Manifiesto del árbol que
sueña ser poema
Donde hay vida hay árboles.
Donde hay hombres hay pensamiento. No se puede pensar sin
lenguaje.. El árbol del lenguaje tiende sus bifurcaciones
por toda la tierra. Es el árbol que nos habita. En este
planeta donde constantemente "La tierra va a dar a luz un
árbol".
Esa lluvia de sombra permanente, siempre de
pie, exponiendo todos los secretos de su contextura, que guarda
la memoria secreta del árbol iniciático del
primitivo huerto. Punto de partida del perdido edén que
antecedió la propiedad privada sobre los territorios
comunitarios en que se alimentaron las primeras tribus de la
tierra. Paraíso primigenio, originario bosque de
ensueño donde los manzanos brindaban la sabiduría
de sus frutos.
Asciende el encumbrado aroma del eucalipto,
se alza el suave soplo de sus menudas hojas, como el
pájaro ansioso de suelo, desciende del cielo. En el
momento en que replegamos nuestras alas en el horizonte de
nuestro anhelo por descifrar lo que se oculta debajo de las hojas
o en el curioso resplandor de la incendiada saeta. En el
misterioso rumor que circunda el fuego hicimos nuestro primer
descenso al breve levitar de la palabra que salto del
sueño.
En el sueño del
árbol
La sombra se extrémese
Con el tierno sacudimiento de las
hojas.
El día que el primer brote de
árbol
Toma impulso y emerge de la
tierra.
Rompe el almendro su semilla
Del viento enamorada
A donde retorna luego del primer
sacudimiento
En que sacia la sed de su deseo.
En el primer aliento
Cuando da inicio
Al movimiento inicial
De sus innumerables alas
Tendidas como labios propicios
Al rose de los labios del
viento.
Porque también los sueños
tienen alas
Con que ascender en su quietud.
En esa inmovilidad aparente
En que cantan los arboles.
Desde el secreto de su savia
Desde la quietud colectiva
Del que se queda y del que se
van.
Ya se van
Se van despidiendo
Porque la ciudad y sus bestias
Lo primero que hacen
Al dominar e intervenir la
naturaleza
Es devastar los bosques
Para saciar su miserable sed de
ganancias
Su angurriosa codicia
De tierra desangrada
Es entonces, cuando el árbol como el
verdadero primer eje de la ensoñación, que
entrelaza en sus brazos la dinámica imagen de los
sueños, en que nos sentimos elevados por la voluntad de
una fina rama, se encuentran en la fuerza vital y muda que
asciende entre las profundidades de la corteza del naranjo para
descender luego jugosa por nuestro cuerpo recién levantado
de su horizontalidad levitante. Ingerir esa vida "fuerte y muda
que reina bajo la corteza" vegetal del bello tronco retorcido nos
recupera del desgaste que sufre nuestra vitalidad por la fuerza
que huye en el sudor por su ansiedad de suelo. Nos recuerda que
fuimos arboles antes de ser pájaros descendidos.
Caídos del vientre de las aguas, que nos acunaron en su
tibieza, a la fría y tosca realidad del reino de las
mercancías. En el retorcido tronco del olivo, en la
conmovedora redondez de la aceituna, en el aurífero aceite
extraído de la tierra por el trabajo conjunto del hombre y
el árbol. El primitivo huerto y el plantado. El fruto
recolectado por el nómada que se refugia en la caverna o
pernocta en la intemperie bajo el techo del árbol. El
bosque plantado por el trabajo y el sudor sobre la tierra callada
de quien levantó los olivos.
Eje de vida dinámica que se levanta
hasta el cielo. Imagen vertical de fuerte ascensión
simbólica, de encumbrado dinamismo epifaníco de la
ensoñación.
Fuerza evidente del árbol del pan
que eleva al firmamento el vigor oculto de la tierra.
Yérguete como yo le canta el
árbol al poeta cuando le permite ver su fruto más
elevado mientras dormita en el tejido frágil y sensible de
una de sus hojas gigantes.
