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Universo o dioses, religión y moral (página 2)



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El sistema del universo se sustenta exclusivamente en
fuerzas físicas y lo gobiernan las propiedades de la
materia. Las leyes de la atracción y la repulsión
explican cualquier fenómeno físico y las del deseo
y la aversión, los fenómenos del mundo moral. Con
un conocimiento exacto de sus propiedades podemos establecer el
comportamiento de cualquier objeto. Estimando la masa y la
velocidad de un cometa se predice su reaparición.
Conociendo el peso, el volumen, la velocidad e inclinación
de una bala se determina la trayectoria que seguirá y la
fuerza con que golpeará a una distancia dada. Conociendo
los motivos inductores de una persona se establece su conducta o
comportamiento. Los movimientos orbitales de los planetas de
nuestro sistema están descritos por ecuaciones o
algoritmos matemáticos.

La materia o energía no es inerte sino
infinitamente activa y omnipotente. De acuerdo al clima cambian
la composición, las estructuras y las propiedades de los
materiales y de los seres vivos. Si se alteran suficientemente
las condiciones ambientales, los elementos adaptan combinaciones
nuevas. La luz, la electricidad, el magnetismo, la vida, el
pensamiento son formas de energías poderosas y por no
estar materializadas corporalmente no podemos suponer que sean
deidades.

Los cambios en los objetos materiales y en los
órganos vivos, se deben al cambio de las condiciones de
donde se encuentran, no a la presencia de seres inimaginables que
los provoquen y controlen. Las funciones de los objetos
materiales y de los órganos vivos dependen de las
propiedades y estructura de la materia, y de la energía,
que los componen.

Suponer la materia inerte, es decir desprovista de
propiedades y funciones, para justificar la presencia de dioses
encargados de ellas, es una abstracción falsa. La materia
en forma corporal o energética es infinitamente activa y
omnipotente.

Orden y desorden.
Bien y mal. Buenos y malos

Se plantea que así como el orden visible del
universo requiere una causa, el desorden también exige
otra. Que orden y desorden son formas de percibir las relaciones,
entre los objetos externos y nosotros. Que los beneficios ligados
al primero y los males al segundo atestiguan la actividad de dos
poderes, uno benéfico y el otro maligno. Que el orden y el
desorden son percepciones de lo dañino o benéfico a
los seres y cosas.

El bien y el mal son palabras que se usan ciertamente,
para designar nuestras percepciones cuando interaccionamos con
objetos o sucesos y que nos producen placer o dolor. Sin embargo
hay mucha gente insensible a los reproches de la justicia y a los
preceptos de la humanidad. Algunos espectáculos macabros
no despiertan compasión sino placer en ellos. Por ejemplo,
un toro caído, jadeando y borbotando sangre por la herida
de la espada del torero en una plaza de toreo. Multitudes
vociferantes, henchidas de júbilo y honor por matanzas de
compatriotas de ideas políticas o religiosas
diferentes.

La destrucción de ciudades por terremotos es mala
para quienes la padecen, conveniente para comerciantes de
ciudades vecinas no afectadas e indiferente para personas que
viven bastante lejos de ellas.

La destrucción de cultivos de alimentos, es mala
para los dueños de los cultivos y las personas que pasan
hambre por esta calamidad, pero buena para los comerciantes que
pueden subir precios y mejorar las ganancias.

La superstición es mala para las personas que
maltrata y degrada y para las que convence de soportar la
opresión sin protesta, pero buena para los gobiernos y
tiranos que la imponen.

La ambición es mala para las victimas despojadas,
desplazadas, hambrientas y angustiadas, indiferente para quienes
no la padecen y buena para quienes la practican o
respaldan.

Si excluimos el efecto de relación, las palabras,
las acciones, los hechos y sus efectos pierden el significado de
buenos o malos.

