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La Reforma Luterana desde una mirada Católica



  1. Concepto
  2. Panorama
  3. Ambiente Pre Reforma
  4. La cuestión de las Indulgencias y la intervención de Lutero
  5. Desarrollo de los acontecimientos
  6. Bibliografía

Concepto

Por un lado en término Reforma resulta ambiguo porque puede significar tanto cambios accidentales en la vida y organización de la Iglesia (disciplina; abusos de la verdadera doctrina) como transformaciones sustanciales (contenido dogmático o concepción jerárquica de la Iglesia).

Por otro lado el término Contrarreforma acuñado por historiadores protestantes y que se refiere a los esfuerzos hechos por la Iglesia Católica para oponerse y combatir a la reforma protestante es inexacto pues no reconoce que antes de esta oposición al protestantismo ya existió una reforma en la Iglesia.

Parece más correcto hablar de Reforma Católica y Reforma Protestante. Ambas distintas pues la última no se quedó sólo en reformas accidentales, sino que fue de carácter sustancial, al introducir modificaciones dogmáticas y de estructura eclesial, rompiendo con la cabeza, es decir con Roma.

La reforma provocó un amplísimo movimiento, una honda ruptura de la cristiandad occidental. La Iglesia de occidente, que había conseguido capear diversas herejías y cismas desde el comienzo de su historia, durante el siglo XVI vio surgir en su seno la división y segregación de amplios sectores geográficos.

Panorama

En el siglo XVI, la religión afectaba a todas las manifestaciones de la vida, tanto políticas como materiales o morales. Por ello, los cambios sociales y la creciente expresión de la autonomía nacional; la corriente del humanismo; el desarrollo del capitalismo, influyeron para favorecer la reforma religiosa.

La crítica contra la Iglesia; el Papado; la Curia y contra los abusos del clero era muy viva. Además, muchos creyeron ver en la postura inicial de Lutero el cumplimiento de sus esperanzas renovadoras.

Así la Reforma Luterana, que en principio no tenía mayor fundamento teórico que otras presuntas reformas en la historia de la Iglesia, se convirtió en verdadera ruptura y en una conflagración que afectó a toda Europa y a sus estructuras políticas, sociales y económicas.

Las dos reformas, católica y protestante se desarrollaron juntas. Los espíritus más perspicaces e inquietos por la situación de la Iglesia buscaban su reforma. En todos ellos estaban presentes los mismos ideales y se manifestaban similares deseos de renovación; algunos más atrevidos como Erasmo de Rotterdam actuaban con gran libertad e independencia pero no se apartaban de la Iglesia.

Lutero fue más allá: en 1520 rompió con la Iglesia y emprendió la tarea de reforma por cuenta propia. Otros, con distintos matices le siguieron en este camino. Se inició así la Reforma Protestante, autónoma y diferenciada de los reformadores que siguieron dentro de la Iglesia.

En un principio reformadores católicos y protestantes no estuvieron definitivamente diferenciados. Existía en Roma y también entre los teólogos de ambos campos la esperanza de que la ruptura no fuera irremediable y de que podría llegarse a un acuerdo.

Sin embargo, desde 1541, en el Coloquio de Ratisbona, pudo advertirse que la conciliación era imposible, a partir de entonces la reforma católica y protestante siguieron caminos diversos. La protestante, a falta de un poder magisterial se dividió además en varias reformas que culminaron en el establecimiento de distintas iglesias. La Reforma católica, impulsada por fuerzas diversas dentro de la Iglesia y acogida finalmente por Roma, culminó en los decretos del Concilio de Trento.

Ambiente Pre Reforma

a) Unanimidad en el deseo de reforma:

Desde mediados del siglo XV buena parte de los católicos clamaba por la reforma de la Iglesia o parecía desearla. Esto llevó a crear nuevas órdenes religiosas o mejorar la observancia en las ya existentes. Algunos obispos fueron más rigurosos al momento de la ordenación de clérigos o para exigir a monjes y canónigos a vivir de acuerdo con sus reglas y cumplir sus obligaciones. Pero esto no era suficiente, la verdadera reforma debía ser general y tenía que venir desde la cabeza.

