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Volar sobre el pantano (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Caminamos a la oficina. Después de franquearme me
sentía mejor, como una agonizante que acababa de vomitar
la mayor parte del veneno que la estaba matando. le pedí
permiso de entrar a su tocador. Al verme al espejo tuve
vergüenza de mi aspecto. Me aliñé el cabello y
acomodé mi sudadera. Observé las heridas de mis
brazos y me volví a cubrir.

–"Esto", me dije, "no se quedará
así".

Salí con gesto decidido y
comenté:

-El que a los varones se les deleguen las labores
públicas, políticas, financieras, empresariales, y
a la mujer las privadas, hogar, hijos, casa, supone para muchos
hombres un derecho a imponerse sobre nosotras y a pisotear
nuestros deseos, lo mismo que para muchas mujeres supone la
creencia de no tener derecho a defenderse. Pero yo no me
cruzaré de brazos. Voy a denunciarlos. NO importa lo que
pase, llegaré hasta las últimas consecuencias hasta
verlos pagar muy caro su acción.

Asintió lentamente y me
recomendó:

-No hagas eso sola.

-¿Por qué no? Siempre he estado
sola.

-Pero tienes padres y hermanas. Por un momento no supe
cómo contestar.

-Prefiero no involucrarlos.

-¿Por qué? Una familia lo es, en la medida
en que sus miembros puedan permanecer juntos, apoyarse y darse
amor en las buenas y en las malas

-Tal vez… pero no estoy segura de poder compartirles
esto…

Me puse de Pie. La Profesora guardó silencio.
Finalmente preguntó:

¿A mí, me permitirías
acompañarte?

Sonreí.

-Claro. Gracias.

Estuvimos casi todo el día en el Ministerio
Público. Tuve que realizar declaraciones detalladas y
pasar por una revisión médica especial.
Contrariamente a lo que me había imaginado, la doctora fue
muy amable y cuidadosa. Mientras pasaba el examen, pensé
que en cierto sentido yo era afortunada pues a algunas mujeres no
les va tan bien con las autoridades como me estaba yendo a
mí.

Di todos los datos de Martín, dije cuándo
y dónde podían aprehenderlo. Mi maestra y yo
acompañamos a un inspector judicial hasta el paraje en el
que fui violada y se levantó un acta de las pruebas
encontradas allí. Aún estaban las huellas de las
llantas en la tierra y un par de botones de mi blusa. Revisaron
la cabaña y no encontraron nada. Finalmente, los expertos
me aseguraron que pronto detendrían a los transgresores y
que yo debería comparecer. Me recomendaron que para
entonces consiguiera un abogado.

-No es obligatorio -explicaron-, pero le ayudará
mucho en el careo. Aún falta lo más difícil.
No sé si atrapemos a los otros dos, pero al menos
Martín argumentará que usted lo hizo
voluntariamente. Este tipo de juicios son largos y
difíciles para la mujer. La mayoría desiste de su
acusación después de haber soportado un
sinnúmero de calumnias.

-Conseguiré ayuda legal.

-Hay un grupo de apoyo para mujeres donde podrá
hallar a alguien especializado.

Me dieron una tarjeta con los datos.

Salimos cerca de las seis de la tarde exhaustas. Mi
maestra me invitó a comer una hamburguesa. -Odio a los
hombres -reiteré apenas estuvimos cómodamente
sentadas en el restaurante de comida rápida-, son unos
malditos.¿Viste cómo nos miraban los
policías? Apuesto a que preguntan más por morbo que
por investigación. Todos son iguales. De eso no hay
duda.

Movió la cabeza en señal de desacuerdo.
Tardó en contestarme. Ya no estábamos en terapia.
Ahora éramos dos amigas que podían intercambiar
ideas.

-Los seres humanos tenemos la tendencia inconsciente de
convertir experiencias particulares en leyes generales
-comentó-. De este modo decimos que todos los de
determinada raza son sucios, los de tal nación
materialistas, los de otra promiscuos, éstos ladrones,
aquellos flojos. Pero eso es una gran mentira. Los errores de
unos cuantos no son los errores de la totalidad. Es verdad que
existen algunos malvados, pero la aplastante mayoría somos
gente buena. Hombres y mujeres.

-No lo creo -rebatí ofuscada-. Este mundo es un
sitio de vileza. Lo dicen los noticieros a todas
horas.

-¿Por qué te cierras en esa idea,
Lisbeth?

-¡Porque así es!

-¡Te equivocas! -se inclinó hacia adelante
como tratando de enseñarme algo muy obvio que yo no
veía-. Los periódicos, televisión y cine
venden noticias. Ellos se dedican a buscar sucesos
sensacionales y los pregonan como si se tratara de los
únicos sucesos. Si un hombre comete un
ilícito sale en primera plana, pero si, ese mismo
día, millones de hombres trabajan honradamente para llevar
a su casa el pan, nadie lo reconoce; si una mujer mata a sus
hijos, será todo un caso, pero si centenares de madres no
durmieron anoche cuidando a su hijo enfermo, el mundo lo
ignorará. Sé que lo que te pasó ayer es muy
doloroso, pero eso no indica que todos los hombres sean
iguales. Hay muchos con una calidad humana extraordinaria que
viven y creen en los valores de honestidad y respeto. Condenar
a la humanidad masculina sería tan ¡lógico
como querer acabar con todo el reino animal sólo porque
fuiste mordida por un perro.

-Eso se puede comprender -dije casi llorando-, pero me
siento ultrajada, inservible sexualmente, nadie me va a querer
así…

-¿Qué dices? ¡Tu postura es absurda!
Lo que arruina la vida no es un acontecimiento sino la
interpretación que se le da.
Es cuestión de
ideas. No te cierres. Lo que para una cultura es normal, para
otra puede ser una vileza. Si tú dices "es el fin", lo es.
Si, por el contrario, dices 'La verdadera yo está intacta,
me niego a tomar el veneno de la ofensa', entonces no pasó
nada, estás sana, sólo sufriste un accidente como
cualquier otro…

-Tal vez tengas razón -la interrumpí-,
pero estoy llena de odio…

Mi maestra se quedó callada por un largo rato.
Miró el reloj y profirió:

-Te será muy útil escuchar el testimonio
de otras personas que han vivido lo mismo que tú.
Sería bueno que asistieras hoy al grupo. Si nos
apresuramos, podremos llegar a tiempo.

Terminamos de comer la hamburguesa sin hablar
más, nos levantamos y salimos.

Me llevó al domicilio y se despidió de
mí, disculpándose por no poder
acompañarme.

Las mujeres de la reunión se veían
alegres, bien arregladas con rostros afables. Por un momento
creí que eran actrices entrenadas para dar una apariencia
banal a la tragedia de quienes realmente sufríamos;
"ésto es un circo", me dije.

Al verme entrar, me invitaron cortésmente a una
silla especial. La sesión ya había
comenzado.

Una experta invitada hablaba al frente.

-Muchas de ustedes se habrán preguntado alguna
vez, ¿por qué los hombres y las mujeres no vemos el
sexo de la misma forma? -decía la expositora-, ¿por
qué nos resulta tan difícil adivinar las verdaderas
intenciones de nuestros amigos y compañeros
varones?

Miré a mi alrededor. El lugar era acogedor y
silencioso. Había unas treinta personas de todas las
edades. La voz de la experta invitada volvió a
atraparme.

-La ley de Pareto para las relaciones entre hombre y
mujer, diría: Los varones, reaccionan 80% con
sexualidad y 20% con romanticismo. Las mujeres, en cambio, 80%
con romanticismo y 20% con sexualidad.
Eso no significa que
los hombres sean entes lascivos y las mujeres ángeles
idealistas, significa que en nuestro diseño integral como
individuos, sexualidad y romanticismo se entremezclan, arrojando
una amalgama especial. El hombre, matizado por ambas conductas,
puede resultar naturalmente polígamo, fácilmente
excitable con la contemplación del cuerpo femenino,
entusiasta ante el deseo de conquistar o dominar. Asimismo, la
mujer puede ser más consciente del amor, el servicio, el
hogar, la estabilidad emocional y la paz. Pero estas tendencias
no significan que uno y otro sean SÓLO así. Con su
20% de romanticismo el hombre también sabe ser
caballeroso, poeta, bohemio, y la mujer en su 20% de erotismo es
sensual, provocativa, apasionada y activa en la intimidad. Sin
embargo, esto último tampoco le quita a las personas su
parte dominante. Hombre y mujer cometen el garrafal error de
considerarse iguales el uno al otro y con esas bases se
relacionan.
Los varones creen que nosotras podemos sentir el
mismo deseo sexual, de la misma forma que las mujeres creemos que
los hombres están vibrando en la misma frecuencia de
romanticismo. Cuando se apresura una relación, él
se aventura a suponer que puede despertar en ella un deseo
similar y ella, en ocasiones, se atreve ingenuamente a creer que
hallará la delicadeza en él. A la fuerza no hay
consenso. Sólo madres solteras, mujeres abandonadas,
hombres decepcionados por la frialdad de su pareja y una gran
frustración mutua…

No pude comprender la importancia de sus conceptos.
Sólo tiempo después me fue posible calibrar la
grandeza de cuanto escuché esa tarde. Mi reacción
inmediata fue de enfado. Yo deseaba oír la forma en que
participaríamos en alguna manifestación femenina o
en alguna unión beligerante para contraatacar al sexo
opuesto.

Levanté la mano y hablé sin esperar a que
me dieran la palabra:

-Los hombres insisten en tratarnos como objetos sexuales
y luego nos desprecian por haberles permitido lo que tanto
pedían. ¿No le parece que ya es hora de actuar, en
vez de estar aquí sentadas, filosofando?

En el salón se hizo un silencio absoluto, pero no
pesado. Había un hálito de comprensión
perceptible, cual si todas las presentes, al verme, se estuviesen
viendo a sí mismas, retrospectivamente, en un
espejo.

