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Con-sentir la pérdida




Enviado por Ricardo Peter



  1. Varados por
    nuestras presuposiciones
  2. Las presuposiciones
    engendran otras presuposiciones
  3. La
    presuposición es "mi" realidad, no la
    realidad
  4. Suponer no es lo
    mismo que presuponer
  5. La
    presuposición pareciera positiva mas no lo
    es
  6. De lo saludable a
    lo dañino: de la suposición a la
    presuposición
  7. La razón,
    disfruta ganando
  8. Manejando las
    presuposiciones
  9. Para salvar al
    jugador: aprender a perder
  10. Desestructurar la
    mente o dejar de presuponer

"Desafortunadamente, el equilibrio de
la naturaleza estipula que la superabundancia de sueños se
paga con el aumento de las pesadillas".

Peter A. Ustinov

El pensamiento siempre implicar la interpretación
de la realidad. Somos lectores impenitentes de las
circunstancias, es decir, de todo lo que acontece en nuestras
vidas. Sin embargo, la interpretación no surge
necesariamente desde un pensamiento razonable, lógico,
justificado, sino desde nuestra concreta y personal
biografía, esto es, desde nuestros supuestos
ideológicos y culturales. Esto significa que leemos y
descodificamos la realidad basándonos en presuposiciones y
no en hechos. La presuposición está a la base no
solo de lo que los científicos y filósofos piensan
del universo y de la naturaleza, de la vida y del más
allá. Sin ir más lejos, la presuposición
guía nuestras diarias interpretaciones acerca de lo que
las personas piensan de nosotros y de lo que nosotros pensamos
acerca de las circunstancias de la vida, es decir, de los otros,
de los hechos, de las cosas y de las situaciones.

Pero, ¿es saludable presuponer algo? Hemos
convertido nuestra mente en un proyector de presuposiciones. La
presuposición está a la base de nuestros anhelos,
empeños, pretensiones y voluntades. Pero,
¿qué sucede cuando creemos en lo que presuponemos?,
¿qué efectos tienen las presuposiciones en la
mente, a nivel de nuestros pensamientos y de nuestras
emociones?

Investiguemos cuál es el alcance de la
presuposición en nuestras vidas cuando empezamos a
presuponer y preguntémonos: ¿qué
sería nuestra vida sin presuposiciones? ¿Qué
tal si viviéramos un día no digo sin mexicanos sino
sin presuposiciones?

Varados por
nuestras presuposiciones

Nos pasamos la vida haciendo presuposiciones y luego nos
apegamos a ellas. Presuponemos que para ser felices es necesario
tener éxito, prestigio, riqueza o poder. Presuponemos que
los demás tienen que ser amables, que nuestras parejas no
deban provocarnos, que nuestros padres tengan que apreciarnos,
que nuestros hijos deban escucharnos, que los amigos deban
llamarnos. Presuponemos que tiene que irnos bien en las
iniciativas y decisiones que tomamos. Presuponemos que los otros
no deberían juzgarnos. Presuponemos que nuestro matrimonio
tiene que durar, que nuestra pareja tiene que ser fiel,
Presuponemos que tienen que tomarnos en cuenta en el trabajo o en
las cosas importantes. Presuponemos que "querer es poder" y que
basta decidir para hacer milagros con nuestras vidas, con
nuestras personalidades.

A nivel de género, las mujeres presuponen que los
hombres deban caer rendidos a sus pies, que deben ser sensibles a
sus miradas, provocaciones y seducciones; los hombres, por su
parte, presuponen que su virilidad y valentía están
mancomunadas con sus éxitos amorosos, con sus
correrías afectivas y sexuales.

El problema, sin embargo, no es el mero hecho que
pasamos la vida haciendo presuposiciones, sino que luego nos
apegamos a ellas, nos acoplamos a algo que no existe. La
presuposición tiende a establecerse, a guiar nuestras
interpretaciones De aquí la necesidad de tener presentes
los límites de nuestro pensamiento en relación con
la realidad que está afuera.