El sentimiento de que la Iglesia debía ser reformada tuvo manifestaciones diversas. Así por ejemplo, los obispos italianos se referían al aparato institucional del Vaticano que en su opinión era demasiado complejo y debía simplificarse. Los miembros de órdenes religiosas hablaban de la necesidad de adoptar la observancia de sus respectivas congregaciones a los patrones que habían diseñado los fundadores. Los laicos buscaban terminar con ciertos abusos de los tribunales y de la jurisdicción eclesiástica. Además, todos, incluidos muchos eclesiásticos, consideraban las contribuciones fiscales de los países cristianos a la curia excesivas y mal utilizadas.

Había muchas quejas también de que las censuras eclesiásticas – la excomunión y el interdicho- se utilizaban por la Santa Sede con mucha facilidad o por razones triviales, como por ejemplo, para la colecta de impuestos.

Sin embargo, cuando se hablaba de reforma por lo general se estaba planteando una reforma administrativa, legal o moral, es decir, cambios formales, no de doctrina. El problema estaba en cómo lograrlo.

b) Relajación del Clero:

El espectáculo moral no era halagüeño. Había pastores fervorosos, dedicados s su ministerio, pero abundaban los obispos y prelados deseosos de aumentar sus rentas y privilegios, ávidos de poder, con deficiente formación doctrinal y vida ascética.

Existían también excelentes teólogos y austeros reformadores de las órdenes; monjes humildes y observantes, pero había también muchos monjes y frailes que vivían en la relajación, descuidaban la pobreza y la guarda de la clausura, estipuladas en sus reglas.

También eran frecuentes las disputas entre diferentes órdenes, y entre ellas y los sacerdotes seculares – no siempre por motivos razonables- que causaban escándalo entre los fieles.

Muchos miembros del clero alto y bajo llevaban una vida espiritual mediocre, cuando no escandalosa, viviendo en público concubinato e incumpliendo sus funciones pastorales. El desprestigio de los eclesiásticos era tal que, en 1502, Erasmo podía decir – con exageración- que el mayor insulto para un laico era llamarle clérigo o monje.

c) Desprestigio de la autoridad moral del papado:

En la cabeza de la Iglesia la situación era también lamentable. El prestigio de los romanos pontífices comenzó a menguar en los primeros decenios del siglo XIV, desde que Clemente V situó su sede en Avignon, a orillas del Ródano. Durante los casi setenta años en que la corte pontificia residió ahí, los Papas perdieron universalidad y autoridad (se les acusaba de extremo afrancesamiento y dependencia absoluta respecto de los nobles franceses).

Este desprestigio se prolongó y acrecentó durante el lamentable Cisma de Occidente (1378-1417), cuando en la Iglesia aparecieron simultáneamente dos Papas, uno italiano y otro francés (y hasta tres en cierto momento) sin que los cristianos se pudieran poner de acuerdo sobre el verdadero. Santos como Catalina de Siena o Vicente Ferrer, siguieron obediencias distintas. Urbano VI y Clemente VIII se excomulgaron recíprocamente, incluyendo en sus anatemas a todos los príncipes y pueblos que obedecían a su rival.

Los Papas, después del Concilio de Constanza (1414) solucionaron el Cisma y realizaron esfuerzos por la reforma y restauración de la autoridad papal, pero a partir del pontificado de Sixto IV (1471) se dejaron arrastrar por las tendencias del siglo. Practicaron el nepotismo y su moralidad dejó a veces mucho que desear; se cuidaron más del logro de sus aspiraciones políticas que de los problemas espirituales y del verdadero gobierno de la Iglesia. La cristiandad contempló atónita la inmoralidad de los Borgia (Alejandro VI); a Julio II con la espada al frente de los ejércitos papales, y a León X como gran príncipe del renacimiento, viviendo en el lujo y en el boato, rodeado de artistas y humanistas.

d) Las actitudes a comienzos del siglo XVI:

¿Por qué a comienzos del siglo XVI el deseo de reforma era mucho más fuerte que cien años antes?

