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Volar sobre el pantano (página 3)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Mi madre salió del recinto y al cabo de unos
minutos volvió con una redoma de ron a la mitad.
Papá se la arrebató sin decir nada; me
sirvió un poco de alcohol de caña sobre el de grano
que había vertido y me lo extendió.

-¡Hazte hombre!

Bebí un sorbo sintiendo grandes
náuseas.

-¡Empínatelo!

Obedecí. Papá ejercía un fuerte
dominio psicológico sobre mí. Me aniquilaba. Me
intimidaba. Nunca se podía prever su siguiente actitud.
Contravenir sus órdenes podía provocar que se
echara a llorar amenazando con suicidarse o que comenzara a
golpearme despiadadamente.

El de los calzones amarillentos quiso hacer una cabriola
pero perdió el equilibrio y cayó quedándose
de bruces en el suelo.

-¡Que baile el muchacho! -sugirió uno de
los sujetos al ver desplomarse al cómico. Los otros tres
aplaudieron y comenzaron a silbar. Mi padre me obligó a
levantarme y ordenó:

-¡Enséñales tus piernas de
futbolista y haznos una demostración de los ejercicios de
entrenamiento!

Me quedé yerto, de pie, sin atreverme a dar un
paso.

-Vamos. No tengas vergüenza. Muéstrales a
estos gordos borrachos lo que es tener músculos
fuertes.

Permanecí quieto, atrapado en la zona
emocional,
preso de un profundo apocamiento .

Papá me apresó por la cintura y me
bajó los pantalones de un tirón. Al hacerlo, el
dinero que llevaba en los bolsillos se salió y cayó
junto a sus pies.

-¿Qué es esto?

No contesté.

-¿Lo robaste?

Me agaché para recoger los billetes y, al
hacerlo, un reflejo insensato me hizo hablar sin medir las
consecuencias:

-Sí. Hace tiempo que no juego futbol, pero robo
por las noches.

Repentinamente y sin que hubiera ningún aviso que
me permitiera protegerme, levantó la pierna derecha y me
dio una fuerte patada en la cara. Caí al suelo con los
ojos cerrados mirando en la negrura de mis párpados el
brillo de cientos de luces amarillas.

Mientras él recogía el dinero, mascullaba
que nadie me había enseñado esas mañas, que
él a veces bebía pero nunca robaba, que en su casa
podían ser cualquier cosa pero nadie les diría
ladrones. (Palabras huecas, ya que después de haber sido
despojado de los billetes, efectivamente hurtados, no
volví a saber de ellos jamás.)

Cuando abrí los ojos vi, en el pasillo, la sombra
de Alma que me observaba. Estaba llorando contemplando la
ignominiosa escena. Ése fue el único
estímulo capaz de devolverme un poco de energía.
Dejando a mi padre ocupado en la recolección del papel
moneda, eché a gatear llevando los pantalones en los
tobillos. Apenas salí de la zona peligrosa, me puse de
pie, tomé a mi hermanita de la mano y la llevé a su
recámara tropezándome a cada paso con la prenda a
medio quitar. Pusimos el seguro de la puerta, me subí los
pantalones y nos abrazamos con mucha fuerza. Le acaricié
la cabeza, quise pedirle perdón, decirle que no
debía permitir que hicieran con ella lo que habían
hecho conmigo, pero no pude hablar. Sólo la
estreché y lloré. Ella se separó preocupada
para analizar mi labio partido y amoratado. Abrió la
puerta dispuesta a salir para prepararme un fomento pero se
topó con mi madre que se acercaba dispuesta a desquitarse
también de su propia tribulación.

-¿Por qué llegaste tarde?
-preguntó.

-Estuvimos en una fiesta.

-¿Y el dinero?

-Es de un amigo. Me lo dio a guardar.

Eres ingrato. Ves cómo tengo que sufrir con tu
padre y tú, en vez de cooperar, te largas a la calle como
un golfo. Qué bueno que por la mala te das cuenta de
cómo están las cosas en esta casa. Eres insensato.
¿Acaso nada te importa? ¿No te das cuenta de que
soy mujer y estoy enferma? ¿No puedes tratar de llegar
temprano para ayudar? Tu pobre hermana es la única que me
apoya -hizo una pausa para limpiarse la frente en ademán
de mártir y agregó-: Si sucede una tragedia,
tú vas a ser el responsable.

Sus palabras me dolieron más que el golpe de
mí padre. No razoné que mamá efectivamente
había enloquecido un poco ante la presión
indómita de tener que soportar a un esposo
alcohólico. Sólo agaché la cara sintiendo el
veneno de una gran amargura en el alma.

6

Alcoholismo y
cerrazón

Esa noche dormí con una silla atrancando la
puerta. ¿Dormir, dije? Pasé el tiempo solamente.
Pendiente de los ruidos exteriores, pensando que en cualquier
momento mis nuevos enemigos llegarían a reclamarme el
dinero que ya no tenía, recordando las palabras del padre
de Joel: 'Eres lo que guardas en la cabeza. Tus ideas te
hacen libre o esclavo. Tu forma de pensar te quita o te da
energía'.
Si era cuestión de ideas
-discurría en duermevela sudando y temblequeando-,
tenía que leer muchos libros. No era una opción
para salir del hoyo, era una obligación imperiosa e
ineludible. Abrí los ojos como platos y miré el
techo. ¡Dios mío! Acababa de recordar algo que
podía sacarme del tornado. ¡El padre de Joel
comentó entre su extenso regaño que era un
alcohólico recuperado!

Apenas amaneció, me bañé y
salí a hurtadillas de la casa. Tuve que pasar por el
área de la sala en la que parecía haber acaecido
una cruenta escaramuza. Había botellas tiradas, muebles
desacomodados, olor a licor y beodos despabilados durmiendo por
todos lados. Pude haber expoliado los bolsillos de mi vergonzoso
progenitor para recuperar el dinero, pero preferí huir.
Necesitaba ver al papá de Joel. Pedirle
orientación, suplicarle que me guiara en mi problema, que
me explicara las ideas que hacen libre, que me compartiera la
forma de pensar que da energía.

Llegué a la casa de mi amigo a las siete treinta.
Paseé una y otra vez frente a ella sin atreverme a tocar.
Finalmente me senté en la acera y esperé. A las
ocho de la mañana se abrió la puerta
eléctrica del garaje y salió el automóvil
del padre de Joel.

Lo detuve y le dije que necesitaba ayuda, que
había pensado mucho lo que nos comentó la noche
anterior y que no quería estar más tiempo asociado
al mal.

-Instrúyame -supliqué-, ¿qué
debo hacer?

El hombre miró su reloj impaciente

-Ponte a estudiar y a trabajar -me dijo-. Vence la
flojera y haz el bien. Es todo lo que puedo
aconsejarte.

Echó el carro en reversa y me
aparté.

-Señor -insistí levantando la mano-. Mi
problema es urgente. Por favor, auxílieme…

-Búscame en la noche -activó el control
remoto para hacer cerrar el portón y embragó la
primera velocidad– . Ahora tengo prisa.

-¡Mi padre es alcohólico! -grité
cuando el automóvil se iba. Una enorme tristeza me
invadió al verlo alejarse.

Agaché la vista y sentí nostalgia. Me
quedé inmóvil por un rato, luego pateé una
piedra y di media vuelta para abandonar el lugar, pero, de
repente, el auto del padre de Joel apareció por el lado
opuesto de la calle, como si el conductor hubiese reaccionado
tardíamente decidiendo regresar dando la vuelta a la
cuadra.

El hombre sacó la cabeza por la ventanilla y se
me quedó viendo.

-¿Tu padre es alcohólico?

Asentí. Tartamudeé y aturrullado
comencé a relatar con frases entrecortadas cuanto
había ocurrido en mi casa la noche anterior.

-Sube al coche. Acompáñame al trabajo y en
el trayecto platicamos.

Di la vuelta corriendo, abrí la portezuela y me
senté a su lado.

-¿Ahora entiendes por qué estaba tan
furioso anoche? -preguntó acelerando-. La ¡da cuesta
abajo es una trampa en la que puede caer cualquiera.

-Sí -comencé a hablar con rapidez-. Mi
padre era gerente de ventas de una compañía de
alimentos en conserva. Ganó un premio y logró el
mejor historial a base de trabajo e ideas novedosas. Pero
decayó. Se ha convertido en un ser impredecible. Mi
hermana y yo estamos desesperados y profundamente heridos por
todo lo que nos hace.

El hombre permaneció callado por un largo rato.
Su vista estaba fija al frente. Tal vez pensaba en la
época en la que él mismo causó un
daño similar a su familia.

-¿Y usted, cómo se curó?
-pregunté poniendo el dedo en la llaga sin más
evasivas.

-El alcoholismo no se cura. Yo me rehabilité,
pero aún hoy, después de haber dejado de beber por
más de diez años, si me confío, puedo tener
una recaída de la que tal vez no me recupere jamás.
El alcohólico debe vivir alerta, con un código
vital, siempre consciente de su vulnerabilidad.

-Pero el licor -pregunté ávido de entender
miles de cosas que, hasta la fecha, eran enigmas para mí-,
¿por qué si es un artículo creado para hacer
que las personas estén alegres produce efectos tan
terribles?

El hombre sonrió con amargura.

-El alcohol no es un artículo hecho para
estimular el buen humor, en realidad es una sustancia depresora.
Atraviesa las paredes del sistema digestivo libremente y quince
segundos después de haberse ingerido entra al torrente
sanguíneo intoxicando el cerebro. Retarda su
funcionamiento, lo anestesia, por decirlo más llanamente.
Adormece la zona que guarda la información sobre las
restricciones, de modo que la persona se siente libre de
ataduras, relajada; a la vez, la droga menoscaba su capacidad
intelectual, le impide reaccionar adecuadamente ante los
estímulos, disminuye su velocidad de razonamiento, memoria
y reflejos.