Ya el poeta ha podido constatar en su
vigilia que en el fino y sensible tejido de cada hoja se oculta
el placer de las caricias solares, en las armónicas
fotosíntesis de cada día de trabajo que nos concede
la naturaleza.
Trabajo milagroso y sagrado que unos
cuantos malgastan y despilfarran en sus acumulaciones absurdas de
los productos que generan las fuerzas productivas en cada momento
del desarrollo de la historia humana. Destrozar, demoler, arrasar
el vegetal verdor de los campos que la arcaica naturaleza ha
venido pintando de este verde de todos los colores en que el
poeta reconoce la dimensión de su fuerza
expresiva.
Todo el deseo serenado bajo las noches sin
luna, rociado por la salpicadura de estrellas que incitan su
búsqueda constante de nutrientes, el recabar incontenible
de sus raíces, la búsqueda de la luz en las hojas.
En sus millones de ojos que respiran para entregar al aire el
limpio oxigeno que el poeta respira en su cósmico
lenguaje.
Ese punto de apoyo que busca el
árbol en el aire y en la profundidad alimenticia de sus
raíces lo convierte en eje universal de lo
subterráneo y lo aéreo, lo eminentemente sublime de
su sumergimiento en la oscuridad terrena, al tiempo que se eleva
sobrehumanamente como si un gigantesco pájaro volara sin
desprenderse en su firmeza vertical del suelo. Pues la tierra y
el cielo son siempre la dirección de su camino que anda.
La estatura del encumbrado árbol constituye la
dimensión (condición) esencial de su universo
aéreo, su constante búsqueda de equilibrio entre
las fuerzas contradictorias de su dinámica
dialéctica hecha canto.
El aleteo de sus ramas entrelazadas por el
viento que entretiene su rumbo y no permiten que su fuerza crezca
huracanada y penetre tierra adentro con su ciclónico
aliento de gigante reptil encrespado que azaroso devora lo que
encuentra a su paso.
Árbol y viento
Hermanos en la pradera y la empinada
montaña
Aliento comprimido de la tierra
Sangre terrena que no puede elevarse sin su
tronco
ni descender en armonía sin sus
ramas
Que adorna en floración los valles y
montañas.
Que asombra en la semilla que lo
guarda,
En el fruto en el que todos retornamos a la
vida
Alimento y respiro de nuestro
viaje,
De nuestro peregrinaje por esta
superficie
Que alumbra el fuego que no
cesa.
El recio pino o la áspera
higuera,
La simétrica
araucaria o el sauce llorón,
El gualanday, el olmo o el poeta
El soñador mandarino
entrepiernado
En la soledad de su tejedora
iluminada.
Siempre buscando incesante
La luz ascensional
Ante la imposibilidad de
sostenerse
Sobre dos alas como el
pájaro
Que fue antes de ser hombre.
Por ello su asombro natural
Ante el manzano
Que prefiere sacrificar su alegre
equilibrio
Y quebrar sus ramas cargadas de bellos
frutos
Por amor a los hombres.
De la misma manera el rumor del viento
cuando acaricia las altas agujas del pino, pareciendo ignorar la
aguda vida subterránea de sus raíces, nos da su
lección, cuando el pesado tronco se deja vencer y la
tierra aplaude la osadía del viento, en estas tierras
tropicales del samán y el comino, del mango andino y el
silvestre mamoncillo del parque. Lejos está el ciruelo del
alerce, pero en los dos la poderosa savia canta su victoria
cuando asciende al copo. Cuarenta años de incontables
frutos lleva de pie el incansable carambolo del patio sin dejarse
tocar por la tristeza. Cuatro milenios lleva guardando en su
tronco la memoria del clima para que el poeta certifique su
cántaro de tiempo que antecede a la muerte.
El poeta sentado bajo las estrellas escucha
ensimismado la elocuencia del árbol. Piensa en un mundo
donde los parques públicos estén plantados de
árboles frutales. Un mundo donde nuestros hermanos
frutezcan en todos los caminos.
