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Volar sobre el pantano (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

-Pero…

Una angustia lacerante comenzó a asfixiarme.
Abrí la puerta y me bajé. Sin quererlo, pisé
a la chica que estaba alucinando casi debajo del
automóvil. No se quejó. Caminé con pasos
trémulos hasta los drogadictos. Mi padre me
alcanzó.

-Es peligroso…

Martín levantó la cara y me clavó
la vista como intentando reconocerme.

Las lágrimas de miedo se convirtieron en
lágrimas de ira. Quise golpearlo, matarlo, matarme…
Maldije la hora en que se detuvo para invitarme a salir, la hora
en que, sin conocerlo más que de vista, acepté, la
hora en que…

-Hola… -bisbisó-, necesi… ven…
acércate… necesito…

-Vámonos.

-Espera. Quiere decirme algo.

-¡Vámonos!

Me jaló hacia el coche, hizo a un lado a la
muchacha, me abrió la puerta, subió y
arrancó a toda velocidad.

Durante un buen rato en el camino de regreso a casa no
hablamos. Yo llevaba la vista perdida, los ojos llenos de
lágrimas, un nudo de rabia en la laringe.

-Sé, cómo te sientes, Lisbeth -dijo al
fin-. Pero hay muchos hombres en el mundo. Este sujeto te
engañó… Y, perdóname que lo diga pero,
qué bueno que lo viste ahora, antes de que te
lastimara o te indujera a drogarte también.

No contesté… ¿Cómo decirle que
sentía poco amor y poca atención en mi casa? Que no
importaba que viviéramos entre algodones si nadie se
interesaba realmente en mí, la vida no tenía valor
alguno ¿Cómo decirle que precisamente por tener una
existencia vacía me había entregado a él…
aun sin amarlo ni conocerlo bien…?

-Yo también me siento destrozado por tu tristeza
-comentó-. La semana pasada dijiste que querías
mucho a ese joven.

La semana pasada quise hablar, pero nadie
suspendió lo que estaba haciendo para escucharme de
verdad, así que sólo pude decir eso, que estaba
enamorada de Martín, nuestro vecino de toda la vida. Pero
no era eso lo que quería decir… no era
sólo eso…

Estacionó su automóvil frente a la casa de
mi novio. Se bajó, tocó la puerta. El padre
salió, saludó de mano y se inició entre los
dos progenitores una penosa conversación. Papá
explicó lo que habíamos visto, haciendo grandes
aspavientos. Al rostro de su interlocutor se le fue yendo el
color. La madre apareció en escena; ella
reaccionó visiblemente agresiva.
Insultando, gritando… Agaché la cabeza y cerré
los ojos.

¿Cómo me enredé con él?
Siempre fue un vecino distante. Me caía mal. Cuando era
niña, lo veía desde mi ventana matar pájaros
con su honda y aventar piedras a los autobuses. Apenas cuatro
meses atrás, nos encontramos en el parque del
fraccionamiento. Seguía desagradándome, pero yo me
sentía muy sola y acepté su invitación a
salir… Desde la primera cita le noté algo raro: sus
repentinos cambios de humor, su sadismo, sus ojos rojos. Era a
veces violento y a veces dulce. ¿Qué habría
querido decirme hacía unos minutos?

Papá regresó al coche dejando a la
infortunada pareja discutiendo.

Mi casa estaba a media cuadra de distancia. Llegamos de
inmediato. Los gritos de los vecinos peleando se escuchaban hasta
allí.

Mamá estaba esperándonos. Apenas entramos
quiso consolarme, pero yo me separé y fui a mi
recámara. Casi tropecé con mis dos hermanas que me
miraban como si fuera un espanto.

Dentro de mi cuarto di vueltas. Me tiré en la
cama. Estuve llorando por casi una hora.

De pronto sonó el teléfono.

-Es el padre de Martín -dijo mamá-. Quiere
hablar contigo.

Me quedé helada sin saber qué
hacer.

-Abre, por favor.

-Déjenme en paz.

-No queremos que te encuentres sola en este
momento.

la palabra 'sola' fue directa a mi entendimiento como
daga al corazón… ¿Qué había dicho?
¿Cómo era capaz…?

Entonces abrí la puerta y me enfrenté a la
familia. Mi madre y hermanas estaban en primer plano, mi padre
atrás.

-No debes sentirte tan mal… Sabemos que deseabas
casarte, pero, como ves, no te conviene…

Interrumpí a mis consoladores de forma tajante.
Nunca pensé decírselo así, pero si
querían entender la magnitud de mi desdicha, tenían
que tener a la mano todos los elementos.

-Estoy embarazada de él.

Apenas lo mencioné se hizo un silencio
sepulcral.

-¿Qué dijiste?

-Lo que oyeron. Que estoy embarazada… Pensaba
explicarlo el otro día…

El pasmo fue impresionante. Tardaron en asimilarlo, pero
apenas lo hicieron reaccionaron con furia.

-¿Cómo te atreviste? ¿Qué no
piensas? ¿Eres estúpida?

Me encogí de hombros. Al decirles la noticia, mi
coraje ingente desapareció y comencé a
desmoronarme, a entender precisamente eso: lo estúpida que
había sido.

-¿Lo amas?

-¿Por qué te acostaste con
él?

-¿Te forzó?

Negué con la cabeza todas las preguntas. Hablar
de melancolía, de confusión, de baja autoestima,
hubiera sonado fútil. Y ellos querían argumentos
razonables, razones argumentables…

-Maldición -dijo mi padre empujando a todos y
entrando a mi habitación. Arrancó la lámpara
de lectura y la hizo trizas; bufó, gritó
'¿porqué?' una y otra vez. Se
acercó a mí con grandes pasos como dispuesto a
golpearme, me tomó de los hombros y me reclamó con
un alarido:

-¿Has probado la droga?

-No, no.

Me empujó hacia atrás. Me dejé ir
con el impulso.

Apenas mi cara estuvo a unos centímetros del
suelo entendí que había caído…
Física, intelectual, espiritual, moral, anímica
íntima, psicológica, emocionalmente…

¿Cuánto tiempo tienes de embarazo?
-preguntó mi hermana.

Le contesté haciendo un tres con los dedos de la
mano izquierda…

-¡Eso es, lloriquea! -remató mi padre-. No
te queda otra opción. Has acabado contigo y además
has deshonrado a la familia. Tu aventurilla nos afecta a todos…
A tus hermanas. Eres la mayor, ¿sabes el ejemplo que das?
-las palabras se le atoraron en la garganta, respiró
tratando de controlarse-. ¿Tú crees que es justo?
Yo siempre supuse que llegarías muy alto, no sabes lo
decepcionado que estoy -corrigió-, que estamos
todos de ti…

Lo más terrible de escuchar esa última
frase fue que nadie se movió de su sitio para defenderme,
ni mis hermanas ni mi madre.

Tirada en el suelo, quise levantar la cabeza y
preguntarle a papá dónde había quedado
aquello que me dijo en el automóvil respecto a 'Yo
también me siento destrozado por tu tristeza'.
Quise
reclamarle a mi madre y cuestionar dónde estaba aquello de
no queremos que te encuentres sola en este momento.
¿Es que lo habían dicho sin pensar? ¿O es
que estaban a mi lado dispuestos a consolarme sólo en
caso
de que se tratara de una simple desilusión
personal, pero por supuesto no en el caso de que mí error
afectara su imagen de buenos padres ante los demás, su
estatus de gente 'nice' a la que todo le sale
bien y su maldito apellido de familia virtuosa que no puede darse
el lujo de tener una madre soltera en casa?

El padre de Martín me esperaba al
teléfono. Quise levantarme, pero no pude. Mamá se
puso en cuclillas y apoyó una mano sobre mi espalda; tuve
deseos de quitarla, empujarla, decirle que repudiaba su postura
convenenciera, mas había perdido toda la energía.
Me sentía pequeña, exánime… cual gusano
inmundo.

Mis hermanas trataron de moverme. No lo lograron. Yo era
un bulto pateado, un árbol caído hecho leña,
un ente sin amor propio llorando a mares, sabiéndome
acreedora del peor castigo por no haber pensado bien las cosas,
sintiéndome indigna de estar viva, odiando al bebé
que llevaba en mis entrañas y al mismo tiempo
amándolo al saberlo mi cómplice… Él era el
único amigo desvalido que comprendía mi dolor y
que, sin tener culpa de nada, era el culpable de
todo…

Me sentí madre por primera vez. Una madre
SOLA.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano me puse de pie y fui al
teléfono para contestar al papá de
Martín.

-¿Hola?

-¿Lisbeth?

-Si.

-Encontraron a mi hijo sumamente grave.

-¿Dónde está?

El hombre me dio santo y seña del hospital y
cuando iba a preguntarme algo, como autómata, sin escuchar
más, dejé el receptor en la mesa para encaminarme a
la calle. Ignoraba que al salirme de la casa estaba a punto de
entrar a un terrible pantano de desesperación y
terror.

-¿Adónde vas?

No contesté.

Años después me doy cuenta de que es, ni
más ni menos, la soledad lo que nos atrae al
fango como una melodía diabólica. La
soledad es la orilla del fango en el que inicia la
perdición de cualquier ser humano… Una vez cayendo en
ella, el lodazal comienza a jalarnos hacia cienos de mayor
espesura… Y habría que entenderlo muy bien: la soledad
no significa estar físicamente solo, significa
tener carencia de afecto… Uno puede crear, meditar, planear y
trabajar estando corporalmente aislado y sentirse muy feliz, si
en lo más íntimo del ser se tiene la energía
de saberse amado por alguien… aunque ese alguien no esté
allí… En cambio, otra persona puede hallarse rodeada de
mucha gente y sentirse mortalmente desdichada al saberse
ignorada. La soledad lleva al alcoholismo, a la droga, al
adulterio, al suicidio… Es una arena movediza en la que
caí, aquella noche, irremisiblemente.

