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La escolaridad del joven y su valor relativo




Enviado por Felix Larocca



  1. Los
    padres, los hijos y la escuela: Situaciones
    conflictivas
  2. ¿Por qué ganan siempre los
    hijos?
  3. Llegan
    las notas escolares
  4. Educar
    con el ejemplo, lo más eficaz
  5. Bibliografía

En su libro Centurias of Childhood, P.
Aries nos enseña que la escuela como materia obligatoria y
universal es asunto de aparición muy reciente y, que la
adolescencia, en su incepción, está ligada a su
propagación, como requerimiento
político/educacional (más político que
educacional) por todo el mundo — sea éste civilizado o
no.El difunto senador Norteamericano Abraham Ribicoff
afirmó que: "Una nación puede juzgarse por la
educación que provee a sus hijos…" (Véase mi
artículo: Los Economistas en los Gobiernos Sudamericanos
en monografías.com).Como, no sólo compartimos esas
creencias, por el ilustre senador enunciadas, en esta
lección combinamos dos temas de importancia relacionadas
ambas con la educación:

Los padres, los
hijos y la escuela: Situaciones conflictivas

Monografias.com

En un momento en que diversas
organizaciones internacionales hacen esfuerzos para que el mundo
se sensibilice sobre el problema de la explotación que
sufren 250 millones de niños en el mundo, parece poco
oportuno reflexionar sobre la explotación que ejercen los
hijos sobre los padres en nuestra sociedad occidental. Pero esta
tiranía de los hijos está ahí y merece un
somero análisis. Muchos niños abusan de sus padres,
y esta situación no es fruto de la casualidad. Aprenden,
desde la más tierna infancia, a mandar.El "rey de la casa"
tantea desde la cuna cómo atraer, controlar y subyugar a
los adultos. Después, con los primeros pasos, al dominar
más espacio vital, establece las fronteras de su poder,
hasta dónde su padre o madre le permiten actuar.
Más tarde, con tres o cuatro años, aparecen las
primeras rebeldías — la "edad de la primera
obstinación, los famosos "terribles dos…" —, se
desencadenarán fuertes tensiones, en forma de rabietas,
terquedad y pataleos. Todo ello con la finalidad de mantener
su estatus, de seguir mandando y conseguir sus propósitos.
Y la "madre de todas las batallas" se librará al comenzar
la pubertad y durará hasta… vaya uno a saber. Depende de
muchos factores. Y de la propia evolución de
jóvenes y padres, ya que cada vez los hijos se emancipan
más tardíamente. 

¿Por qué ganan siempre
los hijos?

La
primera pregunta a hacernos es por qué esta lucha por el
poder entre padres e hijos la ganan casi siempre los hijos.
Probablemente, el argumento principal son los padres permisivos,
temerosos de frustrar al hijo, de "crearle traumas". Son,
además, numerosos los padres y madres con pocas ganas de
complicarse la vida, cuidando a sus hijos.Hay muchas rabietas
infantiles que se desarrollan en escenarios públicos y
ante personas ajenas a
la familia; el niño sabe que tiene
todas las de ganar porque es consciente de que sus padres tienen
miedo a "pasar vergüenzas en público". Prefiriendo no
ejercer su autoridad si ello implica aparentar autoritarismo o
violencia, crear desazón en los niños, o la
necesidad de prolijas explicaciones. Las concesiones se hacen por
diversas razones. No es la menos importante la del afán de
que al niño no le falte nunca nada, nacido con frecuencia
en las insatisfacciones (materiales y de afecto) que los hoy
padres sufrimos en nuestra infancia.

Monografias.com

Padecemos un síndrome, una
necesidad de compensar nuestro pasado que satisfacemos dando al
niño todo lo que no tuvimos. Los hijos únicos, hace
tan sólo una generación, eran cosa rara, mientras
que hoy constituyen casi la norma. Así, las atenciones que
hoy reciben los hijos, por pura aritmética, son mucho
mayores que las que tuvieron quienes hoy son
progenitores. Hijos desmotivados y perezosos: Es lo normal
Los pequeños captan nítidamente la debilidad de sus
padres y se aprovechan de esta para salirse con la suya y
explotarles. Los perjuicios de esta
actitud tan condescendiente
son muchos y graves. En la medida en que las condiciones sociales
y económicas han mejorado y aumenta el número de
necesidades satisfechas, desciende el índice de
motivación.

