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Literatura ecuatoriana: cuentos, leyendas y relatos de Don Napo (página 2)




Enviado por Napoleon Jaramillo



Partes: 1, 2, 3

Fregándose las manos en señal de
alegría asomó por la esquina del patio el
tío Pacho y en su bolsillo de la camisa blanca, la
única que tenía, traía unos papeles escritos
y muy bien doblados, era el testamento que tanto trabajo le
había costado, a nadie le dejó sin la respectiva
herencia, de acuerdo a sus gustos, preferencias y circunstancia
de la vida.

Al encontrarse con su mejor amigo que era desde la
infancia, le confesó que ya había elaborado el
testamento y le fue leyendo con el propósito de encontrar
sugerencias y cambios. Los dos amigos leyeron y releyeron el
testamento e iban corrigiendo y completando lo que
faltaba.

A medida que llegaba la media noche, la luna ya
había recorrido la mitad del cielo y resplandeciente
alumbraba el ambiente fiestero; a voz en cuello, el tío
Pacho anunció que faltaban unos pocos minutos para que sea
la hora cero, es decir, el fin del año y que
convendría parar la música y el baile para escuchar
el testamento. Todos se quedaron en silencio y curiosos por saber
que les tocaría a cada uno. Subiéndose a una silla
para que le vieran, casi gritando leyó: Hijitos
míos, hombres y mujeres; nietitos adorables; parientes
cercanos y lejanos . . . . . todos y todas presentes aquí
en esta mi última morada y de una agonía muy
intensa; en que me ha tocado estirar la pata y quedar boca
arriba, que me vistan de fiesta y me metan en la caja; me
encierren en la tumba oscura y muy helada; y, de mi se acuerden
el año venidero, les quiero expresar mi voluntad serena y
encargarles para rígida obediencia el cumplimiento
estricto de niños buenos. En este instante de despedida y
que nadie se salva de ella, les quiero recordar con vehemencia y
destello, el valor que tiene la vida y la transcendencia de ella;
que nadie que nació se quede sin disfrutarla, porque no
hay otra mas bella…… A mi hijo, José
María, el más viejo de todos, le dejo el
bastón de mando, para que con su ejemplo de buen
garañón, cuide y proteja a las desamparadas mujeres
y en sus momentos del tiempo libre haga cumplir a raja tabla las
normas de esta gran comarca. Al Pedro que vive el rincón
mas lejano, cerca de la jungla espesa, le dejo este inmenso
horizonte para que cuide con afán y evite que nadie
destruya el ecosistema que esta lleno de vida y su entorno esta
en peligro. Al Juan José, rubio de nacimiento y
ennegrecido por el frío y el viento, le dejo el cacho del
buey arisco, para que sople a todo pulmón desde la cima,
convocando al vecindario para aplicar la justicia por propia mano
a los cuatreros que por aquí merodean. Al Martin de la
esquina oscura, le dejo el guagrapinga de cuero de vaca madura,
para que castigue con bravura a todos los guaynanderos que andan
sueltos haciendo de las suyas y llenando a las mujeres de
guaguas. Al Manuel, el carpintero, le dejo un hacha muy fila,
para que con destreza fina, labre bigas y pilares para construir
casas finas. Al Agustín de tinte fino, le dejo su telar y
muchas ovejas cargadas de lana fina, para que cubra con
unción los cuerpos de las damas con pañolones y
muchas chalinas. A mi lánguido Rufino, le dejo las tijeras
y la barbera, para que siga cumpliendo con afán y muy
ligero siga dando cada semana al vecindario, chismes mas
calientes y amenos. Al Andrés, al más hablador de
la comarca, le dejo una yunta de flacos bueyes y el arado, para
que nunca el bastimento falte. Al tímido Matías,
que vive junto a su adorada tía, le dejo una alforja llena
de amorfinos, para que en los carnavales recorra con sus amigos
entonando y cantando coplas a sus vecinas y vecinos. Al Carlos,
al más entonado de todos, le dejo el recetario de amantes,
para que acuda diligente con sus sabios consejos antes de que las
parejas presurosas metan las patas y al abismo se lancen juntas.
Al Miguel, al más expedito, de lengua larga y que es un
buen quishca, le dejo el libro grande de las leyes, para que en
el consulte cada caso y dé el respectivo castigo,
añadiendo sus consejos de gran amigo. Al Estuardo, que de
flaco, casi no se le ve cuando esta en la cancha, le dejo una
docena de balones untados con cebo de vaca para que convoque a la
juventud al juego y de los vicios les saque. Al
Milquisidé, de espalda ancha, que por su devoción
al trabajo, es ejemplo en la barriada, le dejo su aguda garganta,
para que con voz de autoridad serena, ayude a todas las familias
a transmitir las buenas costumbres y los buenos modales. A todos
mis hijos queridos, sin discriminación alguna, les dejo el
consejo oportuno de permanecer unidos siempre y que a ninguno les
falte el saludo, el aire, el agua y la papa; que gocen de la
maravilla de la vida, que cuiden a la naturaleza toda y que
luchen siempre por la libertad que es el don mas sagrado de la
vida. Que no se escondan tras las sobras de la noche, que hagan
las cosas con limpieza de corazón, pensando en que todos
somos hermanos.

En mis minutos que quedan, no quiero olvidarme de mis
hijas mimadas; a ellas que son la esencia de la belleza,
manantial de superiores sentimientos, expresión diamantina
de sutileza; con devoción, admiración y delicadeza,
les encargo de por vida la buena crianza y la formación
armónica de generaciones sabias, con alma de seres libres
y no de esclavos. A la Juanita, con alma sencilla y buena,
partera de nacimiento y comadrona por herencia, le dejo una
inmensa planada de hierbas buenas y plantas curativas, para que
aliviar el dolor con amor y sabiduría en los partos pueda.
A la María, de trenzas largas y gruesas, que a pesar de su
joroba, sus años no le pesan, le dejo el libro de la
sabiduría, para que con su testimonio de vida ofrezca, los
mejores consejos de ejemplar madre, esposa y hermana a la vez. A
la Margarita, de cuerpo esbelto le dejo toda la alegría y
la firmeza para que sigua haciendo de la juventud una
generación con sabiduría, alegre y competitiva. A
la Luz Angélica le dejo, mi única maquina de coser
y de aguja fina, para que siempre les tenga, a la moda, bien
vestidas y luzcan en las fiestas andinas. A la bella Inés,
que toda una mujer es, le dejo el encargo de seguir, con
ahínco catequizando para la libertad a toda la
niñez. A la Amadita, que es toda una damita, por encargo
de vida le pido que sigua siendo consejera de todos y todas las
ovejas descarriadas. A todas las niñas buenas, sin
discriminación alguna, de tarea les dejo que cuiden la
cultura de mi pueblo, y que se miren en ese gran espejo. A los
niños traviesos les pido, que obedezcan a los mayores, que
es el único legado que les queda. A toditos los nietos
adorables, en esta noche de mil última morada, les encargo
de por vida a la madre naturaleza, que la cuiden y la defiendan,
ya que es la única madre generosa y buena, generadora de
vida entera, pero frágil como ninguna. Al despedirme de
toditos, les comparto mi regocijo: que sigan alegres y unidos,
que celebren mi despedida y empiecen una nueva vida cargada de
muchos bríos. Que juntos busquen ardientemente la
felicidad en cada instante; y que por sobre todas las cosas
antepongan la justicia, como seres con inteligencia. Que siempre
estén presentes, en todos los actos de sus vidas el amor
al prójimo como Doctrina.

Así expiró el año viejo cuando el
reloj del tío Pacho marcaba las doce la noche y en ese
momento todos se abrazaron de gozo. Ninguno se quedó sin
dar ni recibir su feliz año nuevo. Muchos lloraron de
emoción infinita, algunos se quedaron atónitos por
tan gran acontecimiento, hasta que únicamente quedaron las
cenizas y el recuerdo del año que se fue y que de
ningún modo retrocederá.

El mirlo
parlanchín

Volando entre los arboles, unas veces nervioso, con la
mirada por todos los lados, con sus ojos bien abiertos a pesar
del malestar causado por el smog de la gran ciudad o con la calma
de una ave segura de estar en su propio territorio, gorjeando de
vez en cuando para comunicarles a sus parientes y amigos que
está en su espacio; con la libertad, compitiendo con el
viento, está el mirlo parlanchín, vestido todo
él de negro brillante para no confundirse con los
demás que no sean de su especie; sus patas y el pico son
de color amarillo. Solo le falta el bastón y el sombrero
negro para estar vestido como todo un varón.

Durante todas las madrugadas, religiosamente, le saluda
a la madre naturaleza y se inclina reverente para hacerle la
primera oración de agradecimiento, por haberle permitido
ser parte de ella, por brindarle los mejores alimentos para su
sustento diario y por haberlo acogido con el calor de su nido
cuando fuera pichonzuelo.

Posado en una rama de un árbol centenario de
capulí, que frondoso le brinda abrigo en la noches
frías de verano, bullicioso cual ninguno, despierta a
todos los lindantes y muy especialmente a sus críos y les
va contando la historia de su vida en el tiempo y en el espacio
de una tierra pródiga y generosa en donde anidan infinidad
de seres que hacen y dan testimonio de la grandeza como
expresión infinita de la creación
entera.

Con armoniosa voz y delicada poesía va cantando
la historia todos los días: Nacimos en un nido tosco, de
ralas ramillas secas entretejidas por nuestros hábiles
progenitores, que una a una reunieron en miles de vuelos. Pocos
pelos y lanas de borregos y más musgos que plumas
delicadas de gorriones, sirvieron de abrigo, primero de los
huevos y luego de los polluelos.