2

Ley de
advertencia

Lisbeth se detuvo en su relato.

Su historia no sólo me dolía, sino que me
causaba una gama de sentimientos mezclados. Ira, celos,
nerviosismo.

-Te dije que iba a ser penoso hablar de esto.

-No. Es decir, sí. En realidad estoy
impactado.

Quiso aplastar un díptero que le había
encajado su aguijón dándose una repentina palmada
en el brazo, pero falló.

-¿Entramos a la casa? -preguntó
poniéndose de pie y caminando sin esperar
respuesta.

La seguí. Habíamos encontrado en ese
enorme jardín, a la orilla de la playa, un paraíso
de paz, ideal para jugar e intimar.

Cerré el cancel corredizo de aluminio y me
acerqué a ella.

-Continúa, por favor.

-Pero antes explícame: ¿Qué traes
entre manos?

-Sólo quiero conocer cómo superaste tu
problema de embarazo no deseado.

-¿Por qué ahora? Es algo que acordamos no
volver a mencionar.

Tenía razón y yo no podía ocultarle
mucho tiempo la verdad.

-Acabo de recibir una carta de mi hermana.

-¿Alma?

Asentí…

Pero nosotros nos acabamos de mudar aquí.
¿Cómo te localizó?

-Escribió a la empresa en la Capital. De
ahí me envían la correspondencia. Esta carta me ha
exigido reflexiones que no puedo hacer solo, por eso te
pedí que hablaras de eso

-Zahid, me asusta tu actitud. ¿Qué te
pasa? ¿Tiene algo que ver ella conmigo?

-En cierta forma. Lo que acabas de platicarme, por
ejemplo, me ayuda para entenderla mejor. La carencia de
afecto, la soledad que mata, el fango cenagoso que asfixia.

Alma siempre fue el personaje testigo de las peores tragedias,
nadie la tomaba en cuenta, nadie le preguntaba su opinión;
si había algo serio que conversar, le ordenaban retirarse,
fue subestimada por todos, tratada como un estorbo. En su rostro
era posible detectar, a veces, una gran ternura, una gran, gran
necesidad de amor… ¿Sabes? El haber recibido esta carta
precisamente ahora es un desastre para mí.

Me senté a su lado y abrí el sobre muy
despacio.

-Te la voy leer. Escúchala y dime si puedes ver
entre líneas algo que tal vez yo, como hombre, no he
captado.

-De acuerdo.

Desdoblé el papel azul y el mensaje de mi hermana
se presentó ante mis ojos con su letra manuscrita. Alma
tenía una caligrafía de rasgos finos y
simétricos, pero en esta ocasión los trazos se
veían temblorosos y en algunas líneas excesivamente
suaves.

Comencé a leer sin poder evitar una
sensación de pesadumbre.

Zahid:

Todos tenemos diferente umbral de dolor. Algunas
personas con una simple infección estomacal se dan cuenta
de que deben cambiar sus hábitos alimenticios, hacer
ejercicio y procurar una vida más sana, un pequeño
estímulo les es suficiente a ellos para llevarlos a la
reflexión y al cambio
Otros, en contraste,
hacen caso omiso a las advertencias suaves y requieren hallarse
moribundos con una cirrosis aguda o con una angina de pecho para
decir: "caray, ahora sí tengo que cuidarme… "Es
cuestión de cómo se es
de cómo
se reacciona

Creo que tú eres de los que se mueven con un
pequeño estímulo; de los que no esperan
advertencias mayores. Yo, en cambio, soy de las que siempre
suponen que las cosas mejorarán por sí
solas
Ahora es demasiado tarde

Interrumpí la lectura. La sangre se me
había detenido en la cabeza. Era la tercera vez que
leía las líneas y nuevamente comprobaba que algo
malo le ocurría a Alma.

-Continúa, Zahid, ¿qué más
dice?

Necesito verte. No puedo pensar en nadie más.
El conocimiento de lo que hiciste por mí me ha mantenido
viva los últimos meses, pero te confieso que en mis
periodos de ofuscación el recuerdo se torna borroso y
grotesco
Saber que tuviste el valor y el
cariño para defenderme y que fuiste capaz de dar esa mitad
de tu vista por mí me ha proporcionado la energía
de saber que fui amada alguna vez. Sé que todas las
mañanas al verte al espejo me recuerdas y yo,
perdóname, me siento un poco mejor por
eso

Guardé silencio. Lisbeth ya no insistió en
que siguiera. Había captado la gravedad del asunto…
Después de unos segundos continué leyendo con
volumen más bajo.

Tal vez no puedas ayudarme. Sé que
darías tu vista completa por mí, si fuera
necesario, pero no quiero ser una carga más. Ojalá
que vengas
Aquí el tiempo transcurre muy
lentamente. Podemos platicar como cuando estábamos en
aquella habitación, tú en la cama después de
haber perdido tu ojo izquierdo. Sólo que ahora soy yo la
que estoy en cama y he perdido, igual que tú, algo
irrecuperable. ¿Sabes? Hubiera querido no ser mujer, no
ser tan débil, no haberme encerrado en mi angustia, no
haber nacido

Perdóname si te causo alguna
preocupación innecesaria, pero tarde o temprano
tenía que hablar. Tu dolor fue conocido por todos y eso te
ayudó a curarte, el mío en cambio fue secreto y me
ha ido matando lentamente con los años… Como ves, a
veces todavía pienso con lucidez, pero sólo a
veces

Zahid. Si no puedes venir a verme, por favor, no le
digas a nadie dónde estoy'.

Te quiere,

Alma

Hubo un silencio denso, gélido en la
habitación.

-El sobre no tiene remitente -comenté
desconcertado-; al reverso únicamente están
escritas tres palabras: "Hospital San Juan"

Jugueteé con el pliego sin decir más.
Había llegado a la conclusión de que sólo
podía tratarse de un sanatorio de traumatología,
pues ella decía haber perdido, como yo, algo
irrecuperable
… O, tal vez… uno de
psiquiatría…

-¿Perdiste el ojo por defender a tu
hermana?

Me puse de pie y caminé por la sala. Seguramente
el origen de mis pesadillas era precisamente el haber mantenido
muchas cosas en secreto.

-Alma estuvo acompañándome día y
noche junto a mi cama en aquella ocasión -comencé
deshilvanado, tratando de evadir la pregunta-, se sentía
culpable… También admirada y agradecida. Su
autovaloración estaba por los suelos -la tétrica
pesadumbre me invadió-. No sabes cómo me
dolió cuando supe que se fue con aquel
hombre…

Un pelícano cayó repentinamente en la
terraza y nos observó moviendo su enorme y deforme pico
detrás del cristal. Dejarnos de hablar observando a
nuestra vez al confundido forastero.

-En la carta, Alma dice que tu dolor fue conocido por
todos y que el de ella en cambio era secreto, ¿a
qué se refiere?

-Lo desconozco. Era muy introvertido. Yo quise ayudarla
muchas veces. Cuando me fui becado a la Universidad, le
escribía cada mes, le envié decenas de libros de
superación e invitaciones a cursos. Realmente me
preocupaba por ella, pero jamás descifré el enigma
de su aislamiento. Nuestra juventud fue dura. Las heridas de un
hogar en el que el padre es alcohólico y la madre
neurótica son muy profundas.

-¿Sabes? -me dijo con seriedad-, efectivamente he
detectado algo muy grave en su carta…

-¿Qué?

El pelícano aleteó con torpeza y
emprendió el vuelo nuevamente rumbo a la playa.

-Necesita ayuda urgente.

Miré el reloj. Eran las seis y cuarto. A las
siete despegaba el último vuelo directo a la
Capital.

Corrí a buscar el libro telefónico.
Protesté en voz alta por no hallar más que el
pequeño directorio local. Teníamos viviendo en esa
ciudad de la costa apenas dos meses y aún no me
acostumbraba a la lejanía.

Marqué por larga distancia directa el
número de mis padres. Mamá
descolgó.

-Hola, soy Zahid, ¿cómo
están?

-Bien, hijo, qué gusto oírte.

-Gracias, disculpa la prisa, pero, ¿sabes el
domicilio de mi hermana Alma?

Mi madre enmudeció unos instantes.

-Lo ignoro -replicó al fin-, desde que
decidió "juntarse" con aquel hombre, cambió mucho.
Hace un año que no la vemos. Me dijeron que se
había separado del fulano, pero ignoro dónde puede
haber ido. La hemos buscado, pero se esconde. ¿Tienes
noticias de ella?

Dudé por un momento… Yo también le
había perdido la pista

Recordé que mi hermana me pedía en su
mensaje 'si no puedes venir, por favor, no le digas a nadie
dónde estoy'.
Eso evidentemente incluía a mis
padres… Pero, ¿dónde estaba? ¿Por
qué no envió algún dato para que me
comunicara? ¿O es que suponía que el hospital San
Juan era mundialmente conocido?

-Dime una cosa, mamá -pregunté-:
¿Alma se llevó consigo todos los libros y casetes
de superación que le he enviado?

-No. Aquí están en un armario si los
necesitas. Creo que ni siquiera los leyó. Ella es muy
extraña…

Era verdad, pero yo amaba a mi hermana así
como era.
Quizá porque, en efecto, le había
dado algo muy valioso de mí.

-Bueno. Tengo que irme. Nos mantendremos en contacto.
Cuídate.

Apenas corté, marqué a la
operadora.

La telefonista tardó tres minutos en contestar;
me parecieron tres horas. Cuando le supliqué que me diera
información respecto al hospital San Juan de la Capital,
se demoró otros tres minutos más. La maldije una y
otra vez entre dientes. Finalmente me dictó un domicilio
escueto, dos números telefónicos y
cortó.

Lísbeth me observaba de pie con mirada
ansiosa.

-Tengo la dirección -increpé-, por favor,
trata de comunicarte, a ver si saben algo de mi hermana
allí. Voy a cambiarme.

