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Ética y moral profesional




Enviado por javier flores ojeda



  1. Introducción
  2. La
    dimensión ética de las crisis
    medioambientales
  3. La
    complejidad de la crisis medioambiental
  4. Propuestas educativas
  5. La
    actual crisis ambiental
  6. Conclusiones
  7. Recomendaciones
  8. Bibliografía

Introducción

En este trabajo no queremos contribuir a mantener un
discurso de muy corto recorrido para afrontar en su raíz
el problema medioambiental. Por el contrario, pretendemos ayudar,
a través de la educación, a que el hombre se sienta
solidario e interdependiente en una comunidad de vivientes de la
que forma parte, que esa comunidad va mas allá de lo que
el hombre controla o remodela con sus creaciones cultura, que
inevitablemente los humanos compartimos suerte y destino con
múltiples compañeros de viaje, que estas son
convicciones sobre las que sustentan cualquier relación
responsable del hombre con la naturaleza. No creemos que sea
necesario, desde la educación ambiental, seguir informado
de los peligros que nos asechan por el preocupante deterioro
ambiental. Necesita más bien mirar de otra manera a la
naturaleza, establecer lazos de relación más
cordiales con ella. El hombre de nuestros días necesita
situarse en la naturaleza como uno más que comparte con
los otros seres vivos la tarea de seguir existiendo, a pesar de
todo. Esto conlleva un cambio en nuestro estilo de vida mediante
el cambio de actitudes y la apropiación de valores morales
que sitúa al conjunto de la naturaleza en nuestro
horizonte moral. Para este objetivo, no es suficiente la
aportación de la ecología y de otras ciencias. Es
una tarea que se resuelve mediante un prolongado proceso
educativo. Sin un cambio en nuestro modo de relacionarnos con la
naturaleza, en nuestra cultura ecológica todo intento de
hacer frente a los problemas medioambientales acabara por
reproducir, tarde o temprano, los mismos problemas que ahora
intentamos superar. Esto llama a una nueva ética y a una
nueva educación ambiental que tenga como punto de partida
la consideración valoración Moral del conjunto de
los seres vivos, superando un paradigma antropocéntrico
que se ha mostrado insuficiente para dar cuenta de la dignidad de
la naturaleza.

El trabajo aborda el problema ambiental desde una
perspectiva moral, como tema central. Se justifica la necesidad
de un nuevo enfoque del problema medioambiental que supere los
planteamientos estrictamente ecológicos en los que estamos
instalados. Destacan el valor intrínseco de la naturaleza
y la necesidad de cambiar nuestras relaciones con ella. Por
último, se ofrecen unas propuestas educativas que
podrían favorecer unas relaciones más respetuosas
de los humanos con la naturaleza.

Palabras clave: desarrollo sostenible, ética,
valor, educación moral, educación
ambiental.

OBJETIVOS

En el presente trabajo se quiere lograr aportar los
conocimientos básicos para comprender la actual
situación medioambiental en que se encuentra el planeta,
enfatizando en la responsabilidad tanto personal como corporativa
en la sociedad, para conseguir entre todos la sostenibilidad y
una administración adecuada de los recursos
naturales.

Inducir a la reflexión y a la acción
consecuente en el marco de la libertad individual, pero con el
referente de las leyes y las conductas medioambientales
necesarias para caminar más sólidamente hacia un
mundo más cuidadoso con el medioambiente y la vida.
Contribuir a un conocimiento y profundización acerca de
las distintas problemáticas medio ambientales que afectan
hoy a nuestro planeta y que suscitan una preocupación
mundial.

Posibilitar un reconocimiento y análisis acerca
de los diferentes dilemas que con llevan dichas
problemáticas, cómo estas nos afectan
cotidianamente, su importancia y desafíos.