Credulidad

La credulidad es más común entre los
ignorantes, o sea en las mentes que esclaviza y se halla en
estricto acuerdo con los principios de la naturaleza humana. Los
crédulos atribuyen sus pasiones y preocupaciones a los
objetos o sucesos que los benefician o los dañan. A los
primeros los llaman dioses y a los segundo demonios. Los
clérigos y devotos con plegarias y sacrificios confirman
la benevolencia de los dioses y mitigan la malignidad de los
demonios.

Las personas que tratan de evitar la cólera de
enemigos poderosos, mediante sumisión y súplicas y
de asegurar la ayuda de vecinos mediante regalos, sienten menguar
sus iras con la derrota y ruegos de sus opresores, y manifiestan
gratitud por la bondad de otros hacia ellos. Sienten odio y
deseos de venganza hacia los que les hacen daño y amor y
deseo de bondad hacia los que los benefician.

Cuando los vientos, las olas y la atmosfera
actúan de manera favorable, atribuyen estas acciones a los
dioses. Cuando actúan de manera desfavorable son acciones
de los demonios.

El dios o demonio que cada persona se forma, está
dotado sólo de las propiedades de las que ella es
consciente, al verse como centro y modelo del universo.
Sólo las personas que han tenido la oportunidad de
ensanchar su pensamiento con el estudio de la ciencia, logran
considerarse como un ser mas entre la multitud infinitamente
diversa, de los seres que componen la especie humana.

El ateísmo solo se encuentra entre los hombres de
ciencia, genios o talentos, ya que son los únicos que
sienten hostilidad hacia los errores de credulidad y
superstición.

Todos los atributos de los dioses corresponden a
pasiones, capacidades, propiedades o sus negaciones, de los seres
organizados, pero sin limitaciones: omnisciencia, omnipotencia,
omnipresencia, infinitud, inmutabilidad, incomprensibilidad e
inmaterialidad.

Creyentes son muy pocos. A millones las ocupaciones les
impiden pensar alguna vez en el tema de dios. Millones adoran
planetas, el fuego, el agua, los simios, las serpientes, las
ranas, etc. Para otros los dioses son la trinidad, la unidad o
espíritus indescriptibles e indefinibles. Para millones la
palabra dios significa acuerdo con determinadas proposiciones, no
la idea de un ser definido. Para otros el atributo por excelencia
de las deidades es la inteligencia. Pero conocemos la
inteligencia como atributo de seres animales o de objetos
organizados. Sabemos que los computadores son más
inteligentes que la mayoría de seres humanos. Se ha
demostrado que la inteligencia es un resultado de percepciones y
sensaciones, y que los cuerpos organizados están limitados
en extensión y en actuación. Si los dioses son
inteligentes deberán tener por tanto estas
limitaciones.

De
autobiografía

James Mill (1773-1836). Filósofo y
economista británico, discípulo de Hume en
filosofía y de Bentham en economía política.
Padre de John Stuart Mill.

Mis principios morales.

En mi propia visión de la vida participan
estoicismo, epicureísmo y cinismo clásicos. En mis
cualidades personales predomina el estoicismo. Mi norma moral es
epicúrea al ser utilitaria. Para decidir lo que es bueno o
malo uso el criterio exclusivo de averiguar, si las acciones
tienden a producir placer o dolor. El elemento cínico en
mi visión de la vida, es que apenas creo en el placer. No
soy insensible a los placeres, pero considero muy alto el precio
que se paga por la mayoría de ellos. Considero que la
mayor parte de los errores que se comenten en la vida se deben a
la supervaloración del placer. Por esta razón, la
templanza, como fue para los filósofos griegos, es el
punto central de mis preceptos pedagógicos. Las
recomendaciones a favor de esta virtud ocupan un lugar principal
en mi vida. Una vez queda atrás la juventud y la
curiosidad por lo desconocido, la vida es ya muy poca cosa. No
hablo de esta cuestión ante gente joven, y ante gente
adulta lo hago con sosegada y profunda convicción. Cuando
la vida es como debe ser, guiada por un buen gobierno y una buena
educación, merece la pena ser vivida.