Mi cabeza estaba hecha un torbellino.

La siguiente semana presidiría la
inauguración de mi empresa más grande; las oficinas
generales se habían construido en esa ciudad de la costa,
a la que habíamos decidido mudarnos para radicar. Si Alma
tenía problemas, tal vez no me daría tiempo de
volver para la ceremonia inaugural. No quise pensar en ello, por
lo pronto debía llevar conmigo cartera, tarjetas de
crédito, teléfono celular, una bolsa con los
objetos de aseo personal… El viaje era largo, pero si
salía esa misma tarde quizá todo podría
arreglarse en tres o cuatro días y tendría
posibilidad de regresar a tiempo.

Torné a la estancia y escuché a Lisbeth
discutir por la línea con alguien.

-¿Qué ocurre? -pregunté.

-No me quieren dar información
telefónica,

-¿Pero saben de mi hermana?

-Dicen que sí.

Le arrebaté la bocina e increpé con
vehemencia:

-Vamos para allá, pero resuélvame una duda
antes que nada. ¿Qué tipo de hospital es
ahí?

Cuando la voz escueta y mordaz contestó mi
pregunta, me quedé helado por la confirmación de
algo que no quería oír.

-Zahid, acabo de descubrir algo que tampoco te va a
gustar.

Me volví hacia Lisbeth azorado.

-Tu hermana escribió esta carta hace un
mes
… Ella no le puso fecha, pero el matasellos lo dice.
Seguramente en la empresa se tardaron en traértela hasta
acá esperando que se acumulara más
correspondencia.

-Voy a la Capital.

-¿Vienes conmigo?

-Por supuesto.

-Pero no hay tiempo para preparar equipaje. El vuelo
despega en unos minutos.

-Estoy lista.

Salimos de la casa sin apagar las luces.

En el camino al aeropuerto conduje el automóvil
con la vista extraviada en los recuerdos.

Años atrás, cuando perdí el ojo, le
compartí a Alma la lección que había
entendido:

Estamos llamados a la perfección. Es la ley de
advertencia.

NADA OCURRE DE REPENTE.

Quien pierde su familia, quien se divorcia, quien va a
la cárcel, quien se queda solo y sin afectos no puede
decir 'de pronto me ocurrió esto'. Siempre
tenemos advertencias graduales hasta que llegamos al umbral de
dolor. Hay personas que reaccionan con la simple voz de su
conciencia o la lectura de un libro y hay otras que hacen
oídos sordos a todo y sólo cuando están
hundidos se dan cuenta de que es momento de hacer algo.
Después de sufrir el terrible accidente ocular tomé
una decisión tajante de transformación. Se la
compartí a mí hermana llorando. Ahora me
devolvía los conceptos que le dije, en una
enigmática carta…

Cuando llegamos al aeropuerto, la señorita del
mostrador nos anunció lacónicamente que el vuelo se
había cerrado hacía mucho tiempo. Le dije que era
una emergencia, le grité, casi me subí a la barra
con ganas de asirla de los cabellos y hacerla entender que no
estaba preguntándole si estábamos a tiempo o
no.

-Usted no ha comprendido -me dijo.

-¡Es usted la que no ha comprendido! Detenga el
maldito avión.

-Señor, discúlpeme. El vuelo salió
a las seis treinta… Son las siete de la noche.

-¿Cambiaron los horarios?

-Hace más de dos meses.

Me desmoroné… hacía más de seis
que no tomaba un vuelo comercial.

-¿Por qué no tratas de localizar al piloto
de la empresa? -me preguntó Lisbeth.

-No está. Tampoco el avión. Fue a recoger
a los invitados especiales para la
inauguración.

-Podemos tomar un taxi aéreo…

-Claro.

Corrimos al pequeño edificio de aviación
privada que se hallaba a kilómetro y medio de
ahí.

De guardia, había un piloto extremadamente joven
y mal vestido que podía llevarnos en una avioneta de siete
plazas con cabina presurizada. Hice cuentas. Si el jet tardaba
tres horas y media, en ese artefacto nos llevaría casi
seis. Estaríamos arribando a la una de la mañana.
¿Nos permitirían entrar a esa hora al
hospital?

La otra opción era calmarnos, volver al
departamento y tomar en la mañana el vuelo de las diez. En
mi cabeza martilló un párrafo específico de
la carta que me hizo tomar la decisión:

Creo que tú eres de los que se mueven con un
pequeño estímulo; de los que no esperan
advertencias mayores. Yo, en cambio, soy de las que siempre cree
que las cosas mejorarán por sí solas

Ahora es demasiado tarde

-Nos vamos.

En lo que prepararon el aeroplano me tranquilicé.
Había puesto manos a la obra. Era lo importante. No
tenía más qué hacer por el
momento.

-Va a ser un vuelo largo -le dije a Lisbeth.

-Podemos aprovechar para dormir. Llegaremos en la
madrugada y… -se detuvo-. Perdona. Si no quieres dormir
conversaremos. Tal vez tus pesadillas se acaben cuando veas a
Alma.

Asentí.

Después de un rato caminamos detrás de un
piloto que no parecía piloto para subirnos a un
avión que no parecía avión. Al pisar la
carlinga, vi mi rostro reflejado en el cristal. El defecto visual
era más notorio con esa luz amarillenta. Alma
suponía que yo me lamentaba cada mañana por mi
mutilación, pero el ser humano se acostumbra a todo,
además en esta época, las prótesis pueden
hacer maravillas.

Nos acomodamos en la reducida cabina. Tomé la
mano de Lisbeth y le dije poco antes de despegar:

-Un día hicimos el pacto de no escarbar en
nuestras heridas más profundas, de no irrumpir en los
recuerdos dolorosos para evitar revivirlos, pero hoy el velo ha
comenzado a descorrerse y…

-Iba a ocurrir tarde o temprano. Yo te lo
dije.

-¿Terminarás de contarme cómo
superaste el problema de Martín y cómo saliste
adelante con un embarazo no deseado a los diecisiete
años?

-De acuerdo, pero tú también me
contarás la verdad de cómo perdiste ese ojo. No
superficialmente, no de forma arreglada… Abrirás ese
cofre cerrado de tristezas frente a mí.

Era un pacto justo. Aunque todavía me mortificaba
la idea. Me vio dudar.

-Quizá al platicarme -insistió-, puedas
concretar algunos puntos que te sirvan para el discurso inaugural
de la empresa. Nadie gana por casualidad, Zahid. Cada hombre
exitoso posee una filosofía de vida que lo lleva a tomar
decisiones correctas en los momentos precisos… En resumen eso
es lo que necesitas decirle a tu gente.

-Tomar decisiones correctas en los momentos precisos
repetí la frase que efectivamente podía
sintetizar la esencia del éxito– Es como señalar la
punta de una montaña y decir: "Amigos, para llegar a
la cima sólo lleguen ahí… "

-Bien. Lo esencial es el cómo lograrlo. Al
recordar con cuidado tu propia trayectoria, verás que todo
sale a flote.

Guardamos silencio mientras el artefacto despegaba. Pero
en mi mente discernía, con cierta pena, cómo las
madres solteras suelen ser maltratadas desde el momento de su
embarazo. No hay nada más injusto, me dije. La gente
ignora lo madura, lo dulce, lo grande que puede ser una mujer
así.

-No me arrepiento de haberme casado contigo. Estoy
orgulloso de ser tu pareja para toda la vida.

Entonces apoyó su cabeza en mi hombro.
Teníamos cuatro meses de habernos unido en matrimonio.
Esta vez, la luna de miel, en la que aún nos
encontrábamos, estaba a punto de convertirse en tierra de
amargura.

3

Corrupción
gradual

Comencé a hablar retornando los aspectos
más importantes del pasado, aunque de muchos de ellos tal
vez Lisbeth ya tenía conocimiento.

Recliné el asiento de la avioneta y cerré
los ojos para recordar mejor lo que estaba diciendo.

A los dieciocho años de edad formaba parte del
equipo colegial de futbol. Pasaba horas en el campo, me gustaba
entrenar y anhelaba llegar a ser un jugador profesional. Sin
embargo, nuestro grupo era malo y resultaba difícil tratar
de superarse rodeado de tanta apatía. La mayoría de
los compañeros eran jóvenes amañados que se
habían matriculado en el deporte con la única
finalidad de evadir el estudio. No participaban en los
entrenamientos con disciplina y eran a tal grado hostigosos que
sus violentas provocaciones y bravatas hicieron renunciar al
entrenador. La dirección de la escuela tomó cartas
en el asunto y contrató a un hombre maduro excesivamente
riguroso para encarrilar al equipo. De los diecinueve integrantes
desertaron doce.

Un día Joel -mi mejor amigo- y yo
caminábamos hacia el campo cuando fuimos interceptados por
el grupo de renegados. Nos preguntaron altaneramente
adónde íbamos. Ni mi amigo ni yo
contestamos.

-Quedan siete afeminados en ese equipo -sentenció
el líder arrojando su lata de cerveza frente a mí-,
¿por qué están con ellos? ¿Les gusta
lo que hacen en las regaderas después de
entrenar?

Yo era sumamente irritable, sin embargo, no me
atreví a retar a los agresores. Joel fue quien
contestó:

-Déjenos en paz. Nosotros sabemos lo que
queremos. Ustedes no.

Los ofensores soltaron una carcajada y levantaron a mi
amigo en vilo. Al ver que peligraba nuestra integridad,
grité con fuerza:

-¡No tienen derecho a meterse con nosotros,
estamos tratando de superarnos!

Mi inocente increpación provocó las burlas
más enconadas de la pandilla. La letanía de
pitorreos y palabras soeces cayó sobre nosotros como una
lluvia cerrada. Joel logró liberarse de la opresión
y ambos escapamos corriendo.

