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El por qué ha tenido tanto éxito la biblia




Enviado por Ing. Allan AAA




    El por qué ha tenido tanto éxito la Biblia –
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    El por qué ha tenido tanto
    éxito la Biblia

    Como historia los diversos relatos bíblicos
    no son más reales que las historias de los dioses griegos
    o de los caballeros árabes. Como alegorías, sin
    embargo, registran una antigua sabiduría que se remonta
    muchos más años atrás que la
    fundación de la nación hebrea, en la más
    profunda noche de los tiempos.

    Acharya S

    Es claro que la biblia destaca entre toda la literatura
    mundial, pues es el único de entre los libros antiguos que
    se conserva prácticamente íntegro y que ha sido
    traducido a más idiomas que ningún otro. Algunos
    fanáticos religiosos creen notar en esto un indicio de su
    supuesta «inspiración divina». Pero el
    éxito de la biblia como palabra escrita es más
    humano de lo que muchos quisieran aceptar y simplemente se debe a
    tres factores:

    • El trabajo esforzado de los escribas hebreos por
      documentar y preservar sus escritos «sagrados»
      puso el texto bíblico al alcance otras
      naciones.

    • La enorme influencia política en la iglesia
      católica de la Edad Media que, al prohibir la
      posesión ejemplares de la biblia y pretender frenar su
      difusión a las clases populares, contribuyó a
      la testarudez humana por alcanzar aquello que es prohibido o
      censurado.

    • Las iglesias cristianas formadas tras el
      Protestantismo y la Reforma, usaron [y aún lo hacen]
      la biblia como «marketing» para ofrecer dos
      grandes dones con que la humanidad ha soñado desde
      tiempos inmemoriales: salvación del alma y vida
      eterna.

    Comencemos desde el principio. La especialidad de los
    antiguos hebreos, el pueblo autor de la biblia, radica en la
    escritura. Los escribas hebreos [«soferim»]
    se dedicaban exclusivamente a copiar sus textos religiosos de
    generación en generación. Sin importar lo aburrida
    que debió ser su vida, fueron muy responsables con su
    trabajo. La labor literaria hebrea abarcó un extenso
    período entre los siglos xvi hasta v a.C.; por este motivo
    es que las escrituras religiosas tienen varios estilos de
    escritura, siendo los más destacados el yahvista [J, que
    llama Yahvé o Jehová al dios hebreo] y el
    elohísta [E, que se refiere al dios hebreo como
    Elohím].

    Aunque todos los pueblos de la antigüedad
    tenían copistas para documentar sus códigos de
    leyendas y mitos, ninguno podría compararse a los escribas
    hebreos. La labor de los soferim era tan abnegada, que
    prácticamente ser los guardianes de los libros de la Ley
    era la razón de su existencia. Una labor humana así
    de minuciosa difícilmente podría ser
    extinguida.

    Cuando Israel cayó bajo el dominio de Babilonia
    en el 586 a.C. los soferim tomaron contacto con una
    civilización más evolucionada, con imponentes
    edificaciones y templos dedicados al dios Marduk. Posteriormente,
    Ciro conquistaría Babilonia en el 539 a.C., terminando
    así el exilio judío, y todos pudieron volver a su
    nación. Pero la influencia de la sociedad
    babilónica permaneció en ellos y tuvieron razones
    suficientes para reescribir y modificar sus textos,
    otorgándoles un cierto aire de grandeza.

    El motivo para esto fue que en aquellos tiempos se
    creía que la magnificencia de un pueblo se relacionaba
    directamente con el «poder» de su principal dios.
    Fue, por tanto, necesario para los hebreos magnificar al dios de
    Israel con mitos y leyendas que evidencien su
    «poder», «omnisciencia» y
    «omnipotencia». Así Yahvé se
    convirtió para los israelitas en un «Dios
    único», superior a todas las demás
    divinidades; surgía la «sagrada escritura»,
    adquiriendo los textos hebreos una nueva dimensión en su
    jerarquía.

    Los textos religiosos hebreos permanecieron en la mente
    y el corazón de esa nación, pues nunca dejaron de
    existir grupos destinados a su perpetua conservación
    almacenados en lugares recónditos que constituían
    verdaderas bibliotecas especializadas. Uno de estos sitios de
    almacenamiento estaba localizado en las cuevas de Qumrán,
    descubiertas en 1947.

    Este lugar fue un importante asentamiento de los
    copistas esenios, autores y compiladores de lo que
    genéricamente se ha denominado «manuscritos del Mar
    Muerto» [más de 600 escritos preservados en tela y
    piel, entre los que destacan las copias más antiguas del
    libro de Isaías y fragmentos de los demás libros
    del antiguo testamento, además de otros textos hebreos,
    como Tobías, Eclesiástico, Enoc, Jubileos,
    Leví, entre otros]. El florecimiento de la comunidad
    esenia abarcó los siglos ii a.C. hasta ii d.C. y el
    conocimiento que se tiene de ellos proviene de historiadores como
    Filón de Alejandría, Plinio el Viejo y Flavio
    Josefo, pues los esenios no son mencionados ni en la biblia ni en
    la literatura rabínica hebrea.

