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Las Adicciones (socialmente) Permitidas




Enviado por Mariano Gonzalez



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

  1. Generalidades de las
    adicciones
  2. Algunas adicciones en
    particular
  3. Generalidades
  4. Breve
    referencia al sistema de creencias y a la personalidad
    adictiva
  5. La
    personalidad adictiva
  6. La
    familia adictiva
  7. La
    sociedad adictiva
  8. Adicción al amor y las relaciones
    personales
  9. Adicción al sexo
  10. Adicción al juego
  11. Adicción al trabajo
  12. Adicción al deporte
  13. Adicción a la TV., los videojuegos e
    Internet

PRIMERA PARTE:

Generalidades de las
adicciones

1 :
Características

Generalidades: Algunas características:
Compulsión. Pérdida de control. Conducta
reiterativa. De tiempo completo. Obsesión. Progresivo
desgaste.

El alfiler y el imán. Se compara al adicto
con un alfiler y a la adicción con el imán que lo
atrae.

El ojo de la tormenta. La falta de honestidad
consigo mismo como causa central de las adicciones, junto con la
negación que conlleva.

Un baile de máscaras. Las adicciones
yuxtapuestas y la falta de honestidad para admitirlas. Rasgos de
la adicción.

De la calesita al remolino. Tendencia a la
repetición de conductas y el progresivo deterioro del
adicto.

El ciclo adictivo. Un gráfico muestra los
pasos y estados de ánimo que siente el adicto en ejercicio
de su adicción.

Adicciones legales e ilegales. Adicción a la
comida.

Las nuevas adicciones: adicciones de moda. (las
relaciones afectivas, el sexo, el juego, las compras, el trabajo,
los ejercicios físicos, la T.V. y los
videojuegos).

Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los cuatro
síntomas básicos de la adicción:
negación, fijación, efectos perjudiciales,
descontrol.

Breve referencia al sistema de creencias y a la
personalidad adictiva.
Las creencias contradictorias que
causan el malestar adictivo y algunos rasgos de
personalidad.

2 : Sistema de pensamiento y creencias
adictivas

El miedo a vivir. El miedo como motor del sistema
de pensamiento adictivo.

Oscilar entre el pasado y el futuro. La tendencia
a eludir el momento presente y las proyecciones negativas hacia
lo pretérito o el porvenir.

La carencia que no tiene fin. El pensamiento
adictivo se basa en la creencia errónea de que los seres
humanos "somos insuficientes".

Mensajes y pensamientos tóxicos.
Diferenciación entre mensajes sanos y mensajes
tóxicos. Los mensajes se transforman en pensamientos y
éstos en mandatos.

Descalificación del otro.
Desvalorización: la autoestima por el piso.

Creencias básicas del sistema. Sentimiento
de exclusión. Juzgar y defenderse. El perfeccionismo. El
pasado y el futuro como entidades omnipresentes. La culpa. No
corregir los errores, sino pagarlos. El miedo no se discute
porque es real. La trampa del subjuntivo. Sin competencia no hay
éxito. La felicidad está en el extranjero. Cumplir
con el deseo del otro. Dirigir la vida ajena.

Un mensaje a dos voces. El deber ser.

3 : La personalidad
adictiva

Las emociones. Qué son, qué
función cumplen.

¿Luz verde para la emoción? El otro
extremo y la necesidad de encontrar un equilibrio.

Desarrollar emociones que sostienen la
adicción.
La alegría y la tristeza. El placer y
el dolor. Funciones del dolor.

Un diálogo entre sordos. La paradoja entre
la creciente comunicación tecnológica y la falta de
comunicación a nivel interpersonal.

La vida ingobernable.

La búsqueda de la dicha fuera de
nosotros.

La raíz de la adicción. Referencia
al miedo.

La propuesta espiritual. El vacío
existencial como factor de riesgo. El "despertar espiritual"
propuesto por Alcohólicos Anónimos.

Buscar las coincidencias y no las diferencias. El
sistema de educación occidental. El temor a no
diferenciarse sino a coincidir.

Tres factores de riesgo. Culpa, vergüenza y
temor.

¿La felicidad está afuera? En
qué consiste la auténtica felicidad.

Mecanismos de defensa. La negación. La
proyección.

Rasgos de la personalidad adictiva. Vacío
existencial. Obsesión egocéntrica. Severa
autocrítica. Culpabilidad excesiva. Necesidad de
aprobación. Difícil control de la ira. Letargo
emocional. Depresión latente. Temor a situaciones de
riesgo. Inquietud constante. Ocultar la necesidad de dependencia.
Problemas con las figuras de autoridad. Incompetencia para
afrontar problemas. Secreto deseo de no crecer. Pensar en
términos condicionales. Carencia de límites.
Urgencia por gratificarse. Intimidad conflictiva. Problemas para
experimentar placer. Intolerancia a la
frustración.

4 : La familia adictiva

Generalidades. Factores emocionales de la
adicción. Identificación de la familia adictiva.
Hijos de adictos. Diversos mensajes tóxicos.

Allá lejos y hace tiempo. Primeros
años de vida.