CONTENIDO:

La
dimensión ética de las
crisis
medioambientales

Nos resulta difícil admitir, por ahora, la
reciprocidad de ser humano y naturaleza en una relación
moral simétrica. Defendemos que son seres que por
sí y de sí merecen nuestro reconocimiento o nuestro
respeto (que valen), que se traduce en actitudes y
comportamientos de protección y cuidado, en una
relación ética o de responsabilidad hacia ellos,
independientemente de que nos reporten algún beneficio o
utilidad. Y tienen valor (es decir, valen), no porque nosotros,
en un acto de gratuidad, hagamos donación de este
reconocimiento y sólo por esto sean dignos o
«valgan». El reconocimiento y respeto, su valor moral
es más bien exigido desde su valerosidad
intrínseca. Ésta no está vinculada a la
capacidad de comunicación en un lenguaje hablado, como la
entendemos en los seres racionales. También los otros
seres animales no racionales expresan y suscitan sentimientos, y
es otra forma de comunicación con los otros. «Los
elementos y sus sistemas tienen derecho a existir y a funcionar,
pero también a replicarse y permanecer. Es, por tanto,
reprobable todo cuanto dificulte la continuidad de cualquiera de
los elementos del sistema»

Por ahora, la reflexión actual sobre la
ética ambiental y la responsabilidad de los seres humanos
hacia el medio ambiente no permite hacer otro discurso sobre la
naturaleza de la moralidad entre los seres humanos y el medio
natural no-humano. Ya es suficiente que, excluyendo todo
maximalismo o visión mítica de la naturaleza, se
aborde, desde el rigor, un desarrollo sostenible del planeta que
permita restaurar el daño ecológico producido, y
preservar, en el futuro, las condiciones de vida de todos los
ecosistemas, no pensando sólo en la supervivencia de la
especie humana, sino en el deber moral de mirar y tratar
«de otro modo» a los demás seres vivos, en la
actualidad, ya no es posible entender el deterioro ambiental al
margen de las relaciones existentes entre todos los elementos que
constituyen el sistema Naturaleza. «La Naturaleza funciona
como una red de relaciones intrínsecamente
dinámicas, donde las propiedades de las partes que forman
un sistema particular sólo pueden ser entendidas a partir
de la dinámica de todo el conjunto» Y no es acertado
analizar la crisis ambiental desde categorías exclusiva o
predominantemente naturales, situando el problema en el
ámbito exclusivo del discurso ecológico.

De este modo, el discurso sobre el problema
medioambiental consideraría, involuntariamente, al ser
humano sólo como aparato orgánico, y
convertiría la discusión ambiental en un discurso
natural sin el ser humano, sin la cuestión del significado
sociocultural y moral, argumentando desde concepciones
tecnocráticas y naturalistas. La crisis medioambiental es
ante todo una crisis social, un problema político y
económico y, en su raíz, un problema moral hasta
ahora la preocupación medioambiental se ha centrado en la
preservación o conservación de la salud del planeta
como condición para un desarrollo sostenible del primer
mundo. hoy se asume, al menos en el ámbito de las
formulaciones políticas, que el desarrollo sostenible del
planeta no es posible si aquél no es extensible a todos si
socialmente no es compartido entre toda la comunidad
humana.

El sentido de desarrollo sostenible no puede menos que
subrayar la necesaria interrelación entre los sistemas
biológicos, económicos y los sociales. Desarrollo
ecológico sostenible aparece ya asociado a desarrollo
socialmente también sostenible es evidente que la crisis
medioambiental no es ideológicamente neutra, ni ajena a
los intereses económicos y sociales. Los problemas
ambientales son de naturaleza política antes que
técnica; son construcciones sociales que afectan a la
calidad de la vida o a las necesidades sociales de los ciudadanos
por lo que cualquier estrategia que intente abordar el problema,
en su raíz, necesariamente lo debe contemplar en su
contexto sociopolítico y moral, es decir, a partir de las
estructuras políticas y económicas y de la
conciencia moral imperantes que explican la crisis medio
ambiental. Los intentos de «naturalizar» el problema,
presentándolo como resultado inevitable de un proceso que
por sí mismo es capaz de controlar y asumir las
externalidades del desarrollo, y que pretenden encontrar la
respuesta adecuada en la investigación científica,
sólo pueden alargar y ahondar aún más las
negativas consecuencias de un crecimiento económico que ha
olvidado la dimensión socio- moral y sostenible del
desarrollo.