Las
presuposiciones engendran otras presuposiciones

Presuponemos que tenemos que ser dichosos. Pero
también presuponemos que las calamidades tocarán
otras puertas, no las nuestras. Presuponemos que nuestra salud
tiene que ser de hierro. Pero presuponemos también que
podemos darnos licencia para desenfrenarnos con el alcohol, el
tabaco, el sexo, las aventuras o las drogas. Presuponemos que los
demás tienen que ser correctos, veraces y responsables.
Pero presuponemos también que podemos ser deshonestos,
falsos e irresponsables en determinadas circunstancias.
Presuponemos que podemos darnos el lujo de mantener una
relación extraconyugal, pero luego presuponemos
también que, en cualquier momento, sabremos como
terminarla o atajarla.

La lista de nuestras presuposiciones
prácticamente es inagotable. La verdad es que estamos
repletos de presuposiciones. Presuponemos que lo que ha pasado no
debería haber pasado. Presuponemos que la vida es injusta,
que el mundo es malo, que los hijos deberían hacernos
caso, que hay un lugar para cada cosa, que cada asunto tiene su
momento, que es necesario saber lo que hay que hacer, que la vida
debería tener un sentido.

La
presuposición es "mi" realidad, no la
realidad

La presuposición no es la realidad, sino la
realidad tal como la entendemos y pretendemos. Las
presuposiciones mitigan el choque con la realidad que está
fuera de nuestra mente y sobre la cual no tenemos control.
Construimos presuposiciones para ocultar lo que realmente
acontece e irrumpe en nuestras vidas con impacto, como un
detonante de la tristeza, del sufrimiento, de la soledad, del
engaño, de la frustración, de la desilusión,
de la falta de sentido.

La presuposición es un pensamiento que nos
permite hacer llevadero "lo que es tal como es aquí y
ahora" y suplir esa realidad, en esos momentos de conflicto, con
nuestra propia y casera "realidad". Empleamos la
presuposición para invalidar la dura realidad y suplirla
con nuestra complaciente "realidad".

Se deriva entonces que para mantener en pie nuestra
"realidad", presuponemos muchas cosas, pero lo que no suponemos
es que precisamente, muchos de nuestros problemas con la vida se
deben a que presuponemos muchas cosas.

Suponer no es lo
mismo que presuponer

El asunto puede resultar un poco técnico pero
necesitamos analizar la discrepancia entre ambos términos.
Hay una diferencia sustancial entre suponer y presuponer. Suponer
es conjeturar, en cambio, presuponer es plantear demandas, poner
condiciones, establecer prerrequisitos ideales a la realidad: a
las cosas, a las personas, a los hechos y a las circunstancias de
la vida. Quien presupone no sólo tergiversa la realidad,
sino que la suplanta. Percibe las cosas, las personas, los hechos
y las circunstancias de manera que sostengan sus expectativas. De
esta manera, las presuposiciones le garantizan una realidad
estable.

Si bien, los términos suponer y presuponer tienen
cierta afinidad entre sí, ambos son procesos racionales,
la "parentela", sin embargo, no es tan estrecha. Digamos que son
más allegados que consanguíneos. Efectivamente,
cada término acontece en el campo de la lógica de
forma dispareja y con resultados diferentes.

Suponer, según el diccionario de la RAE es "dar
existencia ideal a lo que realmente no la tiene". Compro
lotería porque supongo que me puedo sacar algún
premio. En este caso, la suposición no se sale del terreno
de lo especulativo. Pero, si además de suponer que me
puedo sacar el premio que suele ser el "gordo", fantaseo
igualmente la manera como voy a invertir el premio, si hago
cuentas sobre cómo pienso gastar el dinero del premio, me
salgo de lo abstracto, irreal y estoy dando "por sentado " lo que
supongo. Esto es ya presuponer, lo cual es motivo de una cierta
ruptura con la realidad.

La diferencia entre suponer y presuponer no se reduce,
pues, a una cuestión de prefijo. En el primer caso, en la
suposición, se atribuye a algo existencia meramente
racional. La existencia en este caso es imaginaria, abstracta,
pero sabemos que ese algo en verdad no existe. En la
filosofía escolástica se usaba el término
"ens rationalis", ente de la razón, para clasificar este
tipo de "existencia". La suposición queda en el
ámbito de lo inmaterial, fantástico, imaginario. Lo
supuesto es quimérico. Una ilusión.

