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La Atlantida y el nuevo mundo



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

  1. LA ATLANTIDA
  2. LAS PIRAMIDES SUMERIAS.
  3. LAS PIRAMIDES PERUANAS.
  4. PIRÁMIDES MOCHES.
  5. LAS PIRAMIDES EGIPCIAS.
  6. LAS PIRAMIDES MAYAS.
  7. LAS PIRAMIDES CHINAS.
  8. TIAHUANACO.
  9. MITO DE NAYMLAP.
  10. WIRACCOCHA.
  11. QUETZALCÓATL.
  12. KUKULCAN.
  13. LAS AMAZONAS.
  14. LAS DOS COLONIAS ATLANTES

La Atlántida y el nuevo mundo – Monografias.com

La Atlántida y el nuevo mundo

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ATLANTES EN EL NUEVO MUNDO.

LA ATLANTIDA

Cuando Platón escribió su celebre libro ?Timeo?, refería que los sacerdotes egipcios le habían mencionado a Solon (Legislador Ateniense), la existencia de una civilización muy antigua que desapareció en el fondo del mar y lo describe de la siguiente forma:

«En Egipto», comenzó Critias, «donde la corriente del Nilo se divide en dos en el extremo inferior del Delta, hay una región llamada Saítica, cuya ciudad más importante, Sais –de donde, por cierto, también era el rey Amasis–, tiene por patrona una diosa cuyo nombre en egipcio es Neith y en griego, según la versión de aquéllos, Atenea. Afirman que aprecian mucho a Atenas y sostienen que en cierta forma están emparentados con los de esta ciudad. Solón contaba que cuando llegó allí recibió de ellos muchos honores y que, al consultar sobre las antigüedades a los sacerdotes que más conocían el tema, descubrió que ni él mismo ni ningún otro griego sabía, por decir así, prácticamente nada acerca de esos asuntos. En una ocasión, para entablar conversación con ellos sobre esto, se puso a contar los hechos más antiguos de esta ciudad, la historia de Foroneo, del que se dice que es el primer hombre, y de Níobe y narró cómo Deucalión y Pirras sobrevivieron después del diluvio e hizo la genealogía de sus descendientes y quiso calcular el tiempo transcurrido desde entonces recordando cuántos años había vivido cada uno. En ese instante, un sacerdote muy anciano exclamó:¡Ay!, Solón, Solón,

¡los griegos seréis siempre niños!, ¡no existe el griego viejo! Al escuchar esto, Solón le preguntó: ¿Por qué lo dices? Todos, replicó aquél, tenéis almas de jóvenes, sin creencias antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de conocimientos encanecidos por el tiempo. Esto se debe a que tuvieron y tendrán lugar muchas destrucciones de hombres, las más grandes por fuego y agua, pero también otras menores provocadas por otras innumerables causas. Tomemos un ejemplo, lo que se cuenta entre vosotros de que una vez Faetón, el hijo del Sol montó en el carro de su padre y, por no ser capaz de marchar por el sendero paterno, quemó lo que estaba sobre la tierra y murió alcanzado por un rayo. La historia, aunque relatada como una leyenda, se refiere, en realidad, a una desviación de los cuerpos que en el cielo giran alrededor de la tierra y a la destrucción, a grandes intervalos, de lo que cubre la superficie terrestre por un gran fuego. Entonces, el número de habitantes de las montañas y de lugares altos y secos que muere es mayor que el de los que viven cerca de los ríos y el mar. El Nilo, salvador nuestro en otras ocasiones, también nos salva entonces de esa desgracia. Pero cuando los dioses purifican la tierra con aguas y la inundan, se salvan los habitantes de las montañas, pastores de bueyes y cabras, y los que viven en vuestras ciudades son arrastrados al mar por los ríos. En esta región, ni entonces ni nunca fluye el agua de arriba sobre los campos, sino que, por el contrario, es natural que suba, en su totalidad, desde el interior de la tierra. Por ello se dice que lo que aquí se conserva es lo más antiguo. En realidad, sin embargo, en todas las regiones en las que no se da un invierno riguroso y un calor extremo, la raza humana, en mayor o menor número, está siempre presente. Desde antiguo registramos y conservamos en nuestros templos todo aquello que llega a nuestros oídos acerca de lo que pasa entre vosotros, aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra peculiaridad. Contrariamente, siempre que vosotros, o los demás, os acabáis de proveer de escritura y de todo lo que necesita una ciudad, después del período habitual de años, os vuelve a caer, como una enfermedad, un torrente celestial que deja sólo a los iletrados e incultos, de modo que nacéis de nuevo, como niños, desde el principio, sin saber nada ni de nuestra ciudad ni de lo que ha sucedido entre vosotros durante las épocas antiguas. Por ejemplo, Solón, las genealogías de los vuestros que acabas de exponer poco se diferencian de los cuentos de niños, porque, primero, recordáis un diluvio sobre la tierra, mientras que antes de él habían sucedido muchos y, en segundo lugar, no sabéis ya que la raza mejor y más bella de entre los hombres nació en vuestra región, de la que tú y toda la ciudad vuestra descendéis ahora, al quedar una vez un poco de simiente. Lo habéis olvidado porque los que sobrevivieron ignoraron la escritura durante muchas generaciones.