La doctora respiró hondo y se decidió a
contestar caminando hacia mí.

-Cuando no comprendemos las cosas, creemos que son
injustas. Si las mujeres supiéramos lo que estoy
explicando, nos evitaríamos muchos problemas -llegó
a un metro de distancia y me habló con energía y
suavidad, sin dejar de verme a la cara, cual una madre que
estuviese dando a su hija la explicación definitiva de su
origen-. No quiero que tomes a la ligera lo que voy a decirte, ni
que creas que estoy haciendo doctrina impráctica o
tratando de darte un sermón.

Asentí observando a la doctora, cautivada por la
fuerza de su voz.

-No vamos a cambiar el mundo -continuó-, pero,
para ser feliz en él, a pesar de la adversidad que hemos
vivido, trataremos de comprenderlo mejor: todas nosotras desde
los doce o trece años comenzamos a mestruar, ¿de
acuerdo? Bien, como adolescentes, el periodo, lejos de
producirnos un goce físico, nos ocasionaba molestias y
alteraciones de ánimo severas. Ahora escúchame:
igualmente los hombres de la misma edad comienzan a tener un
ciclo hormonal, en el que su organismo desecha también
cuanto no necesita. La primera diferencia es que su ciclo
no es periódico. Ocurre involuntariamente al principio, en
los llamados "sueños húmedos", y posteriormente,
muchas veces, provocado por ellos mismos. La segunda y
más importante diferencia es ésta: El
proceso de expulsar el semen producido en su cuerpo les ocasiona
un gran placer sexual. Para la mujer cada mestruación es
una incomodidad; para el hombre, cada eyaculación es un
orgasmo, un clímax físico, una experiencia
deliciosa. La muchacha, aunque puede excitarse sexualmente ante
determinados estímulos, por lo regular ni idea
tiene
de lo que ha sentido su hermano, novio o
compañero escolar. No conoce los parámetros de
placer orgásmico de los que gozan sus amigos varones. Es
bueno para las chicas saber desde la adolescencia que los
hombres buscarán repetir sus placenterísimas
experiencias físicas
y que para ello,
algunos, serán capaces de pagar dinero, fingir
amor y hasta forzar…

-¿De modo que su constitución glandular
los justifica a violar? -pregunté.

-No. Los instintos no disculpan a nadie de ataques o
humillaciones. Incluso, muchas de las aquí presentes saben
que con frecuencia el móvil del abuso sexual no es el
sexo, sino la dominación brutal de un enfermo acomplejado.
Las mujeres estamos de acuerdo en que a todos los violadores
debería aplicárselas la pena máxima, pero a
los hombres normales con quienes convivimos a diario no podemos
satanizarlos. Debemos, eso sí, comprender que sus
cuerpos tienen un diseño hormonal diferente,

más sexual, más excitable; eso es todo; su
intensa atracción erótica es biológicamente
natural desde la adolescencia misma, pero ellos, a la vez,
tienen un espíritu idéntico al nuestro, un alma
con necesidades de realización, misión y servicio
similares a las nuestras.

Agaché la cabeza medio convencida, medio
rebelada. Después de unos segundos volví a opinar
en voz alta:

-Eso suena muy lógico, pero, ¿no le parece
que cada persona debería ser responsable de su sexualidad?
El máximo del absurdo es hacernos creer que la mujer es
responsable de la sexualidad del hombre. Todos dicen: 'Él
llega hasta donde ella lo permite. Fuiste violada porque te
lo buscaste, ¿qué esperabas vistiendo
así?'

-De acuerdo -contestó -. Es injusto, pero no hay
por qué romperse la cabeza. Para un hombre, el control de
sus instintos está más ligado a la madurez mental y
espiritual que a los buenos propósitos. Un inmaduro es,
por tradición, mujeriego y promiscuo;
por eso las
mujeres prudentes debemos saber cuidarnos. El hombre se excita
fácil y rápidamente ante los estímulos.
Exhibir nuestros atributos sexuales nos pone en la mira no
sólo de los que tienen templanza sino también de
los que no la tienen.
Jugamos a atraer a alguien sin conocer
su madurez intrínseca y con frecuencia las cosas se salen
de control. Nos mostramos como señuelo y luego nos
quejamos de ser tratadas como objetos sexuales. La sexualidad
es para disfrutarse en privado con tu pareja íntima en un
ambiente de amor, de donación total
y es algo muy
hermoso, por eso no hay necesidad de ostentar
volúmenes a los cuatro vientos ni dar permisos de caricias
cuando no estás bien segura de la fortaleza e
interés afectivo real de tu compañero.

Comenzaba a comprender el mensaje. Ciertamente si a las
mujeres se nos enseñara, desde pequeñas, a ver las
cosas como realmente son, nos evitaríamos muchas
decepciones.

Miré a mi alrededor y descubrí los
cálidos y amistosos gestos de las presentes.

-Yo vine -comenté sintiendo que la congoja
volvía a atraparme-, porque demandé a mi ofensor y
en la Procuraduría me dijeron que aquí
encontraría asesoría legal.

La dirigente del grupo se puso de pie y caminó
hasta quedar a un lado de la invitada.

-Has venido al sitio correcto. Mujeres que denuncian y
sostienen una demanda formal para el violador son grandes
mujeres, porque ejercen cabalmente su derecho de
defenderse
y, sobre todo, porque están salvando a
otras mujeres de sufrir la misma suerte. En este grupo
asesoramos, apoyamos y ayudamos a quienes desean denunciar, pero
es una decisión totalmente personal y no obligamos
a nadie a hacerlo. Todas tenemos derecho a elegir la mejor forma
de recuperar la confianza en nosotras mismas. Las sesiones
aquí están encaminadas a reparar nuestra
autoestima, a liberarnos del odio, el rencor, el miedo y de la
terrible carga de creer que se nos ha quitado algo irrecuperable.
Nadie nos ha quitado algo, seguimos valiendo igual o
incluso
más que antes, pues lo que verdaderamente
somos no tiene nada que ver con la genitalidad, sino con la
pureza de nuestro corazón,
la grandeza de nuestras
ideas
y el equilibrio de nuestro ser. Perdonar es un
acto liberador y, aunque tú no lo creas, es privativo de
los seres espiritualmente superiores.

No pude rebatir tales sentencias, más por la
forma sincera y afectuosa en la que habían sido expuestas,
que por la convicción que me produjeron en ese momento. Mi
cabeza estaba hecha un caos. Agaché la cara, vi mi vientre
y recordé al hijo que llevaba adentro. Los sentimientos
hacia él habían cambiado radicalmente
después de la violación. Era mío, pero
también era de aquel monstruo al que yo estaba dispuesta a
refundir en prisión… Sentí la cercanía de
varias compañeras que se habían puesto de pie para
consolarme. El grupo me brindaría ayuda, eso era evidente,
pero no iba a poder solucionar todos mis
problemas…

10

Venganza

El piloto de la avioneta nos informó por la
precaria bocinita que habíamos iniciado nuestro descenso.
Pronto estaríamos en tierra. Me sentía apaleado por
el relato de mi esposa.

Cerré los ojos y recordé nuevamente la
forma en que la conocí. Ella ya formaba parte activa del
grupo para mujeres. Yo estaba esperando la reunión para
familiares de alcohólicos y por accidente la vi pasar al
frente y decir unas palabras.

-¿Sabes? -le confesé hablando muy bajito-,
cuando te oí hablar en público tuve un tremendo
impacto emocional. Tú no eras una teoría, eras una
muestra viva de que era posible
liberarse.

-Nunca me has platicado cómo lograste oír
lo que dije esa tarde frente al grupo.

-Fue sencillo. Cuando te vi llegar y me dijiste
qué clase de sesión era ésa, me quedé
en la puerta, cautivado por tu estilo. Dejé el libro sobre
la silla y caminé de un lado a otro hasta que
encontré una abertura en los canceles de tablarroca. Me
detuve ahí con disimulo y comencé a espiar la
velada.

-¿Comenzaste?

-Sí. El cuidador me descubrió. Dijo
enfadado que debía esperar fuera mientras acababa la
reunión de mujeres. Salí a la calle hecho un mar de
confusión. De pronto recordé la amenaza latente de
mi ex pandilla y tuve el presentimiento de algo malo. No
sé por qué Alma me vino a la mente con gran
intensidad, como si tuviese la certeza de que corría
algún peligro. Tomé un autobús urbano,
bajé en la esquina de mi casa y subí las escaleras
a grandes saltos. Apenas metí la llave en el cerrojo de la
puerta exterior mis sospechas se hicieron realidad y
supe que algo andaba mal… Me recibieron con una
pistola en la nuca.

Con el sobrecogimiento de percibir un gélido
cañón apuntándome, levanté las manos
y miré a mi alrededor alerta, como si me encontrara de
repente en un juego de vida o muerte.

-Camina y no voltees.

Obedecí angustiado y quise murmurar:

-Llévense lo que quieran pero respeten mi vida y
la de mi familia.

-¿Qué dices? -el sujeto me dio un
empujón; tropecé y caí frente a él-,
no susurres frente a mí.

Quise quedarme postrado en ese lugar, pero el agresor me
pateó para hacerme llegar hasta la escalera de caracol que
comunicaba ambos departamentos. Volvió a ponerme la
pistola en la cabeza y me obligó a subir. En la
recámara de Ro, se hallaban mi abuela inválida,
tirada en el piso sin su silla de ruedas, mi tío
inconsciente y mi madre amarrada de manos y pies. Me
levanté más en ademán de reclamo que
intentando defenderme y al hacerlo, sin aviso ni razón,
recibí un fuerte golpe en el rostro con la cacha de la
pistola.

Mi caída fue drástica. Quedé en el
suelo inmóvil con los ojos cerrados. El sujeto
creyó que me había desmayado y no se molestó
en atarme. Quitó la llave de la cerradura que estaba
insertada por dentro y ocluyó la puerta asegurando el
pestillo externamente.

