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Del desempleo estructural al conflicto intergeneracional (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4

Según informó la cadena
pública BBC, el ministro de Trabajo y Pensiones, Iain
Duncan Smith, ha logrado "un amplio consenso" en el Gobierno para
impulsar unas políticas que premien el trabajo y disuadan
a los ciudadanos de seguir viviendo gracias a los subsidios
estatales porque de esta manera ganan más dinero que con
un empleo.

Las estimaciones del Gobierno es que se
podrían ahorrar de esta manera 9.000 millones de libras
(10.300 millones de euros), que se sumarían a los 11.000
millones de libras (12.600 millones de euros) que el Ejecutivo ya
recortó en su primera revisión de los presupuestos
generales del Estado el pasado mes de junio (2010).

Según adelanta el diario "The
Times", millones de ciudadanos sufrirán la
eliminación de prestaciones actuales, como los subsidios a
la vivienda, la ayuda por discapacidad o el complemento salarial,
que se sustituirán por un denominado un "crédito
universal".

El nuevo sistema pretende que cualquier
persona que acepte un puesto de trabajo tenga mayores ingresos
que si decide seguir cobrando el subsidio de desempleo, lo que a
la larga, según el Gobierno, evitará abusos y
ahorrará dinero a las arcas públicas.

La política de recortes está
causando fricciones en el seno del Gobierno, entre los
representantes de los distintos departamentos, cuyos titulares en
algunos casos han advertido del desgaste político que
estas medidas representan para el Ejecutivo.

El más contundente ha sido el
ministro de Defensa, Liam Fox, quien consideró
"draconianos" los recortes en los servicios públicos, una
afirmación que el propio primer ministro, David Cameron,
se apresuró a calificar como "infundada".

Fox y Cameron nunca han tenido una
relación fluida y la reciente filtración a la
prensa de una carta en la que el primero advertía al
segundo de la irresponsabilidad de recortar los fondos para las
Fuerzas Armadas ha supuesto la primera crisis de calado en el
seno del Ejecutivo desde su llegada al poder en mayo
pasado.

– Descanse en paz el Estado de bienestar
(Project Syndicate – 8/10/10)

(Por Guy Sorman) Lectura
recomendada

París.- Generalmente es más
fácil ver el principio de algo que su fin. El Estado de
bienestar, que nació en 1945 en la Gran Bretaña de
la posguerra, llegó a su fin esta semana, cuando George
Osborne, Ministro de Finanzas del Reino Unido, rechazó el
concepto del "beneficio universal", la idea de que todos, no
sólo los pobres, deben beneficiarse de la
protección social.

El arquitecto del Estado de bienestar, Lord
Beveridge, lo describió como una estructura concebida para
proteger al individuo "desde la cuna hasta la tumba". Este modelo
llegó a imperar en todos los países de Europa
Occidental, y las tradiciones y políticas locales
definieron la diversidad de su aplicación. Para la
década de los sesenta, toda la Europa democrática
era socialdemócrata, una combinación de libre
mercado y protección social masiva.

El éxito de este modelo
superó con mucho todas las expectativas y durante
décadas fue la envidia del mundo, como nunca llegaron a
serlo ni el capitalismo del "Viejo Oeste" estadounidense, ni el
socialismo de Estado soviético o maoísta. La
democracia social parecía ofrecer lo mejor de los dos
mundos, eficiencia económica y justicia social.

Es cierto que siempre hubo algunas dudas
persistentes sobre el Estado de bienestar europeo, sobre todo a
partir de los ochenta, cuando la globalización
llegó a las puertas del continente. Limitadas por los
costos financieros que conllevaba el Estado de bienestar -y tal
vez también por los desincentivos psicológicos y
financieros que incluía- las economías europeas
comenzaron a desacelerar, el ingreso per cápita se
estancó y el desempleo se hizo permanente.

Los defensores europeos del libre mercado
nunca fueron suficientes para reducir el Estado de bienestar. Ni
siquiera Margaret Thatcher pudo tocar el Sistema Nacional de
Salud. En el mejor de los casos, como en Suecia y Dinamarca, el
Estado de bienestar dejó de expandirse.

El Estado de bienestar resistió a
las críticas y al dolor de las economías estancadas
convirtiendo a la clase media en su colaboradora. En efecto, la
genialidad política de los creadores del Estado de
bienestar fue darse cuenta de que beneficiaría a la clase
media incluso más que a los pobres.

Consideremos los beneficios de salud. En
Francia se ha demostrado que la clase media gasta más per
cápita en su salud que el 20% de los franceses más
pobres. Como consecuencia, el sistema nacional de salud de hecho
proporciona un beneficio neto para quienes ganan un salario
promedio.

En efecto, incluso el reducido Estado de
bienestar estadounidense parece estar destinado más a la
clase media que a los pobres. El crédito fiscal sobre
ingresos ganados es el mayor beneficio. Todos los años 24
millones de estadounidenses de clase media reciben un reembolso
del Servicio de Rentas Internas. Quienes están bajo la
línea de pobreza no reciben efectivo, sino ayuda en
especie. Así pues, el Estado de bienestar estadounidense
significa dinero para la clase media y programas sociales para
los pobres. Ese patrón discriminatorio puede encontrarse
también en toda Europa Occidental

El ataque de Osborne contra el Estado de
bienestar británico comenzó con el subsidio
universal a la niñez, una prestación general que se
daba a todas las familias con hijos, independientemente de sus
ingresos. Esta prestación universal para la niñez
se introdujo casi en todas partes de Europa Occidental para
alentar la natalidad en países muy dañados
después de la Segunda Guerra Mundial.

En el Reino Unido, el 42% de los subsidios
a la niñez se destinan a las familias de clase media y de
altos ingresos. La proporción es igual en Francia. Osborne
ha propuesto que se deje de conceder a las familias con ingresos
correspondientes al nivel de imposición fiscal más
alto -la primera andanada de una campaña que podría
transforma todo el sistema de seguridad social mediante la
reducción de las prestaciones a las clases medias y
altas.

El ahorro que supone la propuesta de
Osborne (1,6 mil millones de libras esterlinas) representa apenas
una pequeña fracción del gasto anual del Reino
Unido en programas de seguridad social, que asciende a 310 mil
millones de libras esterlinas. No obstante, al atacar esta
prestación, el gobierno del Primer Ministro David Cameron
espera que el pueblo británico comprenda mejor la
injusticia del Estado de bienestar actual.

Todos los gobiernos de Europa
tendrán que hacer lo mismo: atacar al eslabón
más débil del sistema de protección social,
aquél que la mayoría de la gente pueda entender
mejor. Con ese mismo ánimo, el gobierno francés ha
arremetido contra las exorbitantes pensiones de los trabajadores
del sector público y la edad legal de la
jubilación, que ha tratado de elevar de los 62 a los 65
años.

Cualquiera puede entender que el subsidio a
la niñez para los ricos o que la jubilación a los
62 años son injustificables. No obstante, la resistencia
popular a la reducción de estas prestaciones supuestamente
injustas es mayor de lo que se esperaba. La clase media puede
intuir que este es el final de una era.

¿Acaso a la larga el gobierno de
Cameron –y cualquier otro que siga este
camino—cederá ante la cólera de la clase
media? En cierta medida, los gobiernos no tienen otra
opción que reducir las prestaciones de la clase media. La
crisis financiera de 2008, agravada por el inútil gasto
público keynesiano, ha llevado a todos los Estados
europeos al borde de la quiebra. Sólo los Estados Unidos
pueden imprimir billetes indefinidamente y aumentar su
deuda.

Así pues, los Estados europeos no
tienen más remedio que reducir sus gastos, y atacar las
prestaciones sociales que representan, en promedio, la mitad del
gasto público europeo es la forma más sencilla de
obtener un alivio fiscal inmediato. El Estado de bienestar no
desaparecerá de Europa, pero sufrirá recortes
–y se concentrará en quienes realmente necesitan la
ayuda.

Si se toma al desempleo como criterio
principal, el Estado de bienestar ha creado una red de seguridad
para la clase media pero ha dejado al 10% de su población
más vulnerable en una situación de dependencia
permanente de la seguridad social. Sesenta y cinco años
después de que Lord Beveridge confiara en que el Estado
nos acompañaría de la cuna a la tumba, Cameron y
Osborne nos piden que más o menos nos rasquemos con
nuestras propias uñas.

(Guy Sorman, filósofo y economista
francés, es autor de La economía no miente.
Copyright: Project Syndicate, 2010)

"En una osada apuesta para reducir el
déficit fiscal, el gobierno británico
desveló el miércoles un enorme recorte de gastos
que afectará a todo tipo de instituciones, desde la
policía hasta la reina de Inglaterra. El Reino Unido se
transforma, de esta manera, en un caso de estudio en el debate
sobre si la austeridad es una herramienta más efectiva que
el estímulo fiscal para reanimar la
economía"…
Gran Bretaña se la juega por la
austeridad (The Wall Street Journal – 20/10/10)

George Osborne, el responsable del Tesoro
británico, dijo que el país reducirá un
déficit presupuestario de 155.000 millones de libras
esterlinas (US$ 243.370 millones) mediante un ajuste fiscal de
81.000 millones de libras en los próximos cuatro
años. Los drásticos recortes son una apuesta a que
la reducción del gasto público mantendrá
bajos los costos de endeudamiento y reactivará al sector
privado sin hacer peligrar la débil recuperación
económica.