-Pero en mayores dosis es peor que eso,
¿no?

-En grandes cantidades, el alcohol deprime el cerebelo
afectando el mecanismo del equilibrio. En medidas mucho mayores
ataca y anestesia el bulbo raquídeo que es quien regula
las funciones vitales como la respiración y el
corazón. Muchos jóvenes mueren de un colapso
respiratorio por haber jugado competencias con sus
compañeros tomando una botella completa sin detenerse. Por
otro lado, existen evidencias de que cada vez que se inhiben las
neuronas cerebrales se matan cientos de ellas… Un bebedor, al
día siguiente, sólo tiene dolor de cabeza, pero no
nota que su capacidad intelectual ha disminuido quizá una
milésima parte. El cuerpo se va adaptando a la
intoxicación adquiriendo dependencia. Con los años,
la pérdida de aptitud mental será más
notoria, pero para entonces tal vez exista ya algún tipo
de cáncer, cirrosis hepática, úlcera
gástrica y, por supuesto, problemas laborales, maritales y
tutelares.

Me sorprendió que esos datos me los diera un
alcohólico rehabilitado.

-Y se… señor -tartamudeé-, disculpe,
¿cómo se llama usted?

-Joel, también.

-Disculpe, don Joel. ¿Es común enviciarse
lentamente?

-Claro, ¿por qué?

-Porque no sé cómo mi padre se hizo
alcohólico. Toda su vida se distinguió por conocer
de vinos y licores pero rara vez se embriagaba. Sin que él
mismo se diera cuenta, fue aumentando sus dosis. ¿La
dependencia se va dando tan lenta e
imperceptiblemente?

-A veces. Todo está en función de las
condiciones hereditarias y metabólicas del individuo. Hay
quienes llegan muy rápido a la adicción mientras
otros, como tu padre, se demoran muchos años en cerrar el
círculo. El proceso, lento o veloz sigue los mismos
patrones casi siempre. Primero se comienza como BEBEDOR SOCIAL, o
sea tomando en reuniones o con amigos. Una vez que se
experimenta la sensación de bienestar se comienza a ser un
BEBEDOR DE ALIVIO, es decir una persona que busca un trago a
solas para sentirse relajado y aliviado de sus presiones.
De
ese nivel al siguiente sólo hay un paso, se va adquiriendo
tolerancia (la persona requiere cada vez dosis mayores
para lograr los mismos efectos que antes) y entonces se ha
convertido en un GRAN BEBEDOR, o sea alguien que puede tomar
cantidades más grandes sin 'marearse' que se siente
orgulloso de aguantar más que otros y de controlar el
alcohol a su antojo.
El ser un gran bebedor es la antesala
del alcoholismo, la membrana que separa ambas fases es demasiado
fina para saber dónde ha terminado una y comenzado la
otra.

-Mi padre fue entre bebedor social y de
alivio por más de veinte años. Toda una
vida sin llegar a enviciarse, ¿comprende?

-Claro. Eso es muy común. Por eso las familias
promedio tardan siete años frente a la evidencia del vicio
antes de admitir que hay un alcohólico en casa y dos
años más para buscar ayuda.

Yo no pude evitar tener los ojos muy abiertos. Siete
más dos, nueve años viviendo en el infierno sin
hacer nada. Hice la cuenta mentalmente. Era cierto. Nosotros
llevábamos ocho.

-El cuadro es tremendo -comenté percibiendo un
sabor metálico en el paladar-, pero hay algo que
todavía no encaja en mi entendimiento. Yo siempre
creí que una persona con cultura, que sabe beber,
está libre de peligro. ¿Cómo es que alguien
con la madurez de mi padre pudo caer en el vicio?

-El usuario del vino "fino" puede perseguir el placer
del paladar o de la buena digestión, pero para algunos es
muy fácil perder el enfoque. No hay nadie, ¿me
entiendes? Ni tú ni yo ni nadie que esté exento del
riesgo de caer. No depende de tu fuerza de voluntad, sino
de confiarse "criando cuervos" con el alarde de que a ti
nunca te sacarán los ojos. La droga va haciéndose
amiga de tu organismo. Vela como una mascota agradable
que crece más mientras más la alimentas, pero que
te atacará a traición cuando menos lo esperes. Tu
situación emocional, edad y condiciones físicas son
elementos cambiantes que dan al alcohol diferentes patrones cada
día, hasta que éste encuentra el ideal para atacar.
No son las propiedades de una sustancia lo que la hace
adictiva sino la COMBINACIÓN de esas propiedades con el
estado químico del organismo de cada individuo en
particular.
La predisposición hereditaria es un factor
importante pero no único. Ni médicos ni psiquiatras
ni adivinos pueden predecir cuándo se darán las
condiciones internas adecuadas para despertar la ira del animal,
pero al ocurrir esto la persona enferma. Y la enfermedad puede
disimularse un poco. No se necesita estar ebrio tirado en la
banquete para tener problemas;
sólo el cinco por
ciento de los bebedores viciosos viven en la calle el resto son
nuestros vecinos, abogados, médicos, psicólogos,
vendedores, maestros, comerciantes; los vemos salir
bañados y peinados por las mañanas y nadie sabe el
tormento interior que pueden estar viviendo. Ellos mismos no lo
reconocen y sus compañeros con frecuencia sólo
piensan que tienen mal carácter. Un alcohólico
recuperado que conocí compartió en su testimonio
que para él era un martirio trabajar como dentista; en el
consultorio no podía pensar en otra cosa, el deseo se
convertía en una presencia casi física que le
quitaba la concentración, se sentía enfermo y con
náuseas, sólo cuando tomaba una copa el malestar se
calmaba y podía pensar en otra cosa; haciendo un esfuerzo
sobrehumano se mantenía sin beber por varias semanas y
cuando parecía que todo iba a ser fácil, el deseo
regresaba más fuerte e incontrolable.

El problema coincidía con mi caso familiar.
Papá, al principio, vivió una lucha parecida. No se
embriagaba a diario, pasaba días, a veces meses enteros,
sin tomar una gota de alcohol, pero de pronto comenzaba de
nuevo.

-Cuando el animal ha madurado en tu interior
-continuó don Joel-, con frecuencia se comporta
astutamente, se agazapa en tus entrañas vigilando,
respirando con paciencia, esperando sin ninguna prisa el momento
adecuado para cumplir su objetivo de matarte. El vicio realmente
tiene vida propia. Son fuerzas que han sido despertadas
quitándole el control de su vida a la persona afectada.
Actualmente se pierden de 8 a 15 millones de días de
trabajo al año por causas del alcohol, según cifras
de la OMS 1 cerca del 10% de la población de todo
el mundo es alcohólica. En Europa la mayoría de la
gente considera que el alcohol es complemento indispensable para
el alimento, a pesar de que para muchos se sale de control y de
que el 10% de todas las muertes en general se deben al consumo de
esta droga. En muchos países, del 30 al 50% de los
internos en hospitales psiquiátricos requieren
rehabilitación alcohólica. En la XXXII Asamblea
Mundial de la Salud se declaró el alcoholismo como uno de
los mayores problemas de salud pública en el
mundo.

Me sentí furioso sin saber exactamente contra
quién. ¿No era una estrategia malintencionada
promover eventos para jóvenes en la televisión
alterando los programas con un intenso bombardeo publicitario de
alcohol?

-¿Y por qué, si se trata de una droga
nefasta, no está prohibida como el opio o la marihuana?
-pregunté.

-El alcohol es una DROGA LEGAL por tres razones.
Primero:
la adicción que provoca se ha
heredado desde la antigüedad de una generación a
otra. Segundo: el número de adictos
actualmente es tan espantosamente alto que, de ser prohibida (ya
se hizo en otras épocas), los bebedores voltearían
el mundo de cabeza en una sangrienta revolución.
Tercero: es uno de los negocios más
lucrativos de la Tierra, un alto porcentaje del erario
público de todos los países se mantiene por los
impuestos que produce la venta de esta sustancia, cientos de
miles de familias viven directa o indirectamente de las
utilidades que representa esta empresa
multimillonario.

-En los anuncios de televisión se vende
algo tan distinto -dije como pensando en voz alta.

-Es cierto. Para vender esto "legalmente" hay que darle
un giro engañoso a la imagen. Los expertos en
mercadotecnia hacen creer a la gente que beber proporciona
categoría, que ciertos licores son signo de buen gusto,
cultura o delicadeza. La cerveza se relaciona con los deportes;
el whisky, con reuniones elegantes; las bebidas mezcladas, con
fiestas y romances juveniles… Algunos hablan de la cultura del
vino, destacan sus cualidades digestivas y consideran
sinceramente al licor como un manjar indispensable e
insustituible, pero lo cierto es que el alcohol está
presente en la gran mayoría de asaltos, accidentes
automovilísticos, violaciones a mujeres, abusos sexuales a
niños, maltratos a hijos, golpizas a esposas,
desintegraciones familiares, divorcios, pleitos callejeras,
además de ser la denominada DROGA DE
ENTRADA.

-¿Algo así como la puerta para otras
drogas?

-Exactamente; por lo regular se comienza tomando alcohol
antes de consumir cualquier tipo de estupefaciente
mayor.

-Es curioso que, siendo el alcohol también una
droga, su consumo se vea con mejores ojos que el de cualquier
otra.

-Bueno. Si la cocaína, por ejemplo, se anunciara
por televisión, estuviera al alcance de nuestros hijos, se
vendiera en la tienda de la esquina y todos nos viéramos
forzados a aceptar una "inhaladita" en cada fiesta o
reunión, puedes estar seguro de que también los
cocainómanos serían vistos con mejores
ojos.

-Pero el alcoholismo en sí es una
enfermedad, ¿o no?

