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La justicia de Cristo (página 2)




Enviado por DIEGO CALVO



Partes: 1, 2

En este capítulo el apóstol
contrasta la ley de la mente con la del pecado, la cual opera en
su cuerpo. He tratado de mostrar ese contraste en el siguiente
cuadro.

Figura 9.1La ley de mi mente
contra la ley del pecado

1. «Sabemos que la ley es
espiritual», v. 14a.,

1. «Yo soy carnal», v.
14b.

2. Quisiera actuar de un modo
distinto a como «lo hago», v. 15a.,

2. Estoy «vendido al
pecado», v. 14c.

3. «Lo que hago» lo
«aborrezco», v. 15d.,

3. «Lo que hago, no lo
entiendo», v. 15a.

4. «Lo que no quiero, esto
hago», v. 16a.,

4. «No hago lo que
quiero», v. 15b.

5. «Apruebo que la ley es
buena», v. 16b.,

5. Hago «lo que
aborrezco», v. 15c. Hago «lo que no
quiero», v. 16a.

6. No soy yo quien hace lo que hago,
v. 17a.,

6. «El pecado que mora en
mí» hace esto, v. 17.

7. «El querer el bien
está en mí», v. 18b.,

7. «El hacer el bien no
está» en mí v. 18b.

8. «Quiero» hacer el
bien», v.19a.,

8. «No hago el bien que
quiero», v. 19a; «hago lo que no quiero»,
v.20a

9. No soy yo quien hace lo que hago
v. 20b.,

9. «El pecado que mora en
mí» hace «lo que no quiero», v.
20b.

10. Yo deseo «hacer el
bien», v. 21.,

10. «El mal está en
mí», v. 21.

11. «Según el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios», v.
22.,

11. «Otra ley en mis miembros[
… ] se rebela contra la ley de mi mente», v.
23a.

12. «La ley de mi mente»
(lo opuesto a la ley del pecado), v. 23.,

12. Esa ley distinta «me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis
miembros,» v. 23b. Soy un «miserable,» v.
24a. Soy un prisionero «de este cuerpo de
muerte», v. 24b

13. «Con la mente sirvo a la
ley de Dios», v.25.,

13. «Con la carne (sirvo) a la
ley del pecado», v.25b.

Antes de concluir la revelación de
sus propias luchas internas por encontrar en Cristo la victoria
sobre la carne (el tema del capítulo 8), el apóstol
contesta a su propio grito desesperado de libertad de «este
cuerpo de muerte», declarando que hay una victoria segura
«por Jesucristo, nuestro Señor» (v.
25a).

Romanos 6–8. Repaso
general

El pensamiento de Pablo parece progresar
del capítulo 6 al 8. En el capítulo 6, habla de
nuestra muerte al pecado mediante la identificación y
unión con el morir al pecado del propio Cristo.
También se refiere a nuestra presente resurrección
espiritual para novedad de vida, por medio de la
identificación y unión con Él en su
resurrección (6.1–13). El capítulo 7 revela
la guerra que el verdadero creyente tiene que librar con la carne
en su esfuerzo por vivir esa vida de resurrección, un tema
común en las epístolas paulinas. El hijo de Dios se
regocija de que la naturaleza de pecado haya muerto con Cristo.
Tiene una existencia resucitada totalmente nueva, no dos vidas o
naturalezas contrarias. Así que, potencialmente, es capaz
de considerarse a sí mismo como «muerto al pecado
pero vivo para Dios en Cristo Jesús» (v.
11).

Sin embargo, cuando comienza a hacerlo,
descubre que el pecado aún mora en él. Está
unido a su carne. Esta carne, a diferencia de su viejo yo o
naturaleza de pecado, no fue crucificada con Cristo de una vez
por todas. Se halla en guerra con la ley de Dios escrita en su
mente. El cristiano anhela descubrir la forma de vivir en
victoria sobre las concupiscencias de la carne, tema de, por lo
menos, los 17 primeros versículos del capítulo
8.

Este es el significado del «ahora
pues» de Pablo en Romanos 8.1: nos introduce naturalmente
en el tema de cómo conseguir la victoria sobre «la
ley del pecado y de la muerte» descrita en el
capítulo 8. Yo lo llamo el éxtasis de la vida
cristiana normal.

JUSTIFICACIÓN Acto de hacer a
un hombre justo, aceptable ante Dios. Se podía colegir,
entonces, que la •salvación estaba reservada para
ellos. Este concepto de •justicia, sin embargo, sólo
era aceptable en términos relativos, desde el punto de
vista humano, pero ante Dios, ante su santidad, la Biblia dice
tajantemente que ningún hombre es completa y absolutamente
justo ("Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que
haga el bien y no peque"
[Ec. 7:20], "No hay justo, ni
aun uno"
[Ro. 3:10]). De ahí la inquietante pregunta
que hacía Job: "¿Y cómo se
justificará el hombre con Dios?"
(Job 9:2). La
búsqueda, entonces, de métodos y vías para
obtener la j. es una constante en el mundo
judío. En los tiempos del ?AT? se pensaba alcanzar la
j. mediante una perfecta observancia de la ley
(la Torá). Era, entonces, una j. buscada
por el esfuerzo humano ("Porque de la j. que es por la
ley de Moisés escribe así: El hombre que haga estas
cosas, vivirá por ellas"
[Ro. 10:5]). Pero la
experiencia humana fue que por medio de las obras de la ley nunca
podría lograr su j., pues encontraba que
siempre faltaba en algo ("… sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley…"
[Gá.
2:16]).

La comunidad de •Qumrán
reconocía que conseguir la j. ante Dios
era algo que se concedía como un don de Dios mismo.
Decían: "En cuanto a mí, mi j.
está con Dios. En sus manos está la
perfección de mis caminos y el enderezamiento de mi
corazón. Él borrará mis transgresiones por
medio de su j…." Este es el concepto, pero
mucho más ampliado, que encontramos en el ?NT?.

Tuvo que ser Dios mismo quien encontrara
una solución a este problema, proveyendo él,
mediante la muerte y la vida del Señor Jesús, un
medio de j. al alcance del hombre. La justicia
posible para el hombre no es, entonces, la que se busque con el
esfuerzo humano, sino la que Dios concede. Es una
j. otorgada, imputada, por él. Fue
necesario para ello que Jesucristo, hombre perfecto, el justo por
antonomasia, diera su vida en •expiación por los
pecados de la humanidad, satisfaciendo así la
j. divina. A partir de ese hecho, Dios ofrece
gratuitamente justificar a todos aquellos que creen en su Hijo,
los que ponen en él su fe, los que reconocen y aceptan que
el sacrificio que él hizo fue en su particular
favor.

La j. es, entonces, un don
de Dios que se recibe por la fe. Así, "aparte de la
ley, se ha manifestado la j. de Dios, testificada por la
ley y los profetas; la j. de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él…. siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso
como propiciación por medio de la fe en su sangre, para
manifestar su j
….." (Ro. 3:21–25). El primer
sentido de esta j. incluye un significado de tipo
legal. Es una declaración de inocencia que Dios hace. Es
cierto que no la realiza a través de las buenas obras que
el ser humano pueda ofrecer, pero sí supone que tras la
obra gratuita de j. Dios espera que la
reacción del hombre sean las buenas obras, que vienen a
ser resultado y no causa de la j. Es así
que venimos a ser "hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas"
(Ef.
2:10).

Cuando la Biblia dice que Dios
"justifica al impío", no quiere decir que pone
como buenas sus malas obras, sino que toma a una persona pecadora
y la limpia con la sangre de Cristo, haciéndola así
justa. Todo porque "su fe le es contada por
j
…." (Ro. 4:5). Esa persona que ha hecho uso de su
fe, depositándola en la persona y el sacrificio del
Señor Jesús, puede entonces disfrutar de "paz
con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo"
(Ro.
5:1).

———————

JUSTIFICACIÓN Acto soberano
de Dios por el que, por pura gracia y a base de su pacto, declara
aceptos ante Él a quienes creen en su Hijo (Ro
4.2–5).

En El Antiguo
Testamento

La palabra hebreo tsadag (aparte
de algunas pocas veces en que significa «ser ? JUSTO»
[Gn 38.26; Job 4.17, etc.]) significa comúnmente
«declarar (o pronunciar) justo». A veces el contexto
es jurídico o forense (hallar inocente, declarar justo), y
a veces es personal (declararle a uno aprobado y aceptado ante el
soberano). Normalmente se refiere al veredicto del ? Juez, quien
decide pleitos (Dt 25.1; 2 S 15.4), defiende al pobre (Sal 82.3;
pero cf. Lv 19.15), vindica al inocente y condena al culpable (1
R 8.32; Pr 17.15).