Durante el siglo XVI se produjo un fenómeno de extensión del sentido religioso, sin embargo – especialmente en las regiones situadas al norte de los Alpes- de un sentimiento religioso angustiado. Si bien desde el siglo XV la piedad cristiana se manifestó más intensamente por ejemplo, mediante la frecuente asistencia a misa, en ocasiones varias veces al día; por la devoción a la Virgen; por la práctica del Vía Crucis; el rezo del Ángelus y del Rosario, este fervor estuvo impregnado – producto de cierto desconocimiento de la recta doctrina- de supersticiones y hasta de una morbosa exaltación de lo demoníaco. Hacia 1500 fueron quemadas en los países de lengua alemana muchas personas acusadas de brujería. La muerte, las tentaciones y lo demoníaco se convirtieron en temas preferidos de los artistas. Paralelamente la literatura apocalíptica insistió en la inminencia del fin del mundo, en la ruina de la Iglesia, en la llegada del anticristo.

La angustia se apoderó de la sociedad en los países del norte europeo, y en esos momentos la Iglesia se mostró incapaz de responder a los requerimientos de orientación y consuelo. Así, cuando la Iglesia parecía no tener arriba quien dirigiera y encauzara esos impulsos populares, cuando obispos y sacerdotes se mostraron pasivos o incapaces de instruir al pueblo, se abrió un profundo foso entre la Iglesia y el resto de la sociedad nórdica.

e) La importancia de príncipes y humanistas:

La situación del pueblo y la Iglesia no eran razón suficiente para que los deseos de reforma derivaran hacia una ruptura. Existían otras causas: el creciente poder de los nobles alemanes sobre sus respectivos territorios y la influencia de la crítica de los humanistas.

f) Fortalecimiento de los príncipes alemanes:

En la medida que los nobles alemanes se fortalecieron, las Papas fueron perdiendo su autoridad sobre las iglesias de esos territorios en orden al nombramiento de altos cargos eclesiásticos y a la imposición de tributos.

Cuando sucedió lo de Lutero, éste enseñó el camino para rebelarse contra el papado romano. Se mostró en este sentido como una alternativa para crear una iglesia nacional bajo el control de los príncipes y ajena a la soberanía de la Santa Sede. Este proyecto, impulsó a muchos de ellos a abrazar la reforma.

g) La crítica humanista:

La relación de causa-efecto entre Humanismo y Reforma no es aceptable por completo, pero no puede negarse que hay cierta conexión en cuanto a que el Humanismo forjó la herramienta intelectual que usaron los reformadores.

Los modelos del Humanismo fueron tan variados como las personas: Tenían poco en común, salvo su amor a la antigüedad. Por ello nos centraremos en Erasmo de Rotterdam, el principal representante del Humanismo cristiano.

Desiderio Erasmo (1466-1536), nacido en Holanda, fue quien formuló y popularizó el programa de reforma del Humanismo cristiano. Erasmo fue educado en una de las escuelas de los Hermanos de la vida Común. Hacia 1500 se había volcado seriamente a los estudios religiosos, en los que se concentró en conciliar los clásicos con el Cristianismo.

Para Erasmo, la reforma de la Iglesia significaba difundir el entendimiento de la filosofía de Cristo, proporcionar educación ilustrada sobre las fuentes del antiguo Cristianismo y hacer una crítica de lo que él llamaba los abusos de la Iglesia. Esta última fue especialmente evidente en su obra Elogio de la Locura, escrita en 1511.

