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El despreciado – Novela




Enviado por Francisco Tovar



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    Novela costumbrista contemporánea "El despreciado"
    Monografias.com

    Novela costumbrista contemporánea
    "El despreciado"

    "Como pidiendo perdón"

    Monografias.com

    Gracias a "Jehová" el creador
    todopoderoso

    y a su hijo

    Jesús El Cristo

    A mis padres

    que amo tanto

    Mi agradecimiento con mi espíritu y con mi
    inteligencia, a todas las personas que de una u otra manera,
    hicieron posible la realización de esta obra.
    ¡Fueron muchos los que colaboraron con ella!, y mal puedo
    yo, ponerme a nombrarlos aquí, puesto que corro el riesgo
    de dejar a algunos sin mencionar, y ninguno de los que me
    ayudaron, merece quedar por fuera ¡Sino todo lo contrario!;
    porque está el que me consiguió algunas hojas de
    papel, está el que me regaló el lápiz,
    está el que me ayudó con una resma de papel, el que
    me ayudó con algo de dinero, el que me prestó la
    máquina de escribir, el que me consiguió alguna
    cosa o herramienta de oficina, los que me ayudaron a corregirla,
    los que me le sacaron copias, los que pacientemente la leyeron y
    me la criticaron y me aconsejaron, los que me felicitaron, los
    que con toda sinceridad y de corazón me auparon y me
    dieron ánimos, los que me tuvieron paciencia y me
    soportaron; ¡En fin!. ¡Cada uno de ellos sabe!,
    cómo y de qué manera lo hicieron y cómo y en
    qué forma pusieron su granito de arena, para que ella
    saliera a la luz. ¡Por eso les repito!, les estaré
    por siempre agradecido.

    Yo, desde muy joven sentí la inquietud de
    escribir, de comunicarles a mis congéneres, por medio de
    la escritura, mis sentimientos, mis inquietudes, mis vivencias,
    mis fantasías, …, y me veía escribiendo en una
    cabaña solitaria, rodeado de la belleza y de la
    tranquilidad de la naturaleza del campo, de la playa o de la
    montaña. ¡Y vivía soñando y esperando
    que se dieran estas condiciones y circunstancias!. ¡Pero
    dándome cuenta de repente!, "que los días pasaban y
    pasan apresuradamente, queriendo convertirse en el futuro.
    ¡Pero que misteriosamente!, se estancan en el presente, y
    llenan a la vez, a la vida de pasado" ¡Y yo! ¡Sin ver
    mi cabaña por ningún lado!, tomé la
    determinación de ponerme a escribir bajo las condiciones y
    circunstancias más increíbles ¡ Y bueno!,
    aquí está lo que logré hacer, y espero que
    lo disfruten.

    Muchas gracias.

    Francisco Tovar (TAFS)

    SACVEN 6.624

    Venezuela

    *

    Cantaban los gallos en un tono lastimero, los grillos
    bostezaban de cansancio por tanto chirriar, el amanecer no
    mostraba claridad, la Casa Grande de la hacienda se encontraba en
    penumbras, y sólo se distinguía a la distancia, el
    resplandor de un mechero de keroseno, que trémulo
    titilaba, como queriendo expresar en su extraño lenguaje,
    un misterioso y triste mensaje ¡Y de repente!, se escucha
    el llorar de un niño recién nacido, que al romper
    el silencio reinante, parecía más bien un lamento;
    Mamá Porfiria, la causante de ese llanto, al propinarle
    varias nalgadas al bebé, como buena comadrona que era, le
    había hecho sentir al nuevo ser, la primera penuria
    ¡De las muchas que sufriría en su vida!, como
    presagio de aquel amanecer, en el cual hasta el sol se
    negó a salir. Don Emiliano, quien desde hacía
    bastante rato, se paseaba por el largo y oscuro corredor de la
    Casa Grande, con un enorme y humeante tabaco en la boca, nervioso
    y muy preocupado, por la tardanza del parto; se sobresaltó
    al oír el llanto, y diciendo con alivio
    –¡Gracia ja Dio!– Se internó en la casa,
    dirigiéndose a su habitación. Mamá Porfiria,
    al verlo entrar, se dirige a él diciéndole en un
    tono muy amoroso –Mire Do Nemiliano!, le nació tro
    negrito cará ¡Y bravo que jel condenao!, primero no
    quería salí, despué no quería
    resollá, y tuve que dali hasta cinco nalgá pa que
    chillara, y ora no se quie callá ¡Y patea
    comú nendemoniao!_ _¡Bueno Ma Porfiria!_ Le responde
    Don Emiliano, haciendo un gesto con los hombros
    –Déselu a la mama pue, pa que le sampe la teta pu
    ese jocico, que yo sepa, esu e lo que lo jaquieta cuando se pone
    nasina_ _¡Ta bien mi Don!_ Dice Mamá Porfiria,
    asintiendo, a la vez que le recuerda a Don Emiliano, en un tono
    autoritario –Sabe que tiene que mandá poní a
    reposá la sope gallina Ña Calmen, mire ques te
    palto le fue jalto difícil, y la dejó muy
    débili cansá, como que sino fuera parío
    nunca_ Y dirigiéndose a la madre, en un tono
    cariñoso, continua diciendo _¡Y usté mi
    Doña!, tomi al Negritu y dele su comía pue_ Don
    Emiliano, después de preguntarle a Doña Carmen,
    ¿Qué cómo se sentía?, y darle un beso
    en la frente, se dirigió a la cocina, a seguir la
    recomendación de Mamá Porfiria. Mientras tanto
    Doña Carmen, tomaba a su hijo en los brazos y le colocaba
    uno de sus senos en la boca –¡Aay muchachu el
    carrizo!_ Gritó Doña Carmen de repente, y
    seguía repitiendo griticos de cuando en vez, ya que el
    Negrito le succionaba y presionaba fuertemente. Y entre ayes y
    ayes, pensaba _ ¿Qué nombre le pongu este
    muchacho?, me parece como que tuvieral gu especiá_ En eso
    a Doña Carmen se le ocurre llamar a su esposo, y lo hace a
    gritos _¡Emiliano!, ¡Emiliano!_ Y éste, oyendo
    los gritos de su mujer; llega corriendo a la habitación,
    pensando que le estaba ocurriendo algo malo, y le pregunta, en un
    tono de asombro y asustado _¡Qué te pasa
    mujé?, mi asustate co nesos leco_ Y ella le responde,
    apenada –Bueno, es que quería preguntate,
    ¿Qué qué nombre le vamo ja poni al
    tripón?_ Respondiendo Don Emiliano, algo más
    calmado _¡Bueno mujé!, ¿Cómu es que
    tú le pone jel nombri a los muchacho pue?_ –Yo
    sé, pue lalmanaque_ Le responde ella, dudosa
    –Perú es ques te muchacho me parece distintu a lo
    sotro, ¡No sé!, ¿Qué dices tú?_
    _Déjame buscá pa ve_ Responde Don Emiliano,
    dirigiéndose a la pared, en donde se encuentra pegado un
    calendario, y apoyando un brazo en la misma, comenzó a
    escudriñar en él. Al rato se voltea, hacia donde
    está acostada Doña Carmen, y le dice, como no
    dándole mucha importancia al asunto –Bueno chica, e
    lalmanaque Bolge ji familia rezan Brosio_ _¡AMBROSIO!_
    Replica Doña Carmen, con un gesto de extrañeza
    –Ese nombre me suena comu hambre, hambriento, sufrimiento,
    ¡No sé!, ¡Pero bueno!, me parece que le va bie
    nesa gracial Negrito, ¡su gracia será!,
    ¡Ambrosio!_ Recalca Doña Carmen, con un gesto de
    firmeza. ¡Y así!, entre carreras y gritos, el trinar
    de las aves, la mezcla de ruidos producidos por los animales
    domésticos y el sonido de la triste música,
    producida por el viento al pasar entre los árboles;
    transcurría el primer día en la vida de Ambrosio
    Ortiz, el número siete de los hijos de Emiliano Ortiz y
    Carmen Aponte de Ortiz, después de Eliodoro, Santiago,
    Carmela, Ernestina, Pedro y Pablito, con el transcurrir del
    tiempo, se agregarían a la familia Ortiz-Aponte, dos
    nuevos integrantes: Ramón y Antonio…