La crisis medioambiental es inseparable de la crisis
civilizatoria. es la civilización de los medios que ha
subordinado el progreso y el desarrollo económico no a la
adaptación de los seres humanos al medio natural, sino a
la adaptación del medio a las necesidades humanas creadas
por el crecimiento económico ilimitado. No asistimos, por
tanto, a un problema técnico, de medios, que
técnicamente se haya de resolver, sino a un problema de
fines de naturaleza social y moral. «El problema radica en
la relación existente entre consumo y calidad de vida, y
la diferencia, cada vez mayor, entre los dos mundos marcados por
la riqueza y la pobreza» Por ello es indispensable
reconocer que es imposible establecer unas relaciones
armónicas (ecológicas) del ser humano con la
naturaleza, y abordar adecuadamente el problema medioambiental,
si no existen al mismo tiempo unas relaciones justas,
éticas entre los seres humanos Ética y
protección o cuidado del medio ambiente son
indisociables.

La complejidad de
la crisis medioambiental

El grave problema que nos plantea la crisis
medioambiental es tanto más grave y complejo cuanto que
viene acompañada de otra crisis más profunda: el
modelo de sociedad en el que estamos instalados en el mundo
desarrollado, por lo que deberíamos hablar no ya tanto de
crisis ambiental cuanto de crisis de sociedad. Lo
paradójico es que los efectos ambientales producidos no
empiezan y acaban en esta parte del mundo del bienestar, sino que
se extienden también a aquellos países ajenos a
nuestro «desarrollo», abordar la crisis
medioambiental desde todas las variables que inciden en ella es
una tarea difícil y compleja, porque la complejidad es una
de las características que mejor la definen. De una u otra
manera todas las actividades humanas están siendo
afectadas por ella. La crisis ambiental excede el ámbito
de lo estrictamente ecológico y afecta a los planos
político, social y económico en la era de la
globalización ya no es posible sustraer un problema a la
influencia de otros problemas, todo aparece
interrelacionado.

La relación entre el ser humano y la
biosfera ha sido durante milenios pacífica y ha permitido
el equilibrio entre todos los ecosistemas. A partir de la
industrialización y el imparable desarrollo
tecnológico, esta relación podría definirse
como conflictiva. La capacidad tecnológica de la sociedad
actual en el uso y transformación de la energía, la
sobreexplotación de los recursos naturales, la
superproducción y la manipulación genética
de alimentos, el uso intensivo de productos químicos en la
agricultura, con sus posibles consecuencias en la
alteración del genoma y comportamiento humanos, ha llevado
al extremo el proyecto «civilizatorio» de la
modernidad en el dominio de la Naturaleza. Tal grado de
desequilibrios ha sobrepasado la capacidad de asimilación
por parte de la biosfera, y la reacción se ha hecho
inevitable. La crisis ecológica ha derribado una de las
ideas ilustradas más exitosas: la idea de
«progreso», obligando a la sociedad moderna a
desprenderse de una seña de identidad que la hacía
apetecible para todos. Al mismo tiempo, el proceso acelerado de
desconfianza ante los efectos deshumanizadores de la tecno
ciencia y el rostro menos «amable» de un
descontrolado desarrollo industrial, paradójicamente, nos
han obligado a mirar de frente a la naturaleza y a estrechar
lazos de complicidad con ella.

La Tierra se nos ha quedado demasiado
pequeña, y nuestro horizonte visual y moral, sino que se
extiende a cualquier lugar del planeta que antes sólo lo
contemplábamos en nuestra fantasía. El problema
ambiental, y su adecuada respuesta, también se ha
globalizado, ha pasado a ser un fenómeno y un tema de
nuestro tiempo. Pero no siempre este problema global se ha
tratado adecuadamente. existe una determinada literatura muy
influyente en la conciencia colectiva que ha creado una imagen
distorsionada de la acción humana sobre la naturaleza,
presentando al hombre como enemigo irreconciliable de nuestro
planeta, depredador irredento de su medio. el deterioro del medio
ambiente se ha dado siempre, desde el momento mismo en que el ser
humano encontró un modo de vida sedentario y con él
la necesidad de transformar su medio, trabajar y explotar la
tierra para sobrevivir. Es la única especie animal que es
capaz de alterar el equilibrio de los ecosistemas. Las
demás especies se adaptan a un medio ya dado. el ser
humano, por el contrario, lo tiene que crear, y por lo tanto
transformar y, no pocas veces, peligrosamente alterar. Durante
milenios la especie humana ha sido capaz de vivir en paz con la
naturaleza, en un perfecto equilibrio con los ecosistemas. No es
inevitable, por tanto, la agresión y degradación
del medio, ni es incompatible la convivencia de nuevas formas de
vida en los humanos con el cuidado y respeto hacia el resto de
los seres vivos. No se trata ni de ser siervos ni dioses en la
relación con la naturaleza, sino de reconocer:

  • a. Que la acción transformadora del ser
    humano, en las últimas décadas, ha roto el
    equilibrio ecológico durante tantos siglos
    mantenido.

  • b. Que las alteraciones producidas desbordan ya
    las capacidades del sistema para asimilar el
    cambio.

  • c. Que sólo con la llegada de la
    revolución industrial y el espectacular desarrollo
    científico y tecnológico de los últimos
    decenios, la humanidad ha perdido la paz ecológica en
    la que había vivido durante siglos.

Propuestas
educativas

Una nueva cultura medioambiental, basada en la
ética, con lleva un profundo cambio de actitudes y el
aprendizaje de nuevos valores, es decir, situarse ante el
problema medioambiental. Y esto ya supone un nuevo equipaje
ético, una nueva ética global que oriente las
actuaciones de los individuos y de los pueblos. Estos cambios de
actitudes y aprendizaje de nuevos valores son requisitos
indispensables para la puesta en práctica de medidas
eficaces y de iniciativas sociales. «Son las chispas que
encienden los procesos de cambio
» es obvio que un
cambio en las relaciones de los seres humanos con su medio no se
va a dar sin un cambio en las escalas de valores dominantes en la
sociedad, es decir, sin un cambio cultural y estilo de vida. Y
sin un cambio cultural, todo intento de dar repuesta eficaz a los
problemas medioambientales acabará por reproducir,
más tarde, los mismos problemas que ahora se intenta
resolver.

Uno de los planteamientos más habituales en el
tratamiento del problema medioambiental ha consistido en poner de
relieve el daño producido por la acción humana
sobre nuestro ecosistema con la consiguiente amenaza de trastocar
el delicado equilibrio de la vida en el planeta
Tierra.

Los distintos programas de educación ambiental
han acentuado el papel de la «información»
sobre los desastres ecológicos producidos por la actividad
humana. Siendo esto imprescindible, se ha considerado que la sola
información sobre los problemas medioambientales
sería suficiente, por sí misma, para evitar tales
acciones rechazables por ser dañinas al medio ambiente; y
con ello se ha evitado «actuar de otro modo» para que
no se produzca un mayor daño ecológico. Con esta
orientación cognitivista se ha pretendido potenciar la
capacidad racional de los educandos para que actúen de
modo coherente con los conocimientos o informaciones que se les
han transmitido. Sin embargo, la información sobre los
daños ocasionados a la naturaleza o sobre los peligros que
nos acechan por la degradación ambiental no nos ha
conducido a un cambio en el estilo de vida y en los sistemas de
producción. al insistir tanto en el componente cognitivo a
la hora de afrontar el problema medioambiental, se ha marginado,
con ello, una de las claves decisivas para que el comportamiento
humano actúe del modo deseado: el mundo de los
significados personales a través de los cuales expresamos
toda nuestra experiencia, es decir, las creencias y los valores
concretos que animan nuestra existencia. De este modo, se hace
difícil «otra educación ambiental» si
no se atiende, junto a los conocimientos, la dimensión
afectiva, valorativa; si no está presente el componente
moral que debe impregnar nuestras relaciones con la
naturaleza.

