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Volar sobre el pantano (página 5)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Mi desgracia se divulgó a los cuatro vientos.
Cada familiar y amigo se enteró del problema. La prensa
fue dura y amarillista. Publicaron titulares como:
'¿Desquite o desamor?', 'Las mujeres toman revancha',
"Joven ultrajada demanda al violador y decide tener a su
hijo'.
Este último encabezado se
acompañó de una serie de disquisiciones en las que
se ponía en tela de juicio mi versión. "Si lo
que la joven relata fuera verdad, no toleraría dar a luz
un vástago de uno de los corruptores. Nos enteramos de
buena fuente de que ella era su novia y tenía una vida
sexual activa con él, de modo que posiblemente la demanda
sea producto más de un desamor que de un ultraje.
"

De no haber tenido el apoyo del grupo de mujeres, no
hubiera soportado tantas invectivas. Sobre todo porque
había algo de cierto en ellas.

El juicio, como me lo advirtieron, fue largo y
penoso.

Después de una de las sesiones más
desgastantes, Martín me alcanzó y me amenazó
con una rabia ingente:

-Eres una prostituta. Ya verás lo que le va a
pasar a tu bebé. Siempre será el punto débil
que te unirá a mí…

Salí de la audiencia y lloré. La maestra
de psicología estaba a mi lado.

-¡Qué duro! -le dije-, con todo lo que pasa
cada vez me convenzo más de que Martín es un hombre
desequilibrado. Seguramente tarde o temprano volverá con
arranques de violencia a reclamar su paternidad o a tratar de
vengarse de mí, usando al niño.

-Muy pronto estará en la cárcel

-Pero algún día saldrá…
Además, ¿cómo se lo explicaré a mi
hijo cuando crezca?

La maestra se quedó pensativa y después de
un rato me dijo:

-Debes moverte y buscar todos los elementos para decidir
qué hacer. las soluciones no llegan a tocarle la puerta
a nadie, hay que salir a buscarlas.

-¿Qué propones?

-Un buen amigo trabaja al frente de un albergue de
niños. Me gustaría que platicaras con
él.

-¡Ni lo pienses! Estás loca si crees que
sería capaz de abandonar a mi hijo en un lugar
así.

-No se trata de eso…

-¿Entonces?

-Sólo acompáñame.

Como dije anteriormente, mi mente estaba abierta a
aprender, así que al día siguiente fui con mi
maestra de psicología al albergue.

El amigo resultó un médico muy amable.
Acompañado de dos trabajadoras sociales me mostró
las instalaciones de un inmueble que parecía entre escuela
y hotel de quinta categoría. Los dormitorios colectivos
eran austeros, las viejas camitas individuales se apretujaban
unas con otras. Los baños estaban maltrechos y sucios.
Decenas de niños nos seguían. Para ellos cada
visita era toda una fiesta. Noté algo raro y
pregunté:

-¿Tienen bebés?

-Pocos. Ellos son adoptados con facilidad.

-¿Los niños mayores se
rechazan?

-En cierta forma, pero la situación es peor.
Están aquí en custodia pero no pueden darse en
adopción porque los verdaderos padres vienen a firmar
periódicamente para no perder sus derechos. Algunos
niños crecen y se escapan, otros van de visita a su casa
de vez en cuando y regresan golpeados, drogados o
violados…

Llegamos a las oficinas y, antes de entrar, una
niñita de escasos cinco años se paró delante
de mí y me ofreció un listón sucio como
regalo. Se me partió el alma y la abracé.
Salió corriendo llena de alegría.

-¿Ella tampoco puede ser adoptada?
-pregunté.

-No. Su situación legal se lo impide. La madre se
niega a ceder su potestad. Son niños a los que se les ha
quitado la opción de tener un hogar –el hombre
caminó hacia el archivo y lo señaló-. Por
otro lado, hay muchas parejas con estabilidad económica,
madurez emocional y espiritual que no pueden tener hijos;
serían excelentes padres, han estado en espera de un
bebé desde hace meses o años, pero cuando les
hablas de adopción a las madres biológicas se
ofenden. La mayoría de las personas -varones incluso- son
tan posesivas y egoístas que prefieren ver a su hijo
muerto que con otra familia.

-¿No le parece una exageración?

-Amiga, ¿olvidas que, legal o no, el aborto es la
opción preferida? Se matan millones de niños al
año con esta práctica. Los padres se sienten
dueños de sus hijos, los perjudican, asfixian, les impiden
crecer, los prefieren en la miseria mental y material que
prosperando y siendo independientes. El amor obsesivo y
consentidor es el primer enemigo del progreso.

-Yo estoy embarazada -confesé-, y muy
confundida…

-Lo sé, ya me han explicado tu caso; eres una
madre sola de diecisiete años. Si decides abortar,
estarás evadiéndote de un hecho cobardemente,
buscando salidas fáciles sin importar que con ello
perjudiques definitivamente a otra persona.

-Yo no pienso hacer eso -me defendí de
inmediato-, siento al bebé crecer en mi interior. No
podría matarlo por más que su padre fuera malvado.
Existen muchas personas con progenitores viciosos o conflictivos,
pero el tener un padre así no nos quita a nadie el derecho
de vivir.

-Muy bien; eliminando eso, te quedan pocas opciones: si
tomas la postura de sacar adelante a tu hijo sola, será un
sacrificio muy loable, pero no podrás evitar sentir el
aguijón de recuerdos amargos al verlo y, por tu edad,
seguramente los abuelos terminarán interviniendo a tal
grado en la educación del pequeño que les
delegarás gran parte del compromiso. La última
alternativa… -se detuvo; yo no quería oírlo pero
era evidente- es darlo en adopción. Eso te exigiría
mucho mayor dolor y sacrificio que las otras dos, sobre todo
porque no lo harías por zafarte del problema, sino por la
conciencia de que el niño va a crecer en un lugar estable
con padre, madre, primos, tíos, que va a estar bien, con
gente que lo adora y lo necesita mucho, que en suma va a hallarse
mucho mejor que a tu lado.

La opción me parecía lógica, pero
mi corazón se rebelaba con vehemencia.

-¡Conozco muchas madres que han podido educar a
sus hijos sin padre y eso es mucho más
meritorio!

-De acuerdo. La maternidad convierte a las mujeres en
seres grandes, excelsos, pero no todas triunfan en ese aspecto.
Tú puedes ser la mártir que se arroja al ruedo sola
haciendo mal papel para ella y para el niño o puedes
atreverse a amarlo entendiendo al amor como la capacidad y la
buena disposición para que los seres queridos sean felices
aunque sea lejos…
Pensar así, es saber amar, no
vivir un egoísmo disfrazado de romanticismo
rosado.

Una de las trabajadoras sociales habló apoyando
al médico.

-Será como decirle a tu hijo: Te quiero tanto
que soy capaz de hacer cualquier cosa por ti, incluso dejar de
verte para siempre si eso es lo que más te
conviene.

El recinto se volvió una pintura congelada. Todos
me miraban en silencio. Agaché la cara. Después de
unos minutos objeté:

-Un niño adoptivo tarde o temprano se entera y le
reprocha a su verdadera madre que lo haya dado en
adopción.

-Tal vez, pero es un trauma mínimo que se supera
pues para entonces ya tiene formación y
cimientos.

-¿Entonces lo mejor para todas las madres
solteras es dar a su hijo en adopción?

-No. Cada caso es distinto y debe analizarse por
separado. Para el tuyo, en especial, creo que es lo más
conveniente.

-Usted habla así porque es hombre.

-Los hombres somos fríos, las mujeres emotivas.
Ambos sexos debemos buscar un punto medio. La vida se entiende
mejor cuando el hombre se hace más sensible y la mujer
más reflexiva.

Mi maestra me abrazó y susurró como si
estuviésemos solas:

-Nos encontramos aquí únicamente para
oír opiniones. La decisión la tomarás con
toda calma cuando tengas todos los elementos. ¿Quieres
entrevistarte con mujeres que abortaron para que te digan lo que
sienten después de haberlo hecho?

-No, gracias. Me lo imagino.

-¿Entonces con mujeres que han enfrentado solas
el problema o que le dieron a los abuelos la paternidad,
fingiendo toda la vida ser la hermana mayor del
pequeño…?

Me quedé con la vista perdida y algunas
lágrimas se escaparon de mis ojos.

-Eso debe de ser dolorosísimo
-reflexioné-. No poder abrazar al niño, no poder
decirle: "hijo, te amo", tener que verlo crecer como un hermano
alejado de la guía y autoridad que le corresponde…
Gracias, profesora, pero no lloro porque me sienta presionada o
porque me falten datos, lloro porque creo haber tomado ya una
decisión y sólo de pensar en ella se me parte el
corazón.

El médico aprovechó para
concluir:

-Si tu hijo estuviese condenado a una enfermedad
terrible y la única forma de salvarlo fuese que tú
tomaras una medicina muy amarga, ¿lo
harías?

Asentí.

Una medicina para salvarlo a él. Nunca lo
había visto así.

-¿Qué tengo que hacer?

-No te sientas presionada.

-No lo estoy -insistí-, ¿cuál es el
siguiente paso?

El director del centro le pidió a una de sus
trabajadoras sociales algo que no pude entender. La
señorita salió de la oficina y volvió a
entrar en unos minutos trayendo consigo una voluminosa carpeta.
El médico la revisó rápidamente y me la
extendió:

-Son copias de todos los informes recopilados respecto a
padres que desean adoptar un bebé recién nacido.
Revísalos. Si estás bien segura, elige una pareja
con la religión, costumbres, edad, profesión,
pasatiempos, actividad profesional y carácter que mejor te
parezca. Tienes treinta y tantas opciones. Todas son excelentes.
En la carpeta no vas a encontrar domicilios ni nombres completos
pues el proceso es anónimo y confidencial: ellos no te
conocerán a ti ni tú a ellos. La adopción se
hará a través de la agencia y después,
aunque te arrepientas, no podrás localizar a tu hijo
jamás.