Padres a la deriva. Las dificultades para
inculcar una educación adecuada, y los medios para
lograrlo.

La familia modelo. Contradicción entre los
valores declamados y la conducta.

Los preceptos de la familia adictiva. Las cinco
reglas de oro: perfeccionismo. Atenerse alas pautas
enseñadas. Altruismo a cualquier costo.
Introversión. Desarrollo de cada una.

La adolescencia: luz roja. Características
de esta etapa de la vida.

Adicción: el adolescente y su
familia.

Tipología de los grupos familiares.
Características de los miembros de las familias adictivas.
Familias eliptoides y esquizoides.

Cuando la adicción "sostiene" a la familia.
Síndrome del nido vacío. Actitudes negativas de los
padres. Normas para criar hijos adictos. Familias
funcionales.

5 : La sociedad adictiva

La cultura adictiva.

Cambio de valores. El hombre, economía de
mercado y sociedad. La sociedad "imaginaria
".

El marketing y las adicciones. Tener o no
tener. La doctrina del "sálvese quien
pueda".

Aquí y ahora. Discriminación
social.

SEGUNDA PARTE:

Algunas adicciones en
particular

6 : Adicción al amor y las
relaciones personales

Generalidades.

Amores que matan. El adicto a la relación
amorosa.

El adicto a la evitación. Encuentros
cercanos de muchos tipos
. Descripción de las diversas
posibilidades de relación entre los adictos. Roles y
actitudes.

7 : Adicción al sexo

Generalidades. Sexualidad autoerótica.
Homosexualidad. Fetichismo. El caso de la bisexualidad.
Pluralismo, pedofilia, gerontofilia.
Sadismo, masoquismo,
travestismo, transexualismo, voyeurismo,
exhibicionismo.

8 : Adicción al juego

Generalidades. La búsqueda del tesoro.
Principales características del adicto al
juego.

Un mundo subterráneo.

Test para saber si usted es adicto al
juego.

9 : Adicción al trabajo

Generalidades.

Los miedos característicos: a perder el
control, a la posibilidad de fracasar, a la inactividad, a
reconocerse.

Rasgos de personalidad.

La influencia de la sociedad. Influencia de los
cambios geo políticos en la sociedad.

El fin de la aventura. Síntomas de la
adicción al trabajo. Del orden a la obsesión.
Claustrofobia. Intolerancia. Aparición de otras
adicciones.

10 : Adicción al deporte

Generalidades.

Mens sana in corpore sano.

11 : Adicción a la T.V., los
videojuegos e Internet

Generalidades.

Los niños: principales telespectadores. Una
suerte de sonambulismo. Peculiaridades de los adictos a la TV. Y
algunas características de la adicción. Algunos
problemas sociales.

Los videojuegos.

Internet. ¿Qué es la adicción a
internet?

Primera Parte

Generalidades

Generalidades de las Adicciones

Características

"Sobre todo, esto: sé leal contigo mismo, y de
ello se seguirá -como la noche sigue al día- que ya
no podrás ser falso con ninguno."

William Shakespeare (Hamlet)

Generalidades.

La mayoría de la gente tiene un concepto bastante
ingenuo y limitado de los alcances de la adicción. En
primer lugar, porque todavía se tiende a circunscribir su
ámbito al terreno de las adicciones químicas (es
decir que la palabra adicto nos lleva a imaginar
automáticamente a un sujeto que consume drogas y/o
alcohol), excluyendo otras adicciones quizá menos notorias
pero de todas formas nocivas. Y en segundo lugar, como
consecuencia inmediata de lo primero, se adjudica a la sustancia
adictiva todo el peso del problema; es decir, se supone
erróneamente que, una vez suprimida la misma, el adicto
podrá continuar ejerciendo sus actividades normales como
si allí "nada hubiera pasado".

Algunos alcohólicos dejan de beber, en efecto,
porque se los obliga a hacerlo bajo amenazas. La esposa, por
ejemplo, pone un ultimátum luego de años de
infructuosas reprimendas: "Esta vez va en serio. O dejás
la bebida o te pongo la valija en la puerta". Incluso algunos
despiertan de su última borrachera y se encuentran con la
casa vacía: toda la familia se ha mudado,
dejándolos allí desolados y temblando. Necesitan
dejar de beber y así lo hacen, al menos por un tiempo.
Pero no tienen el más mínimo deseo de dejar la
bebida, por lo que inician una cruel y mortificante abstinencia.
Es distinto el caso de que estas acciones por parte de la
familia, sean estrategias para el cambio supervisadas por un
profesional, para que el adicto toque fondo y comience cuanto
antes a realizar un tratamiento.

Suele decirse de ellos que continúan en una
especie de "borrachera seca", pues sólo han detenido la
ingesta, sin enfrentarse con los desarreglos emocionales que los
llevaban a buscar un desahogo a través del alcohol. Si
esas emociones profundas no son tratadas, es casi inevitable que
la adicción suprimida no sea reemplazada por otras, o que
luego de un lapso se recaiga en la adicción reprimida.
Estas son las llamadas adicciones químicas y entre las
más comunes se encuentran: alcohol, cocaína,
marihuana, LSD, anfetaminas, heroína, éxtasis,
pegamentos, psicofármacos, café, chocolate, tabaco,
comida, bebidas colas, laxantes.