Del amor de nuestros ascendientes, mi madre puso en el
nido dos huevos y a partir de eso, nuestros padres se alternaban,
y con sus cuerpos el calor nos suministraban. Luego de algunas
semanas, bien cuidados, los cascarones de maduros se fragmentaban
y con nuestros picos a la luz del mundo asomábamos. A
partir de esa maravilla de la vida, en turnos estrictos nos
alimentaban, trayendo en sus buches las delicias de la tierra:
gusanos y mil lombrices, semillas de zapán y
capulíes, pepas de espino y de vez en cuando unos
mortiños. Esas eran nuestras predilectas golosinas,
cargadas de muchas proteínas y minerales que a las pocas
semanas éramos unos fornidos pichones. En las noches,
siempre estaban los dos junto a nosotros para darnos abrigo
cuando necesitábamos porque nacimos sin plumas y sobre
todo para protegernos de algún nocturno enemigo que nunca
faltaba. Cuando percibían que algún chucuri se
acercaba, una gran bulla levantaba y a pesar de la oscuridad de
la noche, con su aletear amedrentarlo lograban. Y luego de ese
gran susto, con música paterna nos arrullaban hasta que
llegue la madrugada en que éramos acariciados por la
melodía bulliciosa de muchos mirlos adultos que contaban
las historias a sus críos.

Una vez que nuestros cuerpos, de plumas se
cubrían, se acercaba la hora de aprender el aleteo para el
vuelo y posados en el filo del nido que nos arrullaba, con la
debilidad de frágiles polluelos simulábamos volar y
volar, pensando en que todo el horizonte era nuestro. Luego de
varias semanas de gozar en el nido y luego de varios días
de preparación para el primer vuelo, llegó la hora
cero, en que hambrientos a propósito nos tenían y
mostrándonos en el pico una rica lombriz que de desayuno
serviría, nuestros padres nos incitaban a seguirles
volando de rama en rama. Por descuido o por pereza, muchas veces
al suelo caíamos y nuestra madre presurosa al auxilio
venía en prevención de salvaguarda de nuestras
vidas.

Sintiéndonos jovencitos, siguiendo los consejos
de estar siempre atentos a la presencia de algún
extraño, en silencio bajo las ramas permanecíamos,
hasta que alguno de los adultos nos diera una señal de que
el peligro ha desaparecido.

Hace no mucho tiempo, las ciudades no eran tan grandes,
había muchos árboles de maderas finas, con
abundantes y sabrosas semillas, con muchas hojas que hospedaban
cantidades de insectos que eran verdaderas golosinas. Frutas, por
supuesto que también había, se podía escoger
el menú para la alimentación de cada día;
los hortelanos viraban la tierra agrícola a menudo y
muchos gusanos y lombrices teníamos. Muy rara vez a los
niños traviesos, con flechas en las manos les
veíamos. La vida era llena de respeto, libertad y de
abundante aire puro, que los estornudos no
conocíamos.

El agua fresca para calamar la sed o para deleitarnos
del baño en los veranos ardientes, en las quebradas
cercanas se encontraba. Todo era una verdadera maravilla, y la
vida era mucho más fácil que producía una
gigantesca alegría.

Con el pasar de los años, las calles de la ciudad
permanecen oscuras que parece neblina; pero es consecuencia de
muchos autos que llenan de gases malsanos que tanto daño
hacen a todos los seres que habitamos entre el concreto y los
rascacielos, entre la abundancia y la miseria, entre la prisa y
el stress, entre el ruido y el temor, entre la estrechez y a
insalubridad. Cada día y cada noche que pasan, marcan en
el calendario de la vida, una mancha que es imborrable y es que,
a la madre tierra y a su entorno natural se le causa una enorme
herida que el tiempo no le cicatriza.

El Planeta tierra, entero está en peligro, por
culpa de las ambiciones mezquinas de los humanos que a lo largo
de su historia no han sabido cumplir con sus obligaciones de
hijos buenos, de cuidarla y protegerla. Al contrario, lo han
explotado sin mesura sus recursos naturales; han roto los
ecosistemas; han contaminado las vertientes, los ríos, las
lagunas y los mares; han talado las selvas y los bosques,
rompiendo el equilibrio natural y lo que el más grave han
roto el equilibrio de la humanidad, creando brechas muy grandes
entre los indigentes y los millonarios; entre los pobres y los
ricos; entre los explotadores y los explotados; entre los
opresores y los oprimidos; entre los menesterosos y los
poderosos.

En este bregar de la vida, de búsqueda de
alimentos para la dieta diaria, de una hambruna absurda y
provocada, hemos tenido que aprender a subsistir; a escondidas
hemos ejercitado a saquear la comida chatarra de perros y gatos
citadinos, que sus amos les proporcionan en bolitas para que
permanezcan entretenidos. En los basureros y en las esquinas mal
olientes, cautelosos nos acercamos para tomar unos trozos de pan
que es lo único que desechan algunos humanos.

Muchos de nuestros parientes, a tiempo tomaron la
decisión de hacer vuelos largos para irse tras los
chaparros y la selva, en busca del agua pura y fresca. En
búsqueda de alimentos sanos y naturales, lejos de la
contaminación y de las enfermedades, lejos y muy lejos del
ruido y de la inmundicia, es decir de la suciedad, de la basura,
de la mugre, de los excrementos. Cuentan que han tenido que
adaptarse a otros climas, a otras formas de alimentación,
a otras costumbres, a otras relaciones de vida con otras
especies, a defenderse de otros enemigos naturales; pero
también a disfrutar de la abundancia que ofrece la madre
naturaleza en el seno de la selva: alimentación variada de
acuerdo a las estaciones del año, agua cristalina para
saciar la sed, agua sana para refrescarse en horas del calor,
protección segura en las horas de la noche bajo el ramaje
espeso de muchas especies forestales; libertad y seguridad para
cantarle a las anchas a la madre naturaleza, para ofrecerles
mensajes de optimismo a los sobrevivientes de la tierra, para con
su sonoro gorjeo , anunciar la llegada de la madrugada, siendo
reloj para los labriegos que tanto necesitan de la musicalidad
delicada de su Pacha mama, para que eleven su espíritu de
lucha, en la búsqueda de un mundo de libertad con
dignidad.

La llama
encantadora

José Manuel, desde cuando tenía cuatro
años de edad, todos los días acompañaba a su
hermana mayor al páramo para pastar a la manada de
borregos; para ellos no habían Sábados, Domingos ni
días festivos. Se levantaban muy temprano, antes que el
sol asomara brillando entre las montañas lejanas de su
Comunidad. En las madrugadas, su madre les preparaba la
acostumbrada tonga integrada de tostado, máchica y unos
trozos de panela que depositados en las shigras de lana de
borrego, las llevaban colgadas en el hombro bajo el poncho o la
bayeta para mantenerlas abrigadas hasta el momento de saciar el
hambre en el frío intenso del páramo. Luego de
desayunar, presurosamente se dirigían al corral para
hacerles despertar, en unos casos o hacerles levantar a algunos
borregos perezosos. Nunca dejaron de acompañar a los
pastores los dos perros blancos, que aunque lánguidos y
flacos no dejaron de ser fieles y de disfrutar de las largas
caminatas ayudando a arrear ordenadamente a la manada que de vez
en cuando algunos se salían del grupo para tomar unos
bocados de hierba tierna a la orilla del
chaquiñán.

Un cierto día, en el crudo invierno del
páramo, el sol no se dejó ver debido a la copiosa
neblina que cubría el ambiente. A pocos centímetros
no se podían divisar a los borregos. El frío era
mas intenso que nunca. El papa cara caía con tal
intensidad que partía sin compasión la tez de los
curtidos rostros de los pastores. Los fieles compañeros de
los jóvenes campesinos lograron acurrucarse en un hueco
que hicieron rascando entre la paja del páramo. Junto a
ellos se encogieron los pastores para aprovechar el abrigo que
aunque mal oliente de perros mojados, les servía para
mantenerse con calor en tan intensa helada.

Habían pasado varias e interminables horas de tan
frío helado, de intensa oscuridad y de terror provocado
por los rayos y los truenos que dominaban al gran pajonal. Los
borregos no se doblegaban ante la inclemencia climática,
disfrutaban del pasto tierno que encontraban entre las plantas de
chuquiragua. De vez en cuando se sacudían para botar el
agua que se quedaba encharcada en la lana y muchos de ellos
retozaban aprovechando que los perros estaban escampando junto a
sus pastores.

José Manuel se había quedado profundamente
dormido, a tal punto que no sintió el abandono de su
hermana y de sus dos fieles amigos que de regreso por el
resbaladizo camino llevaron a la manada rumbo al guatana al caer
las sombras de la noche.

A media noche, el pastor se despertó debido al
hambre, había escampado y la luna brillaba con intensidad
a tal punto que podía divisar el horizonte. Las estrellas
eran cada vez más numerosas, de vez en cuando escuchaba el
croar de algunos sapos y a lo lejos divisaba algún
relámpago que adornaba la espléndida noche en el
pajonal. No sintió frío ni temor alguno, pues
estuvo bien acompañado, es más, se sintió
muy bien cobijado por una sedosa y delicada cobija que nunca
antes había experimentado. Al momento en que
intentó incorporarse, José Manuel sintió una
caricia muy delicada en su rostro curtido por el frio del
páramo y escuchó a la par una voz que le susurraba
al oído ….. No temas José Manuel . . . . Tu
hermana, tus dos perros y los borregos están a salvo,
llegaron de vuelta al corral . . . esta noche no
escucharás el aullido de los lobos hambrientos. . . .
ellos ya saciaron el hambre con los descuidados conejitos que
saltarines jugaban a las escondidas entre las plantas de la paja
del páramo . . . . . El Sacha runa tampoco saldrá
del socavón del miedo a los truenos. Al escuchar esta
narración José Manuel experimentó una aguda
curiosidad . . . deseaba saber quien la acompañaba. . .
quien la protegía . . . . Quien la susurraba . . . y por
mas que abría sus ojos no podía divisarla,
únicamente sentía su calor, su presencia, un aroma
muy especial, era la llama encantadora que estaba junto a el,
aquella dulce llamita que, cuando caía con mas intensidad
la lluvia, con un fuerte soplo la alejaba para evitar que
José Manuel se mojara. Así la protegió
durante todo el pertinaz aguacero de las alturas.

