Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Volar sobre el pantano (página 6)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Nos quedamos estáticos. ¿Es que acaso mi
hermana tenía alguna deuda con la ley? Un rayo mental me
permitió dilucidar que si ella se drogaba, tal vez la
buscaran por posesión o tráfico de
estupefacientes… además de que… su oficio
estaba lleno de peligros.

Me moví con torpeza para extraer de mi bolsa la
manoseada carta y se la extendí a la mujer. Ella la
analizó cuidadosamente.

-Es su letra -murmuró-. Espérenme un
momento. Entró al apartamento y cerró la
puerta.

-¿Sabes una cosa? -me confió Lisbeth-,
tengo la sensación de que esta vez estamos muy cerca de tu
hermana

Asentí.

La joven volvió a aparecer después de un
rato, mirándonos con un gesto que denotaba mezcla de temor
y esperanza.

-Pasen, por favor.

Caminamos cautelosamente detrás de
ella.

El lugar era oscuro aunque limpio y bien distribuido.
Una ventana central al fondo de la estancia hubiera podido
proporcionar la luz suficiente, pero las cortinas estaban casi
cerradas. Sólo pasaban los rayos del sol por el centro,
marcando un haz que se dispersaba de manera piramidal, con el
vértice en el cristal y la base hacia nosotros.

Me sentí sumamente inquieto. Podía
percibir que Alma estaba ahí.

-¿Gustan tomar asiento?

-No. Es decir… Gracias. Después.

Repentinamente, una figura humana se movió desde
la parte oscura de la cortina hacia la abertura que
permitía el resplandor.

Se trataba de un cuerpo delgado que bloqueó el
paso de los rayos solares y a cuya silueta, a contraluz, los
dorados haces le dibujaron un aura perimétrica.

-¿Alma?

No contestó.

Se hallaba de pie ligeramente encogida y
retorciéndose los dedos.

Avancé decidido.

A cada paso, la visión se iba aclarando y cuando
estuve frente a ella me quedé frío por el espantoso
cambio que descubrí en su rostro.

Era mi hermana, pero no lo era.

Estaba viva, pero no lo estaba.

Su aspecto avejentado me asustó. Traté de
disimular el pasmo y esbocé una sonrisa
artificial.

-Zahid… -murmuró.

-Cómo has cambiado… -le dije.

-No te imaginas cómo.

Inicié el ademán de levantar las manos
para abrazarla, pero me detuvo poniendo las suyas sobre mis
antebrazos.

Lucía una cabellera teñida, quemada por el
excesivo uso de productos químicos, surcos visibles en el
entrecejo, rostro pálido, ojeras grandes y profundas.
Estaba vestida con ropa de cama, aunque evidentemente se
había peinado y maquillado de forma apresurada minutos
antes.

-A… apenas recibí tu… carta -expliqué
tartajeando-, viajamos para buscarte. No pusiste domicilio. En el
hospital nos informaron…

Se agachó con pesadumbre.

-De modo que ya lo sabes.

Volví a alzar una mano para ponerla
cariñosamente sobre su hombro. Mi cerebro no acababa de
acostumbrarse a la idea de verla así.

-Todos hemos sufrido, Alma. Hemos enfrentado problemas
serios, pero nos hemos repuesto. ¿Por qué
tú…?

Interrumpí la pregunta. Ignoraba cómo
hablarle, qué decirle. No podía cometer el error de
hacerla sentir agredida.

-¿Por qué, yo qué?
-respondió altanera y evadió el contacto
físico dando unos pasos.

Lisbeth estaba en el centro del recinto. Ambas mujeres
se encontraron frente a frente.

-Te presento a mi esposa -le dije siguiéndola-,
nos casamos hace cuatro meses. Te busqué para que nos
acompañaras a la boda, pero nadie sabía de
ti.

Sonrió con tristeza. Terminó de llegar al
sillón de la modesta sala y se dejó
caer.

La amiga se adelantó para indicar que
debía marcharse.

-Se quedan en su casa. Alma, nos vemos al
rato.

Mi hermana dijo adiós con la mano y
suspiró.

-Vaya, vaya.. -comentó-. Zahid el triunfador…
después de, ¿cuántos años?

Su pregunta era a la vez nostálgico y
acusadora.

Me acerqué para ponerme en cuclillas frente a
ella.

