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Diez años de estabilidad. Una dura salida (Argentina)




Enviado por Pamela Furrer



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El
    preacondicionamiento de la política económica
    de los 90´
  3. Un éxito
    peligroso
  4. Los límites
    nacionales
  5. Reformas: el
    ingreso que compensa
  6. Un mundo a
    favor
  7. Una piedra en el
    camino
  8. El comienzo de una
    larga agonía
  9. Una bomba que no
    tardó en estallar
  10. Un vecino
    perspicaz
  11. Conclusión
  12. Anexo
  13. Bibliografía

Introducción

Di Tella y Zymelman expusieron que el análisis de
la historia económica se logra a través del estudio
de procesos económicos ordenados históricamente,
que permitan comprender el qué, cómo y
porqué de los hechos fundamentales que marcaron al
país. Siguiendo estas ideas, y habiendo analizado el
desarrollo de las diferentes etapas por las que atraviesa la
economía argentina, centrándonos en el campo de la
política económica, el punto de inflexión
marcado por el Plan de Convertibilidad nos introdujo en el
análisis íntegro de sus efectos.

Asimismo, no pudimos pasar por alto el hecho de que un
país vecino con características similares al
nuestro, como Brasil, haya puesto en marcha en igual
período un plan con similares bases y objetivos, pero con
desenlaces tan marcadamente disparejos.

Ambas economías constituyeron casos inicialmente
exitosos en el siglo XIX, que fueron capaces de mantener su
posición dentro del grupo de países avanzados. La
estancia y la fazenda constituían resabios semifeudales de
la herencia colonial. A partir de allí, ambos fueron
impactados por grandes corrientes de hombres y capitales desde
Europa, siendo Argentina la más beneficiada por estos dos
flujos en términos del tamaño de su mercado y la
población preexistente. Sin embargo, el modelo
brasileño resultó mucho más concentrador
tanto en acumulación de capital como en
distribución del ingreso como consecuencia de las
diferentes funciones de producción: economía
agrícola y pecuaria en Argentina y economía de
plantación en Brasil. En cuanto a relaciones
internacionales, la desarrollada entre Brasil y Estados Unidos
(fines del siglo XIX, principios del XX), permitió flujos
de inversión mucho más intensos que los que
logró atraer Argentina de éste
último.

A finales del siglo XX, Brasil, a pesar de no haber
encuadrado dentro del modelo de países nuevos (finales
XIX, principios del XX) pudo llevar a cabo un desarrollo
acelerado y dinámico de su modelo capitalista
tardío debido al aprovechamiento de la nueva onda
industrializadora y a la participación estatal en el
sistema económico.[1]

En virtud de lo descripto, el presente trabajo consiste
en analizar los efectos del Plan de Convertibilidad en Argentina,
durante el período 1991-2002, compararlos con los del Plan
Real en Brasil (ambos caracterizados por constituir el hito
inicial del rediseño de las principales economías
del Cono Sur), y lograr finalmente dar respuesta al porqué
de los distintos resultados que generó la salida de los
mismos.

El
preacondicionamiento de la política económica de
los 90´

Hacia 1989, el pueblo argentino vivía constantes
episodios de alteración del orden público, frente a
una situación económica inmanejable, al borde del
colapso, caracterizada por el desborde inflacionario, resultado
de un déficit fiscal persistente. Este desequilibrio no
tardó en trasladarse al escenario político
provocando la renuncia de Raúl Alfonsín, quien
transfiere el mando a Carlos Saúl Menem,
configurándose así "dos hechos inéditos:
el desborde hiperinflacionario y la transmisión de mando
entre dos presidentes de distinto partido elegidos
limpiamente".
[2]

Una vez electo, Menem arma un gabinete para la
conducción económica del país, nombrando
funcionarios provenientes del Grupo Bunge & Born, empresa que
era símbolo del antiperonismo más recalcitrante.
Esta elección tuvo sus primeras manifestaciones en las
leyes de emergencia económica, por la cual se
suspenden los regímenes de promoción industrial,
regional y de exportación, y las preferencias que
beneficiaban a las manufacturas nacionales mediante la Ley de
Compre Nacional; se autorizan licencias para empleados
públicos; se pone final a los esquemas salariales de
privilegio en la administración; se impulsa la reforma de
la carta orgánica del Banco Central en pos de su
independencia; y se endurecen las penas a la evasión
tributaria; y en la reforma del estado, que fijó el
marco normativo de las privatizaciones de empresas
públicas, rutas, puertos, ferrocarriles, planteó
objetivos de apertura comercial, y otorgó mayor laxitud en
las negociaciones con los organismos de créditos
internacionales.