Llegamos con el entrenador y le platicamos lo que
había ocurrido. Hasta cierto punto nos sentíamos
orgullosos de haber resistido la confrontación, pero el
viejo ignoró nuestra hazaña, no nos dio ni una
palmada en la espalda ni una frase de aceptación o apoyo.
Sólo nos castigó con ejercicios extra por haber
llegado tarde.

Me sentí triste y herido. Los adultos no se dan
cuenta de cómo pueden afectar la autoestima de los
jóvenes. Parecerá una nimiedad, pero lo cierto es
que recibir afecto era prioritario para mí en esos
momentos. Al llegar a casa le conté a mi madre cómo
habíamos resistido a la pandilla de rufianes y ella
también me cambió el tema. No me escuchó. No
le interesó. Entonces la pequeña herida de mi alma
comenzó a infectarse.

Vivíamos en un viejo edificio de tres pisos. La
planta baja se usaba para un negocio de renta de películas
que era propiedad de mi tío Roníspero (al que
decíamos por comodidad y misericordia simplemente Ro), en
el segundo nivel residíamos nosotros y en el tercero
habitaba la abuela inválida y nuestro tío viudo. Ro
siempre fue un apoyo para la familia, sobre todo cuando mi padre
se convirtió en alcohólico.

De ser un hombre de negocios firme, papá se fue
haciendo voluble, jactancioso, burlón; lastimaba con la
boca y a veces con las manos, se metía en problemas y
proclamaba que los demás tenían la culpa de todo lo
malo que pasaba. Llegando a casa se servía un trago,
ponía el tocadiscos y, con la excusa de estar escuchando
música, antes de darse cuenta se había bebido media
botella de whisky.

Sin que nos pusiéramos de acuerdo, llegamos a
formar un equipo para protegerlo de sus malos actos. Cuando no se
podía levantar al día siguiente, mamá
hablaba a su trabajo y lo excusaba inventando alguna
justificación, el tío Ro hacía las compras y
los pendientes más importantes, yo faltaba a la escuela y
en ocasiones llevaba cotizaciones a sus clientes. Si vomitaba
sobre su ropa, lo arrastrábamos a su cuarto y lo
cambiábamos. Era asqueroso y deprimente hacer eso. A veces
mamá sufría de episodios depresivos y se encerraba
por horas; entonces Alma se encargaba de las labores y
hacía la comida. Mi hermanita creía en lo
más hondo de su ser que si todos cooperábamos,
papá dejaría de ser el tirano voluble que
era.

Y es que vivir a su lado era un juego de azar. Nunca se
sabía cuándo sería ridículamente
permisivo y cuándo un tirano soez. Si en la sobriedad era
difícil prever sus reacciones, en la ebriedad era
imposible. Un día, porque reprobé un examen de
matemáticas en la secundaria, me dio una paliza
infrahumana con el cinturón. Mi madre comenzó a
volverse loca; gritaba por todo y siempre tenía los
nervios de punta.

Alma y yo aprendimos que no había más
límites en la vida que el humor de nuestros padres. La
única isla de paz era el departamento de arriba donde los
consejos del tío Ro y las oraciones de la abuela nos
devolvían parte de la confianza en el género
humano. Las viviendas estaban comunicadas interiormente por una
escalera de caracol, más de una vez bajé de visitar
al buen Ro y encontré llorando a mamá, sin
atreverse a llamarme para que la ayudara a limpiar las
deyecciones y a mover a mi padre de lugar. Yo ignoraba que,
así como él no podía dejar la botella por
una compulsión viciosa, mi madre tampoco podía
dejarlo a él por las mismas razones.

Actualmente se sabe que nueve de cada diez hombres
abandonan a su esposa alcohólica mientras que nueve de
cada diez mujeres se quedan junto a su esposo alcohólico.
Esto no es por fidelidad. El alcoholismo en el hombre es un mal
que se contagia a la mujer en otras formas de vicio (cuando, ella
no se vuelve alcohólica también), se vuelve
nerviosa, excitable, apagada y terriblemente dependiente de esa
relación tornadiza entre temerosa y maternal. Eso le
pasó a mi madre.

Muchos años después, comprendo que los
seres humanos tenemos OCHO diferentes zonas de atención, y
que así como mi padre estaba atrapado por un
vicio en la ZONA CORPORAL y mi madre estaba atrapada por
una obsesión psicológica en la ZONA EMOCIONAL, yo
estaba también atrapado en la ZONA APROBATORIA.
Necesitaba imperiosamente ser aprobado, querido, amado. Los
individuos que se sienten más apreciados son quienes
rinden más quienes tienen mayor energía para
vivir.,

Uno de los cánceres de la sociedad es la idea
generalizada de que no se requiere demostrar a otros
nuestro aprecio. Ignoramos que la aprobación da
energía de autoestima y que una persona sin
energía no es capaz de hacer nada bueno. El que tiene
autoestima tiene dignidad, carácter puede enfrentar
cualquier reto y se mantiene firme ante la adversidad.

Yo no tenía nada de eso.

Envuelto en la escaramuza de una familia estéril,
dejé de entrenar fútbol y renuncié a mis
anhelos. Tuve una crisis emocional muy fuerte, deseaba buscar la
aceptación perdida. No me gustaba sacar la cabeza para ser
apedreado. Me volví servicial y condescendiente con los
compañeros que me habían atacado, dejé el
equipo y me uní a la pandilla. Comencé a vestirme y
a peinar a la más extravagante moda. Hoy sé que ese
cambio de actitud fue uno de los más graves errores de mi
vida.

La fraternidad que hallé en los ex futbolistas
fue reconfortante. La percibí por primera vez cuando los
acompañé a un concierto de "rock".

Debo confesar que aún antes de entrar al
auditorio me sentía nervioso, como si estuviese a punto de
cruzar una frontera hacia un país inexplorado. En cierto
modo así fue.

El lugar estaba atestado de jóvenes que
parecían haberse puesto de acuerdo para disfrazarse de
estantiguas. El vestuario predominante era de color negro,
chamarras, guantes y amuletos. Los asistentes ostentaban postizos
llamativos, molleras con cortes de pelo perimétricos,
rapados de medio cráneo, pelos izados como palmeras
tropicales, pintados con tintes psicodélicos, maquillajes
fosforescentes, labios jaspeados de morado, aretes en orejas de
hombres y botas masculinas en pies de mujeres. El humo denso
producido por más de mil cigarrillos encendidos daba al
lugar un aspecto nebuloso y tétrico.

Repentinamente hubo una explosión, fuego en el
escenario, ruido estridente y el concierto comenzó. En un
alarido colectivo, todos los presentes se pusieron de pie sobre
los asientos del teatro y comenzaron, a gritar y a aplaudir. La
música de las guitarras eléctricas y
baterías amplificada de forma horrísono
inundó el lugar. El volumen era tan alto que las
vibraciones hacían temblar las paredes. Los espectadores
danzaban y gritaban sobre las sillas. Mis compañeros lo
hacían también. Por un rato, sólo me
dediqué a mirar alrededor con ojos muy abiertos, pero
conforme la efervescencia fue subiendo de vigor y los asistentes
brincaban, ya no sobre el asiento de las butacas, sino sobre las
coderas, comencé a participar. Era tal cantidad de gente
encaramada, meciéndose y gritando, que la tendencia
natural nos llevaba a subir lo más alto posible, tanto
para alcanzar a ver el escenario, cuanto para no quedarnos fuera
de la algarabía.

Vi cómo varios circunstantes se encumbraban sobre
los respaldos haciendo difíciles contorsiones para
sostener el equilibrio, antes de que la butaca se venciera
partiéndose en dos, provocando la caída a medias
del mozalbete; digo a medias, porque éramos tantos y
estábamos tan apretados, que era fácil pescar en el
aire a los que perdían el equilibrio y ayudarlos a
reincorporarse. Pude ver incluso cómo, de mano en mano,
sobre las cabezas, era transportada una muchacha hasta el
escenario, cómo besaba al vocalista y cómo se
lanzaba de regreso en un clavado sui géneris a las manos
del público que gustoso la devolvía, a la misma
usanza, hasta su lugar.

En algunos instantes, las luces del teatro se apagaban
por completo y los cantos exactos de la multitud llenaban el
espacio negro. La peculiar atmósfera que había sido
para mi motivo de extrañeza y temor se fue convirtiendo
poco a poco en un territorio grato, hallé ritmo en las
estridencias y la ola de calor humano me envolvió
paulatinamente en su ambiente de libertad. Era interesante
observar que todos bailaban, cantaban y se sacudían en
forma extraña, pero nadie estaba pendiente de lo que
hacía el de al lado, nadie agredía ni faltaba el
respeto al vecino. Si querías, podías cerrar los
ojos, mecerte como orate, tirarte al suelo, hacer gimnasia o
desvestirte… A nadie le importaba tu forma de disfrutar. Era
como si el más rebelde niño de cada persona hubiese
cobrado vida para desahogar sus energías, rompiendo todas
las reglas. La desenvoltura general me contagió;
bailé y canté con ellos y me sentí alegre
por primera vez en muchos años. Después de ese
evento, los miembros de la pandilla me aceptaron mejor y yo los
aprecié más. Comencé a participar
activamente en sus reuniones y a asistir a todos los conciertos a
los que iban.

Me di cuenta de que al cambiar de amistades cambia la
forma de ver la vida. Si antes tenías pensado que destacar
era lo más importante, estando con ese tipo de camaradas
ya no te parecía tanto. Si antaño consideraste la
francachela costumbre de irresponsables, ahora lo disfrutabas.
Los nuevos hábitos son fáciles de adquirir si se
camina hacia abajo.

Al principio, me sentía feliz con ellos,
pero al principio sólo había percibido lo
superficial. El placer de alocarse una y otra noche va
necesariamente ligado a un irresponsable deseo de vivir siempre
así, sin reglas, en falsa paz, haciendo cuanto viene en
gana. El ambiente relajado y liberal de las reuniones se
prolongaba a todos los ámbitos.

