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Predeterminación divina y libertad humana



    Predeterminación divina y
    libertad humana

    Los dirigentes católicos, de acuerdo con sus
    habituales contradicciones "misteriosas", afirman que Dios
    predetermina
    las decisiones y las acciones del hombre, a la
    vez que declaran que el hombre es libre y responsable de
    tales actos predeterminados por Dios.

    La predeterminación divina se defiende en
    diversos lugares de la Biblia y es una doctrina oficial de la
    teología católica que, a la vez afirma igualmente
    el llamado "libre albedrío" humano, consistente en poder
    querer tanto lo bueno o como lo malo.

    En efecto, a pesar de la evidente contradicción
    entre la doctrina de que un mismo acto sea causado a un mismo
    tiempo por la omnipotencia divina y por la "libre" voluntad
    humana, y a pesar de haber existido teólogos
    católicos que han intentado en vano demostrar la
    compatibilidad entre ambas doctrinas, los dirigentes
    católicos defienden su verdad porque la
    predeterminación divina sería una de las
    manifestaciones de la omnipotencia divina, mientras que la
    libertad humana es el fundamento necesario de la moral, junto con
    sus categorías de responsabilidad, mérito y culpa,
    premio y castigo.

    La doctrina a favor del "libre albedrío",
    entendido como capacidad para elegir entre el bien y el mal, es
    la más generalmente defendida en la Biblia y en la iglesia
    católica. Aparece en un sinfín de textos
    bíblicos, como el de la misma desobediencia de Eva y
    Adán o como el de la obediencia de Abraham a Dios cuando
    éste le pide que le sacrifique a su hijo Isaac,
    situación en la que Dios le dice:

    "- Juro por mí mismo, palabra del Señor,
    que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único
    hijo, te colmaré de bendiciones y multiplicaré
    inmensamente tu descendencia"[1].

    La defensa del libre albedrío puede
    verse también en la serie de textos en que se condiciona
    la "salvación eterna" del hombre a su comportamiento
    libremente encaminado al cumplimiento o incumplimiento
    de las leyes divinas. En este sentido se dice en la
    Biblia:

    "El Señor aborrece toda maldad,

    y quienes lo temen la detestan.

    El hizo al hombre al principio,

    y lo dejó a su propio albedrío.

    Si quieres guardarás los mandamientos;

    de ti depende el permanecer
    fiel"[2].

    Pero, al mismo tiempo, en el Antiguo Testamento y en
    apoyo de la predeterminación divina aparecen
    textos como los siguientes:

    – "Pero el Señor hizo que el
    faraón se obstinara y no los dejara marchar [a los
    judíos][3].

    -"El Señor hizo que el faraón se
    obstinara, para que no le obedeciese; puso así de
    manifiesto su poder bajo el cielo"[4].

    -"Y el Señor hizo que los egipcios se
    mostraran benévolos con el
    pueblo"[5]

    -"El Señor había decretado que
    todas estas ciudades se obstinasen en atacar a Israel, para que
    así fueran consagradas sin piedad al exterminio y
    aniquiladas, como había mandado el Señor a
    Moisés"[6].

    – "奬 Señor hizo que los
    madianitas se matasen unos a otros en el
    campamento"[7].

    -"Pero ellos no hicieron caso a su padre, porque el
    Señor quería
    hacerlos
    perecer"[8].

    Una posible objeción al valor de estos textos es
    que hacen referencia a situaciones concretas en las que
    efectivamente Dios habría intervenido, actuación
    que no habría por qué considerar extensible a la
    totalidad de los actos humanos, pues éstos se
    producirían de manera general como consecuencia de la
    libre voluntad del hombre. Sin embargo, además de los
    textos citados, existen muchos otros en los que de manera
    inequívoca se defiende el carácter general de la
    predeterminación divina, como son los
    siguientes:

    -"Judit invocó al señor a gritos diciendo:
    [å¼/font>

    Tú hiciste el pasado, el presente y el
    futuro. Tú proyectas el pasado y el futuro, todo lo
    proyectado ha sucedido"[9].

    -"El Señor ha hecho todo para un
    fin,

    incluso al malvado para la
    desgracia"[10].

