Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

"Nonualco", lugar de mudos




Enviado por jose leandro Flores



  1. Orígenes y costumbres
  2. Carácter y
    sueños
  3. El
    trabajo
  4. Modelos de vida
  5. Comienza el fuego de 12
    años…
  6. ¡Es hora de comenzar!

80.000 muertos, una economía
destruida. Una guerra civil que finaliza con la mediación
de UNOSAL (Una división de las Naciones Unidas para El
Salvador): Acuerdos de paz, 1992)

Allí nace y vive un niño
que relata su historia y la de su
contexto. 

        "Nonualco" en
Náhuatl significa "lugar de mudos"…  allí
nació "Sombrero Viejo", en un rancho de barro y hojas de
palmera, que estaba incrustado sobre una de las lomas que
bordeaba el río "Achinca"; afluente que por las
mañanas   llevaba agua limpia, y por la noches, aguas
de color negro y olor a animales muertos por los cueros lavados
en la curtiembre del pueblo de los mudos.

En ese pueblo, Sombrero Viejo, se confundía
entre los niños tripudos, de extremidades delgadas, ojos
tristes y bocas abiertas, que eran los hijos de los campesinos
sin tierra, que habitaban en los demás ranchos camuflados
entre la maleza crecida por las incesantes lluvias de los seis
meses de invierno de cada año. En esos ranchos, al caer la
noche, entre gallinas, perros y cerdos, se podían
encontrar a los numerosos infantes durmiendo en el suelo sobre
pedazos de petates que los aislaban del contacto de
arañas, alacranes y ratones, que venían en busca de
restos de alimentos entre las cenizas de las hornillas de
leña que humeaban sin cesar. Los niños eran
numerosos porque la mentalidad de los campesinos, rezaba
así: "Hay que tener muchos hijos calculando que la mitad
van a morir en la infancia   y la otra mitad servirán
para que nos  ayuden en el trabajo de los
algodonales".

       Por
eso, Sombrero Viejo, veía su entorno marcado por una
numerosa cantidad de mujeres embarazadas, hasta de edad avanzada,
y por los frecuentes entierros de niños que no alcanzaban
a sobrepasar los obstáculos del medio –Esa era la
primera causa de diezmarse de su pueblo-. La señal de la
muerte de un niño era reventar un cohete de una sola
explosión (porque si eran dos explosiones indicaba que
había un cumpleaños, y si eran tres, que se trataba
de un matrimonio) y al oírla, la gente exclamaba:
"¡Otro angelito que se va al cielo!". Luego, cortaban
flores, y con un ramito en la mano se dirigían al rancho
que había dado la señal de pólvora, donde
encontraban una aglomeración de mujeres y niños,
cantando himnos religiosos y comiendo animadamente las viandas
preparada por el suceso. Era notorio que había más
fiesta por un niño que moría que por otros que
nacieran. Esto reflejaba la mentalidad de su pueblo, que era
más importante el nacimiento a la vida del cielo, que el
nacimiento a la efímera vida terrestre en la región
de los nonualcos.

       Las
causas de muerte de los niños, generalmente,   eran
por diarrea, anemia o altas fiebres ocasionadas por la picada del
zancudo portador del paludismo. A veces, también se
atribuía al hecho de haber sido "ojeado" o sea visto por
alguien portador de energías del diablo. A Sombrero Viejo,
le cuentan, que varias veces estuvo muy cerca de ser el motivador
de aquella explosión de pólvora, pero su madre, con
la sabiduría de los   antepasados le evitó su
muerte prematura.

Ella conocía una variedad de fórmulas para
preparar medicamentos naturales, que utilizó para que su
numerosa prole no se fuera al cielo por causa de aquellos males;
o por otros, como la gangrena de golpes mal tratados, o la picada
de culebra, o de araña de caballo que convivían en
los alrededores del rancho; donde, también, cultivaba las
principales hierbas a las que acudía por las más
diversas emergencias. Una noche, por ejemplo, Sombrero Viejo no
soportaba más   un fuerte dolor de oído.
Entonces, su madre, cortó una hoja del piñal del
cerco de espinas, la puso al fuego, y luego, le dejó caer
directamente al oído varias gotas de aquel líquido
caliente que brotó de la hoja de piña… Al
niño, aquello, le pareció una barbaridad; pero el
dolor le desapareció casi al instante.