-Claro. PROGRESIVA porque el afectado, aunque tenga
periodos de lucidez bastante esperanzadores, en realidad empeora
cada día, y MORTAL porque si no recibe ayuda a tiempo
terminará invariablemente falleciendo por causa de su
vicio.

-¿Es algo así como la diabetes o el
cáncer?

-El alcoholismo es mucho peor que cualquier
otra enfermedad.
Normalmente cuando una persona padece
problemas cardiacos, diabetes o cáncer, conserva sus lazos
de afecto, su hogar, sus bienes y sus amistades; el
alcohólico, por lo común, lo pierde todo. La
dolencia no es sólo física, es sobre todo familiar,
espiritual y mental. Daña a los que viven con la persona,
mata sus relaciones efectivas, destruye su vida intelectual y
material.

-Y usted, ¿cómo se rehabilitó?
-volví a preguntar aferrado a la idea.

Don Joel orilló el automóvil y
disminuyó la velocidad al mínimo.

-Sólo cuando me di cuenta de que estaba enfermo y
caí de rodillas pidiendo perdón por mis atropellos,
comencé a mejorar.

-¿Pidiendo perdón? -me reí
abiertamente y mi risa fue sincera-. Usted no conoce a mi
padre.

-Eres tú el que no conoce a los
alcohólicos. El drama verdadero es que el enfermo no
acepta que necesita ayuda.
Tal vez acuda al médico
para quejarse de dolores de cabeza, sudoraciones nocturnas,
depresión, dolencias digestivas, pero no reconocerá
que tiene problemas con la bebida.

Mi padre correspondía a la definición,
pero mi madre también.

-En ese orden de ideas -opiné-, hay muchos que no
reconocen sus errores y creen que todo es culpa de los
demás.
Vivo rodeado de gente así. Mi problema
familiar es un embrollado laberinto sin salida.

Don Joel detuvo totalmente el vehículo y se
quedó mirándome de una forma directa y
acusadora.

-Voy a hablarte muy claro -enfatizó sus palabras
casi como en la noche anterior-. Desembrolla tu laberinto: Tu
padre tiene DOS ENFERMEDADES DISTINTAS e
independientes. Parecen una sola y con frecuencia se comete el
error de mezclarlas, pero en realidad son dos: UNA, el
alcoholismo, y OTRA, la
cerrazón.
La gran mayoría de los que
enferman de alcoholismo enferman también de
cerrazón, pero no así en el caso
contrario. Millones de personas padecen cerrazón
sin ser alcohólicos.

No pude evitar quedarme con la boca abierta. Todo yo era
un signo de interrogación enorme.

-¿De qué enfermedad habla?

-La cerrazón está constituida por
una serie de síntomas que aparecen cuando el EGO enferma.
No es un nombre médico registrado, pero espero que muy
pronto lo sea, porque en realidad es un padecimiento
psicológico. Así como existen neuróticos,
esquizofrénicos, paranoicos, también
'cerrazónicos'; existen gente de
mentalidad cerrada crónica, ¿me explico? Aumento
de presunción y caprichos autoritarios
son los
primeros síntomas.

Don Joel embragó la primera velocidad y se
reincorporó a la vialidad de la calle muy
despacio.

Nos detuvimos en un semáforo y se volvió
nuevamente para verme.

-El cerrazónico, no importa su
edad física, tiene pensamiento arcaico. Es la
enfermedad de la vejez mental. La persona cree haberío
visto todo y saberlo todo, es soberbia, impaciente,
ególatra, enseña sus conocimientos
jactándose; disfruta señalando los errores, cuando
le aconsejan se irrita y cuando le agreden ataca con
ferocidad.
Es el caso, por ejemplo, de madres
aprensivas
que se la pasan corrigiendo a todas sus conocidas
porque sólo ellas saben el secreto de la salud infantil;
el caso de hombres que ante la más mínima
agresión de un conductor cercano se bajan del
automóvil y se retan a golpes; son personas pedantes que
se sienten dueños del mundo, con el derecho de dar
lecciones a los demás, que quieren educar al planeta para
que ya no haya tontos; personas que manipulan e intimidan a todo
aquel que opine diferente, que minimizan el éxito del
triunfador y aseguran que lo que otro hizo, ellos podrían
haberlo hecho mejor.

-Viéndolo así -objeté-, todos somos
un poco cerrazónicos.

-Sí, como todos somos un poco neuróticos,
por adaptación defensiva al medio ambiente, sin embargo
existen niveles normales y anormales. Cuando la neurosis o la
cerrazón crecen y se vuelven crónicas, la
persona YA NO ES SANA. Un enfermo de este tipo ablanda a sus
allegados
y los orilla a creerse culpables de los errores
que él comete,
tiene una gran capacidad para hacer
sentir mal a los demás remarcando las fallas de todos y
criticando destructivamente. Además, cuando la gente
está apabullada se vuelve tierna y dulce creando
confusión emocional. Muchos cerrazónicos
rechazan toda relación con Dios y hacen escarnio de los
que sí tienen espiritualidad tildándolos de
ingenuos santurrones. Otros, por el contrario, son extremadamente
religiosos y con su libro de reglas en la mano condenan y juzgan
a los demás sintiéndose "la cuarta persona de la
Trinidad'. Los allegados de un cerrazónico piensan que
siendo como él les ha dicho que deben ser y soportando su
mal carácter todo cambiará; es por eso que
intimidad, prefieren no alterar la calma, quedarse callados y
seguir consintiendo los caprichos ególatras. Miles de
esposas de cerrazónicos asumen las
responsabilidades que ellos van dejando, justifican y protegen al
tirano cerrando también su mente y de alguna manera
enfermando con él.

-Ésa es mi madre -interrumpí.

El conductor del vehículo que estaba
detrás del nuestro tocó la bocina para que
avanzáramos. La luz verde se había encendido
hacía un rato.

-Hijos y cónyuges de cerrazónicos
-comentó poniendo el vehículo en camino nuevamente-
se sienten en un callejón sin salida y con frecuencia
muchos sobrellevan el problema mediante las adicciones e incluso
mediante el suicidio. En un estudio, el 75% de los adolescentes
que se quitan la vida son hijos de alcohólicos. En otro,
el número subió al 90%.

El automovilista que iba atrás nos rebasó
vociferando obscenidades y tocando el claxon.

-Pero muchas veces -repliqué-, los familiares
estamos esperando que la persona enferma toque
fondo.
Dicen que sólo así
reaccionará y se dará cuenta de su
problema.

-Eso es un mito absurdo. Quien 'toca fondo' y ha
dañado toda su estructura vital ya no tiene nada que
perder y es casi imposible que se rehabilite. Lo que ayuda
más a un enfermo en recuperación es el poseer
todavía una familia, un trabajo, amistades o casa que
defender y conservar.

Me quedé meditando sus palabras sin opinar.
Muchos años después, estoy seguro de que lo que ese
hombre denominó tan acertadamente como cerrazón
es la típica actitud que obstruye la entrada a las zonas
de atención superiores.
Para manejar el mecanismo de
aprendizaje u otro mayor, hay que ser todo lo contrario a un
cerrazónico: Tener humildad verdadera,
reconocer los errores, saber pedir perdón, investigar,
escuchar con interés, aprender de todos, sacar lecciones
de cada hecho bueno o malo, observar, ser paciente, sencillo,
comprensivo, reflexionar ante los consejos de los demás y
seguir caminando sin responder nunca a las agresiones de los
cerrados.

Llegamos al estacionamiento de su empresa. Me
asombré sobremanera y me puse un poco nervioso al
descubrir que se trataba de la misma compañía de
alimentos en conserva en la que trabajaba mi padre.

El hombre extrajo de la cajuela de guantes un grueso
libro muy usado, lo abrió en la portadilla y
escribió el domicilio de un grupo de autoayuda para
familiares de alcohólicos.

-Asiste a este lugar. Las reuniones son diariamente a
las ocho de la noche. Ah, y si puedes lee el libro.

Se bajó del auto. Lo
imité.

Usted me acaba de explicar las dos enfermedades
de mi padre -le dije-, pero no me deje así…
¿Cuál es el tratamiento?

-Liberarse interiormente, dejar de ser consentidor y
practicar los careos amorosos. Esas son las tres piedras
de rescate. Leyendo este libro y asistiendo al grupo de
autoayuda, las entenderás.

¡Maldición, el padre de Joel y sus
tecnicismos! Me urgía conocer esos conceptos, pero no
podía quitarle más tiempo al hombre.

-De acuerdo -asentí. Nadie me dijo que la
solución a mis problemas iba a llegarme gratis.

Le di las gracias con un fuerte apretón de manos
me retiré y alegre, como si me hubiesen vuelto a poner las
pilas.

El gusto no me duró mucho.

Iba llegando a mi casa y pude distinguir a lo lejos a
toda la pandilla parada frente al edificio. Algunos estaban
dentro del videoclub de mi tío Ro curioseando, otros
vigilando en espera de sorprenderme al regresar.

Di media vuelta y corrí en dirección
contraria.

-¡Allá va Zahid! -gritó uno de los
vigías dando la voz de alarma a la pandilla. Todos
salieron disparados detrás de mí.

7

Liberarse
interiormente

El piloto había iniciado el descenso en un
aeropuerto intermedio para volver a llenar de combustible el
tanque. Observé la oscuridad de la noche a través
de la pequeña ventanilla. No había sido un vuelo
tranquilo. Más de una vez tuve que hacer pausas en mi
relato para asirme de las coderas y esperar a que pasara la
turbulencia.

Miré a Lisbeth meditando y tuve el deseo de
besarla, pero no lo hice. ¡Cómo amaba a esa mujer!
Éramos dos almas doblegadas por la injusticia que se
habían hallado en el camino para complementarse y
crecer.

-Si mi padre no hubiera sido alcohólico
-susurré-, y don Joel no me hubiese instado a asistir al
grupo de autoayuda, yo nunca te hubiera conocido.

Asintió con ternura.