En ese lenguaje exquisito que se alimenta
de la misma savia de los arboles, renuncia a los atributos de la
ira que se manifiesta en enfurecidos volcanes que barren
poblaciones enteras, porque prefiere la justicia de los
frutos.
Mito y metáfora son el fruto del
lenguaje. El árbol es su símbolo más
distinguido. El que nos permite alcanzar las más
encumbradas alturas. La tierra labra el árbol con
silenciosa paciencia. El lenguaje con sus translucidas manos
labra, en la penumbra de su transparencia, el tejido de las hojas
y los frutos de cada árbol del pensamiento. Soñar
que se es un árbol y que los otros árboles son un
bosque de espejos en la quietud del sueño. Mirarse
horrorizado en aquel infinito laberinto. Ser un árbol que
sueña y se mira en el espejo de su sombra. Ser el demiurgo
de un árbol que al mirarse en el reflejo de los otros
profiere su dictamen. Nombrarse como olmo. Bautizar de nuevo
todas las cosas que conforman el mundo para que un árbol
no sea simplemente un trozo de madera, un lote de palos que se
derriban para hacer de ellos materia prima o
mercancía.
Pero en un árbol no es admisible la
invención de pesadillas. En ellos no está el
presentimiento de la maldad criminal de los hacedores de tiranos
que ocultan su rostro tras un nombre de multinacional.
Hemos incorporado el árbol entre el
universo de los sueños y lo hemos dotado de lenguaje que
nombra ciencias y disciplinas, fantasmas y seres invisibles, como
el viento que espanta sus hojas desgarradas de las ramas, porque
consideramos el árbol como lo más cercano al hombre
entre las cosas que conforman la naturaleza. El alto
caracolí que espera al hombre con su acogedora sombra. La
ceiba que lo guarda en su memoria. El chiminango que lo acoge en
sus meditaciones. El písamo que regenera la tierra de
cultivo con su follaje. El matarratón que nos aleja de la
fiebre loca. El robusto porte del olmo y el ciprés,
sempiterno enamorado de la luna. El fino acero del roble y el
urapán rimando con guayacán, bordeando el pie de la
empinada montaña que acoge en su seno la nevada cima del
yurumo blanco.
Donde el blanco aliento exhala nubes, que
el viento empuja al espantar la bruma, su rumor deja la huella en
el yarumo. El poeta va atado al lenguaje como "un pájaro
al cielo, como una flecha en el árbol que crece"
(Huidobro)
Donde hay hombres hay
pensamiento. No se puede pensar sin lenguaje.. El árbol
del lenguaje tiende sus bifurcaciones por toda la tierra. Es el
árbol que nos habita. En este planeta donde constantemente
"La tierra va a dar a luz un árbol".
El árbol del lenguaje habita todos
los lugares de la tierra, pero como visión evidente de lo
tangible no se hace presente en ninguno. Por ello para el poeta
se hace irrebatible que "La tierra acaba de alumbrar un
árbol".(Huidobro).
Inventar paso a paso el lenguaje ha sido
labor constante y silenciosa de la mano y el cerebro, de la
laboriosidad material del cuerpo y el pensamiento que lo dirige a
través de palabras que designan una geometría en
las miradas y argumentos afectivos cargados de intuición,
de lógicas transparencias que sacuden el cuerpo de los
árboles y hasta los derriban antes de que pase la lluvia
rauda y tempestuosa. "Hay palabras que tienen sombra de
árbol" (Huidobro) El árbol, ese hermano que vive en
la intemperie y disfruta del frio, de la lluvia, del sol
mañanero que se tiende en sus ramas, de las estrelladas
noches y el silencio de los campos. Como la amada ceiba, a quien
deberíamos escribir un himno y cantárselo cada
día en que visitamos su sombra. En vez de una
poética del árbol deberíamos dirigirle un
manifiesto que nos asegure su permanencia mientras persista la
vida sobre la tierra.