Cada fin de semana organizábamos fiestas a las
que invitábamos a amigas de la escuela. La abundancia de
alcohol invariablemente nos llevaba al sexo con nuestras
compañeras. No fue sino hasta el cuarto mes cuando me di
cuenta de que, en todos los conciertos y en algunas fiestas,
circulaba marihuana y otros tipos de drogas. La libertad
pacífica que percibí en el primer evento se fue
terminando poco a poco. Mi pandilla exigía pagar el precio
de pertenecer a ella. Probé la 'hierba' y participé
en los actos de vandalismo más desvergonzados.

Fue un proceso de corrupción gradual y casi
imperceptible. Hurtábamos botellas de vino,
robábamos coches, asaltábamos gente. Hicimos, en
una vieja bodega llena de ratas y ciempiés, el escondite
donde guardábamos los objetos delatores.
Visitábamos bares de bailarinas nudistas y en una
ocasión, excitados por el reciente espectáculo que
habíamos visto, fui testigo de cómo nuestro
líder abusó de una jovencita, mientras los
demás lo protegíamos.

Dejé de visitar a Ro y a la abuela, pues los
consideraba demasiado nobles para inmiscuirlos aún
más en el deterioro de la familia vecina.

Cierto día me encontré con una sorpresa
enorme: mi amigo Joel se acercó deseoso de pertenecer
también al clan. Al verlo allí no lo pude creer.
Sentí tristeza por él. En el equipo de futbol yo
creía que Joel llegaría muy lejos; uniéndose
a nosotros estaba perdiendo la opción de triunfar. Pero lo
comprendía. A nadie le gusta estar solo y mucho menos ser
el blanco de todas las críticas incisivas. Yo me
libré de los ataques mordaces uniéndome a los
envidiosos. A todas luces Joel estaba intentando hacer lo
mismo.

Se le explicó que, como era natural, para
adquirir la credencial imaginaria se tenía que pasar
cierta prueba.

-¿Una novatada? -preguntó
fastidiado.

-No exactamente. En realidad se trata de dirigir un acto
en el que demuestres tu valor.

Joel se notaba preocupado, pero no preguntó nada
y se puso de pie para ir al frente cuando todos salimos a la
calle.

En diversas ocasiones, empujando la bandera de
"estudiantes" habíamos secuestrado autobuses para usarlos
como transporte privado y asaltar pequeñas tiendas de
autoservicio. Nos resultó simple pensar que siempre
saldríamos invictos e ilesos. Esa noche no fue
así.

En tropel, como era nuestra costumbre, los doce
compañeros del grupo detuvimos un camión, nos
subimos a él gritando a grandes voces, haciendo revuelo,
intimidando a los pasajeros con fuertes palmadas y
diciéndoles, en forma soez, que si no se bajaban de
inmediato lo lamentarían. La gente asustada se puso de pie
abrazando sus pertenencias y protegiendo a los niños para
descender apresuradamente por la puerta trasera. El chofer,
resignado, preguntó adónde íbamos y nosotros
le indicamos que a la zona-comercial. Nos llevó de
inmediato y antes de abandonar el vehículo lo privamos de
todo el dinero que había ganado en pasajes ese día.
Normalmente, los cocheros despojados preferían simplemente
esfumarse en preservación de su seguridad, pues era bien
sabido lo difícil que resultaba echarle el guante a las
pandillas de estudiantes y lo fácil que era verlos
regresar por el mismo camino a golpear a quien quisiese llamar la
atención, pero en esta ocasión el chofer no
salió huyendo como le correspondía en el libreto.
Ocultó el autobús en el recodo de la calle y se
bajó para organizar una emboscada. Mientras nosotros
entrábamos a la tienda elegida, él detenía
una patrulla y ésta pedía refuerzos.

Nuestros movimientos solían ser tan veloces que
nunca habían logrado aprehender a uno solo de nosotros.
Tardábamos un promedio de cincuenta segundos en cerrar la
puerta del local, amarrar al cajero, amenazar a los clientes,
tirar anaqueles para crear confusión, extraer el efectivo
y salir corriendo en diferentes direcciones.

Esta vez no hubo lugar a ello.

-¡Viene la policía! -nos advirtió el
vigía, cuando apenas habíamos comenzado la
maniobra.

-¡Maldición! -masculló nuestro
líder-, ¡Joel, toma el dinero de la caja y
vámonos!

El novato estaba temblando de miedo. Se acercó al
cajero y éste, al verlo titubear, le dio un golpe en el
vientre que lo dobló. Todo ocurrió muy
rápido. Cuando estaba a punto de iniciarse la pelea
colectiva, nuestro líder empuñó una pistola
que había traído oculta y dio un par de disparos
hacia el techo.

Sudando se acercó al encargado y le puso el arma
en la sien.

-¿Te crees muy listo, infeliz?

Un sobrecogimiento general producido por el temor de que
apretara el gatillo y matara al hombre hizo el silencio
estático entre clientes y estudiantes. Llegó la
primera patrulla ululando su sirena. El líder tomó
el dinero que había a la vista y saltó como venado
a la salida. Los que pudieron seguirlo, lo hicieron, yo me
adelanté ágilmente seguro de estar en condiciones
de salvar mi pellejo, pero un impulso absurdo e impensado me hizo
detenerme y regresar para ayudar a Joel. No era justo que a
él, quien sólo estaba incursionando en esos
terrenos por curioso, lo detuvieran y le inculparan actos que no
había cometido. Lo levanté y lo jalé para
que corriera conmigo. Fue demasiado tarde. Afuera, la
policía había logrado detener a varios
compañeros. Los tenían encañonados y en
proceso de obligarlos a tirarse al piso. Busqué alguna
otra opción de escape. Caminé por el lugar como una
fiera salvaje recién capturada, pero apenas había
pensado en romper una ventana trasera, entró un guardia
con arma en mano y nos detuvo.

No opusimos resistencia.

Fuimos llevados al Ministerio Público y
encerrados en pestilentes separos. No sé cómo les
fue a mis amigos, pero en lo que a mí se refiere, a la
media hora, entraron dos policías judiciales a
interrogarme.

Sólo somos estudiantes -insistí al ver que
trataban de relacionarnos con otros delitos de la
ciudad.

-¿No te da vergüenza, animal? -me
preguntó uno de ellos al momento en que me daba una fuerte
bofetada-. ¿Ser un delincuente e insistir en mostrar tu
credencial? Ustedes no son estudiantes. Son basura humana. Ni
siquiera tienen el valor de enfrentar la responsabilidad de sus
actos y se esconden en el slogan de alumnos -me volvió a
cachetear-. Manchan el nombre y la imagen de los verdaderos
estudiantes. Si por mí fuera, los refundía en la
cárcel para toda la vida y les metía su credencial
por el…

-Escaparon cuatro -interrumpió el otro más
sereno-, llevándose el dinero de la tienda. Si vas con
ellos a la escuela, los conoces bien. ¿Dónde
están?

Negué con la cabeza.

-¿Acaso no se sientan a tu lado en la primera
fila de la clase de ética?

Ambos se rieron y, al verme indispuesto a hablar, me
dieron sendos golpes en el cuerpo que estuvieron a punto de
hacerme desfallecer…

-Y no te parto la cara a puñetazos porque los
padres de cretinos perdedores, cerdos, vagos, como ustedes,
suelen levantar actas en contra de la policía cuando les
maltratamos a sus chulos maricones -revisó el expediente
que traía en la mano-. Pero lo haré algún
día. Dentro de una semana cumplirás dieciocho
años. Estarás aquí de nuevo y te prometo que
cuando salgas no te reconocerá nadie.

Cuando los policías se fueron, sentí un
gran coraje, no contra ellos sino contra mí. Era cierto
cuanto me habían dicho y por primera vez discerní
que unirme a los canallas que desertaron del equipo de futbol fue
el acto más cobarde de mi corta existencia.

Vislumbré que para lograr algo, cualquier -cosa
que valga la pena, es necesario cruzar por un pasillo de burlas y
difamaciones, entendí que si hubiese resistido el embate
de los mediocres, tal vez no tendría más que uno o
dos amigos, pero mi espíritu estaría surcando
cielos muy distintos… Me maldije, maldije mi falta de
carácter, mi pusilanimidad, mi estúpido deseo de
ser aceptado por quienes era preferible ser odiado…

Las autoridades me instaron a realizar una llamada
telefónica, pero yo no quise hacerla pues me sentía
indigno, de causar más problemas en mi casa. Si precisaba
purgar una condena de varias semanas lo haría.

¡Imbécil, necio, zopenco!, me
repetía una y otra vez mientras me daba de topes en la
pared.

4

Asociados

Joel sí telefoneó a su padre desde la
delegación de policía. El hombre se presentó
en la jefatura casi de inmediato e hizo los engorrosos
trámites para obtener la libertad de su hijo. Cuando esto
ocurrió, mi amigo tuvo conmigo un gesto que le
agradecí toda la vida. Tal vez recordando que yo estaba
allí por haberme regresado a ayudarlo o quizá por
respeto a las buenas épocas en las que fuimos socios en el
proyecto de hacer un gran equipo de futbol, le pidió a su
padre que pagara mi multa también.

Subimos al coche del hombre que con gesto recio e
imposible tomó el camino de vuelta a la
colonia.

-¿En dónde te dejo? -preguntó
fríamente.

Contesté con voz trémula. Al verme apocado
cuestionó:

-Me dijeron que los desmanes fueron provocados por una
pandilla de jóvenes. ¿Tú perteneces a
ella?

Quise decir que no, que ya no, pero
hubiese sonado a blandenguería.

-Sí… -murmuré.

-¿Y tú? -le preguntó a su
hijo.

-No.

-¿Entonces por qué te
detuvieron?

Joel me echó una mirada furtiva y contestó
con timidez:

-Quería pertenecer… Son infames; si te
mantienes al margen, te acaban.

-¿Cómo dices?