La llama encantadora continuó con su
agradable platica, mientras que José Manuel la
atendía con mucha atención . . . le contó
que el planeta tierra estaba en riesgo a consecuencia de la
destrucción de los bosques, de la contaminación del
aire y del agua causada por la industrialización, por las
malas prácticas agrícolas, por el uso indebido de
pesticidas, por la quema del pajonal, por la presencia de
plásticos en la tierra que no se descomponen a pesar del
paso del tiempo, por el egoísmo de los hombres que desean
sacar el máximo provecho de la pacha mama sin importarles
que hay muchos seres que habitan y se alimentan de lo que la
madre tierra produce.

A la hora acostumbrada de levantarse,
José Manuel experimentó un agradable olor a leche,
era su desayuno que la llama encantadora le ofrecía y que
él la complementó con unos granos de maíz
tostado que le sobraba en su shigra de lana de
borrego.

Al momento en que José Manuel
salió de su guarida, con asombro observó a un
hermoso animal que vestido de un color café claro, le
insinuaba a que la acompañara por el
chaquiñán que conducía a la conocida yacu
pamba o pampa del agua, que era un lugar poco frecuentado por los
pastores y sus rebaños. Sin dudar un solo instante,
él se acercó a la llama encantadora, la
acarició su frente blanca, la tocó todas y cada una
de las partes de su cuerpo, con asombro palpo la sedosidad de su
pelo y volvió a experimentar el olor mientras estuvo en su
guarida durante la noche. En ese momento comprendió que
era ella quien la acompañó y la protegió
mientras dormía en el frío y húmedo pajonal.
Con afecto, él la preguntó. . . cómo te
llamas . . . . en donde vives. . . . qué haces tan
temprano en el pajonal . . . . tienes familia . . . . quien es tu
dueño.. . . . . . Mientras le seguía preguntando,
la llama continuaba con su caminata a la par que iba respondiendo
a cada una de sus inquietudes.

La llama también le contó que
tenía muchos parientes cercanos y lejanos. . . . que
algunos se llamaban vicuñas, otros alpacas y camellos, que
pertenecían a la familia de los camélidos, que
tenían diferentes tamaños y tonalidades en su
pelaje y que éste servía para tejer hermosas
prendas de vestir, que eran muy abrigadas en el frío y muy
frescas en horas de calor, que ella se llamaba llama y que
vivían especialmente en los páramos andinos, que
muchos estaban en peligro de extinción. Le contó
que ellas no destruían el ambiente, que no provocaban la
erosión de la tierra debido a que en la planta de sus
cuatro patas tenían una especie de esponja para amortiguar
el peso de su cuerpo. Le contó que sus excrementos
servían para abonar el suelo., que se podía
también utilizar cuando seca para quemar en vez de
leña . . . . . Cuando llegaron a yacu pamba, la llama
encantadora se dirigió a la manada de sus parientes para
presentarles a su amigo José Manuel. Eran muchas llamas de
diferentes edades y tamaños, habían machos y
hembras, pocos recién nacidos, todas y todos estaban
alegres disfrutando de la copiosa hierba tierna que crecía
en esa pampa bajo el amparo del urcu rumi en donde anidaban
cóndores como dueños legítimos de la
montaña.

José Manuel se quedo sorprendido al escuchar de
la llama encantadora la noticia de que esa manada le
correspondía por derecho y por herencia de sus ancestros y
se comprometió a cuidarlas y protegerlas. . . a repartir
una pareja a cada familia en las comunidades cercanas y lejanas,
a buscar mas llamingueros para capacitarles en el cuidado y la
alimentación, en el control de las enfermedades, en la
industrialización y la comercialización de la lana,
en la organización del turismo ecológico, para que
gentes de las ciudades y de otros países vinieran a
conocer el mundo interno y externo de la llamas
andinas

La
sabiduría del chacarero

No hace mucho tiempo atrás, quizá unos 90
o 100 años, un niño nacido en el capo, por alguna
circunstancia no definida se quedó huérfano y se
crió bajo el amparo de un tío paterno. Su infancia
no fue de lo mejor, no tuvo la oportunidad de ir a la Escuela, su
tiempo estaba dedicado al cuidado de una manada de borregos, a
acarrear agua para la elaboración de la comida de una
familia muy grande, a recoger leña para cocinar. Desde muy
temprano aprendió a lavar su ropa, a manejar con habilidad
el azadón y el machete. Tiempo para jugar con niños
de su edad no le quedaba debido a sus responsabilidades que le
fueran encargadas y controladas con mucha reciedumbre. Un cierto
día de crudo invierno en que el cielo permaneció
nublado, puesto su poncho y su sombrero viejo de lana de borrego,
con sus pies desnudos, tiritando de frio, cumplió con su
obligación de arrear al rebaño rumbo al
páramo para el acostumbrado pastoreo. Al igual que todos
los días estaba acompañado por su perro fiel que
nunca le dejó solo, que siempre estuvo atento al desorden
de algunos borregos hambrientos que se salían del grupo
para tomar algunos bocados de hierba en la orilla del
camino.

En el páramo, el frío era mas intenso y de
vez en cuando caía el papacara con tal intensidad que al
rostro curtido del niño le hacía sangrar; los dedos
de sus manos y de sus pies estaban casi helados. Los borregos
aprovechaban para hacer de las suyas en la libertad. El fiel
compañero del niño pastor se acurrucó entre
las pajas para protegerse de las inclemencias del clima. La
neblina se intensificaba con el paso del tiempo a tal punto que
no se podía distinguir a un metro de distancia; en esas
circunstancias el niño, se encogió junto a su perro
buscando abrigo. Así, pasaron las horas oscuras durante la
jornada del pastoreo.

Aprovechando la oscuridad del día debido a la
fuerte neblina, los lobos hambrientos del lugar hicieron presas
fáciles de algunos indefensos corderos que se alejaron de
la manada y que jugaban y saltaban entre las pajas y los bordes
de los caminos tantas veces caminados por ellos.

Cuando llegó la tarde, el pastorcillo y su fiel
compañero, rigiéndose por el reloj
biológico, recogieron al rebaño y decidieron
regresar al corral luego de recorrer muchos kilómetros de
distancia. Como de costumbre su tío, al caer las sombras
de la noche les recibió a la entrada y empezó a
contar uno a uno a los borregos y cayó en cuenta de que
faltaban al menos seis corderos. Por este hecho le propinó
una paliza con el mismo látigo que usaba para arrear al
rebaño, ordenó que no le dieran su merienda y que
durmiera junto a los borregos.

El indefenso pastorcillo, cayó en una terrible
depresión, sus abundantes lágrimas no fueron
suficientes para desfogarse de tan cruel e injusto castigo. La
presencia de su perro fiel y de su gemido no lograron apaciguar
su resentimiento. Era injusto el castigo.

Cuando empezaron el cántico de los gallos y la
sinfonía mañanera de los mirlos y los gorriones
anunciando la llegada de la aurora, el niño agobiado por
la crueldad de su tío, decidió iniciar una caminata
sin rumbo. Le acompañó su fiel amigo que no
dejó de mover la cola en señal de que estaba junto
a él, en las buenas y en las malas. También le
acompañaban los recuerdos y los momentos vividos con sus
compañeros de pastoreo. Caminaron y caminaron sin descanso
durante todo el día. Saciaron la sed bebiendo agua fresca
que encontraban encharcada en los camellones del camino. Al
atardecer encontraron unas plantas de mortiño que colgaban
de sus ramas unas pocas frutas maduras, era un verdadero manjar
para saciar el hambre y recobrar las energías perdidas.
Sin mirar hacia atrás continuaron el camino lodoso y
cuando las sombras de la noche empezaban a cubrir el ambiente,
miraron a lo lejos venir en su dirección a un jinete
cabalgando en un caballo muy brioso que daba miedo.

De pronto al acercarse el jinete preguntó al
niño sudoroso y agitado: a donde vas tan tarde? De donde
vienes? Como te llamas? El pastorcillo muy asustado, iba
respondiendo a cada pregunta y le conversó a cerca de su
decisión de abandonar la casa de su tío y de no
regresar para soportar los crueles castigos a los que era
sometido en casos de cometer algún error. El caballero que
cabalgaba de prisa se detuvo para escucharle con mucha
atención y de inmediato le invitó a que le
acompañara a su casa en la hacienda Rumipamba, de cual era
su mayordomo. El niño aceptó la invitación y
acto seguido montó en el anca del caballo y el amigo fiel
le siguió a galope hasta llegar a la hacienda. El
mayordomo les convidó una suculenta merienda y acto
seguido le llevó al niño a un cuarto para que
durmiera sobre unas cargas de paja de cebada, cubierto con unos
ponchos viejos, lo suficiente para abrigarse durante la noche. Su
fiel compañero se acurrucó tras la puerta hasta la
mañana siguiente.

En la hacienda, el niño se integró al
grupo de trabajadores, allí aprendió a
ordeñar a las vacas para lo cual se levantaba a la
madrugada, motivado porque podía tomar con libertad la
leche tibia recién ordeñada. Aprendió
también como atender a los terneros recién nacidos,
a vacunar e inyectar al ganado, a amansar y a montar a caballo, a
organizar y controlar el trabajo cotidiano de la hacienda. Cuando
adolescente aprendió a manejar el tractor agrícola,
a comercializar la leche y los quesos. Se proyectaba a ser un
buen administrador y por eso es que gozaba de la confianza del
mayordomo que le llegó a estimar en alto grado.
Lástima que falleció prematuramente a causa de una
enfermedad propia de la época.

Como los propietarios de la hacienda que residían
en la Capital tuvieron buenas referencias del Jovencito en cuanto
a su horades y responsabilidad, le confiaron la
administración de la propiedad, que desde ese entonces
comenzó a generar muchas utilidades, lo cual
provocó el despilfarro de los señoritos que se
habían dejado influir por las exigencia de la sociedad de
consumo: reuniones permanentes, derroches ilimitados, consumo de
whisky de las mejores marcas, vestidos finos para engalanar los
cuerpos esqueléticos de las muchachas, es decir todo
cuanto servía para hacer relucir la vanidad de la
familia.