Por lo general, la expresión
«declarar justo» se usa en voz pasiva: en el sentido
más profundo y teológico; el hombre es justificado
por Dios (cf. Is 45.25; 53.11). El Antiguo Testamento desaprueba
la soberbia de los que pretenden «justificarse» a
sí mismos (Job 9.20; 32.2; cf. Is 43.9, 26). Dios, el juez
justo por excelencia, «no justificará al
impío» (Éx 23.7) ni «de ningún
modo absolverá al culpable» (Éx 34.7; cf. Nm
14.18s; Dt 25.1). «El que justifica al impío [pero
cf. Ro 4.5] y el que condena al justo, ambos son igualmente
abominación» (Pr 17.15). Medido con la norma de la
perfecta justicia de Dios, según el Antiguo Testamento,
nadie es justo (Sal 143.2; Is 57.12; 64.6).

Sin embargo, en el Antiguo Testamento la ?
Justicia de Dios es un concepto característicamente
salvífico. Los mismos pasajes, que afirman la inviolable
justicia de Dios, proclaman también muchas veces su ?
Misericordia perdonadora (Éx 34.6–9; Nm 14.18s; Dt
7.9; 32.35s). En algunos pasajes, el ? Perdón divino se
describe en términos que anticipan el concepto
novotestamentario de la justificación. Abraham
creyó la promesa de gracia divina, y Dios se lo
contó por justicia (Gn 15.6; cf. Dt 24.13). Ante la
frecuente pregunta: «¿qué necesita un hombre
para ser aceptado ante Dios?» (por ejemplo, Ez
18.5–9), el autor bíblico responde en efecto: la fe.
Siglos después, Pablo vería en Gn 15.6 un
testimonio de la justificación por la fe, como
también en Gn 12.1ss (Gl 3.8, 16) y Gn 17.5–10 (Ro
4.9–18; Gl 3.16), y aun interpretaría la
circuncisión como «sello de la justicia de la fe que
(Abraham) tuvo estando aún incircunciso» (Ro
4.11).

También algunos salmos anticipan el
concepto novotestamentario de la justificación.
Según Sal 32.1s, perdonar equivale a no imputar el pecado
(cf. Is 50.8; Ro 8.33s), en Sal 130.3s, y 7s se reconoce que
nadie puede «mantenerse» como justo ante Dios, pero a
la vez afirma su «abundante redención» y
«perdón de todos los pecados» (cf. Sal 24.5;
51.1–6).

En los libros proféticos la doctrina
de la justificación se desarrolla aun más; sobre
todo en Is 40–66. El ? Siervo sufriente, como abogado
defensor (cf. Is 50.8; Ro 8.33s), «por su conocimiento
justificará a muchos, y llevará las iniquidades de
ellos» (53.11). La justificación de Israel
vendría de Dios (Is 45.21–25; 54.17; cf. 1.18),
quien los vestirá de justicia (Is 61.10). Según
Jeremías, Jerusalén volvería a ser morada de
justicia (Jer 31.23) y se llamará «Jehová,
justicia nuestra» (Jer 23.6; 33.16). Se anuncia al
Mesías como «el Justo», y a los suyos como
«los justos» con la justicia escatológica del
reino venidero (Odas de Salomón 25.10; 2
Esdras 8.36).

Según Hab 2.4, «el justo, por
su fidelidad vivirá» (BJ). Y el contexto parece
señalar que el justo Judá escapará al fin de
la muerte, mientras los caldeos perecerán (Hab
1.5–17). La LXX, cuya versión cita el Nuevo
Testamento, lo modifica: «Mas mi justo-por-fe
vivirá», con lo cual recalca la fe del justo.
Más tarde Pablo aplica el texto, entendido a la luz de la
LXX y de Qumrán, a la fe personal en Cristo (Ro 1.17; Gl
3.11), mientras Heb 10.38 lo aplica a la paciencia de los santos
en medio de la tribulación.

En Los Evangelios Y
Hechos

El verbo «justificar»
(dikaióo) aparece en varios contextos:

1.Los judíos
«justificaban a Dios» cuando Juan los bautizaba (Lc
7.29). Con el mismo sentido de «vindicación»,
se dice que «la sabiduría es justificada por todos
sus hijos» (Mt 11.19; Lc 7.35).

2.Los hombres pretenden
autojustificarse por sus méritos propios, pero apelan a
pretextos evasivos (Lc 10.29) o a la hipocresía (Lc
16.15).

3.En el juicio final, los hombres
serán justificados o condenados por sus palabras (Mt
12.37). Este sentido jurídico-escatológico del
término es el antecedente del pensamiento paulino (aunque
Pablo hace hincapié en que este juicio y esta
justificación se realizan ahora mismo, y por fe, Ro
3.21–26). Aunque los Evangelios no usan el sustantivo ?
«Justicia» en el sentido paulino forense de la
justificación, sí ven «la justicia»
como un don de Dios (Mt 5.6, 10) y la refieren a la vida del
Reino de Dios, traído por Jesús (Mt
6.33).

Además, en dos pasajes Lucas emplea
el verbo «justificar» en el sentido paulino. El
publicano penitente, en contraste con el fariseo que confiaba en
su propia justicia, «descendió a su casa
justificado» (Lc 18.14). Este mismo sentido aparece en Hch
13.38s en un sermón de Pablo; el perdón de pecados
mediante Jesús significa que «en Él es
justificado aquel que cree».

En Pablo

El concepto de la justificación se
elabora y profundiza, especialmente en Romanos y Gálatas,
y llega a ser el meollo de la soteriología paulina. La
justicia de Dios es «de la fe» (Ro 4.11, 13; cf. Gl
2.16; 3.8), «la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo» (Ro 3.22; Flp 3.9). Pablo contrasta
constantemente esta justificación evangélica con
«la justicia por las obras de la ley» (Ro 9.31s; cf.
10.5) y con «mi propia justicia» (Ro 10.3; Flp
3.9).

El principio de la justicia legal es
«haced esto, y viviréis» (Ro 10.5; Gl
3.10–12); el principio de la justificación
evangélica es «creed, confesad, y seréis
salvos» (Ro 10.9s; Gl 3.6–9).

En su misión a los gentiles y su
polémica contra el legalismo judaizante, Pablo proclama
que el creyente recibe la justificación de Dios
gratuitamente y ahora, puesto que es impartida por Dios en Cristo
y recibida por la ? Fe (Ro 5.1, 17). Según Ro
3.21–31, no depende de las buenas ? Obras, ni de nuestra
obediencia a la ? Ley (en particular, a la demanda de la ?
Circuncisión); depende más bien de la ? Gracia
divina para evitar toda jactancia humana. Lejos de fluir de
algún merecimiento humano (Ro 4.4s; Flp 3.9), la
salvación es de pura gracia, y no puede derivarse de una
mezcla de gracia y obras (Ro 3.28; 11.6; Gl 2.14–21; 5.4; ?
Concilio de Jerusalén).

Pablo expresa esta verdad quizás en
los términos más drásticos en Ro
4.2–7: «al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, la fe le es contada por
justicia». En un nivel literal, esta atrevida
expresión contradice textualmente las muchas expresiones
veterotestamentarias de que Dios no justificará nunca al
impío (Éx 23.7; Dt 25.1; Is 5.23). Pero en un nivel
mucho más profundo esto corresponde rotundamente a la
realidad veterotestamentaria (Dt 7.7s; 9.6; 26.5; Jos 24.2; cf.
Gn 18.23). Aunque la expresión también chocara con
la piedad judía del tiempo de Pablo, sigue con toda
fidelidad el ejemplo y el espíritu de Jesús, quien
vino a llamar a pecadores, comía con publicanos, los
declaraba justificados y «murió por los
impíos» (Ro 5.6; cf. 1.18).

La frase, quizás con cierta paradoja
intencionalmente chocante, subraya el carácter netamente
gratuito de la justificación y también su
carácter vicario; al impío le es atribuida la
«justicia ajena» de Cristo (2 Co 5.21). Sin embargo,
la justificación no consiste en que Dios haga piadosos a
los impíos y luego los acepte («justificación
analítica»), sino en que declara
«aceptos» ante Él a los impíos e
injustos, por la justicia imputada e impartida de Cristo, y
así comienza a transformar toda la vida. La
justificación nunca debe confundirse con la ?
Santificación ni divorciarse de ella.