-Qué terrible… -susurré tomando el
expediente.

Mi dolor era profundo, pero mi amor era
más.

Le comuniqué a mis padres la decisión. En
otro contexto ellos tal vez la hubiesen cuestionado, pero dadas
las circunstancias, me abrazaron muy fuerte y me brindaron su
apoyo. No les gustaba pero reconocieron que era lo mejor. Juntos
revisamos los expedientes. Papá hizo cuadros comparativos.
Estudiamos con detalle cada testimonio. Fueron varias semanas de
trabajo y meditación.

Cuando enviamos a la agencia de adopciones el nombre de
la pareja elegida, sentí que había dado el paso
más difícil de mi existencia.

El médico habló a mi casa y me dijo
cuán feliz estaba el matrimonio que había
seleccionado. Media hora después, volvió a llamarme
para preguntarme algunos datos y me informó que la pareja
seguía llorando de alegría.

Saber que el bebé era deseado de esa forma me dio
cierta paz, pero al acercarse la fecha del parto, mis emociones
se fueron tornando sombrías. Por momentos me
arrepentía y quería echar marcha atrás; era
como ir en el vagón de la montaña rusa
dirigiéndome hacia arriba para tomar la primera pendiente
y darme cuenta demasiado tarde de que deseaba bajarme.

En esos meses crecí mucho. Me hice mujer,
aprendí a confiar en el Poder Superior del que hablaban
los doce pasos del grupo…

El parto fue natural. Sufrí los terribles dolores
que tal vez se hicieron más grandes por estar
acompañados de una gran tristeza. Cuando el alumbramiento
terminó, oí llorar al niño y
dije:

-Déjenme verlo.

-Lo sentimos -contestó una voz-, pero no puede
ser. El reglamento de adopción lo
prohíbe.

-Necesito despedirme de él -lloré-, por
favor.

-No es posible, lo sentimos.

Escuché que se alejaban.

-¡Alto! -grité-. No se vayan. La
adopción es una medicina amarga para salvarlo a él.
Yo me la voy a tomar. Se lo prometo, sólo déjenme
despedir. Es lo único que pido.

Hubo silencio en la sala. Los médicos
sabían que no debían arriesgarse a infringir las
reglas, pero tampoco podían negarme lo que les
solicitaba.

-Sólo un minuto… -me dijeron.

Pusieron sobre mi pecho un bebé
varón.

Lo abracé llorando, lo acaricié, lo
llené de besos. Hablé con él, le
expliqué lo que iba a pasar. Se calló, como si me
entendiera. Mis lágrimas le mojaban el rostro. Le dije que
lo amaba y que por eso, sólo por eso, permitía que
se alejara de mí.

Sé que la bendición de una madre
acompaña a su hijo siempre y que es profecía de
Gracia. Bendije a mi bebé con todas mis fuerzas… Cuando
el médico se acercó para quitármelo,
cerré los ojos y pensé que se lo entregaba a Dios.
Supe que Él lo tomaba en sus brazos y me prometía
cuidarlo y estar a su lado siempre.

Sin esa convicción absoluta quizá,
años después, hubiera enloquecido buscando al hijo
que di… He sufrido mucho de todas formas pero sin
desesperación, investida de paz al saber que fue lo mejor
para él. He entendido, con esa experiencia
durísima, que nadie puede destruir a un ser humano, que
por mucho que haya sufrido es un ser único,
extraordinario, que vale mucho y que la tragedia vivida
sólo lo lleva al crecimiento. Cuanto más
incongruente parezca a los ojos humanos el dolor, más
fuerza vivificante hay detrás de él, más
trascendencia, más respaldo de un bien mayor. Muchos que
sufren no lo comprenden, pero tampoco deben desesperarse tratando
de hacerlo. La confianza espiritual mueve
montañas.

Aceptar su pasado, su familia, su físico y
conceptualizarse como un ser humano amado por el Creador, con
grandes valores y con una misión que cumplir… fue tal
vez… lo que le faltó a Alma…

Tomé a Lisbeth de la mano y la apreté con
fuerza.

-Gracias -le dije limpiándome las lágrimas
con el brazo libre.

-Zahid, dime una cosa -me preguntó-. Cuando
hablamos por teléfono al hospital San Juan, no nos
quisieron dar ninguna información. Tú, enojado,
exigiste que te dijeran el tipo de hospital. Te pusiste
pálido, cuando contestaron, pero no me aclaraste de
qué se trataba… ¿Adónde vamos?
¿Desde dónde te escribió tu hermana?
¿Por qué te pide en su carta: 'Si no puedes
venir a verme, por favor, no le digas a nadie dónde
estoy?

Me agaché sin responder su pregunta. Lisbeth
trató de adivinar.

-Se trata de un hospital psiquiátrico,
¿verdad?

Negué con la cabeza.

-¿Entonces?

Un escalofrío recorrió mi espalda al
decirlo.

-Es una clínica para
farmacodependientes.

Llegamos a nuestro destino y bajamos del taxi
inmediatamente. Le di al conductor el boleto que pagué en
el aeropuerto y caminé preocupado hacia la entrada del
sanatorio. De repente recordé las palabras de Lisbeth
antes de emprender el viaje:

Zahid, acabo de descubrir algo que tampoco te va a
gustar… Tu hermana escribió esta carta hace un mes. Ella
no le puso fecha, pero el matasellos lo dice.

Me volví sobre mis pasos y grité para
detener al coche, que ya se iba. Lo alcancé un poco
sofocado.

-Venimos buscando a una persona que estaba hospitalizada
-expliqué-, pero es muy posible que ya no se encuentre
aquí y tengamos que ir a otro lugar. ¿Usted
podría esperar y llevarnos en caso necesario?

-Por supuesto -contestó el chofer sin poder
ocultar la alegría de cobrar algún servicio extra a
esas horas.

Echó en reversa su automóvil y lo
estacionó.

Cuando entré al sanatorio, mi esposa ya estaba
hablando con una monja que parecía ser la encargada de la
recepción.

-Nos urge mucho saber de Alma Duarte -le explicaba-. Es
paciente de ustedes. Recibimos una carta de ella e hicimos un
viaje muy largo para venir a verla.

-Duarte, dijo, ¿verdad?

Asentimos mientras abría el archivo y buscaba
detenidamente. Después de un rato, que me pareció
eterno, se irguió y comentó cerrando el
cajón:

-No hay ningún expediente con ese nombre,
¿están seguros de que estuvo en este
hospital?

-Estamos seguros.

-¿No habrá algún error?

Me impacienté. Extraje mi cartera y busqué
la tarjeta arrugada en la que anoté la dirección
que me habían dado por teléfono y la arrojé
sobre la barra.

-Hablé ayer, como a las seis de la tarde,
pregunté por mi hermana y me dijeron que la
conocían, pero que no podían darme datos
telefónicamente. Por eso estamos aquí.

-¿Con quién hablaron?

-Señorita, lo ignoro, pero puedo decirle que
no fue una persona cortés. Espero que usted sea
diferente.

-Alma Duarte, ¿verdad?

-Sí.

La monja caminó hacia un privado y se
metió en él. Después de unos minutos
salió acompañada de una mujer rolliza vestida de
blanco. Ambas se veían un poco turbadas.

-¿Ustedes son familiares de Alma?

-Sí -casi grité-. Es mi
hermana.

-¿Qué saben de ella?
-preguntó.

-¿Qué tenemos que saber? Vivía con
mis padres hace varios años, pero decidió
independizarse, eso es todo.

La mujer obesa me miró como esperando que le
dijera más.

-Efectivamente es una paciente nuestra… Pero… Es un
caso especial.

-¿Especial?

-Sí. ¿No está usted enterado de lo
que ha pasado con ella en los últimos,
años?

Negué con la cabeza sintiendo el fantasma de una
maligna premonición.

-Pues, dadas las circunstancias -concluyó la
enfermera con gesto de celadora-, yo no puedo darle
información de esta paciente. Deberán esperar a la
psicóloga social. Si le llamo en este momento
tardará un par de horas en llegar.

-¡Pero cómo se atreve…!

Casi me subí al mostrador preso de una ira
incontrolable. Las dos mujeres, asustadas, se hicieron para
atrás.

14

El
rascacielos

Lisbeth y yo nos hallábamos en la austera
recepción del hospital, recargados el uno en el otro,
esperando que llegara la psicóloga social.

Pude haber arrancado a las enfermeras las noticias que
me ocultaban, pero se encerraron en la oficina y no salieron sino
hasta haber calculado que mis ánimos se habían
tranquilizado.

"Además -racionalicé-, es una hora muy
impropia para visitar a Alma, dondequiera que
esté."

El taxista entró furioso a preguntar si se iban o
no a requerir sus servicios. Me puse de pie para disculparme y
extraje un billete de la cartera que le extendí como pago
por su espera. El hombre me lo arrebató y se retiró
sin dar las gracias.

Volví a sentarme junto a mi esposa y cerré
los ojos tratando de calmarme. Pensé en muchos temas
buscando distracción: la próxima ceremonia
inaugural de mi empresa, lo extraño del viaje que
habíamos realizado, la forma en que Lisbeth y yo nos
reencontramos.

Sin querer, mis pensamientos se detuvieron
ahí.

Ella tenía treinta y dos años; yo treinta
y tres.