No nos extrañemos que uno de los
principales frenos a la emancipación juvenil sea
precisamente la pereza, la falta de alicientes y de
autonomía
personal en la toma de decisiones de que
adolecen algunos jóvenes. Si les acostumbramos a
dárselo todo hecho, a pensar por ellos en las
circunstancias problemáticas, no es razonable pedirles que
maduren. El exceso de protección paternal en la infancia y
adolescencia es uno de los motivos más frecuentes de
desórdenes psicológicos cuando se alcanza la
treintena, no hay más que oír a psicólogos y
psiquiatras. (Véase mi artículo: Adolescencia: Quo
Vadis?). Hoy, por el otro lado, resulta difícil hacer un
regalo a un niño porque se comprueba — a veces con
satisfacción — que "tiene de todo". El sentido del
esfuerzo, la motivación por el éxito y el
espíritu de sacrificio para conseguir las metas, que son
valores que tradicionalmente empujan a las sociedades o ambientes
humanos con necesidades apremiantes, desaparecen cuando el
consumo se convierte en simbólico. Cuando lo que importa
no es satisfacer necesidades, sino estar a la altura de lo que
creemos que nos demanda nuestro tipo de vida y estatus
social.

Llegan las notas
escolares 

Los
niños que han aprendido a conseguirlo casi todo sin
más esfuerzo que pedirlo coquetamente, o exigirlo, a su
padres, están desmotivados, y su capacidad de esfuerzo muy
probablemente (y, no lo olvidemos, su
autoestima) es, o
será en un futuro, mínima. Y el fruto de estas
(inicialmente confortables) relaciones con los hijos, lo recogen
los adultos en circunstancias muy concretas en las que se esperan
los resultados del esfuerzo: ¿"cómo no van a
responder, después del esfuerzo que hacemos para darles
todo lo que nos piden"? de sus hijos.Son momentos puntuales, como
las notas de fin de curso. Es entonces cuando deseamos que
nuestros hijos sean más sacrificados, menos vagos, que
tengan más ilusión por destacar, por cumplir con lo
que se les exige: al menos, pasar de curso — ¡Qué!
¿Pasar de curso? Mamá estás loca —. Que
sean más más responsables. Como si el
espíritu de sacrificio y la madurez fueran algo
genético. Pero siempre se puede hacer algo. Y recordemos
que nos lo agradecerán. Porque, con negativas que hoy les
parecen crueles e infundadas, les estamos ayudando a
desenvolverse por sí mismos. Y ese el mejor regalo que los
padres pueden hacer a sus hijos.

Camino a la autonomía
juvenil


En cada actuación como padre o madre, piense que trabaja a
largo plazo. No intente solucionar la situación
sólo para ese momento. La educación es tarea ardua,
compleja y llena de hoyos. Y los resultados se recogen a medio y
largo plazo, no antes. 


No tema frustrar al niño. Para madurar, deben aprender a
convivir con el "no". Si somos ponderados, explicativos y
coherentes en las negativas, no hay mejor escuela para que
progresen. (Véase mi artículo: Los
adolescentes
pueden decir "No" al sexo en
monografías.com).


Antes de una concesión, piense si no lo hace por evitar
los
problemas que supondría adoptar la posición que
en su fuero interno ve como conveniente. 


No eluda el
conflicto. Es mejor decir que "no" ahora, y no sufrir
en un futuro las consecuencias de haber sido
flojo. 


Motívese. Ser buen padre cuesta lo suyo. Aprenda a
resistir las presiones sociales (amigos, abuelos, TV…)
Reflexione con su pareja, tenga y mantenga sus propios criterios
en educación. Y sígalos, pero escuchando las
sugerencias de ellos. 


La austeridad excesiva puede ser contraproducente. Sea generoso
con sus hijos, pero proporcionadamente, de manera repartida.
Premie el esfuerzo, la
responsabilidad


Cuando se oponga a un capricho de sus hijos, mantenga la
serenidad. Si se altera emocionalmente, pensarán que se lo
niega porque está enfadado. Y que no tiene
razón. • Deje que sus hijos conquisten
gradualmente sus cuotas de
libertad. Pero sin perder
información y control sobre qué hace, a
dónde va, qué le gusta hacer y con quién se
relaciona. 