Presuponer, en cambio, es "dar por sentado algo", es
afirmarlo, fundamentarlo, respaldarlo, instituirlo a
través del manejo o negación de la realidad.
¡Qué extraño y curioso razonamiento! Mientras
la suposición da carácter de existencia ideal a
algo que no existe, la presuposición da carácter de
inexistente a algo que si existe. Niega la realidad: al presente
no sólo no dispongo del dinero del premio de la
lotería, sino que ni siquiera dispongo del premio. La
realidad (al momento no tengo posibilidades de adquirir nada) es
sustituida o embrollada por la "realidad" de la
presuposición, la forma como investiré el dinero
del premio.

Bajo este aspecto, podemos considerarla una
"hipótesis deductiva". La presuposición es una
teoría construida a partir de otra teoría, la
suposición. Es una quimera ostentada como realidad. La
presuposición no nos deja ver la realidad. N os zambulle
en nuestra aislada e impermeable "realidad".

En el terreno de las relaciones interpersonales, el
problema es creado por lo que nosotros presuponemos que los otros
suponen.

La
presuposición pareciera positiva mas no lo
es

Nuestras presuposiciones construyen "realidades" que con
el tiempo se revelan dolorosas y se vuelven contra nosotros. La
presuposición es una forma de polución del "medio
ambiente" mental. ¿Con qué resultados?

Los efectos secundarios de la presuposición son
el enojo, la desilusión, el desengaño, el
desaliento, la desmoralización y la confusión como
meta final del proceso. Lo que ocurre nos lleva a exclamar:
"¿por qué a mí?": Esta fue la
declaración, en su primer encuentro con los medios, de
Natascha Kampusch, la austriaca de 18 años que duro
más de ocho años secuestrada en un escondite bajo
un garaje cerca de Viena: "Me preguntaba una y otra vez por
qué entre millones de personas me tuvo que pasar esto a
mí". Pero pudiéramos ir más allá de
la confesión de Natascha y afirmar que si una vicisitud,
un obstáculo, una desgracia pasara a un millón de
personas, la pregunta "¿por qué a mí?",
permanecería ilesa. Cuando llegan los infortunios,
gritamos "¿por qué a mí?", "¿por
qué yo", aunque los malos tiempos afecten a todos. Se
trata de algo difícil de demoler.

Las expresiones "no es posible", "no puede ser",
están contraste con la realidad, pues eso que "no puede
ser" es lo único que ha sido y ha tenido el éxito
de acontecer. La realidad "es", inapelablemente, eso es
todo.

Las expresiones "esto no debería ser", "esto no
debería haber sucedido" o "esto debería haber
sucedido" son expresiones que reflejan nuestra "realidad" o
presuposiciones sobre la realidad. Pero con estas expresiones,
presuponemos la inexistencia de la verdadera realidad.

Por consiguiente donde quiera que hay un
"debería" o un "no-debería", hay una
"condición previa", un requerimiento, para validar o
invalidar la vida, ahí hay una presuposición y, por
lo mismo, un inconveniente, un conflicto, una dificultad, una
confusión, un altercado, con la realidad. Donde se
presupone un "debería" o un "no-debería" (por
ejemplo, la gente no debería burlarse de mí,
criticarme, meterse en mi vida, engañarme, mi marido
debería apreciar mi trabajo en casa, mis hijos
deberían ordenar sus cuartos, etc.), ahí estamos en
apuros con la ineludible, irremediable e irrevocable
realidad.

De lo saludable a
lo dañino: de la suposición a la
presuposición

En sí, suponer no es dañino. El
filósofo, el científico y el hombre de la calle lo
hacen a menudo. Lo que se supone no alcanza la categoría
del "debería". Yo puedo suponer que es mejor ser rico, que
pobre, estar sano que enfermo, ser guapo que feo. A primera vista
mis suposiciones podrían parecer inobjetables. Supongo que
un rico puede vivir más tranquilo y seguro que el pobre
(pero habría que ver), que la persona que la pasa bien,
sin enfermarse, evoluciona interiormente más que quien
está en un hospital, enfermo (pero habría que ver)
o que el guapo tiene menos riesgos y problemas existenciales que
el feo (pero habría que ver).

