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Literatura ecuatoriana: cuentos, leyendas y relatos de Don Napo




Enviado por Napoleon Jaramillo



Partes: 1, 2, 3

  1. Introducción
  2. La lora
    patoja
  3. El abejero de las
    barbas de oro
  4. Una crónica
    de terror
  5. El sacha
    runa
  6. El año
    viejo
  7. El mirlo
    parlanchín
  8. La llama
    encantadora
  9. La sabiduría
    del chacarero
  10. Taita
    carnaval
  11. Coplas del
    carnaval
  12. El gorrión
    solitario
  13. La araña y
    doña Rosa
  14. La ranita y la
    serpiente
  15. La tórtola
    y la paloma
  16. Los tres
    hermanos
  17. El granjero y el
    maíz
  18. La
    abejita
  19. La leyenda del
    café
  20. La fábula
    del maguey

"No basta con el ejemplo y las sanas intenciones de
enseñar, hay que también saber como
enseñar."

Introducción

La cultura de los pueblos a lo largo de su historia ha
sido transmitida según la capacidad de sus interlocutores
y la disponibilidad de medios y de los recursos didácticos
en boga. Por experiencia conocemos que los cuentos, las leyendas,
los relatos, las fábulas e invenciones de diversa
índole, que en su forma se adornan con figuras literarias,
tienen el propósito implícito y explicito de
transmitir precisamente mensajes de generación en
generación o dicho de otro modo, establecer una verdadera
comunicación entre los elementos que lo conforman, es
decir, entre el emisor y el receptor y si se establece en doble
canal, el proceso es mas efectivo.

Los diversos recursos didácticos anotados en el
párrafo descrito aún tienen vigencia en nuestros
tiempos, en la medida en que podamos aprovechar de los medios
más sofisticados de la comunicación para la
respectiva difusión.

Los contenidos de los mismos, es decir, el fondo de la
figura literaria utilizada, tiene relevancia en la medida en que
esté apalancada por el propósito de la
comunicación.

Los cuentos y relatos presentados en el presente texto
se caracterizan por ser amenos, nada cansones ni aburridos. El
lenguaje utilizado es por demás comprensible y los
contenidos para su estructuración, son asimilados en su
mayoría de los acontecimientos reales de nuestra
época y tienen el propósito de provocar la
discusión inteligente en cada temática. En algunos
de ellos podemos encontrar dosis de invenciones, pero que en todo
caso no están al margen de la realidad de los
acontecimientos o de los contenidos teóricos de un
determinado tema.

El propósito del autor se enmarca en la
posibilidad cierta de que estos contenidos puedan ser materia de
difusión, respondiendo a las diversas inquietudes de los
integrantes de los procesos de comunicación, de
enseñanzaaprendizaje y otros. En este sentido puede
emplearse como recursos para la motivación, para la
información, para la discusión o para el
discernimiento reflexivo.

Aspiro que este ensayo, sirva de motivación del
lector para el rescate de tantos cuentos y leyendas o de la
elaboración de nuevos, que sean útiles a la
orientación y formación de mentalidades de nuestras
nuevas generaciones.

La lora
patoja

No hace mucho tiempo, quizá un medio siglo
atrás, en las estribaciones de los andes, en uno de los
pocos rincones selváticos que quedan entre el yunga y la
sierra, muy cerca de una quebrada profunda y de suelo casi
inaccesible para los humanos; en donde aun quedan pocos
árboles milenarios, muchísimos chaparros, unas
cuantas palmeras de tambán ( palma de seda) de alrededor
de unos treinta metros de altura, o quizás mas; en donde
se escucha el canto de los carpinteros cuando empieza a llover y
el sonido ensordecedor de sus picos clavando en los troncos de
los arboles para hacer huecos para establecer sus viviendas; en
donde hay todavía agua fresca y pura para beber; en donde
retozan sin descanso las traviesas ardillas confundidas con uno
que otro chucuri que corre tras una presa asustadiza; en donde
habitan los ratones colorados de monte alimentándose de
las semillas que brotan de las generosas plantas; en donde aun
quedan algunas familias de zorrillos que esperan las sombras de
las noches para salir en busca de gusanos y mas lavas para
alimentarse; en donde hay muchos cocuyos que alumbran las noches
oscuras del invierno y del verano; en donde se escuchan
verdaderas sinfonías de cigarras y de grillos; en donde
los sapos y las ranas conviven como una verdadera familia; en
donde uno que otro venado se queda enredado en sus cuernos en los
bejucos rastreros; en donde no llega el olor nauseabundo de los
basurales de los pueblos y de las ciudades. En una palmera, la
más alta de todas, en uno de los huecos cavados y
abandonado por los carpinteros, nacimos dos hermanos. Cuando
pichones, muy feos, sin plumas que nos cobijaran, indefensos y
frágiles como todos los seres en sus primeros días
de vida. Nuestros padres, con sus fuertes garridos, anunciaban su
llegada trayéndonos la comida recogida de los arboles
generosos y de vez en cuando unos cuantos granos de maíz
tierno recogido en las sementeras de los aldeanos. De vez en
cuando escuchábamos el sonido de hachas y machetes que los
labriegos usaban para hacer leña o llevarse uno que otro
árbol para la construcción de sus casas.