-¿Estás bien? -preguntó mi madre
que se encontraba inmovilizada a escasos dos metros de
distancia.

-Sí -contesté incorporándome con
lentitud-, ¿tú?

-También.

Me hinqué a su lado.

-¿Y papá? -comencé a desamarrarla-,
¿y Alma?

-Tu padre está en la sala. Borracho. Alma se
escondió.

-¿La viste? ¿Está a
salvo?

-Cuando tocaron la puerta, ella abrió, los tres
sujetos empujaron para entrar, se apartó y corrió.
De inmediato me agarraron a mí. Grité con todas mis
fuerzas y entonces Ro bajó por la escalera interior para
ver de qué se trataba. Lo golpearon. Lo arrastraron hasta
aquí. Vienen armados.

Volteé a ver a mi abuela que estaba concentrada
en sus rezos. Tenía el rostro agachado y las manos juntas,
segura de que era lo único y lo mejor que podía
hacer. Así era.

-¿Qué quieren?

-Me pidieron dinero, les dije que no
teníamos.

No comenté a qué dinero
podrían referirse ni pregunté si ella sabía
dónde lo había guardado mi padre.

-Esculcarán la casa y, cuando no encuentren nada,
se irán.

-No estoy tan segura.

Yo tampoco lo estaba. A ellos les interesaba recuperar
sus billetes, pero, sobretodo, querían cobrarse la
afrenta. Me pregunté por qué, si era obvio que se
trataba de la pandilla, los tres individuos traían el
rostro oculto.

-Tú los conoces, ¿verdad?

Terminé de desatarla y me puse de pie.

-Están enmascarados, mamá,
¿cómo voy a conocerlos?

Abrí la ventana y toqué los barrotes de
acero verticales que mi tío Ro había instalado como
protección muchos años antes. La corrosión
había desprendido uno de ellos de la parte superior y,
haciendo la suficiente fuerza, era factible abrirlo ligeramente
para salir.

Me quedé paralizado al escuchar un alarido
desgarrador de Alma.

Miré a mamá.

-¡Atraparon a tu hermana!, por favor -me
suplicó-, ¡haz algo … !

Traté de separar los barrotes; requería
mucha más fuerza de la que había calculado.
Logré meter la cabeza con dificultad y luego el
tórax. Me sentí asfixiar. La adrenalina me
ayudó para abrir un poco más y al fin pude salir.
Alma volvió a gritar.

-Dios mío…

Sentí que los brazos me hormigueaban por una gran
aprensión. Tenía que saltar hacia el otro
balcón para entrar por la puerta de la sala. Miré
el espacio que los separaba. Era como un metro de vacío…
La idea de una caída desde esa altura me
aterrorizó. Nunca había visto un metro más
parecido a dos.

Sin pensarlo me paré en la baranda y
brinqué. No fue un movimiento elegante. Caí de
bruces torciéndome un tobillo. Me puse de pie y cojeando
llegué al cancel para descubrir con creciente terror que
estaba cerrado. Pensé en romper el vidrio, pero el ruido
alertaría a los asaltantes. Miré nuevamente hacia
abajo. Eran tres pisos de altura. Me empiné para atisbar
la saliente del departamento que estaba exactamente debajo y no
pude determinar si la puerta se hallaba abierta o no. Pero era lo
más posible; a papá le gustaba abrirla cuando
tomaba.

Mi hermana gritaba y lloraba. Dejé de dudar. Me
descolgué por la baranda hacia afuera. Mis piernas
pendieron en el aire y un sudor frío me bajó por la
frente. Tenía que mecerme fuertemente asido para dar un
peligroso salto, justo en el momento en que mis pies se acercaran
a la balaustrada. Si fallaba podía caer en la orilla,
perder el equilibrio y encontrarme ocho metros abajo con el
pavimento. Inhalé y exhalé con rapidez. Me
balanceé decidido y, justo cuando sentía que mis
manos se resbalaban, di el salto. Caer en el sitio correcto fue
más milagro que habilidad. Muchas veces, después
del pavoroso episodio me empiné para evaluar la
posibilidad de repetir la hazaña y me pareció
literalmente imposible.

Mi hermana lloraba… Yo temblaba al oírla. Me
sentía impotente, pero me acercaba a ella. Tomé un
tubo galvanizado que se usaba para sostener los tendederos y
empujé la puerta corrediza con mucho temor. Esta vez el
marco de aluminio se abrió silenciosamente. Caminé
hacia el interior. Tropecé con mi padre embriagado y
sentí ira contra ese bulto humano que cuando estaba sobrio
golpeaba y vociferaba como un tirano, pero que cuando realmente
se necesitaba, no podía mover un dedo para
auxiliarnos.

En el pasillo, los tres tipos enmascarados jaloneaban a
Alma. Ella daba patadas y golpes al aire mientras gritaba. La
resistencia de la niña parecía divertir y excitar
más a los agresores. Por un momento el terror me
paralizó. Yo no era bueno para pelear, y menos contra
tres. Además, había algo que me quitaba el aliento.
Conocía bien a mis ex amigos, incluso disfrazados,
podía haberlos identificado por sus movimientos y
complexiones y sólo uno pertenecía al
grupo -se trataba del líder– Los otros sujetos eran
gruesos y pesados, mayores de edad, velludos, sucios, de vientre
colgante.

¿Qué era eso? Pensé en suplicar
clemencia prometiendo que devolvería lo robado y que
pagaría mi culpa, pero sus risas malvadas indicaban que se
estaban divirtiendo con el atraco y seguramente no se
conmoverían con zollipos.

Pegué la espalda a la pared aguantando la
respiración, congelado de pánico sin saber
qué hacer. Alma me vio de reojo y con la mirada me
suplicó, me imploró, por piedad, que la ayudara. No
razoné más.

Empuñé el tubo con todas mis fuerzas y
corrí detrás del líder de la pandilla, quien
manoseaba a mi hermana, para darle un golpe en la cabeza. Lo hice
sin miramientos tratando sinceramente de hacerle daño; el
porrazo sonó seco, pero únicamente le abrió
una herida. Se llevó las manos a la cabeza
aullando.

Los otros soltaron a Alma y se acercaron a
mí.

El primer impacto fue un puñetazo al abdomen que
me dejó sin aire. Al doblarme hacia adelante recibí
otro golpe en la cara. Caí de lado como un costal de
harina viendo infinidad de luces rojas. No pude defenderme, mucho
menos atacar. La lluvia de golpes fue cerrada y brutal. Por
instinto me encorvé cubriéndome con brazos y manos
la nuca mientras recibía un severísimo castigo
sanguinario. Me patearon y me golpearon una y otra vez con el
tubo galvanizado. En medio de la azotaina mi mente repetía
como disco rayado 'cúbrete el cerebro, no pierdas el
conocimiento, todo se puede arreglar menos la cabeza'.

Ignoro en qué momento los hilos conductores de mi sistema
nervioso se desconectaron, pero me desvanecí y me
dejé ir por un profundo abismo negro que me
llamaba.

Creí que estaba muerto porque pude oír, ya
sin sentir dolor, sus comentarios, como si me hallase en otra
dimensión presenciando la escena. Uno le dijo al otro que
me había reventado un ojo, que me dejara ya, el tercero
insistió en darme un tiro de una vez.

-Dígame una cosa. Por pura curiosidad.
¿Cómo se llama usted? ¿Qué tipo de
grupo es éste?

La joven se hizo para atrás con una evidente
mueca de desconfianza. Me miró con recelo y articulando
lentamente contestó: 'Me llamo Lisbeth. Autoayuda para
mujeres violadas'.

-Son unos guarros tu hermana y tú. Siempre se
ensucian la ropa y entran llenos de tierra a la casa. ¿No
se dan cuenta de que acabo de trapear?

Repentinamente hubo una explosión, fuego en
el escenario, ruido estridente y el concierto comenzó. En
un alarido colectivo, todos los presentes se pusieron de pie
sobre los asientos del teatro y comenzaron a gritar y a
aplaudir.

Cuando volví en mí estaba en un
pequeño cuarto blanco, dentro de un cuerpo medio deshecho,
con dos costillas fracturadas, tres costuras en la cabeza y una
operación del globo ocular. Al despertar un intenso dolor
me hizo gritar. Dos enfermeras llegaron a ponerme un
sedante.

No muy consciente de mi desgracia, volví a
dormitar soñando y los sueños siguieron siendo
vívidos, infames, entrecortados e inconexos.

-Sólo somos estudiantes.

-¿No te da vergüenza, animal?
¿Ser un delincuente e insistir en mostrar tu credencial?
Ustedes no son estudiantes. Son basura humana. Ni siquiera tienen
el valor de enfrentar la responsabilidad de sus actos y se
esconden en el slogan de alumnos

Abrí los ojos y grité.

Ignoraba que ésos eran los primeros sueños
de una cadena fantasmal que me perseguiría por muchos
años.

¿En dónde estaba?

Al reconocer el cuarto de hospital me derrumbé
con la respiración agitada…

La cabeza me daba vueltas

Debo llevar a mi hermana al grupo de mujeres, debe saber
que no todos los hombres somos malos, que no debe dejarse ahogar
por la amargura.

Quise levantarme para ir al baño, pero al momento
en que me moví, además del fuerte suplicio
físico, recibí un impacto emocional, tremendo: en
el rincón del cuartico del hospital, donde la luz se
diluía, había una figura humana de pie,
observándome …

-¿Alma? –pregunté-, ¿eres
tú? ¿Qué haces aquí?

-Nadie se dio cuenta me escabullí a tu
cuarto.

¿Se encuentran bien?

-Sí. A Ro le dieron seis puntadas en la
frente.

-Dejé caer mi cabeza en la almohada
quejándome.

-Qué bueno que viniste

Se acercó dando unos pasos cortos y titubeantes
con la vista en el suelo.