Las suposiciones proporcionan alivio y nada más.
De hecho, las cosas no están como las suponemos. Un pobre
puede llevar una vida menos complicada y azarosa que un rico
(aunque habría que ver), una persona sana puede ser
más inmadura que un enfermo (aunque habría que ver)
y un feo puede tener menos apuros y problemas que un galán
(aunque habría que ver). Estas suposiciones pueden tener
la finalidad de tranquilizar frente a otro tipo de
consideraciones.

Las suposiciones pueden sostener cualquier mentira y
refutar cualquier evidencia, sin provocar daños a
nadie.

Un ejemplo: afirmar que la vida es juego, es una
suposición. En sí misma inofensiva. Incluso, la
vida vislumbrada como juego puede resultar exaltante como una
taza de café fuerte en un día deprimente. La mente
se anima a base de ideas o conceptos guías. Otros han
conjeturado que la vida es sueño, lucha, travesía,
etc. En todo caso, habría que añadir a la
suposición "la vida es juego" que la vida es,
además, el más irreversible, convincente y absoluto
de los juegos, lo cual, podemos presumir, deja de ser
suposición, para volverse una inferencia, una
deducción, una conclusión, un silogismo bien
razonado de la suposición.

Esto equivale a decir que de una suposición puede
nacer una teoría personal o científica,
según el fenómeno o asunto que se considera o
intuye.

Bajo esta conjetura, cuando nacemos –visualizando
la suposición que estamos manejando- entramos en una
especie de Casino planetario donde no podemos permanecer como
observadores ajenos, distantes, a lo que sucede en este "local",
sino que estamos obligados a jugar. Jugar es entonces una forma
de estar en coherencia con la vida. Jugar es la manera más
profunda de respetar las reglas del "lugar", es decir, de la
vida.

Sin embargo, en la manera de jugar este juego podemos
encontrar un disparate, un impedimento al juego, una
presuposición plantada por la razón. La
razón a través de sus presuposiciones parece
dificultar la participación en el juego de la vida.
¿De qué manera?

Presuponiendo o sea "dando por sentado", que el
propósito o el sentido del juego de la vida es ganar, que
el juego en cuestión tiene como condición la
ganancia. Se trata de una pura presuposición.

Así, de una suposición inofensiva, la vida
es juego, nos deslizamos a una presuposición peligrosa y
funesta para la salud mental: hay que jugar a ganar. En este
caso, la presuposición que estamos manejando no tiene
conexión con la realidad. No hay ilación ni ninguna
relación.

La razón,
disfruta ganando

Esto parece lógico y lo cierto es que es muy
lógico. Pero la razón se traba cuando en lugar de
ganancias hay quiebras, percances y desventajas, que es lo
más frecuente en el "juego de la vida", debido a su
defectuosidad insuperable. La razón en efecto presupone
que hay que vivir como jugadores que nunca tienen que perder.
Esta lógica, no obstante, no es funcional. Es
ilógica. No se traduce en salud, aunque cuadre
lógicamente en nuestro sistema mental.

La idea o suposición que la razón tiene de
la vida como juego se ve afectada por la presuposición de
que se trata de un juego que hay que ganar y no por una sola vez,
sino por toda la vida, esto es, por todas las veces que se
"apuesta", que se juega.

No cabe duda que intentar ganar de por vida es lo
más razonable para la razón. Lo ideal es siempre
lógico. El nudo de la cuestión es que esta
presuposición choca desde el principio pues el "juego"
entero de la vida se pierde desde el momento mismo que se inicia
la "partida". Cuando por chiripa un espermatozoide se liga un
óvulo, el resultado definitivo de este romance está
abocado al fracaso.

Esto es lo que la razón no sospecha. Imagina
–pasa de la suposición a la presuposición-
que tenemos el poder para jugar y ganar el juego de
vivir.

Me he referido a la muerte, en primer lugar. Esta claro
que el juego de vivir finaliza con el morir que es el fin no
sólo de la suposición de la vida como juego, de la
idealidad, sino de la vida misma, de la realidad. No hay
más remedio que ponerle buena cara a semejante
pérdida total no sólo de vínculos
familiares, lazos afectivos, raíces culturales y sociales,
sino del desastre por completo del juego. Con la muerte nos
retiramos del Casino.

Pero no es necesario recurrir al tema de la muerte para
argumentar contra la presuposición de jugar el juego de la
vida para ganar cuando el juego en su desenlace total está
definitivamente perdido.