Los goces intelectuales son superiores a todos los
demás, independientemente de los posteriores beneficios
que produzcan. Tengo en la más alta estima, los placeres
derivados de los sentimientos de benevolencia. Los ancianos son
felices cuando vuelven a vivir los placeres de la juventud.
Desprecio las emociones apasionadas de toda clase y lo que se ha
dicho para exaltarlas, porque me parecen una forma de locura.
Considero una aberración, que las normas morales pongan
tanto énfasis en los sentimientos. Los sentimientos en si
no deben ser objeto ni de censura ni de alabanza. Lo correcto e
incorrecto, lo bueno o lo malo son cualidades que solo pueden
aplicarse a la conducta, es decir, a las acciones u omisiones.
Cualquier sentimiento puede llevarnos a la realización de
acciones buenas o malas. Hasta la conciencia, que es el deseo de
actuar rectamente, a menudo hace actuar a la gente
equivocadamente.

A la hora de juzgar una acción rehusó
tener en cuenta los motivos que el autor haya tenido al
ejecutarla, porque de acuerdo con mi doctrina, lo encomiable en
oposición a lo censurable, radica en desfavorecer la mala
conducta y favorecer la buena.

Condeno severamente todo acto que me parece malo, aunque
el ejecutor de dicha acción hubiese sido motivado por el
sentido del deber, porque considero que los autores intelectuales
de los actos, los planean conscientes de estar haciendo el mal.
No acepto nunca como escusa, a favor de los inquisidores, que
éstos hubiesen quemado a los herejes, creyendo estar
actuando de acuerdo a la buena conciencia. No acepto la
honestidad de intensión, como factor mitigador de las
malas acciones, aunque si influyen en mi estimación a las
personas. Aprecio, como ninguno, la rectitud de intención,
pero niego rotundamente mi estimación a personas que no la
posean. Me repugnan además las personas con defectos que
las hacen actuar mal. Me disgustan más los
fanáticos de malas causas, que aquellos que adoptan estas
mismas causas por sola conveniencia, porque los primeros, en la
práctica, pueden ser más perniciosos.

Siento aversión a muchos errores intelectuales, o
a los que juzgo como tales. Tengo en cuenta mis sentimientos
morales cuando formo mis opiniones. Los que no saben estimar una
opinión, confunden esto con la intolerancia. Hay quienes
al creer tener un profundo respeto por el bien común, como
cuestión de principio, miran con disgusto a los que juzgan
malo, lo que ellos tienen por bueno, y por bueno lo que ellos
tienen por malo. Además atribuyen a sus opiniones una gran
importancia y a las contrarias una exagerada capacidad de causar
daño. No soy insensible a las buenas cualidades de un
adversario, ni me guio en la valoración de los
demás, por una presunción general, sino por la
totalidad de su carácter.

Las personas abiertas y sinceras, al expresar sus
opiniones se exponen a disgustar a otras personas, de opiniones
contrarias. Cuando las personas con sus opiniones no hacen
daño a las demás, ni contribuyen a que otros lo
hagan, no se les puede tildar de intolerantes. La única
tolerancia encomiable o posible para los espíritus del
más alto orden moral, es encargarse, como tarea importante
para la humanidad, de que exista la libertad de
opiniones.