    *

    La vida en la hacienda de café de Don Emiliano,
    transcurría rutinariamente, las ochenta hectáreas
    produciendo, el corredor, que le daba vuelta a toda la Casa
    Grande, repleto hasta el techo de sacos llenos, esperando
    solamente que los carguen sobre las mulas y los lleven a vender.
    El Don y sus tres hijos mayores, atendían las cosechas
    junto con la peonada, la Doña y sus hijas, se encargaban
    de los animales y de los quehaceres del hogar;
    ¡Normalmente! ¡Para el desayuno solamente!, eran
    preparados: entre ochenta y cien pares de hallaquitas o arepas y
    huevos; Pablito y Ambrosio, se encargaban de labores como la de
    echarle comida a los cochinos, buscar la leña,… Los dos
    más pequeños, jugaban y fastidiaban como todo
    muchacho, ya que todavía no habían llegado a la
    edad de siete años, ¡Que según Don Emiliano
    Ortiz!, ¡Y con muchas objeciones de parte de Doña
    Carmen!, era la edad reglamentaria, para comenzar a bregar en el
    campo y dar comienzo a la formación del hombre, para su
    desenvolvimiento en la vida; enseñándole
    responsabilidades u obligaciones, desde una edad temprana…
    Don Emiliano, era un jugador empedernido, ¡Además de
    mujeriego!, ¡Y muchas veces, de repente, sin dar
    explicaciones de ningún tipo!, mandaba a ensillar su
    animal preferido; una enorme, negra y resabiada mula, que
    sólo él podía montar, la cual medía:
    como metro y medio de alzada; se acomodaba su faja repleta de
    fuertes, bambas y pesetas de a peso, montaba sobre su bestia, y
    se echaba unas perdidas de dos, tres y hasta cuatro días,
    dependiendo de si encontraba fiestas o no. ¡Y cuando
    aparecía!, había ocasiones, en que traía las
    alforjas repletas de dinero, junto con una o dos fajas más
    aparte de la de él, igualmente llenas y terceadas en el
    hombro, y con uno o dos animales a reata; pero en otras
    ocasiones, ni siquiera traía su faja, ¡Y
    además de haber perdido todo lo que se había
    llevado!, venía alguien acompañándolo, para
    llevarse uno o dos cochinos, caballos o vacas, que también
    había perdido; teniéndole que soportar la lengua a
    Doña Carmen, ¡Por lo menos, por tres
    días!.