En efecto, antes de la gran destrucción por el agua, la que es ahora la ciudad de los atenienses era la mejor en la guerra y la más absolutamente obediente de las leyes. Cuentan que tuvieron lugar las hazañas más hermosas y que se dio la mejor organización política de todas cuantas hemos recibido noticia bajo el cielo. Solón solía decir que al escucharlo se sorprendió y tuvo muchas ganas de conocer más, de modo que pidió que le contara con exactitud todo lo que los sacerdotes conservaban de los antiguos atenienses. El sacerdote replicó: Sin ninguna reticencia, oh Solón, lo contaré por ti y por vuestra ciudad, pero sobre todo por la diosa a la que tocó en suerte vuestra patria y también la nuestra y las crió y educó, primero aquélla, mil años antes, después de recibir simiente de Gea y Hefesto, y, más tarde, ésta. Los escritos sagrados establecen la cantidad de ocho mil años para el orden imperante entre nosotros. Ahora, te haré un resumen de las leyes de los ciudadanos de hace nueve mil años y de la hazaña más heroica que realizaron. Más tarde, tomaremos con tranquilidad los escritos mismos y discurriremos en detalle y ordenadamente acerca de todo. En cuanto a las leyes, observa las nuestras, pues descubrirás ahora aquí muchos ejemplos de las que existían entonces entre vosotros. En primer lugar, el que la casta de los sacerdotes esté separada de las otras; después, lo de los artesanos, el que cada oficio trabaje individualmente sin mezclarse con el otro, ni tampoco los pastores, los cazadores ni los agricultores. En particular, supongo que habrás notado que aquí el estamento de los guerreros se encuentra separado de los restantes y que sólo tiene las ocupaciones guerreras que la ley le ordena. Además, la manera en que se arman con escudos y espadas, que fuimos los primeros en utilizar en Asia tal como la diosa los dio a conocer por primera vez en aquellas regiones entre vosotros. También, ves, creo, cuánto se preocupó nuestra ley desde sus inicios por la sabiduría pues, tras descubrirlo todo acerca del universo, incluidas la adivinación y la medicina, lo trasladó de estos seres divinos al ámbito humano para salud de éste y adquirió el resto de los conocimientos que están relacionados con ellos. En aquel tiempo, pues, la diosa os impuso a vosotros en primer lugar todo este orden y disposición y fundó vuestra ciudad después de elegir la región en que nacisteis porque vio que la buena mezcla de estaciones que se daba en ella podría llegar a producir los hombres más prudentes. Como es amiga de la guerra y de la sabiduría, eligió primero el sitio que daría los hombres más adecuados a ella y lo pobló. Vivíais, pues, bajo estas leyes y, lo que es más importante aún, las respetabais y superabais en virtud a todos los hombres, como es lógico, ya que erais hijos y alumnos de dioses. Admiramos muchas y grandes hazañas de vuestra ciudad registradas aquí, pero una de entre todas se destaca por importancia y excelencia. En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís,

llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una bahía con un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que lo rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta corrección tierra firme. En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. En este continente, dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia unida intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra y el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de vuestra ciudad se hizo famoso entre todos los hombres por su excelencia y fuerza, pues superó a todos en valentía y en artes guerreras, condujo en un momento de la lucha a los griegos, luego se vio obligada a combatir sola cuando los otros se separaron, corrió los peligros más extremos y dominó a los que nos atacaban. Alcanzó así una gran victoria e impidió que los que todavía no habían sido esclavizados lo fueran y al resto, cuantos habitábamos más acá de los confines heráclidas, nos liberó generosamente. Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad». (Platón, Timeo o de la Naturaleza, Edición electrónica de www.philosophia.cl, Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, Pág. 8).

Cualquier lector del Timeo de Platón, se preguntará, que hay de cierto en esta narración: ¿Existió Solón? Y de ser cierto ¿Fue a Egipto?

¿Y por qué no haríamos nosotros lo mismo?

Que Solón estuvo efectivamente en Egipto no cabe duda alguna. Muchos escritores y cronistas de la antigüedad confirman este dato. Solón, después de dar a Atenas sus previsoras leyes, que aún llevan su nombre, emprendió un viaje que duró diez años, para «recoger información sobre los tiempos pasados». Su primer objetivo fue la ciudad de Sais, la antigua ciudad residencial de los faraones, en la que los sacerdotes habían coleccionado y estudiado las viejas inscripciones y documentos de su país y «en lo relativo al saber de lo pasado eran los más sabios» (Timeo, 22).