Elogio de la Locura mostraba una imagen satírica de la sociedad de su tiempo en la que la insensatez, personificada en una mujer, dominaba los asuntos de la humanidad. En su obra fue especialmente crítico con la Iglesia y las devociones populares. Hacía escarnios sobre monjes y papas; criticaba ácidamente lo que consideraba corrupción eclesiástica; mostraba su desprecio por las prácticas populares, teñidas según planteaba, de supersticiones. Nadie quedó fuera, criticó a los teólogos a quienes consideraba pedantes, manipuladores de las nociones racionales y preocupados solo de minúsculas disputas de escuela. Nadie contribuyó en mayor medida a desacreditar la reputación de los papas y del clero, de los monjes y sobre todo, de los teólogos.

Para superar la crisis propuso en su Enchiridition militis christiani (1503), las líneas maestras de una nueva teología. Había de ser una teología muy simple, según él, más cristiana, más bíblica, menos fundada en sutilezas lógicas y dirigida más directamente al corazón. Quería que la Biblia llegara a la mente y el corazón humanos, deseaba que todos pudieran leer la Biblia en lengua vernácula y que circulara incluso entre los más humildes.

Comparada con esta teología, fundada en el estudio sencillo de la Biblia, las complejidades de la devoción popular aparecían a los ojos de Erasmo, ridículas. El culto de las imágenes de la Virgen y de los santos; las peregrinaciones, le parecían devociones vulgares y obstáculos para la verdadera religión. Consideraba que el pueblo cultivaba una religión puramente externa, que anteponía las peregrinaciones, las indulgencias y las reliquias, al auténtico cambio del corazón y de la conducta.

Erasmo como muchos otros humanistas, pretendía solamente ridiculizar estas expresiones religiosas para purificarlas y cambiarlas. Pero la crítica escueta resulta a veces peligrosa. En aquel momento en que estaban trabajando fuerzas poderosas, por una parte para mantener el estado de cosas en la Iglesia, y de otra, para promover un cambio profundo en las estructuras y en las conductas, utilizar la burla y el sarcasmo sobre instituciones, personas e ideas eclesiásticas, resultaba como jugar con fuego.

La reforma de la Iglesia preconizada por estos humanistas críticos, se iniciaría de forma violenta, por fuerzas ajenas a ellos y al margen de la cabeza. Por esto ya en el siglo XVI se hizo popular el refrán "Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló". El propio Erasmo lo reconoció cuando años más tarde, afirmó que de haber sabido lo que iba a ocurrir, no hubiera escrito sus libros.

La cuestión de las Indulgencias y la intervención de Lutero

El 31 de octubre de 1517 Lutero hacía pública su protesta contra la predicación de las Indulgencias, según la tradición, clavando en la puerta de la capilla del castillo de Wittenberg sus "Noventa y cinco tesis sobre la Indulgencia". Tenía entonces 34 años y era profesor de Santa Escritura en la Universidad de Wittenberg.

La cuestión había surgido de la manera siguiente: En 1507 el Papa Julio II había decidido demoler la vieja Basílica de San Pedro y edificar una nueva más grandiosa. Las sumas necesarias fueron recogidas mediante las bulas de indulgencias. Es decir, concesión de indulgencia plenaria (remisión de las penas temporales debidas por los pecados, ya perdonados en el sacramento de la penitencia), que podían ganar todos aquellos, que después de haber confesado y comulgado, contribuyeran con dinero a esta obra.

En Alemania esta predicación se hizo de manera escandalosa. El Papa León X había en cargado de ella al Arzobispo de Maguncia, Alberto de Brandeburgo, espíritu culto, pero de costumbres relajadas, quien para mantener sus lujos y vanidades necesitaba abundante dinero. Era también Arzobispo de Magdeburgo y Administrador de la sede de Halberstadt. Para conseguir estas diócesis había tenido que pagar a Roma grandes sumas que fueron obtenidas en préstamo de la banca Függer, y para resarcirse consiguió ser nombrado comisario de la indulgencia, pensando en quedarse con una parte.