    *

    Ambrosio, desde muy pequeño, dio muestras de
    habilidades; y además de ser muy obediente, ponía
    mucho empeño, en hacer las cosas lo mejor posible. Por eso
    un día que Don Emiliano iba a trasladarse al Puerto, para
    vender el café, teniendo a la vez que hacer otras
    diligencias de importancia, lo llamó y le dijo, de una
    manera firme _¡Miri Ambrosio!, mañana primera hore
    la madrugá, me voy pal puelto co ne larreu e mula, y me
    tengo que llevá su jelmanos mayore, polque me va
    nacé falta lla, y usté se me va quedá calgu
    aquí, ¿Tamos di acueldo?_ _Comus te diga pa_ Le
    responde Ambrosio, de forma sumisa, a la vez que le pregunta, con
    tristeza _¡Y miri apá!, ¿Va na i los cuatru
    entonce?_ _¡No!_ Le responde Don Emiliano, en un tono seco
    –Na ma Jeliodoro, Santiagu y Pedro_ Pablito, cuya forma de
    ser y comportamiento, era del todo opuesto al de Ambrosio,
    además de haber dado muestras desde pequeño, de ser
    envidioso e intrigante; se encontraba en el corral de los
    becerros, con Pedro, ¡Muy cerca de ellos!, y escuchó
    lo que le decía su padre, a su hermano menor;
    conversación ésta, que no fue de su agrado, y con
    un gesto de disgusto, se alejó del sitio, pensando con
    rabia _ ¿Cómu es posible? ¡No me lleva na
    conocel puelto!, ¡Y encima deso!, pone nese mono ques mucho
    menol que yo, comu e lombre la casa, ¡Puen cima mío!
    ¡Eso no pue se!, me las va pagá_ Y esa misma noche,
    Pablito, comenzó a maquinar en su mente, qué era lo
    que iba a hacer al día siguiente, para que Ambrosio
    quedara mal delante de su padre, y con esas ideas en la cabeza,
    se fue a acostar… En la fría madrugada, a eso de las dos
    de la mañana, comenzó el movimiento en la hacienda
    de café de los Ortiz, ¡Y el corre para y el corre
    por, no cesó!, hasta que todas las mulas estuvieron
    cargadas y reatadas; en eso, Don Emiliano, llama a Ambrosio y a
    Juancho, el capataz; y les dice, firmemente _¡Bueno!, la
    cienda queden sus mano, espero que men treguen buenas cuenta,
    ¡Juancho!, ayúdami al muchachu en to lo que puedas_
    _¡Como usté diga patrón!_ Le responde el
    capataz, y el Don, montando en su mula, después de
    contestarle la bendición a Ambrosio, la dirigió
    hacia el sendero, y encabezando la reata, gritó
    _¡VAMONÓS! ¡Y que sía lo que Dios
    quiera!_ Y Eliodoro, Santiago y Pedro, después de pedirle
    la bendición a Doña Carmen, se emparejaron con su
    padre, mientras Ambrosio y Juancho, observaban la culebreante
    recua, que después de pasar por debajo del Gran
    Samán, se iba desvaneciendo en la distancia,
    desapareciendo entre los árboles ¡Por otro lado!
    Pablito, se encontraba convenciendo a sus otros dos hermanos
    menores, para que lo secundaran, en la mala jugada que
    había ideado, en perjuicio de su hermano Ambrosio,
    ¡Y les decía, de manera autoritaria!
    _¡Ramón!, tú y yo vamo ja desbarrancá
    la cequia, ¡Y tú Antonio!, te va jaí al
    corral de los becerro ji los va dejés capá todos,
    pa qui Ambrosio no li alcáncel tiempo pa las demás
    cosa_ Y así lo hicieron. Ramón y Antonio le
    obedecieron, ya que los había amenazado con golpearlos si
    no lo hacían, como lo hacía siempre que
    quería involucrar a sus hermanos en sus fechorías,
    puesto que desde siempre, había hecho ver, que a él
    le gustaba ser el mandamás, y no aceptaba que se le
    opusieran a las cosas que él quería y buscaba. Esta
    actitud de Pablito y su forma de ser, haría, que con el
    transcurrir del tiempo, su tirria en contra de Ambrosio se
    acentuara; ya que éste, desde muy pequeño, dio
    muestras de que no se iba a dejar, ¡Ni se dejaría
    acoquinar por nadie!. Ambrosio, se encontraba con el capataz,
    oyendo consejos de éste, cuando llegó Melecio,
    jadeante por la carrera que había dado, a avisarles que se
    había desbarrancado la acequia; y en ese momento, llegaba
    también Régulo, en las mismas condiciones, para
    avisar que los becerros habían escapado todos _¡Mire
    Don Juancho!_ Dice Ambrosio con autoridad y sin perder aplomo
    –Usté se me va co nunos pione ja repará la
    cequia, mientras yo voy co notro ja recogé los becerro,
    ¡Y usté Melecio, me le dice a Ramoni Antonio, que
    sen calguen de la comíe to lo janimales, si no se las
    quieren ve conmigu y con papá_ Y con la misma, se fue,
    junto con tres peones a reunir los becerros nuevamente, antes de
    que se mamaran las vacas; y pensaba, perspicazmente –Me
    pareci a mí, que detrá je tues tu está la
    mano di alguien, ¡Y lo voy averiguá!_ Mientras
    tanto, Ramón y Antonio, realizaban el trabajo que
    normalmente hacían Pablito y Ambrosio, puesto que, el
    autor intelectual de lo que estaba ocurriendo, no estaba
    dispuesto, ¡ Bajo ningún concepto!, a colaborar con
    su hermano… Con la colaboración de los peones y la buena
    dirección de Ambrosio y el capataz, las tareas de ese
    día, se cumplieron, ¡Eso!, a pesar del sabotaje. Al
    día siguiente, Pablito, al no poder contactar a sus
    hermanos, ya que éstos se encontraban muy ocupados, con
    las tareas que les había asignado Ambrosio; se fue
    él solo, y volvió a desbarrancar la acequia, y
    después se dirigió al corral de los becerros, para
    abrirles la puerta y dejarlos escapar nuevamente, pero uno de los
    peones, que lo vio causando el derrumbe de la acequia, se fue a
    avisarle a Juancho, y éste, se dirigió a buscarlo,
    imaginándose cuál sería su siguiente paso; y
    lo encontró en el momento en que se disponía, a
    dejar escapar los becerros, deteniéndolo a tiempo.
    Ambrosio, a quien otro peón le fue a avisar lo que estaba
    pasando, ¡Además de decirle, quien era el causante y
    en dónde se encontraba!, se dirigió al corral de
    los becerros, y al llegar allí, sin mediar palabras, se
    abalanzó sobre Pablito, sin darle tiempo a nada,
    propinándole una andanada de golpes con todas sus ganas.
    El capataz y otros peones, intervinieron en la pelea,
    separándolos, mientras Ambrosio le decía a Pablito
    _¡TÚ A MI ME RESPETA JOISTE!, ¡Polque yo soy u
    nombre! ¡ Po ralgo papá mes cogiu a mí y nu a
    ti pa que men calguen su ausencia!, ¡ ASÍ QUE ME
    RESPETAS!_ Por su lado, Pablito, que se le sacudía y
    pateaba a los peones que lo tenían agarrado, decía,
    con una mirada de odio en los ojos _¡Tú me la va ja
    pagá monito feo!, ¡Tú me la va ja
    pagá!_ Juancho, después de calmar a Ambrosio y
    evitar que continuara el altercado; se dirigió a reparar
    la acequia nuevamente, junto con otros peones. A la hora de la
    comida, estando la familia reunida en la mesa, Doña Carmen
    , viendo la seriedad de sus hijos, la misma que había
    observado en el día anterior, les pregunta, con un dejo de
    preocupación e intrigada _¡Bueno, ya basta!,
    ¿Yo quiero sabel polqué de sas cara?, aye li hoy la
    misma cosa, ¡No pue se!, cuandu nos ta comiendo tiene ques
    ta contento, polque sino la comía nos pue cae mal_
    Peru amá!, ¿Es quius te no sabe na?_
    Pregunta Carmela, con un tono de extrañeza
    _¡¿Qué mija?!_ Interroga Doña Carmen,
    sorprendida y preocupada _Bueno, qui ayel ses barrancó la
    cequie y ses caparon los becerro, y hoy también
    pasó lo mismu y descubrieron qui había sio Pablito,
    y Ambrosio le cayú a golpe_ _¡DIOS MÍO!_
    Exclama Doña Carmen, asombrada y con un rictus de
    sufrimiento en el rostro, a la vez que pregunta, mirando a sus
    hijos fijamente _¡Pol qués tan pasandu estas cosa
    jen mi casa? ¡Ustedes no puen compoltasi asina!, mire qui
    ustede so nelmano ji nosostro no lemo jenseñau esas cosa_
    ¡No se imaginaba siquiera Doña Carmen!, que ese era
    apenas el comienzo de sufrimientos, angustias y temores para
    ella, en los que siempre estarían involucrados, de manera
    protagónica, sus cuatros hijos menores, por la forma en
    que se comportarían éstos toda su
    vida…