En las alturas, en nuestra infancia, aprendimos a
escondernos de los guarros hambrientos que siempre estaban
volando cerca en busca de carne fresca para alimentarse o para
llevar a sus polluelos. Cuando ya jovencitos, casi emplumados,
vestidos de verde y rojo, con rezagos de unas lanas blancas que
nos cobijaban para darnos el calor necesario, en el filo del
hueco donde nacimos y nos criamos, empezábamos a ejercitar
el vuelo, a fortalecer la musculatura, al mismo tiempo que
ensayábamos nuestro garrir que era y es un verdadero
cántico a la vida y a la libertad.

Por descuido, por pereza o por falta de destreza, en uno
de los vuelos que hacíamos de rutina, fui a parar en el
chaquiñán, por donde pasaban los labriegos a
realizar sus trabajos en la chacras. Por coincidencia, fue en el
momento preciso en que uno de ellos pasaba por allí y pudo
ser testigo de mi aterrizaje de buche que me dejó casi sin
aliento y sin posibilidades de escurrirme para esconderme entre
la espesura de la vegetación. El afortunado labriego
inmediatamente reaccionó, se cubrió su mano y su
brazo con un saquillo que llevaba y protegiéndose, me
atrapó para meterme en el mismo saquillo y llevarme a su
casa, que será mi morada, no se hasta cuando.

Desde la tranca, es decir, desde hace muchos metros de
distancia a su casa, pegó el grito llamando a su esposa,
para darle la noticia y que tenía sabor a sorpresa, porque
le preguntaba: adivina que traigo en este saquillo? . . .. . La
mujer que se motivó, empezó a dar mil respuestas,
sin acertar. . . . En ese momento el labriego me aplastó y
emití un fuerte garrido que me delaté. La mujer muy
emocionada gritó a todo pulmón una lora. . . una
lora patoja . . . de inmediato dijo: hay que cortarle las
guías para que no pueda volar y se escape. Inmediatamente
llamó a su hijo Juanito, pidiéndole que trajera la
tijera para cortarme las alas. El niño corrió lo
más que pudo motivado por la curiosidad de conocerme y de
acariciarme. El no sabía que podría hacerle
daño con mi afilado pico de color, por lo que sus padres
le previnieron y escondiendo sus delicadas manos se acercó
para por lo menos verme de cerca. El preguntó como me
llamaba y la respuesta inmediata fue, una lora . . . una lora
patoja y el niño seguía preguntando y por
qué y por qué . . . . .

En el corredor de su casa, entre dos pilares amarraron
un palo no muy grueso, calculando que podía caminar sobre
él, me cortaron las guías y allí me
pusieron. Yo estuve asustada, no sabía como reaccionar,
varios días no comí, en un rincón del palo
permanecía acurrucada como si tuviera tanto frio, muy
raras veces abría los ojos; hasta que, acepté la
realidad de mi reclusión ilegal, sin tener lugar a defensa
alguna. Pasaron varios días y varias noches de tristeza y
de nostalgia hasta que empecé a dar fuertes gritos
llamando a mi hermano y a mis padres para que vinieran en mi
auxilio, mas todo fue inútil, nadie vino a mi rescate. Las
penas se hicieron carne de mi carne, sangre de mi sangre, hasta
que entendí que la vida tenía un valor muy grande y
que a pesar de la soledad había que vivirla y con mucha
intensidad.

Cada vez que me ponían la comida, me
decían: lora patoja, tienes que aprender a hablar, tienes
que aprender a silbar, y me enseñaban unas cuantas
palabras, algunas empezaban con la P y otras con la Ch. Oyendo
como ladraba el perro, aprendí a remedarlo; esto
causó un logro de felicidad para mis amos. En las
madrugadas y en los atardeceres no dejé de garrir para no
olvidarme y cuando pasaban algunas bandadas de loros por el aire,
yo corría y corría por el palo que tenía en
mis patas, queriéndoles alcanzar, mas todo era en vano
ellos volaban muy de prisa que nunca me escucharon los gritos que
yo emitía en señal de auxilio.

En este hábitat, tan distinto al mío,
transcurría el tiempo. Todas las noches, cuando eran las
once, empezaban a cantar los gallos, principiaba uno y
seguían los demás, se calmaban hasta cuando era la
media noche, igualmente paraban un tiempo y luego cuando era la
una de la madrugada, empezaban de nuevo su letanía, que
felizmente era corta. Otra vez a las dos de la mañana y
así cada hora hasta que llegaban a las cinco, en que sus
cánticos eran mas seguidos. Era la hora en que los
labriegos dejaban el calor de sus camas para iniciar sus labores
cotidianas; acto seguido empezaba el cacareo de las gallinas
exigiendo su desayuno acostumbrado y la aurora anunciaba la
presencia de los rayos solares que tanto nos hacían falta
para abrigarnos; Las vacas empezaban a mugir llamando a sus
tiernos hijos y a las ordeñadoras; por su parte los
chanchos emitían fuertes gruñidos para que les
atendieran con sus desayunos favoritos; no faltaban el graznido y
el relincho de los burros y los caballos que también
exigían la atención inmediata para que les
liberaran de las estacas y les llevaran en búsqueda de
pasto tierno; por su parte los perros hambrientos y superando el
frio del amanecer salían en estampidas al camino a ladrar
a los caminantes que presurosos se dirigían a sus labores
habituales; los borregos, balaban y balaban sin descanso hasta
que fueran atendidos en sus exigencias; era todo un bullicio, tan
diferente al amanecer de mi selva encantadora.