La Fe Y La
Imputación

Si la gracia de Dios es la fuente de la
justificación, la fe es el medio que Dios usa para
impartirla (Ro 4.16 BJ; Ef 2.8–10), en radical
antítesis con las obras de la Ley o los méritos de
la justicia propia. En el evangelio, potencia de Dios para todo
aquel que cree, «la justicia de Dios se revela por fe y
para fe» (Ro 1.17). Esta fe se describe como creer en
Jesucristo (Ro 3.22, 26) y confesarlo como Señor (Ro
10.9s); es «someterse a la justicia de Dios» (Ro
10.3). Esta clase de fe viva actúa por el ? Amor (Gl 5.6;
1 Ts 1.3) y, como la de Abraham, fructifica en «la
obediencia a la fe» (Ro 1.5; cf. 6.17). La fe une al
creyente con Cristo (Ef 3.17) mediante el Espíritu Santo
(Gl 3.1–5) y le conduce a una nueva esfera (Ro
5.21).

Para Pablo, Abraham es el prototipo
incontrovertible de la justificación por la fe (Ro
4.3–11, 22s; Gl 3.6), pero su fe no tiene el
carácter de una obra meritoria en sí misma, como
creían muchos rabinos. Contra la interpretación
judaica de Gn 15.6 como «imputación por deuda»
(Ro 4.4, donde esta expresión refleja tal
interpretación, en el sentido helenístico de
inscribir en el cielo los logros y virtudes de Abraham) Pablo
insiste en el sentido original del texto como una
imputación por gracia.

Por medio de diversos verbos, Pablo muestra
una elaborada teología de la imputación. Aunque
«donde no hay ley, no se inculpa (cf. Flp 18) de
pecado» (Ro 5.13; cf. 4.15); sin embargo, la muerte
reinó desde ? Adán hasta Moisés (Ro 5.14)
porque «por la transgresión de uno vino la
condenación a todos los hombres» (Ro 5.18) y
«por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores» (Ro 5.19s). Por tanto Cristo,
nuestro representante, ha asumido la maldición del pecado
por nosotros (2 Co 5.21; Gl 3.13); es decir, Dios
identificó jurídicamente a Jesús con el
pecado. Dicho con otras palabras, «Dios estaba en Cristo,
reconciliando consigo al mundo, no imputándoles (cf. Hch
7.60; Ro 3.25) a los hombres de sus pecados» (2 Co 5.19).
Cristo «nos es hecho … justificación» (1 Co
1.30), «para que fuésemos hechos justicia de Dios en
Él» (2 Co 5.21). Así que a nosotros
también «la fe nos es contada por justicia»
(Ro 4.24s), y recibimos «la justicia que es por la fe de
Cristo, la justicia que es de Dios por la fe» (Flp
3.9).

Cabe aclarar en cuanto a la
«imputación» que esta no es una simple
transacción extrínseca, y que precisamente ese
concepto de «contabilidad celestial» es el que Pablo
rechaza en Ro 4.3–5. Quizás por eso Pablo no dice
que la idéntica justicia de Cristo se pone a nuestra
cuenta, sino más bien que Dios nos imparte «la
justicia que es por la fe de Cristo», cuando el contraste
lógico a «mi propia justicia» hubiera sido
«la justicia de Cristo». Identificados vitalmente con
Cristo, nos sujetamos a la justicia de Dios, de modo que
«Cristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y
redención» (1 Co 1.30; cf. 6.11).

El Sacrificio de
Jesús

Todo pensamiento de Pablo gira en torno a
«Jesucristo, y a este crucificado» (1 Co 2.2), y esta
perspectiva transforma también su visión de la
justificación. La obra vicaria de Jesús es la base
indispensable de la salvación, pues estamos
«justificados en su sangre» (Ro 3.24ss; 5.9). Como
Segundo Adán, Él ha realizado el acto de obediencia
(Ro 5.19) y justicia (Ro 5.18) que constituye nuestra
justificación. Hecho maldición por nosotros en la
cruz, nos ha justificado y en esa forma la bendición
abrahámica de Gn 12.3 se ha cumplido y extendido a los
gentiles (Gl 3.14).

El lenguaje acerca de la cruz en Ro 3.24ss
es sacrificial y tiene por antecedente la liturgia del ?
Día de la Expiación según Lv 16, con su
triple confesión de pecado (cf. Ro 3.23) y el
derramamiento de sangre sobre el propiciatorio. Este era a la vez
lugar de expiación y de revelación de Dios
(Éx 25.22). De igual manera, ahora la persona de Cristo en
su muerte es el lugar donde el juicio de Dios se ejecuta
expiatoriamente y donde a la vez se manifiesta la justicia de
Dios. La tensión mencionada en Ro 3.26 entre la justicia
de Dios y la justificación del pecador, reconciliadas
ambas en el sacrificio de Cristo, se describe en dos fases
histórico-salvíficas: (1) Dios «pasó
por alto en su paciencia los pecados pasados» en la
época del Antiguo Testamento, pero solo con miras a (2)
«manifestar en este tiempo su justicia», ahora, en el
tiempo de cumplimiento.

Pablo recalca también la
relación entre la ? Resurrección de Cristo y
nuestra justificación. La resurrección
señala contundentemente la eficacia redentora del
sacrificio de Cristo aceptado y sellado por el Padre, y confirma
también su triunfo cabal sobre el poder del ? Pecado (1 Co
15.17). «¿Quién nos puede acusar?»,
pregunta Pablo (Ro 8.33s), puesto que Dios es nuestro abogado
defensor (cf. Is 50.8) y, puesto que el único juez es el
mismo que habiendo muerto por nosotros, resucitó
triunfante e intercede por nosotros a la diestra del Padre (cf.
Ro 6.4ss) en la semejanza de su resurrección, de modo que
la justicia de la Ley se cumple ahora en nosotros los que andamos
conforme al Espíritu del que levantó a Cristo de
los muertos (Ro 8.1–11).

Fe Y Justificación En
Santiago

La Epístola de ? Santiago llama a
una vida de «fe en acción» «sin
acepción de personas» (2.1) y fructífera en
amor (2.8) y obras (2.14–26). Desde esta perspectiva, el
autor discute la justificación y la fe en términos
que a primera vista parecen incompatibles con todo lo que para
Pablo era el evangelio. En cuanto a provecho o utilidad, Santiago
cuestiona el que la fe pueda salvar (2.14). Concluye que la fe
sin obras es muerta (2.17, 26) y estéril (2.20); la fe
coactúa en las obras que de ella nacen, y llega a su
plenitud en ellas (2.22). Santiago aun afirma tres veces que el
hombre es justificado por las obras y no solo por la fe (2.21,
24, 25). Apoya su conclusión en tres
argumentos:

1. Un argumento práctico
basado en la futilidad de una caridad puramente verbal, sin
expresión tangible (2.14–17).

2. Un argumento teológico que
insinúa lo demoníaco de una abstracta ortodoxia
monoteísta, aunque sea adherencia teórico-verbal al
credo más indispensable, el shemá (2.18s;
? Judaísmo).

3. Un argumento histórico,
basado en Abraham y Rahab (2.20–26).

Es evidente que Santiago vive una
situación distinta a la de Pablo y que ataca a un error
diferente. Santiago no conoce la antítesis paulina de
gracia y ley, fe y obras, sino se enfrenta a una religiosidad
teórica, e insiste en la unidad integral de fe y
acción (1.18, 22). Curiosamente, apoya su
conclusión respecto a Abraham en el mismo texto que cita
Pablo (Gn 15.6), pero lo transfiere de su contexto original del
nacimiento de Isaac al momento posterior cuando la fe de Abraham
«se perfeccionó» con el sacrificio del hijo
prometido (Gn 22). Pablo, en cambio, coloca la
justificación de Abraham por fe en su contexto original,
en donde se acentúa precisamente la importancia y la
pasividad de Abraham (Ro 4.16–22), e insiste en que la
promesa vino mucho antes del nacimiento y la circuncisión
de Isaac (Ro 4.9–12). Además, aunque ambos autores
citan Gn 15.6, Santiago no parece descubrir en esas palabras
ningún concepto de imputación vicaria por
representación. En general, Santiago no elabora una
soteriología de la justificación en este pasaje,
sino más bien una ética de la fe puesta en
acción. Sin embargo, todo su pensamiento, igual que el de
Pablo, está totalmente ajeno al consejo de mérito y
«justicia propia» del legalismo
judío.