    *

    El día en que debía retornar Don Emiliano,
    a Pablito se le ocurrió otra maldad, ya que seguía
    manteniendo en su mente la idea, de que tenía que hacer
    quedar mal a Ambrosio delante de su padre, y tenía que
    hacer que lo culparan de algo malo, ¡Ya fuere quemando,
    matando o desapareciendo algo!, fue por eso, que se
    dirigió al sitio en donde almacenaban los alimentos, y
    agarrando un mapire, lo llenó de maíz;
    dirigiéndose luego al patio trasero de la Casa Grande, y
    comenzó a echárselo por puñitos a las aves
    de corral, ¡Y gallinetas, pavos, gallinas, patos!,
    comenzaron a seguirlo en dirección al río. La idea
    que se le había ocurrido a Pablito, era, la de agarrarlos
    uno por uno, mientras le durara el maíz, e irlos echando
    al agua para que se desaparecieran corriente abajo
    ¡Mientras más desaparecieran!, era mucho mejor para
    sus planes ¡Pensaba él!, mientras una alegría
    maquiavélica le recorría el cuerpo, nada más
    de imaginarse la cara de Ambrosio cuando se enterara, y de la
    reprimenda que recibiría éste, de parte de su
    padre. Pero Carmela y Ernestina, que vieron extrañadas,
    como Pablito se llevaba los animales hacia el monte; fueron a
    avisarle a Doña Carmen, que se encontraba en el manantial,
    el mismo, que desde siempre brotaba, emanando pureza, cerca de la
    mata de limón dulce; la Doña se encontraba
    allí, hablando con Mercedes, la esposa del capataz;
    mientras recogían el agua de beber en la casa. Carmela y
    Ernestina llegaron al sitio, jadeantes, por el esfuerzo que
    acababan de hacer, y decía la segunda _¡Amá!
    ¡Amá! ¡Pablito sesta llevando las gallinas pal
    monte!, dándole maí di a poquito_
    _¡Cómu es la cosa?_ Pregunta la Doña,
    sorprendida, mientras ponía las pimpinas en el suelo, y
    despidiéndose de Mercedes, salía con un paso
    rápido, casi corriendo, a la par de sus hijas, para ver
    qué era lo que estaba tramando Pablito; y al irse
    acercando al sitio, vieron cuando éste agarraba la segunda
    gallina por el pescuezo y la lanzaba al río
    _¡Aay!_Pega un gritico de susto Doña Carmen, y le
    dice a Carmela y a Ernestina, mientras arrancaba una rama de un
    arbusto que encontró a la mano _¡Agárrenme se
    muchachu el carrizo pa dali una buena pela, a ve si se le quita
    lo malucu y aprendí a respetá!_. Y en el momento
    que Carmela y Ernestina, corrieron para agarrar a Pablito, se
    formó un alboroto de " padre y señor mío",
    ¡Gallinas que saltaban cacareando!, ¡Patos volando!,
    ¡Gallinetas chillando!, ¡Pavos gritando!, ¡Al
    fin lograron alcanzarlo!, y una lo agarró por una pierna y
    la otra la agarró por el cabello, para que se quedara
    quieto, ¡Y llegó Doña Carmen, y
    comenzó a darle ramalazos!, ¡Y le daba y le daba!, y
    al mismo tiempo que le daba, le decía a gritos
    _¡PÓLTATE BIEN MUCHACHU EL DEMONIO!, ¡ Cuando
    venga tu papa se lo digo pa que te dé otra y Pablito
    lloraba, gritaba y le suplicaba a la Doña !_ _¡AAY,
    AAY, AYAYAAY!, ¡NO ME PEGUE MA JAMAÁ!_ Y le
    seguía suplicando, que no le pegara más, pero la
    Doña seguía dandole y dándole, hasta que el
    brazo no le dio más, y luego de botar la rama, le dijo a
    sus hijas que se lo llevaran a la casa, y una vez allí,
    éstas le echaron una buena cura de salmuera, en los
    moretones. A Pablito jamás se le olvidaría esta
    pela, porque ni la que le daría Don Emiliano, ese mismo
    día, la igualaría… Y ya cuando la tarde,
    comenzaba a dar sus primeros pasos hacia la noche, llegó
    Don Emiliano con sus acompañantes, habiendo transcurridos
    los tres días que normalmente duraba el viaje.
    Regresó cargado de víveres de todas clases, tanto
    para la casa, como para los animales, además de prendas de
    todo tipo para la familia. Al poco tiempo de haber regresado, se
    dio cuenta que todo estaba en orden, y llamó al capataz
    para preguntarles como quien no se ha dado cuenta _¡Y
    bueno!, ¿Cómu anduvo to?_ Respondiéndole
    éste, con un gesto de satisfacción _¡Muy bien
    patrón! ¡Todo anduvo muy bien!, el muchacho a pesar
    de que no ha cumplido los nueve años todavía, se
    comportó como todo un hombre, ¡Lo felicito mi Don!,
    de verdá verdá_ _¡Gracia Juancho!_ Le
    responde Don Emiliano, complacido y muy orgulloso
    –Tú sabes que yo poco me quivoco con la gente_ El
    Don, luego de informarse en detalles, de todas las cosas que
    sucedieron durante su ausencia; le dio el regalo que le
    había traído a Ambrosio, el cual consistía,
    en una navaja de cazador, por cuyo objeto, éste se
    sintió muy feliz; después le dio su merecido a
    Pablito, ordenándole además, que todo el trabajo
    que normalmente realizaban él y Ambrosio, tenía que
    hacerlo solo, hasta que él se acordara de levantarle el
    castigo; y finalmente, se fue a hacer los preparativos para el
    segundo viaje hacia el Puerto, el cual se llevaría a cabo
    al día siguiente, y durante el mismo, habiendo
    impartidoDon Emiliano órdenes similares; en la hacienda,
    las cosas marcharon normalmente, ¡Dentro de lo que cabe!,
    puesto que Pablito, tratando siempre de entorpecer las labores de
    la hacienda de café; no dejó de rumiar su rabia,
    por la supremacía impuesta, del Negrito sobre
    él…