Con el paso del tiempo, el joven administrador, se
enamoró de una de las ordeñadoras más
bonitas del grupo, con la cual contrajeron nupcias que fueron
celebradas en la propia hacienda. Asistieron como invitados
especiales los dueños de la hacienda que a la vez fueron
sus padrinos, todos los trabajadores y los vecinos de la comarca.
Para la celebración mataron un torete, muchas gallinas y
cuyes; las mujeres se encargaron de pelar varios quintales de
papa chola; prepararon algunos barriles de chicha de jora que
sirvió para beberla durante una semana que duró la
fiesta. De su matrimonio tuvieron ocho hijos que crecieron
felices en el campo, compitiendo con la libertad del viento,
respirando aire fresco sin contaminación, tomando leche
fresca de vaca hasta saciarse, alimentándose de granos
tiernos, de carne de gallina, de cuy y de todo lo que con
generosidad producía la madre tierra que era labrada con
mucho afán y esperanza. Aprendieron con obediencia las
reglas básicas de la moral a través del testimonio
de sus padres. Cuando llegaba la edad escolar, en turno acudieron
a la escuela del lugar, en donde aprendieron las primeras letras
que les serviría para continuar sus estudios en la
Capital.

Como sus patrones habían entrado en el juego de
la sociedad de consumo y cada vez experimentaban mayor exigencia
social y económica, decidieron vender la propiedad por
partes, empezando desde el páramo, para terminar con la
casa de hacienda. El administrador que tenía una buena
perspectiva, iba comprando uno a uno los lotes hasta que con el
pasar del tiempo la integró en su totalidad para
transformarse en el nuevo hacendado, con la diferencia de que el
en persona trabajaría sus propias tierras, cuidaría
a sus animales y asumiría las demás actividades
propias del campo.

Cuando su primer hijo, se graduó de
Odontólogo, luego de felicitarlo, el primer y gran consejo
que le dio fue: Que el dinero que ganes honradamente te llegue al
bolsillo y no a la cabeza.

A su segundo hijo, que luego de pasar varios años
en la Universidad y que se dedicó a la dulce vida en vez
de estudiar para lograr su profesión, con ocasión
de su prematuro matrimonio, con lágrimas en sus ojos le
expresó: cuando yo muera, no quisiera tener un hijo
millonario, un nieto botarata y un bisnieto pordiosero. . . . A
su hija la mas consentida de todos y que se recibiera de
médico, con motivo de la fiesta de graduación, en
su discurso lleno de sabiduría, entre otras cosas, con la
delicadeza del caso le dijo: que tu profesión sirva para
salvar vidas, no para interrumpirlas y peor para inmolarlas con
prácticas suicidas a consecuencia de desequilibrios
mezquinos de la sociedad.

Al Abogado de la Familia, en su primer día de
oficina. Con ocasión de la inauguración que lo
celebraron con tanta pompa, en el momento oportuno le
pidió que sus actuaciones fueran con profesionalismo, pero
sobre todo con honestidad. Que su profesión debería
estar al servicio de los más pobres, para quienes la
justicia es inalcanzable.

A la ingeniera Agrónoma, que tanto se
había motivado por el trabajo abnegado de su padre; que a
pesar de ser testigo de la dureza de sus jornadas en la
cotidianidad del trabajo de campo, con ocasión de la
fiesta de su graduación le pidió que no destruya la
naturaleza, deforestando la vegetación de la hacienda y
especialmente de las quebradas; que no contamine las vertientes
de agua cristalina con el uso y abuso de pesticidas; que no rompa
el equilibrio ambiental con prácticas irracionales
pensando en el dinero; que ayude a la tierra a protegerse de la
erosión con la implantación de cortinas naturales y
que sobre todas las cosas, respete la vida de todos los seres que
habitan la faz de la tierra.

A sus tres restantes hijos que estaban bien enrumbados
en el estudio, en su lecho de agonía les dijo con la
alegría del padre que ve a sus hijos triunfar: sigan
adelante, la vida es un reto para cada uno de nosotros, no
descuiden los valores éticos y morales que les hemos
podido transmitir con el ejemplo. No descuiden los valores de la
solidaridad, el respeto y la generosidad. Por ningún
concepto deben ser serviles y perder la dignidad humana. Que esta
despedida, no sea una despedida triste, sino de esperanza y de
optimismo.

Taita
carnaval

En una pequeña y acogedora población de
los andes ecuatorianos, enclavada entre cerros y quebradas, muy
cercana a la ciudad de Guaranda, nació y creció un
apuesto joven, bajo la tutela de una familia distinguida, muy
conservadora, pero responsable en su trabajo diario de
hortelanos. Por ventura había cursado el segundo
año de la primaria en la Escuela del lugar; en aquella
época era más que suficiente como para cumplir
cualquier actividad enmarcada en los derechos ciudadanos. Cuando
cumplió los veinte, por voluntad propia fue al cuartel
militar a cumplir con su obligación, vivencia que le
sirvió para templar su carácter, aprender un oficio
y abrir horizontes para su existencia. De regreso del cuartel,
fue muy cotizado por las solteras de su terruño. Con sus
amigos que tenían la misma edad organizaban y
salían a dar serenatas en altas horas de la madrugada. No
importaban las distancias que tenían que recorrer, ni el
frio o la lluvia que soportar; lo importante era cumplir con el
objetivo: pasar bien. Muchas de las veces les fue muy mal: los
taitas de las chiquillas no les abrían las puertas, como
era la costumbre en la comarca; algunas veces fueron echados con
perros bravos; otras, bañados con orinas que las madres
recogían en bacinillas a propósito. Cuando estaban
con mucha suerte, amanecían bailando con las muchachas de
la casa y bebiendo con el padre de ellas algunas botellas de
mistela o aguardiente de contrabando, cuyo licor era muy
apreciado porque no provocaba estragos en el
chuchaque.

Para salir de serenatas había que saber tocar
algún instrumento musical y en esa época era la
guitarra que se había puesto de moda, pero era
difícil rasgarla para acompañar a los cantos que se
entonaban en aquel período y en tan especial
ocasión. Todas las tardes religiosamente se reunían
en el corredor de su casa para aprender a tocar la guitarra y
cuando alguien ya aprendía, lo festejaban con unas copitas
que solamente les servían para calentar el cuerpo o afinar
la garganta.

En sus primeros años mozos le fue muy bien. Con
ocasión de sus trasnoches, sus serenos, sus dones de buena
gente, de muy buen conversador, con su buen humor de joven muy
bien parecido, consiguió muchas amistades y algunos
compromisos amorosos. Pero al momento en que las muchachas y sus
padres se dieron cuenta de que se estaba pasando de listo, le
cerraron todas las puertas y las posibilidades del disfrute de
las serenatas con sus respectivas algarabías del baile y
el cortejo acostumbrado. Quedó muy lejos la acostumbrada
buena voluntad de las amas de casa, de brindarle un café
bien cargado endulzado con panela y acompañado con unas
deliciosas tortillas de harina de maíz tostadas en tiesto
de barro y con abundante queso. Así de sencillo, se acabo
la buena vida.

Y Cuando se estuvo quedando solterón, se detuvo
para reflexionar y buscar una modalidad para reconquistar a sus
amistades y a sus viejos amores y así superar de alguna
manera su soledad.

Así empezó a hacer volar a su
imaginación. . . . . . .Había que crear un motivo o
una ocasión para visitar a los familiares, a los vecinos,
a los compadres, a los conocidos y hasta a los desconocidos.
Así es como empezó a barajar diversos pretextos y
le pareció el mejor, el de recorrer los senderos tantas
veces caminados, los chaquiñanes lodosos y resbaladizos
entonando coplas nacidas de su propia inspiración que
describían la vivencia, la soledad, la inocencia, la
picardía, las esperanzas y desesperanzas, los dichos
populares llenos de sabiduría.

Es así como empezó a ensayar uno que otro
verso con rima, con contenidos extraídos del contexto de
su mundo conflictivo. Estas coplas serian cantadas con
ocasión del Carnaval, que coincidía con la
temporada de las deshierbas del maíz y que para ello las
familias se preparaban con la debida anticipación, ya que
había que preparar los siete platos para dar de comer a
los peones en señal de agradecimiento a la madre tierra y
con la fiel convicción de que las cosechas serán
abundantes. En ninguna casa faltaban la fritada de chancho y el
mote pelado, el cuy con papas enteras, el caldo de gallina, la
conserva de calabaza y el barril de chicha de jora y por supuesto
los chigüiles envueltos en hojas de maíz.

Con sus amigos de mayor confianza que tenían la
costumbre de reunirse todas las tardes para tocar la guitarra,
ensayaron algunas coplas que servirán de muestra para ir
creando y cantando de acuerdo a la ocasión. Como
tenían que acompañar con la guitarra ensayaron
varias combinaciones de notas musicales, hasta que les parecieron
las más adecuadas, en su orden: MI menor, Do, MI menor y
LA menor. La primera nota serviría para el espacio entre
uno y otro verso o copla del carnaval.

La tarde y la noche del Viernes decidieron iniciar la
aventura y para ello primero se dedicaron a repasar las primeras
coplas que habían compuesto: A la voz del Carnaval todo el
mundo se levanta; aun mas oyendo la voz, del quien suspirando
canta. Que bonito es carnaval. Esta copla que se
convertiría en la introducción antes de cualquier
otra.

Así decidieron comprar algunas botellas de
aguardiente de contrabando, algunas cajetillas de cigarrillos de
marca dorado para envolver. A alguien se le ocurrió
blanquearse la cara con talco para perder la vergüenza. Con
dos guitarras y un tambor viejo que había encontrado en el
soberado de su casa, iniciaron el ensayo y que les
serviría para ir entrando en calor mientras iban
planificando las visitas a las diferentes familias de la calle
principal que terminaba en una quebrada que era muy conocida por
el terror que causaba en altas horas de la noche; pues, se
creía que de allí salía el duende para
deambular la noche entera.