Lisbeth había sido postulada para recibir un
premio por su labor realizada como directora del "Centro de
Protección para la Mujer". Era una psicóloga con
posgrados relacionados con la motivación de la conducta
humana. Yo formaba parte del comité que otorgaba los
galardones. Estaba sentado en la mesa de honor cuando el maestro
de ceremonias llamó a Lisbeth. El público
aplaudió. Una espigada mujer de aspecto elegante
subió a recibir su premio al estrado. Apenas se
acercó, tuve la certeza de haberla visto antes, de saber
quién era. Incluso, aunque mi mente perezosa y torpe
tardó en acordarse, mi corazón reaccionó de
inmediato, saltó y empezó a latir cual si se
hallase frente a la mujer en la que había soñado
por años aguardando pacientemente la hora de volverla a
ver: ¿Es ella? Cuestionaba mi intelectualidad
incrédula. No. No puede ser… Ha pasado tanto tiempo
Personalmente le di el diploma y la felicité con un
apretón de mano. Luego pasó al atril para dar un
breve discurso de agradecimiento. Su forma de inclinarse frente
al micrófono, su forma de mirar a la audiencia con ternura
y autoridad, su voz pausada y clara, su sinceridad y su
magnetismo, no me dejaron duda. Había sido mucho tiempo de
pensar en aquella joven del testimonio, de fantasear con lo que
le diría si volvía a verla… Mis manos temblaban
al contemplarla.

El público le aplaudió. Lisbeth
descendió del estrado y yo me puse de pie,
disculpándome, para bajar por el otro lado del escenario
discretamente.

El congreso de "valores" estaba tocando a su fin. Yo era
director de la Asociación Nacional de Empresarios
Jóvenes y se me había delegado el discurso de
clausura. Sólo tenía tres o cuatro minutos. Le
pedí a una edecán que llamara a la recién
galardonada.

-¿Te acuerdas de mí? -le pregunté
sin muchos rodeos en cuanto llegó acompañada por la
auxiliar.

-No -contestó con el ceño ligeramente
fruncido.

-Tú fuiste burlada y deshonrada por un
hombre.

Enrojeció de inmediato y me miró
atemorizada.

-Te vi al frente de un grupo dando un testimonio de amor
a la vida. Me impactaste. Hablaste del pájaro que
vivía resignado en un árbol podrido en medio del
pantano comiendo gusanos, sucio por el pestilente lodo, hasta que
cierto día un gran ventarrón destruyó su
guarida y él se vio forzado a emprender el vuelo llegando
finalmente a un bosque fértil. La figura de un
pájaro volando sobre el pantano me ha motivado durante
muchos años a salir de mi propia
ciénaga.

Lisbeth hizo un esfuerzo por recordar. Me estudió
con la mirada.

-En aquel entonces -la ayudé-, no tenía
esta prótesis ocular… Yo era un joven tímido…
Leyendo y subrayando un libro a la entrada del grupo de
autoayuda.

Me observó unos segundos más sin poder
articular palabra.

-Dios mío -susurró asintiendo al fin-.
Qué pequeño es el mundo.

El presentador anunció la conferencia de
clausura.

-Tengo que decir unas palabras -me disculpé-; por
favor, no te vayas. Hay muchas cosas que quiero
platicarte.

Subí al estrado y comencé la charla
comentando que estaba muy contento, ese día en especial,
porque acababa de reencontrar a una mujer que muchos años
antes me motivó, sin saberlo, a alcanzar mis más
altas metas.

Pueden lograr sus anhelos, sobre todo si luchan por
amor. Amor a Dios, a ustedes mismos, a la vida que tienen, a la
pareja que tal vez no conocen.

Pensando en aquella pareja, un día me
decidí a luchar inexorablemente. Ella merecía mi
mayor esfuerzo y yo debía crecer para poderle dar lo
mejor, en su momento.

Una noche me acosté preguntándome
cuál sería la clave para triunfar.

Entonces soñé que la vida era un
enorme rascacielos al que debíamos subir.

Los seres humanos iniciábamos en uno u otro
piso nuestro ascenso según el nivel socioeconómico
en el que nacíamos, pero aun los más privilegiados
se hallaban en estratos bajos pues el rascacielos era
infinitamente alto.

En cada piso había dos zonas perfectamente
diferenciadas:

PRIMERA. LA ESTANCIA DE
DISTRACCIONES
. Una enorme estancia, llena de amigos,
camas, televisores, fiestas y juegos, en la que podías
pasártela extraordinariamente bien durante años
enteros.

SEGUNDA. EL TÚNEL DE ELEVADORES:
Un largo y amplio pasillo lleno de talleres y mesas de
estudio en el que podías adquirir conocimientos y
experiencias.

A este enorme corredor se le denominaba
'túnel de elevadores porque sus paredes estaban llenas de
elevadores cerrados. Cuando se abría la puerta de uno,
muchas personas saltaban y corrían hacia ella.
Rápidamente se hacía una fila. El operador entonces
formulaba una pregunta a la persona que había llegado
primero. Si no sabía la respuesta correcta se le
descartaba, se le hacía la pregunta a la persona que
seguía en la fila y así se continuaba hasta hallar
a la que tenía los conocimientos requeridos; a ésta
se le dejaba subir y se le transportaba a un piso superior,
mientras tanto, la puerta del elevador volvía a cerrarse
frente a la mirada triste de todos los rechazados

Algunos, decepcionados, se iban a la estancia de
distracciones, otros se quedaban en el túnel para volver a
intentarlo.

Había quienes se la pasaban caminando,
buscando que los elevadores se abrieran, pero sin trabajar ni
estudiar, de modo que jamás subían porque no
tenían los conocimientos exigidos.

Otros, por el contrario, se la pasaban muy
entretenidos laborando y no se ponían de pie cuando el
elevador se abría. Éstos, aunque tenían los
conocimientos, eran demasiado timoratos para ser
elegidos.

La persona que lograba subir, en el nuevo piso se
encontraba con que la estancia de distracciones era más
atractiva aún que en los pisos inferiores. De la misma
forma el túnel de elevadores tenía talleres y mesas
de estudio de mucha mayor dificultad, por eso, cuanto más
alto era el piso, había menos candidatos a subir cada vez
que se, abría un elevador.

Un detalle interesante llamó mi
atención: los que se quedaban abajo difamaban y se
burlaban cobardemente de los que subían muy alto. Siempre
les decían que habían tenido buena suerte. Y en mi
sueño supe que si la suerte era poseer los conocimientos
necesarios y al mismo tiempo tener la agilidad para ponerse
frente a la puerta que se abre, efectivamente los grandes hombres
tenían mucha suerte.

Hice una pausa para observar a la audiencia.

Con agrado comprobé que Lisbeth me escuchaba de
pie en el sitio en el que la había dejado. Entonces me
sentí emocionado y continué mi discurso con mayor
fuerza y exaltación:

Si tienes un familiar rico, no te creas con derecho
a pedirle que te dé dinero. No lo tildes de tacaño,
avaro, mezquino, miserable o egoísta si se niega a
ayudarte. Tal vez tiene lo que tiene porque ha perdido menos
tiempo que tú en la estancia de distracciones, porque
mientras tú te la pasas haciendo planes sin mover un
infame dedo, él se ha esmerado por prepararse en el
túnel de elevadores y ha estado pendiente de las puertas
que se abren. Eso es todo.

Puedes subir hasta donde quieras. Sólo los
arcaicos de mente piden limosna; sólo ellos son
inútiles, aunque tengan veinte años de edad… Pero
tú eres joven mentalmente
Tú puedes
lograr tus sueños.

Es bueno pedirle a Dios lo que deseas. Está
bien hablar con Él y confiarle tus anhelos, pero hoy te
reto a que en vez de decirle a diario: 'Dios mío,
ayúdame en el negocio, la entrevista o el examen que voy a
realizar'. Le digas: 'Señor, lo que tengo que hacer, lo
haré lo mejor que pueda, pondré mi mayor cuidado y
entusiasmo. Obsérvame en la entrevista o en el examen. Te
brindo mi mejor esfuerzo este día y dejo en tus manos el
resultado…

Eso es ser responsable.

Cuentan de un hombre que olvidó su bicicleta
en el mercado. Al día siguiente, desanimado, seguro de que
alguien se la habría llevado, regresó a buscarla.
Se llenó de alegría al encontrarla exactamente en
el mismo lugar en que la había dejado. Cuando iba de
regreso a su casa pasó junto a un templo, se detuvo para
darle gracias a Dios por haber cuidado su bicicleta toda la noche
y cuando salió del templo, su bicicleta ya no
estaba

Amigo, amiga. Dios no cuida bicicletas. Él te
da advertencias para que hagas tu parte
Tienes
inteligencia, voluntad, conciencia, cuerpo; todos los elementos
para triunfar, si no logras tus anhelos es que no pagaste el
precio. Punto. No hay más
No le des más
vueltas, no pongas más excusas
Comienza a
hacer lo que te corresponde hoy mismo. Te reto a que tu mejor
esfuerzo se convierta en tu mejor plegaria

No lo olvides. Para subir el rascacielos se
requieren dos elementos básicos. PREPARACIÓN Y
SENTIDO DE URGENCIA.

Moverse, estar atento a las puertas que se abren,
saber que tu tiempo es importante, que no puedes dejar pasar este
día sin haberlo aprovechado cabalmente. Porque hay gente a
la que no le corre la vida, que parece tener aceite en las venas,
que está en su trabajo y se la pasa viendo cómo se
mueven las manecillas del reloj y contando los segundos que
faltan para salir. ¡Parásitos!, ¡estorbos!,
¡críticos que envidian el éxito de otros!,
¡mediocres que hablan mal de los de arriba!,
¡resentidos que no soportan que otro triunfe, y menos si
vive cerca, si es de su misma ciudad o país, si es de su
misma edad o más joven…! Pero entiéndelo… Para
subir sólo requieres de dos elementos: SENTIDO DE URGENCIA
Y PREPARACIÓN. ¡Paga el precio de ser
alguien
…! ¡Muévete en el corredor de
elevadores!