"Hoy es el día en el que Gran
Bretaña retrocede del borde del abismo, cuando
confrontamos las cuentas de una década de gastos", dijo
Osborne al Parlamento.

Osborne calculó que la
reducción promedio en los gastos de los departamentos
ministeriales bordeará 19% en los próximos cuatro
años, en lugar del 25% que había pronosticado
anteriormente. La nueva predicción permitió atenuar
las críticas de la oposición. El Partido Laborista
ha advertido del riesgo que supone recortar el gasto
precipitadamente, pero la colectividad contemplaba reducciones en
torno al 20%.

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No obstante, la coalición de
gobierno encabezada por el primer ministro conservador David
Cameron encontrará una fuerte oposición a su plan
en el extranjero, especialmente en Estados Unidos. El severo
ajuste de cinturón constituye un arriesgado experimento en
un momento delicado para la economía global. Los
economistas han debatido durante más de medio siglo sobre
el rol del Estado a la hora de combatir una recesión y las
principales economías del mundo están tomando
rumbos divergentes.

El presidente estadounidense, Barack Obama,
y sus asesores han reconocido la necesidad de reducciones del
déficit a largo plazo. Pero EEUU ha exhortado a los
países europeos a que no adopten recortes de gasto
demasiado enérgicos por temor a que la economía
global vuelva a caer en una recesión.

Europa hasta el momento ha ignorado el
llamado. La austeridad se ha transformado en la consigna de moda
en el continente tanto en las economías débiles,
como Irlanda y Grecia, como en las más estables, como
Alemania y Francia.

El mercado reaccionó sin sobresaltos
a los anuncios del miércoles en Londres, que ya se
habían ido conociéndose en las semanas previas. La
libra esterlina no registró grandes cambios y la deuda
británica subió levemente.

Pero aunque los números de
reducción del déficit británico no han
cambiado desde junio pasado, sí lo ha hecho el panorama
económico mundial. Los dos principales socios comerciales
del Reino Unido -la zona euro y EEUU-, han experimentado un
deterioro.

Con su voz volviéndose
áspera, Osborne anunció recortes anuales en los
gastos de la policía del 4% en los próximos cuatro
años; profundas reducciones en el reparto de fondos del
gobierno central a los gobiernos locales del 7,1% anual real; una
disminución del 14% para los años 2013 y 2014 en el
presupuesto de la Casa Real y del 33% en el propio Departamento
del Tesoro.

Osborne agregó otro recorte al
sistema de protección social de 7.000 millones de libras
que se suma a los 11.000 millones ya decididos. Sumando las
reducciones a las compensaciones por desempleo, pagos por
discapacidad de los trabajadores y beneficios por retiro (aunque
se excluye la sanidad pública) totalizarán 200.000
millones de libras, alrededor de 14% del Producto Interno
Bruto.

Osborne dijo que aún se están
haciendo inversiones para asegurar crecimiento y anunció
un incremento de 2.000 millones de libras en proyectos de
capital. Además, aseguró que se protegerá el
presupuesto de educación y ciencia en un intento por
estimular el sector privado.

– "La edad de oro acabó en 2008" –
La demografía no permite más Quantitative Easing
(Libertad Digital – 22/10/10) Lectura
recomendada

Los países han podido devolver sus
deudas tradicionalmente gracias a crecimientos progresivos de su
riqueza más una moderada inflación a largo plazo.
Pero el envejecimiento de la población afecta de forma
negativa a este proceso y ahora está sucediendo por
primera vez en todo el mundo.

(Por Marcos Ferrer)

En efecto, una mayor edad cambia la demanda
de bienes y servicios, modifica a largo plazo el consumo interno
y disminuye finalmente el ahorro. Por eso la devolución
ordenada de las cargas financieras presentes sólo se
podrá conseguir en los países más endeudados
mediante el desarrollo de excedentes comerciales sobre las
áreas que mantengan estructuras de población
más jóvenes y reducidas cargas
financieras.

Este cambio demográfico es el que se
aprecia en varios países desarrollados y muy especialmente
en España. Porque las franjas de población con
mayor poder adquisitivo y libres de cargas familiares
están desplazadas hacia los últimos años
laborables o en algunos casos hacia la población
jubilada.

Al mismo tiempo, los que tienen familia a
su cargo y soportan la mayor parte del consumo en bienes
duraderos se encuentran desempleados, subempleados o manteniendo
sus puestos de trabajo con reducciones salariales importantes. E
incluso los propios funcionarios están viendo serias
amenazas en el horizonte sobre su estabilidad laboral y poder
adquisitivo.

Jim Reid y Nick Burns han valorado el nuevo
contexto demográfico y han plasmado sus conclusiones en
este documento imprescindible del área de
investigación sobre mercados globales del Deutsche Bank y
que se titula From the Golden to the Grey Age (De la edad de oro
a la edad de las canas).

El final de la
época dorada

Por edad de oro se entiende en el informe
el periodo de tiempo que va desde principios de los ochenta hasta
el 2008. Es una época en la que los beneficios de los
activos promedian un 7,3%, con 15 años superando el 10%.
Durante los 60 años anteriores se había
desarrollado un beneficio promedio del 4%, por lo que se trata de
una anomalía que se debe explicar.

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Esta anomalía sobre el promedio se
ha producido cuando la mayor explosión demográfica
de la historia entre 1950 y 2000 ha alcanzando en esos 50
años un crecimiento del 142%. Es una franja amplia de
población a nivel mundial que ha llegado progresivamente a
la edad laboral, ganando un poder adquisitivo que le ha permitido
demandar activos de todo tipo. Pero actualmente el proceso se
está comenzando a invertir porque los baby boomers
están envejeciendo paulatinamente.

Son ellos, precisamente, la
generación que ha levantado con sus compras el precio de
los activos hasta llevarlos a retornos inéditos, pero
ahora se van a ir vendiendo progresivamente para poder financiar
sus jubilaciones. El problema es que la población que les
sucede y debería recomprarlos es cada vez menor y con un
poder adquisitivo mermado. De forma que una oferta superior a la
demanda hará que sus precios se reduzcan.

Además, aunque países como
China, sudeste asiático, India y Europa del Este han
participado de la globalización adquiriendo importantes
beneficios económicos, están sufriendo
también un giro demográfico o lo sufrirán en
los próximos decenios. China es, precisamente, un caso
paradigmático, pues su población puede comenzar a
envejecer antes de llegar a desarrollar una clase media
consistente con los estándares occidentales.

Por lo tanto, los posibles mercados
foráneos futuros para los activos en liquidación de
los países desarrollados también van a entrar en
breve en el mismo proceso. Y esta situación
colaborará una vez más para que se produzcan
retornos más reducidos en las inversiones.

Por otro lado, ha sido esta misma
globalización la que ha permitido contener hasta cierto
punto la inflación durante los últimos 30
años y crecer en medio de una época de gran
moderación. Pues al mismo tiempo que se abarataban costes
exportando las producciones, los desequilibrios en las balanzas
comerciales se producían en medio de una anómala
tolerancia a la deuda mientras se han podido exportar las
burbujas hacia economías en desarrollo.

Esto drenaba periódicamente el
núcleo del sistema e impedía sacar la liquidez
hacia las materias primas y otros activos que habrían
impactado con fuerza sobre los respectivos IPC nacionales. Pero
ahora estamos comenzando a experimentar una época con
crecientes dificultades, que va a terminar con la gran
moderación anterior porque se está abriendo un
periodo de gran volatilidad en los mercados.

El primer motivo es que la última
gran burbuja se ha producido sobre los propios países
desarrollados en el sector inmobiliario, sirviendo este activo
además para financiar un gasto corriente que ha mantenido
una rotación de inventarios y creación de empresas
a ritmos artificialmente altos.

Esta situación ha eliminado
prácticamente el ahorro en todos aquéllos
países que no conseguían competir en los mercados y
desarrollar excedentes en sus balanzas comerciales. Además
de producir en muchos casos una deuda privada
considerable.

El segundo motivo es, precisamente, esta
carga de deuda que se acumula tanto sobre el sector
público como el privado. Y sobre el público,
especialmente, por los planes de rescate bancario al reducirse el
valor de los activos inmobiliarios. Esto va a hacer
imprescindible un mercado de capitales fluido y ampliamente
disponible, pues en caso contrario se seguirán
experimentando severas dificultades en la refinanciación
de las deudas.

Además, Reinhart y Rogoff han
encontrado que cuando la deuda pública alcanza niveles del
90% se vuelve difícil producir crecimiento
económico por la creciente presión fiscal, por lo
que se hace aún más importante establecer
mecanismos de refinanciación adecuados a la nueva
situación.

El tercer motivo es que esta gran
volatilidad que ahora estamos experimentando desde 2007 se debe
en buena parte a que al mismo tiempo que se ha producido la
expansión demográfica antes mencionada, los bancos
centrales y el sistema bancario en su conjunto han expandido la
masa monetaria en cantidades crecientes gracias al abandono
progresivo del patrón oro. Esto ha provocado que durante
los últimos 90 años los precios aumentaran a una
velocidad nunca vista, doblándose en muy breves periodos
de tiempo.