Partiendo del primer Ministro nombrado por este
Gobierno, Miguel Roig, hasta Domingo Cavallo, se sucedieron una
batería de Ministros y Planes que no lograron grandes
avances en materia de estabilización de precios.
Inicialmente se implementaron medidas antiinflacionarias
ortodoxas combinadas con incentivos favorables a las
exportaciones; tras el fallecimiento de Roig, y la
asunción de Rapanelli, los nuevos mecanismos implementados
por éste seguían sin atacar los problemas
estructurales que frenaban la creación de la riqueza y
estimulaban la formación de burbujas especulativas
financieras, lo cual desencadenó en una nueva
hiperinflación. Hacia fines de 1989 asume Antonio Erman
González, quien lleva a cabo varios "miniplanes",
destacándose el plan "Erman II", tristemente
célebre como "Plan Bonex", cuyo objetivo consistió
en frenar la inflación canjeando títulos de la
deuda interna y plazos fijos por nuevos bonos del estado, los
Bonex 89; como resultado mejoró la situación
presupuestaria, pero contrajo la actividad económica y la
inflación no cedió. En suma, todos daban cuenta de
la dificultad que imponía controlar la crisis profunda del
país, y a la vez generaban condiciones para lo que luego
sería el Plan de
Convertibilidad.[3]

El proceso de privatizaciones llevado a cabo hasta
entonces, había sido acelerado y con imperfecciones
contractuales (incluyó a Entel, Aerolíneas
Argentinas, Empresas Petroquímicas y varios canales de
televisión), sus ingresos contribuyeron a equilibrar las
cuentas públicas, pero sin alcanzar la estabilidad de
precios. Esto último sumado a la conversión de la
deuda de corto plazo en obligaciones menos apremiantes, y las
cuantiosas reservas con las que contaba el Banco Central, fueron
indicios que estimularon al gobierno a pensar una propuesta
más arriesgada: no sólo reducir la
inflación sino sencillamente eliminarla.

Aldo Ferrer expone que el candidato peronista
había planteado en su campaña de 1989 el
salariazo para recuperar el poder adquisitivo de los
trabajadores, la revolución productiva para el crecimiento
y la transformación económica del país; pero
ya en el poder marcó las verdaderas orientaciones de su
Gobierno y de las alianzas que lo sustentarían, convocando
al Grupo Bunge & Born para conducir la política
económica.

Sin embargo, la hiperinflación, consecuencia
inmediata de la veloz fuga de capitales que agotó la
emisión monetaria (último recurso del estado para
afrontar sus pagos), llevó a un fuerte deterioro de la
confianza exterior depositada en el estado argentino, creando un
escenario en el que las políticas de reforma fueron
necesarias, y se habrían aplicado ya sea por haber
adoptado el gobierno justicialista ese enfoque, o finalmente por
la fuerza de los hechos.

La situación política mundial
constituyó un impulso adicional para la
implementación de este tipo de políticas. Se
intensificó la internacionalización del comercio y
de las finanzas; sin embargo, el renovado vigor del intercambio
si bien fue un evento global, se concentró en los
países desarrollados. También influyeron la
inversión directa extranjera, la colocación de
bonos entre inversores individuales y fondos comunes, los
procesos de integración regional (facilitando los recortes
arancelarios), y la caída del comunismo que aceleró
la globalización (integración de los mercados de
bienes y capitales).

"En este contexto externo y sobre la base del
aumento de reservas del Banco Central […], se
realizó una reforma monetaria fundada en un sistema de
caja de
conversión…".
[4]

Un éxito
peligroso

El 31 de Enero de 1991 asume la cartera de
economía el Dr. Domingo Cavallo, debido a la renuncia del
anterior ministro. Según lo plantea el FIDE en su Informe
Especial, todavía debían ajustarse algunos puntos
antes de presentar un plan económico, había que
enfrentar el atraso cambiario y el costado recesivo de las
medidas (que afectaban el equilibrio fiscal), ya que éstos
serían "los que a la postre se convertirían en
los dos talones de Aquiles del Plan de
Convertibilidad
".[5]

La Convertibilidad en Argentina fue implementada a
partir de la Ley 23.928 sancionada y promulgada el 27 de marzo de
1991 por el Congreso de la Nación. Esta norma en su
artículo 1º, declara "la convertibilidad del
austral con el dólar de los Estados Unidos de
América […] a una relación de diez mil australes
(10.000 A) por cada dólar, para la venta en las
condiciones establecidas por la presente
ley"
[6], fijándose así el tipo
de cambio que luego se transformaría en "un peso = un
dólar". El hecho de que el valor del dólar
estuviese fijado por ley daba cierto plus de credibilidad a ese
precio, ya que se trataba de una promesa legislativa.