Hay otro tipo de adicciones que son las denominadas
socialmente permitidas y de las cuales nos ocuparemos más
adelante. Desde hace varios años se tomó conciencia
de que las adicciones químicas no son las únicas,
ya que existen conductas repetitivas y compulsivas que muy bien
pueden describirse como adicciones emocionales. Entre
éstas, las más comunes son: trabajo en exceso,
masturbación o sexo compulsivo, limpieza obsesiva, ya sea
personal o doméstica, deporte compulsivo, compras
compulsivas, TV y videojuegos, adicción a la PC e
Internet, juego compulsivo, adicción a las relaciones
personales (al amor).

Si bien la distinción entre adicciones
químicas y emocionales es en principio válida, en
la realidad muchas veces se yuxtaponen y coexisten,
denominándose en ese caso adicciones simultáneas.
Así, por ejemplo, la adicción a comer dulces suele
combinarse con la adicción a dormir o a la inercia; o ver
televisión en forma compulsiva se asocia con la ingesta de
chocolates en exceso. Generalmente, la adicción emocional,
al igual que la química, consiste en la reiteración
de una conducta que se lleva a cabo para ocultar cierta realidad
conflictiva, y que se repite con sentimientos de culpa y
menosprecio a causa de esa misma conducta. Quizá el caso
más típico sea la adicción al trabajo:
personas que no pueden detenerse a reflexionar sobre sí
mismas. Su hiperactividad, por momentos puede valorizarlas y
procurarles gratificación, pero la mayor cantidad de veces
sienten culpa por desatender las relaciones familiares. Suelen
hacer crisis en el llamado "surmenage", un verdadero
cortocircuito producido por el exceso de trabajo y una
situación emocional "tapada" por aquel exceso.

Difícilmente una persona tenga sólo una
adicción. Las formas "puras" se dan más en la
teoría que en la práctica. Es frecuente que el
adicto al sexo esté involucrado en el abuso de alcohol y
drogas, o que un adicto a las compras tenga una manera compulsiva
de trabajar. Una adicción parece estar ligada a otras.
Así, cortar una adicción no hace desaparecer las
demás como por encanto. Es más, comúnmente
produce la aparición de otra nueva. "Creí que al
dejar de beber todo se solucionaría como por arte de
magia", comenta Carlos, un alcohólico que concurre a los
grupos de A. A. "Pero lejos de eso, dupliqué en pocos
días el número de cigarrillos, y empecé a
tomar café compulsivamente y en grandes cantidades.
Tardé un buen tiempo en comprender que lo adictivo era, no
una determinada sustancia, sino sobre todo mi
actitud."

A veces, el elemento usado tiene propiedades adictivas.
Pero en muchos otros casos no, por ejemplo, actividades que no
suponen el uso de productos químicos, o una exagerada
necesidad de alguien, no hay una sustancia que provoque la
adicción. También existía la creencia de que
todo el problema radicaba en el consumo en sí, y que la
solución estaba en suprimirlo por medio de un programa de
desintoxicación. Una vez erradicada la sustancia, el
ex-adicto había superado ese mal trance y todo lo que
debía hacer era abstenerse en adelante de
reincidir.

Recuperarse de una adicción exige mucho
más que suprimir la conducta adictiva. Demanda un profundo
cambio de actitud y de estilo de vida, adquirir una visión
diferente de sí mismo y del mundo. Liberarse de una
adicción sin estas pautas significará caer en otra.
Es necesario, indispensable, cambiar el modo en que se
vive.

Todas las adicciones tienen un denominador común,
a pesar de las diferencias que puedan presentar. Se trata, en
todo caso, de una sola enfermedad. Ese denominador común
no es una determinada sustancia, una actividad específica
o una persona especial. Lo que prevalece en toda adicción
es el adicto. El malestar interior es lo que nos vuelve
vulnerables a la adicción. Su verdadera causa se encuentra
dentro de nosotros mismos.

Aunque un adicto desarrolle una actividad saludable,
como el ejercicio físico por ejemplo, terminará por
realizarla de manera descontrolada. Seguiremos siendo vulnerables
mientras no seamos capaces de fomentar y poner en práctica
un estilo diferente.

Muchas adicciones suelen ser el disparador de otras, y
se encuentran íntimamente entrelazadas. Un adicto al
juego, por ejemplo, siente la necesidad imperiosa de tomarse unas
copas para darse ánimo, y si se ve precisado a dejar el
alcohol no podrá hacerlo, a menos que deje primero el
juego. En cambio, si abandona su adicción al juego, el
alcohol dejará de llamarle la atención y
podrá prescindir de él sin ningún problema.
Lo contrario también ocurre, y casos semejantes son mucho
más frecuentes de lo que se supone. Pero ya se trate de
adicciones aisladas o yuxtapuestas, para abandonarlas en forma
definitiva es indispensable encarar y resolver los trastornos
emocionales que las provocan.

Hoy casi todo el mundo habla de adicción. Es una
palabra de uso común, pero sin embargo no resulta
fácil dar una definición ajustada.
¿Qué significa, a qué responde, qué
es una adicción?