En la gráfica aparecen resaltados el
número de años que se tarda en doblar los precios
en Reino Unido, y se puede observar claramente que desde la
conclusión de la Primera Guerra Mundial estamos en medio
de la mayor inflación continuada de la historia: en 91
años los precios se han multiplicado por 32.

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Es significativo también cómo
el precio del oro se ha mantenido más o menos estable a lo
largo de la historia, hasta que se ha producido una desbocada
expansión crediticia después de la creación
del Sistema de la Reserva Federal.

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Inflación y
demografía

Existen evidencias empíricas para
afirmar que los crecimientos abruptos de población tienen
un efecto positivo sobre la inflación. Eso es lo que se
observa durante los siglos XVI, XIX y XX cuando comparamos ambos
parámetros sobre escalas logarítmicas.

Se constata, por ejemplo, que el incremento
de precios entre 1500 y 1650 se produce en paralelo al incremento
demográfico posterior a las pestes que asolaron Europa,
más la entrada de oro y plata de América vía
España y el nacimiento de los primeros avances comerciales
e industriales europeos.

Por lo tanto, durante la segunda mitad del
siglo XX han coincidido dos variables tradicionalmente
inflacionarias: el crecimiento demográfico y la
expansión monetaria orquestada por los bancos centrales,
especialmente después del abandono del patrón oro
en 1971. La suma de estas dos variables ha provocado la
inflación de las últimas décadas

Sin embargo, si se hubiera mantenido una
base monetaria estable la inflación de activos
habría sido mucho más contenida o incluso
habríamos disfrutado de un prolongado periodo
deflacionario por la gran expansión demográfica,
con los consiguientes beneficios para la población en
general, ya que vería aumentar su poder adquisitivo de
forma sustancial. Y es que, tan sólo la suma de
expansión monetaria y demográfica genera
inflación generalizada.

Además, se habría hecho
imposible que EEUU desarrollara balanzas comerciales deficitarias
con Asia y Europa de forma tan amplia y prolongada,
impidiéndose la creación de los permanentes
desequilibrios comerciales.

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En la gráfica siguiente se observa
un hecho realmente significativo:

1. Entre 1900 y 1950 el crecimiento
demográfico es del 53% y la inflación del 236% en
EEUU y del 156% en UK.

2. Entre 1950 y 2000 la población
aumenta un 100% y la inflación un 600% en EEUU y un 1.900%
en Reino Unido.

3. El crecimiento demográfico
previsto para 2000-2050 es del 50%, la pregunta entonces es:
¿cuál va a ser la inflación en los
próximos 50 años?

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Atendiendo sólo a la paridad con la
demografía, la inflación debería ser en
cualquier caso muy inferior a la desarrollada durante el
último medio siglo y más acorde con la de comienzos
del siglo XX. Tal vez un 200-250%. Pero sólo en el primer
decenio del siglo XXI ya ha subido el índice CRB de
materias primas (sin corregir con las modificaciones del 2005) un
100%.

Gracias a la liquidación de activos
y la huída hacia el dólar después de agosto
de 2008 el índice se hundió hacia unos niveles
más racionales, pero ya está repuntando otra vez
buscando los máximos anteriores.

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¿Permite la demografía
más Quantitative Easing? ¿No sería
más efectivo liquidar los activos problemáticos y
dejar caer a las entidades financieras insolventes?
¿Qué están protegiendo realmente los bancos
centrales, las finanzas públicas o los balances de los
principales bancos comerciales?

Las inyecciones de liquidez contra deuda
pública afectan a las contabilidades nacionales y se
deberán pagar con imposiciones fiscales crecientes sobre
la población. ¿Soportándolas todos los
contribuyentes, tienen un origen democrático y de consenso
social esas decisiones económicas de los bancos centrales
o vienen impuestas como si estuviéramos sometidos a un
organismo de planificación económica con sus
propios intereses particulares?

"Los Presupuestos para 2011 han servido
de vehículo a los Gobiernos europeos para aprobar una
segunda oleada de consolidación fiscal. Sumando los
programas de primavera, la UE aspira a reducir el déficit
público en más de 300.000 millones en cuatro
años"…
Europa aspira a recortar su déficit
más de 300.000 millones en 4 años (Cinco
Días – 24/10/10)

Los Estados europeos encogen. La crisis de
deuda pública de primavera desencadenó una primera
fase de drásticos planes de ajuste a lo largo y ancho del
continente, dirigidos a contener la furia de los mercados. Pero
las tensiones no han terminado de remitir, y la vuelta del
verano, con la presentación de los respectivos
Presupuestos, ha dado ocasión a una nueva oleada de
ajustes.

Los ciudadanos británicos acaban de
conocer la peor parte. A mediados de octubre (2010), el Gobierno
conservador-liberal de David Cameron anunció un plan de
austeridad a cinco años valorado en más de 120.000
millones de euros, que acabaría con el déficit
estructural en 2014-2015 y rebajaría el desequilibrio
hasta el 2% (nueve puntos de PIB). Un avance más que
notable desde los 7.000 millones de los que habló Cameron
cuando accedió en mayo al poder. Las medidas incluyen
dramáticos recortes de ayudas sociales, que Downing Street
quiere compensar en parte instaurando un impuesto sobre los
pasivos bancarios.

Sin llegar al cariz británico,
también el Gobierno español ha vuelto a mover
ficha. Después del drástico recorte de mayo (que
incluyó rebajas de sueldo de los funcionarios y
congelación de las pensiones), Moncloa ha aprovechado los
Presupuestos de 2011 para incluir nuevas medidas, entre las que
destaca una disminución del 16% en los gastos
ministeriales y un frenazo a la obra pública. Con todo, la
vicepresidenta Elena Salgado ya ha advertido de que habrá
más sacrificios si el crecimiento no es suficiente para
cercenar el déficit hasta el 6% el año que viene,
algo que suscita dudas a organismos como el FMI. Los expertos
consultados por este periódico calculan que la
restricción adicional podría alcanzar los 10.000
millones de euros, o el 1% del PIB.

También Portugal está en
trámite de aprobar un serio plan de austeridad por valor
de 5.100 millones de euros, más del 2% del PIB. En la
tercera semana de octubre (2010), el ministro de Finanzas,
Fernando Teixeira, habló de emergencia nacional, y de que,
si el plan no sale adelante, los mercados situarán al
país en el nivel de Grecia. Este último país
e Irlanda afrontan las situaciones de partida más
dramáticas, con déficits superiores al
14%.

Alemania anunció en junio (2010) su
pretensión de recortar su déficit en 82.000
millones en cuatro años; dos tercios de esa cantidad
provendrán de reducción del gasto y, el tercio
restante, de subidas impositivas. Pese a su elevado montante
global, los recortes y nuevos ingresos previstos para 2011 apenas
alcanzarán el 0,5% del PIB. El 21/10, Berlín
elevó su previsión de crecimiento para 2010, hasta
el 3,4%, y no descartó reducir el déficit en 2012
hasta el 2,5% del PIB, medio punto más que el anterior
objetivo.

Por su parte, el Gobierno francés
apuesta por recortes modestos y fía su futuro fiscal a
previsiones de crecimiento que pueden pecar de optimistas. Sin
embargo, el retraso de la edad de jubilación hasta los 62
años ha suscitado, hasta ahora, la mayor respuesta social
entre los grandes países de Europa.

Al otro lado del Atlántico, las
elecciones legislativas del mes de noviembre determinarán
la capacidad el Gobierno de Barack Obama para poner fin a un buen
número de ayudas fiscales para las empresas y las grandes
fortunas. De momento, Washington mantiene su opción de
preservar los estímulos, una estrategia contestada por la
UE en el G-20.

Directrices presupuestarias del
Consejo

El control presupuestario se ha convertido
en el año 2010 en la principal obsesión de las
instituciones comunitarias, hasta el punto de abordar reformas
históricas como el control presupuestario preventivo. A
mediados del año 2011, el Consejo Europeo
establecerá las directrices sobre las que deberán
basarse los respectivos presupuestos nacionales para 2012, que se
aprueban en la segunda mitad del año. Ese innovador
control a priori, que seguirá realizándose en
años sucesivos, servirá para elevar la disciplina
fiscal y reducir las posibilidades de que se produzcan episodios
como el que afecta a Grecia. El comisario de Asuntos
Económicos y Monetarios, Olli Rehn cree que se trata de
"la mayor mejora en la arquitectura de gobernanza
económica europea".

En paralelo, Bruselas, a instancias de
Alemania, avanza en el refuerzo del Pacto de Estabilidad y
Crecimiento, para lograr que las sanciones a los Estados
incumplidores de los límites de déficit y deuda
pública sean "una respuesta normal, casi
automática", lo mismo que sucedería con los
incentivos para las mejores prácticas.

Europa entera se aprieta el
cinturón

La crisis económica internacional
continúa su difícil andadura en busca de una salida
que, a pesar de las señales positivas que llegan de
Alemania, se presenta extraordinariamente angosta para los socios
europeos. A partir del colapso de la deuda soberana sobrevenido
en primavera, un seísmo que ha tenido inquietantes
réplicas las últimas semanas, los Gobiernos
europeos decidieron tomar el toro por los cuernos y aplicarse a
una política de ajuste severo. Lo hicieron, una vez
más en la Unión Europa, tras no pocas indecisiones,
pero lo importante es que, también una vez más, se
han encarrilado por la vía de la política
común.