Esta nueva relación exige una praxis educativa
que permita:

  • Situar el componente ético-moral en
    nuestra relación con la naturaleza.-
    Se trata de
    abrir una nueva perspectiva en la relación ser
    humano-naturaleza más allá de una mentalidad
    científica y tecnológica, en la que las formas
    de existencia, humana y no humana, tienen valor
    intrínseco. La naturaleza y lo humano son moralmente
    relevantes porque son valiosas en sí mismas. ello
    implica, de una parte, el reconocimiento de que todos los
    individuos comparten una misma biosfera y su destino
    está estrechamente interrelacionado por las acciones
    humanas realizadas en cualquier espacio y tiempo. Lo que
    obliga, por un lado, a adoptar una perspectiva planetaria de
    los problemas medioambientales y no limitarnos a la sola
    visión instantánea y localista de los mismos.
    Por otro, a otorgar valor intrínseco a los seres no
    humanos (vivos o no), alejado de toda consideración
    «sagrada» o «mítica» de los
    mismos (biocentrismo exagerado), como también de
    considerarlos como una entidad estrictamente instrumental
    (antropocentrismo exagerado). La educación ambiental
    exige, por tanto, el desarrollo de una conciencia moral que
    impida la explotación ilimitada y abuso humano de los
    bienes de la naturaleza; el aprendizaje de una competencia
    moral que permita al ser humano situarse como alguien
    responsable de mantener las adecuadas condiciones de vida
    para todos los seres vivos.

  • Pasar del «yo-naturaleza» al
    «nosotros-naturaleza
    ».- Conocer qué
    sabemos y pensamos sobre el medio natural no lleva
    necesariamente a amar y valorar más la naturaleza. Una
    mayor información no conduce necesariamente a una
    conducta más respetuosa del medio natural, pensar
    desde la lógica de lo peor, de los desastres
    naturales, induce a largo plazo a conductas de
    deserción personal y de inevitable fatalidad
    ecológica. Se debe evitar el excesivo intelectualismo
    de corte catastrofista acerca del problema medioambiental
    para dar un mayor protagonismo a las conductas positivas que
    orienten actuaciones en el medio ambiente. este protagonismo
    se enmarca dentro de una relación moral entre
    «el yo y lo otro», una relación de
    alteridad. educar a los ciudadanos para que sean responsables
    de su conducta ante la naturaleza implica la toma de
    conciencia de que «lo otro», y con ello
    «los otros», no pueden sernos indiferentes.
    Cuando «lo otro» desaparece del horizonte
    ético de las conductas humanas se produce un olvido y,
    a la larga, su aniquilación. Por ello, educar desde
    esta perspectiva consiste en el desarrollo de la capacidad de
    apertura y de respuesta a la demanda que viene de fuera, de
    lo otro (lo natural) y los otros (actuales o futuros). ello
    implica la capacidad de percibir que nuestro entorno es la
    biosfera, casa común de todos, que «el hombre no
    es un escapado de la naturaleza, un huido, un extra natural
    esta ampliación del espacio natural y moral desborda
    la relación del «yo-naturaleza» para
    circunscribirla en la perspectiva del
    «nosotros-naturaleza». Permite, por otra parte,
    un reencuentro con la naturaleza, no del observador
    «curioso», sino de aquel que se siente parte de
    ella, o mejor dicho, que se siente y se reconoce
    naturaleza.

  • Cambiar nuestra cultura de enseñar.-
    Ser persona moral ante los desafíos del medio ambiente
    significa responder de lo otro como tarea permanente. el
    aprendizaje de la conducta responsable (moral) hacia el medio
    natural no se limita a una acción encerrada en el
    tiempo y en el espacio escolar. Siendo la escuela un lugar
    idóneo, el desarrollo de dicha competencia moral debe
    hacerse experiencia valiosa también en otros espacios.
    hacerse cargo de lo otro, asumir la responsabilidad del
    entorno social y natural implica educar en y para el
    compromiso ético y político que desborda los
    muros del aula. Y entonces la educación se hace
    denuncia de aquellas acciones y estructuras
    socioeconómicas que degradan el bien común de
    la naturaleza y se rescata el núcleo esencial de la
    educación: su dimensión ética y
    política.