Sin embargo el Plan de Convertibilidad, no sólo
fue un programa tradicional de tipo de cambio fijo. Los amplios
aspectos involucrados en la concepción de la
convertibilidad se complementaban con éste, el cual
resultó mucho más extenso que la simple ley, ya que
abarcaba el campo monetario y cambiario. Imponía al Banco
Central adoptar una política monetaria pasiva,
obligándolo a mantener reservas en divisas capaces de
comprar toda la base monetaria, al tipo de cambio que
establecía la ley, respaldando el 100% de los billetes y
monedas en circulación, incluyendo los depósitos a
la vista. De esta manera, se eliminaba la cantidad de moneda y
las tasas de interés como instrumentos de política
económica, transformando a la oferta monetaria en una
variable "procíclica": en las etapas ascendentes se
atraían capitales, expandiendo la base monetaria y en las
etapas recesivas se fomentaba la salida de capitales y
reducía la cantidad de
moneda.[7]

El Gobierno optó por abdicar de un instrumento de
política económica que impone obligaciones tanto al
sector público como al privado; obligaciones destinadas a
asegurar el control fiscal y las ganancias de productividad que
se requieren para restituir calidad a la moneda argentina, y
poder crecer sostenidamente.

Durante los primeros meses, el índice de precios
al consumidor creció a un ritmo similar al de comienzos
del Plan Austral; sin embargo, a fines de 1991 se registraron
tasas mensuales menores al 1%. El índice mayorista fue
manipulado por la competencia externa y el tipo de cambio fijo.
La estabilidad de precios y la previsibilidad produjeron un
fuerte crecimiento del producto, con tasas de crecimientos
superiores al 5% (con excepción de 1995, consecuencia del
"efecto Tequila", y la recesión). Al igual que el Plan
Austral, la convertibilidad adhirió "…a una
explicación de la inflación de corto plazo por
costos, demanda y expectativas, y adoptó una
política de Shock heterodoxo[8]para
remediarla".[9]

La reaparición del crédito a tasas
más accesibles y previsibles, y el aumento del poder de
compra de los salarios reales derivado de la desaparición
del impuesto inflacionario, resultaron ser poderosas fuerzas de
expansión puestas en marcha por la estabilización,
pero ni siquiera esa expansión inédita fue
suficiente para abastecer a una demanda interna en franca
recuperación, repercutiendo en el resultado de la Balanza
de Pagos. Ésta última, también se vió
influenciada por los frutos de la Reforma Tributaria, y el dinero
proveniente de las privatizaciones (las cuales cumplían un
papel muy importante pero no exclusivo), gracias a lo cual se
logró revertir el
déficit.[10]

El boom económico había alcanzado hasta
los estratos más vulnerables de la sociedad, y atenuado la
mortandad empresarial que la apertura externa había
traído, ya que si bien muchos rubros pudieron
reconvertirse, otros simplemente desaparecieron por no poder
adaptarse a la competencia externa, lo que generó una baja
pronunciada en la cantidad de establecimientos
industriales.

"En 1992, parecía instalado el milagro
argentino, que era presentado, en el país y en el resto
del mundo, como el ejemplo más notorio del éxito de
la política
neoliberal".
[11]

Los
límites nacionales

La pausa al exhausto cuadro fiscal que diera el frente
del endeudamiento externo[12]permitió
financiar desequilibrios externos con nuevos capitales. Bajo este
escenario se celebra el Plan Brady (donde el Departamento del
Tesoro de los Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial le
concedían a Argentina mayores plazos para el pago de la
deuda, a cambio de profundas reformas estructurales), alimentando
el flujo de capitales y la demanda agregada.

Sin embargo el plan siguió sin equilibrio fiscal,
esto llevó a un creciente endeudamiento externo, y
creciente déficit de comercio, provocado por la apertura y
sobrevaluación cambiaria, que sumado a los intereses de la
deuda, demandaban cuantiosos pagos al exterior. El desequilibrio
fiscal también provocó una sostenida desconfianza
con la consecuente suba del riesgo
país[13]así el peso de los intereses
se hace insostenible y la cesación de pagos se vuelve una
amenaza cierta, aumentando el costo financiero de las empresas.
Sin embargo, "había abundantes capitales dispuestos a
financiar a aquellos países que pagaran un pequeño
sobreprecio, el riesgo país
".[14] Cabe
aclarar que el hecho de que ésos fueran posibles no
significaba que fueran deseados y no dejaba de perjudicar al
Plan.

El asunto de las cuentas externas era planteado
ambiguamente por el Gobierno, quien resaltaba el aumento de la
Inversión por sobre la existencia de déficit, al
cual consideraba sólo como una etapa en el proceso de
crecimiento. A pesar de esto, destacaba el efecto de la
apreciación cambiaria sobre la competitividad, y toma
medidas tales como la desregulación de varios mercados,
reducción de impuestos internos, específicos y
laborales, eliminación de aranceles a la
importación de bienes de capital; también se
reimplantan incentivos a la exportación y
recuperación de aranceles, a fin de mejorar la balanza
comercial.

Como parte del proceso de inversión tendiente a
aumentar la productividad de las empresas (y consecuente aumento
de la competitividad), se pasa de un régimen jubilatorio
de reparto a un régimen mixto (asentado sobre la
capitalización de aportes individuales), que
impulsaría el aumento del ahorro privado. Como resultado
se obtienen cambios en la organización del trabajo, y una
amplia participación del capital externo, caracterizada
por la diversificación: apoyo a las típicas
actividades industriales, los servicios y las actividades
petroleras y mineras.