Esta afirmación es absolutamente cierta. Solón tuvo que empezar necesariamente su viaje en Egipto por Sais, ciudad situada en la desembocadura del Nilo y en aquella época residencia de los faraones. Psamético I (663-609 a. C.) había creado en las cercanías de su ciudad y capital una colonia de mercaderes griegos a los que había concedido privilegios especiales. En los tiempos de Solón regía efectivamente en Sais el rey Amasis (570-525 a. C.), citado por Platón, el cual favoreció tanto a los griegos que llegó a despertar las suspicacias de sus súbditos. Solón se inspiró en la legislación promulgada por este rey para algunas de sus leyes, como por ejemplo aquella de que «cada ciudadano ha de dar cuenta anualmente al gobernador de los medios con que cuenta». Hemos de dar fe a Platón cuando nos dice que Solón estuvo en Sais, en donde fue cordialmente acogido y tenido en gran consideración (Timeo, 22).

¿Es cierto, como nos afirma Platón en sus diálogos, que los sacerdotes de Sais habían recogido los documentos, inscripciones y papiros del pasado y los estudiaban?

Éste era precisamente en aquellos tiempos el trabajo principal de los sacerdotes de Sais, cuyos afanes se cifraban en el estudio del pasado. Breasted, el gran experto de la historia de Egipto, nos dice acerca de los sacerdotes de Sais, independientemente de cualquier relación con lo afirmado en el relato atlántico, lo siguiente: «Los escritos y antiguos rollos sagrados recubiertos con el polvo de los siglos pasados eran buscados afanosamente, compilados, clasificados y ordenados. El pasado volvía a reinar. Una tal

ilustración retrotraía a los sacerdotes (de Sais) a un mundo pasado, cuya sabiduría —como ocurre entre los chinos y los mahometanos— constituía el máximo exponente de la ley moral… El mundo había envejecido y por ello y con especial predilección la gente se

dedicaba al estudio de la pasada juventud. Con razón se ha calificado este período saita con su característica mirada hacia el pasado como un tiempo de restauración.»

La afirmación de Platón de que los sacerdotes de Sais habían recopilado y estudiado los viejos documentos de su país, y que por ello «eran los más sabios en todo lo que concernía al saber del pasado», queda confirmada por uno de los más expertos especialistas de la historia egipcia, en sus más pequeños detalles. En cuanto a esta cuestión, Platón no nos ha contado una fábula, sino hechos comprobados históricamente. (Jurgen Spanut, La Atlantida, Ediciones Orbis SA, 1985 Pág. 15)

Bien, ¿Entonces, en que fecha ocurrió lo descrito por Solon?

Si, pues, como afirma Platón, el relato de la Atlántida es «auténtico y completamente digno de fe» y, por consiguiente, históricamente establecido, los acontecimientos a los que nos referimos se deben situar en los albores de la Edad del Hierro o, dicho en otros términos, hacia fines del siglo XIII antes de Jesucristo. El hierro era un nuevo elemento que acababa de ser descubierto, pero el cobre y el estaño eran de uso corriente.

Quizás el sabio sueco Olaf Rudbeck (1630-1703) tenía razón cuando lanzó la hipótesis de que puede haberse deslizado un error de traducción en este pasaje y que no debe leerse

8.000 años, sino 8.000 meses cuando se trata de precisar el tiempo transcurrido desde la

desaparición de la Atlántida hasta la época en que Solón visitó Egipto. En este caso, la desaparición del reino de los atlantes hubiera tenido lugar hacia el año 1200 antes de Jesucristo.

Si admitimos esta suposición del sabio sueco, hallaremos, efectivamente, la fecha en que la isla de los atlantes se hundió en los abismos del mar. Herodoto precisa, por su parte, que los «egipcios dividen el año en doce meses, cada uno de los cuales tiene treinta días». Ocho mil meses corresponderían a seiscientos sesenta y seis años. Si sumamos a estos años los 560 a que se remonta la visita de Solón a Egipto, obtenemos una fecha: el 1226 antes de Jesucristo. Y nada nos impide creer que sea ésta la fecha en que se originaron las grandes catástrofes naturales. En este año los libios, ahuyentados de su tierra por fuerzas naturales, atacan las fuerzas del faraón Meneptah. Hacia el año 1200 llegan a

Grecia los pueblos del norte y hacia el año 1195 alcanzan las fronteras de Egipto. Es fácil imaginar que estos pueblos del norte —como también hicieron mil años más tarde los cimbrios y los teutones— habían invertido en su camino unos veinte o treinta años antes de ver su marcha detenida definitivamente en el año 1195 por el faraón Ramsés

III. Esta hipótesis no tiene nada de inverosímil.

La suposición de Rudbeck de que Solón interpretó falsamente la explicación de los sacerdotes egipcios y que se debe fechar el relato atlántico coincidentemente con las grandes catástrofes naturales y los movimientos de pueblos que asolaron la tierra unos

8.000 meses antes de Solón, es perfectamente plausible. (Jurgen Spanut, La Atlantida, Ediciones Orbis SA, 1985 Pág. 17)

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Todo lo relatado se puede corroborar por las grabaciones hallados en la tumba de Ramses III en Medinet – Habu, a estos les llamaban la gente del norte, originarios de los países del mar, quienes guerrearon contra Ramses III.