Invierte en tu menteAprende,
prepárate
Tú no vales lo que valen las
facturas de tus bienes materiales, vales lo que tienes en la
cabeza
Aumenta tu capital mental y lo demás
vendrá solo
únicamente lo que guardas
en la mollera te llevará firmemente hacia tus
anhelos

Hace poco escuché a una señora que se
condolía de su ayudante doméstica
diciendo:

-La pobrecita es analfabeta, no sabe
leer

Después supe que entre ella y su ayudante
doméstica no había mucha diferencia, pues su
ayudante no sabía leer y la señora sabía,
pero no lo hacía, de modo que eran equivalentes. Una NO
tenía la habilidad, otra la tenía, pero no la
practicaba… Eso se llama ser un 'analfabeto con
credenciales'.

Entiéndelo de una vez
Jamás subirás el rascacielos sin pagar el
precio de llenar tu cerebro de conceptos y experiencias, de
buscar puertas abiertas con valor y decisión . Así
de simple. Ya no hay lugar en los pisos superiores para los que
se evaden en fiestas, viéndo la televisión
obsesivamente, hablando horas por teléfono, saliendo a
perder el tiempo, buscando distracciones de cualquier tipo,
viendo película tras película, descansando y
durmiendo

Un consejo más: ORGANIZATENo
actúes como muñeco de cuerda. La buena
puntería de tu sentido de urgencia es básica para
lograr los resultados deseados. No gastes energía en
asuntos vanos. Pon en orden tus prioridades. Hay personas que
pasan horas moviéndose de un lado a otro, pero nada de lo
que hacen es verdaderamente valioso. Creen que cuanto más
ocupados están, más importantes son
y
con frecuencia se quejan por sentirse agotados y nerviosos, pero
lo que más produce tensión, es saber que hemos
estado aplazando nuestros proyectos importantes por ocuparnos en
asuntos vanos; hay dos tipos de seres: cazadores de pulgas y
cazadores de elefantes. Si pierdes el tiempo en mil detalles sin
importancia acabarás exhausto y sólo tendrás
pequeñas e insignificantes pulgas en tu bolsa. Si por el
contrario te concentras en los asuntos de trascendencia, tal vez
trabajarás igual, pero atraparás paquidermos. Lo
que importa no es qué tan ocupado estás, sino
cuánto, de lo que realmente importa, estás
haciendo

¡Haz las cosas! ¡Deja de suspirar y
hacerte el mártir! ¡Si no triunfas, es porque no te
da la gana! No pongas otra excusa, pues no la hay. SAL AL CAMPO
DE BATALLA
Hazte oír, hazte valer… Trabajad
y haceos publicidad. 'Si no crees en ti, nadie lo hará, si
no levantas la mano por temor a la crítica, podrás
morirte y nadie te echará de menos. ¡Lucha!
¡Hasta un poeta luchador es mejor que un poeta aislado! El
hombre que se dice intelectual o espiritual y se retira
permanentemente, en realidad es un holgazán. Cuando
estés muerto, podrás retirarte con los
espíritus, cuanto te apetezca. Hoy, en tu país, en
tu empresa, en tu familia, se necesitan CONOCIMIENTOS Y
ACCIÓN. La desidia es sinónimo de cobardía.
Enfrentarse al mundo con agallas es la única forma de
llegar primero al elevador y hacer historia. ¡Nunca
alcanzarás tus metas sentado en la estancia de
distracciones, comiendo palomitas, viendo una película y
quejándote de tu mala suerte
… !

Cuando terminé el discurso estaba sudando,
despeinado, agitado. Caminé detrás de la cortina
para dirigirme a los camerinos laterales.

Me hallaba tomando un poco de agua y limpiándome
la frente cuando apareció Lisbeth.

La puerta estaba abierta y ella entró sin tocar
para pararse delante de mí, en silencio. Se veía
nerviosa, y excepcionalmente bella… No supe qué hacer ni
qué decir.

Los amores que tienen mayores posibilidades de
perdurar NO se fraguan en los momentos de inmadurez.
Ambos
habíamos aprendido SOLOS a pagar el precio de subir el
rascacielos. ¡Después de quince años
nos reencontrábamos!

Ninguno atinaba a decir palabra. Fue uno de los
instantes más bellos de mi vida.

-Lo que comenté al principio -articulé al
fin-, referente a la mujer que me motivó a superarme
aún sin conocerla… Se refería a ti.

-Así lo entendí. Sólo vine a darte
las gracias.

Entonces me atreví a dar un paso hacia ella. Puse
una mano sobre su brazo y en un gesto cariñoso le dije que
la admiraba y la respetaba mucho y que, si aceptaba, me
gustaría invitarla a cenar.

Me sobresalté cuando la puerta del sanatorio se
abrió.

-¿Te quedaste dormido? -preguntó
Lisbeth.

-No. Sólo recordaba con los ojos
cerrados.

Una mujer alta con una abundante cabellera teñida
de color zanahoria entró a la recepción, nos
saludó cortésmente y siguió de largo hacia
las oficinas.

Abrigamos la esperanza de que se tratara de la
psicóloga social que estábamos esperando. No nos
equivocamos.

Después de unos minutos, salió la monja
para invitarnos a pasar.

El cuarto era extremadamente pequeño. Sólo
había un viejo escritorio metálico y dos sillas
forradas de plástico. Tomamos asiento frente a la
extravagante mujer que se había puesto una bata blanca. La
recepcionista abandonó el lugar y cerró la puerta.
O era una madrugada muy cálida o yo estaba verdaderamente
exacerbado, porque sentí que me sofocaba.

-¿Son familiares de Alma Duarte?

-Es mi hermana.

La mujer hojeó el expediente que estaba frente a
ella. Su actitud era desconcertante.

-Me llamaron para que viniera a hablar con ustedes. Son
las tres de la mañana. Comprenderán que hay pocas
emergencias para una psicóloga social.

Lisbeth y yo guardamos silencio esperando que la mujer
se dejara de ambages.

-¿Qué fue lo último que supo de su
hermana?

Me impacienté.

-Que se fue de la casa cuando tenía diecisiete
años para vivir en unión libre con un sujeto que le
triplicaba la edad, que ese sujeto era un déspota
autoritario, que yo le escribía cada mes y nunca me
contestaba, que le envié cientos de libros y casetes, que
es una mujer muy hermosa, pero tiene algunos… traumas-
¿Quiere más?

-¿Y por qué vinieron a buscarla
aquí?

Extraje de mi bolsillo una carta y se la extendí.
Ella la desdobló y la leyó con rapidez.
Después la dejó sobre su mesa lentamente y
comenzó a hablar escogiendo cuidadosamente sus
palabras.

-En efecto. Alma estuvo internada en este hospital hace
más de un mes. La trajeron inconsciente por una
sobredosis.

-Ella, ¿vive?

El tiempo que la mujer tardó en contestarme
fueron los segundos más largos que recuerdo.

-Es heroinómana…

Asentí lentamente sintiendo el impacto de la
noticia, aunque ya esperaba oír algo así. Sin
embargo, tenía que haber más. No era lógico
que en un hospital de ese tipo hicieran tanto protocolo
para darnos una información que, de entrada, era
evidente.

-Pero, ¿está bien? -preguntó
Lisbeth.

-Cuando llevaba más de la mitad del tratamiento
se escapó.

-Y usted, ¿sabe dónde
está?

Agachó la vista como si se tratara de algo muy
triste.

-Me temo que sí.

Volvió a tomar la carta entre sus
manos.

-La he visitado un par de veces, pero no quiere
oírme… Señor Duarte, ¿ya se dio cuenta de
la profundidad que tiene la carta que ella le
escribió?

Me sentía como un niño reprendido por su
madre… La mujer parecía tratar de decirnos algo que
supuestamente ya debíamos saber.

-Aquí dice: 'Zahid, he perdido, igual que
tú, algo irrecuperable
¿sabes? Hubiera
querido no ser, mujer, no ser tan débil, no haberme
encerrado en mi angustia… No haber nacido

Me puse de pie con una mano en la cabeza y
levanté la voz exacerbado.

-Señora, por favor, ¿puede dejar de dar
rodeos y hablar claro? ¿Dónde está mi
hermana?

La mujer tomó un papel de recados y anotó
un domicilio. Después me lo extendió. Lo
leí, pero no me dio ninguna pista.

-Aquí pueden encontrarla.

-¿Qué es esto?

-La dirección de su departamento.

Abrí la puerta del diminuto cuarto dispuesto a
largarme de ahí. Eso era todo lo que necesitaba.
Jalé del brazo a Lisbeth para que se apresurara a salir
conmigo. La psicóloga me detuvo.

-Le recomiendo que no vaya en este momento. Son las tres
de la mañana y…

-¿Y qué…? -grité con los ojos
inyectados de sangre-. Hábleme claro de una vez. Mi
hermana es una mujer adulta, si tiene otro amante, ¿Por
que lo hace tan complicado?

-No, señor Duarte -Y entonces, arrastrando las
letras me lo dijo-: Es prostituta.

15

¿Por
qué me excluyeron?

Una cascada de agua helada se vertió sobre
mí.

Di un paso hacia adelante y me desplomé en la
silla sintiendo que la sangre se me paralizaba en las
venas.

-En este hospital tratamos de ayudarla-explicó la
mujer-, pero las cosas se complicaron.

Tomó un lapicero de la mesa y comenzó a
darle vueltas muy despacio.

-Está inmersa en circunstancias de las que no es
fácil salir… Después del diagnóstico
cayó en una terrible depresión. Sigue
inyectándose droga. Necesita ayuda. Urgente. Hicieron muy
bien en venir. La familia puede auxiliar en estos casos, pero
cuando hablé con ella al respecto me aseguró no
tener familiares.

Por primera vez en mucho tiempo sentí que me
resquebrajaba.