En este nuevo ambiente conocí a los gorriones con
sus delicados gorjeos, a las indefensas tórtolas que
siempre eran atrapadas por el mayor de los depredadores, el gato
que permanecía agazapado esperando la llegada de
indefensos seres, no se salvaban ni insectos ni reptiles, todo
cuanto se movía eran devorados. También le
conocí el mirlo parlanchín, que junto a los gallos
cantarines anunciaba la llegada de la nueva aurora. A los
abusivos guiracchuros que en bandadas llegaban a los soberados a
comerse especialmente el maíz que guardaban los campesinos
para su sustento. A los chirotes con pecho rojo que hacían
un alboroto cuando les pescaban sacando las semillas de la tierra
para comerse. A las raposas que llevaban a sus crías en
una bolsa en la barriga y se alimentaban de los huevos de las
gallinas cuando no encontraban frutas de chamburos y babacos. A
muy pocos picaflores que revoloteaban tomando el néctar de
flor en flor. A los niños traviesos que con sus flechas
ahuyentaban a los indefensos pájaros que se posaban en las
ramas buscando insectos para comer. Conocí, lo diferente;
lo agradable y lo desagradable, lo bueno y lo feo; pero ante todo
a muchos seres vivientes con diferentes formas y maneras de vida,
con sus limitaciones y sus libertades; pero por sobre todo, con
una fortaleza indestructible de defensa de su
existencia.

El abejero de las
barbas de oro

Hace mucho tiempo atrás, en una de las comarcas
de la serranía ecuatoriana, cuando las Familias estaban
integradas por muchos hijos y más parientes cercanos y se
dedicaban a la agricultura y al cuidado de pocos animales
domésticos. Cuando las casas estaban asentadas a varios
kilómetros, y cuando tenían que comunicarse en
casos de emergencia, se subían a los cerros para gritar o
tocar el cacho. Las parcelas eran lo suficientemente amplias y la
producción muy bien avanzaba para la supervivencia de
todos y de todas. Los soberados eran verdaderas bodegas, en donde
guardaban los granos para el sustento de todo el año. Los
caminos de acceso a los pueblos eran de tierra y en invierno eran
llenos de camellones debido a la humedad y al constante deambular
de los caballos que servían para el transporte de las
personas y de la carga. Había muchos chaparros a la orilla
de los caminos vecinales y en las cercas de las parcelas;
también selva virgen de donde sacaba leña para la
combustión y madera para la construcción de las
casas. El ambiente estuvo aromatizado por la presencia de
infinidad de flores en épocas de verano. Los
pájaros eran abundantes y el trinar era una verdadera
sinfonía durante las tardes y las madrugadas.

La población masculina de este vecindario a mas
de dedicarse a la agricultura, practicaba ciertos oficios:
había un carpintero que se ocupaba de la
construcción de las casas especialmente en los veranos, un
herrero dedicado a la producción de herrajes para los
caballos y mulos, un peluquero que además hacía de
sombrerero, un sastre, un remendón de zapatos y un tejedor
de ponchos, chalinas y cobijas con hilos de lana de borrego, este
personaje era de tez muy blanca, pelo castaño y las barbas
muy abundantes y de color oro. Entre las mujeres había una
partera, una curandera que practicaba la medicina natural.
También había una mujer que limpiaba el mal aire y
el espanto. Pero también había una que hacía
la brujería y se lo identificaba por la vestimenta negra
que lo utilizaba y el fuerte olor a ruda, pues en su casa
tenía muchas plantas de este vegetal tan
aromático.

A misa acudían una vez al año, con
ocasión de las fiestas de San Pedro, para lo cual
nombraban a un vecino del lugar como prioste, el mismo que
gastaba lo necesario para la satisfacción de todos y
todas. Había abundante comida, música con una banda
de pueblo que lo contrataba con la debida anticipación,
juegos pirotécnicos, vísperas de la fiesta y la
misa en el día principal en donde la gente tenía la
ocasión de lucir las mejores prendas de vestir.

La casita en donde vivía "el barbas de oro", era
de madera, con cubierta de cadi, tenía un amplio corredor
en donde estaba instalado su telar para el servicio a la
vecindad. Desde muy temprano se dedicaba a su labor de tejer y
teñir el tejido para dar su terminado con la respectiva
cardada y entregar la obra a su debido tiempo. La casa estaba
rodeada de un amplio corralón de paredes de tapial, en
cuyo interior habían muchas plantas aromáticas,
algunos arboles frutales: moras, capulíes, tunas; plantas
ornamentales con flores de mil colores y aromas distintos. Estaba
ubicada en el partidero, en donde se unían varios senderos
de acceso a diferentes barrios y parcelas. El sitio era
estratégico, por lo que era visitado permanentemente por
diferentes amigos y personajes extraños.