-Me salvaste – murmuró-

-No…

-Me protegiste. Yo debería estar en esa cama de
hospital. Lo estaría si no fuera por ti.

-No…no

-Estás sudando. ¿Te duele
mucho?

-Deja de preocuparte…

-Te quiero

Nunca la había oído decir eso. Fue la
primera y última vez.

Al poco rato me quedé dormido. Las pesadillas
volvieron.

Cada vez que despertaba tratando de asirme a la
seguridad de una vigilia menos grotesca, veía a mi
hermana. Su efigie inmóvil, consternada profundamente por
una errónea culpabilidad asumida, se vislumbraba entre mis
sueños, como un tapiz de fondo, como una melodía
sutil, siempre presente. Me fui acostumbrando a ella hasta que se
convirtió en una parte inherente de mi
recuperación. Supe después que logró
conmover a los médicos, para que le permitieran permanecer
junto a mí día y noche durante mi larga estancia en
el hospital. Ella era un cero a la izquierda a los ojos de todos,
la dejaban mucho tiempo sola en la casa, pero esta vez se
rebeló y prefirió estar a mi lado.

Me operaron dos veces más. Alma estuvo pendiente.
Durante ese tiempo aprendí a quererla, aprendí lo
que significaba tener una hermana a la que yo no conocía,
de quien ignoraba sus nobles sentimientos, sus temores, su
intrínseca convicción de no servir para nada, de
estorbar incluso; si mi autoestima era baja por la irregularidad
de nuestra vida familiar, la de Alma era nula, sin embargo, se
esforzaba por aferrarse a mí, por ayudarme para ayudarse a
sí misma, cual si yo fuera el noray al que pudiera
afianzar su errante embarcación, como si mi persona
significara la única tabla de rescate en su inminente
naufragio.

Una mañana en la que ella estaba dormida
aún, me puse de pie y me vi al espejo. Fue impresionante
ver mi rostro. Los hematomas no habían terminado de
desaparecer y la hinchazón asimétrica me daba un
aspecto monstruoso. Me llevé la mano a la mejilla para
acariciarme suavemente. Era yo, pero no parecía…
Tenía el cráneo rapado con tres feas costuras y un
enorme parche blanco me cubría el sitio en el que antes
tuve mi ojo izquierdo.

Una ola de frustración y coraje me
invadió. Quise romper el espejo, azotar la mesa, golpear
la pared, pero me contuve encajando las uñas en los
brazos… La hinchazón de la cara acabaría
desapareciendo, eso lo sabía, pero también
sabía que quedaría visualmente mutilado.

La rabia y el terror de mi nueva condición me
entumecieron frente al espejo.

-¿Por qué? -mordisqueé-. Dios
mío. Esto no es justo. Reniego de Ti. Te aborrezco…
¿Dónde estabas cuando esto
ocurrió?

¿Por qué ocurrió?

Mi hermana se había despertado y me miraba en
silencio. Di la media vuelta y le reclamé:

-¡No me habías dicho cuál era mi
aspecto!

-Te pondrás bien.

-¿No te asustas sólo de verme?

-Al principio… Pero ya no…

Caminé hasta la cama lentamente.

-Me voy a vengar… -susurré-, te juro que esto
no va a quedarse así…

Se puso de pie y sin decir nada se acercó para
abrazarme. Correspondí desganado al abrazo mirando sobre
su hombro. Mi mente no tenía energías más
que para planear la revancha.

Los días que siguieron casi no
hablé.

Cuando estaba a punto de cumplir un mes en el hospital
me dieron de alta. Para entonces mi plan ya estaba
hecho.

Fui a la delegación a buscar a los
policías que me abofetearon cuando robamos la tienda…
Desconocía sus nombres, así que hice guardia en la
entrada del edificio por varias horas hasta que los vi
llegar.

-¿Me reconocen?

Tardaron en reaccionar.

-No. ¿Se te ofrece algo?

-Soy uno de los muchachos que atraparon robando el
supermercado. Ustedes me dijeron que no me partían la cara
a puñetazos porque los padres de cretinos cerdos,
perdedores, como yo, solían levantar actas en contra de la
policía cuando les maltrataba a sus chulos
maricones…

Se quedaron mudos ante lo que ignoraban si era una
recriminación.

-Como ven -continué-, alguien ya se
encargó de partirme la cara…

-¿Qué quieres?

-Vengarme. Me salí de la pandilla de ladrones y
miren lo que me pasó. Quiero darles a ustedes todos los
datos de los que roban, violan muchachas y golpean a la gente,
pero, a cambio, necesito que me pongan en contacto con alguien
que pueda dar una paliza al que me sacó el ojo.

Los policías estaban más asustados que
interesados.

-Atraparemos a los vándalos y los
juzgarán, eso es todo…

-Pero antes, necesito ver medio muerto al líder
de la pandilla.

-Nosotros no hacemos eso…

-Ustedes no, pero debe de haber alguien…

-Lo sentimos.

Me di la vuelta para irme de ahí.

Un hombre que había escuchado la
conversación se interpuso en mi camino.

-Sígueme -murmuró.

Caminé detrás de él. Era un sujeto
extraño. Vestido con traje elegante, pero de mirada dura.
Se detuvo en la calle y murmuró.

-Hay unos ex policías… pero te van a cobrar una
buena suma.

-¿Dónde están?

-Además vas a ensuciarte como nunca lo
creíste. Si te metes a la mafia te será muy
difícil salir.

-¿Dónde están?

Esa noche fui directo al cabaret que el
espontáneo me indicó, en busca de dos matones.
Apenas entré, comprendí a lo que se había
referido con aquello de que me ensuciaría. El sitio era
oscuro y pestilente. Música ordinaria combinada con luces
tenues de color rojo daban al lugar un aspecto dantesco. Mujeres
semidesnudas bailaban con borrachos. Me acomodé en una
silla en el rincón y sentí que me mojaba los
pantalones al sentarme. De un salto me puse de pie. Dos tipos
comenzaron a gritar e insultarse. Cuando menos lo creí me
vi presenciando una terrible batalla campal.

Al momento en que escuché balazos salí
corriendo.

En la calle, respiré agitadamente. Estaba
decidido a llevar a cabo mi plan. Al día siguiente
volvería al cabaret en busca de los asesinos a sueldo.
Preguntaría directamente por ellos y me movería
rápido, pero debía llevar dinero. Eso era esencial.
¿Dónde podría conseguirlo… ?

Pensé en el padre de Joel y una sonrisa me
iluminó los labios. Él me
prestaría…

Me sacudí el pantalón mojado y
observé mi mano después. La silla en la que me
senté en el cabaret no tenía agua ni vino, como
había pensado. Tenía sangre.

11

Causa y
efecto

Al día siguiente pasé por la empresa de
alimentos en conserva pensando ingenuamente que el padre de Joel
me facilitaría dinero en efectivo. Iba vestido con
sombrero, chamarra de cuero y botas, para dirigirme más
tarde al cabaret.

Me anuncié con el vigilante y éste
investigó por su intercomunicador si podía dejarme
pasar. Don Joel me había visitado con su hijo en el
hospital la semana anterior. Aceptó recibirme gustoso.
Entré a la Compañía y caminé con
rapidez hacia las oficinas gerenciales mirando a todos lados con
la conciencia de que podía toparme con mi padre en
cualquier momento. Por fortuna no fue así. Don Joel me
recibió alegre en su despacho.

-¿A qué se debe tu visita? ¿Ya
estás mejor?

Estreché la mano que me alargó y no
contesté sus preguntas.

-Usted me metió en esto. No es justo. o me acaba
de sacar del fango o me deja como estaba.

Frunció el entrecejo cual si le hubiese hablado
en celta.

-¿De qué hablas?

-Tiene la fórmula para ayudar a mi padre y no me
la dio. Me motivó a salirme de la pandilla y mire lo que
pasó. Lo siento, don Joel. Usted no puede lavarse las
manos y darse la media vuelta.

-Te veo muy alterado, Zahid. ¿Por qué no
te sientas?

-No, señor. Necesito que me preste dinero.
Sé quiénes me hicieron esto y voy a tomar cartas en
el asunto. Perdí un ojo, pero a ellos les irá mucho
peor.

Don Joel movió la cabeza con
pesadumbre.

-¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu
plan?

-Voy a responder la agresión con valor, como
hombre.

-No cuentes conmigo.

-¿Por qué? ¿Es incapaz de respaldar
con hechos sus consejos? Las palabras de ánimo no arreglan
los problemas, se requieren cosas concretas.

-¿Y dinero para tomar venganza es lo que
buscas?

-Claro. Al darles su merecido no se dará por
sentado el precedente de que todos pueden abusar de
mí.

Me miró visiblemente molesto. Dejó pasar
unos segundos tratando de que los ánimos se asentaran y
luego preguntó en tono mesurado:

-¿Leíste el libro que te
recomendé?

-Sí, ahí habla de no dejarse manipular, de
defender nuestra integridad, de darnos a respetar, ¿por
qué he de quedarme con los brazos cruzados? No soy un
cobarde.

-Veamos -razonó-. Estuviste en un hospital de
traumatología. A todos los pacientes que entran ahí
se les exige la declaración de las causas de su accidente
y cuando las lesiones son producto de terceros, como en tu caso,
automáticamente se levanta el acta judicial
correspondiente ¿no fue así?

-Sí. Pero no me conformo con eso. Son simples
trámites burocráticos. Seguramente
archivarán el expediente. Quiero estar seguro de que esto
no quede impune.

El padre de Joel se dejó caer en su sillón
ejecutivo con gesto abatido. Ya no parecía tan disgustado.
Sólo contrito.

-Hay un gran odio en tus palabras
-comentó.

Apreté un puño.

-Sí, señor, tengo mucho coraje. Lo que yo
hice no ameritaba que ellos me medio mataran.