    -"Todo cuanto existe ya estaba
    prefijado"[11]

    -"嬡s decisiones divinas no
    dependen del comportamiento humano, sino que Dios
    llama"[12].

    Los teólogos católicos pretenden
    que, aunque no se comprenda cómo pueden ser compatibles
    ambos conceptos, realmente lo son y, que, si tal compatibilidad
    no se entiende, es porque se trata de un
    misterio.

    CRÍTICA: La doctrina de la
    predeterminación divina es consecuencia del concepto
    antropomórfico de un Dios como realidad suprema
    omnipotente a la que todo está sometido, pero tal
    doctrina es evidentemente contradictoria con la supuesta
    libertad humana que considera los actos humanos como
    consecuencias de una voluntad autónoma. La imposibilidad
    de conciliar ambas doctrinas condujo a los dirigentes
    católicos a la aceptación simultánea de
    ambas, convirtiendo en "misterio" lo que en realidad era una
    simple contradicción, pues estas doctrinas conducen
    alternativamente al concepto contradictorio de un ser omnipotente
    que a la vez no lo sería en cuanto se aceptase la libertad
    del hombre, o al concepto igualmente contradictorio de un ser
    libre que tampoco lo sería, en cuanto se aceptase la
    existencia de un ser efectivamente omnipotente del que todas las
    acciones y sucesos dependieran.

    En relación con esta cuestión en el
    siglo XIII Tomás de Aquino (1225-1274), aunque
    intentó armonizar ambas doctrinas, defendió
    planteamientos contradictorios, de forma que, a fin de justificar
    la responsabilidad moral, afirmó la
    libertad humana, pero, a fin de defender la
    omnipotencia divina, negó de modo
    implícito la libertad humana desde el momento en
    que consideró que las decisiones humanas eran causadas por
    Dios.

    Así, por lo que se refiere a su defensa de
    la libertad, Tomás de Aquino estaba de acuerdo
    con la tradición socrática de que todo lo que se
    desea se desea por considerarlo bueno, es decir, que nadie desea
    el mal por el mal, afirmando pues que

    "la voluntad no puede dirigirse hacia
    ningún objetivo a no ser por la consideración del
    bien"[13],

    y que, por ello, el hombre estaría
    determinado necesariamente por un bien absoluto como lo
    sería el propio Dios:

    "ninguna otra cosa puede ser causa de la voluntad,
    sólo Dios mismo, que es el bien
    universal"[14]

    o la felicidad:

    "sólo el bien que es perfecto y no
    le falta nada es el bien que la voluntad no puede no querer, y
    éste es la
    bienaventuranza"[15].

    Sin embargo, para escapar del determinismo que
    derivaría de la atracción que el bien
    provocaría de modo exclusivo, consideró igualmente
    que el hombre era libre en cuanto dependía de su voluntad
    la elección de cualquiera de los bienes que se presentaban
    ante él[16]y, en este sentido,
    afirmó que

    "El hombre no elige con necesidad, precisamente
    porque lo que es posible que no exista no es necesario que
    exista. Pero la razón de que es posible elegir y no elegir
    puede apreciarse por la doble potestad del hombre, porque el
    hombre puede querer y no querer, obrar y no obrar, y puede
    también querer esto o lo otro, hacer esto o lo otro. Y la
    razón de esto está en la virtud misma de la
    razón, pues la voluntad puede tender hacia cuanto la
    razón puede aprehender como bueno. Ahora bien, la
    razón puede aprehender como bien no sólo el querer
    y el obrar, sino también el no querer y el no obrar. Y
    además, en todos los bienes particulares puede considerar
    la razón de algún bien o el defecto de algún
    bien, que tiene razón de mal. Según esto, puede
    aprehender cualquiera de estos bienes como elegible o como
    rechazable. En cambio, al bien perfecto, que es la
    bienaventuranza, la razón no puede aprehenderlo bajo
    razón de mal o de algún defecto; y por eso el
    hombre quiere la bienaventuranza necesariamente y no puede querer
    no ser feliz"[17].

    Sin embargo y en contra de este punto de vista,
    hay que decir que Tomás de Aquino, aunque acierta cuando
    escribe que "la voluntad puede tender hacia cuanto la
    razón puede aprehender como bueno", pero parece que
    equivoca cuando escribe que "la razón puede aprehender
    como bien no sólo el querer y el obrar, sino
    también el no querer y el no obrar", pues afirmar que la
    razón en cuanto tal puede "puede aprehender como bien no
    sólo el querer y el obrar, sino también el no
    querer y el no obrar" es confuso o erróneo: Es confuso en
    cuanto no explica que podría haber situaciones objetivas
    que determinasen que lo que en un momento dado es bueno en otro
    podría ser malo, y sólo en ese sentido la frase
    citada tendría sentido, mientras que, si con ella
    Tomás de Aquino quisiera dar a entender que una misma
    realidad, como la de "el querer y el obrar", podría ser
    captado indistintamente por la razón como bueno o como
    malo, tal consideración sería falsa porque la
    razón en cuanto tal sirve para captar las verdades que
    estén a su alcance, pero no para captar como verdadero lo
    falso ni como falso lo verdadero. Pero, además, si
    existiera tal posibilidad, eso no resolvería el problema,
    en cuanto la voluntad seguiría optando por aquel bien
    –subjetivo- que la razón le hubiera presentado como
    bien.

    La opinión que parece defender Tomás
    de Aquino es como la de quien juzgase que, cuando uno se equivoca
    al hacer una simple suma, como 4 + 3 = 9, habría sido la
    razón la que se habría equivocado voluntariamente,
    y presenta así la razón como una mezcla de
    razón, deseos y pasiones, lo cual es falso por
    definición, aunque sea cierto que la razón es una
    parte del psiquismo humano, unida al resto de otros elementos,
    como los deseos y las pasiones y que, por lo tanto, no
    actúa con independencia de ellos. Por ello, la
    razón sólo es razón cuando intuye
    certeramente la verdad de una proposición, pero no cuando
    yerra, pues en tales casos el error se produce por la
    interferencia de factores psíquicos ajenos a la propia
    razón, pero que interfieren en su actividad por ser todos
    ellos elementos del psiquismo humano. Y, por ello, aunque el
    jugador de ajedrez que quiere ganar una partida intenta jugar lo
    más racionalmente que puede, puede perder la partida en
    diversas ocasiones como consecuencia de su nerviosismo, su
    precipitación o su cansancio, los cuales interfieren
    negativamente con el uso de su inteligencia y contribuyen a que
    no acierte a encontrar las jugadas adecuadas para
    ganar.

    Y de este modo, de acuerdo el intelectualismo
    socrático, todo el que obra mal en último
    término lo hace por ignorancia. Tomás de Aquino
    siguió en muchas ocasiones las doctrinas de
    Aristóteles –que en este asunto siguió a
    Sócrates-, pero, al tomar conciencia de que los
    planteamientos del cristianismo y los aristotélicos
    estaban en contradicción, intentó esquivar el
    determinismo aristotélico, basado en el intelectualismo
    socrático

    Además, Tomás de Aquino no tuvo en
    cuenta que, aunque se puede querer y no querer en razón
    del bien o de la ausencia de bien, en cuanto los bienes se
    muestran como diversamente valiosos, la voluntad se inclina
    necesariamente por aquel bien que la razón
    presenta como el mejor –aunque su
    apreciación sea incorrecta por la presencia de los
    factores psíquicos mencionados.

    Tomás de Aquino reconoce que todo lo que es
    objeto de elección lo es en cuanto la razón lo
    intuye como bueno, y ése es el motivo por el cual afirma
    que el hombre quiere la bienaventuranza necesariamente,
    en cuanto la razón no puede aprehenderla como mal. En
    consecuencia, si desde este planteamiento Tomás de Aquino
    afirma que la intuición del bien absoluto
    determinaría la correspondiente elección de la
    voluntad, tal determinismo seguiría existiendo en
    relación con los bienes limitados, en cuanto la
    capacidad para elegir o no elegir el más valioso
    sólo sería la manifestación de la
    limitación de la razón humana o la interferencia de
    esos otros elementos psíquicos mencionados y la
    correspondiente incapacidad de la razón para valorar con
    total objetividad el mayor o menor grado de bondad existente en
    sus diversas posibilidades de elección, de manera que, si
    tal razón fuera capaz de una clarividencia plena,
    elegiría necesariamente aquello que aprehendiera como
    bueno
    y, en consecuencia, seguiría estando
    determinada por el mayor bien objetivo, aunque
    éste fuera limitado.