  • Buscar el bien común.- El problema
    medioambiental no reconoce fronteras, sino que trasciende los
    espacios administrativos arbitrariamente establecidos. ello
    demanda una acción educativa que responda al
    carácter global del problema. es verdad que toda
    acción educativa está necesariamente
    «localizada» en un medio, en un tiempo y espacio
    concretos (en «su» circunstancia), pero nunca
    deben obviarse las implicaciones globales que cualquier
    actuación humana tiene sobre el medio, tanto para su
    protección y conservación como para su
    deterioro o degradación. Resaltar esta perspectiva es
    una de las señas de identidad de la educación
    ambiental.

  • Promover la ciudadanía ecológica
    como una forma pacífica de vivir en la Tierra
    .- es
    un tipo de ciudadanía que estrecha vínculos
    morales (de responsabilidad) con el planeta y no sólo
    con los demás seres humanos. El ciudadano
    «ecológico» es conciudadano de
    desconocidos y de cercanos, pero no ajeno al arraigo
    específico a su espacio local en el que actúa
    desde una perspectiva siempre global. Su compromiso con la
    Tierra está fundamentado en el respeto y el
    reconocimiento de la dignidad en sí y por sí de
    nuestro planeta. Existir, y existir con dignidad, es una
    tarea y un derecho que compete no sólo a los humanos,
    sino también al resto de los seres no- humanos.
    Nuestra existencia (humana) en dignidad está vinculada
    a que los demás seres también puedan ver
    reconocidos sus derechos a existir y vivir «en
    dignidad». La escala en la dignidad (valía y
    reconocimiento por los demás de tal valía)
    responde a unos valores que los humanos nos hemos atribuido,
    excluyendo a las demás especies del ámbito de
    lo valioso. De este modo, sólo el ser humano ha sido y
    se ha sentido reconocido como «ser digno»,
    valioso.

  • Promover un desarrollo sostenible que equilibre
    el crecimiento económico y la defensa de la
    naturaleza, a la vez que permita la distribución justa
    de la riqueza y de la cultura
    .- Satisfacer las
    necesidades básicas de todos es un fin inseparable de
    un desarrollo sostenible también para todos. Justicia
    y equidad no son principios incompatibles con el principio de
    la sostenibilidad. Pensar y actuar desde la sostenibilidad
    significa dar a la vida personal y colectiva un enfoque
    global, abarcador, que incide en todos los ámbitos:
    político, económico, social y moral. Confiar al
    solo crecimiento económico la universalización
    del bienestar y la erradicación de la pobreza no deja
    de ser un peligroso espejismo. «Un mayor crecimiento,
    del mismo estilo del que se ha producido en estas
    últimas décadas, no salvará a los
    pobres. Lo único que puede salvarlos son estrategias
    encaminadas a distribuir de manera más equitativa la
    renta y la riqueza». El desarrollo es sostenible cuando
    éste es para la gente, de la gente y con la gente;
    cuando es de todos.

  • Cambiar el modelo de educación
    ambiental.-
    abandonar una pedagogía centrada
    sólo en el conocimiento y en la información,
    para dar paso a una educación que englobe a toda la
    persona. No es suficiente «informar» y
    «conocer» para propiciar un cambio en las
    relaciones del hombre con la naturaleza. es indispensable
    formar en los educandos sentimientos de respeto, cuidado y
    amor a la naturaleza. La educación ambiental, como la
    educación cívica y moral, no debe centrarse
    sólo en contenidos conceptuales que se aprenden en una
    disciplina curricular. Implica, también, el
    aprendizaje de actitudes y valores que, como tales, exigen la
    «complicidad» de la comunidad educativa y del
    conjunto de la sociedad que hagan posibles experiencias
    observables de respeto, cuidado, protección y amor a
    la naturaleza. el inevitable componente moral de la
    educación ambiental rebasa las posibilidades de la
    pedagogía cognitiva. Los valores se aprenden desde y
    en la experiencia. Cuando ésta falta sólo se da
    discurso, del todo insuficiente para el aprendizaje del
    valor.

  • La educación ambiental debe ser
    global
    .- La educación ambiental que propugnamos ha
    de hacerse en y desde la familia, la escuela y la ciudad, en
    el conjunto de la sociedad desde una concepción y
    global del problema medioambiental. esta educación
    implica:

  • a. la denuncia de las situaciones injustas en
    la distribución de las riquezas.