Desde que pueden nuestros padres, escuelas e
instituciones religiosas y sociales nos contagian a la
presuposición de jugar a ganar el juego de la vida y,
coherentemente con esta presuposición, nos entrenan
únicamente para ganar.

Se juega para "ser el primero": "Hay un juego para el
segundo lugar, pero es un juego para perdedores, jugado por
perdedores", sostenía Vince Lombardi, mito del
fútbol americano. Ya que participamos en el juego de la
vida, deberíamos (se presupone) ganar.

Cuando nos "sueltan" ya no podemos evadir o salirnos de
ese "entrenamiento", que es, en realidad, una programación
a la frustración, al sufrimiento continuo, a la marea de
la confusión, a la pérdida del sentido y a la
desorientación de nosotros mismos.

La razón funciona estableciendo suposiciones y
presuposiciones sobre la estructura del mundo, de la naturaleza y
de la vida cotidiana. Pero esas presuposiciones quedan
desmentidas por como realmente marcha el mundo, por como
realmente funciona la naturaleza y por como realmente se
desarrolla la vida diaria.

A veces, las presuposiciones alcanzan incluso la
categoría de las teorías y de paradigmas
científicos. La teoría del marxismo, por citar un
ejemplo, procedió de suposiciones metafísicas y de
ahí pasó a presuposiciones económicas y
sociales. Del materialismo dialéctico, las rígidas
leyes que rigen la lógica de la historia, se pasó
al materialismo histórico y a presuponer unos movimientos
sociales que el hundimiento de los gobiernos comunistas,
desmanteló también junto con las
presuposiciones.

A veces en base a lo observado se quiere predecir lo no
observado u observable y esto da origen a presuposiciones que
retrasan el conocimiento.

Las revoluciones científicas que nos han hecho
pasar de la teoría de Copernico a la de Newton y de
éste a la de Einstein, terminan manifestando que aun en
ese terreno tan autorizado la "estirpe" de las suposiciones y
presuposiciones tienen sus días (o sus siglos)
contados.

Siguiendo nuestro asunto: las presuposiciones crean
contradicciones y las contradicciones complejidades y las
complejidades, complicaciones. Esto sucede en el ámbito
científico: cada tanto tiempo se renueva nuestra
concepción del mundo y del universo. Sucede también
en el campo de nuestra vida personal, que es el ámbito
donde más nos golpean las presuposiciones.

Las presuposiciones son fuente de problemas, conflictos
y dificultades en las relaciones interpersonales. Al final, nos
encontramos en aprietos.

A este punto, la razón recurre a las
"matemáticas". ¿Si tengo tal problema, cuál
puede ser la solución? En efecto, la razón
presupone que los problemas tienen soluciones. Pero a partir de
entonces, todo el interés de la razón es la
solución, la cual no hace más que crear más
presuposiciones: más problemas. De esta manera el juego de
la vida, volviendo a nuestra suposición original, se
vuelve el tormento de la vida.

Las siguientes consideraciones escuchadas en el
consultorio, frases que casi todos hemos tenido ocasión de
oír, encubren o descubren presuposiciones:

  • Desde que era niña, el esquema familiar era
    que uno se comportara bien: jamás una palabra
    incorrecta. Tengo una lucha interior entre ser tierna y ser
    correcta. Vivo en esa polaridad. Me remito a mi infancia. Mi
    papá siempre me pedía que estuviera a la altura
    de los demás. (Daño ocasionado por
    presuposiciones de los padres)

  • Tengo una tendencia nata a la perfección.
    Siempre me ha regido el perfeccionismo y tiendo a exigirme
    más perfeccionismo. No son los demás, sino que
    soy yo misma que me lo exijo. No me perdono cuando me
    equivoco y no perdono a los demás cuando me fallan.
    (presuposición personal: los demás no deben
    fallarme)

  • Soy cruel conmigo misma cuando me yerro. Me portaba
    bien desde niña para ser aceptada. Me enseñaron
    dos cosas: no salirme de lo establecido y hacer las cosas
    bien hechas. (presuposición de la familia reforzada
    por la escuela).

  • Me molesto mucho conmigo misma cuando las cosas no
    son como yo quisiera. (presuposición
    personal).