-Todo mal lleva consigo, a la larga, un bien
mayor.

Se recargó en el hombro pidiéndome que
continuara el relato. Obedecí.

Tal vez la pandilla aún dudaba de mi
culpabilidad, pero con mi loca carrera me delaté de
inmediato. ¿Por qué no me enfrenté a ellos
fingiendo no saber nada del atraco a la bodega? ¿Por
qué no tuve la templanza para representar el papel de
inocente? Era inútil tratar de corregir lo que ya estaba
hecho.

Corría con todas mis fuerzas sabiendo de lo que
huía. Ellos no perdonaban la traición. Aún
si les devolvía el dinero, nadie me salvaría de una
paliza colectiva, Sin embargo, no alcanzaba a calcular lo que
pasaría cuando supieran que no lo
devolvería.

Crucé la avenida principal a toda velocidad y
casi propicié un accidente automovilístico. Los
sentía detrás de mí, pisándome los
talones. Entré en una casa particular saltando la barda y
salí por el otro lado a la calzada. Al caer en la banqueta
me torcí un tobillo.

Un autobús se hallaba en la bocacalle y terminaba
de subir pasajeros. Cojeando, lo alcancé cuando ya se iba,
toqué la puerta y el chofer se detuvo para abrirme. Mis
perseguidores estuvieron a punto de pillarme. Fueron
reuniéndose uno a uno después de la fatigosa
carrera para ver cómo me alejaba en el
autobús.

Aunque estaba a salvo de momento, ellos y yo
sabíamos que muy pronto nos volveríamos a
encontrar.

Me acomodé en el último rincón del
transporte colectivo y jugueteé nerviosamente con el libro
que me prestó don Joel. Era un volumen rústico sin
solapas y bastante maltratado.

Lo acaricié, lo hojeé. Se titulaba
'Llenándose de energía interior" como
subtítulo tenía una larga frase que versaba:
'Cómo librarse de las cadenas mentales con base en la
terapia asertiva sistemática elaborado por el doctor
Manuel J. Smith

Intenté, comenzar a leerlo una y otra vez, pero
mi mente no podía concentrarse en las palabras.
Ciertamente la pandilla era un problema al que iba a tener que
enfrentarme tarde o temprano. Suponiendo que lograran esconderme
de ellos por unos días, las vacaciones terminarían
y entonces volvería a verlos en la escuela.
¡Caramba! Tenía que hacer algo. No podía
vivir huyendo.

Cerré los ojos y procuré calmarme. Ya
encontraría la solución. Por lo pronto debía
conducirme con aplomo.

No sólo el temor me tenía atrapado en la
zona emocional, sino que posiblemente me había
quitado toda la energía de autoestima.

Hice mentalmente una combinación del
título y subtítulo del libro formando una frase que
me pareció vital en ese momento: 'Llenarse de
energía interior liberándose de cadenas
mentales

Abrí el libro nuevamente, lo hojeé leyendo
un párrafo al azar:

Nadie que viva sujeto a grilletes de pensamiento
podrá ser feliz jamás. Desprenderse de los falsos
mitos que nos hacen personas manipulables es el primer paso a la
libertad interna.

Recordé que don Joel mencionó eso como la
primera piedra de salvación. Regresé al
capítulo uno y comencé a leer con gran
interés:

Libérate de la creencia de ser el protector
de la humanidad.

Tienes derecho a no cargar con las culpas de
otros.

Ayudar, cooperar, conceder, dar son actitudes de
servicio sublimes cuya grandeza estriba precisamente en ser una
muestra voluntaria de la generosidad del alma; pero las mismas
actitudes pierden su excelsitud cuando se viven a fuerza, por
presión o manipulación de otros.

Es momento de empezar a madurar. Tienes derecho a
negarte cuando otra persona te trate de obligar a pagar sus
culpas.

"Préstame dinero, haz esto por mí,
sacrifícate, regálame, cuídame, no me dejes
padecer, dame lo que tienes…" iCuidado! Son frases que se usan
para hacerte sentir responsable de algo que no eres. Millones de
personas sufren terriblemente al creerse culpables de la
perdición de un ser querido. Muchos padres que tienen
hijos conflictivos viven con una espina clavada en el
corazón sintiendo que fue culpa de ellos. Es verdad que
nuestras actitudes pueden cambiar el rumbo de la existencia de
otros, pero en muy pocas ocasiones somos responsables de su
ruina. Cada uno puede enderezar el camino de su vida y tú
no eres responsable si alguien no lo hace.

Libérate de la presión del sufrimiento
ajeno. Tus hijos no son tú: Su vida no es la tuya. Ellos
son almas independientes que tienen su propio proceso de
crecimiento y que precisan vivir ciertos retos y dolores aunque
tú no quieras. Deja de desgarrarte el corazón por
sobreprotegerlos y simplemente ayúdalos a entender que los
amas pero que no tienes porqué padecer por sus yerros,
pues ellos son responsables de cada una de las consecuencias de
sus actos. Al final de los tiempos estarán bien, puedes
estar seguro.

Entender que tú no eres el protector de la
humanidad, que el sufrimiento ayuda al progreso de quien lo
padece y que no hay nada malo en el dolor, pues éste nos
hace mejores, es básico para liberarse del primer
grillete.

Recuerda siempre: Tienes derecho a no cargar con las
culpas de otros. Sobre todo si te obligan a ello, porque entonces
no lo harás por servicio o por misión sino por
manipulación y nadie puede manipular a una persona
madura.

Levanté la vista del libro un poco alterado. Eran
conceptos que penetraban en mi entendimiento como proyectiles
explosivos y hacían pedazos todas mis ideas.

El temor a la pandilla comenzaba a desaparecer y a
cambio me invadía un sentimiento de ignorancia enorme.
Estaba dejando la zona emocional para subir a la de
aprendizaje y darme cuenta de que en ello se hallaba mi
salvación. No podía darme el lujo de desconocer las
técnicas que otros usaban para salir del lodazal, mientras
yo me hundía en él. Cerré el libro y lo
contemplé. Lo leería de cabo a rabo. Lo
memorizaría, lo aplicaría. Volví a abrirlo y
vi la dirección que don Joel anotó en la
portadilla. Eché un vistazo a la calle y reconocí
el rumbo. No estaba muy lejos del sitio en el que se
reunía el grupo de autoayuda.

Era muy temprano para ir allí, pero no importaba.
Esperaría leyendo.

Bajé del autobús y caminé directo
al lugar.

Me sorprendí, al descubrir un elegante y amplio
salón. Le dije al cuidador que era la primera vez que
asistía a la reunión y que se trataba de un caso
urgente. Él me informó cómo la nave era
compartida por dos asociaciones distintas. La primera se
reunía a las cinco de la tarde, pero me advirtió
que era exclusivamente para mujeres.

-La de usted sesiona hasta las ocho de la noche
-miró el reloj y emitió un silbido-. Apenas va a
dar la una.

-No tengo adónde ir -le contesté-.
¿Hay algún lugar en el que pueda sentarme a leer
mientras espero? Por favor.

El hombre hizo un movimiento de desagrado y me
dejó pasar a una pequeña estancia que hacía
las veces de recepción.

En las siguientes cuatro horas leí todo el libro
y, como me quedé pasmado ante tan antagónicas
ideas, olvidé el cansancio y el hambre. Había
hallado verdaderamente una piedra de rescate para mi
vida.

Cerca de las cuatro treinta llegó la primera
mujer que asistía al grupo de autoayuda. Se quedó
asombrada de ver a un hombre en la recepción, pero no hice
el menor caso a su asombro y le pedí que me prestara un
lápiz para marcar lo más importante del
libro.

Lo hizo mecánicamente y comencé a subrayar
de inmediato:

Libérate de la obligación de ser
perfecto.

Tienes derecho a cometer errores y pagar por
ellos.

Si te, equivocas acéptalo, no te defiendas,
no busques justificaciones. Grábatelo con fuego: tienes
derecho a cometer errores. Tantos como necesites cometer para ir
aprendiendo las lecciones de la vida.

Así como es bueno que otros aprendan de sus
tropiezos sin que tú estés obligado a salir al
rescate, también entiende y acepta que tus propias
caídas te hacen una persona mejor. ¿Hiciste algo
mal ayer? Está bien. Es parte de tu caminar por la vida.
Entiende que en el futuro seguirás cometiendo errores y no
te sientas mal por ello ni te inhibas para tomar nuevos riesgos.
Continúa moviéndote, decidiendo, actuando, aunque
te equivoques.

Por supuesto, no basta con saber que las
caídas son buenas, precisas entender también que
los errores producen dolor y que debes enfrentar responsablemente
las consecuencias de ese dolor. Por ejemplo: Vas andando por la
calle distraído y te estampas con un poste. tienes derecho
a golpearte la cabeza con todos los postes de la ciudad hasta que
aprendas a esquivarlos, pero, por favor, no te enfades con el
poste o contigo, no lo patees ni hagas escenas de
frustración. El golpe duele pero es el precio de tu error.
Págalo con gusto y
aprende la lección.
Cada error tiene su precio y debes aceptar pagarlo gustoso.
Si es de dinero, con dinero, si es de dolor (físico o
emocional), con dolor, si es de trabajo, con
trabajo.

Tal vez tu acompañante se ría y te
diga que eres torpe, sonso, bruto. Ríete con él,
pero no creas la gran mentira de que tú
eres
así. Porque no lo eres, simplemente
cometiste un error. Calificar a las personas con un
'eres'
acompañado de adjetivos denigrantes es una insolencia
enorme. No permitas que algún manipulador te cuelgue
etiquetas permanentes y si lo han hecho ya, arráncaselas
con decisión para siempre. Tú NO
ERES
tonto, feo, inseguro, tímido, torpe, lento, malo para
las matemáticas, malo para el deporte ni nada de lo malo
que los demás te han hecho creer. Eres, en realidad, un
gran ser humano, un hijo de Dios, un triunfador en potencia.
Cuando te equivoques y alguien te diga
"eres…',
no lo tomes en serio. Tienes derecho a cometer errores. Tus
errores te perjudicarán a ti y nadie sino tú
serás responsable de las consecuencias de ese error.