  • b. el compromiso político para cambiar
    las estructuras socioeconómicas que generan la
    sobreexplotación de los recursos naturales.

  • c. la formación para una
    ciudadanía ecológica que contemple la Tierra
    como la casa de todos los seres vivos por igual.

  • d. el equipamiento moral para un cambio en el
    estilo de vida más respetuoso con el conjunto de la
    naturaleza, empezando por el medio más
    próximo.

Ante la gravedad y magnitud del problema medioambiental,
no es un despropósito afirmar que la cuestión
siempre abierta de qué debe ser el hombre debe dar paso al
primer mandamiento que se halla siempre en la base de aquella
cuestión: que el hombre debe seguir existiendo, y con
él la naturaleza. La educación moral no debe
limitarse al ámbito de las relaciones interpersonales,
como sostiene la ética.

La actual crisis
ambiental

En nuestros días, la Humanidad se encuentra
inmersa en una compleja crisis ambiental, con múltiples
manifestaciones de deterioro y agotamiento, producto de una
interacción del hombre con su medio regida por una
visión antropocéntrica y predatoria, que lo lleva a
explotar ilimitadamente su entorno natural, sin tomar en cuenta
que él también depende de los complejos procesos
naturales para sobrevivir en el planeta Tierra.

La percepción que el hombre tiene del medio
natural es parcial y no global, es inmediata y no de largo plazo.
Durante demasiado tiempo se creyó que era infinita la
disponibilidad de recursos naturales al alcance del hombre, e
infinita también la capacidad de la naturaleza para
reciclar los desechos de la actividad humana. Esa creencia es
errónea, las consecuencias ambientales de la
actuación humana en el planeta son ya claramente
perceptibles, y es urgente corregir esa visión
egocéntrica y modificar las actitudes destructivas, para
recuperar lo antes posible una interacción armónica
con el medio ambiente, y asegurar para las generaciones venideras
un mundo hospitalario, o al menos, no totalmente
hostil.

La acción formadora de la Educación
Ambiental muestra el camino para corregir el manifiesto
desvío de nuestra actual civilización, que
paradojalmente destruye la naturaleza pero posee los
conocimientos de una correcta gestión ambiental. Si se
dejan de lado los mezquinos intereses de corto plazo y se atiende
a los verdaderos intereses humanos de largo plazo, se
podrían aplicar los conocimientos científicos y
tecnológicos que poseemos, y los principios éticos
que decimos sostener, para comprender y realizar las complejas
interacciones del hombre con su medio, bajo el signo positivo de
esa correcta gestión ambiental, que no es
explotación insensata ni ecologismo paralizante, sino el
justo medio del desarrollo sostenible.

No cabe duda de que el incremento incesante de la
población humana impacte sobre el planeta y representa una
carga ambiental considerable. A largo plazo, si continúa
indefinidamente la expansión poblacional, la
situación puede tornarse insostenible. Pero en la
actualidad hay dos factores que pesan más: las
tecnologías desarrolladas por las sociedades opulentas,
que son responsables de buena parte de la contaminación y
deterioro ambiental de nuestro tiempo, y la extrema pobreza en
que viven grandes masas de la población humana, que las
priva de los medios y los conocimientos para obtener recursos del
medio ambiente natural sin destruir sus posibilidades de
recuperación. El desarrollo económico mundial, en
las décadas recientes, ha sido enorme pero muy desigual, y
ello está provocando graves problemas sociales y
políticos, y también ambientales. La
erradicación de la pobreza, el pleno empleo y la
integración social son metas humanas altamente deseables,
pero lamentablemente aún lejanas y utópicas, a
juzgar por las tendencias que se evidencian en el mediano
plazo.

Conclusiones

  • «La crisis medioambiental es un desafío
    moral». Sobre «El desarrollo sostenible, la
    crisis medioambiental nos llama a examinar cómo usamos
    y compartimos los bienes de la tierra y qué pasaremos
    a las generaciones futuras». «Los poderes cada
    vez más amplios del ser humano sobre la naturaleza
    deben estar acompañados por una así mismo
    amplia responsabilidad respecto al ambiente»,
    observó. Según la delegación vaticana,
    «proteger el medio ambiente significa más que
    defenderlo». Implica «una visión
    más positiva del ser humano, en el sentido de que a la
    persona no se la considera un problema o una amenaza para el
    medio ambiente, sino un responsable del cuidado y la
    gestión del mismo».