La mayoría de los hombres creemos que las mujeres
de la casa tienen insensibles e inútiles cuerpos de
porcelana. Por eso, nunca hablamos de sexo con ellas y a veces la
decepción se convierte en cólera cuando nos
enteramos, no siempre con circunstancias gratas, que la hermanita
menor o la hija también practica su sexualidad. Eso me
ocurrió cuando Alma se fue con aquel tipo. Hoy la estocada
llegaba más profunda. Yo había logrado un buen
nivel económico. Siempre hice todo lo que estuvo a mi
alcance por apoyar a mi hermana. ¿Vendía su cuerpo
para comer? ¿Y por qué no aceptó la ayuda
que tan insistentemente le ofrecí? ¿Acaso no lo
hacía por dinero sino por una total y absoluta
degradación? ¿Practicaba el oficio más viejo
del mundo para poder drogarse?

¿O la droga vino después? ¿Y por
qué me escribía para que le tendiera una mano
cuando estaba tan hundida? ¿Por qué no
reaccionó antes?

Me tapé el rostro con ambas manos.

Lisbeth me abrazó por la espalda y quiso darme
esperanzas, pero mi dolor le dolía tanto también
que, no podía hablar.

Después de un tiempo indefinible, nos pusimos de
pie con cierta torpeza cual si recién hubiésemos
sufrido un accidente. En cierta forma así era. El
vehículo en el que viajaba alma se había ido a un
acantilado y estaba tratando de salir de los restos,
incrédulo tanto de lo que me había ocurrido, cuanto
de estar vivo aún.

La psicóloga nos preguntó si podía
acompañarnos a ver a mi hermana.

-No -le respondí. No es necesario… Ella debe
enfrentarse al hecho de que sí tiene familiares. Tal vez
necesite decirme cosas muy serias y no quiero que haya testigos
cuando eso ocurra.

Salimos a la recepción del hospital y le,
pedí a la monja que me hiciera el favor de llamar a un
taxi. Obedeció de inmediato sin preguntar nada. Era una
persona respetuosa del dolor ajeno y se había dado cuenta,
sólo con mirarnos, de que ya estábamos enterados de
lo que ella no pudo o no quiso decirnos.

El coche llegó casi inmediatamente.

Le dimos la dirección al conductor y éste
se dirigió al lugar sin hacer más
comentarios.

Durante el trayecto, Lisbeth se limitó a
apretarme la mano. Yo iba encerrado en mis elucubraciones,
tratando de desenredar la telaraña.

Llegamos al departamento de Alma y me sorprendí
al descubrir una zona elegante, de amplias avenidas y
restaurantes lujosos.

Miré el reloj. iban a dar las cuatro de la
mañana.

Moví la cabeza confundido:

-Tal vez, como dijo la psicóloga, no sea
conveniente irrumpir en su intimidad a esta hora.

El taxista había girado todo su cuerpo para
observarnos.

-¿Los llevo a otro lugar?

-Sí -contesté-, al hotel más
cercano -me dirigí a Lisbeth-, podemos descabezar el
sueño un par de horas antes de comenzar la jornada.
Presiento que va a ser un día difícil.

-De acuerdo -aprobó confortada al verme
más tranquilo.

-A cinco cuadras -comentó el conductor- hay un
hotel. Es cercano pero inadecuado para turistas.

-Adelante -aprobé-. Cualquier lugar es bueno para
dormir un rato.

-Con la condición de que esté limpio
-objetó Lisbeth.

-Lo está. Es bueno y caro.

Fuimos directamente al sitio y bajamos del
taxi.

Nos dimos cuenta de que efectivamente el hotel era
lujoso, pero diseñado especialmente para el continuo
tránsito de parejas furtivas. Una idea dolorosa
cruzó por mi mente. Seguro mi hermana no usaba su
departamento privado para "trabajar"; agucé la vista
temeroso, pensando que podía estar por
ahí.

-Qué curioso -me comentó Lisbeth como
tratando de trivializar el momento-, ¿ya te diste cuenta
del número de coches que hay en este lugar?

-Sí -contesté siguiendo un poco su juego
de disimular la profunda pena que nos llevaba hasta allí-.
Un amigo empresario me platicaba que los hoteles
turísticos tienen serios problemas para mantenerse en la
línea de rentabilidad, pero los "de paso" se hallan, por
lo común, con cien por ciento de
ocupación.

-¿Y eso qué indica?

-La cantidad tan estratosférica de infidelidades
que hay. Las parejas de jóvenes no pueden pagar el dinero
que cuesta venir a un lugar de éstos continuamente,
así que quienes lo frecuentan son, en su mayoría,
personas adultas. Los adultos en su generalidad están
casados y un hombre casado, por lo común, no trae a su
esposa a un hotel de paso… Te apuesto que, a nuestro alrededor,
la mayoría de los cuartos se encuentran ocupados por
parejas que están engañando a sus
cónyuges.

Entramos al vestíbulo y pedimos un cuarto. El
joven del mostrador tuvo problemas para hallar una
habitación libre. Finalmente, después de cambiar de
opinión dos veces nos dio la llave e indicó el
camino. Ni siquiera nos preguntó si llevábamos
equipaje. Era obvio no.

Llegamos a la habitación y entramos.

Efectivamente era un sitio limpio y agradable.
Parecía un nido de amor, aunque había algo de
artificial en el ambiente.

Me senté en la cama y me descalcé. Lisbeth
se sentó junto a mí. La abracé y no pude
contener el pesar otra vez. Esto era demasiado increíble
para creerse, demasiado ininteligible para entenderse. La
miré entre nubes.

-¿Por qué?

Se encogió de hombros. En silencio me
decía: "No sé por qué ocurrió
esto, créeme, lo ignoro, tampoco sé lo que vamos a
hacer, pero estoy a tu lado, llora conmigo, si así lo
quieres'.

Me reincorporé un poco y tomé el
teléfono con decisión.

-¿A quién le vas a hablar?
-preguntó.

-A mis padres. Viven cerca de aquí. Aunque Alma
no quiera que nadie sepa dónde está, ellos tienen
derecho…

-Calma. Relájate… Yo haré la llamada. Al
rato. Ahora descansa…

Me quitó el aparato telefónico y me
empujó cariñosamente hacia atrás.
Abracé su cálido cuerpo y, sin saber cómo ni
cuándo, me quedé profundamente dormido.

No soñé nada. El físico estaba tan
exhausto y la mente tan impresionada que literalmente me fui a
otro mundo por cuatro horas.

En mi letargo escuché a lo lejos el agua de la
regadera cayendo.

Cuando desperté, me costó unos segundos
ubicarme en la realidad y recordar la penosa situación. Al
inverso que otras veces, abandonar el sueño plácido
me llevó a la pesadilla de mi vigilia. Eran pasadas las
ocho de la mañana y Lisbeth se estaba terminando de
duchar.

Apenas salió del baño me informó
que había telefoneado a mis padres y que no debían
de tardar en llegar.

Me acicalé el cabello y acomodé mi camisa
arrugada. En efecto, Lisbeth estaba terminando de arreglarse
cuando tocaron la puerta.

Abrí vibrando por una repentina
agitación.

Mi madre, un poco más rolliza de lo que estaba
cuatro meses antes, en mi boda, me miraba. Detrás de ella
papá.

-Pasen.

-Gracias. Nos habló tu esposa.

-Sí. Pasen.

Los recién llegados saludaron con un beso a su
hija política y se volvieron hacia mí, visiblemente
preocupados.

-¿Es verdad que han hallado a Alma?
¿Cómo está?

-Hoy se pondrán al tanto de asuntos muy tristes
-comenté lentamente.

-¿Qué ocurre?

-Algo grave.

Mamá fue la primera en sospechar.

-¿Cayó en el alcoholismo?

-¿por qué lo preguntas? ¿Tú
sabes algo respecto a sus… vicios?

-No. Es decir… ¿qué vicios?

-Hicimos este apremiante viaje porque Alma me
escribió desde un hospital.

-¿Tuvo un accidente?

-En cierta forma. Los adictos a la heroína nunca
pueden saber si la dosis que se inyectan es
correcta…

-Alma se…

-Sí -confirmé-. Además es
prostituta.

Mi padre estuvo a punto de caerse. Mamá, por el
contrario, abrió mucho los ojos y se abalanzó hacia
mí, histérica, golpeándome con los
puños.

-¡Estás mintiendo! ¡Mentiroso!
¡Lo dices por vengarte de nosotros! ¡Es mentira!
¿Verdad? Di que es mentira…

Sin dejar de golpearme, aunque cada vez con menos
fuerza, se fue yendo al suelo lentamente. La detuve. La conduje
hasta la cama para que se sentara y me separé. No me
conmoví por su escena. Me era imposible definir hasta
qué punto era legítima.

-Voy a hacerles una pregunta y quiero que me digan la
verdad -miré a papá con mi ojo sano seguro de que
le bastaría para darse cuenta de mi ofuscación-.
¿Qué rayos ocurrió con ella antes
de que se fugara con aquel hombre?

Por unos segundos ninguno de los dos se atrevió a
hablar.

Mamá seguía sollozando.

Sin mirarlo comentó:

-Tendremos que decírselo.

Lisbeth estaba de pie junto a la pared sin lograr
asimilar cuanto estaba presenciando. El aire se volvió
difícil de retener por los pulmones. En la estancia
cayó la sombra de un asunto que ellos a todas luces
conocían y que posiblemente habían tratado de
olvidar.

-¿Te has quedado mudo, papá?

-No -contestó gangoseando-. Al enterarnos…
decidimos mudarnos de casa.

-¿Al enterarse de qué?

Traté de hilvanar los datos. Ellos abandonaron el
edificio cuando yo estaba en el último grado de la
carrera. ¿Qué pudo ocurrir en ese tiempo lo
suficientemente grave, tanto para hacerlos cambiarse de
residencia, cuanto para mantenerlo en absoluto
secreto?