El modelo económico tuvo que enfrentar el aumento
de la tasa de desempleo, que subió desde un 7% (1992)
hasta niveles mayores del 14% (1995), pasando por picos de
más del 18%[15], generada por la
liberación comercial, la reorganización del Sector
Público, las privatizaciones, y el aumento de la
población dispuesta a trabajar, ya sea por la posibilidad
de obtener salarios más altos o por la falta de trabajo
que podía experimentar otro miembro de la familia. Ese
descenso había sido compensado en un inicio por el impacto
que tuvo el aumento del producto sobre el empleo. Sin embargo, a
pesar de la disminución del empleo por un lado, la
economía crecía por el otro, debido al
abaratamiento de los bienes de capital (como respuesta al grado
de apertura comercial y reaparición del crédito),
la existencia de regulaciones que dificultaban la
contratación, y el rápido proceso de
modernización (producto de las reformas estructurales),
que generaron un excedente de empleo que solo pudo ser absorbido
en parte, por firmas nuevas.[16]

Reformas: el
ingreso que compensa

En el proceso de privatización pueden
diferenciarse dos etapas[17]

  • 1- Entre 1989 y 1991, Roberto José
    Dromi, Ministro de Obras y Servicios Públicos,
    diseñó y llevó adelante la primera etapa
    del proceso de privatizaciones, caracterizadas por su
    celeridad, improvisación y desprolijidad. Entre sus
    acciones se destacó la privatización de la
    empresa Aerolíneas Argentinas y de los caminos,
    mediante el sistema de peajes privados. Fue un proceso
    ineficiente, pero impactó sobre las cuentas
    públicas positivamente, ganó reputación
    en el mundo de los negocios, y se tradujo en fuertes ingresos
    extraordinarios al Tesoro o canjes por deuda pública.
    Comenzó a cerrarse la brecha tecnológica y
    organizativa con su consecuente incremento de la
    productividad.

  • 2- Desde 1991, con Domingo Cavallo como
    Ministro de Economía se inicia la segunda ronda en un
    contexto macroeconómico más aliviado, que
    permitió al estado llevar a cabo una mayor
    regulación del proceso. "Paramos todas las
    privatizaciones prácticamente durante todo 1991.
    Porque antes de vender los activos y dar las concesiones, yo
    quería que estuvieran bien definidas las reglas del
    juego, y como se trataba nada menos que […] de
    servicios todos muy importantes para el buen funcionamiento
    de la economía, le pedí a los responsables de
    las áreas en las que había que continuar con
    las privatizaciones, que trabajaran previamente en la
    introducción del máximo de competencia, y en la
    definición de buenas regulaciones, cuando fueron
    necesarias".[18]
    Las condiciones para
    estas privatizaciones se fijaron en la Ley de Reforma del
    Estado, autorizándose al Poder Ejecutivo a
    intervenirlas, a eliminar sus directorios y órganos de
    administración, a modificar sus formas societarias, a
    dividirlas y enajenarlas. La única restricción
    que se impuso fue la creación de una Comisión
    Bicameral para el Seguimiento de las Privatizaciones, y la
    aceptación especial por el Parlamento de cualquier
    privatización adicional[19]

La privatización del sistema de seguridad social
en 1993 mediante la creación de las Administradoras de
Fondos de Jubilaciones y Pensiones (capitalización de
ahorros individuales de los trabajadores para auto proveerse de
recursos para su vejez), "fue un elemento a la vez clave y
testigo de las reformas"[20]
ya que se
quería eliminar de las erogaciones que realizaba el
gobierno, el cuantioso monto que las cajas previsionales
generaban. La creación de estos fondos sirvió
(aunque contrario al objetivo inicial), para que el Estado se
endeudara con estos organismos y así pudiera afrontar los
gastos que le había ocasionado la privatización
mencionada y el mantenimiento de los jubilados todavía
existentes en el viejo sistema. Las AFJP terminaron siendo uno de
los tenedores locales más importantes de bonos del
gobierno argentino, ya que el Estado acabó pagando
intereses por el dinero que dejó de recaudar, por no haber
reencauzado los fondos recaudados por el sistema privado al
financiamiento de proyectos
productivos.[21]

El nuevo esquema dividía al sistema previsional
en dos: el Régimen Público de Reparto, en el que
los trabajadores aportan para el sostenimiento de la clase pasiva
(con el fundamento de una solidaridad intergeneracional); y el
sistema privado compuesto por las AFJP basado en la idea de crear
un ahorro para sí mismo en razón de sus aportes.
Esta dualidad no sólo constituyó una
modificación del régimen, sino también un
agudo cambio cultural, reforzando el individualismo.