Por esos días falleció su abuelo de padre,
de nombre Juan. El partió   sin casi dirigirle la
palabra, porque fue siempre adusto y serio como si el fin del
mundo llegase ese mismo día. Como su abuelo analfabeto,
también su padre, heredó ese carácter, por
lo que Sombrero Viejo los recuerda, más que todo por sus
miradas tristes, frías o llenas de cólera. Y el
sombrero viejo que le dejó su abuelo, fue siempre la
característica de este niño que soñaba con
ser distinto de sus progenitores; con él se
protegía de la lluvia y del sol, cuando se dirigía
a la escuela y cuando se encontraba en medio de las algodoneras.
A Ambos destinos se dirigía descalzo y con sus ropas
remendadas, con la frente en alto, porque le animaba el verbo de
su madre, quien le recordaba: "Ser pobre no es motivo de
vergüenza; solamente debería sentir vergüenza el
que roba".

Así, en medio del polvo de verano de
aquellos caminos de tierra colorada, Sombrero Viejo,
corría y corría por la vereda que conducía
al río, hasta llegar a sentirse como un pájaro que
volaba. Y eso le gustaba:   ¡Volar! 
Sentía que se desprendía del polvo de la tierra que
cubría su delgado cuerpo cada noche que se iba a costar, o
mejor dicho, a subirse a su hamaca para dormir. Y mientras se
mecía en ella, soñaba que algún día
saldría de ese lugar, porque él quería
hablar. Ser un artista de la palabra. Ese secreto solo lo
conocía su madre, quien también era la única
que lo apoyaba enseñándole a leer y a sumar en las
noches   tormentosas de invierno,  llenas de
relámpagos y rayos estruendosos.

El descanso de cada noche en su rancho, era
precedido por la acción minuciosa de sacudir todos los
trapos y cobijas, para eliminar o ahuyentar a posibles alacranes,
que durante el día se escondían entre las
sábanas, a la espera de la llegada de alguien desprevenido
para incrustarle su veneno. Y, una vez   que se apagaba el
candil en su pequeño rancho,  cesaba aquella luz
amarillenta que provenía del mechón alimentado con
parafina; entonces, su madre se acercaba a cubrirle sus curiosos
ojos, porque los orines de los murciélagos que
comenzarían a sobrevolar sobre su cara, tenían
poder para dejarlo ciego por   toda su vida.

       Y las jornadas de
trabajo, para Sombrero Viejo, comenzaban muy temprano. A los
primeros cantos de los gallos que indicaban que ya era hora de
levantarse, porque eran las dos de la madrugada. Y con todo lo
que habían dejado listo la noche anterior,
rápidamente se encontraba caminando detrás de su
padre rumbo a las algodoneras, distantes hasta cuatro horas de
camino. Ese recorrido lo hacían por veredas, atravesando
cercas de alambrados de púas, en medio de la oscuridad,
acompañados, de vez en cuando, del ladrido de los perros
cuidadores   y del canto de los gallos que 
seguían anunciando la llegada del nuevo
día.

       Ya
entre los blancos algodonales en el mes de diciembre, el fuerte
sol del mediodía asolaba el disminuido cuerpo de Sobrero
Viejo, quien a pesar de esforzarse por ir cerca de su padre
cortando el algodón… la insolación
rápidamente lo doblegaba,   y el niño
terminaba a  orillas del río Achinca, vomitando el
desayuno que había tomado muy de madrugada ese día,
antes de emprender la caminata.

A Sombrero Viejo le daba rabia su debilidad
física, y se prometía así mismo que
saldría de ese lugar, tan cercano al mismo infierno, donde
el color blanco de los millares de brotes de algodón
contrastaba con la piel morena de las manos que los iban cortando
y colocando en sacos de yute atados a las cinturas de los
innumerables cortadores. Muchos de ellos, entre surco y surco
contaban las "pasadas" de sus vidas, y a Sombrero Viejo, al
principio, le atraían esas historias personales, pero muy
pronto las encontraba insulsas y de mal gusto porque generalmente
terminaban brindando pleitesía al sufrimiento, al
aguardiente y al machismo.   Eran historias tristes como las
miradas de quienes las contaban. Les faltaba chispa,
ilusión, motivación y futuro, que eran las
actitudes que Sobrero Viejo buscaba sin éxito en ese
ambiente marcado por el carácter de los
nonualcos.