Mi
posición ante la religión

Mis propios estudios y reflexiones me han llevado a
rechazar la creencia en la revelación y los fundamentos de
la llamada religión natural. Me he persuadido de que las
dificultades para creer en el antiguo y nuevo testamento,
proceden de las dudas para poder creer que un ser omnipotente,
perfectamente sabio, justo y bueno, sea el hacedor del universo.
He llegado a la conclusión de que nada en absoluto puede
saberse del origen de las cosas. Considero el ateísmo como
algo absurdo. Rechazo toda creencia religiosa, no solo por
cuestión de evidencia lógica y de fundamentos
intelectuales, sino por fundamentos de orden moral. Me
resultó imposible creer que un mundo tan lleno de tanta
maldad, sea obra de un autor de perfecta bondad y justicia y con
poder infinito. La teoría de sabeos y maniqueos sobre los
principios del bien y el mal, para apoderarse del control del
universo, fueron una simple hipótesis sin ninguna
influencia perniciosa. Mi aversión a la religión,
como la de Lucrecio, no está basada en sentimientos de
enfrentamiento hacia una falacia lógica, sino en los
suscitados al hallarme ante un grave mal moral. Para mí la
religión es el mayor enemigo de la moralidad. En ella han
erigido como excelencias algunos artificios sin relación
alguna con el bien de la humanidad, como: los credos, los
sentimientos de devoción y las prácticas de
ceremonias. Además estos artificios al ser aceptados como
sustitutos de virtudes auténticas, vician principal y
radicalmente la moral, al hacer que ésta consista
fundamentalmente en cumplir la voluntad de un dios. Un dios
presentado como eminentemente odioso, pero para quien no se
ahorran frases extremadamente aduladoras.

Religión y
moral

Las religiones defienden creencias dogmáticas. El
valor principal de toda religión es el concepto de un ser
perfecto, guía de la conciencia. Adicionalmente afirman
que el universo está regido por un plan providencial de
una autor o gobernador absolutamente poderoso y perfectamente
bueno. Al proponerlo como ideal del bien, obligan a quienes creen
en él a encontrar la bondad absoluta en el autor de este
mundo, tan lleno de sufrimiento y tan deformado por la
injusticia.

Los valores morales que incorporaron en mi
educación fueron fundamentalmente los del Socrati viri:
justicia, templanza, sinceridad, perseverancia,
disposición para afrontar el dolor y el trabajo, respeto
por el bien común, estimación de las personas de
acuerdo con sus méritos, estimación de las cosas de
acuerdo con su utilidad intrínseca, y una vida de esfuerzo
en oposición a una vida de dejación y
abandono.

Los placeres naturales que se sienten al comer, al beber
y en el deleite sexual son las manifestaciones de las fuerzas
naturales que actúan hacia la propia conservación
de la vida. Sin embargo estas energías vitales cuando se
desordenan se convierten en energías destructoras.
Templanza es el hábito de moderar los placeres, equilibrar
el uso de los bienes, asegurar el dominio de la voluntad sobre
los instintos y mantener los deseos en los límites de la
honestidad.

Las ideas que los padres tienen acerca del deber, les
impide a sus hijos adquirir nociones contrarias a sus propias
convicciones y sentimientos, en materia de religión. Para
muchos nada se sabe con certeza en lo referente al origen del
universo. Además es mejor aceptar lo que a cada cual le
propone la religión, para evitar pensar en dificultades
mayores. Por ejemplo, la pregunta ¿Quién me
creó?, no puede responderse con certeza porque carecemos
de la experiencia necesaria y la información adecuada. Hay
que aceptar que fue dios quien me creo, aunque surja de inmediato
la pregunta que no tiene repuesta ¿Quién
creó a Dios?

El concepto de
Dios

En todas las épocas, todas las naciones han
presentado en progresión creciente a sus dioses como seres
malvados. La humanidad le ha ido añadiendo cada vez
más características de maldad, hasta alcanzar la
maldad extrema que la mente humana puede concebir. A eso lo han
llamado dios y se han postrado a sus pies. Este "non plus ultra"
de maldad, es lo que comúnmente se presenta a la humanidad
como credo cristiano. Un ser que crea, al mismo tiempo el
género humano y el infierno, y que sabe infaliblemente de
ante mano, que la gran mayoría de las personas
serán condenadas, por él mismo, a tan horrible y
eterno tormento. Creo se está demorando el momento, en que
una concepción tan horrorosa del objeto principal de
adoración, deje de identificarse con el cristianismo, y en
el que todas las personas con sentido moral, del bien y del mal,
reaccionen con igual indignación.