-Hermana, hemos venido por ti. Tienes que salir de
aquí, queremos ayudarte.

Me miró unos instantes y a esa distancia
caí en la cuenta de que su visión era difusa y que
me veía sin verme.

-¿Te sientes bien?

Se echó para atrás y cerró los
ojos.

-Dormí mal.

Entonces detecté un tono irregular en su
voz.

Me senté a su lado y ya no traté de
tocarla.

-Lisbeth es directora del mejor centro de ayuda para
mujeres -le dije-, si vienes con nosotros, te aseguro que las
cosas cambiarán.

-Nadie quiere que las cosas cambien -susurró sin
abrir los ojos.

-No es eso lo que dice tu carta.

-Me arrepentí de haberla escrito.

-No digas eso. Sólo déjanos ayudarte -puse
mi mano sobre la de ella y volvió nuevamente a reaccionar.
La juzgué mal al creerla débil y al haber
sospechado su mente omnibulada. Me empujó con gran fuerza
y se puso de pie para pararse frente a mí con una actitud
de verdadero desamor.

-Tu creciste, Zahid, tuviste más fuerza,
más coraje, más deseos. Yo, en cambio,
envejecí, no tenía cimientos emocionales,
viví en un hogar deshecho con una madre amargada, con un
padre enfermo y con un tío -sonrió- muy especial…
Estoy decepcionada de los hombres, harta del amor, indigestada de
tanta suciedad.

Caminó furiosa. Lisbeth se acercó tratando
de calmarla.

-Yo te entiendo, Alma. Puedes estar segura. Si nos dejas
ayudarte te prometo que…

-No… -se enfrentó a mi esposa-, todos los que
han prometido algo, me han utilizado, han mentido, han
jugado conmigo. Además, ¿qué derecho te
autoriza a venir a enseñarme nada? ¿Con
quién crees que estás hablando?

-Si no confías -la interrumpió mi esposa
subiendo el volumen de voz-, te ahogarás
sola…

-¿Confiar? ¡No hay una persona honesta!
Toda la gente siempre esconde, detrás de lo que hace, sus
mezquinos intereses personales… Ya no soy fácil de
engatusar. Váyanse. Nadie los necesita ya…

Por un momento dudamos al escuchar su vehemente
conclusión.

-Alma -le dije acercándome, con una pena que se
estaba convirtiendo en angustia-, ¿tampoco puedes confiar
en mí…?

Quizá recordó la desesperada sinceridad de
su carta escrita en un momento en el que "todavía pensaba
con lucidez', tal vez evocó nuestro miedo infantil ante
los estropicios paternos, quizá rememoró nuestra
alianza secreta en ese cuarto de hospital en el que ella me
cuidaba y yo me enfurecía por la injusticia que no acababa
de asimilar, quizá simplemente me reconoció, porque
bajó la guardia.

-En ti, Zahid, sí quisiera confiar… pero… -se
interrumpió-. Todos han querido sólo mi cuerpo…
-balbuceó-. Desde que era muy niña fue así.
Cuando las cosas más terribles e inexplicables pasaban a
mi alrededor, Ro me abrazaba y me acariciaba con ternura. Yo era
pequeña… No sabía de qué se trataba, pero
estaba tan asustada y tan necesitada de amor… -hizo una pausa
para respirar y continuó-: al entrar al bachillerato me di
cuenta de todo el mal que me habían hecho; comencé
a pasear con un muchacho y cuando éste me tocó,
bajé la guardia. No pude decir que no… De hecho era
bastante tímida, pero en ese aspecto sabía muchas
cosas… Me dejé hacer… Acepté, lo que mi
compañero quiso… Con el paso del tiempo, todos los
hombres me buscaban… Aprendí a manejarlos con
estrategias que ninguna chica de mi edad sabía usar. Fui
agresiva. Lastimé a muchos. Tenía un gran rencor
dentro de mí. Un hombre mayor se dio cuenta de mi
degradación. Prometió ayudarme si me iba con
él. Me explotó. Se burló de mí.
Cuando se hartó, me dejó en la calle. No me
sentí digna de regresar con mis padres ni de ir a
buscarte, Zahid… Tú eras "el ejemplo a seguir".
¿Cómo iba a explicarte mi ruina? Además, no
tenía fuerzas para moverme… Sabía que en
cualquier lugar al que fuera alguien querría usarme. En la
calle encontré otros caminos.