Amada ceiba, eres la única verdad
solida que reconozco en este sueño de arboles.
Árbol mágico que no permite a
mi ser evadirse en medio de la tormenta de vacías voces, y
convocas en secreto a la danza que promueve el rumor de tus
ramas. Abrazado a tu tronco del delicado color del encanto,
mientras me quedo atado a tu recuerdo niño, observo el
centro de tu arquitectura de maloca.
En la cercanía plástica de tu
verde conflagración que estira su contorno.
Verdad tangible de tu objeto esculpido como
la arquitectura del aire que pasa bajo la serenidad de las nubes
que envuelven tu atmosfera brumosa.
Por ello mi cuerpo se entrega hoy como
alimento para tus nuevas formas que se celebran cada
día.
Que se revelan ante cada suspiro con que el
viento acaricia tus plateadas melenas.
Desde lo profundo de tu vientre, desde la
oscura entraña de tus tejidos, desde la sangre que
envuelve los meandros de tu encumbrado cuerpo, desde el aire que
circula entre tus betas, me sumo al cosmos infinito en que
encarnan tus raíces históricas, a la alegría
que emanan tus ojos, a la dulzura que resplandece en tus
hojas.
Quiero ser, o ya soy alimento del dulce
mandarino o el fresco matarratón, pues vuestro recuerdo es
la forma estática de vida más elevada.
Por tu tronco no cruza la fugacidad del
tiempo, sino el profundo suspiro de tu eterna savia.
Refugio de fantasmas son las sinuosidades
que se dibujan en tus ramas. Por ello no te puedo cantar, ni
contar en el escrutinio de este canto contra los seres
deshabitados, aunque seas mi hermano de locuras dibujadas y en
mí habite este vacío que causan las ausencias, sin
hacerte mi habitante permanente.
Por ello mis ojos no te ven como el objeto
simple que hace parte del paisaje.
Porque emerges como un milagro de las
profundidades del tiempo que rota en nuestro
pensamiento.
Porque en ti habita el olvido y la memoria,
que están hechos de la misma materia firme y suave de los
besos que aceleran el recorrido abismal de nuestro
deseo.
Es por ello que en torno a un samán
se puede tejer la identidad de un pueblo. A la sombra de un
samán se dibuja el trazado de sus calles.
De otro lado lluvia de hojas anuncian la
presencia del árbol. La sombra dibuja su forma
floreciente. Los pájaros habitan en sus ramas tendidas. Su
olor a verde tiende su mirada en mi olfato. Su pináculo
(copo) nos comunica con el infinito de donde vemos venir la
lluvia que acaricia su follaje enternecido.
En cada pliegue de su rostro de
árbol en que nos detenemos, mientras las sombras devoran
el crepúsculo, desciframos los temblorosos enigmas de la
existencia que nos antecede, en las antiguas horas. Su semblante
emerge multiplicado en cada hoja, en cada gota de invisible sabia
que nos convoca, que nos ata a su raíz de tierra de donde
emerge el esplendor que aspiro, originado en este
canto.
Hay en sus hojas una lágrima
dibujada, lagrima de savia silenciosa. Todos los pájaros
han decidido quedarse esta noche a dormir en su sonrisa, a
disfrutar la caricia de sus parpados. También la sonrisa
de Tania se ha quedado a dormir en sus vigorosos brazos
encarnados de auroras. Esa sonrisa sugerida por los trazos de
calidez que le ofreció la vida.
"la mujer es la tierra y el
hombre es el viento" dice un hombre de patio, un hermano de
árbol que respira el verano, un patiero viejo que asegura
haber deambulado mucho y que sigue haciéndolo, desde el
mundo de las sombras, "en torno a esos árboles frutales,
oyendo el sonido del tiempo entre sus ramajes". (Rojas
Herazo).