Recordé los 'eres' de m¡ madre (insensato,
ingrato e irresponsable) y lo mal que me habían hecho
sentir. Ella quizá tuvo razón en reclamarme por
haber llegado tarde a casa, pero yo NO ERA nada de lo
que me dijo, en todo caso cometí un error y los
policías, don Joel y mi padre mismo me hicieron pagar caro
por él. Era una bella forma de ver la vida y de quitarse
las pesadas cadenas de la inseguridad.

Continué subrayando:

Libérate de la rigidez

Tienes derecho a cambiar de
opinión

Desde la más tierna infancia se nos ha
enseñado que una vez declarados nuestros deseos, ya no
podemos retractarnos.

El no atreverse a rectificar el camino, por temor a
que alguien se enoje, es un acto pueril e irresponsable. Erradica
esa costumbre, quítala de tu cabeza. La rigidez es una
excelente cadena que te hace fácilmente muñeco de
otros, pues te obliga a mantenerte atado a decisiones que en su
momento fueron buenas pero que ya no lo son. La gente y las
circunstancias cambian; lo que antes consideraste conveniente
puede no serlo a la luz de nuevas ideas. Tienes derecho a cambiar
de opinión.

Como es de esperarse, hay que saber también
que ejercer este derecho tiene un precio. Con frecuencia, al
cambiar de opinión pagarás pérdida de
bienes, retroceso en el. camino andado, molestia en otros,
etcétera; pero valora lo que pierdes y lo que ganas para
actuar después, con los pies en la Tierra, según te
convenga. No te sientas atado de manos sólo porque
afirmaste algo. Ésas son pamplinas que te hacen
víctima de los manipuladores. Tienes derecho a cambiar de
opinión. Si compraste algo y no te gustó,
devuélvelo, si anunciaste hacer un negocio determinado,
pero luego reflexionas que te beneficia otra cosa, el 'echarse
para atrás' no será muestra de inmadurez sino de
todo lo contrario. Por supuesto que pocos lo entenderán.
Te tildarán de inconsistente, de no tener palabra y si
logran intimidarte, cederás y harás algo que de
antemano sabes perjudicial. Pero detente
Miles de
personas, en una moral mal entendida, se esfuerzan por defender
su posición aún sabiendo que es errónea,
millones de seres humanos viven soportando situaciones terribles
cuando por dentro quisieran cambiar y liberarse de las presiones
que aceptaron en otra época. Los que no pueden superar la
zona de aprobación suelen tener pánico a que los
demás piensen mal de ellos, por eso se ven en la necesidad
de hacer cosas que no quieren. Es muy sencillo y lo diremos
más coloquialmente aún: Sólo los valientes
huyen. Si exaltado por los calores del momento te retaste a
golpes con alguien o juraste hacer algo que posteriormente
evalúas inconveniente, piénsalo mejor, no hagas lo
que ya no quieres hacer. tienes derecho a cambiar de
opinión.

¿Pero qué clase de filosofía era
ésta? Me asustaba y me aplastaba. No podía haber
sustentado toda mi vida sobre bases falsas. Esos conceptos eran
peligrosos, porque si una persona sin escrúpulos los
hacía suyos podía botar sus responsabilidades,
dejar hijos, mujer, trabajo y país sólo porque el
candoroso cambió de opinión. Aunque claro, el
resumen dictaminaba abiertamente que ejercer este derecho
tenía un precio también.

(Con frecuencia pagarás molestia en otros,
pérdida de bienes, retroceso en el camino andado,
etcétera. Pero valora lo que pierdes y lo que ganas para
actuar después, con los pies en la Tierra, según te
convenga).

Algunos meses atrás Alma, mi madre y yo le
prometimos a papá que estaríamos con él y lo
ayudaríamos incondicionalmente, pero cumplir esa promesa
nos estaba causando un profundo daño. Además,
consentir sus errores sin dejarlo pagar por ellos lo hacía
hundirse cada vez más en el fango de la irresponsabilidad.
Todos en esa familia teníamos derecho a no cargar con
las culpas de mi padre
y a la luz de las circunstancias
actuales mamá, Alma y yo debíamos retractarnos
abiertamente
frente a él de nuestra promesa de tener
que soportarlo.

Volteé a mi alrededor.

La estancia se estaba llenando de mujeres. Agaché
la cara y me apresuré a subrayar antes de que me pidieran
el lápiz.

Libérate de la obligación de
saberlo todo. Tienes derecho a decir "no
sé" o
"no entiendo
".

Las personas de mente cerrada tratan de hacer sentir
mal a los demás demostrándoles cuán
ignorantes son. Te preguntan si has leído determinado
libro, si conoces a cierto personaje, si estás enterado de
las noticias, esperando que caigas en alguna torpeza para
echártela en cara… Recuerda que no tienes por qué
fingir o aducir que tal o cual cosa, en efecto, te parece
conocida. Arráncate el grillete.
Tienes derecho a
decir 'no
sé' o "no entiendo'.
Si te preguntan qué piensas de aquello, no te
angusties, puedes contestar con un simple
NO
SÉ.
Si alguien te exige algo que te parece
ilógico, dile que
no entiendes por
qué te pide eso, y no accedas hasta que te explique a tu
entera satisfacción. Si alguien está enojado y no
sabes la razón, dile abiertamente que no
entiendes
el porqué de su actitud.
Observar con atención y aprender a
reconocer una y otra vez que 'no saben' para hacer que los
demás expliquen, es el secreto de los sabios. Si no sabes
o no entiendes algo, dilo. En vez de sentirte pequeño
enorgullécete cada vez que tengas la oportunidad de decir
NO SÉ, o NO ENTIENDO, pues aprenderás algo nuevo y
ese día tendrá más sentido para
ti.

Libérate del complejo de "acusado" tienes
derecho a no dar explicaciones.

Si no haces exactamente lo que otros quieren, te
acorralarán, obligándote a
defender.

Siempre que ejerzas tus derechos de
madurez:

-Negándote a cargar con las culpas de
otro

-Cometiendo errores y pagando por
ellos

-Cambiando de opinión

-Diciendo 'no sé' o 'no
entiendo'

Alguien te exigirá inmediatamente una
justificación. En cuanto contestes, volverá a
atacarte con otro '¿porqué?'. A cada respuesta
tuya, el manipulador tendrá razones para hacerte sentir
tonto y te convertirás en el 'acusado'. Oye,
libérate de ese complejo. Tienes derecho a no dar
explicaciones.

Si un manipulador te molesta o trata de que aceptes
sus condiciones, no te enojes; manifiesta tu inconformidad
serenamente con mucha perseverancia sin explicar nada más.
Frente a una persona de mente cerrada que insiste en manejarse,
necesitarás ser tenaz, pero sin salirte de tus cabales,
diciendo claramente, en forma reiterativa, lo que deseas. No
discutas ni trates de convencerlo con argumentos. Sólo di
lo que quieres. Insiste aunque tus frases no contesten lo que
él te pregunte, tal como si te hubieses tragado una
grabadora que repite siempre lo mismo. La perseverancia exenta de
ira desarma totalmente a los cerrados haciéndolos ceder
aunque sea de mala gana. La fórmula clave es persistencia
con serenidad. No lo olvides. Haz oídos sordos a las
amenazas del manipulador. Si él dice no UNA vez, tú
dirás sí DOS, si insiste SEIS veces, tú lo
harás SIETE, si tiene ONCE frases para hacerte caer,
tú tienes DOCE para mantenerte firme. Así de
simple, sin gritar, sin molestarle, repitiendo una y otra vez tu
punto de vista y evitando caer en el juego de contestar las
preguntas o dar explicaciones y excusas.

Me distrajo en mi trabajo el ruido del micrófono
dentro de la sala. Las chicas habían comenzado su
sesión. Cuando levanté la vista había una
joven muy bella de pie observándome. No era la que me
prestó el lápiz, pues ésta seguramente me
vio tan concentrado que prefirió dejármelo. No. La
que me miraba aparentemente había llegado tarde y se
había detenido antes de entrar a la sala para
estudiarme.

Me puse de pie y me volví a sentar. Cerré
el libro. Lo abrí y tartamudeé al decir que estaba
esperando la reunión de Al-Anón.

-No molestaré. Me quedaré aquí.
Sólo estoy leyendo.

La joven sonrió y dio la vuelta para dejarme en
paz. Antes de que entrara al lugar le pedí que esperara un
momento, me paré nuevamente y me acerqué para
preguntarle en tono confidente:

-Dígame una cosa. Por pura curiosidad.
¿Cómo se llama usted? ¿Qué tipo de
grupo es éste?

La joven se hizo para atrás con una evidente
mueca de desconfianza. De mis dos preguntas, ¿qué
tenía que ver una con la otra? Me miró con recelo y
articulando lentamente contestó:

-Me llamo Lisbeth. El grupo es de autoayuda para mujeres
violadas.

Y cerró la puerta.

8

Violación

Lisbeth tenía la vista perdida en los
recuerdos.

La avioneta había vuelto a despegar
después de cargar combustible y nos hallábamos
cruzando por una zona de calma absoluta. Por unos momentos ambos
habíamos olvidado que estábamos haciendo un
viaje.

-Cuando te vi esa tarde -confesó hablando muy
lentamente-, concentrado en tu libro al grado de no haber
escuchado a la chica que te pidió su lápiz ni a la
dirigente que te invitó a salir de allí, me
pareciste muy extraño. Yo era una de las invitadas para
hablar en público esa noche. Iba un poco nerviosa, pero
eso no me hizo pasar desapercibida el raro suceso de que un joven
estuviese leyendo a la entrada de un grupo de autoayuda para
mujeres.