Quise contestar, pero sólo logré articular
un par de sonidos guturales y me quedé callado.

-Agradezco tu gesto de venir, pero es inútil
-sentenció-, dos hermanos de la misma familia pueden tener
diferentes dones y destinos. Yo fui la torcida, tú el
virtuoso… Dejémoslo así.

El problema no era preguntarle si deseaba o no ser
ayudada. Ella estaba convencida de su destino nefasto,
creía firmemente en un sino involuntario que la
había emponzoñado y contra el cual era
inútil luchar. El reto consistía en hacerla ver que
ella tenía los elementos necesarios para salir, que estaba
ahí porque así lo había querido, que su
extravío, por el que sentía cierto orgullo, era en
realidad una opción que ella había
elegido.

-Desde que me fui a la Universidad -recordé-, te
enviaba libros cada mes. Te escribía respecto a la
necesidad de llenarte de ideas nuevas y positivas.
¿Leíste el material?

-Soy de poca lectura.

-¿Eso significa que no leíste
nada?

-Comencé a hacerlo, pero lo
dejé.

-En tres ocasiones te llevé a un grupo de
Al-Anón. Me acompañaste y prometiste que
seguirías asistiendo. ¿Lo hiciste?.

-Zahid, ¿qué quieres demostrar? Yo
tenía muchos problemas, no podía cumplir con
sistemas rígidos…

Mentira. Después del careo hablé muchas
veces contigo. Me preguntabas en son de burla si iba a darte otro
sermón. Eras cínica. No culpes a nadie.
Estás aquí porque quieres.

Alma se encaró conmigo en pie de lucha. No estaba
dispuesta a sentirse responsable. Defendería su postura de
ser "víctima del destino'.

-A mi lado ocurrían cosas terribles
-acusó-. Yo quería salir, pero la gente me empujaba
hacia abajo cada vez más. Además, carezco de tu
talento y de tu carácter. No todos nacemos con las mismas
capacidades. Las obras maestras están hechas por seres
especiales. Los demás, los ordinarios, tenemos que
conformarnos con mover de un lado a otro la basura.

-¡Basta! ¡No vuelvas a repetir eso!
¡Tienes el talento y la capacidad que quieres tener! Los
seres ordinarios lo son porque se desesperan. Tienen flojera de
pagar el precio. Quieren llegar a la cima en un año. Ven
al triunfador y lo minimizan. Dicen: "si ese infeliz lo
logró, yo también lo haré
fácilmente", pero no se dan cuenta de que ese infeliz ha
trabajado día y noche, se ha entregado, ha dado la vida
por sus anhelos. El perezoso, arrogante, altivo, hace una labor
mediocre y luego se siente frustrado cuando no consigue lo que
juzgó tan fácil. Olgazanes para sembrar, Alma. Eso
es todo. Es más fácil ir hacia abajo que batir las
alas entumidas y volar. Todos seríamos capaces de realizar
obras similares a las de Da Vinci, Miguel Ángel o
Einstein, si estuviésemos dispuestos apagar el precio
que ellos pagaron.
Tú no quisiste pagar ningún
precio. Así de fácil. Fuiste apática.
Tuviste a tu alcance las armas, pero ni siquiera hiciste el menor
intento por tomarlas y luchar… Las ideas te hacen libre o
esclava. De ideas positivas te sostienes para salir del fango
como si fueran ramales de un árbol que se inclinan hacia
ti.

Alma me miraba con una mueca de incredulidad y miedo.
¿Su hermano, lejos de compadecerla, le estaba
señalando los errores sin piedad?

-Zahid, eres injusto. Tuviste cáncer, hallaste la
medicina exacta para curarte y no la compartiste con tu hermana
que también estaba enferma. Sólo le dijiste: Lee
libros y si tienes suerte hallarás la fórmula
secreta.

-Discúlpame, Alma -contesté de inmediato-,
para nuestra enfermedad no existía una receta
mágica. La medicina era cambiar de actitud, lograr una
nueva mentalidad, un incremento en la energía de
autoestima,
y eso es un proceso a base de mucho esfuerzo
PER-SO-NAL. Si no te esforzaste es asunto tuyo. Tuviste la
medicina, pero no te la tomaste porque implicaba trabajo… Viste
frente a ti un salvavidas y no quisiste nadar hacia
él.