Los
cristianos

En general, los cristianos padecen las consecuencias
desmoralizadoras que acompañan a este credo. La falta de
vigor de pensamiento y la sumisión de la razón a
miedos, deseos y afectos, les permite aceptar una teoría
contradictoria en sus términos, y les impide percibir las
consecuencias ilógicas de ella. Son tantas las personas
que creen tan fácilmente en cosas que se contradicen, y
tan pocas las que deducen consecuencias ilógicas de lo que
les es presentado como verdades. Son multitudes las que han
creído y creen firmemente en el omnipotente creador del
infierno, pero al mismo tiempo, en el poseedor más sublime
de la perfecta bondad. Adoran a este dios, no como a un demonio,
pues ese es realmente el ser que han imaginado, sino como al
ideal de la excelencia. Lo malo es que el ideal de una creencia
de esta naturaleza, sea algo de una bajeza tan miserable, que
opone la más obstinada resistencia a todo pensamiento que
trate de darle cierta dignidad.

Los creyentes rechazan todo sistema de ideas, que
proporcione a la mente una concepción clara y una elevada
norma de excelencia, porque entra en conflicto con sus credos
religiosos y con el plan divino que rige el universo. De este
modo la moralidad continúa sometida a la tradición
y sin principios ni sentimientos consistentes, que puedan
guiarla.

John Stuart Mill (1806-1873) Filósofo
empírico y economista británico.

Mi educación.

Aunque la enseñanza directa de la moral sirve de
mucho, lo que el maestro hace y especialmente en mayor medida, y
su propia manera de ser influye mucho más en la
formación del carácter de los alumnos.

En la educación las influencias morales son mucho
más importantes que todas las demás, pero
también las más complicadas y difíciles de
especificar.

Me educaron en un ambiente ajeno a las prácticas
religiosas. Consideré todas las religiones desde el punto
de vista del no creyente. Me familiaricé con el hecho de
que la humanidad ha mantenido una gran variedad de opiniones. Me
enseñaron a mantener mis opiniones en silencio, porque
eran contrarias a las de la mayoría y no era prudente
exponerlas ante los demás. Sin embargo en pocas ocasiones,
debido a mi poca relación con extraños, me vi
obligado a confesar mi incredulidad ante algunos amigos para no
sentirme hipócrita conmigo mismo. Algunos vacilaron ante
mis posiciones y otros intentaron convencerme de sus
credos.

Disentir
públicamente

Muy poco se ha avanzado en lo que atañe a la
libertad de discusión sobre todo en aspectos religiosos. A
pesar de que muchos filósofos han venido dando la batalla
a la tiranía clerical, en defensa de la libertad de
pensamiento. El tono liberal es el debilitamiento del obstinado
prejuicio, que hace que las personas se nieguen a ver lo que
tiene ante sus ojos, porque contradice sus mitos
religiosos.

Las personas de gran inteligencia y espíritu
vico, que se atreven a sostener opiniones impopulares en
materia de religión, o en otros grandes temas del
pensamiento, corren el peligro de perder los medios de
subsistencia, o de ser excluidos de la esfera de trabajo adecuada
a sus facultades. Tienen que ocultar sus ideas y evitar
expresarse con franqueza en estas cuestiones.

Creo que ya es tiempo de que quienes se sientan
intelectualmente preparados, tras una madura reflexión, se
convenzan del deber que tienen de disentir públicamente de
opiniones que además de falsas son perniciosas. Me parece
esa es la obligación de todos aquellos a quienes, por su
categoría y reputación, se les escucha lo que dice.
Con estas declaraciones públicas se pondrá fin, de
una vez por todas, al prejuicio vulgar de que las malas
cualidades intelectuales y morales están asociadas con la
incredulidad. La gran mayoría de la gente sabría
que gran parte de las personas insignes, incluso aquellas que han
disfrutado de estimación popular por su sabiduría y
virtudes, han sido completamente escépticas en materia
religiosa.

Muchas de ellas no lo confiesan por temor, y porque
quienes detentan los poderes de la información sostienen
que, estas declaraciones debilitan la fe de los creyentes, lo
cual hace más daño que beneficio, al animarlos a
romper sus actuales ataduras.

 

 

Autor:

Rafael Bolívar
Grimaldos

Partes: 1, 2
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