Las medidas de ajuste se han empezado a
incluir en los Presupuestos Generales elaborados por los
Gobiernos para el próximo año, y en muchos casos
afectarán a periodos que llegan hasta 2015. Son, por
tanto, planes a largo plazo que saludablemente superan en el
tiempo más de una legislatura. Y es que el compromiso es
grande. Cuantificado sólo en términos monetarios,
los países de la UE planean rebajar su déficit
conjunto en más de 300.000 millones de euros. El programa
de ajuste presentado por Reino Unido se puede poner el primero de
la lista por su inesperada dureza. Con un recorte, centrado sobre
todo en la rebaja de ayudas sociales, que supondrá
más de 125.000 millones de ahorro en cinco años, es
una cura de caballo que, al menos por ahora, no ha tenido una
reseñable contestación social. Alemania, con un
ajuste cercano a los 80.000 millones en cuatro años, y
Francia, donde se quieren ahorrar 40.000 millones sólo en
2011, completan el trípode de las grandes economías
de la UE que serán las que mayor ajuste cuantitativo
apliquen. Italia y España superan los 20.000 millones en
sus respectivos planes, igual que el peor alumno del club,
Grecia.

Son ajustes necesarios, gestados en una era
de la cigarra que Europa debe pagar ahora. El grueso de las
medidas se centra en el gasto y, dentro de éste, en
recortes en la función pública. A la vez, varios
países también elevarán el IVA. Todo indica
que este proceso va a hacer inevitable un periodo de
inestabilidad que pondrá a prueba la capacidad de las
autoridades políticas comunitarias, pero también
las nacionales. La combinación de los ajustes con reformas
estructurales está generando un fuerte rechazo social. En
Francia, la polémica ampliación de la edad de
jubilación ha hecho estallar un conflicto de más
calado, larvado hace tiempo en la sociedad gala, pero que es una
seria prueba no sólo para París, sino para la
UE.

Porque los ciudadanos europeos ven
cómo Europa se aprieta el cinturón, pero lo hace en
sus cinturas, mientras Estados Unidos opta por seguir apostando
por los estímulos a la economía. Si no se sabe
explicar bien, esta fuerte discrepancia se convertirá en
algo más que una simple diferencia
estratégica.

– La
contrarrevolución de los ni-nis (meando contra el
viento)

Pasacaille (I)

Debo confesarles que, inicialmente, me
sorprendió una huelga de estudiantes para protestar por el
retraso en la edad mínima de jubilación en Francia
(de 60 a 62 años). ¿Qué hacían los
jóvenes movilizándose por algo que los "pillaba tan
lejos"? ¿Defendían los derechos sociales de sus
padres? ¿Eran unos idealistas que salían a la calle
a luchar por la justicia social? ¿Querían volver a
levantar los adoquines buscando la playa que está debajo
(melancólico recuerdo de mayo del 68)?

Nada más lejos del idealismo
revolucionario… Nada más lejos de la solidaridad
social… Egoísmo en estado puro, con una alta dosis
de analfabetismo funcional.

Los "niñatos" de los Liceos, la
Sorbona, y otras "guarderías juveniles" han salido a la
calle con el objeto de evitar que los mayores dejen el mercado de
trabajo dos años después, postergando, por igual
plazo, sus expectativas laborales (sic).

Difícil encontrar un planteo
más lineal y mediocre. Asumir que los puestos de trabajo
pueden resultar hereditarios, recíprocos, o de "partida
doble". Si mi padre o el vecino se jubilan, yo podré
obtener un puesto de trabajo. Qué más da que
él sea fontanero y yo ingeniero, o que ella sea peluquera
y yo médica (o viceversa).

En la "empanada mental" de estos
"adolecentes perpetuos", lo mismo da Juana que su hermana. Para
un roto siempre hay un descosido. Es lo mismo planchar que
desarrugar. Todo vale, con tal de armar jaleo. Jugar a ser
grandes… Correr delante de los "polis"… Quemar
contenedores… Volcar e incendiar
automóviles… Romper escaparates…
¡Qué divertido! ¡Luego lo "colgamos" en You
Tube!…

¿Cuánto duró la
solidaridad "armada"? Hasta que llegó una semana de
vacaciones estudiantiles. La Asamblea Nacional aprobó la
reforma del régimen de pensiones, ¿qué
más da? Ahora, estamos de vacaciones… Pero cuando
regresemos ya verán… Se siguen cerrando
fábricas, ¿qué más da? Ahora, estamos
de vacaciones… Pero cuando regresemos ya
verán… Continúan perdiéndose puestos
de trabajo, ¿qué más da? Ahora, estamos de
vacaciones… Pero cuando regresemos ya
verán…

Más allá de You Tube,
Facebook, Twitter, los sms, el móvil, el
"garrafón", algún "porro" (o papelina), y el sexo
libre, no creo que éstos agitadores de "video juego"
estén para más. Absoluto relativismo moral. Nula
politización. Cero idealismo. Encefalograma plano. Y a
vivir, que son dos días… (si es de los padres,
mejor).

Esto, hablando de la juventud mejor
preparada de la historia, que si nos trasladamos a la "Banlieue"
(término propio de la lengua francesa con el cual se
denominan los suburbios de las grandes ciudades), ya me
dirán ustedes.

Allí residen los "auténticos"
ni-nis (los de la Sorbona son unos ni-nis "ilegítimos"). A
partir de los años 1960, se construyeron en las periferias
de las más importantes capitales de provincia francesas
zonas residenciales en las que se empezó a concentrar en
un primer tiempo la población obrera, principalmente.
Dicha población estaba ya en los años 60, compuesta
de numerosos inmigrantes magrebíes y africanos, así
como de gran número de descendientes de inmigrantes
europeos que se sumaban a las poblaciones procedentes del propio
éxodo rural francés. Estas barriadas se asentaron
en lo que antes eran pueblos o ciudades pequeñas
próximas a las capitales, y así pasaron a convivir
dichos obreros con una población de origen burgués
que se había asentado residencialmente en esas zonas por
elección, para escapar del bullicio de la gran
urbe.

Eso provoca que hoy día, en muchas
de estas "banlieues" se vea una frontera arquitectónica
clara entre una zona de chalets y casas monofamiliares y otra de
grupos masivos de edificios de 20 plantas y a veces más de
50 apartamentos por planta, reunidos en zonas llamadas
cité. Este contraste visual plasma obviamente un contraste
social de gran magnitud, y es una de las claves para entender lo
que se ha denominado muchas veces, y sobre todo en clave
informativa, el malestar del extrarradio ("malaise des
banlieues").

¿Qué hacen los ni-nis de la
cité? Por ahora, hacer una revolución social a
título individual. Vagancia… Trapicheo con
drogas… Robos y hurtos… Peleas entre
pandillas… Promiscuidad sexual… Alcoholismo
precoz… Y si hay que matar, se mata (a veces, entre ellos
mismos). Peccata minuta.

Perdidos entre el polvo de la droga y la
niebla del alcohol… Suicidándose poco a poco,
día a día… sólo los "moviliza" la
acción policial. Si la "Gendarmerie" detiene a uno de los
suyos (no digamos si lo hiere, o lo mata), entonces "estalla la
cité", sacan toda la rabia y frustración que llevan
dentro y "arde" París, o el suburbio de cualquiera de las
otras grandes ciudades. Coram populo.

Si sus padres trabajan o no, si pierden el
empleo, es algo absolutamente ajeno a ellos. Están
acostumbrados a las familias desestructuradas, a las carencias
afectivas y económicas, son hijos de la calle y a ella,
únicamente, se deben. Sus reglas las dicta la "pandilla" y
es todo lo que respetan. Calamo currente.

Mientras, el malestar del extrarradio
("malaise des banlieues"), lame sus heridas, aguanta y espera.
¿Seguirán conformándose con hacerse
daño a sí mismos? ¿Les alcanzará con
jugar (de vez en cuando) a "policías y ladrones"?
¿Ad nauseam?

Cuándo "despierten" (si el abuso del
alcohol y la droga, les deja alguna neurona viva) y comprueben
que la "integración" y el "multiculturalismo" han sido una
patraña, un engaño, una farsa, una mentira, un
embuste, una estafa, una trampa, un ardid, una artimaña,
una treta, un timo, un truco… ¿Qué
harán? ¿Seguir corriendo delante de los "maderos",
o darse vuelta y "tomar" la Bastilla?

Cuando "comprendan" (si todavía
pueden razonar mínimamente) que en el mejor de los casos
seguirán siendo unos "esclavos", igual que sus padres y
sus abuelos, seguirán siendo unos "desarraigados", igual
que sus padres y sus abuelos y en la peor circunstancia
(resultado más probable) sean "expulsados" como
"residentes invitados" (vaya eufemismo) ante la imposibilidad de
seguir siendo sostenidos por el estado… ¿Qué
harán? ¿Volver al Magreb o al África?
¿Incendiar Francia?