  • Los complejos problemas medioambientales y sociales
    que ha suscitado el desarrollismo económico son objeto
    de multitud de estudio específico. Pero las soluciones
    políticas y económicas que a menudo se demandan
    no serán satisfactorias si, como hasta ahora ha
    ocurrido con demasiada frecuencia, crean problemas más
    complejos que los que resuelven.

  • Tal manera de estar en el mundo implica una
    tradición viva: edificar sobre el valioso que nos ha
    sido legado por generaciones pasadas, cuidar de la
    generación presente y trabajar para las futuras. Pero
    es preciso superar el relativismo moral y el escepticismo
    acerca de los últimos fundamentos de la existencia.
    Mientras estos perduren seguiremos moviéndonos sobre
    la vertiente inclinada del nihilismo al que nos han conducido
    la pretensión economicista y el narcisismo de la
    Ilustración. Tras la desertización provocada
    del planeta se halla la desertización moral del
    hombre.

  • Una educación medioambiental que se funde en
    la centralidad de la persona humana y en su responsabilidad
    hacia la coexistencia humana en el mundo ha de partir de las
    cuestiones de la vida cotidiana. Pero al ser humano no le
    basta para vivir con aire puro, praderas verdes, ríos
    incontaminados y alimentos sanos. Es preciso que el
    pensamiento y el humanismo ecológico conciban la
    necesidad imprescindible de una ecología humana, en la
    que se den las condiciones para que cada ser humano y todos
    los seres humanos desarrollen en plenitud su vida, viviendo
    en paz, acogiendo solidariamente y ayudando a los que carecen
    de recursos o energías para salir adelante, cuidando
    de la tierra y agradeciéndola. Configurando espacios
    de comunicación, libertad y armonía. Porque la
    naturaleza es para el ser humano un don y una tarea en los
    que necesita ser educado.

Recomendaciones

  • Las ideas expuestas hasta el momento explican las
    dificultades y los caminos para la formación de una
    ética ambiental. Se quedan sin embargo todavía
    en el nivel abstracto que caracteriza esta exposición.
    No obstante, es necesario comprender el largo camino que las
    ideas toman para encarnarse en el ambiente cultural. El hecho
    de que en este trabajo discutamos sobre la ética
    ambiental no significa que estas ideas se vayan a difundir de
    forma inmediata. Sería conveniente reflexionar sobre
    los caminos que se pueden recomendar a fin de que las ideas
    elaboradas pasen a formar parte del cuerpo cultural. Las
    ideas que podemos discutir, en ocasiones abstractas en
    exceso, deben trasladarse a lenguajes cada vez más
    sencillos que lleguen hasta los niveles de educación
    básica o hasta el lenguaje popular que se maneja en el
    seno de los hogares.

  • La primera recomendación, evidentemente,
    consiste en la necesidad de impregnar el aparato educativo
    con las ideas de una ética ambiental.

  • El camino que va desde las complejas elucubraciones
    desarrolladas en las universidades hasta los textos
    escolares, es largo de recorrer. Implica ante todo la
    traducción del lenguaje científico o
    filosófico en fórmulas prácticas que
    permitan una comprensión más sensible e
    inmediata. La ética ambiental no puede ser el dominio
    exclusivo de los filósofos o de los profesores
    universitarios sino que debe impregnar el ambiente escolar o
    el lenguaje popular de la vida cotidiana.

Bibliografía

DEDICATORIA:

El presente trabajo está dedicado a las personas
interesadas en la protección del medio ambiente y a los
estudiantes pertenecientes a nuestra rama, y a los docentes
interesados, aunque este es un tema de interés
público.

Nosotros como equipo de investigación sobre las
dimensiones éticas de la crisis medio ambiental queremos
de alguna forma hacer llegar la presente investigación a
todos los profesionales y público en general.

 

 

Autor:

Javier Flores Ojeda

 

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