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Saborea tu existencia



  1. Introducción
  2. Saber
    fantasear
  3. Valora tus
    logros
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

Introducción

La fantasía permite imaginarse el futuro o vivir
opciones que descartamos, siendo un estímulo indispensable
para nuestras vidas. Pero, cuando se convierte en un ideal
inalcanzable, puede impedirnos gozar de lo que tenemos. La clave
para usarla sin sufrir es conocer sus límites;
además sentirnos cómodos con lo que hemos logrado y
aumenta nuestra autoestima y nos anima a enfrentar nuevos
retos.

Saber
fantasear

Quizás podríamos comenzar formulando una
pregunta: "¿Para qué nos sirve pensar?". Algunas
personas se apresuran a contestar que para nada, que bastantes
problemas nos ocasiona… Es cierto, pensar trae problemas,
pero no es menos cierto que, sin el pensamiento, la humanidad no
hubiese podido desarrollar los avances técnicos y de
comunicación que la han llevado a ser lo que es. Porque la
función básica del pensamiento es la de ser un
ensayo (Bucay, 2011).

Ensayamos en nuestra mente lo que después
llevaremos a la acción. Eso nos ahorra mucho tiempo y
después nos permite evaluar las diversas posibilidades y
los distintos rumbos que pueden tomar los acontecimientos: "si
hago aquello, lo más probable es que suceda tal cosa; si
hago esto otro, tal vez resulte así y asá…".
Todo el tiempo estamos fantaseando con nuestra mente, probando
las distintas opciones posibles, creando diferentes escenarios y
distintas escenas en nuestro "teatro privado", como solían
llamarlo muchos pineros del campo de la psicología y la
psicoterapia.

Cuando este ensayo versa sobre una acción
concreta o una decisión simple, en general no le prestamos
mayor atención y el proceso nos pasa desapercibido; pero
si dejamos que nuestra imaginación siga adelante,
preguntándose "que sucedería si…", entramos
en el campo de lo que habitualmente conocemos como
fantasía. Una fantasía no es otra cosa que eso: una
respuesta a la pregunta "¿Qué sucedería
si…?" De este modo, nos sirve para planificar nuestro
futuro, para orientarnos en qué sentido debemos ir y para
diseñar nuestras acciones presentes en función del
destino al que debemos arribar. Utilizamos nuestra
fantasía para intentar saber cómo sentiremos en tal
o cual situación. Porque ese es un aspecto muy importante
de las fantasías, pues, aunque las reconozcamos como
tales, son capaces de despertarnos la misma emoción que
nos despertaría la situación real. Y son estas
emociones las que usamos para decidir si tomamos ese camino o no
(Bucay, 2011).

Me imagino a mí mismo sentado frente a un
escritorio, con varios papeles desparramados sobre él y
largas columnas de números escritos en ellos; me imagino
confuso y desordenado, intentando decidir si debo sumar, restar u
obtener un promedio…, y ya comienzo a sentir ansiedad y
aburrimiento. Me digo entonces: "la contabilidad no es para
mí. Mejor continúo con lo de la escritura y la
divagación, que al fin y al cabo, no se me da tan mal". Es
decir, las emociones que se despiertan en mí al evocar tal
o cual imagen me van guiando, me van diciendo si debo moverme en
ese sentido o no.

Es por esta misma capacidad de despertarnos emociones
reales –aunque la situación no lo sea- por lo que
las fantasías también nos sirven para explorar
otras posibilidades para nuestras vidas. Todos los caminos que
hemos elegido no tomar y todos los que no hemos podido seguir,
también tienen experiencias valiosas de las que podemos
aprender. La fantasía es un modo de transitar por esos
caminos. Podemos imaginarnos como hubiese sido mudarnos a un
pequeñísimo pueblo y vivir absortos en la
contemplación de a naturaleza, o como hubiese sido ser un
vaquero de haber nacido en los tiempos del lejano Oeste, o
también podemos fantasear acerca de cómo
sería nuestra vida si hubiéramos venido al mundo
siendo del sexo opuesto. La fantasía nos permite imaginar
otras vidas y divertirnos con ellas, y al mismo tiempo nos puede
enseñar cosas nuevas sobre nosotros mismos (Bucay,
2011).