Mientras tejía las obras, a media mañana,
tenía la costumbre de servirse una porción de
maíz tostado en tiesto de barro que lo preparaba
religiosamente su esposa; pero un día que se servía
la llamada caca de perro que era el tostado hecho con panela,
recibió insistentemente la vista de una abejita que
atraída por el olor fragante de aquella golosina volaba y
volaba con su característico zumbido que ya le sacaba de
quicio. A los pocos días, mientras buscaba unos cajones
viejos, de aquellos que servían para embalar jabones se
encontró con la agradable sorpresa de que precisamente en
el mejor cajón se había albergado una colonia de
abejas reales, muy rubias y que entraban y salían sin
cesar durante el día, en sus patas traseras llevaban unas
bolitas de colores que el tejedor no podía dar
explicación alguna. Al paso de algunas semanas, el olor a
la miel era tan fuerte que la gente podía percibir al paso
por el camino. Como el tejedor no sabía leer ni escribir
le pidió a su nieto que estaba en la escuela que le leyera
una de las revistas que tenía guardada en su baúl,
en la cual había algunas fotografías de abejas. El
niño que mas tarde se hiciera abogado y que tenía
muy serias dificultades para deletrear provocó una fuerte
decepción al abuelo que estaba ansioso de
información. En estas circunstancias, el tejedor se
orientó por las fotografías y tratando de
interpretar con la lógica, entendió que el humo era
bueno para ahuyentar a las abejas y así evitar la picada,
también vio que se protegían el rostro con una
malla para sacar la miel. Con estos datos y la curiosidad
correspondiente, una mañana soleada, se lanzó a la
aventura, para lo cual, en una teja de barro puso un poco de
fuego para hacer humo, se cubrió el rostro y la cabeza con
una tela blanca y sigilosamente se acercó al cajón
en donde trabajaban presurosas las abejitas. Dirigió al
humo hacia la colmena soplando insistentemente y así pudo
ver como las abejitas habían construido unos panales de
cera en donde estaba la miel, unos gusanitos blancos, y unos
panales tapados con cera obscura, eran las crías de las
abejas. No resistió la tentación de la miel y con
la ayuda de un cuchillo de cocina cortó unos trozos de
panal que lo disfrutó con su esposa y su nieto querido.
Recibió algunas picadas en las manos, experimentó
el dolor y la hinchazón y más tarde la
comezón por el efecto del veneno. Esa noche no
durmió debido a la fiebre. Su esposa le puso en las
picaduras mentol y le dio a tomar agua para el
resfrío.

Con estos antecedentes, acomodó algunos cajones
que tenía guardados con la esperanza de que vinieran mas
abejitas y así poco a poco se fueron llenando los cajones,
pero sin cuadros. A los cajones les había puesto unos
techos, tal cual había visto en la revista; así
quedaron protegidos de las lluvias y de los rayos
solares.

Un cierto día, un mercader que siempre visitaba
la comarca ofreciendo algunos trastos para cocina, al paso por el
frente de la casa del tejedor de las barbas de oro, se
sintió atraído por el fuerte olor a la miel y
aprovechó para hacer su negocio; llamó a la puerta
del dueño de casa, que de inmediato lo atendió. El
mercader que tenía facilidad de palabra, de pronto
inició la conversación sobre el tema de las abejas;
así aprovechó para contarle la experiencia vivida
con las abejitas en su apiario que estaba mejor organizado. Como
el tema era de muchísimo interés para el tejedor,
éste invitó al mercader al almuerzo para continuar
con la conversación y hacerle muchísimas
preguntas.

El mercader le comentó que en su colmenar
tenía varios cajones con abejas; pero que en su interior
contenían unos cuadros de madera distribuidos
ordenadamente para que las abejitas hicieran sus panales con la
cera que ellas producen y depositar en ellos la miel, las
crías, el polen y que eso le permitía sacar la miel
con facilidad. Inmediatamente al escuchar esta parte de la
conversación el tejedor se acordó de la revista con
las fotografías de las abejas y fue a sacar de su
baúl para mostrarle al mercador, el mismo que entusiasmado
lo fue leyendo en voz alta y en forma pausada para que se pudiera
entender bien a cerca del tema. Esta circunstancia hizo que el
tejedor valorara el saber leer y escribir y que era una buena
oportunidad para enterarse de muchas cosas que ocurrían en
el mundo y que se transmitían a través de libros y
revistas.

Como se habían identificado con el mundo de las
abejas, los dos personajes entraron en confianza e hicieron el
compromiso de seguir hablando a cerca de la Apicultura. Por su
parte el mercader se comprometió a seguirle visitando en
cuanto le sea posible para continuar con las pláticas a
cerca de la temática.

Con los conocimientos obtenidos de la
conversación, el tejedor, antes de que se olvidara, lo
primero que hizo es ir a visitar al carpintero del lugar para que
le diera construyendo los cuadros y arreglando los cajones llenos
de rendijas y para comenzar a hacer bien las cosas; y, así
crear las mejores condiciones de vida para las
abejitas.

Como el cajón que albergaba a las abejas era muy
pequeño, éste pronto se llenó de obreras y
de zánganos, y como es natural en la especie, las nodrizas
criaron algunas reinas con la intención de perpetuarla.
Así se dio la primera enjambrazón; a pocos metros
de la colmena, en una planta de chilca, se apiñaron
formando una bola para proteger a su reina. De la
conversación que tuvo con el mercader y de la
fotografía de la revista, sacó la conclusión
de que había que ponerlas en otro cajón que
sería la nueva casa para que sigan trabajando. A los seis
días, de nuevo encontró otro enjambre más
pequeño en la misma planta de chilca; era un enjambre
secundario, sin duda con una reina virgen. Otra vez hizo la misma
hazaña de recoger a las abejas que no le habían
picado ni una sola. Así siempre estuvo atento a la salida
de los enjambres para capturarlos y formar su colmenar que mas
tarde sería muy grande y el único en la
zona.