Altorrelieve de Medinet – Habu, Batalla contra los países del mar. Cualquier persona, puede verificar esta información ingresando al Internet y

buscando fotos de los grabados de Medinet – Habu, pero Jurgen además agrega lo siguiente:

Efectivamente, hay toda una serie de monumentos —papiros e inscripciones— de aquel tiempo. Citemos algunos de ellos:

1. Las inscripciones relativas al reinado del faraón Meneptah (1232-1214 a. C.): la de

Karnak y la estela de Atribis.

2. Las inscripciones y las esculturas del templo de Ramsés III (1200-1168 a. C.) de Medinet-Habú. Se trata de miles de jeroglíficos y bajorrelieves que se extienden sobre muros de centenares de metros cuadrados. Cubren por entero las paredes y las columnas del templo.

3. El papiro Harris, el más importante documento que nos ha legado el antiguo Egipto, rollo de unos treinta y nueve metros en que se da cuenta del período gubernamental de Ramsés III.

4. El papiro Ipuwer, en el que un testigo presencial de las terribles catástrofes que se abatieron sobre Egipto hace reproches al rey y le acusa de ser el responsable de la calamidad colectiva que su pueblo tuvo que soportar. Erman remonta la edad de este papiro hacia el año 2500 antes de Jesucristo. Pero es una datación errónea. En el papiro Ipuwer se habla del bronce, por lo que debe situarse dentro de esta Edad, que para Egipto debe limitarse entre el 2000 y el 1000 antes de Jesucristo. Más adelante se habla en él del «reino de los Keftiu», expresión que en los documentos egipcios aparece solamente a partir de la dieciocho dinastía (1580-1350 a. C.). La concordancia relativa entre las descripciones de las catástrofes naturales y de la invasión del delta del Nilo por pueblos extranjeros, igual que los descritos en Medinet-Habú y en los papiros Harris e Ipuwer, prueban que este último texto fue redactado sensiblemente en el mismo período que sus precedentes, es decir, hacia el año 1200 antes de Jesucristo.

5. Ciertos pasajes del Antiguo Testamento, principalmente del libro del Éxodo, y su compulsación con los precedentes documentos, demuestran que estos pasajes de la Escritura se refieren a acontecimientos producidos en la misma época.

En el Éxodo se relata la huida de Egipto de los hijos de Israel y de las terribles plagas que azotaron a Egipto y que permitieron la salida de aquéllos del valle del Nilo. Estos hechos se produjeron entre el año 1232 y el 1200 antes de Jesucristo. En el Éxodo (I, 2) se precisa que durante su esclavitud, el pueblo de Israel tuvo que «construir las ciudades de Pithom y de Ramsés para almacenes del faraón». Ambas ciudades fueron efectivamente construidas en el reinado de Ramsés II (1298-1232 a.C.). Pithom fue erigida en el oasis Tumilat, lugar estratégico que cierra la vía de acceso natural de Asia a Egipto, como una fortaleza avanzada y de protección. Y Ramsés, nueva residencia imperial, a la que el faraón dio su nombre, fue levantada en el delta del Nilo. El faraón de la servidumbre es, pues, este mismo Ramsés II, el fundador de Ramsés y de Pithom.

Ahora bien, en el Éxodo (II, 23} se dice que Ramsés II murió antes de la partida de los israelitas de Egipto y antes de que tuvieran lugar las calamidades naturales conocidas como las diez plagas de Egipto. El soberano que fue contemporáneo del éxodo de los judíos era, pues, uno de los sucesores de Ramsés II. En el reinado de Ramsés III (1200 a. C.), Egipto estaba completamente arruinado. He aquí, pues, la prueba de que las calamidades de que se habla en el Éxodo tuvieron lugar entre el año 1232 y el 1200 antes de Jesucristo. Actualmente los arqueólogos están de acuerdo en fijar como fecha los alrededores del año 1220, cosa que parece ser la más verosímil.

Lo cierto es que el Éxodo describe muy bien los cataclismos a que se hace referencia en los papiros egipcios contemporáneos aludidos en el relato de Platón.

6. Numerosísimos pasajes de obras de escritores y poetas de la antigüedad vienen a corroborar estos documentos. Sin embargo, dada la imposibilidad en que nos encontramos de situarlos exactamente en el tiempo, no haremos alusión a ellos sino en caso excepcional.