    *

    Varias semanas después de haber sucedido estos
    hechos, a Pablito se le ocurrió, que había que
    darle una lección al hijo del capataz, ya que éste
    le había roto su trompo, ¡Por supuesto que
    Elías!, se lo había quebrado en competencia y en
    buena lid; pero a él no le pareció así, y
    como todo cobarde, no se atrevía a enfrentársele
    solo al muchacho, que era de su misma edad y estatura; y le
    decía a sus tres hermanos menores, de manera imponente
    _¡Miren muchachos!, ustedes saben, que Lía sale
    tempranito to los día ja buscale leña la mama, y
    siempre se va pu el camino rial, bueno, nosotro lo vamo jes
    perés condío jen la Piedra Negra ¡Y le vamo
    ja du na buena revolcá!, pa que nos respete_ Ambrosio, que
    era muy justo en su forma de actuar, y así sería
    siempre, además de poseer un buen corazón; no
    estaba dispuesto, ¡Ni lo estaría nunca!, a secundar
    a Pablito en esa canallada, y enfrentándose a él le
    dice, con gestos de firmeza _¡Es que tú cres que
    nosotro somo junos cobaldes como tú?, a mí si
    alguien mi haci algu y me quiero descobrá, lu hago solo
    sin buscá yuda_ Y con la misma se dio la vuelta,
    retirándose de allí, mientras Pablito le
    decía, irónicamente –¿Eses familia
    tuya caso?, un miedosu es que tú ere, ¡Y ustedes?
    _Le pregunta a Ramón y a Antonio, con autoridad _
    ¿Qué dicen? ¿Le vamo jechá
    pichón, sí o no?_ Y ellos, por el temor que le
    profesaban, acceden a sus planes. Mientras tanto Ambrosio, que
    aparte de no estar dispuesto a secundar a Pablito, en sus
    maldades tempranas; sabía que su consciencia no le iba a
    dejar tranquilo, sino le avisaba a Elías, lo que estaban
    tramando sus hermanos en contra de él; se dirigió a
    la cabaña, en donde vivía éste con sus
    padres, y al llegar allí, llamó desde la puerta,
    dando las buenas tardes; saliéndole Mercedes, la madre de
    Elías, que al verlo, lo saluda con una sonrisa en flor y
    le pregunta, expresando cariño _¡Mijo!
    ¿Cómo tas tú? ¿Qué te trae pua
    qui?_ _ Yos toy bien ¿Y usté?_ Le responde
    Ambrosio, devolviéndole la sonrisa _¿Ta
    Elía?, quieru hablá co nél_ _¡Aah
    sí!, e les ta pu allá tra jamolandu nos machete
    ¡Pasa palante!_ Ambrosio, después de darle las
    gracias a Mercedes y pedirle permiso, se dirigió a la
    parte trasera de la cabaña de Juancho, y Elías al
    verlo, hace un gesto de extrañeza, a la vez que le
    pregunta _¿Qué pasó? ¿Qué
    buscas tú pues tos lao?_ A lo que Ambrosio le responde, de
    una manera firme _¡Vengu avisate que Pablito, junto con
    Ramoni Antonio!, te va nes perá mañane nel monte
    cuando vaya ja buscá leña, pa caeti a golpe_
    Elías, sorprendído y extrañado, le pregunta
    _¿Y pol qué?, yu a ello no le jecho na_ _
    ¡Bueno Chico!_ Le replica Ambrosio, encogiendo los hombros
    –Tú sabes que Pablito no necesita motivo pa se sus
    maldade ¡Y ademá!, como tú y que le rompisti
    un trompo_ _¡Pero si él peldió la troya!, y
    tabamo jugando di a do santamaría_ Responde Elías,
    sorprendido nuevamente; a lo que le dice Ambrosio, afincando las
    palabras _¡Te vuelvu a decí!, quel no necesita
    motivo ¡Lo jinventa!_ Preguntándole Elías,
    con curiosidad _¿Y pol casualidá tú no sabe
    jel sition de me va nes perá? _¡Bueno!_ Le responde
    Ambrosio, algo dudoso _ Pablito dijo que tiba nes peres
    condío jen "La Piedra Negra" ¡Pero veti atento!,
    polque puen cambié sitiul tima hora_ ¡De repente!
    ¡ Elías!, recordando algo, deja de amolar el machete
    que tiene en sus manos, e incorporándose, mira a Ambrosio
    fijamente a los ojos y le pregunta, haciendo un gesto de
    extrañeza _ ¡Y bueno chico! ¿Tú y yo
    no nos caímos ja golpe je nestos día, polque le
    pegasti a mi perro ques taba peliando co nel tuyo, y me li
    aporriate juna pata? ¡Y salites peldiendo! ¿Y con tu
    y eso viene ja visame?_ _¡Esa fue una pelea justa!_ Le
    responde Ambrosio, con seguridad –Polque yo le peguí
    a tu perro pa defendel mío, y tú lo qui ciste fue
    pelía puel tuyo ¡ Y yos toy di acueldo con lo que
    pasó! ¡Pero con lo que no puedos ta di acueldo ni
    apoyá!, es con lin justicie mi jelmano. ¡Bueno!
