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Relativizando el relativismo




Enviado por José López



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    Relativizando el relativismo – Monografias.com

    Relativizando el relativismo

    ¿Hasta dónde debemos llegar al aplicar el relativismo? ¿Debe el propio relativismo sucumbir ante el relativismo? ¿Qué ocurre cuando se calcula mal el relativismo? En busca de los errores de fondo del marxismo y del anarquismo. En busca de una reformulación de la teoría revolucionaria.

    Según el diccionario de la Real Academia Española el relativismo es la "doctrina según la cual el conocimiento humano sólo tiene por objeto relaciones, sin llegar nunca al de lo absoluto", o bien la "doctrina según la cual la realidad carece de sustrato permanente y consiste en la relación de los fenómenos". Es decir, según el relativismo, entendido de manera radical, tal cual dice el diccionario, nada es absoluto, todo depende de otras cosas. No hay verdades absolutas, sólo relativas. Esta visión de la realidad tiene importantes consecuencias en todos los campos, incluido en el revolucionario. Según algunas interpretaciones del marxismo, éste estipula un relativismo "duro", "puro", "estricto", "literal", para él todo en la sociedad humana es un producto histórico y geográfico, todo cambia en el tiempo y en el espacio. Según otras interpretaciones, el marxismo estipula, sin embargo, un relativismo "débil", "relativo", matizado, muchas cosas dependen de las circunstancias, del momento y del lugar, pero también existen ciertos principios universales, atemporales, absolutos.

    Si toda verdad es relativa, ¿también lo es el relativismo?, ¿también es relativa la verdad que proclama que toda verdad es relativa? Como vemos, por poco que pensemos, rápidamente nos topamos con una contradicción aparentemente irresoluble en cuanto al relativismo. Si asumimos un relativismo extremo nos contradecimos a nosotros mismos. Si toda verdad es relativa, es decir, puede dejar de serlo en determinado momento o lugar, el propio relativismo no sería válido, con lo que no tendríamos más remedio que admitir que hay verdades absolutas. Asumir el relativismo, per se, sin matices, nos lleva a un contrasentido. Entonces, ¿el relativismo es falso? No necesariamente. No totalmente. Si toda verdad se la asume de manera exagerada, si se la lleva más allá del límite en que puede aplicarse, se convierte en un absurdo. Sin embargo, si dicha verdad se la matiza suficientemente, si se la modera un mínimo, por el contrario, nos permite comprender mucho mejor la realidad. ¿Cómo se puede "salvar" al relativismo? Aplicándole a él mismo un poco de relativismo. El relativismo debe entenderse de manera relativa. Existen verdades más relativas que otras. Los límites de las verdades no son los mismos para todas ellas. Existen verdades relativas y verdades absolutas. Empezando por esta misma verdad que estamos afirmando: que hay verdades relativas y absolutas. Si asumimos un relativismo "débil" que estipule que hay también verdades absolutas, aparte de relativas, entonces esa contradicción que se nos aparecía como irresoluble se resuelve. Matizando el relativismo, lo salvamos de la hoguera intelectual. Combatimos más eficazmente la falacia de que todo es absoluto. ¡Pero sin caer en el extremo opuesto y precipitarnos por el barranco! Sin negar por completo al propio relativismo.

    Asimismo ocurrió con el materialismo. Según el materialismo metafísico, vulgar, las causas de todos los acontecimientos históricos humanos son sólo materiales. Para un materialista "clásico", las causas de la Revolución francesa de 1789 o de la Revolución rusa de 1917, hay que buscarlas sólo en el sistema económico existente en dichas épocas. Para dichos materialistas las ideas son siempre consecuencia de las condiciones materiales de existencia, las ideas son sólo efecto de lo material. Sin embargo, dichos materialistas no logran darnos respuestas satisfactorias a las siguientes preguntas: ¿por qué la Revolución francesa es posterior a las ideas de la Ilustración?, ¿por qué la Revolución rusa es posterior al surgimiento del marxismo? ¿Son simples casualidades? Por poco que uno se informe y razone, rápidamente se encuentra con que el materialismo burdo, simple, por sí solo, llevado al extremo, no explica convincentemente la historia humana. Muchos "marxistas" caen presos del materialismo metafísico. Si uno admite que el materialismo hay que tomárselo al pie de la letra, sin matizarlo, tiende a volver hacia el idealismo, por lo menos corre el riesgo de hacerlo, pues el idealismo parece establecer una mejor relación entre algunos efectos y algunas causas. Si a la gente se le preguntara qué le convence más: si la idea de que las revoluciones surgieron como consecuencia sólo de ciertas ideologías revolucionarias o sólo de ciertas causas económicas, muchas personas se decantarían por el materialismo "puro", pero otras muchas por el idealismo. Por lo menos, las opiniones estarían muy divididas. Sin embargo, si a la gente se le diera la opción de elegir una tercera opción: que tanto las condiciones materiales como las ideológicas influyeron notablemente, probablemente, mucha más gente se apuntaría a esta tercera opción.

    Y es que el marxismo estipula en verdad el materialismo dialéctico, es decir, que las ideas están enraizadas en lo material, pero que también influyen en lo material. El materialismo dialéctico es un materialismo más elaborado, menos simple, un materialismo matizado, menos extremo, en el cual se dice que las causas últimas de todo están en lo material, pero que debido a la dialéctica (todo cambia, todo influye y es influido) lo material también puede ser efecto, además de causa, lo inmaterial también puede ser causa, además de efecto. Así según esta visión más elaborada del materialismo, la historia humana se comprende mucho mejor. Las condiciones materiales de existencia determinan la manera de pensar, pero no de una manera mecánica, unidireccional, sino que dialéctica, bidireccional. Es decir, las ideas son al mismo tiempo el efecto de lo material y la causa. Las ideas también influyen en lo material. Las causas son materiales e inmateriales, pero si indagamos cuáles son las causas de las causas, tarde o pronto, nos topamos con lo material. Las causas últimas son siempre materiales, pero no son las únicas ni siempre las primeras. Esta visión del mundo está mucho más acorde con lo que observamos, con lo que percibimos. El materialismo histórico es la aplicación del materialismo dialéctico al caso de la historia humana. Según él las causas últimas, pero no únicas, ni siquiera a veces las primeras, las más inmediatas, de los acontecimientos son materiales, se encuentran en el modo de producción, en sus contradicciones. Pero la sociedad humana es compleja, esas causas primarias se traducen en efectos que a su vez vuelven a ser causas y así sucesivamente o incluso simultáneamente. La realidad es esencialmente dialéctica y material. Ésta es la concepción marxista del mundo.

    Como vemos, la concepción idealista de la realidad (las ideas explican por sí mismas la realidad, ésta es un reflejo de aquellas, la idea como principio del ser y del conocer, lo material es efecto de lo inmaterial) se oponía a la concepción materialista de la realidad (la única realidad es la materia, las ideas son siempre efecto de lo material). Como el movimiento del péndulo, se pasaba de un extremo al opuesto, como tantas veces le ha ocurrido al pensamiento humano. Pero ninguno de los dos extremos explicaba por sí mismo satisfactoriamente la realidad. Marx resolvió este dilema. El materialismo dialéctico sintetiza el idealismo y el materialismo. Sintetizar no significa decantarse por una de las dos opciones o tomar de ambas por igual. Significa llegar a una nueva concepción que se nutre de ambos extremos pero que los coloca en su sitio. Marx da la importancia adecuada al idealismo y al materialismo que así pasan de ser dos concepciones completas y opuestas de la realidad a ser dos partes de una concepción más completa todavía de la realidad. El idealismo forma parte del materialismo dialéctico, así como el materialismo. Pero tomados en su justa medida, en las proporciones adecuadas. El materialismo dialéctico tiene unos gramos de idealismo y unos cuantos gramos más de materialismo. Pero el materialismo dialéctico no es una simple suma ponderada de idealismo y materialismo, es una combinación de los mismos sustentada en la dialéctica. Ésta reconcilia de alguna manera los antaño irreconciliables idealismo y materialismo. El materialismo dialéctico es como una sopa donde sus ingredientes son el idealismo, el materialismo, y sobre todo la dialéctica, convertida en el principal ingrediente, en el agua sin la cual la sopa no existe, sin la cual los otros ingredientes no pueden estar juntos.

    Así pues, como vemos, el materialismo metafísico, burdo, llevado al extremo, "puro", "fuerte", tampoco era satisfactorio, el idealismo con los mismos calificativos, tres cuartos de lo mismo, pero, por el contrario, su combinación dialéctica sí lo es. El materialismo y el idealismo combinados adecuadamente nos proporcionan una concepción del mundo muy superior porque nos explica de una manera más completa y convincente lo observado. Pues bien, podemos decir prácticamente lo mismo del determinismo y del relativismo. Llevados al extremo nos conducen a lo absurdo, pero suficientemente matizados, sin embargo, nos permiten dar un importante salto cualitativo en la comprensión de nuestro mundo, natural y humano, y por tanto en la posibilidad de transformarlo conscientemente.

    Hace poco tuve una interesante polémica acerca del determinismo. Un lector me criticó el primer capítulo titulado Voluntarismo vs. Determinismo de mi libro Manual de resistencia anticapitalista porque él entendía el determinismo de cierta manera muy particular, confundía causalidad (todo efecto tiene sus causas) con determinismo (todo depende completamente de las condiciones iniciales). Esta polémica, sin embargo, fue muy útil para explicar un poco mejor en qué consiste exactamente eso del determinismo.

    En mi blog, en el apartado Debates, el lector interesado puede acceder a dicho debate. El determinismo, según como se lo interprete, hasta qué punto se adopte, puede pasar de ser una herramienta para la revolución a ser un serio obstáculo. El marxismo, a mi entender, y al entender de muchos marxistas, estipula un determinismo "débil": las condiciones iniciales (que se encuentran el individuo o las masas en la sociedad) influyen notablemente en el futuro, pero no lo determinan por completo. Esto lo resumía Marx en su famosa cita: Los seres humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado. Esta frase nos dice que la historia humana la hacen los propios humanos, pero que éstos están condicionados por el pasado, es decir, por las condiciones iniciales que se encuentran en la sociedad. El determinismo débil, bien entendido, no niega el libre albedrío, tan sólo lo condiciona, lo relativiza, lo limita, lo supedita a las condiciones materiales de existencia del individuo. Sin embargo, algunos "marxistas" interpretan el determinismo marxista de manera excesivamente radical, extrema, caen en el determinismo fuerte, en aquel que dice que todo viene predeterminado, que el futuro viene completamente determinado por el pasado, por las condiciones iniciales. Ellos niegan el libre albedrío. Y, por consiguiente, caen en la apatía, en la pasividad, el principal obstáculo de la revolución. Esperan que los cambios sociales se produzcan por sí solos, inevitablemente, por los cambios producidos en la economía, cambios disparados por cierta mano invisible. Caen presos del economismo, del determinismo económico exacerbado. Este error fue cometido en gran medida por la socialdemocracia alemana encabezada por Kautsky, imposibilitando el triunfo de la revolución de 1918-19 en Alemania, influyendo decisivamente en el derrotero de los acontecimientos históricos internacionales. ¿Qué hubiese ocurrido si la revolución triunfante en Rusia, país atrasado en 1917, se hubiera visto acompañada por el triunfo de la revolución en Alemania, uno de los países más adelantados? Los revolucionarios rusos, con Lenin a la cabeza, esperaban el triunfo de la revolución socialista en los países capitalistas más avanzados, especialmente Alemania. Marx y Engels elaboraron sus teorías con esa idea en la mente. En cierta ocasión dijo Marx que la revolución socialista comenzaría en Francia, continuaría en Alemania y terminaría en el Reino Unido. Como suele decirse, el marxismo es un producto histórico de la política francesa, la filosofía alemana y la economía política inglesa.

    Los padres del marxismo presuponían que el proletariado tomaría el poder en los países donde el capitalismo estaba más maduro, ellos decían que no podía superarse el capitalismo si éste no estaba suficientemente maduro. En esto se equivocaron. Al menos en parte. Que la revolución socialista sólo pudiera prosperar en los países capitalistas más avanzados no significaba que no pudiera surgir antes en los países más atrasados, como así previeron algunos marxistas, como Trotsky, corrigiendo a Marx y Engels, que dijo que la revolución podía iniciarse en Rusia, como así fue. Sin embargo, dichos países más atrasados sólo podrían suponer la antesala del socialismo en el mundo, pero no la vanguardia, en el sentido de liderar la transición mundial del capitalismo al socialismo. Rusia dio el primer paso pero sabía que dependía de la metrópolis capitalista, es decir, de Europa occidental. El capitalismo no se podía superar más que a nivel internacional. Las condiciones de madurez debían considerarse a nivel internacional. El que unos países no estuvieran suficientemente maduros no debía impedir el intento. Si Rusia se adelantó, esto debía suponer el acicate para que el proletariado de los países más avanzados que debían liderar la revolución mundial, pues sólo ellos podrían hacerlo verdaderamente, tomara también el poder político. Era primordial que el socialismo fuese poco a poco imponiéndose en la metrópolis capitalista. Pero también era primordial no desaprovechar ninguna ocasión para contribuir a la causa de la revolución socialista mundial. Rusia aprovechó esa ocasión. La cadena se rompió por el eslabón más débil. Pero la cadena debía seguir rompiéndose por otros eslabones. La revolución debía llegar especialmente al centro capitalista mundial.

    Los mencheviques en Rusia, presos de cierto determinismo exacerbado, mecanicista, no dialéctico, de cierta visión estrecha, nacionalista y no internacionalista, decían que Rusia no estaba todavía preparada para la revolución socialista, que sólo podía hacer la revolución burguesa. Ellos no sólo no lucharon por la revolución socialista sino que la combatieron.

    En Alemania, presos de un determinismo exacerbado, relacionado con cierto materialismo metafísico, y añadido a todo esto las traiciones o cobardías personales, la dirección del todopoderoso partido socialdemócrata no estuvo a la altura de las circunstancias y posibilitó el triunfo del nazismo con la consiguiente represión del movimiento proletario, entre otras barbaridades. La mayor parte de los socialdemócratas alemanes pensaba que el dominio del proletariado era inevitable, que no hacía falta encender a las masas, ni seguirlas, por el contrario, había que frenarlas, que era mejor la vía reformista, que poco a poco, inevitablemente, el socialismo surgiría. Los estalinistas del partido comunista de Chile, teledirigidos desde Moscú, apostaron por tres cuartos de lo mismo, a saber, la colaboración con la burguesía para que ésta hiciera su revolución democrático-burguesa, la autorrepresión del movimiento proletario por miedo a la reacción burguesa. Todos sabemos cómo acabaron dichas colaboraciones y dichas vacilaciones. El movimiento popular y el intento de implantar el socialismo por vías pacíficas en Chile fueron sofocados violenta y contundentemente por la dictadura de Pinochet. La burguesía aplastó al proletariado sin contemplaciones ni vacilaciones. Los errores del proletariado, sobre todo de sus direcciones políticas, los pagó muy caro el proletariado de los distintos países, la clase obrera internacional. Los hechos confirmaron lo equivocados que estaban los reformistas y los estalinistas. Muchos errores estratégicos y tácticos se nutrieron de profundos errores ideológicos.

    A principios del siglo XXI, la superación del capitalismo, que lejos de suavizar sus contradicciones, al contrario, con el tiempo las ha agudizado de nuevo, sigue pendiente. Y lo que es peor, estamos retrocediendo, estamos perdiendo no pocos derechos sociales y laborales que tantos sacrificios costaron. El capital se siente crecido y está recrudeciendo la lucha de clases. Las clases altas atacan y las bajas apenas se defienden. El proletariado mundial ha pasado del ataque a apenas la defensa, en el mejor de los casos. La iniciativa la lleva ahora la burguesía. Ciertas interpretaciones del marxismo, incluso avaladas por ciertas contradicciones o errores del propio marxismo, se han convertido en serios obstáculos de la revolución social, de la razón de ser del marxismo. Incluso han facilitado el contraataque despiadado del capital. Es crucial despojar al marxismo de posibles errores de fondo, de malas interpretaciones, de contradicciones. Las cuestiones planteadas en este trabajo son de una importancia suprema para la teoría revolucionaria, y siguen plenamente vigentes en nuestros días. No se trata aquí sólo de pura filosofía, sino del sustento, de las bases, de la teoría revolucionaria. No se trata sólo de recordar, sino de aprender de los errores del pasado para volver a intentarlo.

    Trotsky explicaba en Perspectivas y tareas en el lejano Oriente la posibilidad de que la Revolución proletaria sugiera en los países donde el capitalismo no estaba tan maduro:

    A primera vista parece haber una contradicción histórica en el hecho de que Marx haya nacido en Alemania, el más atrasado de los grandes países europeos durante la primera mitad del siglo XIX, exceptuando desde luego, a Rusia. ¿Por qué, en el siglo XIX y a principios del siglo XX, Alemania produjo a Marx y Rusia a Lenin? ¡Esto parece ser una anomalía evidente! Pero es una anomalía que se explica mediante la llamada dialéctica del desarrollo histórico. Con la maquinaria y los textiles ingleses, la historia proporcionó el factor de progreso más revolucionario. Pero esta maquinaria y estos textiles sufrieron un lento proceso de desarrollo en Inglaterra, y, en su conjunto, la mente y la conciencia del hombre son sumamente conservadoras.[…] Pero cuando las fuerzas productivas de las metrópolis, de un país de capitalismo clásico, como Inglaterra, tienen acceso a países más atrasados, como Alemania en la primera mitad del siglo XIX y XX, y hoy en día en Asia; cuando los factores económicos explotan de un modo revolucionario, rompiendo el orden antiguo; cuando el desarrollo deja de ser gradual y "orgánico" y toma la forma de terribles convulsiones y cambios radicales en las concepciones sociales anteriores, entonces es más fácil que el pensamiento crítico encuentre una expresión revolucionaria, siempre y cuando existan previamente los requisitos teóricos necesarios en el país de que se trate.Por eso Marx apareció en Alemania en la primera mitad del siglo XIX; por eso Lenin apareció aquí en Rusia y por eso observamos lo que a primera vista parece una paradoja, que el país con el capitalismo más antiguo,más desarrollado y próspero de Europa —me refiero a Inglaterra— es la cuna del partido "laborista" más conservador.

    La ley del desarrollo desigual y combinado de la sociedad, impregnada de dialéctica por los cuatros costados, es la que explica que si bien la historia se rige por cierto determinismo, por ciertas leyes generales, es posible romper dichas leyes, es posible que la historia no las siga mecánicamente, al cien por cien, inevitablemente, es posible superar ciertas etapas, es posible prescindir de ciertos pasos intermedios. Esto lo comprendieron perfectamente Lenin y Trotsky. No así otros muchos dirigentes socialistas, presos de cierto dogmatismo, con una visión de la historia humana sometida a esquemas rígidos preconcebidos. En suma, impregnados de pensamiento metafísico. Lenin y Trotksy sí lo comprendieron porque no se olvidaron del ABC del marxismo: el materialismo dialéctico. Si se prescinde de la dialéctica se prescinde del sustento del marxismo, se prescinde de la principal herramienta para comprender y transformar la sociedad. Es imprescindible, como vemos, comprender la esencia más profunda del marxismo. Considerar correctamente el materialismo, el determinismo y el relativismo. Las bases filosóficas del marxismo. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Sin una correcta teoría revolucionaria la praxis fracasa. La praxis fracasó en demasiadas ocasiones no sólo por errores puntuales tácticos o estratégicos, no sólo por traiciones personales, sino que también por profundos errores ideológicos, por la mala interpretación de la teoría revolucionaria, por su tergiversación.

    El determinismo débil es al determinismo lo que el materialismo dialéctico al materialismo. Por otro lado, al relativismo le pasa igual que al materialismo y al determinismo. Si nos pasamos de relativistas caemos en el absurdo, obstaculizamos la comprensión del mundo y por tanto su transformación. Algunos "marxistas" también interpretan el relativismo marxista de manera excesiva. Llegan a afirmar que no hay nada absoluto, que todo lo que es depende del espacio y del tiempo. Pero, como ya hemos visto, si pensamos que no hay ninguna verdad absoluta, el propio relativismo sucumbe. Incluso podríamos llegar al absurdo de negar que haya verdades, pues si todo es relativo, también podría serlo la verdad que afirma que hay verdades (al margen de que éstas sean relativas o no, conocidas o por descubrir). Defender una idea hasta el extremo de llevarla al absurdo provoca el efecto contrario al deseado: desechar dicha idea. Si el relativismo no se "relativiza", lo enterramos. Por el contrario, si lo matizamos, se nos convierte en una útil herramienta para comprender el mundo y por consiguiente para cambiarlo.

    Como nos explican en la Wikipedia al hablar del relativismo:

    Bertrand Russell, en su obra "ABC de la Relatividad", expresa claramente que lejos de establecer relativismo, la teoría del Dr. Einstein no hizo más que definir un marco súper-absoluto, inamovible, válido para todo el universo conocido, partiendo de la velocidad de la luz en el vacío. En otras palabras, va en sentido opuesto a una pretendida relatividad de los fenómenos físicos. El mismo autor, Russell, expresa su parecer afirmando "cierto tipo de gente que se cree superior suele decir con suficiencia que 'todo es relativo', lo cual es absurdo, porque si todo fuese relativo, no habría nada relativo a ese todo".

    El relativismo relativo no debemos entenderlo como que no hay nada absoluto, sino como que no todo es absoluto, incluso como que no todo es igual de absoluto o relativo. El relativismo, bien entendido, no tomado al pie de la letra, matizado, no niega la idea de que haya algo absoluto. Simplemente, y esto ya supone un gran avance, lo que hace es darnos más perspectiva, es permitirnos buscar otro absoluto, es seguir buscando el absoluto, más general, más amplio en el espacio y en el tiempo. Relativizar, en este sentido, equivale a ampliar la escala espacio-temporal de observación. Relativizar es algo parecido a hacer un "zoom" espacial hacia atrás, o a considerar una escala temporal más grande. Si consideramos, por ejemplo, una escala temporal suficientemente amplia, nos daremos cuenta de que muchas verdades que dábamos por absolutas, eternas, no lo son. La ética, las costumbres morales, dependen de la época considerada. Al menos una gran parte de ellas. La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante dice el marxismo. Es decir, el marxismo nos dice que la ideología cambia pero que hay algunas leyes que no lo hacen, al menos no lo hacen tanto, como la que nos dice qué ideología es la dominante en cada época: la de la clase que domina la sociedad en dicha época. Lo mismo podemos decir en cuanto a otra de las leyes marxistas: Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de clases. A lo largo de la historia y hasta la actualidad (esta apreciación es importante porque significa que no sabemos realmente lo que puede deparar el futuro, el determinismo débil está aquí presente) han cambiado las clases y las luchas entre ellas, pero no el propio hecho de que la lucha de clases haya protagonizado la historia. La moral, la ética, la ideología, las costumbres, las ideas en general, cambian en el tiempo, incluso dependen de las clases sociales, puesto que dependen de las condiciones materiales de existencia (materialismo dialéctico), pero no así el hecho más radical, la verdad más absoluta, de que toda especie tiene siempre sus costumbres, de que toda vida tiene sus leyes, de que todo Universo tiene unas leyes. ¿Sería posible un Universo sin leyes? Podremos relativizar, en mayor o menor medida, las costumbres, las ideas humanas, algunas leyes físicas incluso, pero no el propio hecho de que las haya siempre, de que toda especie inteligente las tenga, de que el Universo se defina por su conjunto de leyes. Al absoluto lo vamos poco a poco acorralando, pero siempre está ahí. Muchas cosas que dábamos por absolutas se convierten en relativas, pero el absoluto sigue existiendo, siempre nos topamos con un nuevo absoluto.

    En verdad todo esto podemos reformularlo de otra manera un poco más precisa. Toda verdad tiene un ámbito espacio-temporal de aplicación, tiene unos límites, más allá de los cuales desaparece, deja de ser válida. No todas las verdades tienen los mismos límites. Una verdad es más absoluta que otra, menos relativa, cuando sus límites son más amplios, cuando es válida para un espacio más grande o para una época más larga, cuando se aplica a más lugares y a más épocas. Una verdad es completamente absoluta cuando se aplica para todos los tiempos y todos los lugares, para todo el Cosmos. Una verdad que nos parece a priori absoluta puede dejar de serlo cuando la escala considerada aumenta, cuando supera los límites de dicha verdad. Por ejemplo, la moral (burguesa) se nos aparece como absoluta si sólo consideramos la sociedad burguesa, los lugares donde existe y las épocas en las que existe. Si miramos en otros lugares o en otras épocas, donde la sociedad no se organiza de la misma manera, la moral (burguesa), que se nos aparecía inicialmente como absoluta, se nos aparece ahora como relativa. Así, la moral en general se nos aparece como relativa, por lo menos muchos aspectos de la misma, aunque no necesariamente todos, dependen del tipo de sociedad de que se trate, cambian en el espacio y en el tiempo, están relacionados con el lugar y la época. Por el contrario, cuando la escala considerada disminuye, lo que antaño se nos aparecía como relativo puede volverse absoluto. Una verdad se nos aparece, por tanto, como absoluta cuando sus límites son mayores que la escala de observación considerada, y se nos aparece como relativa, cuando ocurre justo lo contrario, cuando sus límites son menores que la escala considerada.

    En función de la escala de observación podremos ver que algunas verdades cambian pero otras no. Si analizamos un sistema cambiante, indudablemente, encontraremos más verdades que pasan de ser absolutas a relativas, o al revés. La sociedad humana es mucho más cambiante que el Universo, por consiguiente en ella abundan las verdades relativas, mucho más que en la naturaleza muerta. El relativismo en las ciencias naturales y formales no existe, dado cierto Universo. Las leyes del Universo se consideran constantes en todo él. Sin embargo, por el contrario, el relativismo moral y cultural es un hecho indiscutible, evidente, a pesar de que todavía haya quien lo niegue. Muchas verdades relacionadas con el ser humano cambian en función del lugar y la época. No todas, probablemente, porque el ser humano es ser humano, porque hay algunas verdades que dependen de la especie y no de la cultura. En una misma época dos culturas que no hayan tenido prácticamente contacto alguno tienen valores sociales distintos, y una misma cultura cambia sus valores con el tiempo. Unas verdades relativas podemos compararlas con otras, en base a otras verdades "patrón", que son absolutas para ambas. Por ejemplo, aunque cambien las formas de explotación, el propio hecho de que en distintas sociedades haya explotación hace que en todas ellas exista un concepto de emancipación, es decir, de libertad. Para el esclavo de la antigua Roma, para el siervo feudal o para el proletario del capitalismo existe algo llamado explotación, si bien no todos ellos la perciben exactamente de la misma manera, pues objetivamente no se implementa de la misma manera. Además si cogemos a dos obreros de una misma época, incluso de una misma fábrica, indudablemente, ambos percibirán su explotación no exactamente de la misma manera, pero casi. El subjetivismo no puede ser "fuerte" porque contradeciría al objetivismo, es decir, al hecho de que hay una verdad objetiva: ambos obreros son explotados, tienen una situación social idéntica, pertenecen a la misma clase social. Como vemos, tampoco podemos llevar al extremo el subjetivismo ni el objetivismo pues si no llegaríamos a contrasentidos insalvables.

    El esclavo aspira a liberarse de su amo, el siervo aspira a producir para sí mismo sin tener que dar nada del producto de su trabajo al señor de las tierras que trabaja, el proletario aspira a que el capitalista le pague un salario justo y a tener unas condiciones dignas en la fábrica en primer lugar, y a expropiar al empresario para liberarse él y todos sus compañeros de su dependencia de la clase capitalista, en segundo lugar, cuando su conciencia de clase aumenta suficientemente. En todos los casos se aspira a un concepto de libertad que es, en esencia, el mismo, si bien la manera de implementarla difiere a lo largo del tiempo, porque también cambian las formas de explotación. Las formas cambian pero no tanto el fondo. En la época romana el esclavo no puede elegir su amo, en la Edad media el siervo no puede elegir a su señor o no puede evitar dar parte del fruto de su trabajo a un señor, en la época capitalista el proletario puede elegir para quien trabaja, puede incluso no trabajar, al menos en teoría, no así en la práctica. Sin embargo, en todas las épocas, el esclavo, el siervo o el proletario no controlan su destino, no tienen opción de elegir o esta opción es mínima, a todos ellos les parece claramente insuficiente, aunque no por igual. El esclavo, el siervo y el obrero sienten todos ellos la necesidad de ser libres, aunque no con la misma intensidad ni de la misma manera. Para todos ellos ser libre significa no depender de otros, controlar sus vidas, trabajar para sí mismos y no para otros. Sus cadenas no son idénticas, pero todos ellos llevan cadenas. Todos ellos tienen un concepto de lo que es y de lo que debería ser, es decir, de la ética, de la justicia. Aunque, indudablemente, en muchos aspectos, dicho concepto de justicia difiere, pero en otros no, y no desde luego en el hecho esencial de que exista dicho concepto. A lo largo de la historia permanece la plusvalía, la apropiación del producto del trabajo de unos por otros, es decir, la explotación, el ser humano (civilizado) siempre ha sentido la necesidad de libertad. Ésta se ha mantenido en esencia igual a lo largo de la historia de la civilización humana, aunque, probablemente, por el contrario, un hombre primitivo tenía un concepto de libertad muy distinto, si es que lo tenía. A medida que el ser humano se vuelve más social, a medida que los grupos humanos aumentan en tamaño y se complejizan (división en clases), el concepto de libertad va cambiando. La libertad humana es muy distinta entre el hombre primitivo y el "civilizado", pero no tanto entre el hombre de distintas civilizaciones. Como dice el materialismo histórico, a medida que las condiciones materiales de existencia, más en concreto el modo de producción, van cambiando, así lo hacen las ideas humanas, las verdades de la sociedad humana. Aquello que permanece tiene su correspondencia en el mundo de las ideas, que también permanece esencialmente, y aquello que cambia produce cambios ideológicos. Pero esto no debe entenderse de manera mecánica y directa, las ideas, a su vez, se van influyendo unas a otras, además de provocar también cambios en lo material. Nunca debemos olvidar la dialéctica.

    El "ser" es lo real, el "debe ser" es lo ideal, lo ético, lo utópico, lo perfecto. Si asumimos que la perfección no existe, entonces la contraposición "ser" vs. "debe ser" existirá siempre, en cualquier época de cualquier especie inteligente, que sea capaz de preguntarse por el porqué de las cosas. En el momento en que una especie sea capaz de preguntarse por el "ser" se preguntará también siempre por el "debe ser". La comprensión de la realidad, mejor dicho, la aventura de intentar comprenderla, vendrá siempre acompañada de la utopía, del planteamiento de lo ideal, de la persecución de la perfección, aunque ésta nunca se alcance. Cuando nos preguntamos por qué las cosas son como son, al mismo tiempo, nos estamos preguntando por qué son así y no de otra manera, y por consiguiente nos preguntamos también si pueden ser de otra manera. El "ser" no puede existir sin el "debe ser", o sin el "puede ser". Son dos caras de la misma moneda. Se relacionan dialécticamente. Ambos conceptos son al mismo tiempo causa y efecto, aunque el "ser" es la causa última. El "ser" produce el "debe ser" (al conocer la realidad, al vivirla, nos preguntamos si es posible cambiarla). Pero el "debe ser" también produce el "ser" (al soñar y aspirar a cambiar la realidad, acabamos, en cierta medida, cambiándola). La realidad genera utopía. Y la utopía cambia la realidad. Siempre, ineludiblemente, el ideal coexiste con lo real. Que alguien se declare como no idealista no lo convierte automáticamente en no idealista. Todos tenemos cierto ideal. La diferencia estriba en lo que aspiramos, nos diferencian nuestros ideales, pero no el hecho de que unos los tengan y otros no. El más materialista (en el sentido habitual, peyorativo, de la palabra) de todos tiene también un ideal: ser materialista. El ideal es siempre el deseo de ser, el "debe ser". Un materialista, es decir, una persona que piensa prioritariamente en las cosas materiales, en el dinero, en los bienes que posee o que desea poseer, tiene también, como mínimo, un ideal, se dice a sí mismo "debo ser" materialista. Todos somos materialistas e idealistas, aunque en distintas proporciones.

    Que el marxismo se haya declarado amoral, si es que así pensamos que hizo, como así piensan algunos marxistas, no lo convierte en amoral. Que haya sustituido el "ideal" por el simple "interés" no significa que no sucumba ante el idealismo (la búsqueda del "debe ser"). Aunque diga que de lo que se trata es que el proletariado pueda imponerse sobre la burguesía, que el primero está llamado por la historia a relevar a la segunda, no significa que no persiga un ideal, aunque éste se asuma simplemente como el que una clase predomine sobre otra, que una mayoría domine sobre una minoría, que unos intereses se impongan sobre otros.