    Además, si la elección se realizase
    sin motivo, ésta sería azarosa, y
    no tendría sentido llamarla libre. Tomás
    de Aquino, comprendiendo esta dificultad, trató de
    justificar la elección de cada momento a partir del modo
    de ser de la propia naturaleza, pero, aunque de este modo
    pretendió superar el determinismo derivado de la
    atracción del bien, sólo consiguió dar una
    visión más completa de tal doctrina, en cuanto hizo
    depender de la propia naturaleza la elección de
    la voluntad al escribir:

    "Qualis unusquisque est, talis finis videtur
    ei"[18]

    Finalmente, para librarse del determinismo que
    derivaría de esa naturaleza de cada uno, afirmó
    igualmente que tal naturaleza habría sido también
    objeto de elección. Pero esta "solución" es
    absurda, pues, en primer lugar, nadie elige su propia naturaleza
    –ya que toda elección se produce a partir de la
    posesión de una naturaleza inicial-, y, en segundo lugar,
    aun aceptando que dicha elección fuera posible, nuevamente
    surgiría el dilema de que o bien se habría elegido
    la propia naturaleza por un motivo -y en ese caso sería
    ese motivo el que habría determinado la
    elección de dicha naturaleza- o bien se la
    habría elegido sin motivo alguno -y en tal caso
    se volvería nuevamente a una interpretación de la
    causa de los actos voluntarios a partir del azar-. En
    consecuencia, el libre albedrío sería una
    palabra vacía de contenido, ya que o bien
    equivaldría a determinismo, o bien
    equivaldría a azar.

    Por otra parte, cuando Tomás de Aquino
    trató el tema de la omnipotencia divina, en lugar
    de intentar salvar la responsabilidad humana defendió un
    planteamiento absolu-tamente determinista. Así,
    criticando a Orígenes (185-254), defendió
    la tesis de que Dios no sólo es la causa de la existencia
    de la voluntad humana como potencia, sino
    también la causa de las elecciones concretas de la
    voluntad
    :

    "Algunos, no entendiendo cómo Dios puede
    causar el movimiento de nuestra voluntad sin perjuicio de la
    libertad misma, se empeñaron en exponer torcidamente
    dichas autoridades [bíblicas]. Y así decían
    que Dios causa en nosotros el querer y el obrar, en cuanto que
    causa en nosotros la potencia de querer, pero no en el sentido de
    que nos haga querer esto o aquello. Así lo expone
    Orígenes […].

    De esto parece haber nacido la opinión de
    algunos, que decían que la providencia no se extiende a
    cuanto cae bajo el libre albedrío, o sea, a las
    elecciones, sino que se refiere a los sucesos exteriores. Pues
    quien elige conseguir o realizar algo, por ejemplo, enriquecerse
    o edificar, no siempre lo podrá alcanzar
    […].

    Todo lo cual, en verdad, está en abierta
    oposición con el testimonio de la Sagrada Escritura. Se
    dice en Isaías: Todo cuanto hemos hecho lo has hecho
    tú, Señor. Luego no sólo recibimos de Dios
    la potencia de querer, sino también la
    operación"[19].

    Por ello y desde estas consideraciones, critica el
    punto de vista de Orígenes, quien habría salvado la
    libertad del hombre, pero no la omnipotencia
    divina. Su punto de vista se podría reflejar de acuerdo
    con el siguiente esquema:

    Monografias.com

    Sin embargo, desde la perspectiva de Tomás
    de Aquino se salvaría la omnipotencia divina pero no la
    libertad humana. El esquema correspondiente a este punto de vista
    sería el siguiente:

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    Insistiendo en este mismo punto de vista,
    añadió un poco más
    adelante:

    "Dios es causa no sólo de nuestra voluntad,
    sino también de nuestro querer".