Algunos han pretendido ver en Santiago una
polémica contra Pablo, o contra un «paulinismo
distorsionado», pero otros, creyendo que Santiago se
escribió antes de Gálatas y Romanos, han sospechado
que en algunos pasajes de estas otras dos epístolas Pablo
corrige tácitamente a Santiago. Es más probable que
los dos autores hayan escrito de manera independiente bajo
circunstancias muy diversas, contra el antecedente común
del judaísmo.

Con toda su diversidad de énfasis,
Santiago y Pablo convergen en lo esencial como dos testigos de un
mismo mensaje. Gran parte de la discrepancia es más bien
semántica. Pablo también nos insta a ser hacedores
y no solo oidores de la Ley (Ro 2.13), señala que hemos
sido llamados a buenas obras (Ef 2.10, y otras quince veces), y
entiende «la fe que obra por el amor» (Gl 5.6) como
muestra de obediencia al evangelio (Ro 1.5). De ninguna manera
sirve la gracia como licencia al pecado (Ro 6.1, 12,
15–22). Tito 1.6 y 3.7–9, en el mismo espíritu
de Stg 2.18s, rechazan la profesión vacía, sin los
hechos correspondientes, como abominación. Así
pues, la fe por la que según Pablo el hombre es
justificado, es también la fe que se realiza en
acción, según Stg 2.22. Y las obras que rechaza
Pablo por insuficientes son «las obras de la ley»,
mientras que las obras, que Santiago afirma son indispensables
para que el hombre pueda ser justificado, son de hecho «las
obras de fe», en las que también insiste
Pablo.

Bibliografía:

P. Van Inschoot, Teología del
Antiguo Testamento
, Fax, Madrid, 1969, pp. 108–117,
701–709, 722–733. G. Von Rad, Teología del
Antiguo Testamento
I, Sígueme, Salamanca, 1972, pp.
453–489. Fries (ed.), Conceptos fundamentales de la
teología
II, Cristiandad, Madrid, 66, pp.
463–475. DTB, col. 557–566. M. Meinertz,
Teología del Nuevo Testamento, Fax, Madrid, 1966,
pp. 262ss, 393–411. J.M. Bover, Teología de San
Pablo
, B.A.C., Madrid, 1961, pp. 74–133,
642–758. J. Jeremías, El mensaje central del
Nuevo Testamento
, Sígueme, Salamanca, 1966, pp.
61–82.

I.
JUSTIFICACION

La justificación es no sólo
uno de los grandes beneficios de la muerte de Cristo, sino
también una doctrina cardinal del cristianismo, porque lo
distingue como una religión de gracia y de fe. Y la gracia
y la fe son las piedras angulares de la
justificación.

A. El significado de la
justificación

Justificar significa declarar justo. Tanto
la palabra hebrea (—sadaq—) como la griega
(—dikaioo—) significan anunciar o pronunciar
un veredicto favorable, declarar justo. El concepto no significa
hacer justo, sino atribuir justicia. Es un concepto de los
tribunales, así que, justificar es dar un veredicto de
justicia. Nótese el contraste entre justificar y condenar
en Deuteronomio 25:1; 1 Reyes 8:32; y Proverbios 17:15. Como
anunciar la condenación no hace que una persona se
convierta en malvada, tampoco la justificación hace a una
persona justa. No obstante, con condenar o justificar se anuncia
el estado verdadero y real de la persona. Sin embargo, la persona
malvada ya es malvada cuando se pronuncia el veredicto de
condenación. Igualmente, la persona justa ya es justa
cuando se anuncia el veredicto de
justificación.

B. El problema en la
justificación

Puesto que esta es una idea forense, la
justificación se relaciona con el concepto de Dios como
Juez. Este tema se encuentra por toda la Biblia. Abraham
reconoció a Dios como el Juez de toda la tierra, que
tenía que hacer lo justo (Génesis 18:25). En el
canto de Moisés la justicia y la rectitud de Dios son
reconocidas (Deuteronomio 32:4). Pablo le llama a Dios el Juez
justo (2 Timoteo 4:8). El escritor de Hebreos llama a Dios el
Juez de todos, y Santiago les recuerda a sus lectores que el Juez
estaba delante de la puerta (Santiago 5:9).

Si en Dios, el Juez, no hay injusticia y es
completamente justo en todas Sus decisiones, entonces
¿cómo puede El declarar justo a un pecador? Y todos
somos pecadores. Dios solamente tiene tres opciones cuando los
pecadores comparecen ante Su tribunal: Condenarlos, comprometer
Su propia justicia para recibirlos tal y como están, o
transformarlos en personas justas. Si El puede ejercer esta
tercera opción, entonces los puede declarar justos. Pero
cualquier justicia que un pecador posea tiene que ser
auténtica, no ficticia; real no imaginaria; aceptable por
las normas de Dios, y ni aun un poquito menos que eso. Si esto se
pudiera llevar a cabo, entonces, y solamente entonces, puede El
justificar.

Job expresó el problema con
precisión cuando preguntó: "¿Y cómo
se justificará el hombre con Dios?" (Job 9:2).

C. El procedimiento en la
justificación (Romanos 3:21-26)

Dios pone en efecto esta tercera
opción: El puede transformar a los pecadores en personas
justas. ¿Cómo? Haciéndonos justicia de Dios
en Cristo (2 Corintios 5:21), constituyendo justos a los muchos
(Romanos 5:19), dándoles a creyentes el don de la justicia
(v. 17). Hay cinco pasos en el proceso, como se detalla en el
pasaje central tocante a la justificación,
3:21–26.

1. El plan (Romanos 3:21). El plan
de Dios para proveer la justicia necesaria se centró en
Jesucristo. Fue aparte de la ley. La construcción no lleva
el artículo, lo que indica que era aparte no sólo
de la ley mosaica, la cual no podía proveer la justicia
(Hechos 13:39), sino también de toda complicación
legal. Fue manifestada (una forma perfecta pasiva) en la
encarnación de Cristo, y los efectos de esa gran
intervención en la historia continúan. Es
constantemente atestiguado por la Ley y los Profetas, que dieron
testimonio del Mesías venidero (1 Pedro 1:11). Así
que, el plan se centra en una persona.

2. El requisito previo (Romanos
3:22).
La justicia llega por la fe en el ahora revelado
Jesucristo. El Nuevo Testamento nunca dice que somos salvos a
causa de la fe (esto requeriría dia con el
acusativo). Siempre hace de la fe el canal por el cual recibimos
la salvación (dia con el genitivo). Pero, por
supuesto, la fe necesita tener el objeto correcto para que sea
efectiva, y el objeto de la fe salvífica es
Jesucristo.

3. El precio (Romanos
3:24–25).
Muy claramente, el precio pagado fue la
sangre de Cristo. El costo para El fue lo máximo. A
nosotros el beneficio nos llega gratuitamente (la misma palabra
se traduce "sin causa" en Juan 15:25), es decir, sin alguna causa
en nosotros, y por lo tanto por Su gracia.

4. La posición. Cuando el
individuo recibe a Cristo, es situado en Cristo. Esto es lo que
hace a la persona justa. Somos hecho justicia de Dios en
El
. Sólo esta justicia conquista nuestra desesperada
condición pecaminosa, y cumple con todas las demandas de
la justicia de Dios.

5. El pronunciamiento (Romanos
3:26).
La justicia de Cristo que tenemos no sólo
cumple las demandas de Dios, sino que también demanda que
Dios nos justifique. Somos justos de hecho, no en ficción;
por lo tanto, el Dios santo puede permanecer justo y justificar
al que cree en el Señor Jesucristo.

Por consiguiente, nadie puede acusar a los
elegidos de Dios, puesto que en Cristo somos justos a la vista de
Dios. Y por esto es que Dios puede justificarnos.

D. La prueba de la
justificación

La justificación se prueba por la
pureza personal. "El que ha muerto, ha sido justificado del
pecado" (Romanos 6:7). Nuestra posición es la de absueltos
del pecado, de modo que éste no tiene ya dominio sobre
nosotros. La justificación ante el tribunal de Dios se
demuestra por la santidad de vida aquí en la tierra ante
el tribunal de los hombres. Esta era la perspectiva de Santiago
cuando escribió que somos justificados por las obras
(Santiago 2:24). Fe no productiva no es fe genuina. Los creyentes
han de mostrar por sus obras ante los hombres lo que son en
Cristo. La fe sola nos justifica delante de Dios y nos permite
entrar en el cielo. Las obras nos justifican ante los
hombres.

Para concluir: La justificación nos
asegura la paz con Dios (Romanos 5:1). Nuestra relación
con El es justa, legal y eterna. Esto constituye el fundamento
seguro para la paz con Dios.