    ¡Ya sabe!, me voy, adió_ _¡Adió jamigo
    mío!_ Le responde Elías, en un tono muy amistoso y
    sonriendo, y Ambrosio, que ya había emprendido el camino
    hacia su casa, se voltea, hace un gesto con uno de sus brazos y
    se sonríe también, aceptándole la
    amistad… Al día siguiente, Elías, habiendo
    tomado otro camino, dando un rodeo; iba preparado y alerta, para
    ver si podía sorprender a los emboscados
    ¡Éstos!, acurrucados en silencio y muy tensos,
    hacía ya varios minutos que se encontraban esperando a la
    víctima en el sitio acordado:"una enorme piedra, como de
    tres metros de altura y siete de diámetro, de un color muy
    oscuro e indefinible, con una peculiar forma que hace recordar un
    megalito; situada en una de las curvas del sendero que conduce al
    bosque ¡Y que nunca nadie ha podido explicar, cómo
    llegó allí!, por no haber en más de un
    kilómetro a la redonda, ningún lecho seco que
    indicara, que en tiempos antiguos, hubiese pasado por allí
    algún río, arroyo o algo parecido… En lo que
    Elías los divisó, comenzó a
    acercárseles sigilosamente, y cuando se encontraba a una
    distancia aproximada de veinte a veinticinco metros, se detuvo
    por un momento y les observó las espaldas, sonriendo
    irónicamente; respiró profundo ¡Y de repente
    se les fue encima en carrera!, blandiendo el machete que cargaba
    en la mano, el cual relumbraba en el aire, al pegarle los rayos
    del sol saliente que amorosamente acariciaban la campiña;
    y al mismo tiempo daba un escalofríante alarído,
    cuyo eco resonante en la silenciosa inmensidad, lo hacía
    más aterrador _¡AAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGEEEEEEUU!_
    Los emboscados al oírlo, se aterrorizaron de tal forma ,
    que se les erizó todo el cuerpo, al mismo tiempo que se
    orinaban y se defecaban en los calzones, mientras veían la
    forma endemoniada en que Elías se les venía encima
    ¡Y reaccionando por instinto solamente!, ya que el miedo
    los tenía casi paralizados; salieron a toda carrera ,
    dando grandes gritos, producto del terror que les causó la
    aparición repentina de la supuesta víctima, cuyo
    tan espeluznante grito, interrumpió el tranquilo silencio
    de la comarca; amenazándolos ésta con un machete ,
    que ellos sabían muy bien, podía cortar un pelo en
    el aire . Elías los persiguió por unos cuantos
    metros, y luego se detuvo a mirar la forma grostesca en que
    desaparecían entre los árboles ¡Y no
    aguantando más la risa!, soltó la carcajada
    ¡Y reía y reía!, sobándose el
    estómago, hasta que cayó al suelo
    retorciéndose ¡Y casi desfalleciendo de tanto
    reír!. Mientras tanto, los tres muchachos llegaban
    corriendo a los predios de la Casa Grande, cansados, sudorosos,
    jadeantes, casi sin poder respirar, a punto de una apnea,
    despidiendo un olor nada agradable y sin habérseles pasado
    el susto todavía; y Pablito decía, como trancado
    del pecho y tartamudiando _ E ese fue A, A. Ambrosio que li a,a,
    avisó ¡Seguro que fue e, él!, pe, pero me las
    va pa, pagá ¡Seguro que me, me las paga!_ Y
    Ramón decía, en el mismo tono – Tre, tremendo
    susto vale, pol pocu y nos ma,nos mate se loco – Y Antonio
    aconsejaba a sus hermanos, diciéndoles _ Di ahora pa, pa
    lante , tenemos quí andá con, con cuidao, polque se
    demonio nos pue cazá comu nas lapa _ ¡Y ya cuando la
    tarde, comenzaba a devorar a la alegre mañana! Pablito
    vio, como Elías y Ambrosio se desternillaban de la risa,
    bajo la sombra del Gran Samán; e imaginándose, que
    era de ellos que se reían, los miró con odio
    ¡Y no estaba equivocado! Porque era precisamente de lo
    ocurrido entre ellos, que éstos se reían, y
    Elías le decía a Ambrosio, riendo _ ¡Yo te
    los toy contando!, pero lo fueras visto _ Y soltaban la risa
    nuevamente, y Ambrosio decía casi sin poder hablar _
    ¡Pero tú no viste la folmen que llegaron!,
    parecía nunos locos corriendu y hablando gritao
    ¡Fíjate que venían ta nasustao!, que yos taba
    arreglandu el chique ronde papá poni a parí las
    cochinas, y pasaron po rahí ni me vieron – Y
    seguían riendo y riendo, mientras se contaban todos los
    detalles de lo sucedido.