Parece tratarse de algo oculto, que se instala
furtivamente en la vida de alguien sin pedir permiso. Antes de
ensayar una definición parece útil referirse a los
requisitos que la fomentan. En primer lugar, hay en el adicto una
suerte de vacío existencial, una carencia afectiva que es
imperioso llenar. Y en segundo término una persona,
actividad, objeto o sustancia que supuestamente cubrirá
ese vacío.

La adicción de nuestra época ofrece
diversas modalidades. Un alcohólico, un jugador
compulsivo, un fumador empedernido, son personas que generalmente
sienten falta de amor, no soportan los contratiempos, carecen de
límites y de un objetivo o estímulo que les ofrezca
la ilusión para encarar la vida con motivación. Por
esta razón, lo que empieza como un gratificante
entretenimiento puede desembocar en una conducta adictiva, cuya
clase e intensidad se relacionará de manera directa con la
personalidad de cada individuo.

Cualquier adicción pone de manifiesto una actitud
básica de falta de ajuste a la realidad. En efecto, las
reacciones del adicto se rigen más por el principio del
placer que por el principio de realidad, que es el que
debería prevalecer en la edad adulta. Por eso, el adicto
no puede tolerar dilaciones y exige que su deseo se cumpla en
forma inmediata. En este sentido podría
comparárselo a un chico de dos años. El adicto,
como el niño, preferirá siempre el placer inmediato
a la posibilidad de esperar para conseguir un bien
mayor.

Juancito viene de la mano de su mamá, que ha ido
a buscarlo al preescolar y le ha prometido un rico postre dado su
buen comportamiento. Todo parece en orden, Juancito
entendió y viene tranquilamente jugueteando por la vereda.
De pronto se detiene y señala con la mano un cartel de la
vereda de enfrente. Su mamá entiende. Es la
heladería de la esquina, donde a veces llevan con su
marido a Juancito. "Ahora no", explica la mamá. "Ahora
vamos a almorzar y ya te dije que te voy a dar un helado en
casa." Pero Juancito niega con la cabeza. Quiere un helado ya
mismo. Ante la nueva negativa de la mamá, el deseo de
Juancito se convierte en un reclamo, y pasa sin transición
a una feroz exigencia. Como la mamá no está
dispuesta a ceder, Juancito organiza una pataleta, se suelta de
la mano de su madre y se arroja al suelo en la actitud más
desafiante que se le puede ocurrir.

El comportamiento del adicto, como dijimos,
independientemente de su edad cronológica, es similar al
de Juancito.

Lo que hace que una persona llegue a la adicción
no es la actividad o el consumo de una determinada sustancia,
sino el modo de relacionarse con éstas. Entre el
vacío afectivo y el estímulo -objeto, sustancia,
actividad o persona- se establece un círculo vicioso, ya
que terminado el efecto del estímulo, la angustia aumenta
y la compulsión hacia aquel estímulo se vuelve poco
a poco incontrolable, hasta marchar por un camino que en muchos
casos no tiene retorno.

Después de un difícil y doloroso divorcio,
que la dejó destruida según sus propias palabras,
Agustina resolvió emprender un viaje para poner distancia
con todo aquel clima de pesadumbre.

Aunque no tiene una profesión, Agustina se
considera a sí misma como una escritora frustrada. Ya de
chica en la escuela y luego de adolescente en el colegio, sus
maestros y profesores le otorgaban las más altas
calificaciones en Gramática y Literatura. Siempre le
gustó llevar un diario de su vida, y escribió
además cuentos y relatos que jamás ha mostrado, por
un prurito perfeccionista. En realidad, no estaría
dispuesta a aceptar la menor crítica o sugerencia al
respecto.

Hasta los veintiséis años, época en
que se divorció, había usado el alcohol con
bastante moderación. Un par de whiskies antes de sentarse
a escribir la ayudaban a imaginar historias, y su fantasía
rica de por sí parecía cobrar vuelo y llevarla a un
mundo de situaciones imprevisibles. Programaba escribir sobre un
asunto concreto y sus relatos concluían siempre en forma
insospechada para ella misma.

A partir del divorcio comenzó a aumentar
gradualmente las dosis. Si bien no bebía todos los
días, al hacerlo tenía la sensación de que
"faltaba algo" y llenaba ese vacío con otra copa
más. Durante aquel viaje, que hizo con una amiga de la
infancia, Agustina trató por todos los medios de
disfrutar, pero la separación de su marido -un escribano
casi veinte años mayor que ella- le había dejado un
dolor difícil de disipar. Aquello había sido tan
imprevisto como los finales de los cuentos de Agustina: se
enteró de golpe de que su marido tenía una amante,
y el amor propio le impidió perdonarlo y seguir a su lado,
a pesar de las protestas y promesas que él reiteraba. La
frustración y el despecho la llevaron a urdir una venganza
tardía: resolvió mantener relaciones sexuales
ocasionales con desconocidos, para lo que necesitaba desinhibirse
tomando más alcohol. Más tarde se desquitaba
contando a su marido la verdad. Luego del divorcio dejó
sus aventuras amorosas pero no quiso, o no pudo, desprenderse de
la bebida.

