La ciencia es un estilo de pensamiento y de
acción: precisamente el más reciente, el más
universal y el más provechoso de todos los estilos. Como
ante toda creación humana, tenemos que distinguir en la
ciencia entre el trabajo —investigación— y su
producto final, el conocimiento. En este Capítulo
consideraremos tanto los esquemas generales de la
investigación científica —el método
científico— cuanto su objetivo.
1.1 Conocimiento:
Ordinario y Científico
La investigación científica arranca con
la percepción de que el acervo de conocimiento
disponible es insuficiente para manejar determinados problemas.
No empieza con un borrón y cuenta nueva, porque la
investigación se ocupa de problemas, y no es posible
formular una pregunta —por no hablar ya de darle
respuesta— fuera de algún cuerpo de conocimiento:
sólo quienes ven pueden darse cuenta de que falta
algo.
Parte del conocimiento previo de que acrarrea toda
investigación es cono-cimiento ordinario, esto es,
conocimiento no especializado, y parte de él es
conocimiento científico– 0 sea, se ha obtenido mediante el
método de la ciencia y puede volver a someterse a prueba,
enriquecerse y, llegado el caso, superarse mediante el mismo
método. A medida que progresa, la investigación
corrige o hasta rechaza porciones del acervo del conocimiento
ordinario. Así se enriquece este último con los
resultados de la ciencia: parte del sentido común de hoy
día es resultado de la investigación
científica de ayer. La ciencia, en
resolución, crece a partir del conocimiento común y
le rebasa con su crecimiento: de hecho, la investigación
científica empieza en el lugar mismo en que la experiencia
y el conocimiento ordinarios dejan de resolver problemas o hasta
de plantearlos.
La ciencia no es una mera prolongación ni un
simple afinamiento del conocimiento ordinario, en el sentido en
que el microscopio, por ejemplo, amplía el ámbito
de la visión. La ciencia es un conocimiento de naturaleza
especial: (trata primariamente, aunque no exclusivamente, de
acaecimientos inobservables e insospechados por el lego no
educado; tales son, por ejemplo, la evolución de las
estrellas y la duplicación de los cromosomas; la ciencia
inventa y arriesga conjeturas que van más allá del
conocimiento común, tales como las leyes de la
mecánica cuántica o las de los reflejos
condicionados; y somete esos supuestos a contrastación con
la experiencia con ayuda de técnicas especiales, como la
espectroscopia o el control del jugo gástrico,
técnicas que, a su vez, requieren teorías
especiales.
Consiguientemente, el sentido común no puede ser
juez autorizado de la ciencia, y el intento de estimar las ideas
y los procedimientos científicos a la lux del conocimiento
común u ordinario exclusivamente es descabellado: la
ciencia elabora sus propios cánones de validez y, en
muchos temas se encuentra muy lejos del conocimiento
común, el cual va convirtiéndose progresivamente en
ciencia fósil. Imaginémonos a la mujer de un
Físico rechazando una nueva teoría de su marido
sobre las partículas elementales porque esa teoría
no es intuitiva, o a un biólogo que se aferrara a la
hipótesis de la naturaleza hereditaria de los caracteres
adquiridos simplemente porque esa hipótesis coincide con
la experiencia común por lo que hace a la evolución
cultural. Parece estar clara la conclusión que deben
inferir tic todo eso los filósofos; no intentemos reducir
la ciencia a conocimiento común, sino aprendamos algo de
ciencia antes de filosofar sobre ella.
La discontinuidad radical entre la ciencia y el
conocimiento común en numerosos respectos y,
particularmente por lo que hace al método, no debe, de
todos modos, hacemos ignorar su continuidad en otros respectos,
por lo menos si se limita el concepto de conocimiento
común a las opiniones .sostenidas por lo que se suele
llamar sano sentido común o, en otras lenguas, buen
sentido. Efectivamente, tanto el sano sentido común cuanto
la ciencia aspiran a ser racionales y objetivos: son
críticos y aspiran a coherencia (racionalidad), e intentan
adaptarse a los hechos en vez de permitirse especulaciones sin
control (objetividad).
Pero el ideal de racionalidad, a saber, la
sistematización coherente de enunciados fundados y
contrastadles, se consigue mediante teorías, y
éstas son el núcleo de la ciencia, más que
del conocimiento común, acumulación de piezas de
información laxamente vinculadas. Y el ideal de la
objetividad —a saber, la construcción de
imágenes de la realidad que sean verdaderas
impersonales— no puede realizarse más que rebasando
los estrechos limites de la vida cotidiana y de la experiencia
privada, abandonando el punió de vista
antropocéntrico, formulando la hipótesis de la
existencia de objetos físicos más allá de
nuestras pobres y caóticas impresiones, y contrastando
tales supuestos por medio de la experiencia intersubjetiva
{transpersonal) planeada e interpretada con la ayuda de
teorías. El sentido común no puede conseguir
más que una objetividad limitada porque está
demasiado estrechamente vinculado a la percepción y a la
acción, y cuando las rebasa lo hace a menudo en la forma
del mito: sólo la ciencia inventa teorías que,
aunque no se limitan a condensar nuestras experiencias, pueden
contrastarse con esta para ser verificadas o falsadas.