-¿Lo que tú hiciste?

Mordí mi lengua. Bien, ya no podía ocultar
la verdad.

-Lo que yo hice, lo hice empujado por usted. La noche en
que nos sacó de la cárcel a su hijo y a mí,
nos reprendió con mucha severidad, sus palabras me
confundieron, me hicieron sentir un tonto, así que cuando
bajé de su auto fui a la guarida de la pandilla y
desbaraté todo, quemé la droga, extraje el dinero
robado que guardaban allí con intenciones de
devolverlo.

-¿Y lo devolviste?

Moví la cabeza negativamente.

-Mi padre me lo quitó.

Asintió muy despacio como un juez que está
a punto de dar su veredicto.

-Con tu venganza -sentenció-, sembraste el mal y
ahora que lo estás cosechando deseas volverlo a sembrar.
¿Cuándo te vas a detener? ¿Hasta que te
maten?

-Hasta donde sea necesario. De mí nadie se
burla.

El padre de Joel se levantó y caminó hacia
la ventana.

-Vamos a decir las cosas como son, amigo -su tono era
enérgico y su volumen alto-. Es mentira que cada quien
hable de la feria como le va en ella, la verdad es que cada quien
encuentra en la feria lo que fue a buscar a ella. Denunciar a un
trasgresor para que pague su condena en términos de
estricta justicia es correcto; si te da tranquilidad el proceso
legal, adelante, pero no llegues más lejos; exaltado por
la ira, puedes actuar fuera de los parámetros
lícitos, fastidiar a otra persona injustamente y entonces
el hecho se revertirá en tu contra. Tal vez el mismo
afectado arremeterá contra ti causándote un
daño mayor. Por eso, deja de tratar de educar al mundo. Es
una lucha inútil. Todos pagamos nuestros errores. Nadie se
salva. Un trasgresor, aunque no lo demanden, está
condenado en el mismo momento de cometer su ilícito. La
acción y reacción es mecanismo del que todos somos
un engranaje. A cada acto cometido le corresponde una respuesta
de la vida. El mal se siembra con EVASIÓN (pereza,
vicios, irresponsabilidad),
ENGAÑO (mentiras,
robos, difamaciones, adulterios),
EXASPERACIÓN
(prepotencia, ira, violencia) y EGOLATRÍA
(vanidad, soberbia). Son cuatro "Es".
Fáciles de recordar. Focos rojos, actitudes a evitar.
Quien incurre en ellas sufre las consecuencias que merece. No hay
más.

-¿Y esto? -le dije señalándome el
rostro sin evitar que algunas lágrimas de
frustración se escaparan tanto de mi ojo sano, como de mi
cuenca vacía-, ¿no me diga que robar unos billetes
y destruir algunas cosas merece esto?

-La parte que merece la tienes, la parte que te quitaron
de más, la vida se la quitará a ellos y te la
devolverá a ti. El precepto del equilibrio es
inquebrantable. Ahora no lo entiendes, pero dentro de algunos
años lo harás.

-¡Yo me bajé muy motivado de su
automóvil aquella noche! ¡Quería ser
diferente!

-¿Y por qué volviste al escondite de la
pandilla para sembrar el mal?

-Porque recordé los insultos y las burlas de las
que fui víctima.

-¿Y quisiste vengarte haciendo estragos mayores?
¡Hubiera bastado con que te negaras a participar más
con ellos!

-Pero hubiese tenido que enfrentar insultos y burlas
otra vez.

-Qué barato, ¿no lo crees? Tarde o
temprano se habrían olvidado de ti y estarías
sano.

-Cuando destruí su guarida lo hice
anónimamente.

El hombre soltó una carcajada.

-¿Me estás diciendo que no querías
ser identificado? ¡Por favor! ¡El anonimato es el
sello de los cretinos y cobardes! Alguien que no se respeta lo
suficiente como para dar la cara no merece ser escuchado.
Esconderse detrás de un grupo, de una máscara, de
una hoja sin firmar, indica que la persona no respalda sus actos
ni quiere sufrir las consecuencias de lo que vilmente hace. Pero
las consecuencias no se pueden evitar aunque te escondas en el
fin del mundo. Todo se sabe tarde o temprano. No realices
jamás algo de lo que puedas avergonzarte.

-Los que me golpearon -lloriqueé-, venían
enmascarados… ¡Son unos cobardes! ¡Deben recibir su
castigo!

-Zahid. Entiéndelo de una maldita vez. El que no
conoce la ley de causalidad, NO SABE VIVIR: 'Todo hecho lleva
su recompensa o castigo en sí mismo. Cuanto hagas
quedará grabado en tu proceso vital y tarde o temprano se
te revertirá en bien o mal. La causalidad no existe, todo
es causal. El efecto puede suceder a la causa muchos años
después de ocurrida ésta, pero es seguro que la
seguirá y mientras más tarde la recompensa o
castigo, mayor será
¿Te han difamado?,
¿engañado?, ¿robado?, ¿maltratado?,
¿herido? No guardes rencor. ¿Ves al injusto
en la cresta de la ola y al justo en el fondo del valle?
Despreocúpate. Las aguas tarde o temprano toman su nivel y
cada persona terminará estando exactamente donde debe
estar. Ahora entiende esto: algunos efectos no alcanzan a ocurrir
en esta vida. Jesús fue crucificado y ése no es el
efecto de sus causas, pero la cadena no se interrumpe con la
muerte física,
continúa y cada uno termina en
el lugar que por derecho le corresponde.

-¿Me está diciendo usted que Dios nos
envía el sufrimiento para crecer?

-El sufrimiento proviene de infringir las leyes.
Imagínate escuchar a un párvulo que se
lastimó por aventarse de la azotea como "Supermán"
reclamando: –Por qué me ocurre esto, Dios
mío?¿Porqué me permites este sufrimiento,
porqué a mí
.. ? Lo veríamos
ilógico, ¿no es cierto? Algo así te
ocurrió. Dios no está ausente ni ignora tu dolor.
Está contigo, pero ENTIÉNDELO: actúa como
actuaría cualquier padre inteligente con el hijo que se
cayó. En su interior comprendería que es bueno para
el hijo tener esas experiencias para que aprenda a cuidarse y
evite sufrimientos peores, pero al mismo tiempo le haría
sentir que lo ama y está con él.

Me recordé frente al espejo del hospital
recriminando… Eran conceptos muy duros. Me aplastaban, me
aniquilaban. Eso significaba que, a pesar de mis errores,
Él estaba ahí, ofreciéndome su abrazo
fraterno, su amor incondicional, su inconmensurable cariño
de Padre…

Tomé asiento en la silla de visitas y
agaché la cara confundido. Don Joel se acercó y
puso una mano sobre mi hombro.

-No hay nada más desgastante que estar envuelto
en riñas con la gente. quita fuerza, distrae… estanca…
Tú eres un hombre bueno… y los hombres buenos no andan
en pleitos y venganzas. Salte de ese círculo vicioso. No
perteneces a él. Tienes alas de águila. Eres
más que un vencedor… Acepta el amor de Dios en tu vida.
Sólo eso podrá hacerte volar…

Con la cabeza hacia abajo me tapé la cara sin
evitar que algunas lágrimas se me escaparan. Finalmente me
repuse un poco y comenté:

-Tengo una terrible confusión… Cuando hablo con
usted me aturde lo que me dice. No sé cómo manejar
la información que me da -hice una pausa para mirarlo-. Si
no voy a vengarme, al menos dígame cómo compensar
todo el mal que me rodea. ¿Es posible ayudar a mi
padre?

-Sí. Tú y tu familia deben dejar de
consentirlo, para empezar.

-¿Eso hicieron con usted?

-Así es. Repentinamente mi esposa se
desentendió de mí. Cuando llegaba ebrio no me
regañaba ni se enojaba, me recibía tranquila y me
decía que ME AMABA DE TODOS MODOS, pero que si
hacía algo indebido, yo pagaría el error. Cuando me
ponía necio, se iba con los niños y se
despreocupaba de lo que pudiera ocurrirme; decía que
sólo estaba protegiendo su salud mental y que todo
volvería a la normalidad cuando yo buscara
ayuda.

-¿Dejar de consentir es como dejar a la ley de
causalidad cumplirse libremente en los demás?

-Muy bien dicho -aplaudió-. Eso es exactamente:
no interponerse entre la causa y el efecto de otro,
dejándolo sufrir las consecuencias de sus propios actos,
por su bien y por el bien de nosotros mismos. El mundo
está lleno de consentidores. Gente noble, pero de corta
visión que se empeña en sobreproteger a sus seres
queridos compadeciéndose de ellos, cuidando que no sufran
molestia alguna, e impidiéndoles crecer. Los grandes
revolucionarios de la educación basan sus teorías
en este concepto elemental: ¡Permitan que el niño se
haga responsable de sus propios actos, que aprenda a medir las
repercusiones de sus hechos, que sea independiente, que sea una
persona y no un animal amaestrado … ! Eso es dejar de
consentir.

-Suena bien -comenté limpiándome la cara
con un pañuelo desechable que tomé del librero-,
¿pero cómo se logra que un
cerrazónico padezca las secuelas de sus
tonterías?

-Te voy a compartir cómo lo hicieron conmigo:
cuando me arrestaban, nadie corría a la delegación
a pagar mis multas; si me encerraban, amanecía en la
cárcel; si chocaba con el coche, me enfrentaba yo solo a
la policía; si vomitaba o me ensuciaba, yo mismo me
limpiaba; si me quedaba tirado en el patio, nadie iba a
rescatarme. Mi esposa dejó de ayudarme en el trabajo, de
cuidar mis papeles y de justificarme ante los demás.
Comenzó a vender paquetes con almuerzos preparados en las
escuelas para tener dinero y permitió que yo me fuera a la
ruina económica. Cuando estaba sobrio, todos me
demostraban su cariño con miles de detalles agradables,
pero dejaron de sentirse afectados por mi vicio y de tenerme
lástima aunque me metiera en grandes problemas.
Sólo así pude entender que necesitaba
cambiar.