    Y en el capítulo siguiente concluyó
    así:

    "Por consiguiente, como Él es la causa de
    nuestra elección y de nuestro querer, nuestras elecciones
    y voliciones están sujetas a la divina
    providencia".

    Tomás de Aquino enfocó
    también el tema de la libertad desde la
    problemática de la "salvación" y la de la
    "predestinación", y en estas cuestiones, frente a otras
    opiniones "heterodoxas" como la de Pelagio (360-425),
    que había defendido la tesis de que el hombre se salvaba
    por sus méritos y se condenaba por sus culpas,
    venció la tesis de que toda salvación viene de Dios
    y no de los méritos procedentes del buen uso de su
    libertad por parte del hombre; y, complementariamente,
    defendió igualmente la tesis de que Dios había
    predestinado desde la eternidad a los hombres para su
    salvación o reprobación, pero mediante esta tesis,
    aunque dejaba a salvo la omnipotencia divina, el protagonismo del
    hombre respecto a los actos realizados por él (?)
    desaparecía por completo.

    Los planteamientos tomistas -al igual que
    anteriormente los de Aurelio Agustín- se mantuvieron en
    esta línea "ortodoxa", y contribuyeron a su
    fijación como doctrina oficial de la iglesia
    católica.

    Por lo que se refiere al tema de la
    salvación
    , Tomás de Aquino, criticando a
    Pelagio, consideró que el hombre era incapaz de conseguir
    la bienaventuranza por sus propios méritos y que
    sólo el auxilio divino podía permitirle alcanzar
    este objetivo[20]que nadie merecía por
    sí mismo dicho auxilio[21]y que desde la
    eternidad Dios había determinado a quiénes lo
    concedería y a quiénes lo negaría para que
    en unos casos brillase su misericordia y en otros su justicia
    (?):

    "Mas como quiera que Dios, entre los hombres que
    persisten en los mismos pecados, a unos los convierta
    previniéndolos y a otros los soporte o permita que
    procedan naturalmente [?], no se ha de investigar la razón
    por qué convierte a éstos y no a los otros, pues
    esto depende de su simple voluntad, del mismo modo que
    dependió de su voluntad el que, al hacer todas las cosas
    de la nada, unas fueran más excelentes que otras; tal como
    de la simple voluntad del artífice nace el formar de una
    misma materia, dispuesta de idéntico modo, unos vasos para
    usos nobles y otros para usos
    bajos"[22].

    Por lo que se refiere de manera más
    concreta al tema de la predestinación, la postura
    de Tomás de Aquino fue idéntica a la de los
    luteranos y los calvinistas en cuanto defendió que la
    elección y la reprobación del hombre habían
    sido ordenadas por Dios desde la eternidad, sin que pudiera
    aceptarse que la decisión divina estuviera causada a su
    vez por los méritos del hombre:

    "Y como se ha demostrado que unos, ayudados por la
    gracia, se dirigen mediante la operación divina al fin
    último, y otros, desprovistos de dicho auxilio, se
    des-vían del fin último, y todo lo que Dios hace
    está dispuesto y ordenado desde la eternidad por su
    sabiduría […], es necesario que dicha distinción
    de hombres ha-ya sido ordenada por Dios desde la eternidad. Por
    lo tanto, en cuanto que designó de antemano a algunos
    desde la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice
    que los predestinó […] Y a quienes dispuso desde la
    eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los
    reprobó o los odió […] Y puede también
    demostrarse que la predestinación y la elección no
    tienen por causa ciertos méritos humanos, no sólo
    porque la gracia de Dios, que es efecto de la
    predestinación, no responde a mérito alguno, pues
    precede a todos los méritos humanos […] sino
    también porque la voluntad y providencia divinas son la
    causa primera de cuanto se hace; y nada puede ser causa de la
    voluntad y providencia
    divinas"[23].