Cuando llegaron a la primera casa, luego de la primera
copla cantaron: Pasando, pasando estoy, pasando por mí
camino; Y las puertas me han de abrir, si me muestran
cariño. Que bonito es carnaval. Pero como no tuvieron
respuesta positiva continuaron caminando, sin antes manifestar su
descontento: El cielo esta estrellado y la noche muy helada.
Quédate no mas echada, como una burra preñada. Que
bonito es carnaval.

Al acercarse a la siguiente casa, luego de entonar las
dos primeras coplas, y al recordar a su primer amor, ensayaron la
siguiente: Las estrellas en el cielo, caminan de dos en dos;
Así caminan mis ojos, negrita por verte a voz. Que bonito
es carnaval. A la vida de mi vida, muerta la quisiera ver; En una
sala tendida y no en ajeno poder. Que bonito es carnaval. Y para
despedirse cantaron: De esta esquina para arriba, disque me juran
matar. Cual será ese valeroso para darle la del oso. Que
bonito es carnaval

En la tercera casa tuvieron suerte. Es que el
dueño de casa era muy amigo de los padres del carnavalero
y como le gustaba la bebida, aprovecharía el fin de semana
para pasarla bien. Entonces llegó la hora de lucirse con
las mejores coplas: Ahora si que estoy con gusto, ya no siento la
pobreza; Ahora que estoy con mis amigos y aguardiente a la
cabeza. Que bonito es carnaval. Esta noche es de alegría y
de amigos a lo grande; yo aquí alegre cantando y mi mujer
muerta de hambre. Que bonito es carnaval.

Tanta era la algarabía y tan buenas eran las
coplas, que llamó la atención a la vecindad y que
en el transcurso de la noche fueron sumándose con cierto
recelo a la fiesta del carnaval, en donde se polvearon con harina
de maíz, jugaron al tusuchi con afrecho. Este juego fue un
gran pretexto para manosear a las solteras. Bailaron hasta el
cansancio y para descansar crearon un estribillo que
decía: ya será bueno, ya será basta; Zapato
de hule pronto se gasta. En los momentos de descanso aprovecharon
para conversar, para planificar las siguientes visitas, para
contar chistes y reírse a carcajadas.

A media noche, los carnavaleros estaban lánguidos
y cansados por el baile, afónicos de tanto cantar, los
guitarristas ya no podían con el dolor de los dedos de
tanto puntear y de pronto a alguien se le ocurrió cantar
las últimas coplas que decían: Mi garganta no es de
palo ni hechura de carpintero; si quieren oírme cantar,
denme un trago primero; que bonito es carnaval. Señora
buena Señora, mátele al gallo patojo; Para ir
tomando caldito porque me muero de antojo; Que bonito es
carnaval. Por la chicha y por el cuy, por eso no mas me vine;
porque tostado y mazamorra en mi casa mismo tengo. Que bonito es
carnaval. A lo que los dueños de casa respondieron de
inmediato sirviendo el banquete del carnaval a todos los
presentes. Hubo caldo de gallina, papas con cuy, fritada de
chancho con mote pelado, dulce de calabaza con chigüiles y
chicha de jora en abundancia. Luego de tan exquisita comilona y
ya con las energías recuperadas continuaron con las coplas
de agradecimiento, con el baile, con el juego con polvo hasta el
amanecer. Ninguno sintió los estragos de la mala noche;
casi nadie se había embriagado a pesar de haber ingerido
tanto aguardiente. Es que el buen humor y sobre todo por la
transpiración provocada por el baile no les permitieron
emborracharse.

Cuando el sol había calentado el ambiente, y el
momento en que las chicas se dieron cuenta de que los
carnavaleros estaban con mal olor debido al sudor de tanto baile,
con el respectivo disimulo y al menor descuido les lanzaron agua;
así se instituyo el juego del carnaval con agua, nadie se
salvó del baño, eran todos contra todos, a las
muchachas les metieron en el tanque que estaba casi lleno;
así pasaron hasta el medio día, y cuando estaban
casi secas las ropas que llevaban puestos, decidieron organizarse
para ir a visitar a otras familias. Como ya estaban bien
ejercitados en el canto de las coplas, sabían cuales eran
las más adecuadas para las diversas ocasiones y sin duda
para manifestar sus deseos. Así llegaron a una casa
importante, en donde fueron atendidos a cuerpo de Rey. Cantaron y
bailaron hasta el agotamiento, se sirvieron un gran banquete y
bebieron las mejores mistelas preparadas para la ocasión.
Aquí se les ocurrió a las muchachas ensayar algunas
coplas satíricas dirigidas a los jóvenes del grupo:
Los jóvenes de este tiempo son de pura fantasía;
meten la mano al bolsillo, sacan la mano vacía. Que bonito
es carnaval. A lo que de inmediato los jóvenes
respondieron: Las muchachas de este tiempo son como la
granadilla; apenas tienen quince años ya mueven la
rabadilla; Que bonito es Carnaval. A la vecina del frente se ha
quemado el delantal; a no ser por los bomberos se quemaba el
animal Que bonito es carnaval. La única muchita que tengo,
a la puerca le he de dar; voz carishina y pelada, que es lo que
me vas a dar. Que bonito es carnaval. Las mujeres cuando mean,
mean que chisporrotean; los hombres cuando orinamos, sacudimos y
guardamos; que bonito es carnaval.

Así se armó lo que se llamaría mas
tarde el contrapunto que consiste en organizarse en grupos para
ir cantando coplas satíricas que son respondidas de la
misma manera en turnos bien organizados. Y por supuesto no se
salvaron los casados: Más arriba de mi casa se ha formado
una laguna; donde lloran los casados sin esperanza ninguna. Que
bonito es carnaval.

Y tampoco se salvaron los bailarines: Bailen, bailen
bailarines; bailen que les pagaré, una rosa en cada en
cada mano y clavel en cada pie. Que bonito es carnaval. Y para
variar, con el afán de sacarse el clavo por algo del
pasado: Esa pareja que baila se parece a San Francisco, y
galán que lo acompaña, es igual a chivo arisco. Que
bonito es carnaval. Y un estribillo: Alhaja guambra la de la
loma, que se hace dueña de mi paloma.

Pasaron los días y las noches, crearon y cantaron
innumerables coplas, ensayaron los más diversos pasos de
bailes de la época, comieron y bebieron los mejores
banquetes y las más sabrosas mistelas hasta saciarse,
jugaron al tusuchi y se polvearon los rostros con talco y harina
de maíz, se bañaron para refrescarse y superar el
chuchaque, se quedaron dormidos sentados para recobrar las
energías, hicieron grandes amistades y algunos compromisos
matrimoniales. Así llegó el día
Miércoles de ceniza y con el, el día de la
despedida de la fiesta que mas tarde será la más
popular de la comarca.

Este día compusieron y cantaron las coplas
más tristes de despedida a la fiesta del Carnaval:
Cantaremos carnaval ya que Dios ha dado vida, no sea cosa que el
otro año, ya nos toque la partida o caigamos patas arriba;
adiós, adiós Carnaval. Mushca, mushca tototo
muérdele al carnavalero; a que el otro año no
vuelva como perro molinero, Adiós, adiós
carnaval.

Tan fuerte fue la tristeza que provocó la
finalización de esta fiesta muy especial que, se les
ocurrió enterrar al carnaval, para tener un pretexto
más para ponerse a llorar mientras entonaban las coplas
más tristes. Es así como se les ocurrió
armar una caja de madera muy similar a las de los funerales que
lo llevaron cargando a remuda entre todos y todas al cerro
más alto de la Comarca, en donde mientras continuaban
cantando, cavaron el hueco para sepultar al carnaval. De las
coplas que mas sobresalieron fueron las siguientes: Cuando
Salí de mi casa de nadie me despedí; solo de una
hojita seca, que cayó cerca de mí. No te vayas
carnaval.

Es así como se instituyó la fiesta del
carnaval y a la persona que lo inventó se lo bautizo como
el Taita Carnaval y se lo recuerda con mucho cariño,
porque gracias a el se conserva la tradición y los valores
de la generosidad, la solidaridad, la alegría, la
poesía, la fantasía.

Coplas del
carnaval

Cuando Yo era chiquito, me gustaba el queso
tierno

ahora que estoy grandecito, me muero por ser su
yerno.

Mi mamita me pegaba con un rabito de oveja

ahora que estoy grandecito, el amor ya no me
deja.

De todos los animales, yo quisiera ser el oso

para estar muy pegadito a este culito
cerdoso.

De todos los animales, yo quisiera ser venado

para meterte el cachito por donde sale el
meado.

La muchita vale medio, el abrazo real y medio

debajo de la cobijas ajustemos los tres
reales.

Que bonita esta casa armada con soleras

que bonita esta familia adornada de solteras.

Desde Chillanes me vine montado en un
pericote

cuatro veces me ha tumbado, fuera mi tonga de
mote.

Que placentero es cagar en ladera empinada

la mierda rueda que rueda y el culo agradecido
queda.

Disque te andas alabando diciendo que te he
querido

cuantas veces yo te he dicho, que siempre te he
mentido.

Todas las mujeres son, como las hojas de Zinc

Cuando no se les clava bien se vuelan donde el vecin
o

Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la
cama

Con esto del feminismo

Solo de parir me falta.

Todas las mujeres tienen en el ombligo una
zeta

Pero más abajito tienen la shugua de mi
peseta

Salió tu mama y me dijo, por la puerta
condenado.

Señores quieren saber cuantos pliegues tiene el
culo,

en el verano cincuenta y en invierno treinta y uno
.

Yo mismo lavo los platos, yo mismo tiendo la
cama.

de la sala a la cocina, el trabajo es mi
destino

como no tengo dinero, tengo que cumplir el
oficio.

Cuando mi mujer se enoja, me quita toda la
plata

Para que ella me devuelva, tengo que cogerle la
pata.

Las mujeres de esta era, ya no ayudan al
marido

Con esto del feminismo, solo de parir me
falta.

No quieren cuidar a los niños, ni lavar los
calzoncillos.

Al pasar por tu morada, visitarte es mi
deseo,

Pero como no hay cariño, yo sigo triste mi
camino.