-Señor, si es cierto lo que usted dice, yo no
estoy aquí por casualidad. Tal vez es momento de hacer
algo positivo con mi gente. Entiendo las primeras dos rocas para
ayudar a un cerrazónico. Liberarse internamente y
dejar de consentir.
¿Cómo es la
tercera?

-La tercera se llama Careo Amoroso. Un
día, mi hija de seis años me abrazó llorando
y me dijo que se sentía muy triste porque le maté a
su conejito de una patada, pero que de todos modos ella me
quería; entonces se me partió el corazón. Yo
ni siquiera me acordaba de haber hecho eso. El careo
amoroso
es un recurso poderosísimo. Es el
enfrentamiento de una persona que
está dando falso
testimonio con otra u otras que tienen pruebas de la verdad.

En un ambiente afectuoso, los seres queridos dicen al
cerrazónico cara a cara la verdad de lo que pasa
y las consecuencias tangibles de sus actos. Cuanto
más personas participen en un careo planeado, los
resultados serán mejores. Pueden colaborar patrones,
empleados, amigos y familiares; todos reunidos y de acuerdo para
decir, cada uno, cómo han sido afectados por la conducta
del cerrazónico y para instarlo a que pida ayuda
de inmediato. No deben participar quienes tengan la tendencia a
regañar, quienes no sean lo suficientemente fuertes para
aguantar una discusión tensa, quienes estén
resentidos o quienes no sean capaces de percibir al
alcohólico como un enfermo que necesita ayuda.

Imaginé un careo con papá y sólo de
pensarlo las manos me temblaron.

-Si los familiares nos liberamos interiormente,
dejamos de consentir y practicamos los careos amorosos,

¿el alcohólico se cura?

-No. Recuerda que tiene DOS enfermedades. En este
punto apenas se habrá vencido el primer mal: la enfermedad
de la cerrazón, pero aún quedará el
alcoholismo. Ahora él deberá asistir a una
clínica de rehabilitación y/o a las sesiones que
sean necesarias de Alcohólicos Anónimos hasta que
viva plenamente los doce pasos de la filosofía de este
grupo. Sólo eso acabará con el segúndo
mal.

Una idea atrevida me paralizó por unos
instantes.

-¿Usted sabe que mi padre trabaja
aquí?

Me miró con una sonrisa leve.

-Sí.

-¿Lo conoce?

-Soy su superior jerárquico.

Eso era increíble. Don Joel tenía que
estar presente en el careo amoroso con mi padre.

-Ya no quiero que me preste dinero. Ahora necesito algo
mucho más valioso: ¿Podría
acompañarme a la casa para platicar con mi
familia?

-Un careo se planea, se ensaya, se hace después
de haber pisado las primeras dos rocas. Ustedes aún son
consentidores. No están preparados y, si lo hacemos de
improviso, puede resultar contraproducente.

-De acuerdo, de acuerdo, sólo quiero que platique
con nosotros… Supongo que todos los familiares deben
involucrarse, pues en cuanto el alcohólico se sienta
desprotegido por uno de sus consentidores, buscará otro.
Alma y mi madre deben comenzar a sintonizar sus ideas en la misma
frecuencia… Yo no creo poder convencerlas como
usted.

Me miró paternalmente y se puso de
pie.

Salí por delante con una emoción ingente.
Yo no era un joven de planes y proyectos, sino de acción.
A eso le debo muchos errores cometidos pero también gran
parte de mis aciertos. Don Joel no sabía que le
tendería una trampa. Estando en casa mamá,
papá, mi hermana y él, yo forzaría la
ejecución de un careo. Ignoraba que estaba a punto de
vivir una de las experiencias más fuertes de mi
vida.

12

Careo
amoroso

-Hola, mamá -la saludé con un beso-, te
presento a don Joel. Es el padre de un amigo.

-Ya tenía el gusto. Lo vi en el hospital. Tome
asiento, por favor.

-Gracias.

-¿Desea algo de tomar?

-No, muy amable.

-¡Alma! -grité-, ¡ven, por
favor!

Mi hermana salió de su cuarto y se paró
junto a mí.

-Don Joel viene a platicar con nosotros -aclaré-,
me ha enseñado algunas técnicas para hacer que
papá reconozca su necesidad de ayuda y lo invité
para que se las explique.

Hubo un silencio total. Las dos mujeres se mostraron
interesadas.

-Bueno -comenzó un poco desencanchado-, soy
alcohólico rehabilitado y aunque sé que la
problemática de una familia como la de ustedes es muy
compleja, alguien necesita dar el primer paso. Hay ciertos grupos
a los que pueden asistir y libros que deben…

-Hábleles del careo -lo
interrumpí.

-Es uno de los últimos y más, eficaces
pasos que deberán dar. Se realiza siempre en presencia de
un terapeuta experto y consiste en hacer una reunión
preparada y ensayada a la que se invita al enfermo para que
escuche, de las personas más importantes de su vida,
cómo el vicio está causando daños
enormes.

-¿Es como un ultimátum? -preguntó
mamá.

-En cierta forma, pero se hace en ambiente de amor y
comprensión, el alcohólico no debe sentirse
agredido. Por eso antes se piensa bien lo que va a
decirse.

-¿Hay reglas específicas para realizar un
careo? -pregunté.

-Cada participante dice abiertamente uno o dos ejemplos
de la conducta reprobable del alcohólico. Está
prohibido mencionar frases como "no te soportamos más
porque has echado a perder nuestras vidas", en vez de eso se
refieren conductas concretas de las que tal vez no se
acuerde como: "En la boda de tu sobrina tomaste, le faltaste el
respeto a una mujer y retaste a golpes a su marido, desde
entonces nadie de la familia nos habla". Eso sí es una
evidencia concreta. No se trata de juzgar o condenar
sino de que él se dé cuenta de una vez por todas,
en conjunto, de a lo que el alcohol lo ha llevado.

-¿Podemos hacerlo hoy mismo?

-No. Ten paciencia. Todo a su tiempo.

-Pero, ¿por qué esperar? Entendimos bien.
¿Verdad, Alma? ¿Verdad, mamá?

-Yo he participado en algunos careos -sentenció
don Joel-, y definitivamente no se trata de un juego. Hay
alcohólicos que cuando ven reunidos a sus familiares y
amigos, creen que es un complot contra ellos y reaccionan tan
violentamente que provocan daños peores.

Escuchamos algunos ruiditos metálicos en la
cerradura de la puerta.

-Es papá -dijo mi hermana aterrada.

Por unos minutos nadie habló. A lo lejos se
oía el ronroneo de los camiones que transitaban por la
calle principal.

Mi padre entró y nos encontró en la sala a
su jefe, esposa e hijos. Se asombró al vernos reunidos en
posición expectante.

-Bue… buenas noches, ¿ocurre algo?

Nadie habló.

-No -dijo don Joel-, sólo vine a visitar a Zahid
para ver cómo seguía de salud.

Papá se tranquilizó y tomó asiento
frente a él.

-No he podido ir a trabajar esta semana -se
disculpó-, me he sentido un poco indispuesto.

Era el momento. Yo tenía que provocar las cosas.
Había muy poco que perder y mucho que ganar.

-De eso también ha venido a hablarnos don Joel
-me aventuré con voz trémula-. Fuiste un gran
vendedor y ahora estás casi fuera de la empresa
Papá, te queremos mucho, pero creemos que no te das cuenta
de lo que pasa cuando… bebes…

Tardó unos segundos en comprender el significado
de mis frases entrecortadas. El invitado me miró con
enojo, mamá se puso muy nerviosa y agachó la cara
mientras mi padre veía alrededor cavilando todos los
probables móviles de la inesperada
reunión.

-No tratarán de darme un sermón colectivo
a esta altura de mi vida, ¿verdad?

Nadie contestó. Fue el momento decisivo. El
señor Joel tardó en resolverse, pero finalmente me
apoyó.

-Sus hijos están especialmente sensibles esta
tarde, creo que necesitan ser escuchados. ¿Podría
darles ese regalo?

El rostro de mi padre se endureció y sin hacer la
menor señal de conformidad clavó su penetrante
vista en mí. Tenía yo la pelota otra vez.
Repasé mentalmente con mucha aprensión las reglas
básicas del careo: Decir cosas concretas con firmeza,
demostrar afecto, no discutir, no salirse del tema,- acorralar al
enfermo hasta hacerlo entender que necesita
ayuda

-No pretendo culparte de esto -dije señalando mi
ojo-, pero cuando entraron los asaltantes te hallabas ebrio.
Estuvieron a punto de violar a mi hermana frente a ti.
Además, esos sujetos vinieron a recuperar un dinero que
era de ellos. No pude devolverlo porque tú me lo quitaste
cuando estabas borracho con tus amigos, la noche en que
estuvieron bailando semidesnudos en la sala.

Mi padre no podía salir de su pasmo. La presencia
del extraño le ataba las manos y le cerraba la boca a sus
acostumbradas explosiones de violencia soez. Los presentes
permanecían estáticos. Papá sonrió un
poco con el rostro saturado de un rojo
sanguíneo.

-¿Pretendes hacerme quedar en ridículo?
Esto es una broma, ¿verdad?

Mi madre levantó la vista. Temí que fuera
a pedir una disculpa por mi impertinencia pero afortunadamente me
equivoqué.

-No, cariño -comentó-, estamos aquí
para decirte cuánto te amamos y para… compartirte
cómo… nos afecta a todos el alcohol.

-¿Tú también? Mejor para esto. Te
lo advierto.