  • Vivo sin la tranquilidad de tener una estructura.
    "Tengo que tener más estructura', me digo. Esto me
    crea tensión: al mismo tiempo que quiero ser como
    debería ser, no puedo por la falta de estructura.
    Lamento no haber recibido estructuras de exigencias.
    (presuposición personal).

  • Las cosas se hacen bien o no se hacen.
    (presuposición socio-cultural).

  • En mi vida se dan muchos aires de rigidez
    (presuposición personal). Quiero ser recta, no
    rígida.

  • Una persona igual a mí me chocaría.
    (presuposición personal).Tendría dificultades
    para relacionarme con ella. Mi reacción primera
    sería el rechazo.

  • Perdón, Señor por no saber hacer
    bromas. (presuposición personal: ¿será
    realmente cierto que "no sabes" hacer bromas?)

  • Necesito que la vida tenga una estructura para
    sentirme segura. (presuposición personal:
    ¿estamos seguros que la estructura te dará
    estabilidad?)

  • Mi humor y mi autoestima varían de acuerdo a
    lo que los demás piensan de los zapatos que traigo
    puesto. (presuposición personal: ¿será
    totalmente cierto que los demás se ocupan de tus
    zapatos?).

A su vez, cuando en los laboratorios de Terapia de la
imperfección pregunto: "qué es lo que más te
molesta de ti", las respuestas suelen ser del tipo
siguiente:

  • La inseguridad para realizar ciertas
    actividades

  • Que me preocupo demasiado

  • Que me humillen

  • Que tomo muy a pecho las cosas

  • La falta de constancia: me propongo cosas y no las
    logro y esto me enoja conmigo mismo

  • Sentirme infeliz

  • Encontrar un error en mis actividades

  • La tendencia a desvalorarme

  • No entregarme tiempo para mi misma

  • Pensar que las cosas dependen de

  • No hacer rápido las cosas que quiero
    hacer

  • Cuando me descubro que no fui libre para
    algo

  • El no abrirme a los otros

  • Las molestias y achaques de la edad

  • No tener tiempo para el descanso

  • Cometer errores y equivocarme

  • No saber dar respuestas adecuadas

  • Dejarme condicionar por otras personas

  • La aprehensión con que tomo las
    cosas

¿No serán las presuposiciones presentes en
cada una de las respuestas la verdadera causa de la
molestia?

Y, a la pregunta ¿qué te molesta de los
demás?, las respuestas son del tipo:

  • la falta de lealtad

  • la infidelidad

  • las críticas

  • que se entrometan en el terreno de mis
    intenciones

¿Cómo podemos jugar el juego de la vida
con el tipo de entrenamiento que arrojan tales
comentarios?

A su vez, cuando propongo la siguiente dinámica
explorativa: "¿Qué opinas de la vida a estas
alturas?", recibo respuestas contaminadas por las presuposiciones
del tipo:

  • es la oportunidad para expresarme como soy y de
    conocer cada día algo nuevo

  • sólo puedo decir que es algo maravilloso, un
    privilegio, una aventura sublime

  • un regalo constante y una oportunidad para aprender
    a ser feliz

  • una espléndida oportunidad de ser y
    disfrutar, de lograr metas

  • a través de la vida desarrollo todos los
    dones que Dios me ha dado

  • algo que hay que vivir a plenitud

  • es una canción

  • una ocasión para ser feliz, para
    disfrutar al máximo

  • algo maravilloso, dinámico, algo
    bello, divertido, apasionante, con aprendizajes valiosos para
    disfrutar compartir con quienes me rodean

  • un tiempo de crecimiento

  • es buena, es linda es segura, digna de
    vivirse

  • es benévola, está llena
    de colores, un constante gozar y alcanzar los éxitos
    planeados

  • es poder disfrutar del sol, el verde,
    de toda la naturaleza, del amor de la pareja y de los
    hijos

  • es esperanza, perfección,
    crecimiento, ilusión, amor

  • es progreso constante de nuestras
    habilidades, de forma ascendente y persistente hacia la
    perfección

Pero, cabe preguntarse: las
presuposiciones acerca de la vida que contienen las frases
elencadas arriba, ¿no vuelven el juego de vivir más
complejo, difícil e incomprensible?

La presuposición tiene que ver con la
inadecuación. A raíz de estas presuposiciones, las
personas que así responden, confiesan que experimentan una
sensación de inadecuación cuando la realidad no
tiene que ver con la propia "realidad", cuando es
diversa.