ESTREBNILLOS

En esta esquina baila un payaso, se guambrita dame un
abrazo.

Movete, movete matita de ají, como te
movías cuando te cogí.

Hay Dios se lo pague, por este banquete, Agradeciendo me
voy saliendo

Hay de mi, hay de voz en una cárcel los dos,
comidos o no comidos pero juntitos los dos

Asi diciendo vamos andando, buscando amigos y
también cariño

El gorrión
solitario

En una calle transversal, nacida de una principal de la
Cosmopolita ciudad de Quito, en un árbol enano y retorcido
de capulí que creció de porfiado en un espacio
vacío del jardín junto a una enorme
edificación de concreto que alberga a decenas de familias,
afónico cantaba un gorrión que quedó
solitario por la muerte prematura de parientes y vecinos.
Vestía un traje muy elegante, aunque un tanto manchado;
llevaba camisa y corbata blancas, pantalón habano y leva
café con rayas plomizas. En su cabeza lucía un
hermoso sombrero; sólo le faltaba su bastón de
fiesta. La mañana estaba fría, las gigantes paredes
no dejaban pasar los rayos del sol naciente en un día
espléndido de verano. Los citadinos no se levantaban de
sus camas aún calientes. Era un día domingo de
descanso. El cielo estaba mas celeste que nunca, no había
nube gris que contraste.

El pájaro cantarín, posado en una rama
seca se tambaleaba jugando con el viento fresco de la
mañana y en su vaivén con nostalgia iba
gorjeando:

De prisa inviernos y veranos van pasando.

Inmensos bosques y potreros han sido
devastados.

Ladrillo a ladrillo edificios enormes han sido
levantados.

Las vertientes y riachuelos con asfalto han sido
tapados.

Las calles adornadas con flores silvestres han sido
adoquinadas.

Gentes de todas partes la gran ciudad han
superpoblado.

El ruido ensordecedor de autos viejos y nuevos ha
aumentado

El smog envenenado en vez de la fresca neblina se ha
quedado

Largas avenidas llenas de niños pobres
pedigüeños se atestan

Mal olientes veredas para lánguidos caminantes se
cimentan.

De pronto el tropel de un niño consentido,
irrumpe la inspiración del solitario gorrión. El
crío corría muy cerca de su abuela que iba muy
presurosa a la misa dela mañana. Llevaba en sus manos
delicadas una funda de ricas golosinas, que al tropezarse en el
bode de la vereda dejó caer un delicioso chito muy cerca
de una planta de tomate riñón que había
crecido en la orilla de la vereda.

El hambriento gorrión que no había comido
por varios días dijo:

Esta es mi oportunidad de llenar el estómago
aunque fuera con comida chatarra. Pues los humanos a menudo lo
hacen y sin embargo mal o bien sobreviven.

Con este claro pensamiento, el gorrión
voló junto a la golosina y picoteando lo saboreó y
al comprobarlo que estaba de su agrado intentaba arrastrarlo bajo
el follaje de la plantada de tomate para esconderlo y en la
tranquilidad saciar su deseo. Sedaba mil modos para lograr el
objetivo, pero el peso y el tamaño de la golosina lo
impedían. Utilizando el pico y sus delgadas patas,
hacía todo el esfuerzo para esconderlo y cuando estuvo a
punto de lograrlo, un inesperado intruso se acercaba; era un
silencioso ratón atrevido que alzando su cabeza
movía a todo lado y olfateando con insistencia a la
golosina se aproximaba presuroso. Una vez que logro verla de muy
cerca, el goloso ratán, muy contento planeó
llevarse al tifón para servirse un delicioso desayuno al
estilo de un gran Rey roedor.

El gorrión al tener a su rival al frente, trataba
de defender sus sustento y picándole en la nariz trataba
de ahuyentarlo, mientras le decía:

Repugnante ratón, nacido en el hediondo
sifón ,

Aléjate de mi territorio y no seas tan
ladrón.

Respeta el turno como lo hacen los llamados
civilizados

Cuando esperan enfilados formando un
colón.

Pero el porfiado ratón que ya olió la
golosina, insistía en llevársela. En ese preciso
instante en que se disputaban de tan exquisito desayuno,
escucharon los pasos de seres extraños que se avecinaban
al sitio de los acontecimientos, se trataba de un perro flaco y
lánguido que era llevado con una cadena por sus amo, para
que hiciera sus necesidades biológicas en la calle o en
acera.

Al ver que el galgo estaba tan cerca, olvidándose
del botín encontrado y para salvar la vida, el
gorrión dio un salto espectacular a la verja y ponerse a
buen recaudo; mientras que el atrevido ratón muy asustado
se deslizó con la velocidad de un rayo al sifón por
donde salió.

El gorrión encaramado en la verja miró con
tristeza e indignación al perro que dando un gran
sacudón al abuelo que lo llevaba, tomó de un solo
bocado el rico manjar encontrado en aquella fría
mañana y escuchó decir al abuela con su voz
temblorosa:

Apúrate perro elevado, no te distraigas por nada.
Camina de prisa, pues tenemos que regresar al departamento antes
de que se llenen de carros y nos impidan cruzar las
calles.

El perro por su parte, cada vez que se encontraba con un
poste de luz o alguna planta ornamental, se paraba, olía y
alzando la pierna hacía pipi y cuando su dueño lo
halaba bruscamente, éste le replicaba:

Eres demasiado grosero y rezongón,

espera que tengo que limitar mi territorio

Soy el primero en la mañana en salir y por
cierto

No han pasado ninguno de mis colegas por esta
estación.

Como la ciudad comenzaba a desertarse, el ruido de los
vehiculaos mas intenso se hacía, las calles se llenaban de
smog, el gorrión comenzó a toser y toser a causa de
tanta contaminación.

Superando su crisis respiratoria se puso a saltar de
rama en rama en el árbol de capulí que era su
albergue preferido y buscaba entre las escasas hojas los pocos
pulgones que quedaban. Cuando encontraba alguno, feliz lo
saboreaba a pesar de saber a acierte, a diesel o a gasolina. Pero
no le quedaba otra alternativa que la de ingerir estos insectos
como alimento aunque estuvieran tan contaminados y pusiera en
peligro su vida y se consolaba, al saber que no era el
único ser que estaba en riesgo de perder prematuramente su
vida.

La araña y
doña Rosa

Doña Rosa era anciana de cabellera blanca como la
nieve, de rostro muy arrugado, que caminaba temblorosa y muy
encorvada por el peso de sus años. Vivía sola en
una casa muy vieja, de paredes de tapial, techo con tejas de
barro cocido. Cuando llovía había muchas goteras
que mojaba el interior. Se dedicaba al comercio de harinas que
las vendía diariamente a los vecinos del barrio. De
bodega, tienda y dormitorio tenía un cuartucho con piso de
tierra. En la trastienda estaba la cocina con un fogón, en
donde cocinaba con leña para ella y su gato flaco que se
encargaba de cazar o ahuyentar a los ratones golosos que no
faltaban a consecuencia del olor agradable que emanaban las
harinas calientes que eran traídas del molino de agua de
Dn. Lucho.

Su cama servía también para esconder el
dinero fruto de la venta de sus productos. Debajo era el
escondite de una manda de cuyes criollos y ariscos a quienes no
les faltaba la hierba fresca para la
alimentación.

El mal olor de los excrementos de los cuyes era un
atractivo muy fuerte para moscas y mosquitos que invadían
la habitación y que molestaban con sus zumbidos a los
compradores.

La puerta de calle estaba tan vieja y llena de rendijas,
al igual que la que daba a la cocina. Del marco superior
prendía una enorme tela de araña que crecía
día a día y que servía para atrapar a los
moscos que llegaban desde el exterior. Su dueña era una
enorme araña negra que tejía sin descanso durante
las noches para asegurar abundante comida para ella y sus tiernos
hijos.

Todas las mañanas Doña Rosa se levantaba
muy temprano para hacer su oficio de ama de casa, luego de su
aseo personal: arreglar su cama, barrer la habitación,
hacer el desayuno que se servía con su gato
cariñoso, proporcionar la yerba a sus cuyes, con quienes
conversaba amigablemente.

Como no podía enderezarse ni mirar hacia arriba y
peor hacer movimientos en lo alto, jamás destruyó
la red tejida por la araña. Sus clientes que eran bien
atendidos tampoco hicieron nada para destruirla, además en
nada les molestaba.

Del fruto de su trabajo y del ahorro de toda su vida,
Doña Rosa había amasado una buena fortuna que la
tenía bajo el colchón viejo y molido de tanto
soportar el maltrato por tantas noches de insomnio. Sus vecinos
murmuraban: Qué hará Doña Rosa con tanto
dinero? . . . en donde guardará? . . . . .quién
heredará cuando muera?

Por su parte Doña Rosa, todas las noches mates de
acostarse, después de rezar con devoción,
conversaba con su gato y le decía: cuidarás los
atados de billetes a fin de que los ratones no se acerquen y
destruyan o utilicen haciendo nidos. . . . Cuando yo me muera,
después de pagar los gastos de mi entierro, el sobrante
entregarás a una casa de ancianos y algo guardarás
para que pagues por las misas de honras, cada
año.

El gato por su parte le decía: No es bueno que
guardes tanto dinero, reparte a la gente pobre que tanto lo
necesita, a los niños huérfanos, haz obras de
caridad, no seas tacaña.

Mientras se desarrollaban las conversaciones, la
araña continuaba tejiendo presurosa en la oscuridad de la
noche. Aprovechaba de la ocación para servirse de vez en
cuando un descuidado mosco que había caído en la
enorme red.

Una determinada noche, cuando el sueño les
había invadido y se quedaron profundamente dormidos
Doña Rosa y su gato; agazapándose en las sombras de
la noche, llegaron tres ladrones a la puerta principal y forzando
con una barra las seguridades, la abrieron para cometer el robo
de la fortuna de Doña Rosa. Los cuyes asustados
corrían por todos lados emitiendo fuertes chillidos que
hicieron despertar a los dormilones.