-Se meten contigo, te ponen apodos, te difaman, te hacen
quedar mal ante otros, se burlan de tus defectos físicos y
cuando sobresales se te echan encima.

-¿Cuántos son en el grupito?

-A veces cinco, a veces veinte, pero eso no es lo
importante. Todos los compañeros en el colegio, hombres y
mujeres, apoyan esa conducta, siguen el mismo juego, el ambiente
es pesado en general -se detuvo como un niño
regañado y culminó-. Quiero cambiarme de
escuela.

El padre apretó el volante con fuerza y
respiró hondo cual si estuviese tratando de controlar una
gran ira.

-La escuela no es el problema -le dijo al fin-. En todos
lados vas a encontrar gente así. Si te cambias de colegio
o de ciudad será lo mismo y cuando entres a trabajar a una
empresa también. Los mediocres abundan; son la
mayoría y a ellos no les gusta que nadie sobresalga. Si
haces algo te criticarán, tratarán de resaltar los
defectos de tu trabajo pero difícilmente
reconocerán tus aciertos. Joel, define tus objetivos,
lucha por ellos y, si hablan mal de ti, no te inmutes.

-Pero si hablan mal de mí y no contesto, es tanto
como mostrarme conforme con lo que dicen -rebatió el
muchacho.

-Al contrario. Explicación no pedida es
culpabilidad asumida.
Quien no se defiende es porque sabe
que son mentiras. Sólo se echa la soga al cuello el que se
enoja y arremete contra las lenguas de víboras. Todos
piensan 'si le dolió tanto es porque era cierto'.
Asimílalo. ¿Quieres triunfar? No es posible
desligar el triunfo de los ataques. Vienen en el mismo paquete,
pero el triunfo verdadero es producto de mucho trabajo con
oídos sordos a la crítica insana. Recuerda que de
todo funcionario se habla mal, recuerda que de todo artista se
murmuran historias falsas, recuerda que de todo gran hombre se
dice que es incompetente o que ha tenido suerte. Miles de
personas que perseguían el anhelo de una carrera
artística se desmoronaron ante el primer "periodicazo",
millones de triunfadores en potencia decidieron encogerse de
hombros para vivir insignificantemente cuando se hallaron frente
al veneno de los críticos resentidos. Pero el veneno no
mata si no te lo tomas. Que las injurias te entren por un
oído y te salgan por el otro. Si te igualas con los sapos,
dejarás de ocuparte en tu crecimiento y estarás
acabado revolcándote con ellos en el lodo. Nunca seas
sumiso, pero ve pacíficamente contra corriente, luchando
por tus anhelos y aguantando las mofas de los frustrados. Es
parte del precio que hay que pagar para ser alguien.

Desde el asiento de atrás, recordé mi
anhelo de ser un gran deportista y no pude evitar que la rabia me
hiciera crispar los puños.

Tampoco se puede vivir aislado del mundo -comentó
el joven.

-Los perdedores se asocian y son tantos, que parecen
todos, pero los ganadores también existen e igual tienden
a asociarse… Búscalos -el padre de Joel volteó
para verlo y cayó en la cuenta de que su hijo traía
un arete y un colgajo que él no le conocía-.
¿Qué es eso? -le preguntó-. ¿Lo ves?
Ahí está la muestra, de lo que trato de decirte.
Los perdedores se ASOCIAN. Caramba, cómo quisiera sacudir
tu cabeza para que entendieras esto. Miles de jóvenes
gastan gran cantidad de tiempo y dinero en buscar
aceptación: ropa, peinados, cirugías
estéticas, ostentación de dinero en coches,
aparatos de sonido o vestidos, no son más que muestras de
un deseo de ser admirados y aceptados por los demás.
Déjate de estupideces de una buena vez. Tú eres
valioso así como eres, alto, gordo, moreno, chato, eres
único, no existe otro ser humano que tenga tu
diseño y tu misión.

-¿Entonces debo resignarme sin un cuerpo
saludable, sin dinero, sin…

-No -lo interrumpió furioso-, haz ejercicio y
cuídate, pero deja de rechazar tu físico, tu
entorno, tu familia, tu pasado, tu capacidad. ¿Crees a
veces que no tienes el dinero que quisieras? ¡Te compro una
mano en cien millones! ¿Me la vendes? Deja de perder el
tiempo buscando aceptación y ponte a sembrar.
Mañana sólo vas a cosechar aquello por lo
que te partiste el alma hoy… Nada es gratis en la
vida, Joel, estudia, prepárate, planea tu vida y si te
molestan ríete de ellos. Tienes derecho a no caerle bien a
todos, entiéndelo como un derecho. Aprende esta frase de
memoria: Nunca te amará nadie si no eres capaz de
correr el riesgo de que algunos te aborrezcan.

El hombre se detuvo. Desde mi punto de
observación se veía sudando con gesto de
desesperación, como si estuviese explicando su
última voluntad.

Sin quererlo ni planearlo, el regaño
también me estaba concerniendo a mí.
Después, Joel me confesó que las explicaciones y
reprimendas de su padre normalmente eran mucho menos extensas.
Esa noche habló así, quizá motivado por la
idea de saber que no estaba sólo corrigiendo a su
hijo.

Tienes derecho a no caerle bien a
todos.

Nunca te amará nadie si no eres capaz de
correr el riesgo de que algunos te aborrezcan…

-"Si los perros ladran -continuó el
señor-, es muestra de que vamos caminando…"
(Sancho). Persigue tus anhelos. Escucha las
críticas pero no dejes que te lastimen. Jamás se ha
erigido una estatua a un crítico. Las estatuas, la
trascendencia real, pertenecen únicamente a los
criticados. Nadie triunfa por su buena suerte. Los envidiosos
molestan, hacen ruido y parecen destacar, pero su amargura tarde
o temprano los hace pudrirse. Al final, cada persona está
exactamente donde debe de estar. Todos somos la suma de nuestros
actos.

-Me estás diciendo -insistió Joel-,
¿que para ganar hay que ir en oposición del
mundo entero?

-No lleves las cosas a los extremos. Estoy diciendo que,
para triunfar, hay que remar contra la corriente de los
mediocres que te quieren ver hundido…

-¿Pero no es ¡lógico que, a cambio
de ser unas fieras que no obedecen a los compañeros,
tengamos que ser unos corderillos obedeciendo a los
papás?

-¡Vaya que te disfrazas de ingenuo y eres
socarrón! ¿Aprendiste a cerrarte como tus amigos?
¡Maldita sea! ¡No es tan difícil de entender!
Debes tener un código de vida. identificar a los que
te quieren ver triunfar
y unirte a ellos. Sé que los
jóvenes de hoy se jactan de su libertad y de no obedecer a
nadie, pero todos obedecemos a alguien, TODOS. El que no
obedece las normas de la sociedad o de la familia, obedece las
normas de sus amigos, de sus vicios, de sus necesidades creadas y
dañinas…
Todos obedecemos algo -hizo una
pequeña pausa para bajar el volumen y continuar con aire
de complicidad-: Tú sabes que soy un alcohólico
recuperado, comencé tomando porque no sabía decir
no a las presiones de los impertinentes, les obedecía a
ellos y, cuando me di cuenta, mi libertad se había
convertido en prisión… Comprende esto: No estoy en
contra de sustancias que siempre existirán como la droga,
el alcohol o el tabaco; estoy en contra de los fracasados que las
usan y se obstinan en que las usen otros. Todo aquel que insiste
una y otra vez para que hagas algo que te daña, lo hace
consciente o inconscientemente para no sentirse solo en su
contaminación. Los perdedores se asocian
-insistió-, desasóciate de ellos y ponte a trabajar
y a estudiar, como lo hacías antes… Tú eres lo
que tienes entre las dos orejas. Tus ideas te hacen libre o
esclavo. Tu forma de pensar te quita o te da energía.

Cultiva el cerebro. Por tu propio bien.

Joel se quedó callado. Yo estaba
inmóvil.

El hombre llegó al rumbo que le había
indicado para bajarme y se detuvo.

-Gracias… -murmuré.

Entonces me di cuenta de que él también me
había reprendido a mí, aun sin conocerme, porque
apenas abrí la portezuela, mirándome a la cara, me
dio un consejo directo y personal:

-Una de las reglas para rehabilitarse de cualquier
mala racha es restaurar el dolor causado. Si robaste algo,
devuélvelo, si provocaste pena, pide perdón; revisa
tu pasado y restituye los daños. Sólo así
podrás hacer "borrón y cuenta nueva" en tu
vida.

-Gracias -repetí y salí del auto hecho un
mar de confusión.

Lisbeth me observaba con mucho
interés.

Afuera caía una lluvia cerrada. La avioneta en la
que íbamos se movía con
brusquedad.

-Hay un concepto que me llama la atención
-comentó dubitativa-, el padre de Joel te dijo que tanto
los perdedores como los ganadores se asocian. ¿Te das
cuenta de que esta hermandad se da gracias a la aceptación
que se manifiesta entre la gente? Tú abandonaste
efectivamente al entrenador de futbol y a tu familia porque
ninguno de ellos te demostró aprecio cuando lo necesitabas
y en cambio te uniste a la pandilla que sí te
aceptó…

-Tienes razón -confirmé-, las personas que
nos brindan aceptación se convierten en ASOCIADOS y todos
terminamos pareciéndonos a nuestros ASOCIADOS. Nos
parecemos en todo. En la forma de hablar, de vestir, de caminar,
en las metas y hábitos. Un jefe de familia puede increpar
a su hijo con enojo diciéndole: "No entiendo por
qué vistes así, hablas de esa forma y bebes licor,
yo nunca te he dado ese ejemplo'.
El pobre adulto iluso cree
que su hijo tiene que parecerse a él sólo porque es
su padre, pero el muchacho realmente se parece a sus
ASOCIADOS: las personas que le dan aceptación y
cariño.