    *

    Después de estos acontecimientos, Ambrosio y
    Elías se hicieron muy buenos amigos ¡A tal punto!,
    que se ayudaban mutuamente en sus labores ¡Y más que
    amigos! parecían unos hermanos, por la forma en que se
    trataban; hecho éste que notaban sus padres, y los
    hacía pensar y preguntarse ¿Qué cómo
    era posible que Ambrosio, se la llevara tan bien con el hijo del
    capataz, y tan mal con sus propios hermanos? ¡Y ese hecho,
    como padres!, les preocupaba y los hacía sentir mal,
    poniéndolos también en situaciones muy
    difíciles, en ciertas y determinadas circunstancias; para
    tomar alguna decisión a favor de unos u otros
    ¡Aunque la mayoría de las veces!, se inclinaban por
    Pablito y las cosas que éste les decía, ya que le
    creían las mentiras dichas por él, puesto que las
    expresaba de una manera tan convincente, que era difícil
    que no lo hicieran… Cierto día, Ambrosio y
    Elías, le pidieron permiso a Don Emiliano, para rozar un
    pedazo de terreno baldío que había en la hacienda,
    para hacer su propio conuco, según se lo expresaron al
    Don; y después de varios días, y teniendo todo
    listo para enterrar la semilla de maíz, que era lo primero
    que iban a sembrar en el pedazo de falda que habían
    acondicionado para tal fin; llegaron Ramón y Antonio,
    comandados por Pablito; y procedieron a inutilizarle la tierra,
    llenándosela de piedras, pequeñas troncos de
    árboles ,ramas secas y verdes. En eso, Ambrosio y
    Elías, llegaron y los encontraron en el hecho, e
    inmediatamente agarraron unas ramas de capa_ratón , que
    más que que ramas parecían látigos; y la
    emprendieron en contra de ellos. Ramón recibió
    solamente dos ramalazos y logró escapar, pero los otros
    dos no pudieron hacerlo, ya que al intentarlo, resbalaron en la
    pendiente ¡Y una vez en el suelo!, los ejecutores del
    castigo, siguieron haciéndolo con más contundencia
    y sin compasión ¡A pesar de los gritos de
    éstos pidiendo clemencia!. Don Emiliano , que había
    apoyado la idea de Ambrosio y Elías, lo vio todo, ya que
    se había acercado al sitio, como lo hacía todos los
    días; para ver cómo lo estaban haciendo los
    muchachos ¡Y sin intervenir!, y muy entristecido por lo que
    había visto, se dirigió a casa y le contó a
    Doña Carmen, y ésta, angustiada, le pregunta _
    ¿Y qué piensa jacé?_ Y el Don, indeciso, le
    responde con otra pregunta _ ¿Y qué cres tú
    que puedu hacé? , todo son mi sijo, no mentiendu
    Elía _ En esta conversación se encontraban, cuando
    llegaron Ramón, Antonio y Pablito, presentando estos dos
    últimos, un aspecto deplorable; procediendo Pablito a
    contarle a sus padres, su propia versión de los hechos
    ocurridos, y decía éste, todo adolorido y casi
    llorando _ Miri apá, fuimos pal conucu e los muchachos pa
    ve cómo le jiba, y cuando llegamo, vimo ques taban
    trabajando mucho, y viéndolos tan sudaíto ji
    cansao, le dijimos pa yudalos, polque pensamos que ra demasiao pa
    ello, pero sin decinos ni na ni na, agarraro nunas rama ji nos
    cayero na palo ¡Y mire como nos dejaron! ¡Esos
    muchachos como que son loco!_ Termina diciendo Pablito,
    gimoteando ; y Doña Carmen y Don Emiliano se miraron
    mutuamente, sintiéndose furiosos y a la vez muy tristes,
    por la actitud de estos muchachos y sus mentiras ¡Que de no
    haber sido porque el Don lo vio todo!, se las hubieran
    creído, ya que Pablito las había expresado de una
    manera muy convicente ¡Y este don de decir mentiras,
    haciéndolas ver como verdades!, lo conservaría este
    muchacho toda su vida. Don Emiliano, considerando que Pablito y
    Antonio ya habían recibido su justo castigo, dijo, de una
    forma dura _¡Ramón, venga pa cá! ¡Y
    ustedes dos se me van di aquí ya, que no los quiero ve!_ Y
    agarrando a Ramón, le dio varios fuetazos con todas sus
    fuerzas y le decía _ ¡Póltate bien muchachu
    el cipote! ¡Póltate bien!…¡Fuera di
    aquí_ Y éste, y sus otros dos hermanos, no
    entendieron ¡Ni entenderían!, la actitud de sus
    padres, ya que el Don no tomó represalias en contra de
    Ambrosio y Elías, , y la Doña no dijo nada ¡
    Y para colmo!, ni siquiera se interesó en
    acercárseles a revisarles las heridas , y tuvieron que
    retirarse a curárselas ellos mismos, con la ayuda de sus
    hermanas… En otra ocasión, a Elías y a
    Ambrosio, se les ocurrió hacer una choza en la parte
    montañosa de la hacienda, la cual pensaban utilizar para