Algún día (ojalá)
tanto los "niñatos" de la Sorbona como los "ni-nis" de la
Banlieue, comprenderán que el "enemigo" está en el
sistema económico (donde la especulación y la
fiebre de los beneficios sigue desencadenada) y podrán
dirigir su frustración y su ira en la dirección
correcta. Si hasta puede que hagan una alianza generacional (mira
tú por dónde), casi diría, una alianza de
clases (aunque suene marxista), y salgan a levantar los adoquines
(abajo está la playa, aún), para iniciar la
verdadera y auténtica rebelión de los ni-nis (antes
que el sistema logre que ni estudien, ni trabajen, ni piensen).
¿Si ustedes no lo hacen, quién lo va a
hacer?…

– La contrarrevolución de los ni-nis
(Libertad Digital – 21/10/10) Lectura
recomendada

(Por Juan Ramón Rallo)

Será la insolidaridad
intergeneracional, pero me cuesta entender que los más
jóvenes, por ejemplo en Francia, se manifiesten para
impedir cualquier reforma del sistema público de
pensiones; a saber, ese timo piramidal por el cual ellos
están sufragando la temprana jubilación de sus
mayores a cambio de que nadie sufrague la suya cuando lleguen a
la ancianidad. Porque, tal y como está invertida la
pirámide a día de hoy, la cuestión dentro de
unos años será ésa: si la Seguridad Social
colapsará antes o después; si se tendrán que
reducir las pensiones mucho o muchísimo; si la edad de
jubilación se retrasará hasta los 70, los 75 o los
80; y si las cotizaciones de los proletarios serán
todavía más gravosas de lo que ya lo
son.

Pero hoy la cuestión es otra. Los
sistemas públicos de pensiones europeos son tan eficientes
que tienen que arrebatar alrededor del 30% del salario de los
trabajadores para sufragar unas pensiones míseras o
tirando a míseras; así en España, así
en Francia. Al tiempo, la tasa de desempleo juvenil alcanza la
sangrante media del 20,5% en la Unión Europea: el 22,5% en
Francia y el 42,1% en España. Nada que ver, deben de
pensar los cráneos más privilegiados. Todo o casi
todo que ver, deberían de concluir quienes poseyeran la
más elemental noción de economía.

Porque el paro persistente y estructural
tiene una causa –una- y es que los salarios que desean
percibir los trabajadores (o se les obliga a percibir vía
salarios mínimos y convenios colectivos) son superiores a
su creación de valor dentro de la empresa. Venimos de unos
años donde muchos precios -incluidos muchos salarios- se
inflaron de manera insostenible gracias a la hinchazón
crediticia; normal que con su contracción muchos precios
-incluidos muchos salarios- deban ajustarse a la baja. Nadie se
sorprenda, pues, del desempleo: aquellos mercados donde los
precios se mantienen artificialmente altos se caracterizan por la
acumulación de excedentes productivos que no pueden
colocarse a los consumidores; tal es el caso del ejército
industrial de reserva que estamos creando en Occidente gracias a
nuestra envidiable rigidez salarial.

Por supuesto, la vida sería mucho
más sencilla si en lugar de bajar salarios
redujéramos nuestras mordientes contribuciones a la
Seguridad Social, porque lo relevante para aquellas industrias en
crisis no es que los salarios caigan, sino que lo haga el coste
de la contratación; y un 30% de este coste de
contratación -ahí es nada- son contribuciones a la
Seguridad Social.

Pero claro, nuestro descompuesto sistema
público de pensiones no puede permitirse renunciar a ese
tercio de salarios si es que quiere sobrevivir unos añitos
más en su moribundo estado actual. Así que ya lo
tienen: nos quedamos con salarios demasiado altos, con
contribuciones demasiado elevadas y con tasas de paro
insoportables. ¿Respuesta entre los damnificados? Nada,
los más jóvenes salen a la calle para entonar el
vivan las cadenas, para celebrar y exigir la permanencia del
sistema que, primero, les imposibilita constituir un amplio
patrimonio a lo largo de su vida laboral y que, ahora, les impide
que posean siquiera una vida laboral.

La contrarrevolución de los ni-nis
iniciada para perpetuar la explotación del politicastro.
Dentro de 40 años se lo encontrarán: sin
patrimonio, sin "derecho a" jubilarse a los 65 o a los 70 y con
una pensión pública residual. Pero ojo, la culpa
será del capitalista de turno, de los Apple, Google, Wal
Mart o Mittal del futuro. Todo muy lógico, sí
señor.

Y en casa, nuestro flamante -por sus ideas-
ministro de Trabajo se estrena reclamando que el gasto
público en pensiones se incremente un 50%. Nada hombre,
que por lo visto un 42% de desempleo juvenil le sabe a
poco.

– Ni Liberté,
ni Égalité, ni Fraternité,…
sólo miedo y desconcierto

Pasacalle (II)

Probablemente mi segunda "marcha popular"
entre en conflicto con algunos (si no todos) los artículos
periodísticos que adjunto, con recomendación de
lectura. No es un fallo de selección. Es un modo de
alentar el debate de ideas, con el debido respeto (a los autores
y a los lectores). Una prueba de humildad intelectual. Una
actitud liberal y democrática premeditada. Ustedes deben
examinar, interpretar y resolver. Que de eso se
trata…

¿Por qué únicamente
los griegos (por defecto) y los franceses (por exceso) han salido
a las calles de Europa para hacer oír su disgusto y
frustración? ¿Los demás europeos
están conformes y aceptan el "fusilamiento" del Estado de
bienestar, como el mal menor? ¿El colesterol acumulado en
los años felices les impide reaccionar?
¿Están anestesiados, o paralizados por el miedo y
el desconcierto?

Mientras los europeos se aclaran, les
presento algunos comentarios para ayudarles a identificar, tal
vez, el auténtico dilema. Ruego que disculpen ciertas
reiteraciones.

Resulta llamativa (por no decir irritante)
la generosidad con la que los gobiernos europeos concurrieron en
auxilio de la banca, y la astringencia (por no decir
miserabilidad) con que tratan de cuadrar las finanzas
públicas, para satisfacer las "calificaciones" crediticias
de los mismos que provocaron el hecho de la causa.

Para los analfabetos funcionales y algunos
amnésicos voluntarios, le dejo una frase que me viene a la
mente al ver un comportamiento tan mendaz: "Hombres necios
que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois
la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia
sin igual solicitáis su desdén, ¿por
qué queréis que obren bien si las incitáis
al mal?"
(Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1696),
poetisa mexicana).

Cuando la banca necesito del "relajamiento
cuantitativo" tanto los analistas financieros más
acreditados, como innumerables economistas telegénicos
lanzados al estrellato, sin olvidar a diversos gurús
mediáticos, prestigiosos académicos y premios
nobel, así como todos los burócratas de organismos
internacionales, vieron con buenos ojos el socorrismo ilimitado.
Lo promovieron, lo apoyaron y lo aplaudieron (conviene
recordarlo). La hemeroteca registra sus
"deposiciones".

Se debe restablecer el sistema
(sic)… Hay que tranquilizar a los mercados (sic)…
Si se tiene que usar la máquina impresora de billetes se
utiliza (sic)… Si hace falta tirar dinero desde un
helicóptero se lanza (sic)… Si hay que monetizar la
deuda se monetiza (sic)… Así, hasta descubrir que
la inflación es "buena" (borrando con el codo lo escrito
con la mano, y abjurando de los dogmas y paradigmas que tantas
veces han impuesto -dolorosamente- a los países
subdesarrollos).

Y en ello continúan… Basta
ver el QE2 de la Fed (y los que vendrán).

Entonces, ¿por qué
tamaño ejercicio de hipocresía? ¿Por
qué hay dinero para la banca (que para más inri no
ha mostrado ningún tipo de arrepentimiento, ni pedido
perdón, ni manifestado propósito de enmienda) y no
para los gobiernos?

¿Qué diferencia hay entre el
déficit público provocado para salvar a la banca y
el déficit público causado para mantener las
fuentes de trabajo, la educación, la sanidad o el sistema
de protección social? ¿Qué hay de malo en
seguir teniendo grandes déficits presupuestarios hasta que
esté bien restablecida la recuperación
económica? ¿Por qué hay tanto apuro en
cerrar el grifo del gasto público cuando antes se fue tan
generoso (en montos y plazos) a la hora de socializar las
pérdidas de la banca? ¿Qué mejor empleo del
dinero del contribuyente que cuando se gasta en beneficio del
contribuyente? ¿Crea más valor el incremento de un
punto de rentabilidad bancaria que la disminución de un
punto en el índice de desempleo?

Hay comportamientos siniestros
(¿robos legales?) que sólo pueden calificarse como
"ofensas a la inteligencia" del ciudadano. El BCE no puede
comprar directamente deuda pública de los países
miembros, por lo cual descuenta "deuda tóxica" de los
bancos europeos al 1%, para que esos bancos suscriban deuda
pública al 4%. Un negocio "redondo" para los bancos (ganan
un 3%, sin cortarse un pelo) y "ruinoso" para los países
europeos (pagan un 3% de más, para satisfacer el
comportamiento prevaricador del BCE y beneficiar a la banca por
la puerta de atrás, que de eso se trata). ¿Por
qué continuar dando dinero a los bancos para que sigan
haciendo negocios con una deuda pública, que ellos mismos
han causado?