-De modo que para que un joven se parezca a sus
familiares tiene que sentirse amado por ellos.

-Definitivamente. El amor recibido es lo que comienza a
llenar el tanque de combustible de todas las personas.

-¿La ENERGÍA DE AUTOESTIMA?

-Memorizas todo, ¿verdad?

Sonrió.

-¿El tanque de combustible tiende a
vaciarse?

-Con los fracasos, la energía disminuye un poco,
con los éxitos aumenta. Todo depende del resultado que
obtengamos en cada ZONA DE ATENCIÓN.

-Después me explicas lo de las "zonas de
atención". Por lo pronto déjame acabar de
comprender -hizo una pausa para meditar y sonriendo me
preguntó con un trabalenguas-: El ganador adquiere, al
ganar, mayor energía y el perdedor pierde, al perder, la
poca energía que tenía. ¿Pero cómo
recupera un perdedor la energía perdida para comenzar a
ganar como el ganador?

Me reí de su juego de palabras y contesté
a la misma usanza: -Escuchando nuevas ideas positivas y
comprometiéndose con la positividad de las nuevas ideas
escuchadas.

Soltó una risa dulce y divertida.

-¿Pero no es insano que la energía del
hombre aumente sólo por aceptación y
actuación?

-En principio aumenta así, pero al ir ganando
más y más combustible se adquieren
RESERVAS.

Me miraba con sus ojos redondos denotando al mismo
tiempo una gran avidez por escuchar y una gran
ternura.

-¿Mientras mejor actúo y más me
aceptan, más reservas de energía
tengo en mi tanque?

-Sí, las RESERVAS se convierten en convicciones
propias inalienables e indiscutibles, en una filosofía de
vida, una seguridad de valer, orgullo por el hecho de estar vivo,
de ser un hijo de Dios, de ser amado por Él. Las RESERVAS
brindan dignidad y autorrespeto. En una persona madura son
inalterables aun cuando ya no goce de la misma
actuación y aceptación que
antes.

-Muy interesante -comentó-, pero, por favor, no
te desvíes tanto de la historia; platícame
qué pasó después.

Me sentí halagado al percibir su creciente
interés. Retomé el hilo del relato.

Bajé del coche de Joel y deambulé por las
calles oscuras. La colonia estaba prácticamente desierta.
Repentinamente, me di cuenta de que me encontraba cerca de la
vieja bodega que la pandilla usaba para esconder droga y objetos
robados. Miré la construcción abandonada envuelto
por el deseo de vengarme, la frustración y la culpa; tres
emociones negativas que no supe dominar. Me acerqué al
lugar y después de comprobar que no había nadie, me
escabullí por la entrada secreta y encontré, donde
siempre guardaban lo hurtado, los billetes de atracos recientes.
Tenía deseos de retar a la gavilla y a la vez restituir
parte del daño devolviendo el dinero que ayudé a
robar… Estando ahí, recordé las burlas y los
escarnios de que fui víctima, la nostalgia de haber
abandonado mis anhelos, movido por la terrible censura de ese
acto; todo eso, tal vez combinado con mi frustración de
hijo descuidado, mi enfado con la familia y mi decepción
al descubrir lo que en realidad había detrás de los
conciertos de 'rock', me hizo perder la cabeza y
volqué en aquel lugar toda mí ira
contenida.

No fueron movimientos lúcidos ni
coherentes.

Una indignación cegadora me llevó a
arrojar al suelo la mesa que usábamos para nuestras
juntas. La pateé -y, como poseído por una
legión de demonios, comencé a romper todo lo que
había a mi alrededor.

Al cabo de un rato no quedó objeto en su lugar.
Todo lo que fue factible destruir fue destruido, pero mi
ofuscación era tanta, que no me conformé con
aquello.

Busqué el encendedor que usábamos para
convidarnos los cigarrillos de cannabis, junté la
droga en el centro del tétrico salón y le
prendí fuego.

Un humo denso y pestilente comenzó a inundar el
lugar.

Antes de salir escribí algunas obscenidades sobre
el pizarrón y, para que no se dieran cuenta de
quién había sido, tomé un martillo que
había en la bodega, salí por el pasadizo secreto y
golpeé el viejo y oxidado candado de la puerta principal.
De esa forma, la pandilla creería que otra banda
había forzado el portón hallándose con un
paraíso de curiosidades.

¡Cómo es la naturaleza humana! La misma
cabeza que había estado reflexionando, minutos antes, no
pudo dilucidar que hacer esos destrozos y llenarme los bolsillos
con el material delator sería el hecho que me colocara una
soga al cuello y me condenaría casi a muerte.

Me cercioré de llevar el dinero en los bolsillos
y salí corriendo de ahí, preocupado porque el olor
del humo estaba saliendo de la construcción y no
faltaría algún curioso que diera la voz de alarma
sobre un posible incendio. Sonreí triunfal. Si eso
ocurría, mis amigos nunca sabrían quién
había hecho los estragos.

A lo lejos dejé de correr, comencé a
silbar, ignorante de lo que el destino me deparaba.

Iba a dar la una de la mañana y pensé,
como era lógico, que todos estarían dormidos en mi
casa, pero me equivoqué. Apenas subía por las
escaleras del primer piso cuando pude escuchar una gran
algarabía en el departamento. Me detuve extrañado y
traté de corroborar si efectivamente las carcajadas,
aplausos y silbidos provenían de nuestra vivienda. No
había duda. Saqué la llave con mano temblorosa y,
al hacerlo, varios billetes cayeron al suelo. Los recogí
de inmediato apretándolos con el puño y
volviéndolos a retacar en la bolsa de mi pantalón.
Di la vuelta a la cerradura muy despacio, sudando, temeroso de lo
que pudiera encontrarme cuando abriera.

Mis movimientos fueron tan cautelosos que los
festejadores no me vieron entrar. El cuadro con el que me
topé fue impactante: Mi padre con tres amigos
habían organizado una verdadera bacanal. Estaban tan
ebrios que no se daban cuenta del ridículo que
hacían. Camisas y corbatas de los cuatro habían
volado en desorden por la sala. Un tipo obeso, sin pantalones,
cubriendo su bajo vientre únicamente con unos calzoncillos
sucios, bailaba al frente imitando la danza voluptuosa de una
cabaretera. Papá y dos sujetos más aplaudían
al mimo y le silbaban.

Me quedé helado en la entrada. ¿Y mi
madre?, ¿y mi hermana? ¿Se estaba celebrando ese
saturnal en la casa donde ellas dormían?
¿Habrían hido al departamento de arriba?, ¿o
estarían asustadas, cada una en su recámara sin
poder conciliar el sueño? Me encontraba boquiabierto
haciéndome esas preguntas cuando papá me
descubrió. Se levantó bamboleándose, me
saludó a grandes voces y se pescó de mi manga para
jalarme a la reunión.

5

Zonas de
atención

Hice una larga pausa en mi relato.

-¿En qué piensas? -preguntó Lisbeth
al verme repentinamente callado.

-Mi problema familiar era complejo. Pero lo hubiera sido
menos si hubiese sabido el concepto de las 'zonas de
atención
En aquel entonces estaba envuelto en un
torbellino.

-De acuerdo -se resignó-, esa idea de las "zonas"
te está distrayendo desde hace rato. ¿En qué
consiste?

-¿Te interesa que hablemos de eso?

-Sí. Siempre que después me termines de
contar el pasado tal y como fue.

-Prometido -acepté-. Todos los seres humanos
poseemos OCHO ÁREAS que consciente o inconscientemente
cuidarnos durante las veinticuatro horas del día, todos
los días de nuestra vida. Nosotros somos el resultado de
multiplicar las zonas de atención ELEGIDAS por el TIEMPO
invertido en ellas. En realidad, no es factible ver la
superación personal de ningún ser humano separada
de este concepto. Es importante porque nos proporciona un
panorama muy claro del lugar en el que estamos y de la forma en
que atrapados en determinada zona, descuidamos otras.

Cerré los ojos y recordé los recuadros que
escribí una noche, después de terminar mi carrera
profesional. Fueron muchos años de pensar en ellos, hasta
que, con el tiempo, tomaron forma y se concretaron. Los
pormenoricé detenidamente cual si le estuviese
describiendo a mi esposa el plano de un tesoro
perdido.

ZONAS DE ATENCIÓN

PRIMERA. ZONA CORPORAL

En ella se encuentra el mecanismo de supervivencia, que
debe ser atendido diariamente. Lo hacemos al comer, beber,
evacuar, respirar, dormir, realizar ejercicio, ejercer nuestra
sexualidad, asearnos. El mecanismo puede "descomponerse" dejando
a la persona atrapada, en el caso de enfermedades, vicios o malos
hábitos como gula, pereza, alcoholismo,
drogadicción, etcétera. Cualquier problema
físico nos obliga a dedicarle a esta zona de
atención mucho más tiempo, descuidando y
descomponiendo mecanismos de otras zonas.

SEGUNDA. ZONA
EMOCIONAL

Se está aquí al experimentar emociones
fuertes como júbilo, ira, temor, depresión o
apasionamiento,
también nos hallamos en este terreno
al hacer una pausa para equilibrar nuestros nervios, meditando o
descansando. Quedamos atrapados al tener alteraciones
psicológicas o emociones incontrolables como rencores,
envidias, deseos de venganza, celos, aprensiones, culpas,
tristezas, enojos, euforia, pasión o temores.

TERCERA. ZONA
APROBATORIA

Al estar en ella, realizamos actividades que nos llevan
a ser aceptados, admirados y queridos por los demás.
Verbigracia: un adolescente perderá largas horas tratando
de hacer realidad un romance y dejará el estudio en
segundo término. Y no porque esté amando a alguien
sino porque necesita sentirse amado. En principio, el ser humano
no sabe amar. Eso se aprende. Es una gran mentira el decir:
nadie puede ser amado si no da amor, en realidad,
nadie puede dar amor sin antes haberlo
recibido.