Esta cercanía entre fantasía y realidad
tiene, sin embargo, un componente peligroso, ya que en ocasiones
puede confundirse con la otra. Podemos utilizar la
fantasía para engañarnos, para convencernos de que
las cosas son como nos gustaría que fuesen y no como en
verdad están sucediendo. Es, por supuesto, la
clásica imagen del espejismo, del hombre que en medio del
desierto ve un oasis que no existe y se arrodilla para beber
agua, y encuentra que entre sus manos no tiene más que
arena. Ese es uno de los riesgos de aferrarse a una
fantasías, que nos impulse a continuar en un rumbo
equivocado, desestimando otras alternativas, y que, cuando nos
percatamos de la ilusión en la que vivimos, sea demasiado
tarde.

¿Cómo podemos darnos cuenta, entonces, de
cuándo estamos viviendo una fantasía y
cuándo estamos frente a una posibilidad real? En primer
lugar, deberíamos ser consientes de algo que señala
el sentido común pero que, muchas veces, pasamos por alto
–y quizás los profesionales de la salud tengamos
algo de responsabilidad en esto-, la opinión de los
demás. Si todos a nuestro alrededor nos indican que hay
algo que nosotros no vemos –o nos avisan de que no
está allí aquello que creemos ver-, habría
que prestar atención. Especialmente si quienes nos lo
dicen son personas que nos quieren bien. No digo que debamos
darles la razón ciegamente, pero si tener muy en cuenta su
opinión. Debemos tomar el trabajo de volver a considerar
la situación. Muchas veces la situación se ven
más claramente a cierta distancia y nosotros estamos
demasiado cerca de la cuestión: como diría el
célebre detective literario Sherlock Holmes, el
árbol no nos deja ver el bosque.

Un segundo punto que debe alertarnos de que nos estamos
engañando a nosotros mismos consiste en la
sensación de lo que ocurre es perfecto, "tal cual lo
imaginaba". ¡Cuidado! Si algo es exactamente tal como lo
imaginábamos, lo más probable es que, justamente,
nos lo estamos imaginando. Porque la vida nunca se ajusta al
milímetro de nuestros deseos. Podemos conseguir lo que
esperábamos, por supuesto –y a veces incluso
más-, pero la realidad nunca es idéntica a la
imagen previa que teníamos de ella. La realidad tiene
sombras y matices que son casi imposibles de prever. Cuando algo
se adapta de modo perfecto a nuestros deseos, estamos, casi con
toda seguridad, viviendo en una fantasía. Seguramente, hay
al menos una parte de la realidad que no estamos
viendo.

Las fantasías se nos presentan, en muchas
ocasiones, como un ideal, y la realidad dista de serlo. Por eso
es importante que identifiquemos estos ideales, para que nuestras
fantasías no queden congeladas y se conviertan en una
imagen inalcanzable que sólo nos conduzca a la
frustración. Nuestras fantasías deben de ser
plásticas, es decir, adaptarse de algún modo a lo
que nos va sucediendo a nosotros mismos y a lo que va
aconteciendo a nuestro alrededor. De no ser así, la
realidad siempre nos sabrá a poco.

Muchos escritores dicen que, cuando trabajan en una
historia lo hacen de este modo: escriben primero el principio e,
inmediatamente después, imaginan el final. Sostienen que,
después, es algo relativamente sencillo conectar lo uno
con lo otro. Quizás, en nuestra vida, la realidad y la
fantasía funcionen de manera similar. La percepción
de la realidad es necesaria porque es nuestro principio, nuestro
punto de partida; sin ella no hay historia, pues es lo que nos da
asidero y sentido. La imagen de la fantasía tiene un papel
igual de importante en nuestra vida, ya que escenifica el final,
el punto hacía el que nos dirigimos, lo que nos da
entusiasmo y nos empuja a seguir leyendo (o viviendo).