-Pero Ro se aprovechó de mi inocencia. Yo no
sabía lo que me estaba haciendo. Creía que era
normal. Cuando me enteré del daño que me produjo,
me sentí frustrada, envilecida.

-Es la segunda vez que dices ese disparate. Entiende:
nadie te hizo ningún daño, a menos que así
lo creas -las palabras de Lisbeth se me vinieron a la mente y las
repetí-: Lo que anima la vida no es un
acontecimiento sino la interpretación que se le
da
. Es cuestión de ideas. Lo que para una
cultura es normal, para otra puede ser una vileza. Si tú
dices 'es el fin' lo es. Si, por el contrario, dices: 'La
verdadera Yo está intacta, me niego a tomar el veneno de
la ofensa', entonces no tienes porqué hundirte
… No
trato de hacerte sentir culpable, sólo quiero que
reacciones. Incluso jamás dije ni diré que
perdí un ojo por defenderte, mas, ya que lo mencionas en
tu carta, no te equivocaste al suponer que daría mi vista
completa por ti. Lo haría, Alma. Daría no
sólo
mi vista, sino mi vida entera para
salvar la tuya, si así fuera necesario, pero con una sola
condición: que tú desearas salvarte… Sin ese
deseo, sin esa decisión firme y total de tu parte,
hermanita, no cuentes conmigo. Síguete pudriendo si
así lo quieres…

Alma permaneció quieta. Muda…

En la sala se percibían fuertes vibraciones de
conflicto. Había amor, pero también rencor…
Había razones, pero también desafuero. Había
oscuridad, pero también haces luminosos que le daban al
ambiente un velo de ambigüedad y lucha.

Lisbeth se acercó a mi hermana y la abrazó
por la espalda.

Para mi sorpresa, Alma esta vez no se opuso.
Comenzó a sollozar cual si ante el contacto de la
espontánea amiga hubiese sentido al fin el peso de sus
yerros.

Mi esposa la condujo hasta el sillón, se sentaron
y comenzó a hablarle cariñosamente:

-Sólo la ayuda de un Poder Superior -le dijo-
pudo sacarme a mí de donde estaba, lo mismo que a tu padre
y a Zahid… Tú fuiste testigo.

Alma asintió ligeramente.

-No importa mucho adónde vayas -continuó
Lisbeth-, no importa mucho lo que tengas, pues lo que
realmente importa es QUIEN está a tu lado. Y si Dios
está a tu lado, no hay crisis que te haga daño…
La tribulación es crecimiento, y el triunfo, para su
gloria…
Saldrás adelante y serás invencible.
Aprende que no debes depositar todo tu amor y toda tu confianza
en los seres humanos. Las personas flaqueamos y fallamos.
Entiende que sólo cuando le entregas tu vida, tus
pertenencias, tu sufrimiento y tu amor total al Señor,
hallarás una misión que le dé sentido a tu
existencia…

-Mi vida ya no puede tener sentido… Aunque
quiera.

-¡Claro que puede! Es cuestión de
decisión, de abandono, de entrega. Yo le di un hijo a
Dios. ¿Sabes lo que es eso? El lo recibió en sus
manos y me brindó la paz de saber que lo cuidaba, de la
misma forma, tu vida, maltrecha o no, buena o no, ponla frente al
Señor y dile: 'es tuya'. Permite que llene tu jarra
vacía, tu espíritu atribulado, que limpie tu mente,
que llene de amor tu corazón. El árbol podrido en
que te refugiabas fue tragado por el pantano, caíste al
fango y has permanecido en él durante años.
Sacúdete el pestilente lodo, ten el coraje, la fuerza y la
fe para mover tus alas anquilosadas, hasta que logres elevar el
vuelo rumbo al bosque fértil que te está
esperando…

Alma levantó la cara y nos miró. En sus
ojos ya no había enojo, sólo una gran pena matizada
con agradecimiento.

-Yo he dañado mi cuerpo… -articuló-. Sus
palabras me dan gran consuelo, estoy dispuesta a intentarlo. Se
lo juro… pero… Zahid, dime una cosa, ¿qué fue
lo que te informaron en el hospital?

-Lo de la heroína y lo de la
prostitución.

Me miró a la cara como esperando que dijera
más. Al ver que no continuaba, la negrura de un
pensamiento atroz ensombreció su mirada. Agachó la
cabeza llena de una profunda tristeza repentina.