Como su nieto fue a estudiar en la capital y nunca
más regresó a su terruño. El abejero de las
barbas de oro que ya había enviudado prematuramente, se
quedó relativamente solo. Disfrutó de su existencia
junto a sus abejas, se alimentó de lo que le prodigaban
los insectos más trabajadores y generosos que habitan la
faz de tierra. No sufrió de los achaques de la vejes.
Vivió alrededor de los ciento veinte años. Su
muerte fue muy dulce; tendido en la cama, se estiró lo
suficiente y dejó de respirar. Nadie de la vecindad se
había percatado de tal acontecimiento, su perro fiel y
compañero se quedó acostado
acompañándolo, hasta que sus abejas se dieron
cuenta por el mal olor que emitían al descomponerse los
cadáveres y de inmediato acudieron para cubrirlos con
propóleos y embalsamarle junto a su guardián
querido que también había muerto de pena y de
viejo.

Una
crónica de terror

En una mañana de verano, bajo un sol
resplandeciente, de pronto empezó a lloviznar y dos abejas
pecoreadoras se posaron en el envés de una hoja ancha para
guarecerse y rápidamente se saludaron tocándose las
antenitas. Una de ellas comentó: como ha cambiado el
tiempo, ya no es el mismo de antes en que se podía salir a
pecorear sin contratiempos. Mientras que la otra, afirmando lo
dicho por su semejante, inició un relato un poco mas
largo: Estamos a mitad de verano, pocas plantas han iniciado su
floración y el flujo del néctar es escaso. En
nuestro colmenar hemos superado la escases de miel y de polen,
muchísimas abejas han muerto y que decir de los hermanos
zánganos que perecieron de frío y de hambre fuera
de las colmenas.

Estuvimos empezando a recoger el néctar para
elaborar las primeras gotas de miel y vino un frío tan
intenso que tuvimos que quedarnos en el interior de la colmena
por muchos días.

Hace un mes que iniciamos el trabajo con intensidad;
pero el Apicultor que nos cuida, tuvo un problema con su esposa:
la víspera de revisarnos se embriagó y vino con un
olor tan fuerte que no podíamos respirar, para colmo no se
había bañado y apestaba que daba arcadas. Su velo
estaba tan sucio que daba asco. Pero eso si vino trayendo un
ahumador grandísimo que parecía una chimenea, el
humo era tan fuerte e intenso que el mismo estaba tosiendo sin
parar, no podía ver por el ardor de los ojos. Como estaba
al parecer apurado, abrió la primera colmena con
movimientos bruscos y las abejas guardianas le atacaron sin
piedad. En los guantes de cuero que cubrían sus manos
quedaron más de doscientos aguijones clavados en ellos.
Por estar apurado no se había puesto las botas y mis
hermanas guardianas le picaron en los tobillos que le sacaron
corriendo. Como el olor del veneno se regó en el ambiente,
las guardianas de las demás colmenas se contagiaron de la
agresividad y comenzaron a atacar a todo cuanto se movía,
no se salvaron las gallinas, los chanchos, las vacas y todos los
animales de la vecindad. Era todo un alboroto. Para muestra de lo
que había pasado los chanchos que sobrevivieron quedaron
sin orejas y sin rabos porque se les han caído por efectos
del veneno y sus dueños no han podido venderlos porque son
unos verdaderos monstruos.

Solo en mi colmena quedaron mas de quinientas abejas
heridas, con los intestinos derramados y tuvieron una fea
agonía que les duro dos días, perdimos muchas
obreras que trabajan sin sueldo, sin vacaciones y sin descanso
los fines de semana. Para recuperar a las muertas hemos tenido
que esperar casi un mes. Hoy las guardianas están a la
expectativa del mínimo ruido y movimiento y no es para
menos, ante el peligro hay que organizarse para defender la
vida.

Ya tuvimos una conferencia entre nosotras y ante el
daño que nos causa el humo y el mal trato de los
apicultores, decidimos enviar unas exploradoras para que busquen
un lugar seguro, al otro lado del cerro entre las rocas y lo mas
alto posible. Estamos esperando recolectar la suficiente reserva
para emprender el viaje tan anhelado. Queremos estar libres,
seguras y seguir siendo parte de la naturaleza. Es por eso que
muy pronto enjambraremos.

Como había cesado la llovizna, y con ella el
riesgo de mojarse las alas que impiden el vuelo, las dos abejitas
pecoreadoras se despidieron para continuar con su labor de
pecorea y de retorno a sus colmenas respectivas dando
cumplimiento a sus obligaciones de verdaderas obreras.

El sacha
runa

En una mañana espléndida de verano, Sebas,
viajaba muy contento e ilusionado de vacaciones de final de
año con rumbo a la Amazonia ecuatoriana en
compañía de sus padres. Iban admirando el paisaje
andino, sus nevados que despejados permitían ver hacia el
infinito del horizonte. Disfrutaban del silbido del viento que se
perdía entre el pajonal y de su movimiento que daba la
impresión de ser unos verdaderos rebaños al mover
con cadencia a la paja del páramo. Por ventura tuvieron la
oportunidad de mirar el vuelo majestuoso de un cóndor muy
cerca de un cerro de roca negra que se levanta junto a la orilla
de la carretera. No faltaron los comentarios a favor de la
naturaleza y del paisaje serraniego, no dejaron de haber
expresiones emotivas al ver el cruce veloz de un venado que se
perdía entre la espesa vegetación.