En efecto, cuando la razón no encuentra
correspondencia entre sus presuposiciones y las circunstancias de
la vida, tiende a interpretar sus "jugadas", su vida en general,
como algo que no va, como algo que no funciona bien y, a partir
de tales interpretaciones, se genera, como respuesta, una
necesidad de corregir, de arreglar, de enderezar, de reparar. Se
experimenta una necesidad de controlar, manipular y reparar la
realidad con nuevas presuposiciones. Pero, reparar no es solo
mirar con cuidado algo, sino pararse una segunda vez. Como quien
dice oponerse dos veces al mismo golpe de la realidad.

Surge, lo que la Terapia de la imperfección
denomina necesidad de estructurar, un arranque de control total
sobre los propios pensamientos, sentimientos, relaciones
interpersonales y sobre el mundo que nos rodea, las
circunstancias, las personas, las cosas y los eventos.

La combinación de la sensación de
inadecuación y la necesidad de estructurar, (como
dinámica producida para atajar o eliminar la
sensación de inadecuación), da lugar al trastorno
del perfeccionismo que la Terapia de la imperfección
describe como "perdida del sentido de orientación". El
sujeto deja de tener su condición limitada como referente,
se extravía con respecto a su propia realidad defectuosa e
imperfecta. En estas condiciones se adentra el perfeccionista en
el "Casino" para jugar el juego de la vida.

Manejando las
presuposiciones

Los seres humanos aprendemos a pensar desde lo que la
Terapia de la imperfección conceptúa como
perspectiva de la indefectibilidad , o sea, desde la
presuposición de la no defectuosidad, esto es, desde la
negación o exclusión del límite. Dicho
también de otra manera, desde la pretensión o
presuposición de una realidad desprovista, despojada, de
sus insuficiencias, defectos, fallos e
irregularidades.

Enfocamos entonces las circunstancias de la vida
rechazando lo que tiene carácter de torcido, equivocado,
fracasado, imperfecto: las carencias, los defectos, los errores.
A causa de este "paquete" de material excluido (pensamientos,
sentimientos, hechos, cosas, personas que nos causan
sensación de inadecuación), dañamos la
posibilidad de jugar el juego de la vida.

La perspectiva de la indefectibilidad choca
insalvablemente con lo que es, con la realidad sin los oropeles y
tratamientos estéticos de nuestras
presuposiciones.

Desde esta presuposición (o perspectiva de la
indefectibilidad) del juego de la vida, es fatigoso preservar la
propia existencia. Lo primero en saltar en pedazos es el sentido
de la vida. El sentido, en efecto, se retrae, nos evade, cuando
no se toma en cuenta el asunto del límite. El sentido de
la vida florece con la inserción del límite y
desaparece con su exclusión, negación o
rechazo.

Podemos decir, siguiendo el glosario de la Terapia de la
imperfección, que el sentido sucumbe con la perspectiva de
la indefectibilidad y se recupera con la perspectiva de la
defectibilidad, esto es con la inclusión del límite
en nuestra percepción y relación con la realidad.
Pero cuando el sentido de la vida se hace pedazos, el juego se
viene para abajo.

¿Cómo podemos entonces transformar el
juego en contra que estamos llevando a cabo por el juego a favor
de nosotros, pues, el motivo del juego no es, básicamente,
ganar el juego, sino cuidar o ganar al jugador?

Para salvar al
jugador: aprender a perder

El trastorno del perfeccionismo se caracteriza por una
invadente y progresiva sensación de inadecuación
que genera una dinámica de necesidad de estructurar. A
través de las presuposiciones el sujeto perfeccionista
quiere dar horma a la realidad, meterla y mantenerla dentro de un
molde, "regularla", sujetarla a sus propias reglas.

El perfeccionista espera ser salvado por sus
presuposición: "la vida no debería ser así",
se autoconsuela cada vez que la vida, en cambio, es así
como es y no como presupone. Quiere determinar la existencia con
sus presuposiciones.

Creemos que manejarnos con nuestra "realidad", fruto de
nuestras presuposiciones, nos daña menos que encarar la
realidad misma. Pero las cosas están de otra manera: nada
es más desfavorable a nuestra vida que nuestras
presuposiciones y fantasías sobre la realidad.