Es bueno que no hayan sabido toda la historia
porque… yo… necesitaba oír lo que me han dicho y tal
vez se hubieran detenido…

-¿Toda la historia? ¿A qué
te refieres, Alma?

-Hay algo que ignoran.

-Dios mío…

-Hace unos meses caí en shock por una
sobredosis.

-Eso lo sabemos.

-Cuando me llevaron al hospital San Juan, me hicieron
todo tipo de análisis

Un escalofrío de terror me electrizó el
cuerpo. Recordé las palabras de la psicóloga.,
'Tratamos de ayudarla. Las cosas se complicaron.
Después
del diagnóstico cayó en una
terrible depresión".

¿Después del
diagnóstico?

Cerré los ojos esperando que no se tratara de
aquello que era lógico; aquello que era un efecto natural
de muchas de sus causas. Por desgracia me
equivoqué.

Sin más vueltas me lo dijo:

-Tengo SIDA

Epílogo

Tuvimos que atacar por partes el problema.

El primer paso a seguir fue el proceso de
desintoxicación, para el cual mi hermana ingresó
nuevamente en el hospital San Juan.

Presenciar el síndrome de abstinencia de un
heroinómano no es plato de gusto para nadie. Alma
sufrió diarreas agudas, vómitos, fiebres,
alucinaciones, falta de apetito y de sueño. Más de
una vez, por los ataques de desesperación en los que
perdía toda capacidad de razonamiento y se volvía
agresiva, tuvieron que amarrarla.

Mi esposa, tal como me lo ofreció, se hizo cargo
de apoyarla física, moral, espiritualmente. Mis padres
también ayudaron y estuvieron pendientes del
proceso.

Debo confesar que mi vida no ha vuelto a ser igual desde
que la encontramos.

He comprendido, no con poco pesar, que llegar a subir el
rascacielos, hacerse de títulos, riquezas y prestigio
pierde su valor si no podemos compartirlo después con los
seres que más amamos.

Lisbeth hizo todo lo humanamente posible por ayudarla.
Me dolió mucho ver la desesperación de mi esposa.
Pensé que quizá recordaba a Martín, el padre
de su hijo de quien, después de que salió de la
cárcel, no volvió a saber nada y que también
se drogaba…

Han sido tiempos de golpes duros.

Y es que todos hemos sido transformados de alguna
forma.

¡Quién iba a pensar que a unos días
de la apertura de mi empresa principal yo me hallaría
envuelto en un conflicto emocional tan enorme!

No pude contravenir las entusiastas expectativas de mis
colaboradores, así que, aunque mi estado de ánimo
no era el ideal, asistí a la ceremonia de
inauguración.

Fue un discurso espontáneo, pues iba sin
prepararme. No recuerdo lo que dije. A decir verdad, mientras
hablaba no pensaba en mis empleados sino en Alma…
Indirectamente le decía que la mente siempre puede salir
del pozo, que el espíritu es capaz de echar fuera la
enfermedad del cuerpo, que no importando el tiempo que le quedara
de vida, tenía que levantarse y dar su mejor
esfuerzo.

En mi empresa nunca supieron cuál fue la
verdadera motivación del discurso, pero a la gente le
gustó, al grado de que alguien, mientras yo hablaba,
logró escribir un pequeño fragmento que
después enmarcaron y colgaron en la recepción de
las oficinas principales.

Hay un dicho deportivo que versa: 'Si no duele, no
hace bien '.

Sólo pueden ganar competencias importantes
los atletas, estudiantes, profesionistas, empresarios y jefes de
familia que lo entienden.

En la pugna, todos los contendientes comienzan a
sufrir al alcanzar el borde de la fatiga. Es una frontera clara
en la que muchos abandonan la carrera, convencidos de que han
llegado a su límite.

Pero quienes no desertan en la línea del
dolor, quienes hacen un esfuerzo consciente por aceptar el
padecimiento que otros evaden, de pronto rompen el velo y entran
en un terreno nuevo que se llama SEGUNDO
AIRE.

En el SEGUNDO AIRE, la energía regresa
en mayores cantidades, los pulmones respiran mejor, el sistema
cardiovascular trabaja con más eficiencia, el cerebro
agudiza sus sentidos.

Sólo en el SEGUNDO AIRE se
gana.