En el viaje con su amiga empezó a tomar bebidas
nuevas, quiso probar los exquisitos tragos locales que,
según dijo, le fascinaban. Y el licor pasó a ocupar
lentamente ese vacío afectivo que acaso existía en
ella desde mucho tiempo antes. Los detalles de su lenta
degradación podrían llenar un libro entero. Hoy,
Agustina se está recuperando de su adicción al
alcohol y recuerda con estupor la forma artera en que se fue
enredando. No pudo tomar conciencia del peligro que
corría, ni siquiera después de cada borrachera.
Tuvo que dejar de beber, para lo que debieron internarla, y
recién luego de esa "tocada de fondo" estuvo en
condiciones de comenzar a comprender lo sucedido.

La adicción constituye un hábito, una
costumbre que participa de las siguientes
particularidades:

1) Compulsión: La conducta humana se desarrolla a
partir de una reflexión crítica. Educar implica en
cierta medida reprimir desde el punto de vista
psicológico, o más exactamente orientar el
instinto, de modo que el niño pueda desenvolverse en la
sociedad sin causar perjuicios a otro o a sí mismo. Este
mecanismo se denomina sublimación. La compulsión
impide poner límites al instinto y a la conducta. Se
caracteriza por obstruir el proceso reflexivo, impidiendo
cualquier tipo de análisis. La mayor parte de las veces el
adicto desarrolla una adicción sin percatarse de lo que
hace, y si alguien se lo señala opta por ponerse a la
defensiva, negar el hecho o restarle importancia; o bien suele
ofenderse ante la menor insinuación y se encierra en
sí mismo, irritándose con aquellos que lo critican
o simplemente pretenden ayudarlo.

2) Incontrolable: Como consecuencia inmediata de lo
anterior, la adicción no puede contenerse, si bien hay
etapas en las que se recurre a una defensa muy común,
consistente en crear la ilusión de un cierto dominio por
parte del adicto. Como toda conducta progresiva, la
adicción tiene un desarrollo en el tiempo, y es frecuente
que en determinado momento el adicto tome conciencia del peligro
y haga múltiples experimentos para controlarse. Pero si no
se detiene a tiempo, la adicción terminará
inexorablemente por dominarlo, y arrasará con todas las
barreras que se pretenda levantar para contenerla.

3) Reiterativa: La conducta adictiva "cava un pozo sin
fondo" en el que el adicto entra en un círculo vicioso,
enterrándose cada día más. Esto se comprueba
con toda claridad en muchas adicciones orales, particularmente en
aquellas que implican dependencia química. Pero esta
característica no es exclusiva de ellas, ya que muchos
adictos al juego o al trabajo, por citar sólo dos
ejemplos, caen en ese pozo y no pueden salir de él. Una
vez iniciada la adicción, se produce implacablemente un
ahondamiento en la misma, y lo único que se atina a hacer
es incurrir en la reiteración, como una forma de aliviar
la creciente angustia que se va apoderando del adicto.

4) De tiempo completo: Si bien al principio generalmente
se incurre en la adicción por motivos de entretenimiento,
moda o desahogo, a la larga la conducta esporádica va
transformándose en hábito y termina por ocupar todo
el tiempo disponible. En efecto, nadie "resuelve" volverse adicto
a alguien o a algo, y al principio la novedad no pasa de ser una
mera diversión. Con el tiempo, el adicto concede cada vez
más horas del día a aquello que empezó como
un simple "pasatiempo." Y de eso se trata precisamente,
más allá del juego de palabras: el "pasatiempo" se
convierte en un tiempo que pasa vacío, inútil. Es
común que el adicto termine por no disponer de su propio
tiempo; si el ejercicio de su adicción le consume algunas
horas, dedica el resto a pensar en ella, ya sea para repetirla,
para encontrar la manera de reducirla o librarse de ella
definitivamente; o bien para reponerse al cabo de una noche de
juerga. El adicto no solamente evita y tapa sentimientos
displacenteros al incurrir en su adicción, sino que el
solo hecho de pensar en ella distrae la atención de
sentimientos displacenteros. Un adicto al alcohol puede tapar un
problema financiero o sentimental cuando se embriaga, pero
asimismo puede escaparse de esta realidad sin beber una sola
gota, por el simple hecho de pensar en el alcohol o como
será su próxima ingesta. Este ejemplo abarca a
todas las demás adicciones. La adicción se parece a
un amante celoso: no está dispuesta a que se le robe ni un
solo minuto.

5) Obsesión: El adicto renuncia a los variados
intereses que ofrece la vida. Ese "tiempo completo" que ocupa la
adicción habla a las claras de una mente obsesiva, que
progresivamente se vuelve incapaz de distraerse o diversificarse
en temas que la puedan apartar de su adicción. Aunque el
adicto no piense el día entero en ella, la adicción
se encarga de que esté siempre pendiente de satisfacerla.
Consciente o inconscientemente, la actividad del adicto gira
alrededor de su conducta adictiva, hasta convertirlo de hecho en
un autómata, un satélite que recorre obediente la
órbita que le ha sido prefijada.