-Cuando yo era alcohólico activo -comenzó
papá-, te fracturaste el brazo porque te empujé por
la escalera… -se detuvo para buscar la mejor forma de decirlo-.
Alma tenía nueve años y tú quince. Mientras
mamá te llevaba al sanatorio, Ro bajó de su piso,
me ayudó a entrar en la casa y me recostó. Alma
estaba llorando desconsolada. Al quedarme dormido, Ro la
llevó a la sala para explicarle que no debía tener
miedo, que él la cuidaría y la protegería
siempre.

¿De qué me hablaba? Me llevé las
dos manos a la cara tratando de comprender lo que había
detrás de sus palabras.

-¿Alguna vez has sentido que eres un
inútil?

-¿Por qué me preguntas
eso?

-No séPero así me siento
a veces. Tonta, sin ganas de vivir El mundo es una
porquería Yo paso mucho tiempo sola Sólo mi
tío Ro me comprende Sólo estoy
deprimida.

¿Había dicho: Sólo mi
tío Ro?

Una espada afilada me atravesó el cerebro al
empezar a comprender…

Tu dolor fue conocido por todos y eso te
ayudó a curarte, el mío en cambio fue secreto y me
ha ido matando lentamente, con los años

Dios mío, no era posible…

La piel se me erizó estremecida y sentí
que mi espíritu se partía en dos…

-Alma le tenía mucho miedo a Ro -dijo mi madre al
fin-, pero a la vez se sentía halagada de que la
considerara alguien especial. No fue sino hasta muy entrada la
adolescencia cuando supo que lo que él hacía con
ella se llamaba incesto…

Sentí la parálisis de un terror
electrizante. ¿Había escuchado bien?

Como un enfermo cardiaco que ha hecho más
ejercicio de la cuenta, me recargué en la pared,
oprimiéndome el pecho con la mano sintiendo que me
desfallecía.

-Tú estabas en la universidad -tomó las
riendas papá-, un día ella llegó ebria a la
casa. Me asusté sólo de pensar que caería en
la misma trampa de la que yo estaba terminando de salir. La
reprendí muy severamente. Entonces me dijo que ya se
había alcoholizado antes con su tío. La
sacudí para que terminara de explicármelo todo.
Tuvo que estar embriagada para revelarnos lo que mi hermano le
hacía… El impacto y la culpabilidad fueron tan severos
para mí, que comencé a tomar nuevamente.
Recaí de forma terrible. Me volví mucho más
dependiente de la botella que antes. Estuve a punto de
morirme…

Mi madre había dejado de llorar y estaba sentada
en la cama con la vista perdida. Parecía que su mente se
había extraviado en el ayer y hubiese perdido la capacidad
para valorar las consecuencias de lo que estaba
recordando.

Mi padre reinició su arenga en voz baja y
atonal:

-Alma nos confesó que Ro parecía tener un
olfato especial para adivinar el momento en que podía
encontrarla disponible. Ponía el seguro interior, le
enseñaba todo tipo de besos y abrazos, la tocaba por
debajo de la ropa y la obligaba… a sobarle "su parte". A veces
a ella le daba asco y lloraba, pero él le decía que
no quería hacerle daño, que estaba muy triste y muy
solo desde que enviudó y que, de verdad, ella era la
persona más importante en su vida. Cuando nosotros
llegábamos de improviso, desaparecía subiendo la
escalera de caracol.

-Un momento -la interrumpí sintiendo que la
sangre me hervía en las venas-. ¿Ro le hacía
eso a una niña de nueve años?

No contestaron. La respuesta era afirmativa.

-Mamá -le reclamé-, ¿qué
hiciste tú? ¿No la ayudaste? Movió la cabeza
saltándose en un llanto terrible nuevamente.

-Nadie sospechaba lo que estaba pasando. Tu hermana era
muy callada.

-¡Pero ella ayudaba a Ro a acomodar las cajas de
películas en el videoclub todas las noches! Tú se
lo pediste en reciprocidad a todo lo que ese cerdo supuestamente
nos apoyaba. ¿Por qué no fuiste más
maliciosa? ¡Era sólo una niña!

No hubo respuesta.

Tiempo después supe que detrás del
mostrador, mientras Alma acomodaba las cajas, él la
manoseaba; que una noche trató de penetrarla pero no lo
logró, la lastimó. la hizo sangrar y le dijo que
era algo natural y que debía aprender a ser mujer.
Insistió en que su madre hacía lo mismo con su
esposo y que todos los hombres y mujeres lo hacían… El
cuerpo de Alma se cerró a toda posible entrada y el
degenerado se resignó a eyacular obligando a la
niña a acariciarlo y a besarlo.

Mi madre lloraba con gran aflicción. No
podía o no quería hablar. Yo estaba preso de un
coraje ingente, indescriptible, más terrible del que haya
sentido nunca en mi vida.

-Ustedes se cambiaron de casa cuando Alma tenía
diecisiete años -calculé-. ¿Por qué
nunca me dijeron…?

-No queríamos preocuparte -aclaró
papá-. Estabas terminando con honores tu licenciatura y
deseabas iniciar un postgrado.

-iPero cómo…! -grité dando un fuerte
golpe sobre la cómoda-. ¿Qué derecho
tenían a ocultarme lo que pasaba en mi familia?

-No creímos que lo tomarías
así.

Comencé a llorar de rabia, de tristeza. Me
sentía humillado por haber sido excluido.

¡Cuántas cosas pueden ocurrir cerca de
nosotros sin que nos demos cuenta! Los padres suelen ser los
últimos en enterarse de los problemas sexuales de sus
hijos, los engañados los últimos en saber de la
aventura de su cónyuge, los hermanos los últimos en
saber sus angustias mutuas…

Lisbeth, pasmada, yerta, miraba al suelo. Seguramente
había escuchado muchos testimonios parecidos, pero
éste, por la forma en que nos afectaba personalmente, la
dejaba gélida. Yo tenía apretados los puños
con tal fuerza que mis nudillos se habían puesto blancos.
Recordaba la mirada de mi hermanita en el hospital
cuidándome. Siempre tan solícita y dulce… En
aquel entonces, no pude imaginar que esa niña inocente
había vivido más que yo, conocía la maldad
del mundo más intrínsecamente y estaba atorada en
una frustración más lacerante que la
mía.

-Papá -reclamé furioso-. Rehabilitarse de
una enfermedad como la tuya implica un crecimiento espiritual muy
grande, implica rodearse de gente muy positiva. ¿Por
qué no le transmitiste a tu hija todo lo que
sabías?

-No hubo tiempo, ¿entiendes? Tiempo fue
el problema… Cuando ella nos reveló todo, yo tuve la
recaída. Volví al hospital de
desintoxicación. Estuve en tratamiento por varios meses.
Al reponerme, nos mudamos de casa y comencé a tratar de
ayudarla, pero ella estaba muy endurecida y a las pocas semanas
se fue con aquel fulano…

-Y yo -bisbisó mi madre al fin con voz
entrecortado la consolé, intenté llevarla con un
psicólogo, pero no aceptaba nada de mí. Me
odiaba.

-¿Qué le hicieron a Ro?

-En cuanto nos enteramos, subí a reclamarle
-comentó papá-, nos peleamos a golpes. Tu abuela
presenció la escena.

Parece que nunca se recuperó de eso. Desde
entonces se le declaró la diabetes.

-¡Pobrecita! -me burlé-. ¿Qué
más hicieron?

-Era un familiar, no lo podíamos meter a la
cárcel. La salud de tu abuela estaba de por medio. Nos
alejamos de él. Eso fue todo.

-No lo puedo creer…

-Cariño -interrumpió Lisbeth
acercándose-. Se nos hace tarde. Debemos ir a ver a
Alma.

16

Abuso a
menores

Depositamos la llave en el buzón del hotel y
salimos a la calle sin hablar.

Papá había estacionado su coche
enfrente.

Lisbeth y yo nos subimos al asiento trasero. Estuve a
punto de sentarme sobre una enorme Biblia llena de
anotaciones.

-Qué sorpresa -le dije a mi padre-. ¿Lees
este Libro?

-Preparo un discurso. El domingo en la iglesia me toca
hablar un poco.

Cierta emoción de avenencia me invadió.
Algo bueno tenía que haberle ocurrido a mi padre en tanto
tiempo, pero de pronto sospeché una irregularidad en el
asunto y comenté:

-¿Eres un pintor de monstruos?

-No te burles.

-Claro que no. Tú sabes que soy profundamente
creyente, pero cuando conozco a alguien que es incapaz de
convertir en hechos sus conceptos teológicos creo
que es un pintor de monstruos.

-¿Pintor de…?

-Sí. El que pinta perros, caballos o gatos tiene
que ser un profesional, porque todos saben cómo
son esos animales, pero el que pinta monstruos puede dibujar
espantajos a su libre antojo y siempre le saldrán
bien.

Me observó sin entender. Continué motivado
por un fuego que no había terminado de
sofocarse:

-Tomar la Biblia y levantarla diciendo "a Dios no le
agrada tu actitud', 'Dios se va enojar por lo que piensas', 'DIOS
está triste','Dios me dijo que hicieras aquello', es
pintar monstruos.
Sabes que no fallarás porque nadie
ha visto a Dios, pero te envistes de una falsa autoridad para
hablar en su nombre, hablar ficticiamente, escondido
detrás de tu trinchera. HABLAR, ¿me explico?
Porque HACER las cosas es distinto, es como pintar rostros
humanos. Todos podrían saber si te equivocaste.

-Discúlpame, pero no te entiendo.

-No importa. Nunca nos hemos entendido.

Llegamos al departamento de Alma.

Tocamos a la puerta y aguardamos.

Nadie nos abrió.