En nuestra vida, debemos hacer también el
esfuerzo de pensar como conectar la realidad con la
fantasía; es el trabajo de la planificación, de
ordenar nuestras acciones en función de un fin. Si nos
sustraemos a mirar sin distorsiones nuestra realidad, tendremos
un buen principio… Y si hemos diseñado una
fantasía posible –no un ideal inalcanzable-,
dispondremos de un buen final y, entonces, como en los cuentos,
tal vez el esfuerzo de conectar una con la otra nos resulte
más sencillo de lo que creemos. Y algo que nos ayuda es
tener en cuenta nuestros logros.

Valora tus
logros

Muchas veces tendemos a asociar la palabra
orgullo con cosas indeseables: si alguien es muy
presuntuoso, decimos que es "muy orgulloso"; decimos lo mismo si
una persona no admite que se ha equivocado, o si no sabe
perdonar… Es más, el orgullo obsesivo se acerca
mucho a la soberbia, uno de los siete pecados capitales. Sin
embargo, pensemos en otra faceta del orgullo: esa
sensación tan placentera cuando logramos una meta para la
que nos hemos esforzado mucho, la alegría que nos da ver
que hemos hecho un buen trabajo, o cómo se nos hincha el
corazón cuando un ser querido realiza un sueño,
hace algo especial o demuestra sus talentos. Ese orgullo, el que
nos hace apreciar los esfuerzos y logros propios y ajenos, es un
orgullo "bueno" deseable.

Aunque pueda sonar raro, el orgullo está
considerado como una emoción positiva y es una de las diez
formas de positividad que ha estudiado la doctora Bárbara
Fredickson, autora de Vida positiva (Norma Editorial). Ella ha
investigado el impacto de las emociones positivas en nuestra vida
y señala que el orgullo contribuye a nuestro bienestar,
especialmente si está combinado con una dosis de humildad.
Dice que el orgullo es primo hermano de la culpa y la
vergüenza, nos sentimos avergonzados cuando somos culpables
de haber hecho algo malo, y nos sentimos orgullosos cuando somos
responsables de algo bueno (Tarragona, 2011).

Sentimos orgullo positivo precisamente cuando podemos
reconocer las habilidades y los esfuerzos que hicieron falta para
conseguir algo. Por lo general, se trata de logros que son
valorados socialmente. Cuando nos sentimos orgullosos de algo o
de alguien, sentimos muchas ganas de compartirlo con otros, como
cuando nuestra hija ha sacado un magnifica nota en los
exámenes de selectividad y casi no podemos contener el
impulso de avisar a toda la familia.

A veces, incluso nuestro cuerpo expresa el orgullo; por
algo decimos que "el padre de la novia no cabía en
sí". ¿Y los futbolistas qué, tras marcar un
gol, dan saltos o una voltereta? No hace falta que hablen para
expresar cuan orgullosos están de lo que acaban de hacer.
El sentirnos orgullosos de algo nos permite expandir nuestros
horizontes, imaginamos que más podemos hacer. Decir que
"nada tiene tanto éxito como el éxito": si hemos
logrado algo, nos sentimos motivados para enfrentar retos
aún mayores. Por ejemplo, si logramos completar nuestra
primera carrera de 10 kilómetros, empezamos a pensar en la
posibilidad de correr otra. Si cocinamos algo y a nuestra familia
le gusta mucho, seguramente nos animaremos a probar más
recetas nuevas. Si el profesor nos dice que está muy bien
el ensayo de literatura que hemos escrito, probablemente nos
esmeraremos por la siguiente tarea de esa clase. Las
investigaciones de la doctora Fredickson han encontrado que
cuando las personas se sienten orgullosas, no se dan por vencidas
y persisten más a l enfrentarse a tareas difíciles
(Tarragona, 2011).