Mamá se turbó visiblemente ante la amenaza
de su esposo y me miró de soslayo, pero ya no había
manera de volverse atrás. Entrecerró ligeramente
los ojos como si hubiese decidido arrojarse al vacío de
una vez por todas y dijo:

-Hace medio año, volviendo de una fiesta
manejaste ebrio a toda velocidad. Tus hijos y yo íbamos
muy asustados. Te supliqué que no siguieras arriesgando
nuestras vidas, pero te exaltaste tanto que detuviste el auto en
media carretera, abriste la puerta y me obligaste a bajar. Vi
cómo arrancaste de nuevo y te alejaste haciendo eses. Me
eché a caminar llorando por la calle, pensando que no
volvería a ver con vida a mi familia.

Papá se puso de pie y caminó en
círculo como un bovino enfurecido que no sabe a
quién embestir.

-Eres una mujer enferma -masculló-. Todo lo
exageras.

Alma comenzó a hablar con voz muy
baja:

-En ocasiones cuando te emborrachas… ensucias, o
sea… yo tengo que limpiar… Viene mi tío Ro, te lleva a
la recámara, dice que él puede hacerse cargo de
nosotros y yo creo… que no está bien…

Se quedo callada. Admiré su esfuerzo.

-Te queremos mucho -intervine-, pero te tenemos miedo.
Cuando tomas nadie sabe cómo vas a reaccionar. Hace cinco
años saliste del departamento borracho, quise detenerte y
me empujaste haciéndome rodar por las escaleras. Me
fracturé la muñeca. Estuve noventa días
enyesado.

-Además, cariño -comentó
mamá con más aplomo-, hemos perdido nuestros
ahorros. La casa está hipotecada, el carro chocado en el
garaje, no tenemos dinero para arreglarlo. Tú ganas con
base en la comisión de las ventas que realizas y hace
más de tres meses que no traes un centavo. Tu hermano nos
mantiene… Incluso, Alma trabaja con él en el
vídeo club desde hace dos años para retribuirle un
poco todo lo que nos ayuda.

Eran argumentos concretos. Mi padre no podía
refutarlos por mucho tiempo.

-Usted, en efecto fue un gran empleado -dijo el padre de
Joel entrando en acción para ayudarnos-, pero hemos ido
quitándole responsabilidades y reduciendo su zona de
trabajo. De hecho, la Compañía está a punto
de rescindirle el contrato. Nunca sabemos cuándo contar
con usted. El alcohol lo está acabando, señor
Duarte. Hay menoscabos neuronales de los que no se da cuenta;
está siendo dañado cerebralmente, su hígado
se está pudriendo, sus riñones están
enfermando, sus testículos se contraen día a
día y está quedando impotente.

Mi padre buscó apoyo en el respaldo del
sillón, respiró agitado cual si le faltara el aire.
No levantó la vista por un buen rato. Estoy seguro de que
ante el repentino estrés, su constitución
física le gritaba, le exigía, le demandaba
imperiosamente un vaso de licor.

-De acuerdo -comentó al fin-, reconozco que tengo
algunos problemas con la bebida ahora, pero hace ocho
años, cuando no tomaba, todos me utilizaban. Al llegar a
mi casa me sentía fuera de lugar, como un intruso, nadie
me esperaba, a nadie le importaba.

Don Joel me había advertido: Los
cerrazónicos son expertos en ablandar a sus allegados y
orillarlos a sentirse culpables de los errores que ellos cometen.
Cuando la gente está apabullada se vuelve tierna y dulce
creando confusión emocional.

-Te estás evadiendo -sentenció
mamá-, ¿qué importa lo que ocurrió
hace ocho años? Tenemos un problema hoy. Lo
fundamental es arreglar el presente y planear el
futuro.

-Un momento. No, señor. Ustedes están de
acuerdo para agredirme en conjunto y yo tengo derecho a hablar
también.

Su voz sonaba franca. Parecía realmente dispuesto
a decir su verdad.

-En aquellos años, tal vez me hubiera sido
más fácil mantenerme sobrio si hubiese tenido una
esposa, pero la mujer que vivía conmigo era
madre, no esposa -se volvió a ella con una mirada
de furia-. Vivías para los niños.

No los dejabas que les diera ni el aire. Eras
hipocondríaca. Todo el tiempo creías que estaban
enfermos y les embutías cerros de antibióticos sin
consultar a un médico. Los hiciste dependientes, flojos,
caprichosos y berrinchudos.

La forma obsesiva en que los atendías, la manera
en que estabas pendiente de los llantos de uno, de los gritos de
otro, de la alimentación de los remilgosos y hasta del
aseo de los guarros que se ensuciaban sólo para llamar la
atención, me hacían comprender que eras una madre
obsesiva, presa, sin personalidad propia; una madre que no era
mujer, que no era amiga y, por supuesto, que no era amante. Yo no
significaba nada para ti. Me ignorabas. Sólo me buscabas
con la mano estirada y una sonrisa cínica cuando
necesitabas dinero -se interrumpió visiblemente agitado,
parecía un hombre tratando de revelar todo el dolor
escondido en su pecho-. Me sentía usado,
-continuó-, rodeado de afecto simulado que sólo era
interés. Cansado, terriblemente cansado de trabajar y
ganar dinero para que los demás lo disfrutaran. Sin deseos
de seguirle el juego a la madre sabiendo que no
tenía otra opción que vivir a su lado y ver
cómo maleducaba a los mocosos. óyeme bien, y no
estoy borracho. En uno de aquellos momentos en los que no
quería dejar esta casa para ir a trabajar, pero que
tampoco me sentía amado ni acogido en ella, pude percibir
un viso de la depresión que puede llevar a cualquier
persona a quitarse la vida… Entonces comencé a
tomar.

Mi madre parecía asustada de lo que estaba
escuchando.

-Yo me refugié en los niños para evadir tu
machismo -se defendió ella-, antes de que comenzaras a
tomar.

Ambos tenían la razón. Hubo problemas
conyugales y evasión mutua. Después él
perdió el control de la bebida y adquirió una
dependencia de la que hasta la fecha no estaba consciente y mi
madre al ver complicarse su entorno familiar trocó su amor
obsesivo por una conducta de mártir
consentidora.

-No ganamos nada con desenterrar el pasado
-insistió ella-, debes dejar de emborracharte.

-¡Basta! No vuelvas a mencionarlo. Yo puedo dejar
el alcohol cuando me dé la gana.

-¡Entonces hazlo ahora!

-Sólo tiene que ir a una clínica de
desintoxicación -comentó don Joel-. Son
especialistas. Le ayudarán mucho…

-No hay nada que reconstruir, es demasiado tarde,
además seguramente eso de la clínica cuesta mucho
dinero y yo no tengo.

Independientemente de mi problema, estamos viviendo una
crisis económica increíble, las ventas han bajado.
La recesión es enorme. La gente se ha vuelto
agresiva.

-Tiene razón -el padre de Joel se puso de pie y
comenzó a caminar por la sala con autoridad mientras
hablaba-, todos en este país nos sentimos traicionados,
enfurecidos y nos desquitamos como podemos, pero hay que
detenernos ya. No ganamos nada peleando con el vecino, amenazando
a nuestros amigos, agrediendo a nuestra pareja, lastimando a
nuestros hijos, encerrándonos en vicios. En los momentos
de crisis es cuando más prolifera la prostitución,
la pornografía, la droga, el alcohol, los adulterios, los
divorcios… Gente desalentada se evade de sus problemas
cayendo en el círculo vicioso de dar, recibir maldad y
seguir evadiéndose para volver a empezar. Tenemos que
detenernos ya. El verdadero peligro de las crisis
políticas y económicas es que se vuelven sociales y
familiares; hay que tener mucha madurez para poner un alto y no
permitirnos caer en escapes nocivos… Y si ya hemos
caído, hay que levantarse… Señor Duarte, usted
tiene que levantarse. Hágalo por sus hijos. Puede
poner un alto a los acontecimientos negativos que siguen
ligándose unos con otros en esta casa. Su familia le
está pidiendo ayuda. Eso es todo.

Por primera vez el gesto de mi padre se tornó
humilde. Tenía la vista perdida y la boca apretada con los
labios hacia adelante.

-Papá -se acercó mi hermana temblando-.
Escucha lo que te dicen. Yo te necesito mucho. No tengo a quien
contarle mis problemas.

Alma abrazó a papá por la cintura y
rompió a llorar amargamente. Fue eso lo que
desmoronó al hombre.

-¿Qué tengo que hacer?
-preguntó.

-Hay una clínica de desintoxicación a la
que deberá ingresar mañana por la mañana. la
empresa pagará los gastos. Todo está preparado
-mintió don Joel-, será como irse de vacaciones un
par de semanas. Luego volverá a sus actividades normales y
cada ocho días asistirá a una reunión de
Doble A.

Mi madre había recuperado su aplomo y se
aproximó.

-Yo reconozco los errores que cometí -le dijo-.
Si aceptas el tratamiento, cuentas conmigo, seré una
esposa real, una amiga, una compañera como la que
tú necesitas… -su rostro dibujó un esguince de
firmeza-, pero si no te atiendes, nada podrá
cambiar -hizo una leve pausa para respirar antes de decirlo-: Te
sentirás mucho más solo que antes porque… yo ya
no viviré a tu lado.

-¿Me estás amenazando?

Ella le sostuvo la mirada y papá se dio cuenta de
que no era una amenaza ni un juego, era una realidad.

-De acuerdo… Haré lo que me piden, pero
iré cuando yo quiera.

Mamá movió la cabeza negativamente. Alma
seguía llorando inconsolable.

-Es ahora o nunca…

Se quedó con la vista en el suelo y
asintió una sola vez.

Alma y yo ayudamos a mamá a preparar la maleta de
mi padre. Él también cooperó,
distraído, sin agregar una sola palabra a lo ya dicho…
En la casa se sentía un ambiente extraño; de
melancolía y júbilo a la vez; de temor y aventura,
como si en la jungla negra se vislumbraran esperanzadores rayos
de luz.