Una vez de regreso a su rancho, a la hora del
crepúsculo, Sobrero Viejo, acostumbraba retirarse entre
los bambúes, y quedarse allí en medio de  
cenzontles, guacalchías  y arroceros que revoloteaban
junto con bandadas de pericos, produciendo su
característico bullicio melodioso cada atardecer.  
En esa soledad y colorida compañía, el niño,
disfrutaba mucho dialogar consigo mismo y con los inquietos
pajarillos  por   las horas que transcurrían
casi sin darse cuenta.

Allí repasaba las voces, colores y olores del
día… las imágenes que había visto con
   detenimiento, llevado por su innata curiosidad.
Volvía a ver  las filas de hombres, mujeres y
niños, cargando centenares de quintales de algodón
hacia los centros de acopio. Volvía a presenciar aquellos
signos de tristeza en los rostros de los campesinos que
extendían sus flacas manos para recibir el mísero
salario por los quintales de algodón cortados; faena que
realizaban bajo los ruidosos motores de las avionetas que
zumbaban sobre sus cabezas, mientras iban dejando caer,  
cual raudales de agua, grandes cantidades de veneno contra las
plagas de la mariposa blanca… pero mientras que las mariposas y
afines resistían cada vez más las fórmulas
químicas del veneno, muchos de los peces del río
"Achinca" y de los   niños que ayudaban a su padres,
no quedaban vivos para la próxima corta de
algodón.

Entrada la noche,   el murmullo de las
pájaros cesaba, los bambúes volvían a
recobrar su tranquilidad, y el niño, volvía a su
rancho, repasando en sus retinas aquellos rostros de hombres y
mujeres sin dientes, curtidos por el sol, que a los cuarenta
años parecían ancianos de ochenta, y morían
como tales, también entre su familia. Tampoco podía
dejar de ver como se Monografias.comiba  endureciendo el suelo y alejando
cada vez más las aguas de aquellos campos que un
día le cuentan que fueron boscosos y llenos de animales de
toda especie. Ahora, él   presenciaba a su alrededor
el avance de la desertificación de la región… y,
que  nadie hacía algo para revertir aquel mortal
proceso. Aunque, él era muy pequeño para comprender
el amplísimo tema de la ecología, podía
darse cuenta que no era buen signo ver como aquellas quebradas
que deberían llevar agua,  permanecían, en
cambio, secas y llenas de piedras; o aquel río que un
día alimentó con peces a sus abuelos, ahora
carecía de vida animal, porque había sido alcanzado
por los efectos mortíferos del veneno "Paration"; el
maldito insecticida que descendía siempre cual   nube
de fantasmas sedientos  de la muerte de todos los bichos
nocivos al producto blanco que cubría la región en
grandes plantaciones, que se extendían hasta las costas
del océano pacífico.

En esas meditaciones crepusculares, Sombrero Viejo, no
sólo se reponía del cansancio de su espalada que
había cargado los sacos llenos de algodón que
posteriormente se iban empacados rumbo a Japón, sino
también contemplaba con extrañeza y dolor el
silencio cómplice con el maltrato de la tierra.  
Sentía ansias de hablar, y que lo escucharan los
nonualcos… pero eso era impensable en una sociedad donde la voz
y la autoridad la tenían solo los jefes de cada rancho,
aunque éstos no hablaran ni ejercieran ese derecho, como
era el caso de su familia.

En su familia, la dimensión política no
tenía cabida. Eso era mal visto. O claramente   vista
como un mal. Monografias.comLa virtud la situaban sólo en la
religión. Por eso, cada sábado por la noche,
tenía lugar la infaltable ceremonia de preparación
de su ropa blanca, lavada y almidonada, que alisaba con la
plancha a carbón, que salía a soplar  
continuamente fuera del rancho, para que las cenizas no mancharan
sus pantaloncillos cortos y de tirantes, que iba a vestir muy
temprano al día siguiente,   para dirigirse al culto
de las  5 de la mañana.