JUSTIFICACIÓN

LA SALVACIÓN ES POR GRACIA,POR
MEDIO DE LA FE

Y que por la ley ninguno se justifica
para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe
vivirá.

Gálatas 3:11

La doctrina de la justificación, el
centro de la tormenta durante la Reforma, fue una de las grandes
preocupaciones del apóstol Pablo. La consideraba el
corazón del Evangelio (Romanos 1:17; 3:21–5:21;
Gálatas 2:15–5:1), y les daba forma tanto a su
mensaje (Hechos 13:38–39) como a su consagración y
su vida espiritual (2 Corintios 5:13–21; Filipenses
3:4–14). Aunque hay otros escritores del Nuevo Testamento
que afirman sustancialmente la misma doctrina, los
términos en los cuales los protestantes la han proclamado
y defendido durante casi cinco siglos son tomados sobre todo de
Pablo.

La justificación es un acto judicial
de Dios por medio del cual indulta a los pecadores (las personas
malvadas e impías, Romanos 4:5; 3:9–24),
aceptándolos como justos, y enderezando de manera
permanente su relación con Él, de quien antes se
hallaban alejados. Esta sentencia justificante es el don divino
de la justicia (Romanos 5:15–17), la concesión por
parte de Dios de una categoría de aceptación, en
atención a Jesús (2 Corintios 5:21).

El juicio justificante de Dios parece
extraño, puesto que declarar justos a los pecadores
daría la impresión de ser exactamente la
acción injusta por parte del juez que la propia ley de
Dios prohibe (Deuteronomio 25:1; Proverbios 17:15). No obstante,
se trata en realidad de unjuicio justo, puesto que se basa en la
justicia de Jesucristo, el cual como "el postrer Adán" (1
Corintios 15:45), nuestro cabeza representante que actuaba a
nombre nuestro, obedeció la ley que nos ataba y
soportó la retribución que debíamos haber
sufrido nosotros por nuestra impiedad; de esta forma (para usar
un término técnico medieval), "mereció"
nuestra justificación. Por consiguiente, somos justamente
justificados, a partir de la justicia hecha (Romanos
3:25–26) y la justicia de Cristo, que nos es atribuida
(Romanos 5:18–19).

La decisión justificante de Dios es
el juicio del Último Día, en el cual
declarará dónde pasaremos la eternidad, pasado al
presente y pronunciado aquí y ahora. Es el último
juicio que se hará jamás sobre nuestro destino;
Dios nunca se echará atrás en él, por mucho
que Satanás apele contra su veredicto (Zacarías
3:1; Apocalipsis 12:10; Romanos 8:33–34). Ser justificado
es estar seguro para toda la eternidad (Romanos 5:1–5;
8:30).

El medio necesario, o causa instrumental de
la justificación, es la fe personal en Jesucristo como
Salvador crucificado y Señor resucitado (Romanos
4:23–25; 10:8–13). Esto se debe a que el
mérito en el que se apoya nuestra justificación se
halla totalmente en Cristo. Cuando nos entregamos a Jesús
en fe, Él nos da su don de justicia, de tal manera que en
el acto mismo de "apegarnos a Cristo", como lo expresaban los
maestros reformados más antiguos, recibimos el
perdón y la aceptación divinos que no
podríamos obtener de ninguna otra forma (Gálatas
2:15–16; 3:24).

La teología oficial católica
romana incluye la santificación dentro de la
definición de la justificación, a la cual considera
más un proceso que un solo acontecimiento decisivo, y
afirma que, mientras que la fe contribuye a que seamos aceptados
por Dios, también contribuyen a ello nuestras obras
satisfactorias y meritorias. Roma ve el bautismo, considerado
como canal de la gracia santificante, como la causa instrumental
primaria de la justificación, y el sacramento de la
penitencia, por medio del cual se logra un mérito
congruente a través de las obras de satisfacción,
como la causa restauradora complementaria cada vez que se pierde
la gracia de la aceptación divina inicial por medio de un
pecado mortal. Mérito congruente, a diferencia de
mérito condigno, significa un mérito que es
adecuado, aunque no absolutamente necesario, que sea recompensado
por Dios con un nuevo fluir de gracia santificante. Por
consiguiente, según el punto de vista católico
romano, los creyentes se salvan a sí mismos con la ayuda
de la gracia que fluye de Cristo a través del sistema
sacramental de la iglesia, y en esta vida, de ordinario, no se
puede tener sentido alguno de seguridad en cuanto a la gracia de
Dios. Una enseñanza así se halla muy lejana de las
enseñanzas de Pablo.

V. JUSTIFICACIÓN

A.
Definición

«La justificación es un acto
de la libre gracia de Dios, por el cual Él perdona todos
nuestros pecados y nos acepta como justos delante de Él,
mas esto solamente en virtud de la justicia de Cristo, la cual
nos es imputada, y que recibimos únicamente por la fe.
»?1?

La justificación es el aspecto
forense de nuestra salvación. Se puede pensar en ella como
un acto declarativo de Dios por el cual nos asigna nuestro estado
de justicia con relación a su ley santa. Es el resultado o
un aspecto de la expiación efectuada por nuestro
Señor Jesucristo en beneficio de nosotros.

Las palabras griegas relacionadas con la
justificación en el Nuevo Testamento proceden todas de la
raíz dik, cuyo significado básico es
«recto» o «justo»; y, por supuesto, se
trata de la rectitud moral y legal.

B. Relación con la
santificación

No distinguir entre la justificación
y la santificación ha creado mucha confusión en los
escritos teológicos. J.A. Faulkner señala:
«Lo opuesto a "justificación" es
"condenación"… No es la infusión de una
nueva vida, de una nueva santificación, lo que se cuenta
para justicia, sino la fe» (Romanos 4:5; Filipenses 3:9).
Cuando Dios justifica, lo que mira no es la justicia que imparte
o va a impartir sino la expiación que hizo en
Cristo».

Faulkner continúa: «Una de las
paradojas más reales del cristianismo es que a menos que
se observe una vida justa, no hay justificación, aunque la
justificación misma es solo por amor de Cristo y
únicamente por fe. Es un "estado" más que un
carácter … lleva el sello de un concepto legal
más que el de uno ético».

C. La justificación en
Romanos y otras Escrituras

Es cierto que la doctrina de la
justificación por la fe viene principalmente de Pablo,
pero también lo es que el apóstol la basa en las
Escrituras del Antiguo Testamento, y que cada parte de estas
presupone, implica o declara la justificación por la fe y
otros temas que no podrían ser defendidos aparte de esta
doctrina.

1. Romanos tres

La enseñanza más concentrada
acerca de la doctrina de la justificación por la fe se
halla en la Epístola a los Romanos. Después de los
primeros dos capítulos y medio, en los que muestra la
condición caída de la especie humana —tanto
de judíos como de gentiles, y la necesidad absoluta de una
justicia del corazón más que meras obras
aparentes—, concluye: «Sabemos que todo lo que la
ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que
toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios;
ya que por las obras de la ley ningún ser humano
será justificado delante de él; porque por medio de
la ley es el conocimiento del pecado»
(Romanos 3:19,
20).

Enseguida presenta una de las grandes
meditaciones acerca de la doctrina de la justificación
solo por fe.

«Pero ahora, aparte de la ley, se
ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por
los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay
diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios,
[siendo] justificados
[aquellos que lo son] gratuitamente por su gracia, mediante
la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios
puso como propiciación por medio de la fe en su sangre,
para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en
su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en
este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y
el que justifica al que es de la fe de Jesús.
¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda
excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las
obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el
hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es
Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es
también Dios de los gentiles? Ciertamente también
de los gentiles. Porque Dios es uno, y él
justificará por la fe a los de la circuncisión, y
por medio de la fe a los de la incircuncisión.
¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera,
sino que confirmamos la ley»
(Romanos
3:21–31).

Estas palabras son tan claras que casi no
necesitan comentario. Si ponemos nuestra fe en Jesucristo,
entonces, completamente aparte de las buenas obras que nos son
mandadas por la ley de Dios, somos considerados y declarados
«justos» en lo que respecta al carácter santo
de Dios y la ley santa de Dios.

2. Romanos cuatro

La diferencia entre la justificación
por la fe y el valor de las buenas obras se aclara más en
el capítulo 4 de Romanos: «¿Qué,
pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según
la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene
de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque
¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a
Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra no se le
cuenta el salario como gracia, sino como deuda, mas al que no
obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le
es contada por justicia. Como también David habla de la
bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin
obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son
perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el
varón a quien el Señor no inculpa de pecado

[Salmos 32:1, 2]» (Romanos 4:1–8).