Un aspecto de la objetividad que tienen en común
el buen sentido y la ciencia es el naturalismo, o sea,
la negativa a admitir entidades no naturales (por ejemplo, un
pensamiento desencarnado) y fuentes o modos de conocimiento no
naturales (por ejemplo, la intuición metafísica).
Pero el sentido común, reticente como es ante lo
inobservable, ha tenido a veces un efecto paralizador de la
imaginación científica, la ciencia, por su parte,
no teme a las entidades inobservables que pone
hipotéticamente, siempre que el conjunto hipotético
pueda mantenerse bajo su control: la ciencia, en efecto, tiene
medios muy peculiares (pero nada esotéricos ni infalibles)
para someter a contraste o prueba dichos supuestos.
Una consecuencia de la vigilancia crítica y de la
recusación naturalista de los modos de conocimientos
esotéricos es el falibilismo, o sea, el
reconocimiento de que nuestro conocimiento del mundo es
provisional e incierto —lo cual no excluye el progreso
científico, sino que más bien lo exige. Los
enunciados científicos, igual que los de la experiencia
común, snn opiniones, pero opiniones ¡lustradas
(fundadas y contrastables) en vez de dicta arbitrarios o
charlas insusceptibles de contrastación o prueba. Lo
único que puede probarse hasta quedar más
allá de toda duda razonable son o bien teoremas de la
lógica y la matemática, o bien enunciados
fácticos triviales (particulares v de observación)
como "este volumen es pesado". Los enunciados referentes a la
experiencia inmediata no son esencialmente incorregibles, pero
rara vez resultan dignos de duda: aunque son también
conjeturas, en la práctica los manejamos como si fueran
certezas. Precisamente por esa razón son
científicamente irrelevantes: si puede manejarlos de un
modo suficiente el sentido común, ¿por qué
apelar a la ciencia? Esta es la razón por la cual no
existe una ciencia de la mecanografía ni de la
conducción de automóviles. Kn cambio, los
enunciados que se refieren a algo más que la experiencia
inmediata son dudosos y, por tanto, vale la pena someterlos
varias veces a contraslación y darles un fundamento. Pero
en la ciencia la duda es mucho más creadora que
paralizadora: la duda estimula la investigación, la
búsqueda de ideas que den razón di- los hechos de
un modo cada vez más adecuado. Así se produce un
abanico de opiniones científicas de desigual peso: unas de
ellas están mejor fundadas y más
detalladamente contrastadas que oirás. Por eso el
escéptico tiene razón cuando duda de cualquier cosa
en particular, y yerra cuando duda de todo en la misma
medida.
Dicho brevemente: las opiniones científicas son
racionales y objetivas como las del sano sentido común:
pero mucho más que ellas. ¿Y que es entonces
—si algo hay— lo que da a la ciencia su superioridad
sobre el conocimiento común? No, ciertamente. la sustancia
o tema, puesto que un mismo objeto puede ser considerado de modo
no científico, o basta anticientífico, y
según el espíritu de la ciencia. La hipnosis, por
ejemplo, puede estudiarse de un modo acientífico, como
ocurre cuando se describen casos sin la ayuda de la teoría
ni del experimento. También puede considerarse como un
hecho super-normal o hasta sobrenatural, que no implica ni a los
órganos de los sentidos ni al sistema nervioso, o sea,
como resultado de una acción directa de mente a mente. Por
último, puede plantearse el estudio de la hipnosis
científicamente, esto es, construyendo conjeturas acerca
del mecanismo fisiológico subyacente al comportamiento
hipnótico y controlando o contrastando dichas
hipótesis en el laboratorio. En principio, pues, el objeto
o tema no es lo (pie distingue a la ciencia de la no-ciencia,
aunque algunos problemas determinados —por ejemplo, el de
la estructura de la materia— difícilmente puedan
formularse fuera de un contexto científico.
Si la "sustancia" (objeto) no puede ser lo distintivo
de toda ciencia, entonces tienen que serlo la "forma" (el
procedimiento) y el objetivo: la peculiaridad de la ciencia tiene
(pie consistir en el modo como opera para alcanzar algún
objetivo determinado, o sea, en el método
científico y en la finalidad para la cual se aplica dicho
método. (Prevención: "método
científico* no debe construirse como nombre de un conjunto
de instrucciones mecánicas e infalibles que capacitaran al
científico para prescindir de la imaginación; no
debe interpretarse tampoco como una técnica especial para
el manejo de problemas de cierto tipo). El planteamiento
científico, pues, está constituido por el
método científico y por el objeto
de la ciencia.
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