6) Desgastante: Todas las características
anteriores producen en el individuo que las padece un deterioro
inevitable. Física y psíquicamente el adicto sufre
un progresivo desgaste, sin contar con el menoscabo de las
relaciones familiares, laborales y sociales, incluidas muchas
veces la pérdida de bienes patrimoniales.

El alfiler y el imán

Al principio, como vimos, las adicciones se cuidan muy
bien de mostrar sus garras. Muchas veces crean la ilusión
de haber descubierto por fin la panacea para todos los males. La
adicción ejerce sobre el adicto un efecto comparable al
que se produce entre un imán y un alfiler. Existe una
atracción irresistible, y la fuerza de voluntad queda
completamente neutralizada. Pareciera no haber fuerza humana
capaz de oponerse a la adicción, y gran parte de su poder
consiste en que el adicto no está en condiciones de
admitir su impotencia; fantasea inútilmente con la
posibilidad de manejar la situación. También
podría equipararse a un estado de sonambulismo, hipnosis o
encandilamiento, en lo que se refiere específicamente al
hecho de la adicción en sí. Personas capaces de
reflexionar con un mediano o alto nivel de lucidez acerca de
múltiples asuntos, se ven imposibilitadas de discernir con
una mínima coherencia en lo que respecta a su
adicción, echando mano a innumerables excusas y
racionalizaciones para negar su situación, o sea: para
defender contra viento y marea su conducta adictiva.

El problema fundamental de toda adicción pasa por
el hecho de que cercena la libertad de elección y lleva al
adicto hacia el exterminio físico o mental. Incluso puede
haber un momento en el que se rompa esa "hipnosis" y el adicto
"despierte", tomando conciencia de su situación. Ocurre
con muchos alcohólicos durante la resaca posterior a una
borrachera, con drogadictos cuando se les acaba la droga o con
otros adictos cuando se sienten desencantados. Pero aun a pesar
de esa "tocada de fondo", angustia y malestar interno se persiste
en la conducta destructiva, pues el adicto ya no está en
condiciones de optar, volviendo a beber, tomar droga o persistir
con alguna otra adicción aun en contra de su voluntad. Es
más, muchas veces este es el mecanismo que refuerza el
ciclo adictivo.

Más adelante, en los capítulos
correspondientes a cada adicción, analizaremos en detalle
la posibilidad de una solución. (ver si esto aun
va)

Juan, un alcohólico recuperado que sigue
concurriendo a los grupos de autoayuda, escuchó al llegar
esta pequeña historia del alfiler y el imán, y
estuvo a punto de creer que para su caso no había salida.
Pero tuvo el acierto de plantear sus temores en la siguiente
reunión y ante su inevitable pregunta: "¿qué
queda por hacer, entonces?", tuvo la alegría de escuchar
la respuesta salvadora, que le devolvió la esperanza y las
ganas de vivir: "Hay que poner del otro lado un imán
más fuerte."

El ojo de la tormenta

El tema central de la adicción está
relacionado con el epígrafe de este capítulo. La
deshonestidad consigo mismo está en el núcleo de
todo el sistema de creencias adictivo. También otro grande
de la literatura, Jorge Luis Borges, manifestó alguna vez
que "nada hay tan incómodo como la realidad." Y claro, una
de las formas de sacarse rápidamente algo de encima es
negarlo. Aquello que molesta ha dejado de hacerlo, o acaso nunca
molestó, por la sencilla razón de que no existe. Si
en el pasado hay hechos dolorosos e incluso traumáticos,
muchas veces la memoria decide borrarlos. De ahí
también aquel famoso "cómo a nuestro parecer / todo
tiempo pasado fue mejor", que escribió Jorge Manrique en
las Coplas a la muerte de su padre.

Esta negación, característica del ser
humano, constituye un mecanismo de defensa pero se da con
particular énfasis en los adictos. Y naturalmente, resulta
imposible detectarla mientras se la ejerce, ya que nadie puede
tomar conciencia de una negación destinada justamente a
borrar esa conciencia. Las adicciones cumplen, entre otras, la
función de custodiar esa negación, enmascarando los
hechos negados bajo la sustancia, persona o actividad objeto de
la adicción.

Por este motivo, al poco tiempo de abandonar una
adicción, las máscaras caen y ya no resulta posible
seguir negando lo innegable. Esa es la oportunidad para empezar a
comprender las verdaderas causas personales que fomentaron la
caída en el comportamiento adictivo, sin perjuicio de
otras causas que puedan haber contribuido.

Primero lo primero. Esta breve sentencia suele repetirse
en los grupos de autoayuda, y parte de una experiencia
común: muy a menudo los seres humanos tenemos dificultad
para establecer un orden de prioridades. Por lo general, los
adictos que resuelven liberarse, de su adicción, tienden a
dos posiciones extremas: o se paralizan en medio del camino, o
pretenden arremeter con todo. A veces, adictos al alcohol
descubren al dejarlo que incrementan considerablemente su
adicción al tabaco, y pretenden eliminar de un solo golpe
ambas adicciones. El resultado se manifiesta en un aumento
incontrolable de la ansiedad, y sin darse cuenta pueden recurrir
a ciertos calmantes que los mantienen en un estado de letargo,
iniciándose así en una nueva adicción. Es
indispensable reforzar los medios para suprimir primero la
adicción que se considere más dañina, y
comenzar lo antes posible a encarar las causas emocionales que la
originaron.