En resumen

Nunca
antes ha vivido, con preocupación, nuestra sociedad, la
muerte de la unión matrimonial.Por habernos casado, sin
tener la intención de crecer, ni el deseo de abandonar
nuestras vidas hedonísticas, los matrimonios que
así empezáramos terminarían mal.Para
compensar, y por remordimientos, ofrecemos a nuestros hijos cosas
materiales, donde el cariño, el ejemplo y la
enseñanza se esperaban — así creamos nuestros
monstruos en residencia, monstruos que vivirán vidas tan
vacías como quienes los trajeron al
mundo. Quizás Shelley, cuando concibiera a
Frankenstein, estaba pensando en nosotros.Prosiguiendo con este
tema…

Educar con el ejemplo, lo más
eficaz 

Dr.
Félix E. F. LaroccaSociólogos y otros estudiosos de
las
relaciones humanas han sonado la voz de alarma: el deterioro
en la convivencia social que distancia a algunos padres de sus
hijos y a los educadores de sus alumnos, y que, en su peor
versión, llena las páginas de los noticieros, tiene
mucho que ver con el hecho de que las últimas dos
generaciones han transformado parte de un sistema de valores que
parecía asumido, o percibido como positivo, en sociedades
desarrolladas.  RaveLa incontenible violencia machista, los
conflictos entre padres e hijos y entre éstos y sus
profesores, el culto que rinden a la violencia ciertos sectores
juveniles, el nuevo fenómeno de adolescentes
descontrolados durante fines de semana, o en la Semana Santa en
los balnearios más plushes; llenos de drogas y alcohol, el
creciente fracaso escolar y la consiguiente desmotivación
de chicos y chicas, la competitividad inhumana en algunas
empresas… son manifestaciones de una problemática que
tiene muchas y complejas causas, una de las cuales podría
ser la quiebra de algunos valores universales despreciados por su
olor a viejo o poco moderno, como el respeto a las personas
mayores, el cuidado con las cosas que son de todos o la cultura
del esfuerzo como medio para el progreso material y personal.En
otras palabras, que, en nuestra cultura, para muchos de nuestros
hijos, el esfuerzo y el trabajo son asuntos que no les
atañen, ya que esperan que todo les sea otorgado sin
ningún esfuerzo de su parte.

Más de un sociólogo y
psicopedagogo comienza a requerirlos, aun a costa de cargar con
una
imagen negativa de reaccionario o contrario a la moda y a los
valores en boga, como el individualismo, la satisfacción
inmediata de cualquier deseo o la diversión a toda
costa. Parte de nuestra sociedad parece solicitar que
quienes tenemos responsabilidades, entre otros: padres,
educadores y medios de comunicación, rescatemos esos
valores "de siempre" que promueven la vida en sociedad y dotan de
un sentido humano, cívico (¡qué palabra tan
aparentemente arcaica y sin embargo tan plena de significado hoy
mismo!) y solidario a nuestras vidas. 

Crack

Los
valores nos hacen más humanos y más libres 
Tengamos presente que la
escala de valores y creencias de cada
persona es la que determina su forma de pensar y su
comportamiento. La carencia de un sistema de valores definido y
compartido por la mayoría de la población instala
al sujeto, especialmente al menos maduro, en la
indefinición e indefensión y en un vacío
existencial que le deja dependiente de otros y de los criterios
de conducta y modas más insólitos. Por el
contrario, los valores asumidos como cultura, como lo que
compartimos con los seres humanos que nos rodean y con todos en
general, nos ayudan a saber quiénes somos, hacia
dónde vamos, qué queremos y qué medios o
herramientas nos pueden conducir al logro fundamental de nuestra
existencia: el bienestar emocional, uno de los elementos
esenciales de eso que denominamos calidad de vida. (Véase
mi artículo: La ley Natural)

Estos
valores no dependen de los tiempos ni de las coyunturas, porque
nada tiene que ver con el sistema económico o
político vigente ni con las circunstancias concretas o
modas del momento. Son intemporales, humanos y estimulantes de la
sociabilidad y del
equilibrio en la relación entre las
personas que resultan. Están por encima de las
circunstancias, por su sólida vinculación con la
dignidad de la persona. Y porque promulgan el respeto a las
opiniones y necesidades de los demás. Son valores del ego,
que no puede desarrollarse si no se vive en libertad y en
coherencia con unos principios íntimamente relacionados
con la responsabilidad de entender que todos somos seres humanos,
con nuestra dignidad, nuestras necesidades, nuestros gustos y
nuestra propia emotividad. Iguales en nuestra diferencia, en
suma. 

La
Declaración Universal sobre
Derechos Humanos de la ONU
reconoce al hombre como portador de valores eternos, que siempre
han de ser respetados. Estos valores, reconocidos por todos,
sientan las bases de un diálogo universal y pueden
servirnos de guía: al individuo, para su
autorrealización; y a la humanidad, para una convivencia
en paz y armonía. Enseñar con el
ejemplo En las últimas décadas han
preponderado, quizá como reacción a anteriores
planteamientos más coercitivos que dialogantes, unas
posturas pedagógicas más permisivas y abiertas,
basadas en el dejar hacer y en el principio de no coacción
a la espontaneidad de la persona. Esto se ha percibido
especialmente en las relaciones entre padres e hijos y entre
estos y sus profesores.