De vez en cuando, el joven viajero emitía gritos
emotivos al experimentar los virajes del coche en las curvas
agudas de la vía. Todo evento era causa de comentarios, de
risas y de carcajadas de los alegres excursionistas.

Luego de iniciar el descenso por la cordillera oriental,
enclavada en el nacimiento de una elevación propia del
inicio de la región selvática, encontraron una
pequeña población de colonos y en ella un comedor
que ofrecía los servicios de desayuno con caldo de gallina
criolla y café con tortillas de maíz. Como era ya
la hora, luego de discernir sobre el asunto, decidieron hacer la
primera parada para disfrutar del olor agradable sobre todo del
café fresco, tostado en tiesto de barro y molido en molino
de mano.

Continuando con el optimista viaje, iban disfrutando del
sinuoso riachuelo que paralelo a la vía se deslizaba entre
piedras de varios tamaños y colores. Pasaron varios
estrechos puentes y abismos espantosos. Comenzaron a sentir el
calor húmedo del sector que les obligó a sacarse
las chompas que llevaban puestos.

El joven viajero se había quedado profundamente
dormido, especialmente por el estrago de tantas curvas y de
pronto el coche fue a dar en lo mas profundo de la quebrada
debido a una mala maniobra del chofer. A causa de este accidente,
la pareja murió y Sebas que se había puesto el
cinturón de seguridad, fue arrastrado muy bien sentado en
el asiento por la corriente del río hasta una
pequeña playa junto a una copiosa
vegetación.

Cuando despertó a causa del calor y del zumbido
de muchos mosquitos, su actitud fue de lo más natural y
normal puesto que había recibido algunos golpes
especialmente en su cabeza, así no experimentó
desorientación ni desesperación. Sin embargo al
sentirse solo comenzó a gritar y de inmediato vino en su
ayuda una hermosa y elegante orangután que se le
acercó sigilosamente al observar a un extraño ser
que se parecía a sus parientes de la selva. Ella no
sabía que hacer frente a ésta tan delicada
situación y rascándose la cabeza empezó a
llamar a los suyos que asistieron con la velocidad de un rayo.
Eran muchos simios que no desconcertó al infeliz
peregrino, y que más bien seguía actuando con
naturalidad.

Cuando empezaron a caer las sombras de la noche, la
hermosa orangután le trajo dos papayas de mico, frutas que
se veían muy amarillas que despertó el apetito del
exótico varón y que sin pensarlo dos veces se
sirvió tan exquisito manjar. Acto seguido, bien escoltado
se dirigió a la orilla del rio en pos de unos bocados de
agua que lo necesitaba para reponerse de la
deshidratación. Siempre estuvo custodiado por la primate
que a medida que pasaban las horas le asistía de acuerdo
al cambio climatológico de la espesa
vegetación.

A la hora de dormir, la esbelta y comedida
orangután le guió bajo una roca muy grande que
hacía de techo muy seguro durante las copiosas lluvias.
Este dormitorio estaba protegido por unas inmensas telas de
araña que impedían el ingreso de mosquitos y
zancudos sedientos de sangre fresca para su
alimentación.

En la mañana siguiente y en las demás de
su estadía en la selva, cumplía estrictamente con
las mismas rutinas: recolección de frutas para el
desayuno, búsqueda de raíces y hojas para el
almuerzo, baño en el vado del río junto a monos y
saínos para refrescarse en el calor
selvático.

Siempre estuvo acompañado de la musicalidad que
le ofrecían patos, loros y papagayos. En las madrugadas se
despertaba por el armonioso y repetido cántico del gallo
de la peña que dormía precisamente sobre la roca de
su dormitorio. Sus días eran aprovechados para recorrer
por las mangas de las guantas, por los senderos de saínos;
para subir a los árboles gigantescos que le
permitían mirar al infinito de la región
selvática, para tomar un poco de rayos del sol o para
llamar a sus amigos que siempre estaban pendientes de los
peligros propios de la selva.

Con el paso de los meses y de los años, de tanto
caminar y trajinar en la espesa selva, su vestido se había
convertido en verdaderos harapos; de sus zapatos de muy elegante
citadino no quedaban más que los recuerdos. Sus pies se
habían crecido y endurecido de acuerdo a la dureza del
suelo, de las piedras del río y de las raíces del
boscaje. Su pelo y su barba habían crecido tanto, de tal
manera que su rostro estuvo tan bien protegido de las
inclemencias de tan rudo ambiente. Apenas se veían sus
ojos y el blanco marfil de su dentadura. Para sus
compañeros de la selva no causaba sorpresa alguna, era uno
más de ellos con características diferentes bajo
las mismas condiciones climáticas. Era el sacha runa, que
integraba la comarca de los libres de la selva.Como su protectora
siempre estuvo pendiente del sacha runa, aprovechando que a la
otra orilla del gran boscaje habían matado a un inmenso
oso y lo habían abandonado los cazadores, luego de que las
aves de rapiña vaciaran su piel, ella con mucho esfuerzo
la trasladó para elaborar un gran traje para su protegido.
La lavó durante varios días en el río,
cuando estuvo seca y sin mal olor, la untó con semillas de
higuerilla machacadas con piedras para que sea mas suave y
agradable y la cubrió su cuerpo, creando así un
personaje único, rústico y bien protegido ante el
ataque de sobre todo de las abejas que se defendían cuando
les robaba la miel para su alimentación.