    Por extraña y absurda que pueda parecer la
    doctrina de la predestinación, hay que tener en
    cuenta que sólo ella -tal como Tomás de Aquino
    comprendió- dejaba a salvo la omnipotencia
    divina
    , ya que, de lo contrario, ésta habría
    quedado subordinada -y, en consecuencia,
    negada– en cuanto la salvación fuera consecuencia
    de las acciones y de los méritos del hombre. Sin embargo,
    la doctrina tomista tiene el inconveniente de convertir al hombre
    en una especie de marioneta cuyas acciones sólo
    aparentemente serían suyas, y, por lo tanto, tales
    acciones no deberían considerarse como fundamento de
    alguna clase de mérito o de culpa, por
    cuanto en último término dependerían de la
    voluntad de Dios.

    En relación con la problemática
    entre la predeterminación divina y la libertad humana
    todavía hubo diversas polémicas, como la de
    Erasmo de Rotterdam (1467-1536) frente a
    Martín Lutero (1483-1546), defendiendo el primero
    la libertad del hombre en su obra De libero arbitrio, y
    negándola el segundo en su correspondiente escrito De
    servo arbitrio
    ; o también las del dominico
    Domingo Báñez (1528-1604) frente al
    jesuita Luis de Molina (1536-1600), en las que
    pretendiendo ambos defender desde la ortodoxia católica la
    omnipotencia de Dios y la libertad del hombre, no llegaron a una
    solución del problema, pues la solución de
    Báñez, como la de Tomás de Aquino, salvaba
    la omnipotencia divina, pero anulaba la libertad del hombre,
    mientras que la de Molina, como la de Orígenes o como la
    del también jesuita Francisco Suárez, salvaba la
    libertad humana, pero anulaba la omnipotencia
    divina.

    Como no hubo forma –ni podía haberla-
    de encontrar una solución satisfactoria para este
    problema, en el año 1594 el papa Clemente VIII
    prohibió que siguieran las discusiones, aunque no se
    atrevió a condenar ninguno de ambos puntos de vista.
    Posteriormente Pablo V, para acabar con las discusiones entre
    dominicos y jesuitas, optó por aceptar que ambas tesis
    podían ser defendidas y que ninguna de ellas era
    herética.

    Una consecuencia de la imposibilidad de salvar la
    libertad humana, si se afirmaba la omnipotencia divina, era que
    la responsabilidad humana dejaba de tener sentido y, en
    consecuencia, debían desaparecer todas las doctrinas
    derivadas de la supuesta responsabilidad, como las
    relacionadas con las ideas de mérito,
    culpa, bondad, maldad, premio
    y castigo.

    Como esta contradicción entre una
    omnipotencia divina limitada por los actos humanos libres y una
    libertad humana sometida a una omnipotencia divina podía
    tener repercusiones peligrosas para la supervivencia de las
    confesiones religiosas que las aceptasen, los teólogos
    calificaron tales doctrinas –al igual que muchas otras-
    como "misterio"[24], término mediante el
    cual se pretendía hacer referencia no a una doctrina
    simplemente contradictoria, sino a doctrinas incomprensibles para
    la limitada capacidad humana, pero comprensibles para
    Dios.

     

     

    Autor:

    Antonio García
    Ninet

    Doctor en
    Filosofía

    [1] G鮥sis, 22:16. Por
    cierto, tiene inter鳠seᡬar
    que esté ºltimo texto está ¥n
    contradicciã® con la doctrina de
    Tomá³ de Aquino segê® la cual
    las decisiones divinas no tienen como causa los
    m鲩tos humanos en cuanto la omnipotencia
    divina no puede depender de nada ajeno a su propia voluntad,
    mientras que en este æ¹ en muchos otros textos-
    las decisiones divinas se producen condicionadas por la
    actuaciã® de Abraham.

    [2] Eclesiá³´ico,
    15:11-15.

    [3] ɸodo, 10:27. La
    cursiva es m�

    [4] Eclesiá³´ico,
    16:15. En contradicciã® con 15:11,

    [5] ɸodo, 11:3. La
    cursiva es m�

    [6] Josu鬠11:20. La
    cursiva es m�

    [7] Jueces, 7:22. La cursiva es
    m�

    [8] Samuel, 2:25. La cursiva es
    m�

    [9] Judit, 9:1-5.

    [10] Proverbios, 16:4.

    [11] Eclesiast鳬
    6:10

    [12] Romanos, 9:11-12.