En definitiva, las reformas implementadas derivaron en
un incremento del gasto público en términos reales,
disminución de las inversiones y subsidios, y aumento del
gasto público social. Las quitas a las obligaciones
externas asociadas al Plan Brady, la caída de las tasas de
interés internacionales, la liquidación de deuda
interna, el crecimiento económico, compensaron el efecto
del nuevo endeudamiento en el corto plazo (principal rubro que
induce a la suba al gasto público más adelante),
disminuyendo los intereses de deuda a lo largo de la primer mitad
de la década.

El gobierno nacional también trasladó
servicios de salud y educación hacia las provincias pero
sin transferir el financiamiento necesario para poder
desarrollarlos en forma adecuada, con lo cual quedaba claro que
el fin no era aumentar la eficiencia de los servicios en este
caso, sino claramente disminuir su déficit. Intentaba
recortar gastos del funcionamiento del Estado pero a la vez
incorporaba al mercado sectores que habían sido excluidos
del mismo, como la educación, seguridad, salud,
etc.

Un mundo a
favor

La competencia de productos extranjeros era necesaria
para limitar la expansión de los precios nacionales; sin
embargo la creciente participación de empresas privadas,
no siempre vino acompañada de una mayor competencia, y
algunos mercados siguieron bajo el dominio de firmas que lograron
rearmar esquemas de protección, lo cual los excluyó
de los beneficios de eficiencia y equidad (transformación
de los métodos de producción y organización
empresarial). Se emprendió una apertura paulatina, con
cronogramas arancelarios que en poco tiempo fueron abandonados,
luego durante el ministerio de Cavallo se introduce una
estructura arancelaria escalonada. Se había logrado
integrar al país al comercio mundial, triplicando el valor
total del comercio, y elevando el producto anual en un
42%.[22]

La Convertibilidad, la apertura de la economía,
la disminución del tipo de cambio real, y la
aglomeración de la demanda, multiplicaron por cinco las
importaciones (lo que llevó a que el déficit de la
cuenta corriente sea el principal punto de debate en el programa
de convertibilidad); respecto a las exportaciones, las mismas se
vieron influenciadas por las condiciones de los mercados
mundiales, aumentando durante el primer período de la
convertibilidad (consecuencia de la inversión), y
disminuyendo a fin de la década como respuesta a la menor
competitividad a la que llevaron las crisis internacionales,
especialmente la que tuvo epicentro en Brasil (1999). El
crecimiento en mayor medida de las importaciones, dio como
resultado un balance comercial estructuralmente deficitario,
agravado por los saldos negativos de los servicios reales
(turismo, fletes y seguros) y financieros (intereses de la deuda
externa). Pese a lo mencionado, las reservas aumentaron con el
ingreso de capitales externos.[23]

El escenario reinante indicaba que era el momento
preciso para llevar acabo un paulatino ajuste hacia una
posición más sólida. La economía
mundial y la de Brasil se habían reactivado, el
crecimiento del consumo interno se había atenuado, el
dólar había perdido valor en el mundo, y la
convergencia de la inflación nacional con la
norteamericana posibilitaba revertir la apreciación del
peso en relación con otras monedas. Existía mayor
liquidez internacional, estabilización y crédito
para el consumo. Era necesario aumentar la productividad,
utilizando el gasto público como herramienta, para poder
enfrentar los pagos de la deuda vía incremento de las
exportaciones. "Cavallo había especulado con que el
salto de la inversión se financiaría a sí
mismo. Más importante que preocuparse por el
déficit comercial […] era garantizar que el
producto creciera rápido, porque pari passu
aumentaría la productividad, que era todo lo que se
necesitaba para que en el futuro pudiera pagarse, con mayores
exportaciones, las deudas así
contraídas".
[24]

Sin embargo, ese ingreso de divisas, que se cambiaba por
pesos en el Banco Central, incrementando las reservas y la base
monetaria, creaba condiciones favorables para un proceso de
expansión, pero también bloqueaba la
conversión del capital financiero en capital productivo,
alimentando la formación de una burbuja de carácter
especulativo que tendría consecuencias desastrosas:
"como toda burbuja especulativa, ésta era
extremadamente volátil y proclive a fuertes
oscilaciones"[25].

Una piedra en el
camino

Con la Convertibilidad, la economía argentina se
mantuvo durante cuatro años en un camino de crecimiento,
sostenido fundamentalmente por el consumo interno como factor
dinámico, a pesar de que el ahorro interno se
mantenía bajo y el déficit del comercio exterior
crecía.[26] El ahorro externo pudo sostener
el crecimiento económico y financió gran parte del
consumo, pero en 1995 se produce en México una corrida
cambiaria, devaluándose el peso del país, dando
lugar al conocido "efecto tequila" que sacudió a los
mercados financieros; nuestro país experimentó un
ataque especulativo, con la consecuente caída del
índice de precios en más del 50%. Esto sacaba a la
luz la profunda dependencia que existía entre el Plan de
Convertibilidad y la recepción de fondos para sostener los
desequilibrios que se producían en el país. La
reacción en el caso brasilero fue muy diferente al del
argentino; el primero reacciona flexibilizando un poco el
régimen cambiario y eleva las tasas de interés,
disminuyendo su ritmo de crecimiento, mientras el segundo agrega
"más convertibilidad".