    entretenerse y conversar en sus ratos libres; pero después
    de haberla terminado, vinieron Pablito, Ramón y Antonio, y
    procedieron a derribársela, y Elíodoro, junto con
    Santiago, que vieron cuando éstos estaban cometiendo el
    hecho, se lo comunicaron a sus padres; y cuando los tres
    muchachos se les aparecieron, todos sucios, rota la ropa y
    bastante rasguñados; diciéndoles; que Ambrosio y
    Elías los habían lazado con un mecate a uno por uno
    arrastrándolos por un pedregal; no supieron qué
    partido tomar ¡Como tampoco supieron qué partido
    tomar!, cuando Juancho, el capataz, les vino a decir que
    Elías y Ambrosio, después de haber recolectado en
    varios envases, bachacos y hormigas de todos tipo y colores; se
    los echaron por encima a los otros tres, por que Pablito,
    Ramón y Antonio, les habían roto las hojas, en
    donde tenían la tarea que él les había
    mandado a hacer ¡Ya que por cierto! Juancho, además
    de capataz de la hacienda, era el encargado de enseñarles
    las primeras letras a los hijos de los Ortiz-Aponte , para que
    por lo menos aprendieran a medio leer y a escribir; esto lo
    hacía a expensas de Doña Carmen, y pese a la
    férrea oposición de Don Emiliano, puesto que a
    él no le gustaba que ocuparan parte de su tiempo, en otras
    cosas que no fuere en el trabajo de la hacienda… Cierto
    día que Juancho, se encontraba enseñando a los
    cuatro hijos menores de los Ortiz- Aponte , le reprochaba a
    Pablito, con preocupación _ ¡Sinceramente mijo! Yo
    no sé qué le pasa a usté, por más que
    le esplico y le esplico ¡Usté no capta¡, los
    otros muchachos están bastante adelantados , y usté
    todavía no aprende a escribir las cosas que le digo_
    Ambrosio, sin poder contener el impulso de hablar, dijo
    sarcásticamente _¿Y qué quieri usté?
    ¡Sie ses más bruto que Rosita la mule papá! _
    Pablito, muy ofendido, se volteó violentamente, y
    mirándolo con odio se le fue encima, pero Juancho
    logró agarrarlo a tiempo, a la vez que le decía a
    Ambrosio, regañándolo fuertemente ¡Mire
    muchacho el carrizo!, ese modo que usté tiene de decir las
    cosas que piensa sin aguantarse ¡Le va a traer bastantes
    problemas oyó!, no se puede ser totalmente sincero , y hay
    que saber decir las cosas cuando hay que decirlas, ya que a la
    gran mayoría de las personas no les gusta que le digan la
    verdá en su cara ¡Se lo estoy advirtiendo!, siga
    estos consejos que le estoy dando, procure amarrarse la lengua lo
    más que pueda, y tenga siempre presente esta frase que mi
    madre me decía con frecuencia y que en este momento no
    recuerdo a quién pertenece:" Uno es amo de lo que calla y
    esclavo de lo que dice", sigan estos consejos, y así se
    evitarán muchos problemas en la vida_. Termina diciendo
    Juancho dirigiéndose a los cinco muchachos, en un tono
    firme y seguro, ya que Elías se había incorporado
    al grupo también. Pero estos consejos y advertencias no le
    sirvieron de mucho a Ambrosio, ya que por más que lo
    intentaba, no podía reprimir el impulso de decir lo que
    sentía, de una forma clara, y siempre con la verdad por
    delante, ya que estaba en su espíritu, en su
    carácter, en su forma de ser, y esta manera de ser la
    conservaría toda su vida ¡Y no se equivocó
    Juancho! , le acarreó infinidad de problemas . Y siguiendo
    con la clase les decía el capataz _Bueno, por hoy
    terminamos con la lectura y la escritura . vamos ahora a seguir
    aprendiendo de la historia de nuestro país, de su
    independencia y de nuestros Libertadores_ _Don Juancho_
    Interrumpe Ambrosio –¿Es veldá lo que me dijo
    papá?, quia los soldao lo subían de gradu y lo
    felicitaban pol las cabezas coltá de nemigos que le
    traía na su jefe? _Sí, pero no todos los jefes
    ascendían a sus subalternos por esos méritos, eso
    fue por un decreto de guerra mal implementado por algunos de
    ellos y a veces llevado a extremos horrorosos, como una forma de
    contrarrestar la violencia y los hechos sanguinarios llevados a
    cabo por el bando contrario, ya que el terror implementado por
    algunos jefes del ejército realista sobre pasaba todos los
    límites de la cordura humana_ Y vuelve a preguntar
    Ambrosio _¿Y porqué se llaman realistas_ _Bueno
    hijo, por ser el ejército del rey, de la realeza, el
    ejército real, realista_ _¡Aaaah!…

    *

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