A esa hora, Sombrero Viejo, ya estaba ocupando un lugar
de la primera banca del enorme templo, cuyas torres se divisaban
desde muy lejos, hasta donde llegaban las sonoras vibraciones de
sus enormes campanas a los oídos de los nonualcos, quienes
se santiguaban con devoción y temor a "la voz de lo alto".
Allí, el niño, trataba de entender el lenguaje
medio italiano y medio español de aquel hombre alto y
flaco vestido de color café que levantaba las manos con
emoción para bendecir y maldecir a los presentes,
según estuviera hablando de las bienaventuranzas de Mateo
o de las imprecaciones del profeta sobre Sodoma y Gomorra por su
mal comportamiento como los habitantes de Nínive. Y
Sombrero Viejo se sentía enamorado del arte de hablar
más que del contenido que tenía el mismo matiz de
premio y castigo paralizante para las conciencias de los
nonualcos. A él le impresionaba la actitud de la gente que
se agolpaba dentro de las paredes del templo,  escuchando en
completo silencio a aquél orador llegado de lejanas
tierras. El poder de la palabra lo dejaba extasiado.

Y le llamaba la atención el contraste de los dos
mundos. Uno, era el que había comenzado a conocer
tempranamente: el mundo de la pobreza y de la miseria. Donde las
montañas de limitaciones eran asfixiantes para todos los
nacidos a ese lado del río Achinca. Un mundo donde
faltaban las palabras, las letras y los razonamientos. Faltaban
las técnicas, los recursos y las oportunidades. No
había lugar para la creatividad ni se sospechaba una pizca
de cambio para mejorar aquellas condiciones. Y algo muy distinto,
era ese mundo de dos horas de cada domingo, tan lleno de
palabras, historias, e ilusiones, que se proyectaba hasta
más allá de la vida terrenal. Y se preguntaba,
¿Cuál de los dos era más real?
¿Cómo podía compaginar ambos, una persona
como él que vivía dos realidades tan diferentes? Y
miraba ese mundo de las palabras tan lejano como las estrellas
que contemplaba en el cielo, cuando su madre le contaba cuentos
de los antepasados importantes de su pueblo.

El día domingo, seguía siendo especial
para Sombrero Viejo, porque después de la reunión
general, les servían leche caliente a los niños que
se habían levantado temprano para asistir al templo. Por
lo general, era el único día de la semana que
podía saborear ese manjar que tanto necesitaba para su
crecimiento y desarrollo de su inteligencia.   Allí,
se encontraban, al igual que entre los algodonales, las nuevas
generaciones de los nonualcos. Eran pequeños, con rasgos
asiáticos, y rostros de adultos en cuerpos de
niños. Hablaban poco y miraban constantemente a sus padres
que permanecían observándolos cual estatuas
rígidas, orgullosos que sus hijos recibieran ese premio
que ellos no les podían dar.

Efectivamente, lo más común que ellos
podían ofrecer a sus hijos era trabajo y palos; lo mismo
que a los animales. Si bien, Sombrero Viejo no era objeto de
castigos despiadados, éstos los podía ver a su
alrededor, e incluso dentro de su rancho; donde, Sombrero Viejo,
practicaba estrategias de conducta que desarmaban al adulto
rabioso que no encontraba un adversario, sino un niño que
quería hacer las cosas bien y complacer la autoridad. El
nunca puso su confianza en la fuerza, sino en la
inteligencia.

       Pero antes que este
niño llegara a su pubertad, sucedió que los
extensos algodonales que  él pudo ver, mientras
trabajaba con de su padre, se terminaron. Sí,
¡Desaparecieron! Y no fue por arte de magia, sino por
efecto del excesivo riego del veneno Paratión contra los
hongos y bichos cada vez más resistentes a las fuertes
dosis aplicadas. Los hacendados, entonces, declararon un
día del mes de Enero, una vez finalizada la última
corta de algodón, que dicho cultivo había dejado de
ser rentable.

Y  lo que fue una desgracia más para los
campesinos sin tierra como su padre, que se quedarían una
vez más a la buena de Dios, y otra vez volverían
ver las relucientes estrellas de la noche con el estómago
vacío, esperando mejores tiempos… para Sombrero Viejo,
en cambio, ese hecho coincidió con el inicio de la
realización de sus sueños.