7. A mayor abundamiento, disponemos de un vasto conjunto de pruebas arqueológicas y numerosísimas constataciones científicas que confirman los datos proporcionados por los papiros y por el relato platónico. (Jurgen Spanut, La Atlantida, Ediciones Orbis SA, 1985 Pág. 19).

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Foto de relieve de Medinet Habu, publicado en la página de Egiptoforo.com

Bien, confirmado la información de los grabados egipcios, debemos averiguar más sobre las campañas bélicas sostenidas por los egipcios y atlantes.

VII LAS CAMPAÑAS BÉLICAS DE LOS ATLANTES A.- CONTRA EGIPTO

Las expediciones militares de los atlantes, igual que ocurre con los cataclismos naturales y las catástrofes mencionadas por Platón, se han considerado sin más como del dominio de la fábula. Incluso los eruditos que llegan a admitir que dentro del relato de Platón

«hay algún atisbo de verdad», como Adolf Schulten y Wilhelm Brandenstein —este

último, titular de la cátedra de filología de la Universidad de Graz y el primero profesor

de Historia Antigua residente durante muchos años en España— consideran todo lo que

hace referencia a las campañas de los atlantes como «algo que flota entre las nubes» o

niegan por completo tales expediciones. Hay que confesar que los datos que poseemos

hasta ahora de las relaciones existentes entre las diversas potencias de la Edad del Bronce nos inclinan a este escepticismo. El hecho de que un pueblo haya atravesado toda Europa, luego el Asia Menor y haya llegado por fin a las puertas de Egipto con la intención de poner bajo su dominio «vuestro territorio (Grecia), el nuestro (Egipto) y todos los otros países que se hallan más acá del estrecho» (Turneo, 25) parece a primera vista inverosímil. Se considera que el proyecto encaminado a unificar todos los países europeos y mediterráneos bajo un solo y único cetro es una concepción demasiado moderna para ser verdad entonces. Si es bastante sorprendente ya de por sí encontrar esta concepción escrita por Platón, lo es aún más si se reflexiona en los años transcurridos desde que se puso en ejecución y que tan cerca estuvo de verse coronada por el éxito. La cosa parecía increíble y por ello la opinión unánime ha rehusado admitir este pasaje del relato de Platón. Ha habido algunos que han intentado sacar partido incluso de esta inverosimilitud para demostrar el valor nulo en cuanto a documento histórico de la descripción platónica referente a la Atlántida. Y no obstante, los papiros y los escritos contemporáneos demuestran que esta opinión tomada a la ligera es errónea. Examinaremos por unos momentos los datos relativos a las campañas bélicas de los atlantes y de este plan «paneuropeo», suministrados por Platón, comparándolos con las precisiones facilitadas por los documentos contemporáneos. Así podremos llegar a demostrar que Platón no ha sido más que un fiel transcriptor del relato hecho a Solón por el sacerdote egipcio de Sais. Platón aduce a este respecto lo siguiente:

1. Los pueblos del imperio atlántico habíanse «reunido y formado una potencia única con el propósito de dominar vuestro territorio (Grecia) y el nuestro (Egipto), así como a todos los países que se hallaban más acá del estrecho (de Gibraltar), en el curso de una expedición guerrera» (Timeo, 25).

2. En el curso de esta campaña los atlantes habían atravesado toda Europa, y habían dominado a toda Grecia con excepción de Atenas y habían pasado luego por Asia Menor hasta llegar a las fronteras de Egipto; país al que pusieron en un gran aprieto, pero al que no pudieron someter (Timeo, 24, 25; Cutías, 108).

3. Entre los países mediterráneos sometidos a los reyes de la Atlántida figuran: «Libia hasta Egipto y Europa hasta Tirrenia (Etruria)» (Timeo, 25, y Critias, 114). Las gentes de estos países tomaron parte también en la gran expedición militar.

4. La potencia atlante estaba constituida por un ejército muy bien organizado y equipado. Contaba con dotaciones de carros de combate y disponía de una flota guerrera poderosísima. Diez reyes —denominados «los diez»— bajo el mando supremo del rey de la Atlántida, tenían a su cargo la dirección de las operaciones (Critias, 119, 120).

5. La expedición de los atlantes tuvo lugar en el mismo tiempo en que ocurrieron las grandes catástrofes de la naturaleza. Es decir, hacia el año 1200 a. C., según hemos establecido antes.

Es un hecho innegable que alrededor del año 1200 tienen lugar sobre la tierra una serie de acontecimientos que guardan estrecha similitud con los que nos describe Platón en su relato sobre la Atlántida.

Los acontecimientos a que nos referimos son los que se denominan en historia con el nombre de «gran migración», «invasión doria», «invasión egea», «invasión iliria». Y en cuanto a los pueblos que tomaron parte en este éxodo en masa en sus momentos iniciales, se los designa como «pueblos del norte» o «pueblos del mar».