"El gobierno reaccionó con una serie de
anuncios de austeridad fiscal y de reordenamiento financiero, y
firmó un acuerdo con el Fondo Monetario en el mes de marzo
de 1995. Los mercados reaccionaron
favorablemente."[27]
La duración de la
crisis fue variable, y recién se logra revertir con el
alivio de la situación en México y la
reelección de Menem. Hacia abril de 1996 podía
considerarse superado el traspié en algunas dimensiones,
pero en otras tuvo un impacto mayor. Existía un problema
que se convirtió en el síntoma más grave de
la crisis: la tasa de desempleo alcanzaba su punto máximo
y seguía creciendo. El aumento de la tasa de
interés producida por la crisis mexicana
desencadenó círculos viciosos y multiplicadores
recesivos. La Convertibilidad mostraba su lado oscuro.
Parecía que el modelo estaba agotado y era necesario
encontrar un camino alternativo para poder salir a flote. Sin
embargo, Argentina no estaba dispuesta a soportar las
consecuencias emanadas de una salida del plan, y paga así
el precio derivado de una fuerte recesión,
acomodándose a las nuevas condiciones de
financiamiento.

El gobierno refuerza su propuesta y consigue un fugaz
recupero: descenso de las tasas de interés internacionales
y mejoras en el precio de algunos commodities, que se contaban
entre los principales rubros de las exportaciones argentinas. El
Mercosur jugaba un papel preponderante, fue clave para permitir
la exportación de productos industriales, que eran
difíciles de colocar en países ricos. La
producción nacional, y el valor agregado por la industria
argentina, tuvieron un comportamiento uniforme a la apertura
comercial, aumentando la productividad (pudiendo expandirse a
otros mercados) en algunos casos, y siendo desplazada por
producción extranjera en otros. Financiamiento externo,
precios internacionales favorables y expansión
brasileña constituían los tres pilares sobre los
que se sostenía la economía
argentina.[28]

El comienzo de
una larga agonía

Una serie de conflictos internos llevaron a la
remoción de Cavallo en julio de 1996. Los resultados de su
gestión podrían concentrarse en tres indicadores:
inflación[29]PBI y tasa de
desocupación, de los cuales logró liquidar la
primera, reactivar la economía y aumentar la tasa de
desocupación. Resultó una gestión grandiosa
para quienes privilegian la estabilidad de precios y el
crecimiento, y deplorable para quienes sólo miran la
desocupación; que de hecho, fue uno de los temas sobre los
que más se escribió, restando importancia a la
desaparición de uno de los problemas más graves que
había padecido la argentina durante medio siglo: la
hiperinflación.[30]

El ministro anterior fue reemplazado por Roque
Fernández. Sin un sustento de política de
desarrollo económico y social, Argentina seguía
dependiendo del exterior; podía percibirse una leve
reactivación en algunos aspectos, y en otros,
reaparecían algunos problemas típicos de los
momentos del "buen funcionamiento" del modelo.

El estilo del nuevo ministro era diferente al de su
antecesor: "Cavallo saltaba sobre la autobomba y desplazaba
al conductor; Fernández opinaba que él no iba a
enseñar a conducir al bombero a cargo de llevar la
autobomba hasta el lugar del incendio".
[31]
Obligó a trabajar y a hacerse cargo al resto del gobierno
mucho más que Cavallo. Entre sus políticas,
orientadas a reforzar la concepción monetarista y a
acentuar los rasgos del plan vigente, podemos nombrar el canje de
la vieja deuda por papeles nuevos a largo plazo, la
pulsión a favor de la flexibilización a la baja de
salarios y el desmonte de políticas para estimular
actividades fabriles.[32]

Un año después, el déficit
comercial volvía a interferir en el esquema de la
convertibilidad, y sumado al déficit de la balanza del
turismo, las transferencias de capitales por remesas y utilidades
y la poca creación de riqueza, nacía la necesidad
creciente de endeudamiento para cubrir el saldo negativo de la
cuenta corriente del balance de
pagos.[33]

La crisis financiera que golpeaba nuevamente al mundo,
logró provocar el default de Rusia e impactó
negativamente en Asia y Brasil (uno de los grandes sostenes de
años anteriores con el que nuestro país
había establecido una dependencia crucial),
materializándose en el derrumbe de la "nueva
economía" norteamericana y encadenándose con la
crisis de Argentina, ya que ésta dependía del
financiamiento externo. El optimismo de capital internacional no
se iba a recuperar tan rápido. Así se
iniciaría para el país "un largo padecimiento,
fruto de la tozudez de las sucesivas autoridades para salir de un
modelo absolutamente agotado y que terminaría con la
dramática crisis social y política de diciembre de
2001".[34]
Los mecanismos de ajuste que
intentaban frenar la debacle eran ya predecibles y mostraban las
debilidades estructurales del plan. Uno de los fenómenos
más preocupantes era el mercado laboral.