Durante su vida selvática, jamás
causó desorden alguno. Era amigo de todos y de todas, su
tiempo lo dedicó al cuidado y a la protección de la
pacha mama, a vivir su vida en un mundo de armonía y de
libertad, de respeto y de sometimiento a las leyes de la
selva.

A los nativos del lugar que recorrían la
región en pos de cacería o de pesca, los vigilaba
con sigilo y discreta reverencia. Entendía que eran parte
integrante del inmenso boscaje y que su existencia
dependía de lo que la selva les podía ofrecer. Por
su parte ellos que lo habían visto alguna vez
bañándose en el río bajo la luz de una luna
inmensa y redonda en una noche de verano, lo reverenciaban,
imaginando que era algo supremo, lejano pero semejante. Es que
era el Sacha runa, es decir el hombre de la selva al igual que
ellos que deambulaban día y noche por ella en pos de la
supervivencia.

Por su parte, el Sacha runa, el personaje mítico
de la selva jamás dejó de custodiar a sus
árboles que corrían el riesgo de ser destruidos por
los colonos hambrientos y sedientos de dinero que no escatimaban
esfuerzo alguno y que con sus hachas bien filudas querían
hacer de los milenarios, centenarios e indefensos árboles:
tablas, tablones o madera para vender a extraños
comerciantes inescrupulosos que no tienen la mínima
conciencia de los efectos negativos de la destrucción del
entorno ecológico.

Cada vez que escuchaba el sonido destructor de una hacha
asesina, el Sacha runa en compañía de sus amigos de
la selva acudían al sitio mismo de la destrucción
para hacerles espantar y provocar el retiro pavorosos del
lugar.

Los colonos conocían por conversaciones de sus
colegas mas viejos que vivieron experiencias pasadas, que el
Sacha runa les quitaba las herramientas, que les ortigaba y les
hacía bañar en la cascada de la muerte. Con estos
antecedentes los leñadores, siempre estaban a la defensiva
y trataban de no acercarse al sitio peligroso y peor talar los
árboles codiciados por los habitantes de la selva. Sin
embargo, cuando llegaban los comerciantes sentían la
tentación de ir un pos de uno de ellos, pero cuando
recordaban la versión de la existencia del Sacha runa, se
detenían al solo imaginar tan tremendo castigo.

Es así como el personaje de la selva, el Sacha
runa, se convirtió en una leyenda para la gente de la
zona. El gran boscaje, gracias a su presencia se mantiene
frondoso, lleno de árboles gigantes y majestuosos, de
plantas de diversa índole, con hojas de las mil formas y
variados colores que ofrecen diversos usos, especialmente
curativos al igual que sus raíces.

En la fresca y acogedora selva, hay miles de seres vivos
que disfrutan de su riqueza alimentaria, del calor y de la
humedad, del agua pura y cristalina sin ninguna
contaminación. Ahí disfrutan a las anchas desde los
seres más diminutos como los hongos y las bacterias hasta
los más grandes y voraces carnívoros dentro de la
cadena alimentaria. Están las simpáticas hormigas,
las llamadas arrieras, las culonas, las saca calzón y
otras mas que realizan actividades sin descanso. Están
también, los termes y los comejenes que aprovechan al
máximo las ramas caídas y podridas. Viven
también las lagartijas, las iguanas y los camaleones que
siempre están ocupados en la cacería de insectos
descuidados que deambulan a toda libertad; los sapos, las ranas,
los grillos y las cigarras que en las tardes luego de afinar sus
instrumentos musicales ensayan una larga sinfonía nocturna
dedicada a la madre naturaleza.

En este inmenso boscaje, no faltan las culebras, las
anacondas y más serpientes que se dejan acoger por la
fresca hojarasca en las noches frías emitiendo verdaderos
silbidos para comunicarse entre la parentela. Están
también ratones, conejos, los cuyes de monte y más
diminutos mamíferos que están siempre atentos a la
presencia de algún enemigo natural. También
están los traviesos y aulladores monos, micos y mas
parientes cercanos haciendo en las ramas verdaderos circos para
distracción de elevados loros, pericos, papagayos,
carpinteros y un sin número de pájaros de mil
colores que gorjean sin cesar anunciando la llegada del
día durante todas las madrugadas. Están presentes
también los atractivos pavos reales cortejando y
protegiendo a sus parejas; los búhos, lechuzas y
muchísimos pájaros nocturnos dueños y
señores de la oscuridad, en donde hacen de las suyas para
su supervivencia.

Viven más de ocho mil variedades de bungas,
abejorros y abejas: melíferas, meliponas y trigonas que
visitan sin cesar a miles de flores para recolectar el
néctar para elaborar la miel para su alimentación
al igual que el polen y realizar a la vez la polinización
para asegurar la producción y la perpetuación de
las especies vegetales a través de sus
semillas.