Traté de distinguir lo que había en el
interior a través de la gruesa cortina mientras Lisbeth
volvía a tocar. Era inútil. No había nadie.
Me sentí impotente sin saber cuál era el siguiente
paso. ¿Hacer guardia en ese lugar? ¿Cuánto
tiempo? ¿Horas? ¿Días?

Me desesperé.

-¡Alma! -grité golpeando el cristal con la
palma de la mano-. Soy Zahid. ¡Si estás ahí
ábreme..!

La vecina del departamento contiguo abrió la
puerta y nos miró amenazadora.

-¿Usted conoce a la persona que vive aquí?
-le pregunté apenado por el escándalo.

-No me llevo con ella.

-¿Pero sabe dónde puede estar?

-No.

La vecina cerró su puerta con despecho;
encrespé los puños indignado. Tuve un último
arrebato y pateé la puerta del supuesto cuarto de
Alma.

Nos miramos sin saber qué hacer.

-Nosotros conocemos su antiguo domicilio -dijo
papá-, está un poco lejos, pero tal vez ahí
sepan de ella.

-¿Y si llega aquí?
-objeté.

-Zahid y yo podemos quedarnos aguardando mientras
ustedes van.

Asintieron y se fueron sin despedirse. Los vimos
alejarse.

Me desagradaba haberme tenido que quedar "de guardia".
Para mi natural carácter hiperactivo, era todo un
sacrificio permanecer quieto.

Lisbeth y yo nos abrazamos por la espalda recargados en
la baranda del edificio mirando hacia abajo en un ambiente de
profundísima tristeza.

-Lo que le ocurrió a tu hermana -mencionó
casi en un susurro- es más común de lo que se puede
pensar.

La miré cuestionarme y tratando de hallarle
sentido a todo eso, me aferré a la idea de poder conversar
no con mi esposa sino con la directora del Centro de
Protección para la Mujer.

-Todo el mundo sabe que estas cosas ocurren
-proferí-, pero, ¿a qué grado?

-Al grado de que cualquier persona puede tener en su
familia a una Alma.

La atisbé con desconsuelo, abrigando la fe de
que, al dialogar iba a poder disminuir un poco el peso de la losa
que me prensaba. Se dio cuenta de mi avidez y comenzó a
hablar muy despacio:

-A nuestro alrededor hay mies de casos de incesto
diariamente. Las víctimas varían de los dos meses a
los dieciocho años de edad -se detuvo para contemplarme
con ternura. Le hice una seña con la cabeza para que
siguiera-. De los millones de jóvenes que abandonan su
casa cada año -puntualizó-, se ha comprobado que de
cuarenta a sesenta por ciento lo hacen porque han sufrido
abusos sexuales.

Observé la puerta del departamento
cerrada.

-¿Y por qué ella no se limitó a
huir? ¿Por qué no trató de hacer su vida
nuevamente? ¿Por qué el problema la
persiguió hasta aquí?

-Tu hermana no está en esta situación por
casualidad. Se haya culminado o no un acto genital, el
daño del incesto casi nunca es físico, es
psicológico. Produce falta de confianza, miedos
obsesivos, timidez, baja autoestima, vergüenza,
sensación profunda de culpa, incapacidad para decir 'no' a
las presiones sexuales posteriores, aislamiento y
depresión

Tomé entre mis dedos la hoja de una planta
artificial que adornaba la terraza admirando lo real que
parecía. Cualquiera hubiera dicho que Alma y yo
éramos amigos. Los lazos humanos son muchas veces
así. Bellos por fuera, pero artificiales, muertos, de
plástico, igual que las hojas de esa planta.

-Pensé que estos asuntos sólo
ocurrían en películas -susurré como para
mí.

-Bueno, Zahid. Tú y yo hemos visto filmes que
muestran a una mujer de la calle vendiendo su cuerpo por el
severo trauma que le produjo un incesto… Pero esta
situación es común y antigua. Debes saber que el
abuso sexual a niñas es el origen de la gran
mayoría de la prostitución. En un reciente estudio
estadístico se asegura que ochenta por ciento de las
prostitutas sufrieron abuso sexual en su infancia, que ochenta
por ciento de los violadores de menores fueron violados
cuando eran niños y que la mayoría de las
mujeres que han sufrido abusos en su niñez,
presenta disfunciones sexuales cuando es adulta. Además,
existe la pornografía infantil; revistas y
películas que promueven abiertamente el incesto y el
estupro.'

Me quedé mudo por un largo rato asombrado por los
terribles datos que me estaba dando la fundadora del Centro
de Protección para la Mujer.

-En qué mundo vivimos… -exhalé
después.

-El abuso a menores es un problema serio.

-¿Pero cómo evitarlo?
-pregunté.

-Para empezar, enseñándoles a los
niños desde muy pequeños que su parecer es
importante; que todo lo que sienten merece ser escuchado, que
tienen derecho a estar en desacuerdo, a decir lo que piensan e
incluso a objetar las órdenes de los adultos con razones
claras. Educarlos para cuestionar y proponer; crearles un
carácter abierto y sin inhibiciones. Esto puede ser
difícil de manejar para los padres autoritarios, pero es
la mejor forma de protegerlos.

Observé a mi esposa sin poder ocultar la angustia
que me asfixiaba. Las gotas de sudor me bajaban por la frente.
Extraje un pañuelo de mi bolsillo y comencé a
secarme la cara.

Yo le di a Alma la obra 'Libertad interior'
para
que la leyera, pero de haber sabido lo que le
ocurría… la hubiera sacudido, le hubiera gritado en la
cara: '¡Alma, está bien si dices NO! ¡Es
correcto si te quejas y manifiestas tu inconformidad!
¡Tienes derecho a no cargar con las culpas de otros, puedes
cambiar de opinión, di abiertamente 'no sé' o 'no
entiendo', libérate del complejo de acusado! ¡Es
adecuado exigir que te expliquen las cosas! ¡Es saludable
no caerle bien a todas las personas! ¡Nunca te
amará
nadie si no eres capaz de correr el riesgo
de que algunos te aborrezcan!'

Un nudo en la garganta me hizo agacharme. Abracé
a Lisbeth desconsolado.

¿Por qué no les enseñan asertividad
a los niños en la escuela como les enseñan
matemáticas?

Me separé un poco y pregunté a mi esposa
con cierto temor:

-El instinto carnal puede ser muy traicionero. Dime una
cosa: ¿Para reducir las posibilidades de incesto hay que
mantener alejados a los padres de sus hijas?

Lisbeth contestó con una seguridad
inmediata:

-Eso nunca. Es exactamente al contrario… Los padres
que participan en la alimentación, en el cambio de
pañales y en el crecimiento de forma CERCANA
desde
que sus hijos son bebés
, tienen una mejor y
más sana perspectiva de lo vulnerables que son los
niños, aprenden a quererlos y no cometen nunca la
atrocidad de distanciarse tanto de ellos

emocionalmente como para desear acercarse
físicamente de forma insana…
En una ocasión
escuché a un hombre confesar que vivía tan DISTANTE
de su hija que simplemente la veía como una mujer
pequeña y que eso le llevó a acariciarla. Se
bloqueó ante la idea de que era una niña y de que
además era su hija… Un padre intrínsecamente
CERCANO que les enseña a sus pequeños un deporte,
un arte, una ciencia, que ora con ellos, que les platica sus
emociones, los escucha, los ve crecer y aprende a amarlos como
son, no puede bloquearse…

Respiré descansado al oír su respuesta. Me
preocupaba que los padres de hoy, ya de por sí distantes,
tuvieran que mantenerse alejados de sus pequeños para
evitar riesgos y era reconfortante saber que se requería
exactamente lo contrario: Cercanía

-Y cuando un niño está inmerso en el
problema, ¿cómo se le ayuda?

-El pequeño atrapado por un degenerado, necesita,
alguien diferente en quien confiar, que lo separe a
tiempo de su ofensor, que le dé apoyo legal, que le ayude
a dejar el pasado caminando comprensivamente a su lado…
Requiere alguien que le diga que NO TIENE LA CULPA, que
su ofensor es un desequilibrado que también necesita
ayuda, que le enseñe a comprender, a perdonar, a ver hacia
adelante; requiere de alguien que no pierda el control
ni exagere diciendo que le han echado a perder la vida,
alguien que lo trate como una persona normal, que lo
ayude a sentirse aceptado, que le enseñe a jugar, a ser
niño de nuevo y, de ser posible, que le muestre la
posibilidad de identificarse con una nueva y diferente
paternidad.

-Es todo un sistema… -comenté
entristecido.

-Tal vez Alma todavía esté a tiempo de
recibir alguna ayuda -comentó-, será muy
difícil, Zahid, pero quiero decirte una cosa
-levantó la vista para observarme con unos ojos
decididamente sinceros-. Por ti, por mí, por nuestro
pasado… Porque de algo debe servirnos la experiencia, si me lo
permites y logramos encontrarla pronto, yo me convertiré
en ese alguien que ella necesita.

Tuve deseos de besarla, agradecido por la esperanza que
me dejaba sentir, pero no lo hice. Estaba demasiado confundido
aún.

Repentinamente el tío Ro se me vino a la mente.
Si no hubiera sido por ese desgraciado hijo de
Satanás…

Di dos pasos hacia atrás disponiéndome a
retirarme.

-¿Adónde vas?

-No te muevas de aquí. Vengo en media
hora.

Cuando estuve frente al viejo edificio lo analicé
cuidadosamente antes de entrar. El negocio de películas
había cerrado y ahora se rentaba el local a un
pequeño restaurante.

Miré la escalera forrada con baldosas de estilo
antiguo; en sus bordes me golpeé cuando rodé por
ellas la tarde en que mi padre me empujó. Subí
lentamente respirando los aromas del recuerdo cual si las paredes
sin pintar abrigaran entre sus partículas vibraciones
intensas de sufrimiento. Pasé de largo frente a la puerta
del piso que fue mi casa, la puerta que había sido forzada
por los atracadores que me sacaron el ojo, la puerta que una
noche abrí para hallar el bacanal de mi padre con sus
amigos semidesnudos, la puerta que había sido cerrada por
dentro cuando mi tío abusaba de Alma.