Cumplidos tres años de la reelección de
Menem, el comportamiento macroeconómico parecía
reflejar una leve mejoría, sin embargo la Convertibilidad
deparaba más sorpresas. Se había recuperado el
ritmo de crecimiento, se detuvo la apreciación cambiaria,
y comenzó a revertirse; se redujo el desempleo, el aumento
del producto pasó a depender de la inversión (no
del consumo), y de las exportaciones; consecuentemente las
importaciones también aumentaron para compensar la
demanda, pero no provocó déficit, porque la
inversión extranjera directa financiaba el desequilibrio
en la cuenta corriente; revirtiéndose así los
problemas que se habían planteado a principios de la
convertibilidad. "De las reformas de fondo sólo se
juzgaba pendiente una que flexibilizara el régimen laboral
de manera tal que los salarios se ajustaran mas
rápidamente hasta eliminar la brecha entre la oferta y la
demanda de empleo".[35]

Sin embargo, comienza a desatarse un huracán, el
inicio de la persistente depresión económica
argentina que comienza en agosto de 1998. "Todos los
indicadores macroeconómicos, reales y monetarios, muestran
la profundidad de la crisis: caída del PIB, incluyendo
reducción de la IIBF; deflación, reducción
de importaciones, incremento de la tasa de interés y del
riesgo soberano, aumento de la tasa de desempleo, y
disminución de la recaudación fiscal, variable
ésta asociada estrechamente al nivel de
actividad."
[36]

Llegando el final de la década, el panorama se
complicaba cada vez más, culminando con una serie de
transformaciones que fueron deteriorando la economía, su
parte social y productiva, subordinándola a factores fuera
de control poniendo en marcha un proceso de
extranjerización y concentración del poder
económico.[37] Brasil terminó de
asumir su crisis y para sorpresa de todas las autoridades
argentinas devaluó su moneda, comenzando su salida del
modelo neoliberal. Esto significaba una reducción de la
demanda interna así como un drástico cambio en la
competitividad relativa de ambos países, que descolocaba
aún más a la industria local.

El gobierno de Menem se cerraba con deterioro en los
términos de intercambio, contracción de la demanda
externa del principal comprador, alza en las tasas de
interés pagadas por la deuda pública externa,
tendencia a la deflación, crisis fiscal y
desocupación galopante.[38] A pesar de eso,
fue el primero en 30 años donde no existió el
estado de sitio ni los presos políticos; el que
garantizó amplia libertad de expresión mediante la
privatización de los canales de televisión; el que
instaló una estabilidad monetaria duradera; el que dio al
Estado la dimensión compatible con el desarrollo
económico.[39]

Una bomba que no
tardó en estallar

"El Gobierno de De la Rúa heredó una
situación crítica y un modelo definitivamente
agotado, pero no tuvo vocación ni capacidad de cambiar el
rumbo"
[40]. Este cambio de gobierno no supuso
alteraciones de fondo en la estrategia del ataque de la crisis.
El nuevo presidente había sido claro en su campaña:
"un peso – un dólar, y no se discute
más"
[41]. Argentina se desangraba
sosteniendo a rajatabla su programa y confiando que eso la
haría atractiva a las inversiones externas, y así
permitiría una expansión de la base monetaria e
incluso una reactivación; al contrario de eso, no
sólo los capitales eran esquivos, sino que además
se fugaban.

Su primer Ministro de Economía fue Machinea.
Algunas de sus medidas dependieron directamente de su cartera y
otras fueron adoptadas por otros funcionarios. Una de las
más importantes fue el impuestazo, el cual produjo un
"enfriamiento" de la economía a principios del 2000. Se
modificaron los impuestos a las ganancias, el impuesto al valor
agregado, bienes personales, etc.[42]

En Marzo de 2001, el desgaste de Machinea obligó
al presidente a reemplazarlo por López Murphy quien
permanecería sólo 15 días en sus funciones.
En su único discurso como Ministro afirmó que
Argentina tenía que "salir a recuperar sus verdaderas
fuentes de crecimiento que no pasan por la solución
mágica e irresponsable de modificar el régimen de
la Convertibilidad sino por movilizar su fenomenal
dotación de recursos. […] SALIR DE LA
CONVERTIBILIDAD SERÍA UN ERROR DE PROPORCIONES IMPENSABLES
EN ARGENTINA. No vamos a volver a crecer si no nos sentamos a
resolver los problemas fiscales
seriamente…"
[43] Precipitó una
conversación que debían tener quienes
decidían, para buscar distintas salidas al problema
fiscal.