La falta de aprobación de un despótico lo
hace amenazar constantemente a los demás e infundirles
temor para pertenecer al grupo por la fuerza.

CUATRO. ZONA
PREVENTIVA

Se atiende al procurar la obtención de bienes,
buscar el sustento, seguridad y estabilidad futura,
también al defender el patrimonio y cuidarse del abuso de
otros. El mecanismo se descompone al perder la perspectiva y ver
todo con ojos materialistas, cuando se cae en avaricia, exceso de
trabajo, exceso de ahorro, riñas por dinero o
robo.

-Además, existen OTRAS CUATRO zonas denominadas
superiores -expliqué entusiasmado-, que son las
más importantes, pues constituyen las metas sublimes a las
que todo ser humano debe aspirar. Cuando atendemos ZONAS
SUPERIORES se no olvida el reloj, el dinero o los aplausos y
hacemos oídos sordo a exigencias físicas
leves.

Lisbeth me escuchaba atenta. Tomé una pluma y una
tarjeta de presentación de mi cartera y bosquejé un
esquema para explicarle mejor:

ZONAS DE ATENCIÓN SUPERIORES

-de misión

-de servicio

-de creación

-de aprendizaje

ZONAS DE ATENCIÓN BÁSICAS

-preventiva

-aprobatoria

-emocional

-corporal

Describí el segundo grupo de zonas con mucho
cuidado, señalando cada escalón con la
pluma:

ZONAS DE ATENCIÓN SUPERIORES

QUINTA: ZONA DE
APRENDIZAJE

Aquí, se comprende que la primera razón de
vivir es CRECER y que a fin de cuentas estamos en el mundo por
las mismas causas por las cuales un estudiante va a la
universidad Atendemos esta zona al leer, escuchar, observar,
tomar, nota, estudiar, experimentar, investigar y ensayar siempre
con la finalidad de ser mejores.

SEXTA. ZONA DE
CREACIÓN

El ser humano está hecho a imagen y semejanza del
Creador precisamente Porque tiene capacidad de crear. Quien
renuncia a esa capacidad no será nunca un ser humano
completo. Cuando una labor se vuelve apasionante es porque se
está CREANDO algo nuevo, como el escribir,
pintar, componer, armar modelos, tejer, decorar, construir,
diseñar aparatos, innovar sistemas, emprender proyectos;
decorar cualquier actividad, en sí, que estimule la
inventiva.

SÉPTIMA. ZONA DE
SERVICIO

El amor se experimenta aquí. Incursionamos en
esta área cuando para ser el primero, se es el
último y el servidor de todos voluntariamente,
cuando se piensa en las necesidades de otros, se ayuda, se tiende
la mano, se escucha al solitario, consuela al afligido, brinda
apoyo a quien viene atrás, cuando se enseña a otros
lo que sabemos, se les impulsa a crecer., mostrándoles el
camino, se cuida a los hijos, se entiende a la familia y se
procura la felicidad de nuestra pareja.

OCTAVA. ZONA DE
MISIÓN

Este nivel máximo de vida implica la
comprensión de estar vivos por algo, de tener una
misión que cumplir precisamente en el lugar y en el tiempo
donde hemos sido puestos con nuestros dones y carencias,
específicos… El sentido de misión está
implícitamente ligado a la relación personal con
Dios, a la seguridad de que Él espera algo de nosotros, a
la convicción de una vida espiritual después de la
terrenal, en la que a quien más se le ha dado más
se le va a exigir… Una persona en esta zona se convierte en ser
humano trascendente, cuya vida tiene un sentido superior de
ser.

Mi esposa interesada asentía tratando de asimilar
toda la información.

-Tenías razón. Es un tema apasionante
-comentó-, pero dime una cosa. ¿Puedo atender al
mismo tiempo varias zonas?

-No. Puedes ir de una a otra rápidamente mas
sólo puedes estar en una.

-Entonces, por ejemplo, si me encuentro realizando un
trabajo para ganar dinero (zona preventiva), pero lo hago con
creatividad (zona creativa), ¿no estoy a la vez en dos
zonas?

-No. Iniciaste en una y terminaste en otra. Al principio
pensabas en la recompensa, pero en cuanto comienzas a
crear, a proyectarte, se te olvida el dinero y lo
harías aun gratis pues subiste a la
"zona de creación" y tu labor vale no por lo que te
pagarán cuando termines sino por lo que pusiste de ti en
ella.

-Lo que se hace con creatividad no tiene precio… Me
fascina este punto -confesó Lisbeth-, me da un buen
argumento para seguir pintando cuadros. Aunque no me paguen y
digan que estoy perdiendo mi tiempo.

Por supuesto; sin embargo, revisa el esquema. Para
llegar a CREAR hay que pasar primero por el peldaño de
APRENDER. De hecho estas dos zonas están muy
relacionadas. Un compositor puede disfrutar plenamente sus
momentos de creación, pero sólo llegará a
ellos si ha practicado la ejecución de su instrumento
durante varios años… La calidad de una obra creativa
está íntimamente ligada a las horas de trabajo
invertidas por su autor en el aprendizaje de esa rama. Así
casi todos seríamos capaces de realizar obras similares a
las de Da Vinci, Miguel Ángel o Einstein, si
estuviésemos dispuestos a pagar el precio de constancia en
el binomio creación-aprendizaje que ellos
pagaron.

Lisbeth me observaba con gesto
atónito.

-Increíble… -murmuró y estuvo con la
vista fija un rato-. ¿Esto también nos puede
revelar las prioridades del ser humano?

-Sí. Al tener un problema en una zona
básica será difícil atender otra superior,
por ejemplo, un niño enfermo (zona física), triste
o con miedo (zona emocional) No podrá escuchar a su
profesora en la escuela (zona de aprendizaje).

o un pueblo sin dinero o sin condiciones mínimas
de seguridad (zona preventiva), NO podrá pensar en
términos de paz o amor (zona de servicio).

-Muy bien. Ésa es la razón por la que el
dibujo tiene la forma de una copa en la que el camino se estrecha
justo en medio. La mayoría de la gente vive atrapada en el
cuello de botella. Baja con facilidad, pero le cuesta trabajo
subir. Arriba, la ruta se ensancha otra vez porque el hombre ha
aprendido a vivir no sólo en sus fuerzas, sino en las de
Dios.

-¿Cómo te hubiera ayudado en aquel
entonces conocer las zonas de atención?

-De la misma forma en que puede ayudarle a alguien que
está perdido en una gran ciudad tomar un plano para
localizar su posición y visualizar hacia dónde debe
dirigirse.

Me miró unos segundos más sin hablar. De
pronto pareció reaccionar e instó:

-¿Me sigues platicando lo que te
ocurrió?

Asentí. Se lo había prometido.

Después del frustrado robo, la cárcel
provisional, los golpes de los policías, el regaño
del padre de Joel y, sobre todo, después de haberme echado
de enemigos a los mismos pillos transgresores que meses
atrás insistí en hacer amigos, llegué a mi
casa en un estado de excitación ingente. Sin embargo,
apenas entré, la energía de autoestima se
desactivó. Cual si un poder superior me hubiese retirado
las pilas, quedé atrapado en las emociones enfermizas del
hijo de un alcohólico.

Mi padre me llevó al centro de la
jarana:

-Les presento al primogénito y heredero de esta
familia-, comentó levantando el dedo índice y
apuntando hacia mi nariz cual si pretendiera detenerse de
ella.

No pude evitar un mohín de repugnancia.
Además del aspecto material (que es lo menos importante),
los hijos heredan. hábitos, ideas, religión,
niveles de autoestima, predisposición a vicios y muchas
otras conductas fundamentales. Ciertamente, como herederos, Alma
y yo no éramos los jóvenes más
favorecidos.

-Este muchacho -continuó papá con la
entonación irregular de un borracho- juega futbol y tiene
las piernas más musculosas que han visto.

El que estaba sentado enfrente cambió de silla y
se puso a mi lado abrazándome por la espalda.
Comenzó a hablarme excesivamente cerca con su aliento
mefítico y sus labios bofos llenos de saliva.

-Me da gusto conocerte. Tu padre siempre habla de ti -el
beodo hipó y eructó en mi cara-. ¡Camaradas,
inviten un trago al jovencito!

Papá empinó la botella de whisky en un
vaso, mas después de haber vertido un brevísimo
chorro, el líquido se terminó.

-¿Dónde hay otro pomo? -gritó
azotando fuertemente el envase sobre la mesa de
centro.

-¿Vamos a seguir bailando? -cuestionó el
nudista de los calzones sucios que aún estaba al frente
esperando que le pusieran atención para reiniciar su
grotesca pantomima.

-¿Por qué te tardas tanto? -bufó
papá exigiendo licor.

¿A quién le hablaba? Volteé a mi
alrededor. Con ese ruido era impensable que mi madre estuviese
dormida pero tampoco era coherente suponer que estuviese
despierta atendiendo la reunión. Me equivoqué en el
segundo cálculo. Cuando mamá se hizo presente,
sentí un golpe directo al corazón. Parecía
una loca. Se aproximó despacio, con los ojos muy abiertos
y una extraña rigidez. El tipo semidesnudo no hizo el
menor intento de cubrirse. Ella recogió los vasos y
articuló temerosa que ya no había más
bebida.

-¡Pues inventa algo! ¡Trae cerveza o brandy,
lo que encuentres!

-Te digo que no hay nada.

Mi padre la detuvo del delantal y la jaló con
violencia hacia él. -Si no consigues algo te juro que nos
vamos a otro lugar, donde nos traten mejor.

Era lógico contestarle que se largara (si
podía), pero al tomar esa actitud, ella estaría
propiciando un problema mayor. Seguramente apenas se marcharan,
los cuatro alcoholizados serían detenidos por la
policía, se extraviarían o sufrirían un
accidente grave, como -el más obvio- rodarse por las
escaleras.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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