Los versículos 9 al 12 narran la
relación de Abraham como el padre espiritual de todos los
que creen. Siendo justificado antes de que le fuera dado el rito
externo de la circuncisión. Así se constituye en el
padre espiritual de los judíos —para quienes la
circuncisión es la señal de estar en el pacto de
Dios—, y de los gentiles, quienes vienen desde fuera del
pacto y son aceptados sin circuncisión, solo por la
fe.

Pablo continúa su argumento:
«Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su
descendencia la promesa de que sería heredero del mundo,
sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley
son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues
la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay
transgresión
[de la ley]. Por tanto, es por fe,
para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para
toda su descendencia
[de Abraham]; no solamente para la
que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros
(como está escrito: Te haré padre de muchas
naciones)
[Génesis 17:5]» (Romanos
4:13–17a).

El apóstol se extiende en el tema de
la fe firme de Abraham en Dios: «Por lo cual
también su fe le fue contada por justicia. Y no solamente
con respecto a él se escribió que le fue contada,
sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser
contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de
los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue
entregado
[a la muerte] por nuestras transgresiones, y
resucitado para
[efectuar] nuestra justificación.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien
también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual
estamos firmes»
(Romanos 4:22–5:2a).

3. Romanos cinco

Me parece que las primeras palabras del
capítulo 5 corresponden propiamente a la conclusión
del capítulo 4. En los versículos 9 y 10 tenemos un
paralelismo lógico casi en el estilo de la poesía
hebrea. Pablo acaba de concluir la declaración de la
maravillosa gracia de Dios, manifestada en el hecho de que
«siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros».
Y continúa: «Pues mucho
más, estando ya justificados en su sangre, por él
seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más
estando reconciliados, seremos salvos por su
vida.

»Y no solo esto, sino que
también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro
Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la
reconciliación»
(Romanos
5:8–11).

Los versículos 12 al 19 manifiestan
la relación de la humanidad caída con el pecado de
Adán y la expiación de Cristo. Estos
versículos fueron explicados extensamente en
conexión con la doctrina del pecado original. Pablo
concluye el tema de la justificación, en la primera
sección de la Epístola a los Romanos, con las
palabras: «Mas cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia; para que así como el pecado
reinó para muerte, así también la gracia
reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo,
Señor nuestro»
(Romanos
5:20b–21).

4. Aplicación

Todo el resto de la Epístola a los
Romanos se basa en la doctrina de la justificación por la
fe y a partir de ella se desarrolla. Los capítulos 6, 7 y
8 constituyen una unidad sobre el tema de la vida santa. Los que
son justificados también están en proceso de ser
santificados. No hay pena legal sobre ellos (8:1).

La persona justificada por el poder del
Espíritu, sin embargo, vivirá una vida santa.
«Así que, hermanos, deudores somos, no a la
naturaleza humana caída, para que vivamos conforme a la
naturaleza humana caída; porque si vivís conforme a
la naturaleza humana caída, moriréis; mas si por el
Espíritu estáis haciendo morir continuamente los
hechos del cuerpo, viviréis. Porque todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de
Dios»
(8:12–14).

El capítulo 9 basa la
justificación en la soberana gracia de Dios en la
elección. El capítulo 10 presenta la oferta del
evangelio a todos los hombres. Tal como dijo Moisés:
«Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu
corazón
[Deuteronomio 30:14]. Esta es la palabra
de fe que predicamos…»
(Romanos
10:8).

El capítulo 11 detalla la
justificación por la fe en la historia de la iglesia
visible, tanto judía como gentil. En su mayor parte, los
capítulos 12 al 16 se dedican a las aplicaciones
prácticas de esta gran doctrina.

Tal vez el punto culminante de la doctrina
sea Romanos 8:33, 34: «¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que
murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros.
¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o
hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está
escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: Somos
contados como ovejas de matadero»
[Salmos 44:22].
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores
por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro
de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni
lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro»
(Romanos
8:33–39).

D. Justificación en la
Epístola de Santiago

Leyendo superficialmente, algunos han
pensado que la explicación en Santiago acerca de la
relación entre la fe y las obras se opone a la doctrina de
la justificación por la fe. Una exégesis cuidadosa,
sin embargo, revela que ese no es el caso.

Lo que dice Santiago concuerda
perfectamente. «Hermanos míos, ¿de
qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no
tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? … La fe,
si no tiene obras, está muerta en sí misma. Pero
alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras.
Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi
fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces.
También los demonios creen, y tiemblan. Mas
¿quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es
muerta?

»¿No fue justificado por
las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo
Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó
juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por
las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham
creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado
amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado
por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también
Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando
recibió a los mensajeros y los envió por otro
camino?

Porque como el cuerpo sin el
espíritu es una cosa muerta, así también la
fe sin obras está muerta»
(Santiago
2:14–26).

Casi siempre se considera la
Epístola de Santiago como uno, si no el más,
temprano de los escritos del Nuevo Testamento. En verdad, no fue
escrita para responder —como alegan algunos— a la
Epístola a los Romanos, la cual fue escrita algunos
años después. Nuestro Señor Jesucristo mismo
predicó la justificación por la fe. «Esta
es la obra de Dios, que creáis en el que él ha
enviado»
(Juan 6:20).

El énfasis sobre la actitud del
corazón —distinto al de las obras de las
manos—, como el fundamento de los fundamentos, siempre
está expuesto a la falsa interpretación de
antinomismo. La Epístola de Santiago refleja una sana
corrección en una etapa muy temprana en el movimiento
cristiano.

Si Santiago no se escribió para
contradecir la Epístola a los Romanos, tampoco esta es
contraria a la primera. En verdad, el apóstol Pablo habla
tan fuertemente como Santiago contra la idea de una fe que no
produce obras. «Porque no son los oidores de la ley los
justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán
justificados»
(Romanos 2:13).

El fuerte tono ético de todo el
capítulo 2 de Romanos no contradice la doctrina de la
justificación por la fe, sino que la resguarda, tal como
la Epístola de Santiago, contra el antinomismo. Pablo
incluso destaca al amor más que a la fe. «Y
ahora la fe, la esperanza y el amor, estos tres son permanentes;
pero el mayor de ellos es el amor»
(1 Corintios
13:13).

El amor es más grande porque es el
fruto y la evidencia de la fe, pero la fe es la raíz, la
condición absolutamente necesaria para la
justificación y para todo lo que sigue en el proceso de la
santificación.

E. Imposibilidad de la
justificación por las obras de la ley

La Escritura enfatiza uniformemente la
imposibilidad de alcanzar la justificación ante la santa
ley de Dios por cualquier tipo de actividad humana. Esto se
manifiesta en la predicación de Pablo como aparece en el
libro de los Hechos. El mensaje de Pablo fue: «Sabed,
pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os
anuncia perdón de pecados, y que de todos aquellos pecados
de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados,
en él es justificado todo aquel que cree»

(Hechos 13:38, 39).

Después de narrar sus palabras con
Pedro en Antioquía, Pablo continúa:
«Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores
de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado
por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser
justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley,
por cuanto por las obras de la ley nadie será
justificado»
(Gálatas 2:15, 16).

1. La enseñanza del Antiguo
Testamento

Este énfasis no es particular al
Nuevo Testamento. Ya hemos citado las palabras de Moisés
en Deuteronomio 30, mostrando que lo que Dios requiere es una
confesión que venga del corazón, no el cumplimiento
de un código difícil. Esta confesión que
viene del corazón «agradará a
Jehová más que sacrificio de buey, o becerro que
tiene cuernos y pezuñas»
(Salmos
69:31).

2. ¿En qué sentido fue
Pablo «irreprensible»?

Se oye frecuentemente la opinión de
que el apóstol Pablo se declaró
«irreprensible» según las normas del Antiguo
Testamento. Esta declaración en cuanto a su inculpabilidad
es sacada de su contexto e interpretada como si Pablo pretendiera
para sí mismo la perfección moral según las
normas de la ley de Dios dadas en el Antiguo
Testamento.

Eso es un error. En primer lugar, la
palabra «irreprensible», amemptos,
está usada en una situación particular y no
significa «sin pecado» a los ojos de Dios.
Literalmente quiere decir con exactitud lo que el término
significa en español, «que no merece
reprensión o censura» en esta situación
específica. Por otra parte, el verbo memphomai
significa «culpar» en el sentido de
censura.