Los ladrones, al ver que una sombra se movía
lentamente en el interior de la habitación, dispararon
apuntando al cuerpo de la anciana que se dirigía a la
cocina para esconderse.

Asustados los ladrones y creyendo que le habían
muerto a la anciana, emprendieron en veloz carrera, mientras se
acusaban mutuamente de haber cometido tal acelerado
hecho.

Una vez que el silencio y la calma volvieran a la
habitación, el gato salió del escondite para buscar
a su ama que estaba asustada, sentada junto al fogón de la
cocina. El minino cariñoso como siempre,
acercándose con su cuerpo encorvado y la cola alzada se
refregaba en el cuerpo tembloroso de la mujer, a quien le iba
diciendo: Los ladrones ya huyeron. . . . . los vecinos del barrio
fueron tras ellos . . . . . Debes cerrar la puerta . . . .
Levántate y entremos a la habitación . . . los
cuyes ya se callaron. . . . . Todo está en
calma.

La ancíana incorporándose con dificultad
siguió al gato que se adelantó con rumbo al
dormitorio. Una vez que estuvieron en el interior, el gato
señalando con el dedo mostró a su dueña las
cuatro balas que estaban enredadas en la enorme tela de
araña y le dijo: La red tejida por la araña negra,
fea y repugnante, salvó tu vida y la mía. No
únicamente servía para cazar moscas y mosquitos.
Fue nuestra segura protección.

Desde aquel entonces, la anciana comprendió que
todo cuanto existe en la naturaleza es parte de la armonía
del entorno natural y que todos sus elementos son útiles y
necesarios para los seres que habitan la faz del planeta
tierra.

La ranita y la
serpiente

En una noche de pleno invierno, en un ambiente
selvático alumbrada por una enorme y redonda luna llena,
una hermosa ranita vestida toda de verde claro, croaba y croaba
sin cesar y en su cantar iba pronunciando unos versos
acompañados por la dulce melodía brindada por
tiernos grillos y enamoradas cigarras:

Escondida de curiosa luna,

bajo el ramaje te espero

y en el cristalino estero

del amor nos saciaremos.

Saltando junto a cada ola,

la gran noche disfrutaremos,

despertando hermosos sueños y

a plenitud muy juntos cantaremos.

De pronto un agudo silbido irrumpe el ambiente
romántico de la fresca noche; era una intrépida
serpiente que sigilosa se acercaba a la orilla del arroyo en
busca de alguna descuidad presa. Alzaba su cabeza para mirar a
todos lados y con la fina lengua iba olfateando. Aquella noche
estrenaba su vestido nuevo y lucía mas brillante que de
ordinario.

La ranita, al percatarse que la peligrosa rastrera se
acercaba al sitio en donde estaba esperando a su amado, se
quedó muy quieta para evitar que la descubriera. Miraba
con disimulo buscando un escondite; pero, muy lejos estaba el
hoyo apropiado para refugiarse. Aceptando la imposibilidad para
llegar al escondite buscó otra alternativa para su
seguridad y arrastrándose silenciosamente se acercó
a una rama seca, que había caído de un árbol
de guayabo, la tomó por el medio entre sus
mandíbulas, de manera que la rama cruzada se volvía
en un fuerte impedimento para que la hambrienta enemiga la
tragara.

La serpiente desafiante, arrastrándose muy cerca
a la asustada ranita verde y con una voz que infundía
miedo, mientras la atacaba, murmuraba:

Suelta la rama que tienes en la boca, en esta noche no
he encontrado a ratón descuidado,

yo necesito saciar el hambre y tu carne me
provoca.

Por su parte la ranita se movía por todos los
lados sin soltar la rama que era su única defensa,
mientras la imploraba:

No me hagas daño, soy demasiado joven para
morir.

hoy empiezo a sentir el sentimiento más
sublime,

quiero vivir el amor a plenitud y demando
vivir.

La serpiente hambrienta y muy enojada insistía en
devorarla, pero la tenacidad de la ranita, impidió tan
malévolo propósito; hasta que las dos lucharon
hasta el cansancio y se quedaron tendidas en el suelo
mirándose mutuamente, atentas al menor
movimiento.

En el mínimo descuido de la culebra y con la
rapidez de un rayo, la ranita asustada dió un salto muy
largo para dejarse caer en el vado del cristalino estero,
pensando que su enemiga no sabía nadar; más la
intención fue vana, porque las culebras son muy buenas
nadadoras. Una vez que las dos contrincantes se encontraron
frente a frente en el agua, empezaría otra lucha a muerte;
pero felizmente la ranita precavida no dejó en tierra la
ramita que la protegía y que en el agua su uso era
más fácil porque flotaba y ya no era necesario
seguirla teniendo en la boca. En esta ocasión se
abrazó fuertemente a la rama. Con las extremidades
posteriores nadaba y se protegía del ataque de su enemiga,
hasta que encontró una rama más gruesa a la que se
aferró a un extremo y con el otro se defendía
propinándole fuertes garrotazos a la porfiada serpiente.
Por varias ocasiones a la serpiente, soñada la
dejaba.

La serpiente no queriendo darse por vencida y con el
capricho de vencedora, insistía en devorarla. La ranita
saltó a la orilla del estero, pensando esconderse entre la
maleza, pero aquella orilla estaba desprovista de todo materia
que pudiera servir para tal propósito. La ranita asustada,
apenas dio tres saltos, se encontró nuevamente frente a
frente con la obstinada serpiente. Pero en el momento en que iba
a cumplir con el objetivo de saciar su hambre; con una picada
espectacular, llegó una gigante lechuza que estuvo de
paso, también en busca de alguna ingenua criatura nocturna
y que al darse cuenta de la lucha tan desigual, decidió
ser la mediadora, sabiendo que la serpiente la temía, por
ser su comida preferida. La salvadora lechuza, simulando atacar a
la serpiente, dio varios vuelos sobre ella, mientras le
decía:

La luna está alumbrando, radiante en la noche
fresca,

cigarras y grillos enamorados nos brindan sus
sinfonías;

en el estero cristalino, los pececillos nadan y nadan
sin desvarío

dulcemente la fría brisa de esta noche hermosa
nos acaricia

y el aroma intenso de las flores de cafetal nos
animan.

Al ver que la serpiente asustada se quedó quieta,
la lechuza posándose en una piedra a la orilla del arroyo
le seguía dando su letanía:

La vida en esta estancia

no es una mera concurrencia,

es un regalo de la naturaleza,

es un don de la existencia.

Somos parte de esta tierra,

nacimos desde sus entrañas;

todos somos muy hermanos

una bella armonía fundamos.

Los hombres con su inteligencia,

atacan a víctimas indefensas;

rompiendo cadenas tróficas,

acabando despiadados la existencia.

En esta gran noche de ensueños,

gocemos juntas de tantas esperanzas

tomadas de las manos jugueteemos

con el brillo eterno de la luna alumbradas.

Luego de escuchar muy atentas el mensaje de la inspirada
lechuza, las dos contrincantes sonrieron con dulzura, se
abrazaron, se perdonaron mutuamente y las tres se quedaron
admirando a la luna que se escondía entre las lejanas
nubes y que retornaba coqueteándose para peinarse en el
cristalino río.

La tórtola
y la paloma

Era un palomar, hermoso cual ninguno. Sus albergues,
adornados en sus entradas con arcos de muchos colores, copia
exacta de los viejos que aún quedan en algunas regiones de
la Gran Francia. Al frente de él estaban los soberados que
hacían de graneros y que siempre estaban llenos de
mazorcas de maíz suave y duro. Los alares de las casas de
campo eran refugio preferido de palomas caprichosas que anidaban
buscando abrigo seguro para sus críos
delicados.

Todas las mañanas, a pesar de ser frías,
las bandadas a recorrer la zona salían. Como la era estaba
llena de arvejas frescas, a recogerlas se
detenían.

En un árbol viejo y retorcido de jigua, las
tardes y las mañanas frías, antes de que el sol
saliera, una tórtola muy sola gemía. Era un
verdadero canto de agonía, puesto que muy sola se
sentía; un maldito cazador a su pareja le dio
cacería. Muy sola volaba y vivía y cuando cansada
se sentía, en la misma rama se dormía.

La afortunada tórtola valoraba su vida, que a
pesar de su soledad perderla no quería, ya que muy bien
ella comprendía que no hay otra oportunidad para
disfrutarla cada día.

Ella también, fue a la era a recoger unos granos
de arveja para su dieta del día y de pronto se
encontró con una paloma muy blanca, que llevaba en su
cabeza una corona de plumas doradas; era muy joven y hermosa,
pero a la vez muy solitaria. Llevaba en su alma una profunda
condena: había enviudado muy temprano a causa de una
enfermedad un tanto rara. Las dos aves de pronto se pusieron a
platicar y la paloma le invitaba a que fuera a vivir en su
palomar; pero la tímida tórtola le replicaba: Es
mejor que tu vengas con migo a navegar por aquel firmamento que
se pierde a lo lejos, por donde sale y se esconde el astro
sol.

Asombrada la paloma por tal invitación, le
repetía: tengo miedo de alejarme de mis amigos y
familiares.

No te preocupes mi querida paloma blanca, yo te
enseñaré a recorrer los campos y a recoger los
granos; dormiremos en las ramas más espesas para cubrirnos
del frío y escondernos de los cazadores o de los lobos
hambrientos; conocerás y experimentarás la
verdadera libertad. Beberemos agua fresca del arroyo que baja de
la montaña, conoceremos otros lares, de muchos amigos nos
haremos y muy felices viviremos.

Llegó el día en que la tórtola muy
triste acercándose al oído le dijo: Querida amiga
mía, ha llegado la hora de mi despedida. Luego de que el
sol caliente los trigales, llegarán mis amigos, haciendo
una verdadera romería para regresarme al inmenso valle que
nos espera con sus sementeras cargadas de ricos
manjares.

No te vayas mi querida compañera, hemos hecho una
linda amistad, nos hemos confiado nuestros secretos y
también nuestras dolencias; juntas las heridas de nuestros
corazones nos hemos curado. . . . . . .