Al lado de las inscripciones contemporáneas ya citadas, a las que Bilabel califica de

«documentos del más alto valor histórico», nos ayudan en esta tarea infinidad de descubrimientos arqueológicos que contribuyen a levantar un velo sobre este período capital de la historia europea. Con estos datos nos será posible llegar a una reconstrucción de los mencionados acontecimientos.

Bajo el reinado del faraón Merneptah de la XIX dinastía, los libios y sus aliados penetraron en territorio egipcio procedentes del oeste. El agostamiento que sufría su país les impelió a buscar más al este, hacia Egipto, su subsistencia. En esta emigración les acompañaban sus mujeres e hijos. A las órdenes del príncipe Merije consiguieron los libios llegar hasta Menfis y Heliópolis, en donde se instalaron.

Momento crucial por el que Egipto nunca había atravesado desde los tiempos de la invasión de los hicsos. Merneptah, hallándose en el quinto año de su reinado, es decir, en el año 1227 antes de Jesucristo, resolvió alejar al invasor. Al tercer día de «epifi» (abril) tuvo lugar un gran encuentro cerca de Perir. Al cabo de seis horas de encarnizado combate el enemigo fue derrotado y buscó la salvación en la huida. Un rico botín cayó en las manos del victorioso faraón: 9.111 espadas de tres a cuatro «espanes» (de 22 a 24 cm.) de longitud, todas ellas de bronce. El número de los caídos fue el de

6.359 libios, 2.370 «gente del norte, originarios de los países del mar (atlantes)», 222 chekelescha (sicilianos) y 742 turuschas (etruscos).

Pero a pesar de que el enemigo (o sea la federación de libios y gente del norte) sufrió una gran derrota, volvió a reagruparse. La batalla de Perir fue sólo una entre muchas y sangrientas batallas. Fue asimismo el anuncio de una revolución mundial, de cuya magnitud y trascendencia no hay otro ejemplo en la historia antigua de la humanidad.

Por las medidas que se tomaron por parte de los Estados situados en la región oriental del Mediterráneo, se deduce que no fue una cuestión sin importancia y que preveían, por el contrario, un terrible peligro.

Hacia finales del siglo XIII a. C. los atenienses construyen sus murallas ciclópeas y las dotan de torres para su defensa. En Micenas se refuerzan las construcciones defensivas, al mismo tiempo que se preocupan sus habitantes de asegurarse el aprovisionamiento de agua. En Tirinto se realizan obras análogas y se construye una gran fortaleza.

En Asia Menor, los reyes hititas intentan conjurar el peligro firmando alianzas militares con Egipto y realizando grandes fortificaciones en su capital Boghaz-köy. Por último, en Egipto los faraones refuerzan el efectivo de sus ejércitos, reconstruyen las ciudades fronterizas, reclutan mercenarios y movilizan grandes contingentes de tropas.

«Todo ello no son más que los signos precursores de la tempestad», según afirma el

historiador Schachermeyr.

Hacia el año 1200 la tempestad prevista estalla con una violencia insospechada. Procedentes del norte penetran en Grecia poderosas formaciones de guerreros que invaden todo el territorio con la única excepción de Atenas, cuyos habitantes se hacen fuertes y resisten con gran heroísmo al invasor.

Los pueblos del norte invasores llegan por vía terrestre, pero deben haber sido expertos constructores de naves y diestros marinos. Si escuchamos la leyenda, en Naupaktos, en el golfo de Corinto, construyeron una imponente flota con la que se hicieron dueños del Peloponeso, destruyendo y aniquilando a las flotas aquea y cretense. Luego desembarcaron en Creta, las islas del Egeo y Chipre.

Todo nos induce a creer que una parte muy importante de los conquistadores habíase segregado del cuerpo principal antes de que éste se dirigiese a Grecia. Atravesando el Bósforo, los invasores asolaron Troya (Troya VII b según los estratos arqueológicos)1. Ochenta años antes (Troya VII a) había sido ya destruida por la invasión micénica helena. Una cadena de ruinas y de destrucciones jalona esta ruta seguida por los invasores. Parece ser que éstos, «los que seguían la ruta terrestre», operaban conjuntamente con «los llegados por el mar», es decir, aquellos que, partiendo del Peloponeso, navegaban hacia Creta y Chipre.

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Combate entre egipcios e hiperbóreos. Éxodo de los hiperbóreos. Los carromatos que transportan a las mujeres y niños son atacados por mercenarios egipcios. (Según Wreszinski, Atlas zur Altägyptischen Kulturgeschichte.)

El Asia Menor fue atravesada por completo y ocupada. El poderoso imperio de los hititas fue aniquilado de tal modo que desapareció casi sin dejar huellas en la historia. Boghaz—köy, la capital de los hititas, según revelan las excavaciones allí efectuadas, fue, a pesar de sus poderosos dispositivos de defensa, tomada al asalto, saqueada y arrasada.