Leemos de Elizabet, la madre de Juan el
Bautista, y su esposo Zacarías que «ambos eran
justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los
mandamientos y ordenanzas del Señor»
(Lucas
1:6). Ciertamente esto no quiere decir que habían
alcanzado la perfección sin pecado en cuanto a las normas
del Antiguo Testamento.

Pablo exhorta a los cristianos de Filipos
a: «que seáis irreprensibles y sencillos, hijos
de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares
en el mundo»
(Filipenses 2:15). Aquí la palabra
traducida «sencillos» quiere decir literalmente
«ingenuos», y el vocablo traducido
«generación» significa «especie».
En medio de las corrupciones de la especie humana debemos llevar
una vida que sea sin reproche. El mismo pensamiento se encuentra
en 1 Tesalonicenses 3:13. Esto no significa estar sin
pecado.

Hay un uso de la palabra algo sorprendente
en Hebreos 8:7 donde se dice que el pacto levítico no era
«sin defecto». Claro es que no quiere decir que el
pacto levítico estuviera sujeto a censura moral, sino
más bien que era de una naturaleza temporal y debía
ser reemplazado.

Es tan claro el contexto en que Pablo hace
referencia a su condición de «irreprensible»
que no pretende ser perfectamente sin pecado según las
normas escritas en la ley del Antiguo Testamento. Por eso dice:
«Aunque yo tengo también de qué confiar
en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en
la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del
linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de
hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo,
perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la
ley, irreprensible»
(Filipenses
3:4–6).

Debe ser claro que en este contexto en que
Pablo declara que fue «irreprensible», se refiere a
una norma y horizonte que no fue el de la Palabra escrita de Dios
en las Escrituras del Antiguo Testamento sino aquel del
fariseísmo del primer siglo. Uno de los detalles en que
consistía su irreprensibilidad era su celo en la
persecución de la iglesia. Esto, en verdad, no estaba en
la justicia de la ley escrita en las Escrituras del Antiguo
Testamento.

La opinión, pues, de que Saulo de
Tarso puede ser citado como un individuo perfecto, según
las normas de las Escrituras del Antiguo Testamento, es
completamente errónea.

¿Cuál fue la actitud de Pablo
en cuanto a la justicia de las Escrituras del Antiguo Testamento
antes de su conversión? Sabemos, sin lugar a dudas, que
fue una actitud de celo intenso, porque Pablo hace referencia a
este hecho en Gálatas 1:14: «Y en el
judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos
en mi nación, siendo mucho más celoso de las
tradiciones de mis padres».

Además, podemos estar ciertos de que
por la ley fue convencido de su pecaminosidad, ya que apela a su
propia naturaleza judía en cuanto al conocimiento de que
un hombre no es justificado por las obras legales (Gálatas
2:16). La referencia de Pablo al poder convincente de la ley
—«por medio de la ley es el conocimiento del
pecado»
(Romanos 3:19, 20)— ciertamente refleja
su experiencia personal.

Esté uno de acuerdo o no en que el
«hombre miserable» de Romanos es Saulo de Tarso antes
de su conversión, en verdad, esa descripción
vívida nunca podría haber sido escrita por un
hombre que pensara que antes de su conversión, él o
cualquier otro, pudo haber sido «irreprensible»,
según una interpretación correcta de las Escrituras
del Antiguo Testamento.

Entonces, si la palabra
«irreprensible» significa que no merece censura en
ciertas circunstancias, y si las circunstancias en que Pablo
afirma estaba enmarcado el fariseísmo del primer siglo que
aprobó la persecución de la iglesia —las
cuales no eran los mismos principios de las Escrituras del
Antiguo Testamento—, es claro que no tenemos en Pablo el
caso de un individuo que podría pretender haber vivido en
conformidad con las normas de justicia de la ley de Dios como se
presentan en el Antiguo Testamento.

Al contrario, Pablo habla en los
términos más enfáticos en contra de tal
concepto: «Que por la ley ninguno se justifica para con
Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá

[Habacuc 2:41]» (Gálatas 3:11). Estas palabras no
solo hacen ver que Pablo consideraba imposible una justicia legal
completa, sino que además encontró esta
enseñanza en el propio Antiguo Testamento. En efecto, el
apóstol siempre refuerza la justificación por la fe
con el Antiguo Testamento.

F. Imputación positiva de
la justicia

La justificación no es meramente el
acto judicial por el cual Dios nos declara libres del castigo
decretado por la ley. El acto judicial de Dios por el cual somos
justificados también involucra la imputación a
nuestra cuenta de la justicia positiva de Cristo. Pablo lo
expresa así: «Y ser hallado en él, no
teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es
por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la
fe»
(Filipenses 3:9).

En la justificación nos imputamos
esta justicia de Dios por fe en Cristo. La justicia de Cristo no
es imputada ni impartida, es impartida en el proceso de
santificación, y es imputada en el acto de
justificación. Entonces la justificación no es una
«ficción legal» sino un «hecho
legal». Es por la obediencia de Cristo que somos hechos
justos. «Por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos»
(Romanos
5:19b).

Hodge declara el caso así: «La
justicia de Cristo, incluyendo todo lo que hizo y sufrió
en lugar de nosotros, es imputada al creyente como la base de su
justificación, y … las consecuencias de esta
imputación son, primero, la remisión de pecado, y
segundo, la aceptación del creyente como justo».?2?
Debe recordarse a este propósito que «la obediencia
activa y pasiva de Cristo … son solamente diferentes fases
o aspectos de la misma cosa».?3?

Jesús, tu sangre y tu
justicia

mi hermosura y célico vestido
son.

Entre mundos flameantes en estos
atavíos,

con gozo levantaré mi
cabeza.

JUSTIFICACIÓN,
JUSTIFICAR

A. Nombres

1. dikaiosis (d??a??s??, 1347)
denota el acto de pronunciar justo, justificación,
absolución; su significado preciso está determinado
por el del verbo dikaioo (véase B). Se usa dos
veces en la Epístola a los Romanos, único libro en
que aparece en el NT, significando el establecimiento de una
persona como justa por absolución de culpa. En Ro 4.25 la
frase «para nuestra justificación» es, lit.:
«por causa de nuestra justificación»; paralela
a la cláusula precedente «por nuestras
transgresiones», esto es, debido a las transgresiones
cometidas; y significa, no con vistas a nuestra
justificación, sino debido a que todo lo que era necesario
de parte de Dios para nuestra justificación había
sido cumplido con la muerte de Cristo. Es por ello que Él
fue levantado de entre los muertos. Siendo la propiciación
perfecta y completa, su resurrección fue la contrapartida
confirmatoria. En 5.18: «la justificación de
vida» significa «justificación que resulta en
vida» (cf. v. 21). El hecho de que Dios justifica al
pecador que cree sobre la base de la muerte de Cristo involucra
su libre don de la vida. Acerca de la distinción entre
dikaiosis y dikaioma, véase más
abajo.¶ En la lxx, Lv 24.22.¶

2. dikaioma (d??a??µa, 1345)
tiene tres significados distintos, y parece que la mejor
descripción inclusiva de este término es «una
expresión concreta de justicia»; es una
declaración de que una persona o cosa es justa; y, de
ahí, generalizando, representa la expresión y el
efecto de dikaiosis (Nº 1). Significa: (a) una
ordenanza (Lc 1.6; Ro 1.32), esto es, aquello que Dios ha
declarado que es lo recto, refiriéndose a su decreto de
retribución, «juicio»; Ro 2.26: «las
ordenanzas de la ley»; esto es, demandas rectas ordenadas
por la ley; de la misma forma en 8.4: «la justicia de la
ley», o su «ordenanza», esto es,
colectivamente, los preceptos de la ley, todo lo que ella exige
como justo; en Heb 9.1,10, ordenanzas relacionadas con el ritual
del tabernáculo; (b) una sentencia de absolución,
por la cual Dios absuelve a los hombres de su culpa, bajo las
condiciones: (1) de su gracia en Cristo, por medio de su
sacrificio expiatorio, (2) el recibir a Cristo por la fe (Ro
5.16); (c) un acto justo (Ro 5.18: «por la justicia de
uno», rvr; la vm traduce con mayor precisión
«un solo acto de justicia»; cf. rv: «una
justicia», donde se afirma también el
carácter concreto de un acto justo); en efecto, no se
trata del acto de la justificación, ni del carácter
justo de Cristo, como lo sugiere la traducción de rvr y
rvr77; dikaioma no significa carácter, como es el
caso de dikaiosune, rectitud, justicia, sino la muerte
de Cristo, como acto cumplido en coherencia con el
carácter de Dios y sus consejos. Esto queda claro al ser
una antítesis a «la una sola
transgresión» de la anterior afirmación (vm).
Para algunos, la palabra aquí significaría un
decreto de justicia, como en el v. 16; ciertamente, la muerte de
Cristo podría ser considerada como el cumplimiento de tal
decreto; pero, tal como sigue el argumento del apóstol, el
término, como sucede frecuentemente, pasa de un matiz a
otro; y aquí significa no un decreto, sino un acto. Lo
mismo sucede en Ap 15.4: «acciones justas» (rvr; rv:
«justificaciones»; Besson coincide aquí con
rv; vm: «perfecta justicia»).¶

Nota: En 1 Co 1.30 y 2 Co 3.9 se
traduce el término dikaiosune como
«justificación» (rvr; rv tiene
«justicia» en el segundo pasaje; vha:
«justicia» en ambos); véase JUSTICIA, Nº
2.