-Y yo ya no pude proseguir la lectura después de
que entraste al salón. Me dediqué a espiar la
asamblea incapaz de creer que una mujer como tú
necesitara estar allí -la abracé por la
espalda-. Ahora platícame cómo llegaste hasta ese
lugar. ¿Qué ocurrió con Martín
después de que lo hallaron drogado?

Respiró hondo y echó un vistazo a su
reloj.

-Falta poco para que lleguemos. No va a darme tiempo de
relatar todo.

-Qué importa. Empieza ya.

-Zahid. Podríamos dar por sentados los hechos sin
entrar en detalles.

-Ése no fue el trato.

-Lo sé pero -se detuvo-, me incomodaría
mucho tener que recordar, además tal vez te sientas
lastimado al oírlo.

la miré con un poco de molestia.

-De acuerdo -asintió-. Pero no digas que no te lo
advertí.

Te conté que papá me; llevó a ver a
Martín, drogado, en una barriada oscura, que cuando
volvimos a casa confesé mi embarazo y que todo mi mundo se
derrumbó al verme rechazada por las personas más
cercanas.

Estaba tirada en el piso cuando sonó el
teléfono. Era el padre de Martín que
insistía en preguntarme si yo sabía qué
sustancias había ingerido su hijo.

Después de que el padre de Martín me dio
santo y seña del hospital en el que estaban, dejé
el auricular en la mesa para dirigirme a la calle. A mi alrededor
todo era bruma, como si muebles y familiares estuviesen envueltos
en una gasa que me impidiera distinguirlos.

-¿Adónde vas? -preguntó
papá.

-Qué te importa -contesté.

-Son las once de la noche. No puedo permitir que salgas
sola a esta hora.

-¿No puedes permitir? -comencé a
carcajearme como una loca-, ¿y con qué derecho? Te
lavaste las manos de tu responsabilidad, así que
también renunciaste a tu autoridad sobre
mí.

Papá se quedó clavado en su sitio sin
poder articular palabra ante mi repentina
recriminación.

Salí a la calle y caminé a grandes pasos
como si en mi desesperada huida pudiera confundir al maligno
fantasma que me había declarado suya. Me sentía
ingenua, estúpida, seducida.

Di vuelta en una esquina y me enfrenté a un largo
y solitario tramo de calle. Los automóviles pasaban a
intervalos de cinco a diez minutos. Uno de ellos se detuvo
delante de mí y esperó pacientemente a que llegara
a su lado; los jóvenes tripulantes me aseguraron no haber
visto mujer más bella esa noche y me preguntaron si
deseaba ir a algún lugar. Les contesté que no y
seguí caminando; adelantaron el vehículo para
insistir. Los ignoré y, después de un rato,
arrancaron haciendo rechinar las llantas y dedicándome
algunas señas obscenas detrás de los
cristales.

Me preguntaba una y otra vez ¿qué
había visto en Martín? ¿Por qué
cedí con él?

Cuando le dije que estaba embarazada prometió que
respondería, pero aun si dejaba la droga para siempre,
¿me arriesgaría a casarme con él? En una
sociedad machista ¿quién tenía más
oportunidades de rehacer su vida?, ¿una mujer divorciada
con un hijo o una madre soltera? Las opciones no eran
muchas.

Es mejor estar sola que mal acompañada
me dije, "aunque, a decir verdad, es mucho mejor estar bien
acompañada que sola;
si él se repone y hace su
mejor esfuerzo", concluí, "tal vez me arriesgue a casarme;
luchar por fundamentar una familia me hará sentir mejor
que dejar a todo el mundo condolerse de mí y seguirme
tratando como una niña boba que se equivocó.
Además, si fracaso en mi matrimonio, de cualquier modo me
sentiré mejor al haber puesto todo de mi parte.

La congoja volvió a invadirme y me limpié
las lágrimas con furia. Debía levantar la cabeza y,
sin sentimientos de vergüenza, salir adelante con mi hijo de
una u otra forma, pero, ¿por qué me había
pasado esto? Al ver que no me controlaba, troté un poco
hasta que las fuerzas se me acabaron y me detuve. Me puse en
cuclillas y solté a llorar inconsolable.

De pronto sentí la presencia de un
automóvil detrás de mí. El ronroneo del
motor a escasos metros de distancia me hizo darme cuenta de que
alguien me observaba. El auto tenía las luces apagadas. No
me moví. Tuve la premonición de que se trataba
nuevamente de los jóvenes falderos. ¿Qué
más podía ocurrirme? Me hallaba postrada,
indispuesta para defenderme. Permanecí en el suelo unos
minutos más, esperando sin voltear. Al ver que pasaba el
tiempo y nadie se acercaba, el instinto de conservación me
hizo ponerme de pie y echar a caminar con la cabeza agachada.
Abrupta, repentinamente mi cuerpo chocó con el cuerpo de
un hombre que estaba parado frente a mí. Me asusté.
Levanté la vista. Era mi padre.

Nos miramos unos segundos.

Ya no había recriminación en sus ojos;
había pena, preocupación.

Ya no había enojo en los míos. Solamente
una gran tristeza.

Entonces lo abracé y me abrazó. Entre
lágrimas le dije:

-Perdóname, por favor… Te fallé. Les
fallé a todos. No sabes cómo me siento.
Perdóname…

Él no articuló palabra. Durante un rato
permanecimos enlazados y mientras estábamos así
comprendí lo terrible que debe de ser para un padre ver a
su hija desmoronarse, desviar su camino, renunciar a sus
sueños, todo por una decisión sexual
equivocada.

-Te amo, Lisbeth -dijo al fin con una voz vacilante-. El
golpe fue muy duro para mi. Nunca imaginé que podía
ocurrirle algo así a ti. No quise
lastimarte.

Oí su 'te amo' tan distinto al de unas horas
antes…

Las lágrimas no me permitieron contestarle, ni a
él le dejaron decir nada más. Padre e hija,
abrazados en la oscuridad de una calle solitaria,
intentábamos reconfortarnos mutuamente por un hecho que
nos lastimaba en lo más profundo y transformaba para
siempre nuestras vidas.

Me llevó al automóvil. Abrió la
puerta y al hacerlo preguntó:

-¿Quieres ir al hospital?

Asentí.

Condujo en silencio. Me eché a sus piernas como
una niña, la niña a la que él
enseñó a nadar y a jugar tenis, la niña que
siempre fue su orgullo y su alegría. Acarició mi
cabeza diciéndome que nada había cambiado entre
nosotros.

Llegamos al hospital y de inmediato encontramos a los
padres de Martín.

-¿Cómo está?
-pregunté.

-Grave. Disculpa que te haya llamado a la casa, pero los
médicos deseaban, mejor dicho, necesitaban saber
respecto a las sustancias o combinación de sustancias que
había ingerido.

No cavilé, de momento, que el comentario del
hombre me agraviaba al dar por sentado que yo era cómplice
con su hijo, de consumir soporíferos.

Con ojos esperanzados vimos llegar a un médico.
De inmediato los progenitores lo interrogaron y el galeno
informó que el muchacho se hallaba grave, pues las pruebas
indicaban que había ingerido una sobredosis de crack
combinada con alcohol.

-Doctor -cuestionó mi padre de inmediato-,
sé que no es el momento ni el lugar, pero dígame
una cosa. ¿El muchacho tiene riesgo de haber
contraído el SIDA?

-No. Despreocúpese a ese respecto. El tipo de
droga que consume no es inyectada y eso lo exenta del mayor
porcentaje de riesgo.

El padre de Martín caminó detrás
del médico y nos quedamos solos con la obesa madre. Ella
nos miró con cierto deje de perfidia. Tal vez se
había molestado por la pregunta de papá o
simplemente había hallado el momento de arrojar el veneno
de su agusanada alma de madre posesiva.

-A mi pobre hijo siempre le ha ido mal -comentó-.
Al pobrecito le han afectado mucho los problemas amorosos. Desde
que se separó de su esposa no se ha repuesto. Las mujeres
le han hecho mucho daño.

Por un momento creí que estaba hablando de otra
persona. Fue mi padre quien reaccionó más
rápido.

-¿Qué dice usted, señora?
¿Martín se había casado antes?

La mamá de mi novio se fingió turbada
haciéndonos creer que se arrepentía por haber
hablado "de más', pero sus frases fueron perfectamente
calculadas.

-Sí -aclaró con fingida timidez-.
Tenía dieciocho años y la mujer veinticuatro. Ella
era una mañosa. Trató de atraparlo
embarazándose. Y lo logró. Se casaron por el civil,
pero sólo duraron juntos dieciocho meses. ¿Acaso no
lo sabía usted?

Negué con la cabeza. Lo único que
sabía de Martín era que trabajaba en una empresa
vinícola como ejecutivo de ventas, que tenía un
hermoso automóvil y un elegante porte, que decía
ser ingeniero y que estaba dispuesto a formalizar su
relación conmigo.

-¿Martín es ingeniero? -me oí
preguntar.

-No. Siempre quiso serlo, pero cuando se casó,
tan jovencito, tuvo que dejar de estudiar y ponerse a trabajar
para mantener a su familia. Sólo llegó hasta
segundo año de preparatoria. Le fue mal. Su esposa lo
manipulaba.

-¿Y no trabaja en una compañía
vinícola?

-Lo hizo, pero renunció. Lo explotaban. Su jefe
era un tirano. Ahora le ayuda un poco a mi esposo. Es un muchacho
muy bueno, pero se está reponiendo
emocionalmente.

¿Un muchacho muy bueno? Y seguramente yo
era, para la miope madre sobre protectora, otra arpía que
intentaba atrapar nuevamente a su inocente bebé.
Sentí un coraje enorme. Todo lo que pudiera decir
sería usado en mi contra.

-Vámonos, papá.