       Efectivamente, ese
último día de trabajo, a su regreso de las
algodoneras, aquel hombre de traje de color café estaba de
visita en su rancho, conversando animosamente con su madre. Esa
visita era algo excepcional; era motivo de vida o de muerte, en
la mentalidad de los nonualcos, la presencia de ese
extraño hombre en alguno de los ranchos. Por eso su padre,
al verlo, se turbo; pero pronto quedó en claro que el
motivo de la presencia de aquél maestro, era comunicarles
su decisión de haber elegido a Sombrero Viejo para
partiera a lejanas tierras, donde por más de una
década se prepararía para que fuera su sucesor en
la dirección de la conciencia de los nonualcos. Todos
quedaron más mudos al oír sus palabras; luego,
siguieron los agradecimientos ofreciéndole té de
hojas de limón.   Y al niño lo enviaron a
dormir; pero él se puso a soñar. Se veía muy
lejos de campos que fueron algodonales y rodeado de mucha gente,
haciendo como de director de una orquesta… Y en toda su vida no
se había sentido tan feliz como esa noche del mes de
Enero.

En los próximos días, en su rancho, todo
giró en torno a Sobrero Viejo. Uno de sus hermanos
mayores, cortó una tabla en cuatro partes, e hizo un
rectángulo cerrado, que le serviría de maleta para
el viaje. Tomaron, también, unas tijeras grandes y le
cortaron el cabello largo que tenía. Durante varias horas
al día, le hacían que ensayara a andar con zapatos
para que sus pies se acostumbraran a aquella camisa de cuero que
nunca habían conocido. Y lo comenzaron a alimentar mejor
con huevos de tortuga, iguanas, garrobos y armadillos, que los
habitantes de los demás ranchos traían para
"fortalecer el cuerpo y la mente de Sombrero Viejo",
decían. Prácticamente, el niño, había
cambiado de estatus a partir de la visita de aquel hombre vestido
de color café.

       Mientras tanto, en
la región se percibía que era urgente hacer algo.
Su gente se diezmaba sin cesar. Los hombres ajustaban cada vez
más sus cuentas entres sí con los cuchillos largos,
que portaban de día y de noche; armas que ya no
sólo ocupaban para protegerse de los animales venenosos,
sino para levantaras contra su enemigo humano. A Sombrero Viejo
le tocó presenciar verdaderos sacrificios de
víctimas indefensas. Una vez hasta le alcanzaron
innumerables gotas de sangre,   que saltaron del cuerpo de
la víctima, que recibía en su humanidad, los
sucesivos golpes del asesino cuchillo largo, que caía
repetidamente de la mano enfurecida del victimario. Ese Nonualco,
había entrado al templo lleno de gente, y se había
dirigido a la primera banca, frente al hombre vestido de color
café, y allí ¡sació su sed de
venganza!… Y Sombrero Viejo que estaba al lado de la
víctima, quedó sin palabras. No lo podía
creer. Pero estos eran sólo los primeros signos de lo que
venía cual tormenta de negras nubes en el
horizonte.

       ¡Ese mundo
estaba al revés!.

Su madre, que no quería ese mundo para su hijo
más débil,   lo despidió 
diciéndole: "Hijo, mío, tienes que partir", y
abrazándolo y enjugando entre sus largos cabellos negros,
le susurró al oído: "eres pequeño y
frágil, pero tu fuerza está en tu inteligencia".
"Dios te bendiga y acompañe siempre". Y le marcó
una cruz con su mano derecha empapada en agua bendita que
guardaba en su rancho de palmas secas. En ese rito hubo
lágrimas y sentimientos encontrados, que sus hermanos y
vecinos expresaban con nerviosas sonrisas dirigidas a Sombrero
Viejo, quien agradecía con los gestos de humildad que le
habían inculcado sus padres. El sentía que al fin
había llegado el momento tan anhelado de emigrar tras el
ideal de convertirse en un artista de la palabra, y usar ese
poder para ilustrar la mente de los nonualcos, porque al paso que
iban, no sólo se quedarían permanente mudos sino
también habitando en un desierto. Y lo último que
hizo, con devoción, fue poner su sombrero viejo, en un
gancho prendido en la pared, muy cerca de todos los santos que
  veneraban todas las noches en su rancho,  antes de
dormir; el mismo que había heredado de su abuelo, y lo
había acompañado en las batallas de trabajo y en
las jornadas escolares, brindándole protección del
sol y de la lluvia. Lo mismo hizo con sus "caites" que
habían protegido sus pequeños pies, cuando
atravesaba aquellas montañas llenas de espinas.   Y,
por primera vez, calzó sus pies, con unos zapatos color
café, de acuerdo al lugar al que se dirigía para
estudiar.  Sus amigos allí presentes no lo
podían creer. ¿Cómo el más
débil de la familia, aparecía ahora el más
ataviado y listo para partir? Para ellos era como estar viendo
una visión; mientras que para Sombrero Viejo era el inicio
del sueño acariciado bajo la luz de la luna, en aquella
vieja hamaca que dejaba con nostalgia; y la vez, con gran
satisfacción.