B. Verbo

dikaioo (d??a???, 1344),
primariamente considerar ser justo. Significa, en el NT: (a)
mostrar ser recto o justo; en la voz pasiva, ser justificado (Mt
11.19; Lc 7.35; Ro 3.4; 1 Ti 3.16); (b) declarar ser justo,
pronunciar a alguien justo: (1) por parte del hombre, con
respecto a Dios (Lc 7.29; véase Ro 3.4 más arriba);
con respecto a sí mismo (Lc 10.29; 16.15); (2) por parte
de Dios con respecto a los hombres, que son declarados ser justos
ante Él sobre la base de ciertas condiciones por Él
establecidas.

De manera ideal, el total cumplimiento de
la ley de Dios sería la base para quedar justificado ante
Él (Ro 2.13). Pero ningún caso así ha tenido
lugar en la experiencia meramente humana, y por ello nadie puede
nunca quedar justificado sobre esta base (Ro 3.9-20; Gl 2.16;
3.10,11; 5.4). En base de esta presentación negativa en Ro
3, el apóstol prosigue para mostrar que, en consecuencia
con el carácter recto de Dios, y con vistas a la
manifestación de dicho carácter, Él es, por
medio de Cristo, como «propiciación por medio de
(en, instrumental) … su sangre» (3.25),
«el que justifica al que es de la fe de Jesús»
(v. 26), siendo la justificación la absolución
legal y formal de toda culpa por parte de Dios como Juez, siendo
el pecador pronunciado justo al creer en el Señor
Jesucristo. En el v. 24: «siendo justificados»
está en tiempo presente continuo, indicando el proceso
constante de justificación en la sucesión de
aquellos que creen y son justificados. En 5.1,
«justificados» está en aoristo, o tiempo
puntual, lo que indica el tiempo definido en el que cada persona,
al ejercitar la fe, fue justificada. En 8.1, la
justificación es presentada como «no hay
condenación». El que sea la justificación lo
que está a la vista en este pasaje queda confirmado por
los capítulos anteriores y por el v. 34. En 3.26, la frase
«que justifica» es el participio presente del verbo,
lit.: «justificante»; similarmente en 8.33, donde se
usa el artículo: «Dios es el que justifica»,
que, más lit.: es, «Dios es el justificante»,
estando el énfasis en la palabra
«Dios».

La justificación es primaria y
gratuitamente por la fe, consiguiente y evidencialmente por las
obras. Con respecto a la justificación por las obras, la
pretendida contradicción entre Santiago y Pablo existe
solo en apariencia. Hay armonía entre ambas perspectivas.
Pablo tiene en mente la actitud de Abraham hacia Dios, su
aceptación de la palabra de Dios. Esto era algo solo
conocido por Dios. La Epístola a los Romanos se ocupa del
efecto de esta actitud hacia Dios, no del carácter de
Abraham ni de sus acciones, sino del contraste entre la fe y la
ausencia de ella, esto es, la incredulidad, cf. Ro 11.20.
Santiago (2.21-26) se ocupa del contraste entre la fe real y la
falsa fe, una fe estéril y muerta, que no es fe en
absoluto.

Aún más, los dos escritores
se ocupan de diferentes épocas en la vida de Abraham:
Pablo, los acontecimientos registrados en Gn 15; Santiago, los de
Gn 22. Contrástense las palabras
«creyó» en Gn 15.6 y «obedeciste»
en 22.18.

Además, los dos escritores usan los
términos «fe» y «obras» en
sentidos algo diferentes. Para Pablo, la fe es la
aceptación de la palabra de Dios; Santiago la usa en el
sentido de la aceptación de ciertas afirmaciones acerca de
Dios (v. 19), que pueden no afectar la conducta de uno. La fe,
tal como la presenta Pablo, resulta en la aceptación por
parte de Dios, esto es, la justificación, y se manifiesta
activamente. Si no es así, como dice Santiago:
«¿Podrá la fe salvarle?» (v. 14). Para
Pablo, las obras son obras muertas; Santiago trata de obras
vivas. Las obras de las que habla Pablo podían ser
totalmente independientes de la fe; las mencionadas por Santiago
solo pueden ser llevadas a cabo allí donde hay una fe
real, y dan evidencia de su realidad.

Y así es con la justicia, o
justificación: Pablo está ocupado con una
relación correcta con Dios, y Santiago con una conducta
recta. Pablo da testimonio de que los impíos pueden ser
justificados por la fe, Santiago lo da de que solo el que obra
correctamente justificado. Véanse también bajo
JUSTICIA y JUSTO.

JUSTO, JUSTAMENTE

A. Adjetivos

1. dikaios (d??a??, 1342) se
usó al principio de personas observantes de dike,
costumbre, regla, derecho; especialmente en el cumplimiento de
los deberes hacia los dioses y hombres, y de cosas que se
ajustaban a derecho. En el NT, denota rectitud, un estado de ser
recto, de conducta recta, sea que se juzgue en base de normas
divinas, o humanas, de lo que es recto. Dicho de Dios, designa el
perfecto acuerdo entre su naturaleza y sus actos, en lo cual
Él es la norma para todos los hombres. Véase
JUSTICIA. Se usa: (1) en sentido amplio, de personas: (a) de Dios
(p.ej., Jn 17.25; Ro 3.26; 1 Jn 1.9; 2.29; 3.7); (b) de Cristo
(p.ej., Hch 3.14; 7.52; 22.14; 2 Ti 4.8; 1 P 3.18; 1 Jn 2.1); (c)
de hombres (Mt 1.19; Lc 1.6; Ro 1.17; 2.13; 5.7. (2) de cosas;
sangre (metafóricamente, Mt 23.35); el juicio de Cristo
(Jn 5.30); cualquier circunstancia, hecho o acto (Mt 24.4, v. 7,
en algunos mss.; Lc 12.57; Hch 4.19; Ef 6.1; Flp 1.7; 4.8; Col
4.1; 2 Ts 1.6); «el mandamiento», o sea, la ley (Ro
7.12); obras (1 Jn 3.12); los caminos de Dios (Ap
15.3).

2. endikos (??d????, 1738), justo,
recto (en, en; dike, derecho). Se dice de la
condenación de aquellos que dicen «Hagamos males
para que vengan bienes» (Ro 3.8); de la recompensa de
retribución de las transgresiones bajo la ley (Heb
2.2).¶

Nota: En cuanto a la
distinción entre Nº 1 y Nº 2:
«dikaios caracteriza al sujeto en tanto que
él es, por así decirlo, uno con dike,
recto; endikos, en tanto que tenga una relación
adecuada con dike … en Ro 3.8 endikos
presupone aquello que ha sido decidido rectamente, lo que lleva a
una sentencia justa» (Cremer).

Notas adicionales: (1) En Hch 6.2
se traduce arestos, agradable, conveniente, como
«justo» (rv, rvr; rvr77: «conveniente»;
vm: «propio»). Véase AGRADAR, B, Nº 1.
(2) En Ro 2.5 se usa el término compuesto
dikaiokrisia (dikaios, justo, y
krisis, juicio), «justo juicio de
Dios».¶ (3) el término dikaioma se
traduce en Ap 19.8 como «acciones justas».
Véase , A, Nº 1.

B. Adverbio

dikaios (d?a?a???, 1346),
justamente, rectamente, de acuerdo con lo que es recto. Se dice:
(a) del juicio de Dios (1 P 2.23: «que juzga
justamente»); (b) de hombres (Lc 23.41:
«justamente»; 1 Co 15.34: «debidamente»,
vm: «como es justo»; 1 Ts 2.10: «justa …
mente»; Tit 2.12: «justa … mente»).
Véase DEBIDAMENT

 

 

Autor:

Diego Calvo

Partes: 1, 2
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