Eché un vistazo hacia arriba.

Mi abuela había muerto cinco años
atrás y Ro se volvió a casar. Extrañamente
(ahora me lo explicaba), se alejó de la familia cuando mis
padres se mudaron. No fue a mi boda y nunca contestó las
tarjetas postales que le envié.

Llegué respirando exaltadamente. No estaba seguro
de poder respetar la norma de "ir pacíficamente contra
corriente" al volver a ver a Ro.

Toqué la puerta fuertemente con los nudillos,
movido por una carga de adrenalina incontenible.

Me abrió su esposa a quien yo no conocía.
La hice a un lado para entrar.

-Vengo a ver al hermano de mi padre… La mujer me
miró con asombro y temor.

-¿Quién lo busca?

-¡Ro, viejo imbécil! -grité
ignorando a la señora-. ¡Sal de tu
cuarto!

El hombre apareció en pantuflas dando
pequeños pasos, sin acabar de entender lo que
pasaba.

Lo miré unos segundos sintiendo cómo la
rabia me dominaba. Fue algo incontrolable.

-¿Por qué irrumpes de esa forma?
-intentó reclamarme.

No lo dejé continuar. Me acerqué a grandes
pasos y lo agarré de la solapa.

-Eres un maldito y pestilente cerdo.

-¿Pero qué te pasa?

Me volví ligeramente para hablar con la mujer que
nos veía asustada.

-Señora. Este sujeto es un miserable degenerado
que abusó de mi hermana durante muchos años.
Comenzó a mancillarla cuando era una niña y con la
excusa de estar ayudando a la familia siguió
haciéndolo a escondidas… Es un puerco traicionero en
quien no se puede confiar.

Ro tartamudeó intentando zafarse de mi
opresión.

-Sal… sal… de aquí inmediatamente.

Mi mente ofuscada no alcanzaba a comprender lo que
Lisbeth me había advertido respecto a que un abusador en
realidad era una persona que necesitaba ayuda. Yo solía
ayudar a mucha gente, pero al fulano que estaba frente a
mí deseaba verlo hundido en los detritos.

-¿Quieres que salga de esta casa, cretino
detestable? ¿De la casa que usaste como refugio para
esconderte después de que abusabas de tu sobrina subiendo
esas viejas escaleras de madera? ¿Cómo puedes tener
la desfachatez de vivir en un lugar que debe de recordarte cada
centímetro tus perversiones? iEres un corrompido vicioso
decadente!

Ro se zafó para tratar de correr a su
recámara pero logré pescarlo de la bata antes de
que pudiera encerrarse.

Lo empujé con violencia y cuando estuvo con la
espalda en la pared me preparé para asestarle un fuerte
puñetazo en el rostro, zafarle la dentadura postiza y
romperle algunos dientes, pero justo un segundo antes me detuve
jadeando. La mente ofuscada no pensaba en las consecuencias, pero
la naturaleza íntima fraguada a través de muchos
años de aprender a conducirme me impedía
desquitarme por mi propia mano. Desde que perdí el ojo,
ante las afrentas me había limitado a poner a Dios por
testigo para seguir el camino con la absoluta confianza de que mi
agresor recibiría su justo escarmiento. ¡Nunca
lastimé directamente a otro! ¡No le debía
nada a nadie, por eso triunfé! Recordé la
carta.

'Tal vez no puedas ayudarme, sé que
darías tu vista completa por mí, si fuera
necesario, pero no quiero ser una carga
más.

No se equivocaba… Mi vista y mi vida.

Levanté al viejo Ro como pude y lo
arrastré hasta el balcón mientras él le
susurraba a su esposa que trajera la pistola.

Lo icé para poner su inmunda cabeza fuera de la
balaustrada y obligarlo a ver el panorama que yo vi cuando mi
hermana estaba siendo atacada por los asaltantes en el piso de
abajo.

-¿Te gustaría sentir lo que es caer al
vacío sin que nadie te tienda una mano?

Lo empujé hasta poner la mitad de su cuerpo en el
aire.

-Si sabes caer, tal vez no te mates. Procura que
así ocurra…

-Por favor -suplicó aterrorizado al darse cuenta
de que la amenaza iba en serio.

-¡Suéltelo!

La señora estaba detrás de mí
apuntándome con el arma. Aflojé la presión y
Ro se aferró a la baranda para quedar a salvo del
despeñamiento.

La vieja lloraba y temblaba como una colegiala a la que
se le ha exigido de improviso pasar al frente a explicar la
clase. Me di cuenta de que la pistola no podía estar
cargada y que ella, por su apariencia convulsa y torpe,
definitivamente no tenía la menor habilidad para usar
armas.

Volví hasta mi tío que se había
puesto en guardia, pero era torpe y pesado. Lo empujé
hacia atrás. Chocó con el antepecho del
balcón y se desplomó de forma teatral. Cayó
con las piernas abiertas como una muñeca rota.

Si en ese instante le daba una fuerte patada en los
genitales era seguro que por la posición y la
cólera, al menos le reventaría un testículo,
pero era una forma muy barata de cobrarme. Yo ya no era el joven
impulsivo de dieciocho años que destruyó la guarida
de sus opositores.

Lo contemplé tirado sin poder evitar algunas
lágrimas de rabia.

Me di cuenta de que el hombre estaba maldito, que una
terrible condena había caído sobre él por
sus mismos actos.

-Vivirás una amargura descomunal -le dije-,
morirás solo y emponzoñado no tendrás paz
jamás. Es una Ley terminante y fatal: "Son normales los
tropiezos pero, ¡hay de aquel adulto que haga tropezar a un
niño o niña!, el castigo que le espera es tan
grande que mejor le fuera que se atase al cuello una piedra de
molino y se arrojase al mar". Me das lástima. Lo
más grave para ti, está por venir
aún.

Me di la vuelta sin decir más,
dirigiéndome a la puerta para salir del departamento, me
despedí de la señora quien me veía aterrada
y temblequeaba con las dos manos estiradas, asiendo una pistola
que apuntaba hacia abajo.

17

Volar sobre el
pantano

De regreso cavilaba que, en efecto, para triunfar se
requieren dos elementos básicos: preparación y
sentido de urgencia.
Este último punto es un
hábito de decisión y agresividad que no permite a
la persona ser pasiva ni encogerse de hombros ante las
circunstancias. Un triunfador es, en esencia, diligente y
aventurado.

Me sentí un poco confundido, pues nunca
había pensado que el sentido de urgencia
podía llevar a alguien a dañar a otros. Seguramente
Adolfo Hitler también había tenido
preparación y sentido de urgencia.

"De acuerdo", refuté, "pero no tenía
valores."

Le pedí al taxista que me prestara unos minutos
el lápiz que llevaba en la oreja, saqué una de mis
tarjetas de presentación y escribí al reverso lo
que llamaría después "La fórmula del
valor humano':

VALOR HUMANO: BONDAD +CONOCIMIENTOS
+ACCIONES

BONDAD + CONOCIMIENTOS (Sin acciones) = Ilusiones
de sabios frustrados.

BONDAD + ACCIONES (Sin conocimientos) = Torpezas
de ingenuos bienintencionados.

ACCIONES + CONOCIMIENTOS (Sin bondad) = Vilezas
de líderes malvados.

Contemplé mi nueva teoría calibrando lo
simple que era y la forma como proponía un modelo
fehaciente para medir el valor real de las personas.

Devolví al taxista su lápiz dándole
las gracias y me negué a aceptar que mi escarnio a Ro
hubiera sido "vileza de líder malvado". A mí no me
faltaba el tercer elemento de la fórmula. Yo era una
persona buena, sólo estaba lastimado por la manera en que
lastimó a Alma y, en efecto, me sentía mal por
haberlo atacado, pero no arrepentido.

Encontré a Lisbeth parada en el mismo lugar en
que la dejé, recargada en el barandal, mirando hacia abajo
dubitativa.

-¿No ha habido nada? -Pregunté.

-No. ¿Adónde fuiste?

-A desahogar la presión que me estaba
matando.

Toqué la puerta del departamento dispuesto a
derribarla. No podíamos estar más tiempo ahí
parados.

La mujer de enfrente volvió a salir.

-Lo siento -comenté-. ¿De verdad no puede
informarnos nada respecto a la persona que vive
aquí?

La vecina se dio cuenta de que no nos iríamos
hasta hallar una solución.

-Lo único que sé -anunció con voz
parca- es que tiene una amiga en el sexto piso. Departamento
dieciocho.

Desconcertado aún por el dato inesperado
comencé a agradecerle, pero ella volvió a cerrar
sin esperar respuesta.

Dejamos una nota a mis padres y subimos inmediatamente
las escaleras hasta llegar al lugar indicado.

Por un momento ninguno de los dos se atrevió a
tocar.

Había sido demasiada angustia desde que iniciamos
el viaje, demasiados descalabros en nuestros descubrimientos. No
deseaba recibir el siguiente golpe.

Antes de llamar, la puerta se abrió y
salió una mujer joven bien arreglada.

El sobresalto fue mutuo.

-¿Se les ofrece algo?

-Sí… no… es decir… ¿éste es
el departamento dieciocho?

Nos estudió con desconfianza. En la puerta
había dos grandes números: un uno y un ocho.
Lisbeth salió al rescate con más aplomo.

-Disculpe nuestra aprensión, pero tenemos varias
horas buscando a una joven llamada Alma Duarte. Somos sus
familiares. Ella nos instó a venir. Escribió una
carta urgente y ha sido muy difícil encontrarla.
¿Usted nos puede informar?

-¿Cómo sé que no son
policías?

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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