Mi padre me tomó del brazo y ambos dimos media
vuelta sin despedirnos.

El no comentó nada en el trayecto a casa. Tampoco
volvió a preguntarme cómo fue que me dejé
engañar. Estaba tan indignado como yo.

Semana y media después, recibí una llamada
telefónica de Martín. Me negué a contestar.
Papá me prohibió hablar con él y yo
obedecí, sin embargo, como el joven insistía una y
otra vez, pasados los días llegué a pensar que, al
menos, debía darle la oportunidad de aclarar las cosas.
Era el padre de mi hijo. ¿Quién me aseguraba que su
mamá no inventó todo para alejarme de él y
obligarme a enfrentar sola mi embarazo? Necesitaba saber
realmente en qué me había
engañado.

A escondidas concertamos una cita. Le dije que
estaría esperándolo en la esquina, que pasara por
mí, pues deseaba escuchar su versión. Sólo
mi madre sabía de la entrevista secreta.

Cuando él llegó, ya no me sentí
impresionada por su bello automóvil ni por su elegante
aspecto.

-El coche es de tu papá,
¿verdad?

-¿Quién te lo dijo?

-Deja de fingir, ¿quieres?

-¿Adónde te llevo?

-A un lugar tranquilo para que podamos hablar muy
claro.

Condujo con seguridad. Yo lo observaba de perfil,
incapaz de creer que alguien tan apuesto pudiera ser tan
falso.

-¿Ya no te drogas?

-Nunca lo he hecho -contestó sin mirarme-. Esa
noche mis amigos me obligaron. Perdí el conocimiento. Fui
víctima de una guasa.

No le creía, pero guardé silencio. Iba
distraída en mis reflexiones y no me di cuenta de que
estábamos entrando a un motel. Cuando el coche se detuvo
miré a mi alrededor.

-¿Y esto? ¿Adónde me
trajiste?

-Es un lugar tranquilo. Aquí podemos hablar con
calma y en privado.

-Espérame un momento.. Si crees que tienes
derechos, estás muy equivocado. Primero vamos a poner las
cartas sobre la mesa y a hablar de condiciones y
responsabilidades.

-No seas ridícula. Tú y yo somos como
esposos.

-¿Qué dices? -grité
histérica- ¡Vámonos de aquí
inmediatamente!

Azarado por mis exclamaciones encendió el motor
del automóvil y salió del motel. Aceleró por
la vía rápida y sus facciones fueron tomando un
matiz de profunda amargura. Iba tan rápido que por un
momento creí que deseaba matarme y matarse.

-¿Puedes conducir más despacio?

-¿De modo que no tengo ningún
derecho?

Me agarré fuerte del asiento y comencé a
sentir las gotas de sudor resbalar por mi frente. Salimos de la
ciudad y nos internamos en una carretera solitaria.

-¿Adónde vamos? ¡Regrésame a
mi casa!

El camino estaba en tan mal estado que parecía
fuera de servicio. Finalmente nos orillamos en un paraje rodeado
de árboles y detuvo el coche.

Al fondo del terreno había una pequeña
cabaña de madera abandonada.

-Muy bien -dijo volviéndose hacia mí con
los ojos inyectados de sangre-, ¿te parece bien este lugar
para platicar de condiciones y
responsabilidades?

Eché un vistazo a los lados. Estaba oscureciendo
y no había forma de escapar o pedir ayuda.

-Sí -traté de mostrarme tranquila-,
cuéntame sobre tu pasado y no te atrevas a mentirme.
¿Es cierto que te casaste a los dieciocho años y
que tienes un hijo con otra mujer?

-Ella me manipuló. Yo era muy niño. No lo
hice por amor. Puedo tratar de rehacer mi vida, ¿no crees?
Contigo es diferente. Quiero formar un hogar de
verdad.

Se acercó y me abrazó. Me puse
tensa.

Déjame lo empujé-. Quiero que
hablemos.

-¿De condiciones y responsabilidades?
-se burló.

Me volvió a abrazar y comenzó a besarme la
cara con mucha intensidad. Por un momento me quedé quieta
sin saber qué hacer. Se mostraba realmente tierno en sus
movimientos, pero la diferencia era que en esa ocasión sus
besos me daban asco.

Imprevistamente bajó una mano para acariciarme el
busto. Lo aparté con arrebato y me
separé.

-Basta. No estoy dispuesta.

-Ven acá -me jaló nuevamente
aprisionándome y esta vez su tono sonó protervo y
furioso-. Eres mía, ¿no lo entiendes? ¿No te
das cuenta de que nadie podrá quererte ya? Éstas
son las cartas sobre la mesa: ¡Eres mía! No hay
más que hablar.

-Déjame…

Me estrujaba con tal fuerza que comencé a sentir
asfixia.

-Te deseo, te necesito -trataba de ser sensual pasando
su asquerosa lengua por mi cuello y oreja.

Me debatí asustada.

-No me digas que no te gusta hacer el amor. La vez
anterior cooperaste más. ¿Qué te pasa?
¡Disfrútalo!

-No puedo respirar.

Me soltó y comenzó a desabotonarme la
blusa. Lo vi como a un extraño.

-Por favor -lo detuve.

-Eso mismo te digo yo, por-fa-vor… -y me volvió
a inmovilizar con un abrazo

¿Qué era eso? ¿Seducción
violenta o violación sutil?

Sin permitirme mucho movimiento terminó de
abrirme la blusa y me arrancó el sostén. Yo estaba
aterrada, Cuando me resistía se mostraba terriblemente
hosco y me apretaba los senos con tanta fuerza que lastimaba,
pero cuando me quedaba quieta, se mostraba amable y hasta
cariñoso.

-No me gusta este lugar para hacer el amor -le dije
intentando disuadirle de que parara y ganar tiempo-.
Tenías razón, ¿por qué no vamos al
hotel?

Se detuvo y pareció estar de acuerdo.
Arrancó el motor. Me apresuré a acomodarme la
ropa.

Cuando todo indicaba que nos iríamos de
allí, dio la vuelta a la llave y apagó el
auto.

-¿Estás tratando de pasarte de
lista?

-No, mi amor.

Le toqué un hombro, pero me notó nerviosa
y me agarró.

-Harás lo que yo te diga donde yo lo diga.
Así que vuelve a desabotonar esa blusa.

En ese momento salieron dos jóvenes de la
deteriorada cabaña de madera. Saludaron a Martín
con la mano y se acercaron.

Al verlos caminar detecté que les costaba trabajo
mantener el equilibrio.

-Yo pensé que no había nadie -dijo mi
raptor como quien se dirige a los miembros de su
familia.

-Aquí estamos -contestó uno de ellos-,
sólo nosotros…

-¿Tienen polvo?

Entonces me di cuenta de que estaba atrapada.

Abrí la puerta del coche e intenté huir,
pero mi movimiento fue tan rápido e impensado que
caí al suelo junto al coche. Martín se
estiró acostándose sobre el asiento y me
atrapó una muñeca. Los enajenados se apresuraron a
ayudar a su amigo.

-¿Se quiere escapar la nena?

-Es una zorra…

Los recién aparecidos comenzaron a brincar como
incluyéndose oportunamente en el juego. Uno de ellos se
acercó, puso un zapato sobre mi antebrazo para que no
pudiera levantarme mientras Martín terminaba de descender
del carro y se bajaba la bragueta del pantalón. Su gesto
era cruel y decidido. Me miraba de una forma que yo no
conocía en él. Terminó de sacarse los
genitales y se sentó en mi vientre
inmovilizándome.

Los dos mirones se reían.

-Come.

-Suéltame, cerdo -escupí e hice la cabeza
a un lado.

Se adelantó para aplastarme los brazos con sus
rodillas y una vez con las manos libres me enderezó la
cabeza para obligarme a mirarlo.

-Por favor -le supliqué-. Vas a dañar al
bebé.

-Cállate -alzó mi cabeza y me
azotó-. Lo estás echando todo a perder.

Lo miré aterrada. ¿Por qué me
golpeaba? Aún no entendía que había surgido
en él un deseo irracional de poseerme, de imponerse sobre
mí. Sonrió con desprecio y volvió a
golpearme la nuca contra el piso una y otra vez. Comprendí
que mi vida peligraba.

Muchas veces escuché que en una violación
es mejor no resistirse, pues sólo se trata del acto
sexual, pero en realidad eso no es un acto sexual, es un ataque
bajo y denigrante. Semanas después, en el grupo de
autoayuda escuché el testimonio de una mujer a la que le
introdujeron una botella que luego le rompieron adentro. Tuvieron
que darle veinte puntadas y estuvo a punto de morir.

¡Si puedes defenderte -me dije-, hazlo y
ahora!

En mi infancia estudié artes marciales, pero era
una disciplina compleja que llevaba años dominar;
más que karate una mujer debe desarrollar la auto
confianza, la agilidad para gritar, correr, clavar las
uñas en la garganta, dar puñetazos en la nariz,
meter los dedos en los ojos, golpear los testículos y
algunos otros actos que más que fuerza requieren
maña y decisión. En ese instante, mi sexto sentido
me indicaba que si me resistía me mataría, pero mi
autoestima se rebelaba a ser denigrada de esa forma.

Cruzó por mi mente la idea de morderlo, pero
dudé y se dio cuenta.

-No te atrevas.

Me abofeteó cuatro veces con la mano
abierta.

Sentí que la cara me reventaba de
ardor.

Se puso de pie y al instante aproveché para
levantarme a medias y correr, pero uno de los amigos me
atrapó de los cabellos.

-Ven acá.

Entre los tres, a tirones me quitaron una a una mis
prendas de vestir hasta dejarme totalmente desnuda. Me arrojaban
de los brazos de uno a los de otro sin dejar de reír.
Martín sólo se bajó el pantalón. Me
hizo girar poniéndome de espaldas y, por la fuerza, me
obligaron a agacharme. Fue muy doloroso. Grité,
lloré, pero no había nadie cerca.