    Más importantes que los esenios, los verdaderos
    baluartes del éxito literario bíblico fueron los
    masoretas, eruditos hebreos que perpetuaron la
    «sagrada escritura», no permitiendo que caiga en el
    olvido; su labor abrazó un largo periodo entre los siglos
    ii a.C. hasta viii d.C. Bajo la influencia de los masoretas, la
    escritura religiosa hebrea nunca dejó de mantener su
    estructura tripartita organizada: Torá, el
    Pentateuco; Neviím, los Profetas;
    Ketuvim, los Hagiógrafos. El celo de los
    masoretas por sostener la integridad de sus textos religiosos y
    preservar de la extinción la «sagrada»
    tradición oral de los hebreos
    Mishná»], le permitió
    salvaguardar su cultura literaria a través del tiempo,
    exponiéndola al conocimiento y la curiosidad de los
    pueblos que no eran hebreos.

    Después de establecido el cristianismo, surgieron
    las primeras traducciones de la biblia. El texto pasó del
    hebreo al griego, siendo la Septuaginta, del siglo iii
    a.C. la traducción más importante. En la
    elaboración de la Septuaginta, que fue solicitada por el
    rey de Egipto Tolomeo II Filadelfo [285-246 a.C.] intervinieron
    70 [o quizá 72] traductores, quienes lograron una
    versión final que incluía algunos de los libros que
    se descubrieron en el Mar Muerto.

    Posteriormente apareció la Vulgata,
    traducida del griego al latín en el siglo iv d.C. por
    Jerónimo a petición del papa Dámaso I
    [366-384 d.C.]; el objetivo fue convertir el latín en la
    lengua oficial de la liturgia cristiana. Para preparar su
    edición de la Vulgata [terminada en 382 d.C.],
    Jerónimo «corrigió» los evangelios y
    omitió varios libros [denominados
    «apócrifos»,
    «deuterocanónicos» y
    «pseudoepígrafos»] contenidos en la
    Septuaginta. Su exhaustiva labor eliminó los rasgos
    literarios bíblicos poco convenientes para la
    instauración del poder religioso de la Iglesia
    romana.

    Los libros reescritos y seleccionados por
    Jerónimo fueron los únicos aceptados por la
    Iglesia, y en lo sucesivo se consideraron como
    «canónicos» o «inspirados». La
    Vulgata se hizo bastante popular y constituyó la base de
    la estructura de la biblia, tal como se la conoce en la
    actualidad; el Concilio de Trento la declaró
    «auténtica» en 1546, convirtiéndose
    así a la Vulgata en el único texto autorizado para
    las posteriores ediciones de la biblia. Así, la fe ciega
    en la «sagrada escritura» pasó a ser un dogma
    oficial de la religión católica
    cristiana.

    El canon del nuevo testamento [que comenzó a
    estructurarse desde el 50 d.C. en lo sucesivo] sólo
    reconocía los libros planteados por la Vulgata, omitiendo
    casi 50 de los evangelios [apócrifos] que circulaban en
    las comunidades cristianas de los siglos i a iii d.C. y que
    fueron redactados con el fin de rellenar «huecos» en
    los escritos bíblicos sobre aspectos desconocidos de la
    vida de Jesús. Hechos de Pilatos [o, evangelio de
    Nicodemo] fue el más célebre de estos
    apócrifos.

    El canon excluyó también los evangelios
    [denominados «gnósticos»] de Tomás y
    Felipe, escritos en legua copta en el siglo iv d.C. e incluidos
    en los papiros de Nag-Hammadi [descubiertos en Egipto en 1945],
    ya que evidenciaban cierta influencia de la tradición
    religiosa egipcia en el cristianismo y rechazaban el sufrimiento,
    la muerte expiatoria de Jesús y su resurrección
    como interpretaciones literales del evangelio.

    La Iglesia romana se desarrolló con el apoyo de
    los monarcas europeos y mantuvo el control de la biblia, pues con
    ella dominaba a las masas; su hegemonía se veía
    difícil de extinguir. Pero la invención de la
    imprenta en 1460, por Johann Gutenberg, puso la biblia [mutilada,
    sin incluir apócrifos, deuterocanónicos y
    pseudoepígrafos] al alcance de las personas comunes, pues
    antes se la copiaba a mano, y sólo a ella tenía
    acceso el clero. Sin embargo, los libros impresos empezaron a
    difundirse en latín, un idioma exclusivo de sacerdotes y
    gente adinerada. De esta manera, aunque los libros impresos eran
    más fáciles de conseguir, las personas no los
    entendían y la Iglesia seguía en control de la
    biblia.