Sólo en este terreno se hacen los grandes
inventos.

Sólo aquí se realizan las obras que
trascienden y las empresas que dejan huella.

Ésta es una empresa del SEGUNDO
AIRE.

Los que trabajamos en ella sabemos insistir y
resistir.

Sabemos que dando más de lo que debemos dar
recibiremos más de lo que esperamos
recibir.

Sabemos que nuestros resultados son superior es
porque están dados después de la fatiga, porque no
fueron fáciles ni gratuitos, porque ocupamos este puesto
después de haber hecho un esfuerzo extra en la
vereda.

Nuestro amor por lo bien hecho es lo que nos
une.

Nuestro celo por lograr y conservar un liderazgo que
no tiene precio.

Nuestra complicidad por haber llegado juntos a la
línea de sufrimiento y haberla traspasado para permanecer
unidos en el SEGUNDO AIRE, donde ya no se sufre, donde todo son
resultados

Nuestra convicción de que AL APLICAR ESTE
MENSAJE Y DIFUNDIRLO estamos asociados en uno de los más
grandes e importantes proyectos de la historia.

Para mi hermana fue un sacrificio enorme dejar la
droga.

Luchó contra ese monstruo por más de seis
meses. Verla debatirse y consumirse fue como presenciar las
enormes fuerzas del mal manifestándose antes de ser
destruidas.

Yo me quedé a velar cuidándola día
y noche.

Una mañana, me dijo que deseaba reponerse y hacer
un decoroso papel en la recta final de su vida, pero no
sabía cómo.

-Tengo el virus del SIDA en mi cuerpo -me dijo-, pero
aún no se me ha manifestado. Ayúdame, Zahid.
Sé que Lisbeth salió adelante de problemas
similares, sé que ella tuvo la fuerza de voluntad que me
faltó a mi. También tu caso es interesante.
Necesito que me expliques con detalle cómo hallaste los
troncos de salvación. O no -corrigió-, mejor
escríbelo. Así podré repasarlo, estudiarlo,
memorizarlo…

-Yo no soy escritor.

-Todo está en la mente -me dijo sonriendo-, si no
quieres serlo, no lo eres…

-Pero no me gustaría que otros pudieran leer
nuestras vidas íntimas.

-¡Al contrario! ¿Tú sabes lo que
pueden ayudar? ¿De qué sirve guardar el secreto?
Existen muchas personas que, como me ocurrió a mí,
no tienen el coraje de asirse a una rama para salir del
pantano… Yo he comprendido que tengo el deber de reponerme de
la mejor forma posible, pero tú debes escribir ese
libro… Por favor. Mirarme a la cara y
prométemelo…

La confusión de emociones me hizo muy
difícil redactar estas páginas, bien que lo hice en
cumplimiento de promesas… Alma salió del hospital veinte
kilos abajo de su peso.

El día que fue dada de alta oramos
juntos.

Ella perdonó a Ro y pidió a Dios por
él, aunque nunca lo volvimos a ver.

Fue muy conmovedor oír eso.

Mi padre realizó una fiesta en su honor para
recibirla, aunque con pocos y selectos invitados.

Alma hizo lo que debió hacer quince años
atrás: comenzó a leer, a escuchar conferencias, a
asistir a grupos… Me consta que este libro lo leyó al
menos cinco veces, lo subrayó e hizo algunos diagramas
resumiendo lo que a su juicio era más
importante.

A ella se le exigió un precio muy alto por la
droga, pero aceptó pagarlo, dejó de culpar a los
demás, trabajó muy duro, a brazo partido por salir
adelante y halló en su vida un segundo
aire.

Mi hermana, hasta la fecha en la que escribo este
epílogo, está viva, pero espiritualmente
murió para volver a nacer. Actualmente viaja por todo el
mundo como parte activa de un grupo que organiza eventos para
prevención del SIDA.

Con ella comprobé una verdad que me hacía
falta comprender con toda su contundente fuerza: Nunca es
tarde.

No importa lo que se haya vivido, no importan los
errores que se hayan cometido, no importa las oportunidades que
se hayan dejado pasar, no importa la edad, siempre estamos a
tiempo para decir hasta aquí, para
oír el llamado que tenemos de buscar la perfección,
para sacudirnos en el cielo y volar muy alto y muy lejos
del pantano

 

 

Autor:

Mario Eduardo Cuc Ical

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter