos modos, el Sr.
Grierson y su hija siguen figurando en la memoria del pueblo,
grandiosa e inaccesible. La relación de la joven con el
padre había sido tan fuerte que durante la vida de este,
Emily no había tenido novio, y a los 30 años,
cuando él murió, seguía soltera. Axial se
sugiere un rechazo a la sexualidad adulta creada por el padre y
aceptada obedientemente por Emily. Rechazos de este tipo pueden
llevar a distintos tipos de problemas para el que lo sufre,
problemas tales como tener relaciones sexuales entre familiares
directos, culto a los muertos por una obsesión con el
pasado que a veces terminan con el suicidio
–podríamos decir que la manera en que Emily
vivía encerrada en su casa es prácticamente un
suicidio en vida: La figura del padre que recuerda la gente en
Jefferson, su retrato resaltando en la sala y cubriendo el
cadáver de su hija representan, simbolizan el poder del
pasado, un poder que invade o destruye al individuo,
guiándolo a la autodestrucción. Es por esto, que
Emily niega maniacamente la muerte de su padre y se opone durante
varios días a enterrarlo "No dijimos
entonceså £omo siempre
ocurre".

Al comenzar el
tercer capitulo –eje del cuento-, el relato parece seguir
una línea temporal uniforme, sin saltos en el tiempo. Se
habla de la reacción de Emily ante la muerte de su padre:
"estuvo enferma durante mucho tiempo". Cuando por primera vez en
el relato aparece en las calles de Jefferson, tiene el pelo
cortado y un aspecto más juvenil, semejante a "esos
Ángeles de los vitrales de iglesia". A pesar del cambio
físico, se mantuvo inmutable, como si nada hubiera
cambiado. En cambio, la ciudad se mantiene en avance y se
moderniza "acaba de firmar los contratos para la
pavimentación de las aceras y en el verano que
siguió de la muerte del padre comenzaron los trabajos".
Junto con la compañía constructora, llega a la
ciudad el futuro "novio" de Miss Emily: Homer Barron, un joven
alto, robusto, fuerte y activo, yanqui, moreno y listo "con una
voz fuerte y los ojos mas claros que la cara"; franco y sociable
que "muy pronto conoció a todo el mundo en la ciudad",
incluyendo a nuestra protagonista. La gran vitalidad de Homer
contrasta con el carácter callado, silencioso, triste de
Emily. Pero lo que provoca el problema y las criticas de "las
señoras" hacia ellos, es que una Grierson pueda "pensar
seriamente en un hombre del norte" que es, para peor de todo, un
simple jornalero. Principalmente los malos comentarios de las
mujeres están basados en razones históricas y
sociales.

Los más
viejos no le perdonan a Emily el que haya olvidado su linaje y
los deberes que el código de honor impone a los
representantes de la más antigua tradición del sur.
Se piensa en pedir ayuda a los parientes de Alabama, con quienes
Emily se había peleado por la herencia de la tía
loca. Nuevamente, por cuarta vez, Emily es el centro de
atención de la ciudad de Jefferson y de todos los rumores
que aparecen domingo a domingo, cuando ella y Homer salen a
recorrer las calles de la ciudad "en el coche alquilado de ruedas
amarillas con su par de caballos bayos". Mientras los viejos
murmuran lamentándose "Pobre Emily", ella, totalmente
delirante continúa erguida como si ese toque de poca
originalidad que la acerca al hombre fuera el producto de su
personalidad. Tanto vista en su casa como en las calles de
Jefferson, ella siempre tiene ese aspecto de ídolo
insensible, como una cosa sin vida, invulnerable a las emociones.
Nada parece molestarla ni
alterarla.

Con la compra del
veneno para matar ratas, el narrador aparentemente quiere mostrar
y reafirmar, el carácter testarudo de Emily. Este
episodio, el del veneno, no está suelo en el tiempo, sino
que es ubicado "mas de un año después que empezaron
a decir "Pobre Emily"" y, probablemente para confundirnos,
"mientras sus dos primas estaban de visita en su
casa".

Emily finalmente
obliga al droguero a que le de una caja de arsénico,
veneno que parece demasiado exagerado si su objetivo fuera
–como pensó ingenuamente el droguero- matar ratas.
En esta escena se agrega una nueva imagen de Emily "tenia mas de
30 años entonces妱uot; Treinta
años antes repetía constantemente como una maquina
"Quiero veneno". Logra salirse con la suya y se le es entregado
el veneno con precauciones de poca importancia que no dejan de
tener su riesgo
cómico.

La tranquilidad del
pueblo es nuevamente interrumpida con el conforme comentario de
todos: "se matará", y debido a esto el suspiro de alivio
gracias a la posibilidad deshacerse de la preocupación y
el deber que Miss Emily representaba para la ciudad. El discurso
pasa de Emily a su relación con Homer Barron repasando la
lista de suposiciones que se han ido creando a lo largo de su
noviazgo. Algunas señoras determinaron que era una
deshonra verla pasear con un simple jornalero, incluso intervino
el pastor bautista pero sin poder hacer algo al respecto, este se
decidió a escribirles a las primas de Alabama. Todo se
mantiene igual, se va fortaleciendo la idea de que este noviazgo
terminara en un casamiento, con la compra de un juego de tocador
para hombre con la inscripción "H.B." y la de un ajuar
masculino completo, incluido el camisón nupcial. Debemos
resaltar el comportamiento varonil de Emily; ella es quien compra
los artículos anteriormente nombrados y raramente nada
parece saberse de las compras que pueda haber hecho para su uso
personal. La gente de Jefferson celebraron alegres porque las
derrotadas ahora eran las Grierson de Alabama. El pueblo se
sentía aliado con Emily para engañarlas. La
discordia familiar retrasa y desvía la atención de
los jeffersonianos y de los lectores, del nudo del relato.
Clarísimo ejemplo de la técnica de ocultar que
emplea perfectamente Faulkner en este relato. Podemos notar que
ese episodio domestico la única función que cumple
es de llenar el espacio narrativo que separa los núcleos
del relato.

Una vez finalizadas
las obras en Jefferson, Homer se va de aquí y apenas siete
días mas tarde parten las primas. Todo induce a creer que
los novios esperaban esto de unirse. Y axial es, apenas tres
días mas tarde "Homer Barron estaba de vuelta en la
ciudad". El único testigo fue un vecino que vio al negro
haciéndolo entrar por la puerta de la cocina cubierto por
las sombras y a escondidas en el atardecer. Luego de esto, no se
lo volvió a ver más. A partir de la notación
indicial, el ritmo del relato se enlentece, preparando el
horrendo descubrimiento final. El recurso dilatorio tiene la
función de proteger el efecto tan cuidadosamente
preparado. Del resto del capitulo IV, es importante destacar la
descripción que el narrador hace del pelo de Miss Emily,
que formara parte de uno de los elementos mas escalofriantes del
desenlace del relato.

"Querida,
inevitable, impenetrable, tranquila y perversa" va pasando Miss
Emily de generación en generación, acumulando
adjetivos que demuestran el sentir de los jeffersonianos hacia
ella recogidas por el narrador plural. Este capitulo finaliza con
la descripción del cuarto de abajo, donde finalmente Emily
murió, con su "cabeza griså ¹ la falta de
sol".

El capitulo V
–capitulo final- es el de la sombría
revelación, el que saca al descubierto de forma mas clara
la técnica de ocultar de Faulkner. Este capitulo
también es el que nos da la clave del cuento que se
identifica en el desenlace y cuyas pruebas visibles son el
asesinato de Homer Barron –la compra del veneno- y la
conservación del cadáver –el asqueroso olor
nauseabundo que molesto al pueblo durante varias
semanas.

Crimen que delata
la conducta necrofilia de Emily y que se descubre cuarenta
años más tarde. ¿No es acaso, el
último y ahora definitivo triunfo de Emily? Pero el
descubrimiento muestra caras que el narrador había
ocultado, quizás como consecuencia del pudor y
desorientación que provoca narrar hechos de esta
naturaleza. Para una persona triste y deprimente como Emily, amor
y posesión van completamente unidos y no hay una forma
más segura de posesión que la muerte, la
única capaz de suspender el tiempo. La muerte era el
único desenlace posible para los tristes y
melancólicos amores de Emily porque solo ella le brindaba
una forma definitiva de
posesión.

Hay un libro en el
cual los autores de este realizan una lectura del cuento que
ofrece distintos puntos de vista respecto a la hecha por
nosotros, pero que importa recordar. Los autores sostienen que
"Una rosa para Emily" constituye un ejemplo de lo que denominan
"torvo humor de tipo surrealista" consiste en violar temas que
han sido objeto de respeto. En este caso, los objetos violados
son el amor romántico, la noche nupcial, y la
condición de la mujer sureña. Un asesinato y la
imagen de una mujer que pasa su noche de bodas en los brazos de
su amante envenenado y muerto y que duerme durante cuarenta
años son los instrumentos de los que hace uso el autor
para practicar esta violación. "El cabello gris de Emily
que queda sobre la almohada y que un vecino descubre
trémulo y horrorizado, es el correlato objetivo que
precipita al ambivalente estado emocional con el lector reacciona
ante la situación: nos sentimos, al mismo tiempo,
atraídos y
repelidos".

A pesar de eso,
seguimos pensando que el relato tiene un alcance mucho mas
profundo. Emily es un símbolo no solo de la mujer
sureña, sino también del Sur y de su culto rabioso
por un pasado definitivamente muerto y, por tanto, irrecuperable.
Como Emily, toda cultura que se detiene y se cierra al devenir
está condenada a la locura, a la soledad y a la
muerte.

Curiosidades

La canción
"To the end", de͹ Chemical Romance, está
inspirada en esta obra.

He calls the
mansion not a house but a tomb.He's always choking from the
stench and the fume.The wedding party all collapsed in the
room.So send my resignation to the bride and the groom.Let's go
down!This elevator only goes up to ten.He's not around.He's
always looking at menDown by the pool.He doesn't have many
friends.As they areFace down and bloated snap a shot with the
lens.If you marry me,Would you bury me?Would you carry me to the
end?(So say goodbye) to the vows you take(And say goodbye) to the
life you make(And say goodbye) to the heart you breakAnd all the
cyanide you drank.

She keeps a
picture of the body she lends.Got nasty blisters from the money
she spends.She's got a life of her own and it shows by the
BenzShe drives at 90 by the Barbies and Kens.If you ever say
never too late.ˉ'll forget all the diamonds you
ate.Lost in coma and covered in cake.Increase the
medication.Share the vows at the wake.(Kiss the
bride)

(And say goodbye)
to the last parade(And walk away) from the choice you made(And
say goodnight) to the heart you breakËnd all the cyanide you
drank.To the last paradeWhen the parties fadeAnd the choice you
madeTo the End.

Glosario

Escuadrada:
Proveniente de escuadrar. Labrar o disponer un objeto de modo
que sus caras formen entre sí ángulos
rectos.

Voluta: Adorno
en forma de espiral o caracol, que se coloca en los capiteles de
los órdenes jónico y
compuesto

Frívolo:
Ligero, veleidoso, insustancial,
superficial.

Desmotadora:
Máquina que sirve para
desmotar.

Desmotar:
Quitar las semillas al
algodón.

Augusto: Que
infunde o merece gran respeto y veneración por su majestad
y excelencia.

Irguiendo:
Proveniente de
erguir.

Erguir:
Comportarse con orgullo o superioridad frente a los
demás, tratándolos de un modo despectivo y
desconsiderado. Levantar y poner derecha [una
cosa].

Obstinada:
Perseverante,
tenaz.

Dispensa:
Privilegio, excepción graciosa de lo ordenado por las
leyes generales, y más comúnmente el concedido por
el Papa o por un
obispo.

Diputación:
Conjunto de los
diputados.

Franqueado:
Proveniente de
franquear
.

Franquear:
Pasar de un lado a otro venciendo un obstáculo o una
dificultad. Apartar los obstáculos o impedimentos para
poder pasar alguien o algo en
movimiento.

Postigo: Puerta
chica abierta en otra mayor. Tablero sujeto con bisagras o goznes
en el marco de una puerta o ventana para cubrir cuando conviene
la parte
encristalada.

Mota:
Partícula de cualquier cosa, de un tamaño muy
pequeño, que se pega a los tejidos o a otros sitios.
Mancha, pinta o dibujo redondeado o muy
pequeño.

Ébano:
Árbol exótico, de la familia de las
Ebenáceas, de diez a doce metros de altura, de copa ancha,
tronco grueso, madera maciza, pesada, lisa, muy negra por el
centro y blanquecina hacia la corteza, que es gris; hojas
alternas, enteras, lanceoladas, de color verde oscuro, flores
verdosas y bayas redondas y amarillentas. Madera de este
árbol.

Temeridad:
Acción
temeraria.

Temeraria:
Excesivamente imprudente arrostrando
peligros.

Prolífico:
Que tiene virtud de
engendrar.

Encumbrado:
Elevado. Alto.

Barbicano: Que
tiene cana la barba.

Basamento:
Cuerpo que se pone debajo de la caña de la columna, y
que comprende la basa y el
pedestal.

Basa: Asiento
sobre el que se pone la columna o la
estatua.

Pedestal:
Cuerpo sólido, de forma cilíndrica o de
paralelepípedo rectangular, que sostiene una columna,
estatua, etc.

Acacia:
Árbol o arbusto de la familia de las
Mimosáceas, a veces con espinas, de madera bastante dura,
hojas compuestas o divididas en hojuelas, flores olorosas en
racimos laxos y colgantes, y fruto en legumbre. De varias de sus
especies fluye espontáneamente la goma
arábiga.

Esbelta: Alta,
delgada y de figura
proporcionada.

Despojado:
Proveniente de
despojar
.

Despojar:
Privar a alguien de lo que goza y tiene, desposeerle de ello
con violencia. Quitar a algo lo que lo acompaña, cubre o
completa. Desposeerse de algo
voluntariamente.

Mula: Hija de
asno y yegua o de caballo y burra. Es casi siempre
estéril.

Bayos: Dicho
especialmente de un caballo y de su pelo: De color blanco
amarillento.

Reñido:
Que está enemistado con alguien o se niega a mantener
trato con él.

Raso: Plano,
liso, libre de estorbos. Dicho de un asiento o de una silla: Que
no tiene respaldar. Que pasa o se mueve a poca altura del suelo.
Abertura o raleza que se hace al menor esfuerzo en las telas
endebles y mal tejidas, sin que se rompan la trama ni la
urdimbre.

Boticario:
Persona que profesa la ciencia farmacéutica y que
prepara y expende las
medicinas.

Altaneros:
Altivo, soberbio. Se dice del halcón y de otras aves
de rapiña de alto
vuelo.

Tibia: Hueso
principal y anterior de la pierna, que se articula con el
fémur, el peroné y el
astrágalo.

Episcopal:
Perteneciente o relativo al obispo. Libro en que se contienen
las ceremonias y oficios propios de los
obispos.

Ajuar: Conjunto
de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa.
Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al
matrimonio.

Embaucar:
Engañar, alucinar, prevaliéndose de la
inexperiencia o candor del
engañado.

Eximida:
Proveniente de
eximir.

Eximir:༥m>Librar,
desembarazar a alguien de cargas, obligaciones, culpas,
etc.

Tedioso: Que produce
tedio.

Tedio: Aburrimiento
extremo o estado de ánimo del que soporta algo o a alguien
que no le interesa. Fuerte rechazo o desagrado que se siente por
algo.

Nicho: Concavidad en
el espesor de un muro, para colocar en ella una estatua, un
jarrón u otra cosa. Concavidad formada para colocar algo;
como las construcciones de los cementerios para colocar los
cadáveres.

Decrepito: Sumamente
viejo. Dicho de una persona: Que por su vejez suele tener muy
disminuidas las facultades. Ä©cho de una cosa: Que ha
llegado a su última
decadencia.

Nogal: Árbol
de la familia de las Yuglandáceas, de unos quince metros
de altura, con tronco corto y robusto, del cual salen gruesas y
vigorosas ramas para formar una copa grande y redondeada, hojas
compuestas de hojuelas ovales, puntiagudas, dentadas, gruesas y
de olor aromático, flores blanquecinas de sexos separados,
y por fruto la nuez. Su madera es dura, homogénea, de
color pardo rojizo, veteada, capaz de hermoso pulimento y muy
apreciada en ebanistería, y el cocimiento de las hojas se
usa en medicina como astringente y contra las escrófulas.
Madera de este árbol.

Enmohecida:
Proveniente de
enmohecer.

Enmohecer: Cubrir de
moho algo. Inutilizarse, caer en desuso, como el utensilio o
máquina que se cubre de
moho.

Cortejado:
Proveniente de cortejar.

Cortejar: Galantear o
enamorar a una persona. Asistir, acompañar a alguien,
contribuyendo a lo que sea de su
agrado.

Acre: Áspero y
picante al gusto y al olfato, como el sabor y el olor del ajo,
del fósforo, etc.

Sudario: Lienzo que
se pone sobre el rostro de los difuntos o en que se envuelve el
cadáver. Lienzo con que se limpia el
sudor.

Nupcias: Casamiento,
boda.

Rictus: Aspecto fijo
o transitorio del rostro al que se atribuye la
manifestación de un determinado estado de ánimo.
Contracción de los labios que deja al descubierto los
dientes y da a la boca el aspecto de la
risa.

Obstinado:
Perseverante, tenaz. Fastidiado, harto. Enojado,
furioso.

Égloga:
Composición poética del género
bucólico, caracterizada generalmente por una visión
idealizada del campo, y en la que suelen aparecer pastores que
dialogan acerca de sus afectos y de la vida
campestre.

Autores
mencionados

Sherwood Anderson:
Escritor estadounidense (1876-1941), nacido en Camden, Ohio.
Dejó la escuela a los catorce años y trabajó
en diversos empleos hasta 1898. Fue soldado en Cuba durante la
Guerra Hispano-estadounidense, y después de la contienda
fue a Chicago, donde empezó a escribir novelas y poemas.
Su obra se ganó el aprecio de Theodore Dreiser, Carl
Sandburg, y Ben Hecht. El talento de Anderson no fue ampliamente
reconocido hasta la publicación del conjunto de
relatosשnesburg, Ohio਱919), que
trata de la lucha instintiva de personas normales y corrientes
para afirmar su individualidad frente a la homogeneidad impuesta
por el mecanicismo de la época. Notable por su realismo
poético, su penetración psicológica y su
sentido de lo trágico, Anderson también
contribuyó a establecer un estilo narrativo sencillo,
conscientemente ingenuo. Entre sus demás obras hay
novelas, relatos y ensayos. Sus autobiografías
sonԡr਱926) yͥmorias
de Sherwood
Anderson਱942).

Mark Twain: Samuel
Langhorne Clemens (1835-1910) fue un escritor y humorista
estadounidense que escribió bajo el pseudónimo de
Mark Twain.

Nació en
Florida (Missouri) el 30 de noviembre de 1835. A los cuatro
años, su familia se trasladó a Hannibal (Missouri),
puerto fluvial en el Mississippi, y allí realizó
sus primeros estudios.

Al morir su padre, en
1847, comenzó a trabajar como aprendiz en imprentas, y a
manejar el oficio de tipógrafo; ya en 1851 publicaba notas
en el periódico de su hermano. Posteriormente
trabajó en imprentas de Keokuk, Iowa, Nueva York,
Filadelfia y otras ciudades. Más adelante fue piloto de un
barco de vapor, soldado de la Confederación, y minero en
las minas de plata de
Nevada.

En 1862
comenzó a trabajar como periodista en el Territorial
Enterprise de Virginia City (Nevada) y, al año siguiente,
comenzó a firmar con el seudónimo Mark Twain, que
en elà ississippi significa dos brazas de profundidad
(el calado mínimo necesario para la buena
navegación).

A partir de 1864
empezó a frecuentar a otros escritores. En 1867
viajó a Europa y Tierra Santa. En 1870 se casó con
Olivia Langdon.

Ƶe
reconocido mundialmente durante los últimos años de
su vida, y recibió el doctorado Honoris Causa por la
Universidad de Oxford (Inglaterra), en 1907. Murió el 21
de abril de 1910 en Nueva
York.

Entre sus obras, muy
leídas por jóvenes y adultos, se pueden
citar:

Monografias.com

Bibliografía

  • William Faulkner and
    Juan Carlos Onetti: Revisiting Some Critical Approaches about
    a Literary Affinity

  • "William Faulkner y
    la narrativa del Siglo XX" Texto y estudio del cuento Una
    rosa para Emily – Estela
    Castelao

  • "Introducción
    a la narrativa del Siglo XX" William Faulkner: un narrador
    contemporáneo – Germán
    Laborde

  • Fotocopia de
    Literatura: "La narrativa". Profesor: Rodolfo
    Panzacchi

  • es.wikipedia.org/wiki/William_Faulkner

  • http://mundoparalelo.blog.com.es/2006/07/05/una_rosa_para_emily_william_faulkner~936478/

  • "El declinar del Sur
    en "A rose for Emily" de William Faulkner". María
    Antonia Álvarez. UNED

  • Definición y
    concepto de cuento: http://definicion.de/cuento/

  • http://sololiteratura.com/one/onettimiscfaulkner.htm

  • Sitio Buenas
    tareas

  • http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/OtrosAutoresdelaLiteraturaUniversal/MarkTwain/

  • http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2672

 

Autores:

Arq.-Liber
Menéndez

libermenendez@hotmail.com

Ing.-Rodrigo
Serrón

rodri-su@hotmail.com

Ing.-André
Seoane

andre_seobla@hotmail.com

InWalter
Martínez

uun-piibe.comuun@hotmail.com

Arq.-Martín
Avila

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CONSULTA COMUNICARSE CON NOSOTROS VIA E-MAIL, MSN O
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ESPERAMOS QUE LES SEA DE
MUCHA AYUDA!!! SUERTE!!

GENERACION 2010 –
LICEO N º26

MONTEVIDEO,
URUGUAY

Partes: 1, 2
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