Otra actitud desconcertante del BCE: Si
este banco central de bancos centrales europeos emitiera deuda
soberana con toda seguridad tendría una
calificación de triple A, con lo que la tasa de
interés y el costo de los seguros de impago
bajarían sustancialmente (en comparación con el
costo de capital existente para los países europeos
periféricos). Probablemente la demanda de esos bonos
tendría un mercado internacional al nivel de la deuda
estadounidense, inglesa o japonesa. ¿Por qué no lo
hace? ¿Miedos de Alemania? ¿No pisar el terreno de
EEUU y RU (la batalla de la triple A)? ¿Complejo de
inferioridad? ¿Problemas de inseguridad e inmadurez?
¿Burocracia mansa, "aculada en tablas"? ¿Estulticia
manifiesta?

En el análisis de la crisis, es de
lamentar que una de sus mayores consecuencias sea que mucha gente
perdió su empleo sin haber tenido nada que ver con las
conductas irresponsables que la generaron.

Aunque no se puede culpar a unos pocos de
la crisis, sin dudas la responsabilidad principal está en
los reguladores y en la clase política que permitieron que
la burbuja continuara por creer que el sistema capitalista
podía regularse a sí mismo y que el mercado
podía ocuparse de casi todo.

Mientras continúan estimulando "el
circo de la bolsa", el drama social del paro no remite, y el BCE
se "ata las manos" para luchar contra la crisis. Aunque nadie
tiene, con todo, los amplios márgenes que nunca
tuvo.

El desconcierto de los europeos los
inmoviliza. Por no repetir la historia (recuerdos de la
hiperinflación en Alemania), están "suicidando" el
futuro. El miedo paraliza.

Si los alemanes quieren recordar que
recuerden a Friedrich List (uno de los economistas más
destacados del siglo XIX, cuya principal aportación al
pensamiento económico fue su planteamiento de una
estrategia alternativa e integral para el desarrollo
económico basada en una concepción diferente de la
política de comercio exterior), y actúen en
consonancia. La tierra no es plana.

Les dejo un par de párrafos de List
para que intenten buscar alguna luz en las tinieblas (aunque el
miedo los paralice, ni-nis, ninjas and so on, por favor
piensen):

"en efecto, hemos conocido ejemplos de
naciones que han perdido su independencia y hasta su existencia
política, precisamente porque sus sistemas comerciales no
sirvieron de estímulo al desarrollo y robustecimiento de
su nacionalidad"…

"desafortunadamente los fundadores de esta
doctrina peligrosa (el libre cambio), eran hombres de grandes
mentes, cuyos talentos les permitieron dar a sus "castillos en el
aires" la apariencia de construcciones fuertes y bien
fundadas"…

List consideraba que entre la
economía cosmopolita (globalizada) y la economía
egoísta del individuo debe situarse la economía
nacional. Esto, para empezar…

– La revolución reaccionaria
francesa (Project Syndicate – 26/10/10)

(Por Dominique Moisi) Lectura
recomendada

París.- La expresión "la
excepción francesa" no sólo se aplica a los asuntos
culinarios, sino también a las cuestiones sociales y
económicas. Una mayoría de los franceses actuales
reconoce que es necesario aumentar la edad de la
jubilación para velar por la supervivencia del sistema de
pensiones. Sin embargo, según todas las encuestas de
opinión, casi el 70 por ciento de los franceses apoya a
los manifestantes que están saliendo a las calles para
bloquear las modestísimas reformas introducidas por el
gobierno del Presidente Nicolas Sarkozy.

"La excepción francesa" es el
producto de un encuentro entre una historia política e
intelectual peculiar y el rechazo de las minorías que
ocupan el poder actualmente. Para consternación de sus
vecinos europeos y ante un público mundial desconcertado,
los franceses están demostrando una vez más su
extraña tradición de recurrir a medios
revolucionarios para expresar inclinaciones conservadoras
extremas.

A diferencia de sus predecesores de mayo de
1968, los manifestantes de hoy no están en las calles para
defender un futuro diferente y mejor. Han salido en gran
número para proteger el status quo y expresar su nostalgia
por el pasado y su miedo al futuro.

Y, sin embargo, el reaccionario movimiento
revolucionario del tipo que estamos presenciando -una
reacción violenta contra las consecuencias inevitables de
la mundialización- sigue siendo inconfundiblemente
francés. Lo impulsa el extremo racionalismo cartesiano,
rayano en el absurdo, de un país cuyos ciudadanos siguen
viendo al Estado en cierto modo como los adolescentes ven a sus
padres.

De hecho, ver a estudiantes de bachillerato
expresar su hostilidad al ligero aumento en la edad de
jubilación previsto por Sarkozy resulta particularmente
revelador. Parecen confirmar la "sabiduría" de una
estudiante china que recientemente describió su plan de
vida a una revista americana: "Comenzaré con una buena
universidad americana para reforzar mi instrucción, luego
trabajaré en China y me haré rica y después,
cuando me jubile, me iré a Europa para disfrutar de la
vida". Si se va a Francia, puede vivir en un lugar ideal para
disfrutar del presente, no para construir un futuro.

Los que protestan saben que lo que piden en
las calles hoy -el mantenimiento de lo que tienen- carece
totalmente de realismo. Sin embargo, les parece totalmente
legítimo seguir así. ¿Y si lo que de verdad
está mostrando Francia al mundo es en qué consiste
la "buena vida": no en formar parte de una "gran nación"
con bomba nuclear y un puesto en el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, sino en ser una "nación feliz", cuyos
ciudadanos saben vivir bien y quieren disfrutar de una larga
"segunda vida" después de la jubilación?

Desde ese punto de vista, Francia vuelve a
ser, una vez más, la punta de lanza de una nueva
Revolución Europea: una revolución no basada en los
principios de "Liberté, Égalité,
Fraternité", sino en el principio de placer. Esa clase de
franceses quieren encabezar a los europeos en su intento de pasar
a ser un museo de la buena vida y centrarse en el turismo.
¡Francia debe ser el modelo de una opción
substitutoria!

Pero esa visión irónica de la
Francia actual es demasiado simplista o romántica y no
comprende la combinación de miedo y descontento social que
resulta visible ahora en el actual maelstrom francés. En
su afanosa búsqueda de satisfacción los franceses
expresan un profundo malestar existencial. Parecen estar
preguntándose: "Puesto que ya no podemos ser grandes,
porque otros nos han superado, ¿podemos ser simplemente
felices?"

Pero su oposición al cambio refleja
no solo cierta negación de la realidad. Corresponde
también a una refutación del hombre que encara para
ellos todo lo que rechazan. De hecho, la impopularidad personal
de Sarkozy desempeña un papel importante en la persistente
fuerza de la oposición antirreforma. ¿Cómo
puede un hombre que representa a las "grandes empresas" o que
simplemente parece fascinado por el dinero atreverse a pedirles
que se sacrifiquen por Francia? Hoy día, la pasión
francesa por la igualdad supera con mucho la pasión
francesa por la libertad, por lo que amenaza a la prosperidad
francesa.

Se utiliza el destino de quienes empezaron
a trabajar a muy temprana edad o de las mujeres que dejaron el
trabajo para criar a sus hijos como argumento contra la reforma,
pero se trata de una mera coartada que permite a los franceses
afirmar que, aunque nada tienen en principio contra la reforma,
la propuesta está cargada de injusticia.

El resultado es difícil de predecir.
La lucha de voluntades entre Sarkozy y la calle sigue aún
sin zanjar. Si yo tuviera que apostar, sería a que el
Gobierno acabará ganando esta batalla, pero no es probable
que Sarkozy obtenga un beneficio a largo plazo de su modesto
éxito y la batalla por la reelección se le
hará muy cuesta arriba.

Los franceses no han elegido aún
entre defender el viejo mundo y afrontar los desafíos de
un mundo mundializado. Su propia vacilación es motivo de
perplejidad para la mayoría y de admiración para
unos pocos. Francamente, resulta más fácil explicar
su comportamiento que entenderlo.

(Dominique Moisi es el autor de The
Geopolitics of Emotion ("La geopolítca de la
emoción"). Copyright: Project Syndicate, 2010)

– Un Estado social lleno de agujeros (El
País – 30/10/10) Lectura recomendada

Los franceses esperan mucho de lo
público y se revuelven contra los recortes – Los consensos
republicanos se agrietan – ¿Un modelo
sostenible?

(Por Joaquín Prieto)

Antes de que entre en vigor la reforma de
las pensiones forzada por el Gobierno de Nicolas Sarkozy, la
Seguridad Social francesa gasta en jubilaciones el equivalente al
12,5% del PIB, casi cuatro puntos más que en
España. Con grandes diferencias entre hombres y mujeres,
por cierto: según un estudio del Instituto de
Estadística francés (de hace cinco años), la
pensión media de los hombres, 1.603 euros al mes, supera a
los 1.027 de las mujeres, como consecuencia de la desigualdad de
salarios cuando estaban en activo.

En conjunto, Francia no es el mejor
país para jubilarse (Holanda o Dinamarca son más
generosos), pero sí uno de los buenos. El Estado reembolsa
al ciudadano gran parte de los gastos sanitarios (los dentales
incluidos), paga ayudas familiares en función del
número de hijos (que cobran hasta que son mayores de
edad), subvenciona el alojamiento a los que perciben ingresos
bajos, ayuda al padre o madre que deja de trabajar para
encargarse de los hijos (varios años), da apoyo
económico en caso de dependencia. Y cuando se jubila, en
general antes que en los países de su entorno, le queda
una veintena larga de años por delante (de media), para
vivir con pensiones decentes.

Es el modelo social. El conjunto de
derechos que el poder público ha ido reconociendo a una
sociedad que espera mucho del Estado, y que tiene organizada una
burocracia muy fuerte para gestionarlo. Funcionan varias decenas
de organismos solo para las pensiones, pero eso no es nada en
relación con el elevado número de personas que
mantienen la solidez de un aparato tan centralizado: unos cinco
millones, si a los empleados públicos se suman los de
entidades locales y de la Seguridad Social. Uno de cada cinco
franceses en activo trabaja para el sector público. Pero
el Estado ya no es aquel que nacionalizaba o garantizaba
más derechos: una de sus funciones capitales consiste
ahora en pedir dinero prestado.

Porque desde 1980, la deuda soberana se ha
multiplicado por cinco. El sistema de pensiones está en
déficit. El número de parados roza los cuatro
millones (casi como en España, aunque aquí pesan
más por la menor población). La suma de ingresos
fiscales y cotizaciones sociales representa el 45% del PIB,
mientras los gastos equivalen al 55%; la diferencia es el
déficit público que soporta el país, 173.000
millones de euros, casi cuatro veces más que en
2007.

"¡Qué viene el lobo!", gritan
bastantes expertos. Como el economista Jacques Attali, ex
consejero de François Mitterrand y actual asesor de
Sarkozy, quien describe un panorama dantesco en publicaciones e
informes al jefe del Estado. A partir de 2015 faltarán
decenas de miles de millones cada año para poder pagar las
pensiones y los gastos sanitarios, y otro tanto para abonar los
intereses del endeudamiento. Si la deuda soberana de Francia, que
ya es del 80% del PIB, continúa a este ritmo,
alcanzará el 130% en 10 años y el 200% en 20. Si no
se frena inmediatamente, "el próximo presidente de la
República no podrá hacer otra cosa, durante todo su
mandato, que conducir una política de austeridad o
declarar una moratoria en el pago de la deuda", advierte este
apóstol del apocalipsis.

El miedo a la credibilidad financiera del
Estado en los mercados y a la opinión de las agencias de
calificación de deuda probablemente ha pesado mucho en la
tajante actitud de Sarkozy, que ha escogido las pensiones como
terreno en el que dar un palmetazo. Por razones no muy diferentes
de las que hicieron caerse del caballo a José Luis
Rodríguez Zapatero, en mayo pasado, respecto al gasto
público y la reforma laboral. Con toda su secuela de
damnificados y de incertidumbres para el futuro. Un par de
años de retraso en la edad de jubilación (de 60 a
62 para tener derecho a pensión, de 65 a 67 para cobrar el
máximo) no parece terrible, visto desde países en
los que predominan los 65 como edad legal (con previsiones de
alargarla a los 66 o 67). Pero beneficiarse de la pensión
plena exigirá 41,5 años cotizados (aunque haya
excepciones: policías, bomberos y otras profesiones
duras). Una persona que entre en el mercado laboral a los 25
años, muy normal en el caso de universitarios, no
habrá cotizado lo suficiente hasta que cumpla los 66 (dos
más que hasta la fecha). Y existen amplias dudas de que
pueda trabajar tanto tiempo: más de la mitad de los que
ahora se retiran a los 60 se encuentran en paro o
inactivos.

El miedo al futuro se debe a que la
economía francesa crece poco y no crea empleo. Los que se
oponen a la reforma de las pensiones aducen que reducir los
déficits de las cajas de pensiones va a incrementar los
del seguro de paro; eso, si no hay rebaja de las cuantías
de las pensiones. "La gente no va a trabajar más tiempo
porque se alargue la edad de jubilación. La gente se
jubila habiendo cotizado de media 37 años y medio, y
todavía menos si se trata de mujeres", sostiene Jacques
Généraux, uno de los pocos economistas que han
defendido el mantenimiento de la regla de los 60
años.

La ruptura de los consensos republicanos
está ahí. En numerosos foros de Internet se
sostiene que los asalariados con menos ingresos corren el riesgo
de quedarse descolgados si Sarkozy consigue doblegar la
"solidaridad nacional" y favorecer la expansión de fondos
de pensiones privados, que todavía tienen una presencia
simbólica. El presidente no ha dicho nada sobre esto, pero
ya sospechan de él. "En el momento en que el sistema
capitalista muestra sus contradicciones, ¿por qué
motivo hay que llamarle para encontrar una solución con la
que perennizar el sistema de pensiones?", se pregunta Marck
Blondel, ex secretario general del sindicato Force
Ouvrière (FO).

Varios sondeos han mostrado el apoyo de la
mayoría (en torno al 70%) a las protestas contra el
retraso de la edad de jubilación. Y al tiempo, una
mayoría comprende también que el futuro de las
pensiones está en peligro y hay que reformarlas. Esa
mayoría desconfía de Sarkozy, porque le acusa de
descargar los esfuerzos sobre las espaldas de los ciudadanos del
común, mientras protege a los grandes empresarios y
directivos.

Francia es un país donde todo se
debate -en general, con seriedad-, y las desigualdades sociales
son la madre de todas las discusiones. "Desde hace 10
años, la riqueza de los más ricos ha explotado,
literalmente, mientras los ingresos medios se estancaban",
escribe Denis Olivennes, director del semanario Le Nouvel
Observateur. Una de las informaciones a las que se presta mayor
atención es la evolución de la fortuna de los
más ricos y lo que cobran los altos directivos.
Según datos recientes de la revista Challenges, la familia
de Lilian Bettencourt, número uno mundial de los
cosméticos (L" Oréal), ha pasado de una fortuna de
10.073 millones el año pasado a 14.449 millones en 2010;
esta empresaria lleva varios meses en candelero por las
vinculaciones que mantuvo con la esposa del ministro de Trabajo,
Eric Woerth, responsable del proyecto de reforma de las
pensiones. Por cierto, Bettencourt es solo la tercera fortuna de
Francia. El número uno mundial del lujo, Bernard Arnault,
ha atravesado estupendamente la crisis y ahora su fortuna,
estimada en 14.584 millones de euros en 2009, aumenta hasta los
22.760 millones. Se ha instalado la idea de que una
minoría aumenta espectacularmente su patrimonio, mientras
las cajas del Estado se vacían y escasean los fondos para
la protección social.

El problema no es solo que falte consenso.
La cuestión es que la militancia sindical no reúne
más allá del 8% de los trabajadores, y que el
Gobierno se ha negado a negociar esta reforma. Pero los partidos
de izquierda tampoco se benefician apenas del desgaste de
Sarkozy, según los sondeos. Uno de los miembros destacados
del partido socialista y a la vez director del Fondo Monetario
Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, desconcertó a
los suyos con una declaración televisada en la que
invitó a sus compatriotas a no hacer "un dogma" del
derecho a jubilarse con 60 años. "Es bastante evidente en
muchos países que si se envejece más tiempo, hay
que trabajar más tiempo". Matizó en seguida que
hace falta distinguir entre trabajos penosos, carreras largas y
otros casos excepcionales, pero remató: "El mundo cambia
muy deprisa y vivimos en la globalización, que tiene
ventajas e inconvenientes, pero es la realidad. Hay que tenerlo
en cuenta".

Tras el diálogo de sordos, los duros
enfrentamientos callejeros de las últimas semanas
ayudarán poco a restablecer la cultura del pacto. Que se
hayan bloqueado 400 de los 4.300 centros de enseñanza
media ha sido una de las pequeñas sorpresas de este
movimiento. Pero lo importante es cómo se van a conseguir
recursos para sostener tantos servicios como los que presta el
Estado francés, en época de corto crecimiento
económico.

Y en ese contexto, el aumento de la
esperanza de vida es un gran logro; y a la vez, financiar
jubilaciones largas es un gran desafío.

– La crisis del modelo francés (El
País – 30/10/10) Lectura recomendada

(Por Raymond Torres)

No dejan de sorprender las protestas
sociales que se han producido últimamente en Francia con
motivo de la reforma de las pensiones. En ningún otro
país desarrollado, salvo Grecia, el descontento se ha
expresado en la calle de forma tan masiva. Los manifestantes se
oponen al retraso de la edad de jubilación hasta los 62
años (67 para los que no han cotizado lo suficiente). En
otros países, este tipo de reformas -a menudo más
ambiciosas- fueron consensuadas o se realizaron sin
oposición significativa.

En realidad el descontento traduce el
pesimismo de muchos franceses con respecto a su futuro. El modelo
social, basado en la doble promesa de prosperidad
económica e igualdad de oportunidades bajo el ala
protectora del Estado, está en crisis. Un 35% de las
personas en edad de trabajar no tienen empleo -sobre todo
jóvenes y mayores de 50 años-, muy por encima de
Alemania y la media de los países desarrollados. Como
consecuencia, el gasto social es uno de los más altos del
mundo: representa un 28% del PIB, tres puntos por encima de
Alemania, y casi 10 por encima de la media de los países
desarrollados. Pese a ello, los índices de pobreza han
aumentado para algunas categorías como los jóvenes
sin empleo. Más grave aún, la igualdad de
oportunidades se está convirtiendo en un mito. En los
suburbios de las grandes ciudades, el sistema escolar se ha
deteriorado. Francia figura lejos del pelotón de cabeza en
los test internacionales de nivel educativo de los
quinceañeros. Más de 120.000 jóvenes salen
cada año del sistema escolar sin titulación ni
cualificación adaptada a las exigencias del mundo laboral.
Las posibilidades de movilidad social entre las clases populares
se han visto gravemente afectadas por estas tendencias, mientras
que las clases medias temen por su empleo y el futuro de sus
hijos.

Probablemente no haya otra sociedad
más sensible a las "injusticias sociales" que la francesa.
Por ello no deja de preocupar que la percepción de
injusticia se haya agudizado con la crisis financiera de 2008.
Las remuneraciones de los directivos de los bancos chocan con la
responsabilidad del sector en la crisis. Y la introducción
por el Gobierno del presidente Sarkozy de un tope al impuesto
sobre la renta se ha percibido como una decisión injusta.
Fue ese el contexto en el que surgió la reforma de las
pensiones.

La crisis del modelo francés se debe
sobre todo a lo difícil que resulta reformarlo. Se espera
demasiado del Estado, y este a su vez tiende a tomar decisiones
de forma centralizada, lo cual explica la repetición de
manifestaciones contra los gobiernos sucesivos. Algo que no tiene
sentido en países más descentralizados o con
diálogo social fluido.

Es urgente mejorar la capacidad del modelo
para reformarse. La globalización exige una
adaptación constante a un entorno más competitivo.
La sociedad francesa es más heterogénea:
inmigración, crecimiento exponencial de familias
monoparentales, etcétera. Y por supuesto el envejecimiento
también exige modificaciones del modelo.

Hasta ahora, la economía francesa no
se ha visto afectada por esta situación. Antes de la
crisis, el crecimiento de la economía gala se acercaba a
la media europea, y superaba al de la economía alemana.
Francia cuenta con algunos sectores muy competitivos y es el
segundo país que recibe más inversión
directa internacional. Pero evidentemente las perspectivas
económicas pueden cambiar. En principio, el modelo
francés de prosperidad y equidad mantiene su plena
vigencia. La clave para salvarlo está en mejorar su
capacidad de reformarse mediante una mayor
descentralización, así como la implicación y
responsabilización de los actores sociales.

(Raymond Torres es director del Instituto
Internacional de Estudios Laborales de la OIT)

– Los franceses y el trabajo (La Vanguardia
1/11/10) Lectura recomendada

(Por Lluís Uría)

"¡Aquí nadie quiere trabajar,
pero todo el mundo exige buenos sueldos!", trona Ben, tunecino de
origen y francés de adopción que explota un puesto
de frutas y verduras en la banlieue parisiense. Durante dos
semanas, Ben ha tenido que aguzar el ingenio para obtener gasoil
antes de dirigirse, de madrugada, a cargar el furgón al
mercado central de Rungis. Otros compañeros de penurias,
igualmente acostumbrados a levantarse de noche cerrada y a bregar
durante largas jornadas de trabajo para sacar adelante su
negocio, tienen exactamente la misma opinión. Como
Dominique, el pescadero: "Los franceses somos unos holgazanes, no
nos gusta el trabajo", zanja, mientras dirige una mirada
implorante hacia el cielo. Un poco más allá,
Xavier, el peluquero, un bretón dotado de una afinada
ironía, abunda en el mismo diagnóstico. "Los
franceses estamos demasiado mimados, ése es el problema",
sostiene, mientras añade una punzante observación:
"Los que han salido a la calle y se han puesto en huelga son los
que tienen el empleo asegurado y sólo trabajan 35 horas,
los que tienen ya todos los privilegios…". Dos Francias se
han recortado frente a frente en el conflicto de las pensiones.
Una de ellas a voz en grito. La otra en silencio. La
opinión pública nunca es
monolítica…

Que los pequeños comerciantes
critiquen la agitación sindical y censuren las huelgas no
es una sorpresa para nadie, está -por así decirlo-
en el orden de las cosas. Del mismo modo que resulta totalmente
comprensible, además de legítimo, que los
trabajadores protesten contra el retroceso que representa -por
necesaria e irremediable que sea la medida- ver retrasada la edad
legal de jubilación de 60 a 62 años. Sin embargo,
en muchos otros países europeos -España o el Reino
Unido, sin ir más lejos- se están llevando a cabo
recortes mucho más duros sin que el país amenace
con una revuelta. ¿Por qué, pues, en Francia la
contestación ha adquirido tal dimensión, tal
ferocidad?

La protesta que en las últimas
semanas ha inundado las calles de las principales ciudades
francesas ha tenido múltiples facetas. No todo el mundo ha
salido a manifestarse por los mismos motivos. Aunque el tronco
central del descontento ha sido básicamente el mismo: el
rechazo a la figura de Nicolas Sarkozy y a su política.
"Si el presidente es impopular, toda reforma que promueva lo
será también, haga lo que haga", explicaba
recientemente el politólogo Nicolas Tenzer. La reforma de
las pensiones, percibida como un recorte intolerable del Estado
del Bienestar, no podía generar sino una amplia
oposición en Francia, un país apegado a sus
conquistas sociales, en el que la desconfianza hacia las
élites está fuertemente arraigada y donde la
popularidad del presidente está bajo cero. La reforma ha
sido vista como la gota que colma el vaso de las injusticias.
Sarkozy ha hecho demasiados favores a los poderosos -el llamado
"escudo fiscal" sólo ha beneficiado a los
multimillonarios- como para que le sean admitidos ahora
sacrificios por parte de los trabajadores. Ese doble rasero se
paga.

Los errores de Sarkozy, sin embargo, no lo
explican todo. El conflicto de las pensiones ha sido,
también, la última erupción de un malestar
de fondo, un magma espeso nutrido de desconcierto y miedo.
Profundamente inquietos -y refractarios- al inestable mundo de la
globalización, los franceses se han atrincherado desde
hace unos años en una actitud conservadora,
amarrándose desesperadamente al ideal de los buenos viejos
tiempos como si todavía vivieran en los "treinta
gloriosos" y reclamando del Estado -ese padre todopoderoso,
lastrado por una deuda abisal- que mantenga su manto protector
aún a costa de llevarlo a la ruina. Esto no ha sido Mayo
del 68, ni siquiera una vaga sombra. Quienes han salido a la
calle no soñaban con la revolución, sólo
defendían el statu quo. La sociedad francesa parece hoy
una distinguida familia venida a menos, ensimismada en el
recuerdo de su fortuna, que se resiste a ver que ya no puede
pagarse el lujo de tener servicio.

La crisis económica no ha creado el
problema, pero lo ha agravado y lo ha mostrado con particular
crudeza. El Gobierno sabe desde hace tiempo que, con una deuda
colosal de 1,5 billones de euros -cuyos intereses se comen todo
lo que se ingresa en concepto de IRPF-, la situación es
insostenible. "Estoy al frente de un Estado en bancarrota", dijo
François Fillon nada más asumir el cargo de primer
ministro en 2007. Y no porque sí. La oposición
también lo sabe. Los socialistas, que han ido clamando por
las calles "¡injusticia!" ante la reforma de Sarkozy, son
sin embargo los primeros en admitir entre dientes que la
salvación del deficitario sistema de pensiones
francés, atacado en su corazón por el aumento de la
esperanza de vida y el envejecimiento de la población,
pasa necesariamente por cotizar más años y
jubilarse más tarde. Lo han dicho insignes figuras como
Dominique Strauss-Kahn -director del FMI-, el ex primer ministro
Michel Rocard y la propia primera secretaria del PS, Martine
Aubry, quien tuvo la audacia, o la temeridad, de declarar lo que
realmente pensaba en una entrevista de televisión antes de
verse obligada a rectificar por la dirección de su
partido. Pero decir la verdad no es políticamente muy
rentable, salir con la pancarta lo es mucho
más…

El conflicto de las pensiones ha puesto
también de relieve, ¿por qué no decirlo?, la
difícil relación que los franceses mantienen con el
trabajo. "Somos la generación sacrificada", "Vamos a estar
trabajando hasta que tengamos un pié en la tumba"…
¡El apocalipsis! Estos días había que hacer
un esfuerzo para no sonreír -o sonrojarse- ante el
dramatismo desaforado de algunos argumentos. La mera idea de
jubilarse a los 62 años -una bicoca, comparado con el
resto de Europa, donde se va a pasar de 65 a 66 o 67- ha
provocado en Francia un seísmo emocional difícil de
comprender allende sus fronteras. Para muchos franceses, el
trabajo ha dejado de ser una vía de realización
personal para devenir una condena. Alargarla dos años les
parece, pues, insoportable.

La punta de lanza del movimiento de
protesta, el grueso de los manifestantes y los huelguistas ha
estado integrado por los funcionarios y los empleados del
poderoso sector público, secundados intermitentemente por
una parte de asalariados de grandes grupos privados. Se trata, en
gran medida, de trabajadores al abrigo del paro, cuyo empleo
está -al menos, lo ha estado hasta ahora- garantizado por
el Estado, y acogidos a la semana laboral de 35 horas.
Acostumbrados por tanto a disfrutar de una cantidad envidiable de
vacaciones y días libres al año… No todos
los trabajadores franceses tienen derecho a las 35 horas. Los
comerciantes, los titulares de pequeños negocios, los
trabajadores por cuenta propia y los empleados de las
pequeñas empresas -de menos de veinte asalariados-,
están fuera del sistema. Pero aún y así, los
otros son mayoría.

Partes: 1, 2, 3, 4
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