    Para garantizar su autoridad, la Iglesia había
    publicado en 1231 los estatutos Excommunicamus del papa
    Gregorio ix, donde se instituyó el Tribunal del Santo
    Oficio [la Inquisición], que se dedicó a proscribir
    la posesión de libros bíblicos [además de
    perseguir la «brujería» y la
    «herejía»] con prisión, tortura y
    muerte. No obstante ello, pudieron surgir varias traducciones a
    otros idiomas y opositores al autoritarismo eclesiástico,
    como John Wycliffe [1330-1384] y Jan Hus [1372-1415]. Una de
    las más célebres traducciones fue la versión
    alemana de Martín Lutero en 1534, que constituyó el
    punto de inicio para la Reforma protestante.

    Wycliffe, Hus, Lutero, y otros reformadores fueron
    tildados de «herejes» y cruelmente reprimidos por la
    Inquisición; muchos de ellos terminaron siendo
    excomulgados, encarcelados, torturados o quemados en la hoguera.
    El motivo de tanta atrocidad fue refrenar el conocimiento de la
    biblia entre la gente común, pues esto representaba para
    la Iglesia la pérdida de su autoridad absoluta.

    El esfuerzo de los reformadores y traductores
    bíblicos no quedó en el olvido. Cuando el texto
    bíblico estuvo disponible en la lengua común de
    cada pueblo, de inmediato se evidenciaron errores e
    inconsistencias en la «palabra de Dios».

    Los seguidores de la biblia empezaron a pelear entre
    ellos y fundar iglesias opuestas, durante los periodos del
    Protestantismo y la Reforma [que abarcó los siglos xvi y
    xvii]. ¡Que gran decepción para muchos! Con esto se
    evidenció que la biblia carecía de
    «inspiración divina», pues si fuese
    así, ¿no debería ser perfectamente clara,
    sin prestar lugar a confusión? ¿Un Dios
    «sabio» hubiese auspiciado un libro que causara
    divisiones en la humanidad que él creó? Y si por
    algún motivo, fueron los humanos quienes se equivocaron al
    interpretar los textos bíblicos, ¿lo normal no
    habría sido que Dios, en su infinito «amor»,
    los hubiera corregido a tiempo?

    Dios y su iglesia [supuestamente fundada bajo su divina
    autoridad] nada pudieron hacer para restaurar la paz religiosa.
    La biblia siguió difundiéndose cada vez a
    más idiomas, y así la Iglesia Católica
    regente fue paulatinamente perdiendo su autoridad y poder
    político. La misma Inquisición, que empezó
    siendo una institución muy temible y respetada en toda
    Europa, terminó derrumbándose por sí sola
    hasta quedar suprimida en España [país donde
    más perduró] en 1843, sin que se pudiesen erradicar
    a los opositores de la Iglesia romana.

    La terrible supresión durante la Edad Media, tuvo
    el efecto contrario al que se pretendía y fue el factor
    determinante para que la influencia de la biblia permanezca [y
    aún lo hace] en la mente de las personas. Esto,
    naturalmente, se debe a que el ser humano por instinto es
    intolerante y busca sobrevivir, y más aun en condiciones
    que amenazan su extinción [en otras palabras, entre
    más sea prohibido algo, el comportamiento humano natural
    la anhelará por capricho o curiosidad]. Eso es todo, no
    hay más; la biblia se hizo importante por ser objeto de
    persecución fanática.

    Eventualmente se fueron olvidando las razones de por
    qué la biblia se constituyó en una especie de icono
    en la sociedad.

    La religión sigue manteniendo con vida a la
    biblia y la utiliza para asegurar su supremacía sobre las
    masas [el poder garantiza la supervivencia]. Para las religiones
    cristianas es necesario mantener a la biblia «viva»
    en los corazones de los «creyentes» [crédulos
    sería una palabra más acertada] mediante el absurdo
    concepto de la «fe» [aceptar algo sin someterlo a la
    razón]. Hoy por hoy, la biblia es quizá el
    más importante libro que promete los dones de la
    salvación del alma y la vida eterna. Y mientras las
    religiones sigan valiéndose de estos conceptos, la
    influencia de la biblia difícilmente desaparecerá
    en la sociedad actual.

    «Beatus homo qui invenit sapientiam et qui affluit
    prudentia»: «Feliz el hombre que tiene
    sabiduría, y que posee entendimiento». Muchos
    cristianos aceptan la biblia como incuestionable «palabra
    de Dios», pero seguramente desconocen todo su
    contenido.

    Te invito, lector, a que analices con objetividad los
    argumentos que presenta este libro, y después decidas por
    ti mismo si realmente en toda la biblia hay la perfección,
    el amor y la justicia que, durante años, las religiones te
    han inculcado.

     

     

    Autor:

    Ing. Allan AAA

     

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