En definitiva, la resistencia creciente de la sociedad
obligó a un acelerado recambio ministerial y el "padre de
la criatura", Domingo Cavallo, asumía nuevamente como
ministro y recibía un hijo avejentado y
desahuciado.[44] Sostenía que la debilidad
de la Convertibilidad estuvo dada por la devaluación de
casi todas las monedas del mundo frente al dólar y al
peso, un par de años de retroceso de la productividad, y
una política tributaria gravosa que permitiera la
competencia de productos argentinos frente al exterior. Frente a
tal contexto se anuncia que el valor del peso ya no seria igual
al del dólar, fijándose un valor equivalente al de
medio dólar, más el valor de medio
euro.[45] Esta medida sacó a la luz el
agotamiento del modelo, el euro estaba revaluado con respecto al
dólar, lo que significa que el peso también se
habría revaluado.

Otro instrumento que se implementó para tratar de
reactivar la economía fueron los planes de competitividad
sectoriales, que consistían en acuerdos convocados por el
gobierno nacional, a través de los cuales los principales
grupos participantes de cada sector de actividad se
comprometían a colaborar, a cambio del beneficio de
reducir la carga tributaria; lo que consecuentemente llevó
a una reducción en la recaudación y un consiguiente
déficit fiscal.[46]

Ante la depresión cualquier recorte era
insuficiente, por lo que las autoridades buscaron un apoyo
adicional con la reestructuración de la deuda, negociando
un "megacanje" para que se pueda tomar aire con los plazos de
vencimiento, negocio que terminó siendo bueno sólo
para los bancos participantes. En el fondo, el quiebre de la
Argentina era ya un hecho y con esto sólo se buscaba ganar
tiempo, "con el fin de que otras economías que pueden
ser eventuales víctimas del contagio, se protejan mejor y
los Estados Unidos se desentiendan si los hombres del Gobierno
aparecen con un nuevo pedido de socorro en pocas semanas
más."
[47]

Otro punto crítico de la convertibilidad se
encontraba en la relación entre reservas y dinero
ampliado, por lo que una salida de depósitos en forma de
corrida podía ser el fin de la convertibilidad. Y eso
estaba sucediendo, afectando como consecuencia las cadenas de
pagos y la confianza de especuladores y ahorristas. Esto
obligó a dictar el decreto popularmente conocido como
"corralito" que establecía, entre otras cosas, la
imposibilidad de retirar más de 250$ semanales de los
depósitos que los ahorristas tenían en los bancos.
"Cavallo se convirtió en Mr. Corralito,
transformándose en inolvidable para cientos de
argentinos"
[48]

A fines del 2001, estando maduras las condiciones para
un estallido social, la gente salió a las calles
(importante movilización de los sectores medios de la
ciudad de Buenos Aires), se manifestó, fue reprimida a
sangre y fuego, hubo saqueos; el caos se había instalado.
De la Rúa y Cavallo renunciaban en lo que fue la crisis
institucional más profunda desde los años
´30. La consecuencia inmediata fue una sucesión de
múltiples presidentes y anuncios (entre ellos, no pagar la
deuda en tiempo y forma durante la presidencia de
Rodríguez Saá). Finalmente "en la primera
semana del 2002, el gobierno de Duhalde decretó el final
de la Convertibilidad".
[49]

Después de la devaluación del 2002,
Argentina cayó completamente. La caída del ingreso
entre 1998 y 2002 fue aproximadamente del 20%, y la tasa de
desempleo llegó al 21,5 %. Fue la retracción
productiva más prolongada y más
profunda.

Para evitar la cesación de pagos y la
devaluación se intentó todo, un canje voluntario de
deuda de corto plazo a una de plazos más largos e
intereses caudalosos, anuncio de una política de
"déficit cero" (por la que se irían ajustando
mensualmente los gastos a los ingresos), y otro canje de deuda,
prolongando más los plazos pero con intereses
menores.

En resumen, las causas que motivaron la salida de la
Convertibilidad, fueron:

– Año 1999: devaluación de la moneda
brasileña, apreciación del dólar,
consecuente caída de los precios externos en nuestro
país, y fuga de capitales.

– Año 2000: asunción de Fernando De la
Rúa como presidente, en cuya campaña había
promocionado fuertemente la continuidad del régimen
monetario. El gobierno buscó lograr la confianza
suficiente para reducir la salida de capitales, para lo cual
implementó una política de austeridad fiscal, a
pesar de que generalmente es contraproducente un ajuste de las
cuentas públicas en medio de la recesión. Supuso
que esto era necesario para reducir el riesgo país, y que
por ende el efecto expansivo de la tasa de interés
compensaría cualquier influencia negativa. Algunas de las
medidas fueron: aumentos impositivos, restricción del
gasto, y de las transferencias de la Nación a las
provincias.

– Año 2001: las medidas no tuvieron los
resultados deseados, "la economía argentina pasaba a
estar en el foco de los inversores internacionales como candidato
a incumplir sus compromisos financieros
". Consecuentemente,
Marzo de 2001 fue el mes de mayor salida de depósitos del
sistema financiero.

Partes: 1, 2

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