La verdadera realidad no golpea tanto como nuestras
presuposiciones sobre la realidad. Así, pues, lo peor que
nos puede suceder no es la realidad en sí con toda su
aspereza, rigor e inclemencia, sino nuestras blandas
presuposiciones sobre la realidad.

Las presuposiciones (los "deberías") son
conceptos o pensamientos que subyacen a nuestros procesos
cognitivos de la realidad. En otras palabras, vivimos pidiendo
"peras al olmo". Este recurso, sin embargo, no nos impide ser
alcanzados por la realidad. Esta nos golpeará igualmente,
como cuando muere un ser querido, cuando perdemos a alguien por
divorcio o separación, cuando la vejez hace sentir sus
achaques, cuando la vida carece de sentido, etc.

El escudo conceptual de las presuposiciones (o
"deberías") causa nuestros problemas. Hemos empapelado la
verdadera realidad con las presuposiciones ("deberías" y
"no deberías"). ¿Con qué motivos? Con la
única finalidad de controlarla. La locura consiste en
presuponer: en querer controlar lo que sucede.

Siempre suponemos muchas cosas. No dejamos que la
realidad nos alcance y nos quite la venda de los ojos.

Desestructurar la
mente o dejar de presuponer

La forma para sentirnos adecuados es dejar de
presuponer. En otros términos, lo que requerimos
urgentemente para jugar el juego de la vida (nuestra
suposición inicial) no es jugar a ganar (nuestra
presuposición), que es el entrenamiento que hemos recibido
y la forma como estamos jugando, sino aprender a jugar a
perder.

Cuando la mente declara la guerra a la realidad con sus
presuposiciones hay "ganadores". Lo que ocurre es que esa
"ganancia" resulta un verdadero problema. Vivir en un mundo donde
el juego de la vida se convierte en un juego para evitar los
errores, nos hace fallar como seres humanos.

Las perdidas en el juego de la vida se dan para conocer
la vida. Y este conocimiento parece estar mediado por la
inevitabilidad del error, de la falla, del fracaso, del
sufrimiento, de la pérdida. Lo que aprendemos cuando
perdemos es lo que, tarde o temprano, teníamos que
aprender. La vida le dio a esa circunstancia la particular
oportunidad de enseñarnos a perder.

Sin pérdidas no hay conocimiento, tampoco hay
sensación de vivir. No hay experiencia de la
vida.

Las circunstancias de la vida tal como acontecen nos
proporcionan conocimiento de nosotros y de los demás. Las
cosas que nos suceden, sobrevienen para que nos descubramos y nos
comprendamos. Para calar en lo que es.

Es la presuposición o rechazo de la realidad, la
que provoca dolor. Afortunadamente, la realidad termina haciendo
pedazos nuestras presuposiciones.

Así, pues, detrás del sufrimiento, hay una
teoría, detrás de la teoría, hay una
presuposición ("debería") y detrás de una
presuposición, hay una perspectiva
perfeccionista.

El pensamiento perfeccionista no es más que un
intento de querer controlar la vida. Lo que salva -al menos
así piensa la Terapia de la imperfección- no es
jugar a ganar (es decir, a no fallar) sino aquello que nos
dispone a disfrutar nuestra humanidad. Consentir la
pérdida es un compromiso con nosotros mismos.

-"Quizá no existan los errores, me decía
un paciente que estaba aprendiendo a perder, porque si existen
entonces significa que existía una alternativa
perfecta".

La realidad nos abre a nuevas historias y nos ofrece
muchas posibilidades sin necesidad de presuponerlas. La
presuposición establece una bipolaridad entre mi realidad
y la realidad, además, no permite abrirnos a otros
sucesos, oportunidades, perspectivas y horizontes.

La sensación de adecuación, la paz con
nosotros mismos, la autoaceptación es una manera de pensar
sin presuposiciones.

Para la Terapia de la imperfección, la realidad
nos ofrece todo lo que necesitamos para sanar nuestra tendencia a
presuponer. Pero para ello se requiere un nuevo punto de partida:
la perspectiva de la defectibilidad: la inclusión del
límite en nuestra relación con las circunstancias
de la vida, es decir, la reconciliación con la
realidad.

 

 

Autor:

Ricardo Peter

 

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