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Del morir al vivir




Enviado por Agustin Fabra



  1. I
    INTRODUCCION
  2. II LA
    VIDA
  3. III VIVIR
    LA VIDA
  4. IV EL
    VACIO DEL MIEDO
  5. VI LA
    SEPARACION
  6. VII EL
    TEMOR A MORIR
  7. VIII LA
    MUERTE
  8. IX LA
    NUEVA VIDA

"Como dice la Escritura: lo que ni el ojo vió,
ni el oído oyó, ni al corazón del hombre
llegó, es

lo que Dios preparó para los que le aman"
(1Corint ios 2:9 – Pablo se basó en Isaías
64:3)

I INTRODUCCION

Cuando empezamos a pensar en nuestros momentos finales,
por lo general no podemos dejar de sentir angustia y
preocupación y nos asaltan muchas preguntas. No podemos
evitar preocuparnos acerca de cuál será nu estra suerte
o si nuestro destino será la salvación o la
perdición.

La muerte es como una puerta que se abre sobre un
universo totalmente n uevo y desconocido para nosotros. La
razón humana, las religiones históricas e incluso las
prácticas ocultistas han tratado y aún siguen tratando
de descifrar el misterio del más allá. Pero sus r
espuestas son contradictorias, insuficientes e incluso
escépticas en la mayoría de los casos; no satisfacen ni
a nuestra inteligencia ni a nuest ro corazón. Por ello
continúa en nuestro interior la inseguridad y la angustia
cuando pensamos en nuestra muerte.

Hay incluso quien la contempla como una enorme
pesadilla; una realidad que conviene olvidar porque no entra en
nuestro esquema de valores. Y no falta quien deja de pensar en
ella porque, según esa persona, ya habrá tiempo
más adelante para analizar su significado y sus
consecuencias… ya demasiado tarde.

El objetivo básico del presente estudio es el de
familiarizarnos con la muerte y contemplarla como el segundo paso
hacia lo desconocido. El pri mero fue nuestro nacimiento.
Trataremos sobre cómo:

Monografias.comVincular nue stro temor a vivir con
nuestro temor a morir. Reconocer que la muerte está presente
en toda la vida. Situarnos frente a nuestra propia
interpretaci&oac ute;n de la muerte. Identificar nuestro
temor frente a la muerte.

Considerar la muerte como un hecho que,
indefectiblemente, d eberemos vivir. Confirmar que la muerte no
es otra cosa que el principio de la vida.

Aprender a vivir la esperanza.

"Aprende a morir y aprenderás a
vivir. Nad ie aprenderá a vivir si no ha aprendido a
morir"

II LA VIDA

"El temor a la muerte no es otra cosa que
considerarse sabio s in serlo, ya que es creer saber sobre
aquello de lo que no se sabe nada. Quizá la muerte sea la
mayor bendición del ser humano y, sin embargo, t odo el
mundo le teme como si tuviera la absoluta certeza de que es el
peor de l os males".
(Sócrates 469 – 399
a.C.).

El nacimiento y la muerte son experiencias muy
próximas la una d e la otra y ambas son un cambio radical de
estado. La muerte no es mas que una ruptura; una separación
total en relación con el cuerpo. Nuestra vida corporal es
una lucha constante contra las fuerzas de la muerte que la asa
ltan a lo largo de nuestra vida.

Ese personaje al que llamamos muerte en
realidad no existe: qu ien existe es la persona que muere. Cuando
entramos en ese proceso de morir lo que vivimos es un
suceso personal, del mismo modo que nuestro nacimien to; es un
hecho del que formamos parte porque nos han ubicado
ahí. Por ello tenemos dos certezas irrefutables: sabemos que
es absolutamente ci erto que habremos de morir, y también
que es absolutamente incierto el c uándo y el
cómo.

Lo que nos importa a cada uno de nosotros no es el acto
en sí de nacer o de morir, sino la realización de
nuestra vida en ese últ imo acto. Pero ¿podremos
vivirlo serenamente si no hemos vivido conscien temente nuestra
vida? Si deseamos que la vida nos domine a nosotros en lugar de
dominar nosotros a la vida, debemos empezar por aceptar la muerte
como una gra n maestra que continuamente nos susurra al
oído: "Carpe diem" (aprovecha el día de hoy),
es decir, vive la vida aquí y ahora sin dejar de vivir una
vida plenamente cristiana, pues no sabemos qué llegará
primero, si la muerte o el próximo día.

El significado es que debemos dejar de preocuparnos por
la muerte física; es un paso inevitable. Lo que sí nos
debe preocupar es una pos ible muerte espiritual. Por ello
debemos vivir conscientemente y en plenitud ca da uno de nuestros
días, aceptando y encarando las situaciones que se no s
presentan y no pensando en demasía en nuestra muerte.
Nuestra propia f orma de vida cristiana nos garantizará que
nuestra muerte terrenal nos c onduzca a nuestra nueva vida
celestial.

Esa mentalidad nos permitirá una vida plena y
fluida pues, al no saber en qué instante ha de llegarnos el
momento último, nos pre pararemos constantemente y
buscaremos mantener una
comunicación plena y since ra con las demás
personas y con lo que nos rodea, expresando de forma co ntinua un
profundo
respeto y
amor por todos y por todo.

El temor que sentimos ante nuestra propia muerte procede
muchas veces d e un desconocimiento de nosotros mismos y de la
realidad en que nos desenvolvem os. Eso nos convierte en nuestros
propios prisioneros y al aceptar ese temor en nuestra propia
vida, experimentamos una muerte anticipada. Vivimos como si
fuéramos compartimientos cerrados, mientras que por otra
parte se nos llama a una apertura total al mundo.

III VIVIR LA
VIDA

Si la vida de cada persona es una gran maravilla y la
reconocemos como un regalo de Dios, y si además los lazos
que tejemos con los seres que s e cruzan en nuestra ruta en el
curso de la vida son, de hecho, lo que hay de re al y especial,
es necesario que estemos presentes en las personas y en cada uno
de los instantes que se nos ofrecen. Sin esa presencia pasamos al
margen de la vida; somos como ciegos y no podemos aprovechar
nuestra propia vida ni el tiem po que Dios nos ha concedido para
vivirla. Por lo tanto, vivir la propia vida e s estar
presente
en ella.

Si aceptamos que la duración de una vida es
importante porque la longevidad permitirá que una persona
pueda estar presente más tiempo, debemos comprender
que, en el fondo, aceptar morir es aceptar vi vir. Es la
única manera de que la persona se reconcilie con el destino
y una ocasión para elevarse por encima de sí mismo y de
aceptar su yo real. No podemos evitar morir a algo o a
alguien en cualquier etap a de nuestra vida, si ello significa un
crecimiento en nuestra vida, ni podemos evitarlo para pasar de lo
conocido a lo desconocido.

Todos nos resistimos ante lo desconocido y
fácilmente rehusamos lo que no conocemos. Si hemos cedido
ante el miedo a lo desconocido no conocemo s lo que hemos perdido
ni hemos experimentado el gozo del vencedor. Pero cuando nos
atrevemos a dar el paso para poder ir más allá de
nosotros m ismos y enfrentar un reto y vencer, sentimos una
profunda satisfacción y ello da sentido a nuestra vida.
Debemos encarar la muerte también como un reto en nuestra
vida; pero no debemos tener miedo ante ella, menos aún
después de haber vivido una vida espiritualmente
impecable.

Es imprescindible afrontar el momento último de
nuestra existenc ia pensando sólo en Dios,
arrepintiéndonos de nuestros pecados, s in desear ni pensar
en nada, sin mantener apego a ser o cosa alguna.

Y esto se lograría tan sólo a través de
la práctica de un camino espiritual efectivo que a
través de él poda mos:

Monografias.comDarnos
cuenta de que la muerte existe, pero que se puede transformar en
una experiencia de plenitud.

Monografias.comMantener
una comunicación
con nosotros mismos y con los demás, donde nos expresemo s
con todo nuestro ser, y fundamentalmente con nuestro corazón,
lo más comp asivos y libres de apego que podamos.

Monografias.comPrepararnos espiritualm ente para la
muerte, lo que implica el ser capaces de vivir en el momento
prese nte, sin dejar situaciones inconclusas que sólo han de
constituir un las tre que incrementará nuestro dolor y
sufrimiento y el de quienes nos rod ean.

Monografias.comEncontrar
significado a nuestra existencia, sintiéndonos seres plenos
a pesar de nuestras imper fecciones, aceptando nuestros errores y
expiando las malas acciones que podamos haber
cometido.

IV EL VACIO DEL
MIEDO

El miedo es la sensación de vacío que sentimos
cuando nos percatamos de aspectos íntimos de nuestra vida
que nosotros catalogamos como negativos, tales como nuestro
vacío interior, nuestra soledad y nu estra pobreza, tanto
material como espiritual, así como nuestra imposibi lidad en
remediarlo. Es lo que generalmente se le denomina conformismo. La
sens ibilidad de llegar a conocer nuestra situación y la
dependencia a la mis ma (o conformismo) nos conducen
irremediablemente al miedo. Muchas veces no que remos afrontar la
situación que sufrimos, más aún cuando e s algo
desconocido, como la muerte. Preferimos vivir en un vacío
inútil y quejarnos continuamente sin atrevernos a enfrentar
la situación y buscarle así un remedio
práctico.

El vacío nace siempre de una comparación. Al
compararnos con los demás alimentamos ideas negativas sobre
nosotros mismos y e llo hace que nos minimicemos y que
desperdiciemos nuestras propias aptit udes. Además esas
comparaciones nos alejan de la realidad de las cosas y no nos
permiten ver con claridad y con efectividad el mejor camino a
seguir.

Vivir sin compararnos quiere decir no depender, no
exigir, lo cual sign ifica amar, porque el amor no
compara, el amor no teme, el amor libera ; se trata de una
libertad que se convierte en desasimiento; es como el agua de un
río, que sigue su marcha sin aferrarse a ninguna roca. Vivir
en una situación de conocimiento de nuestra propia vida y
vivir aceptánd ola en su totalidad, es descubrir una
extraordinaria vida de tranquilidad, paz y amor.

Por el miedo que suscita, el hombre hace todo lo posible
para alejar u ocultar la sombra de la muerte; no quiere ni
oír hablar de ella. Las pal abras muerte y
morir son para la persona de hoy palabras tabú y
hace lo posible para no pensar en ellas distrayéndose y
refugi ándose en el vacío y en el consumismo, en las
diversiones y en el trabajo.

Sin embargo, la muerte está ahí. Ante ella
cada uno se ha lla frente a una doble inseguridad: la inseguridad
tocante a su propia superviv encia y la inseguridad tocante a la
retribución que le espera en el más allá. Es su
miedo; el vacío que debe vencer.

Para el cristiano morir supone conocer y comprender el
misterio y, por tanto, también la plena instalación en
la verdad. Por eso nuestra existencia bien puede ser considerada
como una peregrinación hacia el c onocimiento. Así la
muerte se nos ofrece como una especie de inmersión en la
verdad que, por tanto, no es sólo felicidad, sino
tambi&eacu te;n encuentro, descubrimiento, constatación.
He aquí su dimensi& oacute;n intelectual. En la
presencia de Dios se funden la verdad y la bondad, que se hacen
una misma cosa, de forma que todo alcanza la sencillez de la
reali dad última y las emociones se funden en la serenidad
absoluta para trans formarse ya, simplemente, en amor.

V VENCER EL VACIO

Ante todo es preciso mirar a la muerte cara a cara;
vivir con. Nos da miedo el vacío, nos da miedo la
soledad, nos da miedo lo descono cido, nos dan miedo las personas
y las cosas, nos da

miedo descubrirnos tal y cual somos. Ese miedo es un
dolor que nace del deseo de protegernos y alimenta nuestro
conflicto interior. En definitiva, es la no aceptación de lo
que se es.

Si tuviéramos confianza en la vida y
estuviéramos seguros de antemano de que, suceda lo que
suceda, siempre podremos obtener lo mejor, n o le tendríamos
miedo a la vida. Y si nos encontramos con el miedo en el camino
de nuestra vida, aceptémoslo; no lo combatamos. Cuanto
má s luchemos contra él, más fuerza cobrará.
Hay que convence rnos de que todo fracaso es un paso hacia el
éxito total y no podrá detener nuestro
avance.

La vida nos enseña, a través de nuestras
experiencias, qu e lo único que podemos cambiar es a
nosotros mismos. Todas las manifesta ciones de cólera, de
irritación y de enojo no son más que confirmaciones de
la profunda inseguridad que reina en nuestros
corazones.

Si no hemos aceptado nuestra vida como un tiempo para el
continuo creci miento moral, personal y espiritual, si hemos
vivido considerando la edad adult a de la persona productiva como
el punto culminante de la vida y si hemos conte mplado la vejez y
la muerte como la caída de la curva de la vida, es muy
evidente que tendremos una vejez y una muerte sin sentido
alguno.

Nuestra vida nunca habrá sido inútil; siempre
habrá algún aspecto en ella que sirva de ejemplo a los
demás. Recorde mos que Jesús nos dijo que el grano de
trigo no muere por el simple hech o de caer en tierra; queda
solo, pero si muere es para dar mucho fruto. Un gran o de trigo
sembrado no volverá a recobrarse nunca, pero en el punto en
q ue cayó producirá espigas de treinta, cincuenta o
cien granos. Es ta parábola nos ilustra la relación
entre la vida y la muerte.

Por lo tanto, la muerte forma parte de la vida, como el
nacimiento, que fue el primer cambio profundo en la persona. La
revisión de nuestra vid a produce muchas veces culpabilidad
y hasta depresión cuando comprobamos que algo no hemos
podido lograr. Pero a muchos les permite desplegar el sentid o de
la serenidad y de la comprensión.

La calidad de la relación consigo mismo y con el
entorno no se i nventa súbitamente. No puede darse mas que
en la continuidad del crecimi ento interior de la persona, que se
realiza por medio de los sucesos diarios de la vida.

VI LA
SEPARACION

El cara a cara con la muerte comienza cuando nos hacemos
conscientes y podemos constatar que ella está presente en
cualquier vida, por temprana que ésta sea. La vida lleva ya
la muerte como una fruta que madura y po r ello debe
acostumbrarse a su presencia.

El cuerpo es para cada uno de nosotros la manera de
habitar el mundo, d e estar presente en él y de comunicarse.
Aunque el cuerpo juegue un pape l para el cual no hay sustituto,
su ausencia no es necesariamente una ruptura t otal con el
entorno que le envuelve. Si en el transcurso de nuestra vida
hemos estado siempre apegados a la presencia corporal de una
persona amada, nuestro m orir, nuestra separación
física, será para nosotros un ter rible naufragio. La
presencia corporal nos será arrancada y sentiremos l a
fuerza de la ausencia.

A la inversa, nuestra separación física
irremediabl emente producirá un terrible efecto a la persona
que nos ama cuand o nosotros partamos de este mundo, a menos que
en el transcurso de nuestra vida nos hayamos habituado y hayamos
habituado a la otra persona a que esa separaci ón es
inevitable. Como en todos los acontecimientos de la vida, el
morir debe ser una aceptación interior.

La muerte no es el final que podríamos esperar si
de nosotros de pendiera la elección; siempre será algo
que nos tomará por sorpresa. Por tardía que la muerte
sea, siempre será prematura p ara cada uno de nosotros, y
ahí está su carácter angustios o. Es como un salto
al vacío o como un cáncer que se desarrolla e n
nosotros, a pesar de no desearlo. Pocas personas mueren en el
momento preciso ; en el momento en que ellas mismas desean
morir.

Para cualquier humano la aceptación consciente de
la muerte debe estar asociada a un objetivo, a una
realización, a un fin o propósito. Este es el punto de
vista humano. Pero debemos pensar que en cualquier e dad, la
muerte puede ser una victoria de la vida, una continuidad de
nuestra vi da. Depende sólo de nosotros mismos que la muerte
sea el fin de la muert e, porque a veces el pensar en nuestra
propia muerte nos lleva a vivir la vida como si ya
hubiéramos muerto: a ser muertos en vida.

En la medida en que hayamos aprendido a aceptar cada una
de las muertes parciales en nuestra vida diaria, nos será
más fácil vivi r nuestro definitivo morir como si fuera
otra etapa de crecimiento de nuestra v ida. Será
nuestra muerte.

La imagen que nos hacemos de nuestra propia muerte es
una imagen que a la mayoría de personas no nos gusta mirar
de frente porque no la aceptam os. Tendemos a sufrirla, pero
nunca a acogerla o aceptarla.

Morir es un hecho que acontece. La muerte se nos impone;
ella dispone d e nosotros. Combatirla tiene sus límites;
podemos demorarla en ocasiones , pero jamás cancelarla. Por
eso llega un día en que es preciso e ncararla; mirarla de
frente.

VII EL TEMOR A
MORIR

Por el propio hecho de ver morir a otra persona estamos
aceptando nuest ra propia muerte, lo cual nos produce cierto
temor difícilmente controla ble al principio; es un miedo
que nos atenaza. Inconscientemente, mientras vemo s a la persona
muerta pensamos en nuestra propia muerte. Se convierte en una es
pecie de vértigo, en una sensación de miedo a lo
desconocido. En ocasiones, cuando visitamos la capilla ardiente
de alguna persona falle cida, nos entristecemos más pensando
en nuestra propia muerte que en la de la persona que estamos
velando.

El carácter angustioso de la muerte aparece en
todos los grandes cambios de nuestra vida, y la inseguridad que
sentimos se debe a su ambigüedad. La única forma de no
sentir esa inseguridad, que puede conducirno s hasta la angustia,
es si la persona ve que el hecho de morir conlleva una pos itiva
realización personal. La persona que es incapaz de hacer esa
inter pretación positiva de su muerte sentirá una gran
desesperación. Será como si la balsa que le
sostenía se hunde con él.

Si hemos basado nuestra existencia en la
consecución de metas ma teriales y de éxitos mundanos,
con nuestra muerte comprobaremos que todo desaparece y que se nos
va con nuestra muerte todo lo que hemos logrado. E ntonces nos
encontraremos con una gran crispación porque no quer remos
abandonar nuestras riquezas y bienes materiales.

Pero si hemos sabido aprovechar todo lo que se nos
ofrecía, con actitud de desprendimiento y considerando que
todo se nos ha prestado y que no es conveniente aferrarse a ello,
la muerte no tendrá ningún dram atismo. Habremos estado
preparando nuestra muerte a lo largo de toda nues tra vida, y no
nos tomará por sorpresa.

Los materialistas y los ateos, dicen: "todo termina
con la mue rte, solamente el mundo sigue girando
". Los
partidarios de la reencar nación dicen: "Hay varias
vidas sucesivas, hasta que lleguemos a ser El Gran Todo y que no
respiremos más la vida porque estaremos en el Nirvana
".
Los judíos, los musulmanes y los c ristianos creen que
después de esta vida hay una vida eterna de felicida d junto
a Dios, pero sólo los cristianos son los que tienen
esperanzas a nte su muerte.

Morir forma parte de la vida, pero debemos ser
conscientes de que cuant o más hayamos amado a la vida,
mayor será nuestra resistencia fre nte a la muerte. Las
personas que viven familiarizadas con el pensamiento de la
muerte, estarán serenas frente a ese
fenómeno.

Los que han comprendido y aceptado el sentido del dolor
y todo el enriq uecimiento espiritual que el mismo puede
aportarles, están preparados pa ra cualquier eventualidad;
la vida les ha forjado. Son almas a las que las prue bas han
fortalecido y poseen un poder de irradiación extraordinario.
Su partida continúa iluminando la ruta de los que vienen
detrás de e llos. Esos seres maravillosos han vivido
plenamente cada etapa de su vida y viv irán igualmente esta
última etapa que les conducirá a una nueva
vida.

VIII LA MUERTE

Cuando el hombre tiene fe en el más allá y una
fe inquebr antable en Dios, sabrá dejar sin pesar esta
tierra donde ha vivido y ace ptará más fácilmente
la partida al más allá. Ante la presencia de la muerte,
esa persona olvidará las aprensiones in iciales y le
llenará una gran serenidad, paz y gozo; el gozo de haber ll
egado al final del camino y de recoger el fruto maduro de la
vida.

Una persona que ha conocido personalmente al Señor
no le tiene m iedo a la muerte. Sabe que no es el final, sino el
comienzo de una verdadera vi da a la que Dios le ha llamado. La
muerte es la sanación completa, porqu e es la
liberación de todos nuestros males. El miedo que muchas
personas sienten ante la muerte es un signo claro de que Dios no
quiere que muramos, si no que vivamos y que vivamos con El. Dios
no nos ha creado para morir, sino par a vivir.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte,
la Iglesia Cat ólica afirma que el hombre ha sido creado por
Dios para un destino feliz , situado más allá de la
miseria terrenal.

Dios ha llamado y sigue llamando a la persona a
adherirse con Él en la total plenitud de su ser en la
perpetua comunión de la incorrupti ble vida divina: a ser
uno con El. Ha sido Cristo resucitado quien ha ganado es ta
victoria para la persona, librándola de la muerte con su
propia muert e. Para todo aquel que reflexione, la fe, apoyada en
sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al
interrogante sobre el destino futuro de la pers ona y, al mismo
tiempo, le ofrece la posibilidad de una unión con nue stro
hermanos que han sido ya arrebatados por la muerte, dándo
nos la esperanza de que poseen ya en Dios la vida
verdadera.

Hay muchas personas que en el preciso momento de su
muerte dan la impre sión de haber reconocido a alguien a
quien nosotros no podemos ver. Eso se nota por la suavidad de sus
facciones y por algunos gestos de su cuerpo o de su cara. Nos da
la impresión de que alguien ha venido a buscar su alma para
acompañarla a la otra vida y, al reconocerlo, derrumba
cualquier mu ro de inquietud que pudiera quedar ante su muerte, y
se entrega voluntariamente y feliz a quien llegó en su
busca.

Esa actitud nos permite imaginar la posibilidad de que
en la otra vida nos podamos reencontrar con familiares y almas
conocidas en nuestra vida, por l as que sentimos gran afecto y
afinidad. Pasteur, tan exigente en materia científica que
hasta le daba gracias a Dios por sus descubrimientos,
cre&iacut e;a en la existencia del alma, en otra vida
después de la muerte y en la eternidad. A propósito de
la muerte de uno de sus hijos escribió la más bella
declaración de esperanza: la de volverse a encontra r ambos
en la eternidad.

Cuando un cristiano educado en la fe comprende su
destino final y lo ac epta, la muerte se convierte para él
en una llama de esperanza.

IX LA NUEVA
VIDA

"Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra
morada terr estre, se desmorona, tenemos un edificio que es de
Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está
en los cielos. Y así suspiramos e n este estado, deseando
ardientemente ser revestidos de nuestra habitación
celeste
". (2Corintios 5:1-2)

La nueva vida, la vida eterna, es una vida de
conocimiento y amor con D ios Padre, mediante

Cristo Jesús y en el Espíritu
Santo.

La nueva vida comporta la liberación de todos los
males, la plen itud de la vida espiritual y la visión
beatífica de Dios cara a c ara, de una manera inmediata,
plena y clara. La vida eterna permitirá al justo ofrecer un
culto permanente de adoración, alabanza y acció n de
gracias a Dios, con Cristo y todos los santos.

Tal como decía San Agustín, "allá
descans aremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y
alabaremos. Será el fin sin fin
".

Dios es el principio y el fin. De su mano hemos salido,
fruto de su amo r, y a El volvemos. El es la salvación
definitiva de la persona.

"Nos has creado para ti, Señor, y nuestro
corazón está inquieto hasta que vuelva a descansar en
ti"
(San Agus tín).

Los lazos del amor no se sueltan con la separación
inevitable de la muerte. El amor es más fuerte que la
muerte. En el momento de nuestr a muerte, cuando pasemos a
nuestra nueva vida, veremos a Dios cara a cara y nos
encontraremos de nuevo directa y abiertamente con los hermanos
que nos han pre cedido en la gloria celestial. Esa es la gozosa
esperanza que nos sostiene mien tras peregrinamos por la vida
terrenal.

Ven muerte, tan escondida que no te
sienta venir, para que el placer de morir

no me vuelva a la
vida.

Teresa de Jesús

No lloren si me amaban.

¡Si conocieran el don de Dios y lo que es el
cielo!

¡Si pudieran oír el canto de los ángeles
y verme en medio de ellos!

Si pudieran ver con sus ojos los horizontes, los campos
eternos y los n uevos senderos que

atravieso…

Si por un instante pudieran contemplar, como yo, la
belleza ante la cua l todas las otras bellezas
palidecen…

Créanme, cuando la muerte venga a romper sus
ligaduras, como h a roto las que me tenían a mí
encadenado, y cuando el dí a que Dios ha fijado y conoce, su
alma venga a este cielo en que los ha preced ido la mía, ese
día volverán a ver a aquel que les amaba y que siempre
les ama, y encontrarán su corazón con todas sus te
rnuras purificadas.

Volverán a verme, pero transfigurado y feliz. No ya
esperando la muerte, sino avanzando con ustedes por los senderos
nuevos de la luz y de la vida, bebiendo con embriaguez a los pies
de Dios un néctar del cual n adie se saciará
jamás.

Enjuguen sus lágrimas y no lloren más si me
aman.

San Agustín

 

 

Autor:

Agustin Fabra

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