Así, ese domingo, en la misma reunión
solemne, en que el hombre vestido de color café
despedía a los personajes de blanco, que habían
sido por cincuenta años   los cultivadores del
bendito algodón, y ahora regresaban al norte de donde
habían provenido a estas tierras; donde habían
encontrado a  jóvenes de hasta dieciséis
años completamente desnudos paseando y jugando, tras las
primeras frutas maduras de la estación. Ese domingo,
Sombrero Viejo, no puso atención a las palabras de
agradecimiento a aquellos hombres, porque su mente estaba
concentrada en el viaje que emprendía… sin tener
noción de lo que acontecería en la región de
los nonualcos ese mismo día, que sería una
explosión como la un   nuevo volcán naciendo
de las entrañas de la tierra.

       Ese domingo, 20 de
enero, cuando la despedida se hacía en la plaza del pueblo
de los mudos, con la banda amenizando el acontecimiento
más grande de muchos años, y los cohetes explotando
sobre los techos de palma de los ranchos, que expresaban el
júbilo y la tristeza que confluían en la vida de
los Nonualcos…     Y exactamente, cuando el
viejo reloj de la torre repicaba las once de la mañana,
entonces, muchas voces, gritos y disparos comenzaron a
distinguirse en medio de la algarabía de la gente
reunida… La confusión fue enorme, y no se aclaró
hasta que un Nonualco armado hasta los dientes, hablando por los
parlantes que usaba todos los domingos el hombre de traje
café, informó a todos los presentes, que en ese
momento había comenzado "la ofensiva final"   que
abarcaba a toda la región de los nonualcos.

Monografias.comEfectivamente, desde principios de ese
siglo (1932), cuando treinta mil habitantes de los antepasados de
Sombrero Viejo, fueron prácticamente masacrados ,
¡en solo tres días! como castigo aleccionador por la
insolencia de revelarse contra la autoridad, que se venía
fraguando, casi secretamente   -entre las plantaciones del
grano rojo del café de altura de los volcanes de la
región-, un riachuelo, que ahora descendía con la
fuerza de una caudal impetuoso de nonualcos armados. Y esa noche,
en vísperas de la salida de los hombres de trajes color
blanco,   dueños de las algodoneras por los
últimos cincuenta años, descendieron de las puntas
del chinchontepec y otros volcanes, portando sus pertrechos y
voluntades a granel. Y de nuevo, Sombrero Viejo, quedó
extasiado al ver el poder de la palabra que había
convencido a los miles de sus congéneres nonualcos, que
ahora estaban detrás de fusiles que empuñaban con
fuego en su ojos. Y lo que el niño alcanzó a
oír,   es que habían bajado de las alturas
para "liberar  la patria", declarando la guerra contra los
que afirmaban "defenderla".

Mientras tanto, muchos de los campesinos sin tierra, no
sabían qué hacer, ni cuál camino tomar.
Presentían que ambos eran senderos que más temprano
que tarde les conducirían a la muerte en su misma patria.
En los cincuenta años precedentes, los nonualcos nunca se
habían visto frente a la disyuntiva que les exigía
tomar una opción. Y, Sombrero Viejo, pudo ver como las
familias se dividían, pasando unos a formar parte del
contingente de cincuenta y un mil hombres acuartelados, y otros,
  de los veintiún mil gentes entre los que
había ancianos, hombres, mujeres y niños que
emprendían la retirada a las montañas al atardecer
de ese día.