    No existe declaración más idealista que la que pronunció Marx en su día: Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo. Engels en el discurso del entierro de su amigo y compañero de fatigas dice: Pues Marx era, ante todo, un revolucionario, cooperar de este o del otro modo, en el derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. En palabras de Engels, quien mejor conoció al autor del marxismo, salvo quizás su propia familia, Karl Marx era ante todo un revolucionario. ¿Y qué es un revolucionario sino ante todo un idealista? Marx, lejos de lo que piensan muchos marxistas, tal vez el mismo Marx, fue el paradigma del idealismo, de la búsqueda de un ideal, de una realidad mejor, de un mundo diferente.

    En Marx el "ser" y el "debe ser" están muy presentes, más que en la mayoría de las personas de cualquier época. No por casualidad quien más llegó a comprender nuestra sociedad, quien sentó las bases para, por primera vez, comprenderla de verdad, planteó su transformación radical. A Marx el "ser" le posibilitó desarrollar el "debe ser". Negar en nombre del marxismo el "debe ser", la dicotomía "ser" vs. "debe ser", supone, en verdad, no comprender la esencia más profunda del marxismo. Lo que diferencia al socialismo científico del utópico es que el primero nos muestra el camino para desde el "ser" alcanzar el "debe ser", no en negar la dicotomía "ser" vs. "debe ser", sino, por el contrario, en posibilitar su resolución, su superación, mejor dicho, en acercarnos a su superación. Y ello fue posible porque Marx tuvo muy en cuenta esa dicotomía, él trabajó a lo largo de toda su vida contra viento y marea para superarla.

    Para conquistar el "debe ser" él se empeñó en estudiar profundamente el "ser". Por si quedara alguna duda acerca de su obsesión por resolver la dicotomía "ser" vs. "debe ser", basta con recordar alguna de las cosas que dijo: Mas la guía principal que debe dirigirnos en la elección de una carrera es el bienestar de la humanidad y nuestra propia perfección. La religión misma nos enseña que el ideal de vida, de quien todos se esfuerzan por copiar, se sacrificó por causa de la humanidad. ¿Y quién se atrevería a poner en la nada tales juicios?…Si en la vida hemos escogido la posición desde la cual podemos trabajar más por la humanidad, ninguna carga nos puede doblegar, porque son sacrificios en beneficio de todos; entonces experimentaremos, ya no una pequeña, limitada y egoísta alegría, nuestra felicidad pertenecerá a millones. Nuestros hechos se vivirán calladamente, pero siempre por el trabajo, y sobre nuestras cenizas se verterán las ardientes lágrimas de la gente noble. Esta declaración de intenciones se vio avalada por la praxis. Marx actuó a lo largo de toda su vida coherentemente con esa guía principal de la que hablaba cuando era joven, a pesar de que en ciertos momentos pareciera renunciar al idealismo, a pesar de sus errores, incluso de sus miserias. ¿Quién no comete errores? ¿Quién no tiene miserias?

    Como nos recuerda Justo Soto Castellanos en La ética de Marx y el marxismo, en una carta a S. Meyer, fechada el 30 de abril de 1867, tras una crisis severa de salud y en unas condiciones económicas precarias, Marx reitera su profunda entrega ética a la humanidad y en concreto a la clase que a su juicio, representa el futuro de ésta, ya que se encargará de liberar a la humanidad de la sempiterna explotación y de la lucha de clases: ¿Que por qué nunca le contesté? Porque estuve rondando constantemente el borde de la tumba. Por eso tenía que emplear todo momento en que era capaz de trabajar para poder terminar el trabajo al cual he sacrificado mi salud, mi felicidad en la vida y mi familia. Espero que esa explicación no requiera más detalles. Me río de los llamados hombres prácticos y de su sabiduría. Si uno resolviera ser un buey, podría, desde luego, dar las espaldas a las agonías de la humanidad y mirar por su propio pellejo. Pero yo me habría considerado realmente "impráctico" si no hubiese terminado por completo mi libro; por lo menos en borrador. Marx fue en verdad uno de los últimos grandes idealistas de la historia de la humanidad. Uno de los más grandes de todos los tiempos, sino el que más. No puede decirse que una persona que se sacrifica por los demás esté exenta de moral o ética. Todo lo contrario. El sacrificio es la suprema prueba del Amor. Marx demostró un gran amor por la Verdad, por la Humanidad en general. No puede haber acusación más injusta que acusar a Marx y a sus más fieles seguidores de amorales, incluso asumiendo el concepto genérico o teórico de moralidad aceptado por la sociedad burguesa: el deseo del bien de los demás. Muchos de quienes acusan al marxismo de amoral son, precisamente, quienes practican la hipocresía, quienes en nombre de la moral actúan constantemente contra ella, quienes sólo miran por su propio interés. Y no sólo eso, sino que intentan que la búsqueda del interés propio, el crudo egoísmo, sea la única ley de la sociedad, por lo menos la más importante, la ley de leyes, el sustento "moral" de la sociedad. Marx es mucho más fiel a los ideales moralistas burgueses o cristianos que la inmensa mayoría de burgueses o cristianos.

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