Que inmensa maravilla es el conjunto de la vida en la
inmensidad selvática.

Que grande y gigantesca es la existencia del planeta
tierra.

Si el ecosistema sufre desequilibrio a causa de la
destrucción de sus elementos, de verdad se pone en riesgo
la existencia toda.

El año
viejo

Hace muchísimos años, cuando no
había el servicio de alumbrado publico y peor el
domiciliario, en una noche de luna resplandeciente, casi redonda
y muy grande, víspera de la luna llena, que
coincidió con el último día del año;
como de costumbre, una de las familias más importantes de
la comarca andina se reunió para amenizar la noche: contar
cuentos, los chismes más sobresalientes de los vecinos y
de familiares. En esa noche, no hizo falta encender el candil ya
que la luz de la luna era suficiente. Por supuesto que el
ambiente estuvo helado y los miembros de la familia se sentaron
en el corredor muy pegaditos y abrigados con ponchos los hombres
y chalinas las mujeres. Hubo de todo: cuentos miedosos que
provocaron tensiones especialmente en los niños, risas y
carcajadas en los adultos debido a uno que otro chiste contado al
azar; murmuraciones a las vecinas solteras que les vieron salir a
escondidas a verse con los enamorados; descrédito a la
Mariquita que había enviudado prematuramente y que ha
cambiado antes de cumplir el año su vestido negro por un
rojo de burato con vuelos blancos y las coqueterías sobre
todo con los mercaderes que de vez en cuando deambulaban
ofreciendo algunos objetos para uso casero.

En ese contexto nada serio, de pronto Juan Francisco, el
tío solterón de la familia irrumpió para
murmurar a cerca de la finalización del año: Ya se
acaba el año, un año menos de vida, cada vez nos
ponemos más viejos, las solteras se quedan en la percha,
como pasa el tiempo y ahora parece que es más de
prisa…… Estos comentarios conmovieron enormemente a
los presentes, especialmente a los adultos que, iban entrando en
una situación de seria reflexión que
contagió a los más pequeñines que quedaron
confusos y sin respuestas halagadoras.

Aparentemente, habían pasado de prisa las horas
de aquella noche tan amena, que de pronto el primer
cántico del gallo anunciaba las once de la noche y en ese
momento surgió la idea de invitar a los vecinos y a
más parientes a una reunión para programar la
despedida del año. Con esta idea se fueron a dormir con la
tarea de pensar que hacer para aquella celebración tan
importante y que sería por la primera vez.

En la mañana siguiente, con ocasión del
desayuno, el tío Pacho / como se lo conocía/ tomo
la iniciativa para proponer que: sería bueno limpiar toda
la casa, el patio e incluso el camino del frente de la casita en
la que vivían, poner música a alto volumen con la
victrola que se accionaba con manivela para que de un ambiente de
fiesta y luego ir a invitar a los vecinos para conversar a cerca
de ella, en la que participarían todos y todas.

A eso de las diez de la mañana reunidos los
vecinos en el patio de la casa de los organizadores, resolvieron
construir un monigote que sería embutido en unas ropas
viejas con aserrín extraído de la madera que
habían aserrado. Los adolescentes que eran más
pilas que los demás, a escondidas acudieron al baúl
del tío Pacho para robarle su único terno de
casimir que tenía guardado para las fiestas y los
días domingos. Una vez que lograron el terno, lo vistieron
al muñeco y como estuvo muy parecido al tío Pacho
decidieron hacerle una careta lo más semejante al
personaje que representaría al año viejo que lo
hicieron sentar en una silla y lo adornaron con arcos de ramas y
enredaderas floridas. Lo pusieron un letrero que decía:
CON UNSION DESPIDAMOS A LO MALO DE ESTE AÑO PARA EMPEZAR
UNA NUEVA VIDA. El tío Pacho al caer en cuenta de que le
estaban tomando el pelo, desapareció por encanto y
tomó la iniciativa de elaborar el testamento, para sacarse
el clavo / SEGÚN EL/; mientras que sus sobrinos queridos
planificaban los disfraces de viudas para completar el cuadro.
Para ello igualmente a escondidas de las solteras de la familia
se sustrajeron los mejores vestidos, las chalinas y una que otra
cartera. No lograron ponerse los zapatos de taco, ya que estos se
hundían en el suelo húmedo.

Los vecinos y las vecinas del lugar luego de cumplir con
las tareas encomendadas, a medio día se retiraron a sus
casas para almorzar, cumplir con algunas actividades pendientes
propias del lugar, bañarse, cambiarse de ropa y prepararse
para la fiesta, en la que por primera vez estarían
reunidos sin discriminación alguna.

Habían pasado las horas de prisa en aquel
ambiente de fiesta de la vecindad. Cuando el sol estaba para
esconderse en el horizonte, empezaron a llegar, primero los
jóvenes del vecindario, luego las chicas bien vestidas y
pintarrajeadas, con los mejores perfumes y escondiendo entre las
chalinas los rostros cargados de picardía. Luego se
integraron los adultos de toda la comarca y finalmente las amas
de casa que tenían que dejar en regla sus cocinas. Los
guambras, mujeres y varones casi permanecieron todo el
día, ni sintieron el hambre en medio de la
algarabía y de la expectativa de que iba a pasar en
aquella noche memorable.

Partes: 1, 2, 3

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