Hay
muchas causas sociales,
políticas e incluso
económicas (la mujer se incorpora al trabajo remunerado y
los padres apenas tienen tiempo para ver, y mucho menos para
educar, a sus hijos) que explican esta evolución, pero no
nos detengamos ahí. La sensación que prima en
algunos padres y educadores es que la experiencia aperturista no
ha sido del todo positiva. A los adolescentes les cuesta
reconocer la autoridad moral de padres y educadores y los
problemas de convivencia se manifiestan en muchas familias. Son
demasiados los jóvenes (y mayores, por supuesto) que se
comportan ignorando los más elementales principios de
solidaridad y de respeto a los demás. 

De un
seco y frío autoritarismo, poco proclive a las
explicaciones y menos aún a escuchar al niño o
joven, hemos pasado a una permisividad del "todo vale" y se
estima que quizá tardemos toda una generación en
recuperar la autoridad dialogante, una autoridad que fija y
marca
límites justos, razonables y negociables, necesarios para
el aprendizaje de la libertad personal y de la convivencia
social. Necesitamos una vuelta de tuerca. Si no se discute que es
difícil educar en valores cuando se mantiene una actitud
controladora y represiva, cada día está más
claro que no es más sencillo conseguirlo desde la
tolerancia casi sin límites que parece reinar hoy en
muchos hogares. No son pocos los padres y educadores, y en
general que temen contrariar a los jóvenes, aunque la
razón les asista. 

Ahora
bien, no se trata de auto culpabilizarnos, ni de culpar a nadie
de por qué y cómo hemos llegado donde estamos, si
no de que cada uno, como parte implicada, asumamos la cuota de
responsabilidad que nos corresponde en la educación en
esos valores. Pero sólo en la medida en que vivamos los
valores que queremos trasmitir conseguiremos el
objetivo. Porque
educar es, fundamentalmente, comunicar a través del
ejemplo, trasmitir actitudes y comportamientos. El sermonear
pasó, y muy justamente, de moda. No olvidemos nunca que
ante los educandos somos sus modelos

No
caigamos en la Trampa del Padre Ross, que nos aconsejaba de
niños: "Haz lo que yo digo y no lo que yo
hago…"

Los
valores más importantes:

1)
Respetar a las personas mayores: lo hemos vivido casi como una
imposición "por ser el padre o madre, abuelo o abuela";
cambiemos esa obediencia ciega por el sincero respeto hacia
quienes, con una vida de esfuerzos, nos han trasmitido la
próspera sociedad que disfrutamos. 

2)
Honrar a los educadores: volver a revestirles de la dignidad y
acato que su profesión merece y aceptar su autoridad. Y
trasmitirlo a niños, jóvenes y adultos. Es
imprescindible. 

3)
Solidaridad con los débiles (y no sólo con los
marginados) que nos rodean. 

4)
Respeto a los
bienes y servicios públicos: educar en la
máxima "esto es de todos y hemos de velar porque se
encuentre en buen estado" y en la obligación de cuidar,
como nuestro, el patrimonio común. Algo que gobiernos
ignoran — especialmente el norteamericano y el
nuestro. 

5) No
dejarnos llevar por el consumismo. Nada tiene de malo el
bienestar material, pero intentemos ser consumidores conscientes
e informados, y controlar la ansiedad de comprar por comprar.
Sólo conduce a la frustración, al deterioro
ecológico y a otros disgustos más
prosaicos. 

6)
Aprender a escuchar: de forma incondicional (sin juicios ni
prejuicios), activa y empática, comunicando de verdad con
el interlocutor e intentando ponernos en su
sandalia. 

7)
Aprender a esperar, a respetar el turno. Superar la ansiedad de
ser el primero, de conseguirlo todo a la primera y
rápidamente. Los demás también
esperan. 

8)
Aprender a perder, a fallar, a asumir el fracaso como
proceso
básico de todo aprendizaje de crecimiento personal. Un
"no" hay que saber asumirlo sin dramas. Tendremos que oír
muchos en nuestra vida. 

9)
Desarrollar el sentido de responsabilidad, potenciar la cultura
del esfuerzo.
Organización, puntualidad, empeño por
hacer bien las cosas… son planteamientos muy
positivos. 

10)
Potenciar la autoestima, cuidar de nosotros mismos.
Aceptación, valoración y reconocimiento hacia uno
mismo. Enseñar por precepto, es la única forma
de enseñar…

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

 

Autor:

Dr. Félix E. F.
Larocca

 

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