Un baile de máscaras

Amelia cree estar contenta. Ha cumplido cuarenta y cinco
años y por fin su vida parece haber encontrado un cauce.
"La tempestad ha pasado", dice, y en su mirada aparece un tenue
brillo de emoción. "Siento que me lo he ganado. Son muchos
años de terapia, años de bucear y sufrir, tratar de
conocerme y volverme consciente de mis problemas". Las
circunstancias de su pasado no vienen al caso, y después
de todo no hay en ella nada que escape a la condición
humana: el amor y el odio, la benevolencia y el rencor, la
incertidumbre y la decisión no le son desconocidos y
formaron parte de su vasta experiencia.

Sí, Amelia está contenta. En cuanto se
despierta bebe una gran taza de café con mucho
azúcar; lo necesita para despejarse, y a lo largo del
día toma varias tazas más para mantenerse activa y
entusiasta. A pesar de su alegría, sus nervios suelen
jugarle alguna mala pasada, y con el almuerzo toma un
tranquilizante "para estar prevenida." Su cátedra de
música le da alguno que otro disgusto, por lo que agrega
una nueva dosis de calmante alrededor de las cuatro de la tarde.
Los días que no dicta clase igual recurre a la
píldora, "por las dudas", y repite la costumbre antes de
irse a dormir. El alcohol no le llama la atención, pero no
se priva de un buen vino cuando se reúne a comer con
amigos y colegas, cosa que hace regularmente tres o cuatro veces
por semana. Es sumamente sociable. Y eso sí: que no le
saquen sus cuarenta cigarrillos diarios, porque "…me da un
ataque. Intenté dejarlos un par de veces y me trepaba por
las paredes."

Algunos conocidos la critican por esto a sus espaldas, y
sólo un par de amigos le ha dicho en la cara que lo que
hace no es adecuado para su salud.

Comenzó con la psicoterapia a los dieciocho
años, y salvo breves intervalos no ha dejado de
analizarse. Piensa que es un proceso que le llevará toda
la vida, y la idea de ponerle un punto final le resulta
inquietante. Quizá sea ésta su adicción
más secreta, una muleta sin la cual se siente
imposibilitada de avanzar por la vida. Porque la terapia es un
eficaz instrumento (muchas veces indispensable) para saber
manejarse, pero a veces también puede ser usada para
justificar la inmovilidad.

Amelia usa múltiples disfraces para ocultar sus
emociones. En definitiva, debe tener miedo de perder el control.
¿Qué sucedería si de la noche a la
mañana se viera privada del arsenal químico que la
"protege" de la realidad? ¿Podría afirmar con tanto
aplomo que la tempestad ha pasado? Sin duda,
experimentaría uno o más síndromes de
abstinencia. Pero una vez superados, ¿volvería a
insistir con la idea de que su vida está en
calma?.

Los adictos son básicamente personas relegadas a
etapas pretéritas de su desarrollo. Si bien
cronológicamente pueden ser adultos, emocionalmente son
como niños, dado que no han podido resolver con
éxito sentimientos de miedo, vergüenza e inseguridad
propios de toda persona. Es en la adolescencia cuando más
se da este tipo de sentimientos acerca de uno mismo o de su
familia de origen. En el adicto parecería haber una
adolescencia retardada, sentimientos no elaborados y un intento
de falsa solución a través de la adicción.
Esta le permite, (en lugar de aceptarse a sí mismo con sus
defectos y virtudes, lo que sería el proceso natural de
todo ser humano), comprar una falsa identidad a través de
una mascara o disfraz de algo que él no es.

Las adicciones comienzan con una ilusión que al
cabo de un tiempo queda incumplida: encontrar en ellas la
plenitud. El desengaño llega tarde, demora en ser
reconocido, y cuando surge la sospecha el adicto ya se ha
"enganchado." Aristóteles afirmó que el hombre es
un animal de costumbre, y su sentencia se confirma plenamente en
el caso de las adicciones. Y no sólo de las adicciones a
substancias químicas, en las que el producto es adictivo
por sí mismo. Porque una vez que se comprueba que la
felicidad no pasa por allí, el adicto se conforma con un
beneficio secundario: por lo menos, y gracias a su conducta
adictiva, puede ocultar, cubrir ese malestar que lo asalta todos
los días.

El problema de las adicciones consiste en que muchas
veces, al principio, hacen sentirse bien o alivian de sentirse
mal, impidiendo que la ansiedad o la angustia perturben. Quitan
la preocupación, devuelven la seguridad perdida, y hasta
pueden crear una euforia intensa. Se trata ni más ni menos
que de "puentear" el dolor, enmascararlo, soslayar esa pesadumbre
que inmoviliza.