    [13] ã–¯luntas in
    nihil potest tendere nisi sub ratione
    boni…ä ¨Suma Teol㧩ca, I, q.
    28, a. 2). En este mismo sentido insiste
    m᳠adelante en que ㌡
    voluntad es un apetito racionalä ¹ que
    㴯do apetito es s㬯 del
    bienä ¨I-II, q. 8, a. 1)

    [14] Suma Teol㧩ca,
    I-II, q. 9, a. 6.

    [15] Suma Teol㧩ca,
    I-II, q. 10, a. 2.

    [16] ã…³ed quia
    bonum multiplex est, propter hoc non ex necessitate
    determinatur ad unumä ¨Suma
    Teol㧩ca, I, q. 28, a. 2).

    [17] Suma Teol㧩ca,
    I-II, q. 13, a. 6.

    [18] 㔡l como es
    cada uno, as�e le presenta el
    fin䠨Suma Teol㧩ca, I, q. 83,
    a. 1).

    [19] Suma contra los gentiles, III,
    cap�los 89 y 90.

    [20] Suma contra los gentiles, 7, III,
    c. 147.

    [21] O.c., c. 149.

    [22] O.c., c. 161. La influencia de
    Pablo de Tarso sobre estos planteamientos parece evidente, pues
    en su Ep�ola a los Romanos
    escribiã ¬o siguiente: ã¿caso la
    figura plasmada dirá ¡ su plasmador:
    á¿°or qué ­e hiciste
    as� ï no tiene potestad el
    alfarero sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso
    para honor y otro para afrenta? (Romanos, 9: 20-21). Por su
    parte, Nietzsche critica estas ideas cuando escribe:
    ã„¥masiadas cosas le salieron mal a ese
    alfarero que no hab�aprendido
    suf�entemente el oficio. Pero eso de
    vengarse en sus cacharros y en sus criaturas, porque le
    hab� salido mal a 鬬 eso
    fue un pecado contra el buen
    gusto䠨As�abl㠚aratustra,
    p. 289. Planeta-De Agostini, Barcelona, 1992).

    [23] O.c., c. 163.

    [24] Este recurso al
    ã­©sterioä ¨a sido,
    efectivamente, una t㮩ca en los dirigentes
    cat㬩cos, que lo han aplicado a aquellas
    doctrinas en las que han descubierto su incongruencia con otras
    simultᮥamente afirmadas, o a aquellas otras de
    las que han descubierto su carᣴer
    intr�ecamente contradictorio. Mediante la
    consideraciã® de que determinada doctrina tiene
    el carᣴer de
    ã­©sterioä ³e considera que
    é³´a debe ser aceptada por un acto de fe, lo
    cual implica una renuncia a su comprensiã® y
    una aceptaciã® de su verdad mediante el
    argumento de que se trata de una verdad revelada por el propio
    Dios, tratando as�e
    㢬indar䠴ales doctrinas
    contradictorias contra cualquier planteamiento racional que
    pudiera poner en evidencia su falsedad, lo cual
    obligar�a los dirigentes
    cat㬩cos a reconocer sus errores y su
    falibilidad simplemente humana, teniendo que reconocer la
    falsedad de la supuesta
    ã©®falibilidadä ¤el papa. El
    concepto de ã­©sterioä ¥s
    complementario del concepto de
    㤯gma䬠entendido como una
    doctrina que se afirma como absolutamente verdadera, que no es
    racionalmente demostrable y que debe ser
    cre� y aceptada por el
    㦩el䠰ara no ser excluido de
    la organizaci㮠cat㬩ca y de
    la 㢩enaventuranza eterna䠨?),
    a pesar de tratarse de doctrinas que en realidad son contrarias
    a la razã®® Los
    㤯gmas䠰lantean el insoluble
    problema de cã­¯ se puede saber que una
    doctrina teol㧩ca sea verdadera sin saber al
    mismo tiempo por qué ¬o es, en cuanto no sea
    demostrable y en cuanto ademá³ llegue a ser
    contradictoria, lo cual pone en evidencia la mendacidad de los
    dirigentes cat㬩cos, que deciden
    qué ¤octrinas hay que creer como dogmas,
    aprovechᮤose de la buena fe y de la
    ingenuidad de sus fieles seguidores.

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