Los padres de Sombrero Viejo y el hombre vestido de
café pudieron ver la retirada de aquellos centenares de
nonualcos cortadores de algodón y de café, que
habían optado por abrazar al nuevo ejército. Y en
el valle,   quedaban los ranchos con sus familias
ensimismadas mirando hacia el horizonte, hacia donde
habían partido los nonualcos, a esconderse en cuevas
preparadas para resistir los bombardeos que no se hicieron
esperar. A la hora que Sombrero Viejo acostumbraba retirarse
entre los bambúes, ese domingo, comenzó el
estruendo de un sinnúmero de cañonazos, que se
disparaban desde los mismos patios de los cuarteles levantados a
lo largo de la región de los nonualcos; seguidos por
incesantes patrullajes de   aviones que sobrevolaban las
zonas contaminadas, dejando caer sus mortíferas bombas,
esta vez, no para eliminar la mariposa blanca, sino para
exterminar a los cortadores de algodón y de café
que se habían atrevido a desafiar a la autoridad, por
segunda vez en el mismo siglo.

Esa tarde, Sombrero Viejo, ya no fue a contemplar el
plumaje de los pajarillos entre los bambúes. Y su hamaca
estaba vacía por primera vez. Esa noche, su madre
buscó consuelo recostada en el pecho de su padre, y los
dos se encontraron en un prolongado silencio lleno de recuerdos,
y también de esperanza en el hijo que había podido
partir justo en el último día que había sido
posible hacerlo.

Porque a partir de esa fecha, comenzaron doce
años de guerra civil, y   los principales caminos
fueron cortados, las ciudades atacadas, los puentes
destruidos,… Y en la plaza de los nonualcos, Monografias.comen
contra de la voluntad del maestro de la palabra, los 
hombres de las vastas algodoneras fueron llevados con destino
desconocido. A partir de ese día, comenzó a correr
la sangre de ochenta mil gentes que tenían los mismos
rasgos de los nonualcos; sangre que llegaría a aquellas
quebradas, que se convirtieron en tumbas de cuerpos hacinados sin
nombres. Entre ellos, también el de su elector, el hombre
vestido de color café, su  maestro de la palabra,
quien también fue silenciado por la irracionalidad de dos
nonualcos ciegos que lo aniquilaron sin piedad.

En ese mundo al revés, la irracionalidad y las
pasiones desencadenadas atravesaron una y otra vez, de día
y de noche, los campos de los antiguos algonodonales,  cual
manadas de bestias sembrando la destrucción, el terror y
la muerte.

El tiempo siguió su curso, y cuando Sombrero
Viejo regresó convertido en un hombre, los nonualcos
sobrevivientes del Apocalipsis lo recibieron como un
héroe. Eran muchedumbres sedientas de agua y de luz,
hambrientas de pan y sentido para vivir, necesitadas de
fórmulas para reciclar todo lo vivido en el pasado
reciente. Y recordando al niño endeble que había
sido Sombrero Viejo,   celebraban la fortuna de tenerlo de
regreso, convertido en un maestro de la palabra que los
orientaría a destinos mejores. Entonces, en medio del
silencio expectante de aquella muchedumbre, Sombrero Viejo se
puso de pie, y no pudo contener su emoción de estar
huérfano de todos los habitantes de su rancho. Ellos no
habían sobrevivido a la vorágine de la violencia,
que había arrasado cual huracán las filas de
ranchos incrustados a los costados del río Achinca,
acusados de ser fermento para el ejército de los volcanes
de café. Entonces, por primera vez, interpretó lo
que en el alma de los nonualcos estaba palpitando: "Es hora de
comenzar. Es hora de plantar. Es tiempo de edificar. Los
nonualcos no hemos nacido para fracasar, sino para vencer en
todas las dificultades, como nos han enseñado nuestros
padres. Aprendamos de los errores, y hagamos mejor las cosas de
ahora en adelante". Y para sellar esta visión de vida, se
dirigieron a la orilla del río Achinca, donde llenaron el
cielo de explosiones de cohetes de tres tiempos, en señal
de matrimonio con la naturaleza. En efecto, su sabiduría
ancestral les dictaba una vía ineludible para sobrevivir;
y delante del riachuelo se comprometieron a cuidar sus aguas
limpias, respetar su cauce, y servirse de él como de un
aliado para vivir. Y en su rica imaginación, los nonualcos
percibieron la voz de un ser agonizante que les dijo: "Un poco
más y hubiera sido demasiado tarde… Cada vez que han
talado los árboles de mis orillas, que me han sacado
piedra y arena sin miramiento, y han contaminado mis aguas, me
han estado asesinando; sin comprender que mi desaparecimiento
significará también el vuestro".

 

Autor

José Leandro
Flores

El Salvador-Chile

10 de abril de 2011

Htpp://2011eda.blogspot.com

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter