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La justicia de Cristo




Enviado por DIEGO CALVO



Partes: 1, 2

  1. La
    justificación por la fe
  2. Abundante y victoriosa
  3. La
    vida abundante
  4. La
    vida victoriosa
  5. En el
    antiguo testamento
  6. Justificación

"La justicia por la cual somos

justificados es imputada;

la justicia por la cual somos
santificados

es impartida. La primera es

nuestro derecho al cielo; la
segunda,

nuestra idoneidad para el cielo"

e.g.white

(Review and Herald, 4 de junio de
1895).

LA
JUSTIFICACIÓN POR LA FE

I.     Definición

La excelsa obra de la Cruz tiene
múltiples facetas, y hemos de tener en cuenta que los
grandes temas que estamos considerando en relación a ella
revelan estas facetas a la medida de la comprensión de
nuestra mente finita. La justificación por la
fe—lema de la Reforma en el siglo XVI—presenta la
obra de la Cruz desde el punto de vista jurídico, es
decir: en relación con la santa Ley de Dios. El hombre
pecador se presenta como un reo ante el alto tribunal de un Dios
justo, y queda patente que ha quebrantado tanto la ley natural de
la conciencia como la Ley claramente declarada en el
Sinaí. El problema es éste: ¿Cómo
puede Dios ser justo y el que justifica al pecador? La
contestación se halla en la Cruz, y el creyente es
declarado justo a los ojos de Dios. Esta declaración es la
justificación por la fe.

II.     La
justicia divina

Como ya hemos visto en nuestro estudio de
la Deidad, la justicia es un atributo de Dios, y el hombre no
sabría nada de esta «rectitud» esencial aparte
de la revelación que Dios ha dado de sí mismo (Is.
45:21; Ap. 15:3, 16:5, etc.).

III.     La
justicia exigida

Dios manifestó Su voluntad al hombre
en estado de inocencia de una forma apropiada a su
condición (Gn. 2:16 y 17) y, después de la
Caída, no le dejó sin testimonio, sino que le
habló por medio de la naturaleza y de la conciencia,
siendo ésta la voz interna que acusa o excusa los actos
del hombre (Ro. 2:14 y 15). Pero la plena manifestación de
la voluntad de Dios para con los hombres fue dada en el
Sinaí, donde Dios pronunció las diez
palabras
, y luego instruyó a Moisés con otros
muchos preceptos complementarios. La Ley representa lo que Dios,
en justicia, requiere de los hombres en las circunstancias
actuales de la vida, y el mandamiento es siempre «santo y
justo y bueno» (Ro. 7:12). Pero, bajo repetidas pruebas, se
demostró que el hombre era incapaz de cumplir la justicia
exigida por Dios, ya que su naturaleza pecaminosa siempre le
arrastraba a la desobediencia. Una ley quebrantada no puede
salvar a nadie, sino que condena inflexiblemente al infractor de
ella. El que no la cumple, muere. Cuando Moisés, al ver
que Israel había quebrantado la Ley en todos sus
capítulos antes de recibirla en forma escrita,
quebró las tablas de piedra al pie del Sinaí,
señaló con ello, en forma simbólica, el
fracaso del hombre ante las santas exigencias de la Ley divina
(Ex. 32:19; Ro. 3:19; Gá. 3:10, etc.).

IV.     La Ley
cumplida y la justicia satisfecha

El Señor Jeuscristo, Hombre
representativo, cumplió la Ley por medio de una vida
perfecta. En el Calvario se colocó en el lugar del hombre
pecador, en virtud de Su carácter representativo que ya
hemos considerado, y agotó la sentencia de la Ley por Su
muerte. Así, la justicia de Dios quedó satisfecha y
la santa Ley fue honrada. Téngase en cuenta el valor
infinito
del sacrificio de la Cruz, que ya hemos apuntado
bajo el tema de la propiciación (capítulo
7).

V.     La
justicia otorgada

En el Evangelio se revela una Justicia que
Dios otorga al creyente, y éste es el gran tema de Romanos
1:16–5:21. El «corazón» del sublime
asunto se halla en Romanos 3:21–6, versículos que
deben analizarse con todo cuidado. En vista de que el hombre era
incapaz de procurar la justicia mediante la obediencia a la Ley,
Dios tomó la iniciativa por Su gracia, mandando a Su Hijo,
quien satisfizo las exigencias de la Ley en el Calvario:
«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la
justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo …»
(Ro. 3:21 y 22).

VI.     La
justicia recibida

El medio de conseguir la justicia otorgada
por la gracia de Dios es la Fe, que, en el sentido
bíblico, es la confianza total del hombre que, arrepentido
de sus pecados, descansa en Cristo para la salvación de su
alma. Sólo esta actitud del alma puede establecer contacto
con Aquel que cumplió la Ley por nosotros para revestirnos
de Su propia justicia (2 Co. 5:21). Cristo «nos ha sido
hecho justificación» (1 Co. 1:30) y,
recibiéndole a Él, tenemos la justificación,
y no de otra manera. La fe hace posible que Dios nos impute
(abone en cuenta) Su justicia, como en el caso de Abraham (Ro.
3:22, 26; 4:3, 5 y 22; Gá. 3:22–26, etc.). Somos
justificados por la gracia de Dios, que es el
origen de la bendición (Ro. 3:24); por la
sangre, que es su base (Ro. 5:9), y por la
fe, que es el medio (Ro. 5:1).

VII.     La
justicia manifestada

La justicia no es una mera
declaración legal de nuestra nueva posición ante
Dios, sino que es una obra vital, que supone nuestra
unión espiritual con Cristo, de modo que la justicia
recibida ha de producir sus frutos en nuestra vida (Fil. 1:11).
Este tema se desarrollará bajo el epígrafe de la
Santificación (capítulo 17).

PREGUNTAS

1. ¿Cuáles son las dos
epístolas del apóstol Pablo que tratan más
clara y detalladamente de la justificación por la
fe
? ¿En qué capítulos?
¿Qué quiere decir esta doctrina?

2. ¿Por cuáles medios pudo
Dios justificar al pecador que ponga su fe en
ÉL?

3. ¿Qué es la
fe?

Justificacióncontar al culpable
como justo ante Dios

A.     Considerada
negativamente, no se logra mediante:

La Ley
     Ro 3.20,28

Justicia humana
     Ro 10.1–5

Obras humanas
     Ro 4.1–5

Fe mezclada con obras
     Hch 15.1–29

     Gá 2.16

Una fe muerta
     Stg 2.14–26

B.     Considerada de forma
positiva, mediante:

Gracia
     Ro 5.17–21

Cristo:

Sangre
     Ro 5.9

Resurrección
     Ro 4.25

Justicia
     Ro 10.4

Fe
     Ro 3.26,27

C.     Frutos:

Perdón de pecados
     Hch 13.38,39

Paz
     Ro 5.1

Justicia imputada
     2 Co 5.21

Justicia externa
     Ro 8.4

Vida eterna
     Tit 3.7

D.     Evidencia
de:

Obras (por fe)
     Stg 2.18

Sabiduría
     Stg 3.17

Paciencia
     Stg 5.7,8

Sufrimiento
     Stg 5.10,11

Véase Imputación

Justo (n.)

JUSTIFICACION

Justificar significa declarar y tratar como
justo a alguien por medio de absolución de culpabilidad.
La obra redentora de Cristo provee la base justa para la
justificación de Dios a los creyentes para que reciban
remisión de pecados y una posición correcta delante
de El (Hch 13:38–39; Ro 3:21–26; 4:5–8; 8:1,
33–34; Col 2:13). La justificación es judicial o
legal, y en eso se distingue de la santificación
progresiva, que es el proceso por el cual el creyente está
siendo hecho justo (cp. Jn 17:17; Ef 5:26; Heb 12:14).
(véase SANTIFICACION).

? se origina en la gracia divina: Is
45:24–25; Ro 3:24; 4:5–6, 8, 16–24; 5:17, 21;
Ga 2:21; Ef 2:8–9; Flp 3:9; Tit 3:7 (cp. Is 45:25; Ro 5:16;
8:30, 33) ? basada en el sacrificio de Cristo: Is 53:11; Je 23:6;
Hch 13:38–39; Ro 3:24–25; 5:9, 16–18, 21; 1 Co
1:30; 6:11; 2 Co 5:21; Ga 2:17

medios de ? por la fe personal: Ge
15:6; Ro 1:17; 3:22, 25, 26, 28, 30; 4:5, 11–24; 5:1; 9:30,
32; 10:4, 6, 8–11; Ga 2:16; 3:6–9, 11, 22, 24;
5:5–6; Flp 3:9; Heb 10:38; 11:4, 7; Stg 2:22–24 (cp.
Ef 2:8–9) ? no por obras humanas: Hch 13:38–39; Ro
2:13; 3:20; 4:2, 5, 13–16; 9:31–32; Ga 2:16, 21;
3:11, 21–22; 5:4; Flp 3:9 (cp. Ef 2:8–9; Tit 3:5) ?
en el Espíritu: 1 Co 6:11

resultados de: 1 R 8:32; Hch
13:38–39; Ro 4:25; 5:1, 9; 8:1, 30, 33–34; 2 Co 5:19;
Stg 2:21, 24, 25

ejemplos de ? en el A.T.: Ge 3:15,
20–21 (cp. Is 61:10); 15:6 (cp. Ro 4:1–5, 9–24;
Ga 3:6; Heb 11:8–9, 13, 17; Stg 2:21–23); Jos
2:1–21; 6:22–25 (cp. Heb 11:31; Stg 2:25); Sal
32:1–2 (cp. Ro 4:6–8); Zec 3:3–5 ? en el N.T.:
Lc 18:14

de las sendas justas de Dios: Sal
51:4 (cp. Ro 3:4)

de uno mismo: Ge 44:16; Job 32:2;
40:8; Is 43:9; Mt 12:37; Lc 10:29; 16:15

por el hombre ? de los justos: De
25:1; Job 33:32 ? del malvado: Pr 17:15; Is 5:23

de la maldad (en oposición a
Dios
): Mi 6:11

JUSTICIA (véase
RECTITIUD)

Los términos hebreo y griego
traducidos "justicia" significan lo que es justo o lo que se
conforma al carácter de Dios. Como Dios ha hecho
misericordiosamente un pacto con su pueblo, su justicia a menudo
se expresa en guardar ese pacto con acciones de liberación
y salvación y juicio de sus enemigos. La mayor
expresión de la justicia de Dios se ve en la venida de
Cristo que obra tanto la salvación como el juicio. La
justicia es exigida al hombre para compañerismo con Dios.
Esta se obtiene primero por fe sencilla en Cristo, resultando en
que la justicia de Dios se acredite al creyente (Ro
3:21–22). Luego la justicia de Dios se incorpora poco a
poco en la vida práctica del creyente por el ministerio
del Espíritu que habita dentro (Ro 8:4; Eze
36:26).

? atributo de Dios: Ge 18:25; De 32:4; Sal
7:9–17; 9:8; 36:6; 50:6; 72:2; 89:14; 98:9; 119:172; Is
9:7; 11:3–5; 45:21; Je 12:1; 23:5–6; 33:15–16;
Hch 17:31; Ro 3:25–26; 2 Pe 1:11 ? dada al hombre
(véase también JUSTIFICACION): Is 45:8,
24–25; 46:13; 53:11; 54:17; 61:10; Hos 10:12; Ro 1:7; 3:5,
21; 1 Co 1:30 ? humana (original): Ge 1:21; Ec 7:29; Ef 4:24; Col
3:10 ? mandada y realizada en el hombre: Ge 6:9; De
1:16–17; 6:25; 10:17–18; 1 S 26:23; Job 1:1; Sal
23:3; 33:5; 98:9; Pr 11:18; 14:34; 16:8; 21:21; Is 32:17; Eze
3:20; Da 9:24; Hos 10:12; Sof 2:3; Mal 4:2; Mt 5:6, 17, 20; Ro
6:12–19; 14:17; 2 Co 5:21; Ef 4:24; 5:9; 6:14; Flp 1:11; 1
Ti 6:11; 2 Ti 2:22; 3:16; Heb 12:11; Stg 2:17–26; 1 Pe
2:24; 2 Pe 3:13; 1 Jo 2:29 ? incapacidad humana: De 9:4; Sal
14:1–4; Is 64:6; Da 9:18; Flp 3:6, 9

Abundante y
victoriosa

Juan 10, Romanos
6–7

Para comprender las dimensiones de la
guerra espiritual debemos primero descubrir lo que vino a hacer
Cristo en nuestra vida. Ya nos hemos referido a la
salvación y al plan de redención de Dios en la
historia. También hemos mencionado la justificación
de nuestros pecados y la regeneración para novedad de
vida.

Cuando hablamos de la vida cristiana nos
movemos en el área de la santificación. Este
término procede de la palabra griega
hagiasmós, utilizada muy corrientemente en el
Nuevo Testamento. Vine dice que se refiere a una vida de
separación para Dios y a la vida santa que resulta de
dicha separación.

[Es en] esa relación con Dios en la
que entran los hombres por la fe en Cristo, Hechos 26.18; 1
Corintios 6.11, y a la que sólo tienen derecho por la
muerte de Jesús, Efesios 5.25–26; Colosenses 1.22;
Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos 10.10, 29;
13.12.

El término santificación
también se utiliza en el Nuevo Testamento para hablar de
la separación del creyente de las cosas malas y los malos
caminos. La santificación es la voluntad de Dios para
él, 1 Tesalonicenses 4.3, y su propósito al
llamarle mediante el evangelio, versículo 7, debe
aprenderse de Dios, versículo 4, como la enseña en
su palabra, Juan 17.17, 19; cf. Salmos 17.4; 119.9, y debe ser
buscada por el cristiano de un modo ferviente y constante, 1
Timoteo 2.15; Hebreos^<1034,Times New Roman>Hebreos
12.14.

[ … ] El carácter santo,
hagiosyne, 1 Tesalonicenses 3.13, no es vicario; es
decir, no puede transferirse ni imputarse. Es una posesión
individual, conseguida poco a poco como resultado de la
obediencia a la Palabra de Dios y de seguir el ejemplo de Cristo,
Mateo 11.29; Juan 13.15; Efesios 4.20; Filipenses 2.5; en el
poder del Espíritu Santo, Romanos 8.13; Efesios
3.16.?1?

A esta vida santificada la llamo vida
cristiana normal
. Dios quiere que tengamos una vida santa y
el enemigo se opone a nuestros esfuerzos por obedecer. Así
que la vida cristiana normal se practica en el contexto de una
guerra espiritual continua.

Entre las muchas características de
la vida cristiana, he escogido dos: una mencionada por
Jesús y la otra por el apóstol Pablo. Tal vez
juntas abarquen todas las demás dimensiones generales de
la vida cristiana normal. Ellas son: vida abundante y
vida
victoriosa.

En Juan 10.1–18, Jesús se
presenta a sí mismo como el Buen Pastor y en el
versículo 10b afirma, de forma escueta, el
propósito de su encarnación: «Yo he venido
para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia».

La vida
abundante

Una de las consecuencias de esta vida
abundante en Cristo Jesús es que nosotros, sus ovejas,
andamos ahora en la luz. Con frecuencia cantamos: «Antes
era ciego, mas ahora veo. La luz del mundo es
Jesús». Y al hacerlo testificamos de que antes de la
venida de Cristo buscábamos la vida pero no la
encontrábamos. Llevábamos una lucha ficticia por
«autorealizarnos» y por conseguir una aparente
felicidad; pero en realidad vivíamos y caminábamos
en tinieblas, aunque las llamáramos luz. Eso es lo que
quiso decir Jesús cuando expresó: «Si la luz
que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no
serán las mismas tinieblas?» (Mateo
6.23).

Las tinieblas en las que andábamos
tenían un origen doble: humano, la dureza del
corazón del hombre (1 Corintios 3.19; Efesios
4.17–19), y sobrenatural (2 Corintios
4.3–4).

Ya fuera que nos sintiéramos
desdichados o felices, preferíamos nuestra desventura o
nuestra felicidad antes que a Dios. Como me dijo un joven en
cierta ocasión: «Sé que no vivo como Dios
quiere, pero, francamente, resulta divertido. El mundo tiene
mucha atracción para mí». Este es el origen
natural y humano de las tinieblas.

Luego está el origen sobrenatural:
la obra de enceguecimiento mental del «dios de este
siglo», Satanás (2 Corintios 4.3–4). Pablo no
se anda con remilgos en su gráfica descripción de
las operaciones del diablo en la mente y la vida de los
incrédulos. Añádale a esto Efesios
2.1–3 y el cuadro se hace aún más oscuro.
Satanás no quiere que los hombres vean «la luz del
evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de
Dios».

En una ocasión intentaba guiar a
Cristo a cierto hombre, sobre el que sospechaba que estaba
endemoniado, cuando de repente se manifestó un demonio
furioso protestando por mis esfuerzos para llevar a su
víctima a la fe.

«¡Cállate!», me
gritó. «No le digas eso. Es mío; me
pertenece. No dejaré que crea en tu Jesús. Le estoy
impidiendo que comprenda tu presunto evangelio. Te
odio».

Silencié al demonio y no lo
dejé que interfiriera en el derecho de aquel hombre a
aceptar o rechazar a Cristo. Aunque el individuo en
cuestión no estaba del todo consciente de lo que
ocurría en su vida, sabía que una personalidad
extraña había tomado control parcial de su mente y
sus cuerdas vocales. Eso lo asustó tanto que se
entregó a Jesús con toda su alma. Durante varios
meses ese demonio y otros muchos fueron expulsados del hombre,
que había estado involucrado en brujería y se
hallaba gravemente endemoniado.

En contraste con su salvación
inmediata, su liberación total no fue ni
instantánea ni automática. Una cosa es la
salvación y otra la santificación, ésta
puede incluir el ser liberado de las ataduras de poderes
demoníacos. Aquel hombre se salvó de forma
instantánea, pero liberado de manera progresiva. Ambas
cosas pueden ocurrir a menudo al mismo tiempo, pero no
siempre.

Volvamos a nuestra experiencia como
inconversos. Cierto día milagroso la gracia soberana y
salvadora de Dios apartó las tinieblas y «por su
gran amor con que nos amó[ … ] nos dio vida
juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)» (Efesios
2.4–5).

Las escamas cayeron de nuestros ojos (Hecho
9.18) y vimos lo que nunca antes habíamos podido entender:
el «tesoro» que es Jesucristo mismo (2 Corintios
4.5–11). Entonces, como el ciego del relato bíblico,
exclamamos: «Habiendo sido ciego, ahora veo» (Juan
9.25).

Aunque todos hemos tenido nuestros
altibajos espirituales desde el día en que Dios nos
abrió los ojos, nunca hemos vuelto a ser los mismos. Ya no
vivimos en tinieblas, sino en la luz de su presencia. Este es el
testimonio universal de los que amamos a Dios con sinceridad
(¿Y no es cierto que le amamos de veras?) Con este
telón de fondo, consideremos ahora una de las más
profundas descripciones que hace Jesús de la vida
cristiana normal.

Yo he venido para que tengan
vida

«Vida» es una de las palabras
características del apóstol Juan, quien la usa de
dos formas distintas en su Evangelio. La primera para referirse a
todo tipo de vida como la conocemos en el universo (Juan
1.3–5). Esa vida tiene su origen en el Señor
Jesús. Juan dice que «sin Él [Jesús,
el Logos de Dios] nada de lo que ha sido hecho fue hecho»
(1.3).

Más importante todavía: vida
significa existencia eterna. León Morris dicel que
«vida, en San Juan, se refiere de manera
característica a la vida eterna, al don de Dios por medio
de su Hijo».?2? También es muy característico
de Juan el uso de esta palabra con o sin el artículo
determinado, para referirse a «la vida» o «la
vida verdadera»; la vida del Señor Jesús con
los creyentes cuando por su Espíritu viene a morar en
ellos (Juan 14–17).

Para Juan, por tanto, la verdadera vida
humana es la eterna; una vida dada, sólo por Dios,
sólo a los creyentes en Cristo (Juan 1.4; 3.15–16,
36).?3? El apóstol intercambia más de quince veces
«vida» y «la vida» por «vida
eterna». El hecho de que para Juan la verdadera vida humana
sea la eterna, resulta evidente en Apocalipsis. Allí esta
palabra se utiliza casi exclusivamente para referirse al
«árbol de la vida» (2.7; 22.2, 14), «la
corona de la vida» (2.10), «el libro de la
vida» (3.5; 13.8; 17.8; 20.12, 15; 21.27; 22.19) y el
«agua de vida» (21.6; 22.1, 17). La asociación
del hombre con estas fuentes de vida, le une al don de Dios de la
vida eterna (1.17–18; 2.7, 10, 11; 11.11; 21.6;
22.1–12, 17).

Pero «vida eterna» no es un
término que indique sólo duración
ilimitada, sino también la calidad de una vida
que posee el creyente en la actualidad. En A Theology of the
New Testament
[Una teología del Nuevo Testamento],
George Eldon Ladd observa este énfasis de
Juan.?4?

La vida eterna, es el tema central de la
enseñanza de Jesús según Juan, sin embargo,
en los Evangelios sinópticos [Mateo-Lucas], lo constituye
la proclamación del reino de Dios. Además, el
principal énfasis en San Juan se hace sobre la vida eterna
como experiencia presente, un énfasis marcadamente ausente
en los Evangelios sinópticos y el
judaísmo.

Ladd no niega el carácter orientado
hacia el futuro de la vida eterna, y señala que cuando
Jesús dijo: «El que rehúsa creer en el Hijo
no verá la vida» (Juan 3.36), se estaba refiriendo
al destino final de la humanidad. Este carácter
escatológico de la vida se percibe de manera más
clara en Juan 12.25: «El que ama su vida, la
perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para
vida eterna la guardará».?5?

Ladd afirma que en la anterior
declaración y en otras citas de Jesús, Juan
«expone con mayor claridad la estructura antitética
de las dos eras que los dichos de los Evangelios
sinópticos en que aparecen esos mismos pensamientos»
(Marcos 8.35; Mateo 10.39; 16.25; Lucas 9.24; 17.33). C. H. Dodd,
por su parte, dice que sólo Juan ha dado a esas
declaraciones «una forma que alude obviamente a la
antítesis judía de las dos eras». En Juan
4.14, 6.27 y 5.29 se hablan de «vida», «vida
eterna» y «resurrección de vida», todo
ello con la vista puesta en la era futura, lo cual se relaciona
demasiado con Daniel 12.2: «Y muchos de los que duermen en
el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida
eterna, y otros para vergüenza y confusión
perpetua». Como expresa C. H. Dodd, todos estos dichos
«presentan la vida como una bendición
escatológica»; es decir, una bendición dada
en el tiempo del cumplimiento de las promesas de Dios.?6? A la
vez, lo que distingue a Juan de los demás evangelistas es
la vida eterna como posesión presente del
cristiano.

Por último, dice Ladd, esta vida no
sólo viene por mediación de Jesús y su
Palabra, sino que reside en su misma persona (5.26). Él es
el pan de vida (6.51ss) y el agua de vida (4.10, 14). Dios es la
fuente final de la vida; pero el Padre ha concedido al Hijo tener
vida en sí mismo (5.26). Por lo tanto, Jesús
podía decir: «Yo soy la vida» (11.25;
14.6).

En Juan 10.10, Jesús expresa que los
creyentes pueden poseer la vida de la era venidera en el tiempo
presente y en abundancia. He aquí la vida cristiana
normal.

… Y para que la tengan en
abundancia

Una de las ventajas de esta vida abundante
es que los cristianos en problemas podemos volver una y otra vez
a la Palabra, arrodillados solos ante Dios. Allí, en voz
alta, podemos leerle al Señor, y a nosotros mismos, sus
promesas. Necesitamos oírselas decir a nuestros propios
labios y escucharlas con nuestros propios oídos
incrédulos. A su debido tiempo, su impacto viviente
encenderá nuestra alma con la seguridad de lo que ya somos
y tenemos por la simple fe en Cristo. El Espíritu Santo de
Dios, que mora en nosotros, llenará nuestros corazones de
gozo y confianza.

También podemos hablar en voz alta
al mundo espiritual: a los demonios de la duda, la incredulidad,
la dureza de corazón, el derrotismo, la ira, la
autocompasión, la depresión, el rechazo y la
vergüenza, que han mentido siempre a nuestro pensamiento.?7?
Nos han dicho que somos unos frustrados, demasiado pecadores,
incrédulos; que estamos muy heridos, desilusionados y que
otros nos rechazan, incluso el mismo Dios, a causa de nuestros
antiguos fracasos; que somos extremadamente tercos, rebeldes y
duros de corazón para lograr algún día
disfrutar la vida cristiana normal.

Como sucede siempre, esos demonios son unos
mentirosos. Nos han estado mintiendo acerca de nuestra identidad
en Cristo. Todas las promesas de Jesús se refieren a cada
uno de nosotros. Fueron hechas a nosotros o para nosotros (Juan
6.33–58), a fin de ayudarnos a vivir
abundantemente.

La vida abundante nos asegura lo que somos
en Cristo. Es una realidad porque Jesús, que es nuestra
vida, mora en nuestro interior. Cuando comprendemos
quiénes somos en Cristo, y que mora en nosotros, en primer
lugar lo afirmamos ante Dios en oración. Mi íntimo
amigo, el Dr. Mark Bubeck, llama a esto oración
doctrinal
,?8? una compañera de lo que a menudo se
denomina oración de guerra.

A continuación, nos declaramos a
nosotros mismos quiénes somos en Cristo y la realidad de
la plenitud de su presencia en nuestras vidas. He hecho mi propia
declaración de oración de fe la cual llevo conmigo
en mi agenda diaria. La dirijo tanto a Dios como a mí
mismo para mantener apartado, por un lado, mi propio sentido de
debilidad, insuficiencia e inutilidad, y por otro, los necios
sentimientos de orgullo y autosuficiencia.

Luego, pronunciamos nuestra palabra de
testimonio ante todas las potestades del mal que se nos hayan
asignado. Y cuando declaramos quiénes somos en Cristo, lo
que ha hecho y hace, que ahora mora en nosotros en su plenitud y
por lo tanto estamos «completos en Él»
(Colosenses 2.6–10; véase 2 Pedro 1.2–4),
comenzamos a fortalecernos en Él mismo y en el poder de su
fuerza (Efesios 6.10). Entonces somos capaces de afirmar con
autoridad: «Si Dios está conmigo,
¿quién contra mí? Soy abrumadoramente
vencedor por medio de Aquel que me amó».

La clave de la vida
abundante

¿Cómo entramos en esta vida
abundante? ¿Cómo hemos de vivirla en nuestra
experiencia diaria? Aunque se trata de preguntas sencillas, las
respuestas a las mismas, evidentemente, no lo son, a pesar de que
uno pueda pensar que deberían serlo. Después de
todo, si se trata de la vida que Jesús vino a darnos (y
así es) y si Él es esa vida (como sucede),
¿dónde está lo difícil?

La dificultad es al menos doble. Por un
lado, reside en el interior de cada uno de nosotros, como
sucedía con los discípulos. Al igual que ellos,
también arrastramos, como vimos en los capítulos
anteriores, eso que llamamos carne. La vida de la carne (o del
yo) y la vida de Cristo luchan de continuo entre sí. De
modo que cualquier intento de practicar la vida abundante en este
mundo implica guerra espiritual.

En segundo lugar, todos tendemos a fijarnos
en alguna dimensión de la vida abundante revelada en la
Escritura, «darle un nombre» y declarar que esa es
la clave para vivirla a plenitud. Hace años, el
fallecido Dr. V. Raymond Edman, presidente entonces de la
Universidad Wheaton, escribió un libro fascinante llamado
They Found the Secret [Encontraron el secreto].?9? Se
trata de una serie de biografías cortas de algunos de los
hombres y mujeres más piadosos de la historia que vivieron
la vida abundante de una forma clara. Edman señala que
todos describían esa vida en sus propios términos.
Algunos ejemplos son: vida victoriosa, vida abundante, vida
transformada, vida llena del Espíritu, vida rendida a
Dios, vida obediente, vida de permanencia, vida
fructífera, vida apacible, vida de reposo, etc.

Edman explica que todas esas son
descripciones diferentes de la misma realidad; y dicha realidad
consiste en que la vida cristiana normal es la existencia del
Señor Jesucristo vivida en la experiencia del creyente.
Él es nuestra vida abundante.

Jesús implica esto en Juan 10 cuando
se presenta como la puerta a la vida abundante (vv. 7–9).
Sus ovejas le pertenecen (vv. 14, 16) y dice que le conocen como
Él conoce al Padre (vv. 14, 15, 27–30). Él es
uno con el Padre. Sus ovejas son también uno (aunque en un
nivel distinto, ya que se trata de seres creados) con
Él.

Él da a sus ovejas «vida
eterna» (vv. 27–29). Esto es calidad, no
duración. Se trata de la vida de Dios que Jesús
tiene con el Padre y que comparte con sus ovejas (Juan 5.26;
10.28–29). Por último, Jesús dice repetidas
veces en el evangelio de Juan que esta vida es resultado de su
presencia en ellas mediante la morada del Espíritu Santo
(Juan 4.13, 14; 6.41–58; 7.37–39; 11.25–26;
14.1–18, 25–27; 15.1–11;
17.1–23).

Creo que todos estaríamos de acuerdo
con lo dicho hasta ahora. La cuestión es: ¿De
qué manera entramos en esa vida?

Tal vez se trate de una de las preguntas
más difíciles y polémicas que hayan
confrontado los creyentes durante los dos mil años de la
era cristiana. Desde luego, no espero contestarla a gusto de
todos mis lectores. Hay cientos de libros que intentan
resolverla. En mi propia biblioteca tengo una sección
entera dedicada al asunto compuesta por más de cien
libros. Todos ellos excelentes; todos contienen parte de la
respuesta; sin embargo, ninguno es la
respuesta.

Algunos hacen hincapié en la crisis:
uno entra en esta vida abundante mediante una crisis subsiguiente
a la salvación. Otros destacan el proceso: la vida
abundante se vive creciendo progresivamente en Cristo. Otros aun,
enfatizan la crisis y el proceso a la vez.

Veamos si puedo hacer que todos coincidamos
descubriendo aquellas áreas comunes en Cristo. En primer
lugar, se trata de una crisis. Comienza con la crisis de
la salvación. Nacemos de nuevo. Cristo, por su
Espíritu, viene a vivir en nosotros. «Y por cuanto
sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba,
Padre!» (Gálatas 4.6).

A continuación viene el
proceso. Pablo lo describe de esta forma, dando su
testimonio personal en cuanto al secreto de la vida abundante:
«Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí»
(Gálatas 2.20a).

Esto conduce a un proceso de
crisis
. El apóstol lo expresa de esta manera:
«Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores
de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros»
(Gálatas 4.19). Es Cristo naciendo en nosotros
(Gálatas 4.6). Es Él viviendo su vida en nosotros
(Gálatas 2.20). La meta es que Cristo «sea completa
y permanentemente formado y moldeado en» nosotros, como
parafraseaba Gálatas 4.19 hace tanto tiempo el obispo
Lightfoot.?10?

Esta perspectiva es lo bastante
bíblica y amplia como para ajustarse a todos los
énfasis particulares acerca del camino a la vida abundante
dados por los creyentes de todos los tiempos. La vida abundante
conduce a la vida victoriosa, que es el tema del resto de este
capítulo y de los dos siguientes.

La vida
victoriosa

Si contara sólo con los pasajes
bíblicos de Juan 3 y Romanos 8, tendría casi todo
lo necesario para comenzar y vivir la vida cristiana. Aunque
puede que esto sea una simplificación excesiva, revela la
importancia de estos dos capítulos. Romanos 8 es uno de
los más espléndidos de toda la Biblia.

Romanos 1–5

Resulta decisivo ver la relación que
existe entre Romanos 8 y los capítulos anteriores de ese
libro.?11? Pablo comienza Romanos dando la prueba de su
apostolado (1.1–15). Como no se le conocía de vista
en la iglesia de Roma, ni era contado entre los doce
apóstoles, esto resultaba importante. Después de
ello, el apóstol introduce su tema: el evangelio y la
necesaria respuesta de fe a su mensaje (1.16).

Sigue con una gráfica
descripción de la necesidad desesperada de este evangelio
que hay tanto entre los gentiles (1.18–32) como en la
nación judía (2.1–3.8), y termina diciendo
que ambos, judíos y gentiles, están completamente
perdidos en el pecado y separados de Dios (3.9–18). Incluso
los judíos, que pensaban que por tener la ley
habían escapado al pecado y al juicio que reposaba sobre
los gentiles, se encuentran «sin excusa»
(3.19–20).

Todo esto pone el cimiento para una
enseñanza detallada sobre el tema principal de la primera
parte del libro: la justificación por la fe, aparte de las
obras de la Ley, para los judíos y el resto de la
humanidad (3.21–5.21). Así los cinco primeros
capítulos se concentran casi únicamente en la
salvación por medio de la fe en Jesucristo.

Romanos 6

Este capítulo abre un nuevo tema en
la epístola: el de la santificación; es decir, los
efectos de la salvación en la vida del creyente que habita
en un mundo hostil y pecaminoso. A la mayoría de nosotros,
quizás, se nos educó en el concepto de la doble
naturaleza del cristiano. Así, en cierto sentido, cuando
fuimos regenerados no lo fuimos de manera absoluta; no se nos dio
una vida totalmente nueva en Cristo. Se nos enseñó
que nuestra naturaleza pecaminosa quedaba intacta. En nuestro
cuerpo había sido implantada una nueva naturaleza que
coexistía con la vieja. De modo que éramos medio
regenerados y medio degenerados. En un momento, la antigua
naturaleza (el viejo yo) tomaba el control, y en el siguiente, la
nueva (el nuevo yo en Cristo) hacía lo
propio.?12?

Pero el apóstol Pablo dice algo
distinto en Romanos 6, cuando explica que «hemos muerto al
pecado por nuestro bautismo en la muerte de Jesús, y sido
sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo,
a fin de que como Cristo resucitó de la muerte por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en
vida nueva» (Romanos 6.2–4).

La afirmación «andemos»
no implica duda alguna. Se establece una nueva cláusula.
El apóstol dice que hemos muerto al pecado con Cristo, y
hemos sido resucitados con Él para el siguiente
propósito: tener una vida totalmente nueva.

Y luego continúa con otra: Esto ha
ocurrido «para que el cuerpo del pecado sea destruido, a
fin de que no sirvamos (y Pablo se incluye con todos nosotros)
más al pecado» (v. 6b) como en otro tiempo. Hemos
muerto a la vieja naturaleza pecaminosa; de modo que estamos
libres del pecado (vv. 7, 18, 22a) y somos siervos de Dios (v.
22b).

«Ahora bien», sigue diciendo
Pablo (parafraseamos sus palabras), «ya que hemos muerto
con Cristo, en el sentido de que nuestra naturaleza humana
expiró con Él, creemos que también estamos
vivos con Él. Considerad lo que significa "con Él",
continúa el apóstol. «La muerte, que es la
consecuencia del pecado (v. 23), no tiene ya más poder
sobre Él (Cristo), puesto que murió al pecado de
una vez por todas, después de lo cual fue resucitado de
los muertos (v. 9). La vida que ahora vive, la vive para
Dios.

»Al identificarnos con Cristo
mediante la fe, entramos en una unión con Él en el
sentido de que su muerte al pecado es también la nuestra.
Nosotros también vivimos ahora para Dios. Esto ya ha
sucedido. Declaradlo así. Llevadlo a la práctica
presentándoos a vosotros mismos y los miembros de vuestros
cuerpos a Dios como instrumentos de justicia, así como
anteriormente os habíais presentado, al igual que vuestros
miembros, como instrumentos de iniquidad».

¿Significa esto que entramos en un
estado de perfección sin pecado? ¿Somos incapaces
de pecar más? «No», responde el
apóstol. «Sabemos que no es así. Nuestra
experiencia revela que tal cosa es falsa. Todavía vivimos
en un cuerpo mortal (vv. 12–13) que está formado por
"miembros", los cuales son a su vez esclavos del pecado. De
hecho, descubro al pecado batallando en mi cuerpo
mortal».?13?

Romanos 7

De nuevo nos encontramos con el tema
bíblico de la guerra espiritual; en este caso de la lucha
contra la carne. Las palabras de Pablo en Romanos 7.14–25
son de lo más claras:

Porque sabemos que la ley es espiritual;
mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo
entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso
hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es
buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el
pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí,
esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el
bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago
lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta
ley: que el mal está en mí. Porque según el
hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley
en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que
me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis
miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me
librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por
Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la
mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del
pecado.

¡Qué increíble pasaje
de la Escritura! ¿A qué otro lo podemos comparar?
Incluso el más piadoso de los santos, en momentos de
profunda batalla interna contra el pecado, ha llorado en la
presencia de Dios al saber que este texto descriptivo de Pablo
era también su autobiografía.

El Dr. Mark Bubeck cuenta una interesante
historia, referente a este pasaje, ocurrida en un estudio
bíblico en una vecindad.?14? Se pidió a un
profesional con gran preparación académica que
leyera en voz alta Romanos 7.14–25. Y escribe el Dr.
Bubeck: «En ese momento, su esposa, que se hallaba en otra
parte de la sala, preguntó a la señora que
tenía al lado si su marido estaba haciendo una
confesión, por lo bien que describían aquellas
palabras las luchas de su esposo».

Y sigue diciendo Bubeck:

El que leía este pasaje me dijo
más tarde que no podía creer que esas palabras se
encontraran en la Biblia. Estaba seguro de que los que
dirigían el estudio bíblico habían escogido
deliberadamente el pasaje para que él lo leyera. Como era
una persona agresiva y vocinglera, así se lo dijo a ellos,
y todos se rieron de buena gana del incidente.

Bubeck comenta entonces:
«¡Qué oportuna es la Palabra de Dios!
¡Con qué precisión nos habla acerca de las
experiencias por las que pasamos!»

Dos usos del término
«carne»

Creo que es importante destacar que en
Romanos 7 Pablo utiliza la palabra «carne» de dos
maneras distintas.?15?

En una de ellas dice: «Mientras
estábamos en la carne» (v. 5). Aquí la carne
es algo del pasado. Quizás se podría equiparar a la
vieja naturaleza, el viejo yo, el «cuerpo del pecado»
que fue crucificado con Cristo (cf. 6.6).

En la otra, Pablo expresa una vez:
«yo soy carnal» (v. 14); y dos veces hace referencia
a «mi carne» (vv. 18, 25). Aquí no se trata de
algo que ha muerto, sino que el creyente debe enfrentar a diario
mediante el Espíritu, y que constituye el tema de Romanos
8.1–17 y de otros pasajes de la Escritura tales como
Gálatas 5.13–21.

Partes: 1, 2

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