Cuando los ojos de las dos amigas empezaron a empaparse,
por la cruel separación, escucharon un gran ruido
provocado por el aleteo de una gran bandada de tórtolas
que venían al rescate de aquella tórtola
desesperada que en una mañana de verano, tomó el
vuelo para sumirse en la soledad, pensando que era una mejor
manera de llegar al agonía .

La tórtola viajera, dándole un fuerte
abrazo y un beso en la mejilla, se despidió de su amiga
entristecida que quedó mirando a la bandada que
emprendió el vuelo y entre las nubes se
perdían.

Al sentirse otra vez sola, sin pensar en más, la
paloma emprendió un vuelo desesperado. Volaba y volaba, y
cada vez sacaba fuerzas de donde más podía para
alcanzarlas. Sus alas iban perdiendo energías de tanto
esfuerzo que hacía, hasta que a lo lejos divisó a
un cristalino río que generoso le ofrecía agua
fresca para recobrar sus energías. Mientras iba saciando
su sed, miraba a su alrededor y de pronto fue atraída por
el cántico de una hermosa y gigante torcaza que arrullaba
a sus tiernos polluelos.

El paso aéreo de la paloma blanca una sombra iba
proyectando, que jugueteando entre las ramas, la curiosidad iba
despertando en las tórtolas hambrientas que no
perdían un instante para irse alimentando. De pronto, la
sombra de la viajera, a su amiga la cobijó, que inquieta
alzó la vista al cielo para sorprendida descubrir que se
trataba de su buena amiga a quien le invitó a posarse en
la rama de un árbol para poder conversar con más
calma.

Qué haces tan sola en esta inmensidad de la
selva? . . . la tórtola preguntó y la paloma
fatigada respondía: Al sentirme tan sola luego de tu
despedida, decidí darles alcance para cumplir con el
sueño de descubrir nuevos mundos. La tórtola le
susurraba: pronto aprenderás a vivir en la selva y
gozarás de la variedad de frutos deliciosos que producen
las plantas generosas, dormirás en la rama bien
protegida.

Luego de esta amena conversación, las dos amigas
decidieron integrarse al grupo de viajeras. La alegría se
reflejaba en la hermosa tórtola al saber que muy pronto
recorrerá los sitios más preferidos de su infancia
y logrará una doble satisfacción al hacerlo con su
amiga y compañera de aventura. Así volaron hasta
llegar al valle más hermoso, donde el sol se levanta muy
temprano y se oculta sin antes transformarse en una enorme esfera
pintada al rojo vivo.

Al llegar a la tierra de los ensueños, cada una
con su pareja, volvieron a posarse en el árbol de su
preferencia y entonando una verdadera sinfonía despidieron
al ocaso para sumirse en un profundo descanso necesario para
recuperar las energías y acarrear en sus picos: pajas,
lanas y cerdas recogidas en el campo para construir con habilidad
los nidales en donde depositarán los huevos con cuidado
para mas tarde incubarlos y brindar los mejores cuidados a sus
críos.

Muy juntas las dos amigas, en la selva muchas cosas
descubrían. Todas las tardes, posadas en la misma rama
seca, cubierta por otras frondosas que buena sombra les
ofrecían, miraban a la hilera de doble vía que las
hormigas hacían, cargando en sus espaldas finas, trozos de
hojas tiernas diez veces mas pesadas que sus cuerpos, para
enterrar en sus guaridas y cultivar hongos para su
comida.

Descubrieron también una colmena, que
aprovechando un enorme tronco viejo y agrietado por el paso del
tiempo, las abejas se habían instalado para elaborar una
exquisita y aromática miel muy parecida al color del
marfil.

Con mucha alegría disfrutaban de la felicidad
experimentada por las parejas enamoradas de las tórtolas
que veían a sus huevos reventar y salir unos hambrientos
pichones, que con el cuidado generoso iban creciendo
aceleradamente y empezaban a ejercitar los primeros aleteos
aprendiendo a volar.

Pero, llegó el momento en que, organizadas en una
fuerte bandada, mucho más numerosa que la anterior,
alzaron el vuelo para cruzar el inmenso firmamento en busca de
mejores días y de seguridad para la supervivencia de la
especie.

Unidas las amigas, mas que nunca, participaron de esta
nueva aventura hasta cuando al pasar por aquel cielo despejado,
que cubría viejos recuerdos, la palomita blanca, que
agotada por el viaje y agobiada por el peso de sus años,
haciendo una picada espectacular al piso se desplomó hasta
llegar a la era de sus dorados sueños, muy cerca del
palomar en donde nació, creció y vivió gran
parte de su vida.

Sus amigos, parientes y mas vecinos, agónica la
encontraron, le dieron los últimos cuidados y cuando
apacible murió, le hicieron una gran fiesta
brindándole un adiós de despedida y cavando con sus
picos muy hondo le sepultaron para que experimente la verdadera
libertad, y recordaron que todos vuelven al lugar en que nacieron
y que para seguir generando vida es preciso llegar a
morir.

Los tres
hermanos

Todas las mañanas en la temporada de invierno
sobre un inmenso y copioso bosque de eucaliptos, que
cubría una vasta extensión de suelo laderoso,
propio del paisaje serraniego, en donde dos quebradas amoldan a
un río de mediana dimensión, que cruzando la
metrópoli se desliza todo él turbio y muy hediondo,
volaban con placentera libertad tres hermanos gallinazos vestidos
todos de negro, con sus picos de color amarillo que contrastan
con los ojos redondos y muy brillantes.

Todas las tardes de lluvia, los gallinazos se
guarecían en una cueva rocosa de donde admiraban con
melancolía los fuertes aguaceros que provocaban crecientes
destructoras de las laderas. Con verdadera alegría miraban
que luego de la creciente, el río quedaba sin malos olores
y cristalino.

En sus momentos pacíficos y de inspiración
uno de los hermanos hacía un canto a la madre
naturaleza:

Hermoso cielo que nos cobijas,

de azul muy claro hoy te vestiste,

de verde los campos se alegran,

mil plantas florecen radiantes,

perfumando el sempiterno horizonte.

Luego de que la lluvia amainaba, los tres
compañeros inseparables, en el árbol más
alto se posaban y abriendo sus alas tomaban el calor del sol que
se despejaba en aquella tarde de invierno helado. Desde lo
más alto del árbol preferido miraban con
atención como se iban formando las nubes que nacían
desde el agua del río cristalino para regarse en el
infinito firmamento, ayudadas por las corrientes del viento que
soplaba por la cañada.

Una vez que consideraban estar listos, con un fuerte
aleteo emprendían hasta tomar cierta altura y quedarse con
sus alas extendidas para navegar plácidamente utilizando
sus colas como timones para tomar la dirección deseada.
Con sus ojos bien abiertos y sus olfatos muy atentos exploraban
la zona hasta encontrar alguna carroña, rodearla
insistentemente por varias horas y cuando estaban seguros de que
no había intruso alguno bajaban en picada para servirse el
suculento majar tan preferido.

Mientras todo aquello ocurría, en un ambiente de
alegría y bullicio, un grupo de niños juguetones y
muy traviesos bajaban presurosos al rió a nadar en la posa
de agua dormida que cristalina quedaba luego de que la creciente
pasaba llevando toda la contaminación que la gran ciudad
producía.

Del grupo de niños, el más escandaloso,
tomando una piedra y lanzando con fuerza hizo daño a una
ala de un desafortunado gallinazo que estaba comiendo su
deliciosa mortecina. Sus amigos le decían: no tienes que
ser y tan malvado. . . por qué haces daño a ese
pobre e indefenso gallinazo? . . . . Lo único que hace es
asear la quebrada que la ensucian la gente que vive en la ciudad.
. . . Él es el que corre el riego de contagiarse de
enfermedades al alimentarse con los desperdicios, con piltrafas y
hasta con las serpientes que son un peligro.

Debido a la herida causada en su ala, el adolorido
gallinazo quedó inhabilitado para volar y tuvo que pasarse
acurrucado en el suelo durante toda la noche hasta cuando le
atacó un feroz chucuri de la quebrada, que
tomándole del cuello con sus mandíbulas, la sangre
le chupó para luego marcharse.

Al día siguiente, los dos hermanos miraron desde
las alturas el cadáver del desgraciado gallinazo y
soltándose en un llanto imparable, decidieron alejarse
para siempre del lugar en que nacieron, mientras iban
preguntándose:

Por qué tanta maldad en algunos niños
insensibles?

Acaso la vida de un gallinazo no tiene
sentido?

Por qué las personas que tienen inteligencia, no
valoran la libertad de quienes libres nacimos?

Así volaron con tristeza y se perdieron tras los
cerros nublados que están tan lejos de la gran ciudad.
Jamás volvieron a mirar el espeso bosque de árboles
viejos y retorcidos de eucaliptos y peor visitar a la quebrada y
al río.

El tiempo iba pasando presurosos, las quebradas se
llenaban de olores nauseabundos, sin control las ratas
repugnantes aumentaban día a día; la posa de agua
dormida y cristalina donde se bañaban los niños se
llenó de basura y de porqurías.

Los niños que presenciaron la violencia en contra
del indefenso gallinazo, extrañaban el vuelo apacible de
los tres hermanos que alegraban el ambiente semi selvático
de aquella orilla tan entrañable.

Debido a la acumulación de tanto desperdicio que
era la delicia de los gallinazos, la zona se infestó
provocando una fuerte epidemia que afectó a la
población de los alrededores. Muchos fueron salvados al
ser llevados oportunamente al Hospital y algunos murieron
prematuramente.

El niño causante de la tragedia del indefenso
gallinazo sobrevivió con una fuerte secuela de la epidemia
y en sus momentos de reflexión hizo un canto a la
vida:

Todos los seres, en esencia somos la vida,

nacidos de las entrañas de la misma
tierra,

componentes de una compleja naturaleza,

somos frutos del amor y de la providencia.

Somos el resultado de la cultura y de la
herencia

somos susceptibles de realizar el bien o el
mal,

corremos el riesgo de ser auténticos
creadores,

Partes: 1, 2, 3
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