Monografias.com1 Las excavaciones emprendidas por Schliemann pusieron de manifiesto en el emplazamiento de Troya varias ciudades superpuestas, construidas en épocas diferentes. Esos niveles arqueológicos se indican con las cifras I, II, III, etc., empezando por el nivel inferior. Los vestigios de Troya VII a corresponden a los de la ciudad contemporánea de Homero; los del nivel VII b a la ciudad destruida por los «pueblos del norte» en el momento de su llegada a Asia Menor.

Las inscripciones y textos egipcios contemporáneos corroboran los anteriores datos arqueológicos y nos dan cuenta de cómo se realizó la progresión de los conquistadores.

En una inscripción de Medinet-Habú, Ramsés III nos dice: «Los pueblos del norte conjuráronse en sus islas. Éstas fueron destruidas y arrasadas por las tempestades casi al mismo tiempo». No hubo país que pudiera oponerse a la fuerza de los invasores. Los Hatti (rútilas), Kode, Karkemish, Arzawa, Alasia (Chipre), fueron pasados a sangre y fuego. Su campo central de operaciones instaláronlo en una ciudad de Amurru (en la actual Siria del Sur). Aniquilaron al país y a los hombres como si jamás hubiera habido civilización en el país. Marcharon sobre Egipto precedidos por un vasto incendio. Los Phrst, Sakar, Denen, sumáronse a ellos y avasallaron a los Sekelesa y Vasasa. Se puede decir que llegaron a extender su dominio hasta los confines de la tierra y su corazón rebosaba júbilo, pues estaban seguros de que sus planes se realizarían.

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Combate entre egipcios e hiperbóreos. Detalle del relieve anterior.

Así pues, todo nos induce a creer que antes de lanzar un asalto definitivo contra Egipto,

«los pueblos del norte y del océano» reagrupáronse en Amurru.

Ramsés III ordenó la movilización general. Fortaleció sus puestos fronterizos del norte, aseguró los puertos y agrupó toda clase de embarcaciones aptas para el combate «que de la popa a la proa estaban colmadas de guerreros avezados y fuertes, armados hasta los dientes». El faraón dio la orden: «Sacad todas las armas, reunid a todas las tropas de reserva para destruir al enemigo miserable». El reclutamiento y la distribución de armas corría a cargo del príncipe heredero. Además de las tropas indígenas formáronse cohortes de negros y de mercenarios sardos. «Todo aquel que estaba bajo las órdenes del faraón y que se consideraba capaz de usar armas, fue provisto de ellas.» Es en tono orgulloso que se lee: «Los soldados eran los mejores de Egipto, eran como leones que rugen en las montañas. Las tropas de los carros eran todas gentes avezadas al combate, héroes y combatientes, duchos en la lucha y que sabían perfectamente su oficio. Sus corceles temblaban impacientes con el afán de destruir al enemigo.»

Al quinto año del reinado de Ramsés III (1195 a. C.), después de algunas escaramuzas ligeras se produjo el ataque general contra Egipto. Seguramente este ataque estaba previsto dentro .de un plan general de operaciones, pues mientras los libios atacaban por el oeste, ayudados como en circunstancias anteriores por los pueblos del norte, desde el mar una poderosa flota de guerra intentó forzar la boca del Nilo, a la par que el grueso principal de la fuerza se puso en marcha desde el país amorrita. Ramsés III salió al frente de sus tropas al encuentro del enemigo.

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Escena de combate naval. Nave hiperbórea de los relieves de Medinet-Habú.

Se produjo entonces una colisión de significado histórico mundial. Gracias a todos los recursos de que se han echado mano y, al parecer, a la fortuna excepcional que le asistió en varios combates, Ramsés III pudo resistir este asalto de los pueblos del norte.

«Cientos de miles» de ellos fueron muertos o capturados. Los barcos de guerra de la gente del norte, algunos de los cuales consiguieron llegar a la costa egipcia, «chocaron contra una muralla de cobre» y «fueron cercados por las lanzas de los soldados, que les obligaron a internarse en el país y les aislaron»; sus ocupantes «derribados al abordaje, fueron aniquilados y sus cadáveres se amontonaban de la proa a la popa de sus naves». Los egipcios hicieron zozobrar a muchos barcos y muchos tripulantes de ellos, que buscaban la salvación nadando, perecieron ahogados o muertos bajo sus armas. Las mujeres y los niños de estos pueblos del norte o del mar acompañaban en carretas tiradas por bueyes a los que efectuaban la invasión por vía terrestre. Muchos de ellos fueron cercados, y mujeres y niños, sin distinción alguna, fueron muertos o hechos prisioneros.

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Combate naval entre egipcios e hiperbóreos. De los relieves de Medinet-Habú.