Alberto de Brandeburgo dio instrucciones escritas en las que animó a los predicadores a utilizar términos de elogio extremo y en ellos se defendían discutibles opiniones doctrinales que llevaron a que en la práctica, el pueblo, desconocedor de ciertas sutilezas doctrinales, pensara que al comprar indulgencias estaba adquiriendo el perdón de los pecados. Johan Tetsel, un sacerdote dominico pregonaba las indulgencias con el lema: "Tan pronto la moneda en el cofre tintinea, el alma del purgatorio ya sale y aletea".

Lutero se dirigió entonces a su Obispo y al propio Arzobispo Alberto de Brandeburgo-Maguncia, expresándoles su preocupación y rogándole a este último que revocara la instrucción dada a los predicadores y la sustituyera por otra más ajustada a doctrina. Como no fue oído, publicó sus noventa y cinco tesis contra la venta de las indulgencias.

Lutero siempre dijo que con su acto no pensaba sino en combatir los abusos y esclarecer la verdadera doctrina; pero a pesar de sus afirmaciones, llegaba a condenar completamente las indulgencias y a poner en duda el poder de la Iglesia para administrar la salvación.

a) La reacción ante las noventa y cinco tesis.

El efecto explosivo de las tesis de Lutero, más que en el aspecto teológico, estuvo en su tono polémico. Lutero al expresar sus críticas, puso de manifiesto inquietudes y resentimientos latentes sobre todo en las regiones del norte de los Alpes; vino a ser el portavoz del descontento sobre algunos de los procedimientos eclesiásticos. Así se explica que sin él saberlo, las noventa y cinco tesis fueran impresas a fines de 1517 en diversas partes y tuvieran una difusión y un eco que probablemente ni el mismo Lutero había deseado.

b) ¿Quién era Lutero?

Nacido en 1483, sus antepasados eran campesinos del borde occidental de la selva de Turingia. Estudió artes liberales en la Universidad de Erfurt. Su padre deseaba que continuara estudios de Derecho, pero repentinamente, el 17 de Julio de 1505, ingreso en el Convento de los agustinos de Erfurt. En abril de 1507 fue ordenado sacerdote.

En el momento de su primera misa, relató luego, un estado de angustia que le impulsó a huir del altar de apoderó de él. Esto refleja hasta que punto estaba influido por la idea de la aplastante majestad de Dios.

En otoño de 1508 fue llamado a enseñar filosofía moral en el Convento agustino de Wittenberg, a la vez que seguiría estudios de teología. Lutero era entonces un monje que buscaba la perfección. Se doctoró en teología y se le confió la cátedra de Sagrada Escritura. La lectura y la meditación de la Biblia llegaron a serle profundamente familiares.

Nervioso, sensible, el agustino tuvo que luchar contra violentas tentaciones y numerosas dificultades. Su idea oscura y trágica de Dios le condujo a un estado de angustia morbosa, marcada por el deseo de saber si había de salvarse. Esta angustia le llevó al borde de la desesperación; llegó a sentirse condenado, a creer que Dios no le amaba. Estaba abrumado, enfermo bajo el peso de la idea de un Dios caprichoso y arbitrario.

c) La doctrina de la Justificación:

La desesperación de Lutero tuvo su punto más álgido entre 1513 y 1518. El dilema de Lutero había derivado de su concepto de la "Justicia de Dios", que él interpretaba como una justicia punitiva en la que Dios sopesaba los méritos o buenas obras de los humanos como una condición necesaria para la salvación.

A Lutero le pareció que la Iglesia estaba pregonando que cada uno tenía que ganarse la salvación haciendo buenas obras. A los ojos del monje, los seres humanos, débiles e impotentes a la vista de un Dios todopoderoso, nunca podrían hacer lo suficiente para justificar la salvación en estos términos.