-Así, protegeremos al bebé. Caí en
una especie de trance, como si mi alma hubiera abandonado el
cuerpo por unos momentos para disuadirme de lo que estaba
pasando.

Cuando se habla de abuso sexual solemos pensar: "eso a
mí no me ocurrirá", pero conservadoramente se sabe
que al treinta por ciento de las chicas les ocurre. Cualquier
mujer puede ser víctima de una violación. De la
misma forma, cualquier hombre puede violar. La mayoría
decide no hacerlo. Las mujeres en cambio no pueden decidir.
Además existe un agravante terrible y poco comentado. Tres
cuartas partes de los abusos, según la encuesta para la
seguridad de la mujer, fueron realizados por gente muy cercana:
novios, amigos, compañeros de escuela o trabajo, jefes y
familiares. Se tiene la falsa creencia de que los violadores son
seres desequilibrados que salen en las noches enmascarados y
armados y, aunque los hay de ese tipo, son los menos. Por lo
regular el hombre que fuerza una relación, lo planea,
fantasea con la idea antes de llevarla a cabo y con demasiada
frecuencia la víctima vive cerca de él, a veces en
la misma casa o colonia.

No recuerdo lo que me obligaron a realizar
después. Y lo que recuerdo no quisiera comentarlo.
Aún ahora me parece difícil de concebir y
expresarle en palabras. Los tres estuvieron haciéndome
todo tipo de ultrajes por más de una hora. Lo más
absurdo fue que cuando terminaron, me obligaron a vestirme y a
subir al auto como si nada hubiese pasado. Los amigos se sentaron
en el sillón trasero y Martín condujo el coche de
regreso a la ciudad.

-A todas las mujeres les gusta un poco de fuerza
-teorizó-, les agrada provocar y cuando consiguen lo que
buscan, estoy seguro de que no pueden dejar de disfrutarlo
también.

Era increíble lo que estaba oyendo. Ahora
sé que ésa es una idea muy generalizada. Muchos
chistes, cuentos y hasta películas demuestran la grotesca
escena de una joven que ansiaba ser violada y que inclusive al
ser poseída deseaba más. No hay nada tan absurdo y
perjudicial para nuestra sociedad que hacer ese tipo de bromas
estúpidas. Es fácil reírse de lo que no se
entiende. Es cierto, la mujer puede disfrutar un acto sexual, de
la misma forma que un varón puede disfrutar, por ejemplo,
un momento de compañía con su hijo mientras le
enseña a nadar, guardando la respiración debajo del
agua, sin embargo, yo me atrevería a preguntar si ese
mismo hombre disfrutará guardando la respiración
con la cabeza dentro de un excusado lleno de mierda obligado por
un sujeto armado. No se puede comparar un momento de entrega
amoroso con una ofensa humillante y perversa.

En el camino de regreso, uno de los amigos de
Martín dijo que la próxima vez me invitarían
a ver una de sus películas para que me relajara más
y así no tuvieran que lastimarme. Hoy sé que la
pornografía fomenta las violaciones. Escenas en las que se
utiliza a la mujer sexualmente y con violencia modifican la forma
de ver las cosas para muchos hombres y aunque la mayoría
nunca hará nada malo, otros pocos se atreverán a
hacerlo, excitados por las modalidades sexuales a las que se
están familiarizando a través del cine
sucio.

Cuando llegamos a mi casa, abrí la puerta y di
grandes pasos, pero en el jardín delantero, antes de
llegar a la puerta, me detuve hecha pedazos.

Vi a través del cristal de la sala la silueta de
mi padre que caminaba en el interior.

9

Diferencias
sexuales

Me solté el cinturón de seguridad e
intenté ponerme de pie en la avioneta. El techo era tan
bajo que sólo logré dar un paso encorvado. Estaba
furioso, verdaderamente afectado. Pocas veces había
sentido tanta rabia en mi vida.

-¿Qué ocurrió con ese maldito? -le
pregunté a mi esposa-, ¿se murió? Porque si
está vivo es mejor que se cuide.

-¿Lo ves? Te dije que era preferible no hablar de
esto.

Me derrumbé en el asiento y cerré los
ojos. Recordé cómo el líder de nuestro grupo
forzó a una joven precisamente después de que
estuvimos excitándonos en un centro de nudismo; era
virtualmente imposible poseer a las chicas que se exhibían
sin ropa, en aquellas mesas, pero saliendo de la zona controlada,
había muchas indefensas, a disposición, como nos
demostró el dirigente de la pandilla. El peor castigo para
mí era saber que, aunque no participé,
impedí la violación de una mujer cuando la
presencié y que esa mujer pudo haber sido mi
esposa…

-Termina, por favor.

Quise correr hacia mi padre, llamarlo, pero no me
moví. ¿Era lógico quejarme de haber sido
violada después de contravenir órdenes muy claras,
citándome con el joven con el que antes tuve relaciones
sexuales? ¿Quién me creería? Y en todo caso,
¿a quién le importaría? Si descartaba la
participación de los dos espontáneos, mi
posición era similar a la de una mujer casada que
pretendiera acusar a su esposo de abuso sexual. En la sociedad se
da por sentado que si consentiste una vez, estás obligada
a consentir siempre.

Oí el carro de Martín que se iba. Estaba
deshecha moralmente. Me sentía sin fuerzas, como una
muñeca inútil a la que se le ha acabado la cuerda
para siempre.

Después de un rato salió ni madre. Me
preguntó qué me pasaba y le dije que nada, pero
tampoco me moví. Ella detectó algo raro y quiso
adivinar.

-¿Lo ves? -se acercó-. Ese joven no te
responderá. Vamos a tener que aceptar la idea.

Asentí. Me rodeó la espalda con su
brazo.

-Pero cambia de cara. Si no quiere casarse, tal vez sea
mejor -caminó llevándome hasta la casa-. Sé
que debes estar muy decepcionada, pero no te preocupes. Todo
mejorará. Cuéntame, ¿le hablaste claro?,
¿le hiciste ver sus obligaciones y responsabilidades?
¿Qué te contestó? ¡Por Dios! ¡Te
ves muy mal! No te aflijas tanto…

Me negué a decir una sola palabra. Anduve
realmente ¡da, como muerta venida del más
allá. Fui directo a mi habitación con pasos lentos
y mecánicos. Ella me siguió, pero se detuvo en el
corredor al verme indispuesta a hablar. Cerré la puerta en
su cara, puse el seguro y me derrumbé en el
suelo.

Pasé la noche tirada, quieta, atrapada por el
peso de un peñasco que me laminaba. Me sentía
asquerosa, nauseabunda, repugnante; sumida en la inmundicia, sin
ánimos de salir. No era, ante mis ojos, más que un
despojo humano, una bola de porquería, víctima de
una putrefacción nunca antes imaginada'. Como el principal
abusador era alguien tan cercano, me sentía un poco
culpable de haberlo provocado. Nada es más paralizante que
creerse partícipe y responsable de algo así. La
energía de autoestima se va al suelo
drásticamente.

A las ocho de la mañana, mamá
comenzó a tocar la puerta de mi
habitación.

Desperté y logré levantarme muy despacio
para ir al baño. Mis pasos eran vacilantes como los de un
minusválido que está aprendiendo a caminar.
Abrí la ducha y sin templar el agua me introduje vestida
al chorro helado. Lo que fue un gesto de masoquismo se
convirtió en estímulo que me hizo reaccionar; el
agua fría activó mis células y
propició que la depresión fuera sustituida por un
gran coraje. Me quité la ropa y salí a buscar en el
mueble del lavado los enseres de limpieza para el excusado.
Tomé desinfectante en polvo, piedra pómez y fibra
metálica, regresé a la regadera y comencé a
restregar mi cuerpo con mucha fuerza. En algunas partes me
produje rasguños profundos. Deseaba mudar de materia,
cambiar de piel, convencerme de que la gente no notaría mi
pestilencia. Me vestí con una prenda de manga larga y
cuello alto para que nadie notara las heridas que me hice al
lavarme; no me arreglé, ni me peiné.

Fui al Colegio en busca de mi maestra de
psicología. Entré al aula en la que se encontraba
impartiendo cátedra sin pedir permiso.

-Voy a acabar con mi vida -pronuncié apenas se
volvió para mirarme; mi voz sonó
temblorosa.

La clase se interrumpió.

-Hola, Lisbeth. ¿Hay algún
problema?

-Voy a matarme.

-¿Qué dices? -la profesora se
acercó alarmada al adivinar en mí una angustia
legítima.

Los estudiantes me observaban callados. No me
moví.

-Siéntate -me invitó-. En cuanto termine
la clase hablamos. Negué con la cabeza, di la media vuelta
y salí de ahí.

-¡Detente! -ordenó caminando detrás
de mí; no obedecí. Me alcanzó y me hizo
volver hacia ella.

-¿Qué te pasa?

-¡Odio a toda la gente! Tengo miedo de caminar por
la calle, me siento una basura rodeada de más basura. Veo
a los hombres y pienso que son animales. He perdido la
ilusión de vivir. Y el hijo que llevo dentro… Hace unos
días me consolaba. Ahora quisiera destruirlo.

La psicóloga se quedó gélida
observándome. Tiempo después me confesó que
se sintió impactada al comprender que mi problema era
serio en verdad.

-Vamos a mi privado.

-¡Si te ultraja una persona en quien
confías -grité ignorando su invitación-, no
puedes volver a confiar en nadie más! ¿Me
entiendes?

Entonces comencé a desahogarme. Fueron momentos
muy fuertes e importantes Para mí. La psicóloga me
escuchó atentamente. grité. lloré y maldije
en medio del patio sin importarme la mirada curiosa de los
transeúntes. Mi catarsis fue tomando diferente tonalidad
al paso de los minutos y comencé a desear mayor
privacidad.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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