Wreszinski, el reputado egiptólogo, supone que la decisión de la batalla estuvo en el mar, debido a la gran prolijidad de detalles que a este aspecto de la guerra se consagra. Es muy posible. Las ilustraciones que llenan las paredes de Medinet-Habú también nos dejan entrever por qué motivo la gente del norte, a pesar de sus innegables dotes marineras, perdió la batalla naval. Sus embarcaciones carecían de remos y estaban

dotadas de velas que únicamente podían impeler hacia delante. Al parecer, en aquel día decisivo de la batalla reinaba la calma. Las velas cargadas eran inoperantes y los barcos derivaron al impulso de las corrientes que los llevaban hacia tierra. Por otra parte, la dotación de combate de los barcos iba provista sólo de espada y lanza, es decir, iban equipados sólo para la lucha cuerpo a cuerpo y ninguno disponía de arco. En cambio, desembocando por sorpresa de los diferentes brazos de mar del delta del Nilo, los egipcios tenían sus barcos propulsados y bien dirigidos a fuerza de brazos y todos ellos disponían de arcos, por lo que cayeron como una tromba sobre las embarcaciones enemigas. Manteniéndose a distancia, incumbía a los arqueros el disparar una nube de flechas sobre los pueblos del norte, indefensos sobre el puente de sus naves. Los egipcios, al objeto de proteger a sus remeros y arqueros, se escudaron tras los cuerpos de los prisioneros atados a las bordas de las naves. Cuando la tripulación nórdica fue diezmada por los certeros disparos de los arqueros egipcios, aproximáronse éstos a las naves enemigas y, lanzando garfios de abordaje, los marinos egipcios intentaron ensartarlas en las velas cargadas de los barcos enemigos para hacerlos zozobrar. Una vez logrado, los guerreros fueron aniquilados fácilmente en el agua y sólo algunos de ellos lograron alcanzar la costa, donde fueron capturados por los egipcios.

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Navío egipcio de guerra luchando con una embarcación hiperbórea. De los relieves de Medinet-Habú. (Según Eailiei histórica! Records of Ramses III. The University of Chicago Press.)

Los escultores egipcios han inmortalizado en los relieves de Medinet-Habú escenas impresionantes en que la gente del norte lucha por la vida. En una embarcación, dentro de la cual todos los demás hombres están muertos o heridos, se ve a un guerrero que, sosteniendo con su mano derecha a un camarada, cae al agua, mientras levanta su escudo para defenderse. En otro, los marineros del norte, a pesar del peligro que sobre ellos se cierne, ayudan a subir un herido a bordo. Los bajorrelieves de la batalla terrestre muestran escenas que ilustran sobre el espíritu de compañerismo y sobre la valentía de los guerreros atacantes. Otto Eisfeld, que ha estudiado tan acertadamente las civilizaciones fenicias y filisteas, tiene razón cuando escribe: «Los bajorrelieves egipcios que nos explican las batallas libradas por Ramses III contra los filisteos demuestran la valentía de estos últimos. Incluso prisioneros y encadenados, los cautivos mantienen un aire noble y altivo.» Luego veremos que los filisteos tienen un papel importantísimo en la coalición de los «pueblos del norte y del mar».

Los egipcios cercenaron las manos de los muertos y de los heridos tanto de tierra como de mar, para contarlas y luego hacinarlas. En aquel tiempo éste era el procedimiento que se empleaba para efectuar el recuento del enemigo caído en el campo de batalla. Pero, cosa extraña, en tanto que siempre en las batallas libradas por Ramses III el número de

manos cortadas se cita escrupulosamente —así, por ejemplo, en la batalla contra libios

y pueblos del norte coaligados en las fronteras del oeste de Egipto, las inscripciones de

Medinet-Habú registran un total de 25.067 manos y 25.215 falos—, en esta decisiva

batalla del año 1195 antes de Jesucristo no se dan las cifras exactas de las manos

cortadas. Sólo se dice que fueron cortados «manos y falos sin cuento». En cambio, en el mismo texto se habla de «tantos enemigos como saltamontes», de «cientos de miles» e, incluso, de «millones». «Tan numerosos como los granos de arena del mar» fue, según se dice en las inscripciones, el número de prisioneros.

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Tripulantes de una nave hiperbórea. Obsérvese la característica «corona de cañas» y los escudos circulares. De los relieves de Medinet-Habú.

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Destrucción de una nave hiperbórea. Por medio de un garfio, los egipcios hacen zozobrar las embarcaciones hiperbóreas. De los relieves de Medinet-Habú. (Según Earlier histórical Records of Ramses III. The University of Chicago Press.)

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Prisioneros hiperbóreos. Atados por los codos, los supervivientes de la batalla naval son conducidos a los campos de prisioneros. De los relieves de Medinet-Habú.

Todas estas afirmaciones vagas e imprecisas nos inducen a creer que se escogieron estas expresiones debido a que el número de bajas, tanto de muertos como de heridos, fue muy superior al de las batallas precedentes.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5

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