A la larga, la sensación de bienestar se agota y
el adicto cae en la trampa. Recurrió a la adicción
a causa de experimentar una baja autoestima. La conducta adictiva
actúa como un espejismo: nos ilusiona con la posibilidad
de agua en medio del desierto. Al principio hay un alivio: la
sensación de tenerse en menos desaparece. Es más, a
medida que el adicto se interna en su adicción puede
abrigar la esperanza de sentirse el centro del sistema, un sol
inmutable alrededor del cual giran innumerables satélites.
Pero sin darse cuenta es él quien empieza a girar
alrededor de su adicción, y todo lo que ha logrado es
sustituir un dolor por otro. Ha cambiado de dependencia, se ha
bajado de la calesita para zambullirse en el remolino.

De la calesita al remolino

La tendencia a repetir conductas es común a todos
los seres humanos. En algún momento de la vida es posible
que se adquiera conciencia de este camino circular, y algunas
personas optan por una terapia que las ayude a encontrar la
tangente de ese círculo. Otras, en cambio, prefieren
recurrir a alguien o a algo capaz de apoyarlas en su intento por
"despegar", levantar vuelo y adquirir un sentido pleno de la
vida. Este es el caso del adicto, que repite inconscientemente
aquella actitud circular.

Para el adicto es imposible estar con lo que hay. Tiene
dificultades para estar en el "aquí y ahora". Su angustia
es causada por la brecha que existe entre el "aquí y
ahora" y "el allá y mañana". No pueden vivenciar lo
actual ya que están permanentemente proyectándose
en el futuro. Su estado es de permanente ansiedad manifiesta o
latente. La frase que describiría este fenómeno
sería "No sé lo que quiero, pero lo quiero ya".
Debido a esto es fácil comprender que sus proyectos queden
truncos. Es como un chico que desea poderosamente un juguete y
cuando lo tiene se cansa enseguida de él. Muchos adictos
desean comenzar alguna actividad, anotarse en un curso, comprarse
algo que aparentemente les solucionaría la vida,
idealizando así estas actividades u objetos, para luego
abandonarlos.

Si la persona se siente aislada, triste, con poco
ánimo para encarar sus obligaciones, o demasiado cansada
luego de afrontarlas, buscará tenazmente el modo de
compensar esa deficiencia, encontrando cierto alivio en su
adicción. Al principio, es casi seguro que encuentre lo
que buscaba. Se siente mejor. La tensión disminuye, el
horizonte parece ensancharse y hasta se puede experimentar la
ilusión de que comienza una nueva vida. Y en realidad
empieza una nueva vida, cuyo fin puede convertirse en una
catástrofe. Aunque lo peor, después de todo, no
será el fin sino el tortuoso camino que habrá que
recorrer hasta alcanzarlo. Es más en el caso de adicciones
químicas es frecuente que el suicidio, una enfermedad
consecuencia de la adicción o un accidente precipiten la
muerte interpretándose como un alivio.

Al cabo de cierto tiempo las expectativas no se cumplen
y el adicto se siente defraudado. Muchas veces suele desplomarse
de golpe, y es allí por lo general donde empieza lo
más penoso; entonces ya no se recurre a la adicción
para encontrar la felicidad sino para esconderse de aquello que
perturba. La misma adicción comienza a causar serios
inconvenientes, y se pretende eliminarlos incrementándola.
Es común escuchar en los grupos de Alcohólicos
Anónimos este testimonio esclarecedor: "Yo afirmaba que
bebía porque tenía problemas, y terminé
teniendo más problemas porque bebía". Es decir, se
ha pasado de la calesita al remolino, y la adicción
concluye por fagocitar al adicto. Lo manifestado en el caso de
los alcohólicos es aplicable a todas las adicciones,
más allá de las circunstancias
particulares.

El ciclo adictivo

Al analizar la trayectoria de un adicto, surgen
elementos en común que muestran la necesidad de un
"bastón emocional" que le sirva para andar por la vida.
Ese "bastón", que antes se asociaba exclusivamente a las
drogas ilegales, hoy abarca, como ya vimos, un vasto abanico de
adicciones a las que se entregan quienes tienen serias carencias
en sus relaciones personales. Desde un "inocente" vaso de whisky,
pasando por un sedante, una vuelta por el casino para jugarse
algunas fichas, unas horas extra de trabajo, hasta el aferrarse
con ansiedad a una persona "salvadora", lo que se persigue en
realidad es acallar por un tiempo la voz de ese yo que desde
adentro señala debilidades y errores.

Así, el individuo obtiene un breve descanso que
pone distancia a su conflicto interno, una especie de
amortiguador de la realidad, experimentando de esa forma una
sensación de plenitud ficticia. Es ahí precisamente
cuando se puede traspasar la sutil frontera que separa el uso del
abuso. Cuando el placer se transforma en compulsión y
surge la necesidad imperiosa de repetirla una y otra vez para
hacer soportable la vida, allí aparece la
adicción.

El adicto siente el fuerte impulso de repetir su
conducta, sin importarle el resultado pernicioso de la misma,
como si no le quedara más remedio que obedecer a una
especie de programación interna. Por lo tanto, la
característica fundamental de la adicción consiste
en que la fuerza de voluntad no alcanza para
controlarla.

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