Estamos acostumbrados a identificar nuestras debilidades
y errores, lo que hacemos mal. Y, a veces, no es tan fácil
darnos cuenta de nuestros aciertos, capacidades y logros. Por eso
puede resultar útil hacer un par de ejercicios para
explorar el orgullo positivo:

  • 1. Haz una lista de cinco cosas que te hayan
    hecho sentir orgulloso en tu vida. Pueden ser recientes o de
    hace mucho tiempo. Describe cada una de ellas:

  • ¿En qué consistió?

  • ¿Cuál fue el logro o la meta
    alcanzada?

  • ¿Qué habilidades, capacidades y
    conocimientos hicieron falta para que lo lograras?

  • ¿Alguien más lo valoró?
    ¿Por qué?

  • ¿Qué dice de ti el que lograras hacer
    eso?

  • ¿Qué efecto tiene en ti el
    recordarlo?

  • 2. Haz una lista de cinco cosas que hayan hecho
    personas allegadas a ti y que te hayan hecho sentir orgulloso
    de ellas. Plantéate las mismas preguntas, pero
    aplicadas a esas personas. Además piensa:

  • ¿Les has dicho alguna vez a esas personas que
    te sientes orgulloso de ellas?

  • ¿Por qué si? ¿O por qué
    no?

  • Si es que si, ¿Qué crees que
    significó para ellos escucharlo?

  • Si no se lo has dicho nunca, ¿Crees que
    sería bueno que lo supiera?

A veces demostramos nuestro orgullo de manera natural, o
a través de formas socialmente acordadas: colgamos un
diploma en nuestra oficina o exhibimos un trofeo en el
salón. Investigadores de la psicología positiva
como Bárbara Fredrickson y James Pawelski sugieren que,
además, podemos crear una forma personalizada de cultivar
el orgullo: hacer un álbum con imágenes, frases o
símbolos que representen aquello de lo que nos sentimos
orgullosos. Pueden ser fotos de los momentos en los que nos
sentimos más orgullosos en nuestra vida, bien sea de
nosotros mismos o de los demás. Puede ser también
una cajita que contenga recuerdos de eventos que nos hayan hecho
sentirnos así. También podemos hacer una
presentación de imágenes con el ordenador. O pegar
fotos con imágenes en la nevera o en el pizarrón de
corcho. La idea es tener una especie de "frasco de vitaminas
psicológicas" que nos ayude a mantener unos niveles sanos
de orgullo en la vida, y que nos recuerde lo que somos capaces de
hacer y las herramientas que tenemos que lograr (Tarragona,
2011).

Conclusiones

Recordemos que toda emoción positiva, llevada al
extremo, puede volverse negativa. Si, por ejemplo, recibimos un
certificado y lo tiramos a la basura o lo escondemos en el fondo
de un cajón, tal vez estamos despreciando nuestro propio
esfuerzo. Si por el contrario, hacemos una copia del diploma
tamaño cartel y lo colgamos de manera que cubra toda la
pared de la oficina, sería demasiado… Hay que
encontrar el punto medio. Cultivar el orgullo positivo, siempre
moderado por la humildad, puede contribuir a que tengamos una
buena autoestima y a que nos animemos a ir cada vez un poco
más lejos y a ser incluso más de lo que imaginamos
que podemos ser. Siempre y cuando nuestra fantasía y
proceder estén basados y/o sustentados en nuestra
realidad.

Bibliografía

  • BUCAY Demián. 2011. Usar la
    fantasía sin negar la realidad
    . Mente
    sana
    . N. 60. Barcelona, España. Pp.
    60-65.

  • TARRAGONA Margarita. 2011. Valora tus logros.
    Mente sana. N. 60. Barcelona, España. Pp.
    56-59.

 

 

Autor:

José Luis Villagrana
Zúñiga

Maestrante de la Unidad Académica de
Economía, Universidad Autónoma de Zacatecas.
Zacatecas, México.

Fecha de elaboración: 2011-mayo-12.

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