Al poco rato recibimos una llamada del padre de Joel,
comunicándonos que, ahora sí, todo estaba
arreglado y que pasaría por mi padre muy temprano al
día siguiente.

intenté dormir esa noche pero no pude.
Tenía los nervios alterados por tantas emociones y sucesos
difíciles de asimilar. Me puse de pie y salí
sigilosamente de mi recámara para hablar con mi hermana.
Ella siempre cerraba su habitación con llave.
Toqué.

-¿Estás despierta?

Tardó en contestar. Abrió la puerta y
volvió a la cama para sentarse. Me detuve en el
umbral.

-¿Te encuentras bien?

-Sí… Pasa.

-No puedo dormir.

-Yo tampoco.

-Quiero platicar contigo.

Pareció no escucharme.

-Te admiro mucho -me dijo.

-Gracias Alma, pero me gustaría compartirte todo
lo que he aprendido últimamente.

-¿Alguna vez has sentido que eres un
inútil?

-¿Por qué me preguntas eso?

-No sé… Pero yo así me siento a veces.
Tonta, sin ganas de vivir.

La estudié en silencio, Era una
conversación inconexa. ¿Acaso intentaba decirme
algo?

Se recostó sobre la almohada y observó el
techo con nostalgia.

-El mundo es una porquería…

-¿Por qué hablas así? ¿No se
supone que deberías estar feliz por lo que pasó
hoy? Además tú eres muy buena. Estoy muy agradecido
contigo por la forma en que me cuidaste en el hospital. Somos
amigos. Puedes confiar en mí.

-¿Y qué gano con eso?

-Alma, dime en qué estás pensando. Quiero
ayudarte.

Movió la cabeza negativamente.

-No es nada especial… Sólo estoy
deprimida.

– ¡Pero siempre estás
deprimida!

-¿Has venido a regañarme?

-No, no… -me interrumpí sin saber cómo
romper la barrera-. Hay algunos lugares donde se reúnen
personas que tienen problemas similares a los nuestros.
Leí un libro muy importante que tú debes leer…
Eres responsable de ti. Necesitas tener más valor y coraje
para buscar soluciones. Es mentira que seas tonta o
inútil. Y no puedes estar todo el tiempo
deprimida.

-¿Conoces el sitio al que va gente con padres
alcohólicos?

-Sí. También conozco otro en el que
asisten mujeres violadas.

Levantó la cara con interés. Me
sentí motivado por haber despertado en ella cierta
curiosidad y continué relatando entusiasmado:

-Escuché a una joven que fue ultrajada.
Habló frente a sus compañeras y les dijo:
'Antes solía compadecer a toda la gente que
sufría. Actualmente sólo compadezco a aquellos que
sufren en ignorancia y que no comprenden la utilidad esencial del
dolor'. Yo fui violada y quiero decirles que la experiencia me ha
hecho más grande, más madura, más mujer y
sobre todo más digna de amor. Puede parecer
extraño, pero cuando caes al pantano, tu vida cambia
radicalmente para bien o para mal. Si te permites la
desesperanza, neurosis y autocompasión, te hundes
irremediablemente. Si, en cambio, te rebelas ante la idea de
zozobrar, buscas al único Poder Superior, te aferras a Su
amor y a Su perdón, te llenas de Su energía
ilimitada y muestras el temple y el coraje para salir adelante,
cuando lo logras, eres otro. Si sientes que la vida no tiene
sentido, que los problemas te están acabando, memoriza
esta parábola: Un pájaro que vivía resignado
en un árbol podrido en medio del pantano se había
acostumbrado a estar ahí, comía gusanos del fango y
se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. Sus alas estaban
inutilizadas por el peso de la mugre hasta que cierto día
un gran ventarrón destruyó su guarida, el
árbol podado fue tragado por el cieno y él se dio
cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse
comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo, le
costó mucho trabajo porque había olvidado
cómo volar, pero enfrentó el dolor del
entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el
ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y
hermoso. Los problemas serios son como el ventarrón que ha
destruido tu guarida y te están obligando a elevar el
vuelo…

-O a morir…

-Oye. No vas a morir. Ni yo tampoco. Papá se
rehabilitará. Esta familia volverá a ser normal

-¿Tú oíste todo eso en un grupo de
mujeres, o estás inventando?

Me desconcertaba la forma en que cambiaba el tema de la
conversación, parecía no poder concentrarse en una
sola cosa.

-Oí desde fuera.

-Yo paso mucho tiempo sola. Me gustó el careo.
Tal vez no sirva de nada. Sólo mi tío Ro me
comprende. La verdad no sé por qué me siento
así. Me gustaría ser como tú.

¿Qué relación tenía una
frase con otra? Pensé que mi hermana estaba afectada de la
cabeza. Levanté la voz para obligarla a atenderme.
Necesitaba decirle muy claro lo que iba a pasar:

-Alma, escúchame. Este día tomé una
decisión de cambio. Iba a vengarme y a seguir cayendo pero
ya no lo haré. Pronto terminaré el bachillerato y
voy a solicitar ingreso a una Universidad como interno.
Sólo así podré desarrollarme como deseo. Voy
a pagar el precio para ser un triunfador. Necesito hacerlo,
¿me entiendes? He cometido muchos errores y estoy decidido
a provocar que las cosas cambien. Pero tú debes
también poner un alto a tu desánimo. Reunirte con
gente positiva, leer libros de superación, escuchar
conferencias… Sacudirte la apatía… No quiero dejarte
sola en este estado.

Me senté a su lado. Se giró ligeramente y
pude distinguir un casi imperceptible viso de maldad en su
mirada. ¡Era una niña de trece años! No.
Sacudí la cabeza. Seguramente malinterpreté su
gesto ante la pálida luz de la lámpara.

-¿Lo harás? -pregunté-, si nos
separamos, ¿me prometes que lo harás? Yo me
mantendré en contacto contigo, pero…

Me interrumpió abrazándome
fuertemente.

La carga de los problemas era demasiado grande para sus
endebles cimientos. Alma tenía miedo. Pero no estuve
consciente de ello sino hasta muchos años
después.

13

Adopción

La avioneta iba a tocar tierra firme en unos
minutos.

-¿Qué fue lo que salió
mal?

-Lo ignoro.

-¿Hablaste con ella después de esa
noche?

-Varias veces… No me escuchaba, siempre parecía
perdida en fantasías desconocidas… Le compartí
todo lo que había aprendido, me volví hasta cierto
punto un hermano hostigoso que trataba de enseñar.
Después me rechazaba. Cuando me acercaba a ella se burlaba
diciéndome que si ya iba a darle otro sermón
moralista… Las ideas te hacen libre o esclavo. De ideas
positivas te sostienes para salir del fango como si fueran
ramales de un árbol que se inclinan hacia ti. Ella tuvo al
alcance esas ideas y no salió.

-¿Por qué? ¿Dónde estuvo el
error?

-Lo ignoro. Lisbeth, tú eres mujer,
ayúdame a entender esto. Me lo has contado otras veces
pero necesito volver a oír la forma en que saliste
adelante después de la violación y el embarazo.
Algo hiciste tú, que Alma no pudo o no quiso
hacer.

La avioneta aterrizó.

Bajamos del artefacto despidiéndonos del piloto
con cortesía. Miré el reloj.

Como lo habíamos calculado, era casi la una de la
mañana. Entramos al aeropuerto por una pequeña
puerta que daba servicio exclusivo a la aviación privada y
corrimos a la ventanilla de taxis autorizados.

-¿Adónde van? -preguntó el
cobrador.

Le di el nombre del hospital y la dirección que
obtuve telefónicamente. Me alargó el boleto
indicando la cantidad a pagar.

Fuimos de inmediato hasta el vehículo que se
hallaba con la puerta abierta esperándonos. En el taxi,
camino al hospital, ella comenzó a hablar.

Después de la primera sesión con el grupo
de mujeres, una abogada se acercó, me pidió
información respecto a la demanda presentada, se
ofreció a representarme cobrando una cuota mínima y
me citó en su despacho para ponernos de acuerdo en la
estrategia legal. Las compañeras se despidieron
afectuosamente. Algunas me brindaron tarjetas de bienvenida y
otras me invitaron a grupos paralelos relacionados con alguna
religión: reuniones de oración, ruedas de estudio
bíblico, juntas de apostolado o
evangelización.

Me explicaron que todos los grupos de autoayuda tienen
algunos principios similares, cimentados en los doce pasos de
Alcohólicos Anónimos.

En forma resumida se basan en:

LA NECESIDAD DE ADMITIR que somos
impotentes frente a algunos sucesos y emociones.

LA CONVICCIÓN de que sólo un
Poder Superior podrá restaurar nuestra vida
deshecha.

LA DESICIÓN de entregar nuestra voluntad a
ese Poder Superior.

LA RESTITUCIÓN del mal que hicimos a
otros como consecuencia de nuestra falta de
control.

EL COMPROMISO de ayudar a nuevas personas
atrapadas en un problema similar.

Salir de mi estado depresivo fue como aprender a caminar
de nuevo. El menester me exigió tiempo y esfuerzo
desmedidos. Asistí a todas las reuniones que me invitaron,
seguí cada consejo al pie de la letra: dejé de
hablar mal y de permitir a otros que hablaran mal frente a
mí; comencé a leer libros de superación
personal y espiritual diariamente, uno tras otro;
coleccioné todas las obras de ese tipo que me fue posible;
comencé a escuchar grabaciones sobre el éxito y el
trabajo; cambié, en resumen, mi alimento mental.
Con nuevos rudimentos, la digestión de ideas se hizo
distinta y empezó a producirme un vigor fenomenal.
Cuando cambias lo que comes, cambias lo que eres. La mente se
alimenta de conceptos. Al final, nosotros somos el dibujo de las
ideas con las que nos alimentamos más
continuamente.

La nueva forma de pensar me ayudó a enfrentarme
al juicio penal contra Martín y sus dos amigos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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