A través de su estudio de la Biblia, en especial de la Epístola de San Pablo a los romanos (I, 17), Lutero observó otra forma de ver la justicia de Dios: "Noche y día lo ponderé hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la enunciación de que "los justos vivirán por su fe" Entonces comprendí que la justicia de Dios es esa rectitud por la cual, mediante la gracia y la compasión pura, Dios nos justifica a través de la fe. A partir de lo cual me sentí renacido y que había pasado por los puentes abiertos al paraíso"[1]

La doctrina de la justificación por la Gracia mediante la sola fe se convirtió en la principal doctrina de la reforma protestante (la justificación es el acto por el cual una persona se hace merecedora de la salvación).

Puesto que Lutero había llegado a esta doctrina partiendo de su estudio de las escrituras, la Biblia se convirtió para él, así como para todos los demás protestantes, en la principal guía a la verdad religiosa. La justificación por la fe y la Biblia como la sola autoridad en asuntos religiosos fueron las columnas gemelas de la reforma protestante.

Desarrollo de los acontecimientos

Lutero no deseaba entrar en conflicto con la Iglesia, pero fue arrastrado por los acontecimientos. El movimiento alemán anti romano tomó su partido. Alberto de Brandeburgo envió las tesis de Lutero a Roma. El superior de Lutero le hizo varias amonestaciones fraternas que no tuvieron resultado positivo.

En los meses sucesivos las cosas se complicaron. Los dominicos acusaron a Lutero de que sus tesis cuestionaban la autoridad del Papa, y, por ello, estaba incurso en herejía. . En Roma se le abrió un proceso eclesiástico en Junio de 1518 y se le citó, pero la vista del juicio se hizo en Alemania. La Dieta de Augsburgo fue escenario del juicio, a ella concurrió el Cardenal Cayetano como legado papal para examinar el caso. En octubre de 1518 el legado acusó a Lutero de rebelión contra la autoridad del Papa, exigiéndole que se retractara de lo dicho. Lutero fue respetuoso, pero se negó. Era una rebelión contra Roma.

Lutero se convirtió entonces en héroe de la nación alemana. La opinión general estaba bien dispuesta a oírle. Caballeros, ciudadanos y campesinos, apenas capacitados para comprender a Lutero en el plano religioso, se sintieron atraídos por la reforma que el monje agustino proclamaba.

La crítica contra la Iglesia se desató en panfletos, sátiras, caricaturas y grabados en los que Lutero y sus partidarios se esforzaban en insultar y difamar al Papa, los Cardenales, sacerdotes y monjes.

A mediados de 1520 Alemania entera estaba detrás de Lutero, se le consideraba "el realizador de la reforma". El 3 de enero de 1521 una Bula Papal había sancionó su definitiva excomunión. El nuevo Emperador Carlos V citó a Lutero ante le Dieta de Worms (enero-mayo de 1521). En ella el joven Emperador, esperanzado en lograr una solución, le invitó a retractarse. El reformador se negó apelando a la Sagrada escritura y a su conciencia. Finalmente, el 25 de mayo el Emperador firmó el Edicto de Worms que condenaba a Lutero al destierro y a que sus libros fueran quemados.

La cristiandad occidental estaba ya definitivamente rota. Una era de pasión religiosa sería seguida por una era de guerras religiosas.

Bibliografía

  • Atkinson, James. Lutero y el nacimiento del protestantismo. Madrid: Alianza Editorial, 1980

  • Febvre, Lucien. Martín Lutero: un destino. México. Fondo de Cultura Económica, 1985. 

  • Spielvogel, Jackson. Civilizaciones de Occidente. Thomson Editores. Ciudad de México, 2008.

  • Vásquez de Prada, Valentín. Renacimiento, Reforma, Expansión Europea. Historia Universal EUNSA. España, 1984.

  • Winks, Robin. Historia de la Civilización. Pearson Educación. Ciudad de México, 2007.

 

 

Autor:

Alberto Bersezio

 

[1] Jackson Spielvogel. Civilizaciones de Occidente. Tomo I pag. 460.

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