No soy un patriarca, mucho menos un
patriota, yo nací en un patio del mundo. No tengo
nacionalidad. Mi país está en las entrañas
de la tierra. Soy de un patio, un viejo patio. Voy deambulando
como un sonámbulo entre los árboles que me prestan
su aliento y me ofrecen su alimento. En mi peregrina herencia he
visto derrumbar muchos árboles. Como el primer
nómada de la tierra sigo buscándome entre el
bosque, entre floridos arrayanes, cambulos y
gualandayes.
No sabemos las penas del sauce
llorón, como no sabemos "qué piensan los
chiminangos que meditan a orillas de los remansos", pero sabemos
el sentido en que camina el viento por la danza del árbol.
Aunque un ser estático como el árbol podría
no danzar, por estar atado a su raíz que le impide
cualquier desplazamiento, su danza sucede como un íntimo
acto de amor, pues el viento en medio de su danza acaricia su
ramaje y siente su quietud aparente de tronco como una
aceptación de su aliento venido de muy lejos. El viento
siente que no hay nada más plácido y musical que
las manos del árbol. Su silbo entre las hojas se convierte
en un cosquilleo placentero al oído del árbol que
retuerce sus ramas entre risa y encanto. No hay escultura viva
más duradera que la naturaleza del árbol, ni talla
más sincera que la que brota del amor entre el madero y el
trabajador que lo talla y esculpe en él su pensar y su
ser.
El sentido y el sonido del árbol nos
dan razón de lo que no podemos ver. De esa forma y sentido
que guarda el árbol esculpido por hombre y naturaleza en
su expresión estética y el dulce sonido de la
música que mata o revive la congoja, que despierta la
añoranza del árbol y la evocación del hombre
que escucha su entrañable savia extraída por el
árbol desde lo más profundo de la tierra. Su
sentido y su sonido nos dan razón de lo tangible y lo
intangible, del suave arrollo en su murmullo, del manso delirio
musical que brota del madero y de la hoja que no logrando
contener el aliento se desprende suave y lentamente como si
escribiera en el aire la partitura que anuncia su partida. De
esta manera el árbol nos transmite, nos da razón de
lo que no podemos ver, ni escuchar directamente, de ese misterio
intangible de la naturaleza, de ese misterio de la materia que
acaricia la tierra por todos los lugares de su cuerpo, como el
pensamiento de Borges los hiciera con la filosofía como
materia prima de su poesía.
Viento y rio siempre van en
compañía del árbol. El árbol lleva en
sus entrañas su propio afluente. De ello dependen sus
sonoros lamentos o su incomparable manera de reír ante la
luminosa lámpara que ilumina el entorno de la tierra. Del
rio y el viento que cruzan por su cuerpo se desprenden sus
cosquilleantes susurros o su libre declamación de
cántaro aguas abajo.
Las emociones y ritmos del árbol, su
siempre original poder de evocación. Basta con un
obstáculo que le impida estirar una de sus ramas o mover a
su gusto una de sus raíces, y ya el sentido de su tronco
abra perdido algo para siempre en el sentido de su natural
jurisprudencia libertaria.
No debemos ignorar que en toda mirada el
árbol pierde algo esencial, porque como en el poema, cada
lector le roba algo de su sentido para sí. Todos sabemos
que por perfecto que sea el árbol como creación de
la naturaleza, como milagro que cantara el poeta cuando
pidió silencio. silencio, la tierra va a parir un
árbol. Cuando nos recuerdan que los hombres hace siglos
vivimos de los árboles y necesitamos siempre de ellos no
podemos de ninguna manera negar nuestra hermandad con todos los
seres de la naturaleza que dependen de su existencia, como sucede
con el agua sin la cual no podríamos vivir.
Entre las cosas que conforman la
naturaleza, lo más cercano al hombre es el árbol
que lo espera siempre con su acogedora sombra.
Li Po escribió sus mejores versos a
la sombra de los cerezos en flor, Fernando su Jai ku debajo de
una ceiba enamorada.
"¿De qué árbol en
flor? No sé, ¡pero qué perfume!"( Matsuo
Basho) no podía vivir sino al lado de sus hermanos de la
intemperie, de sus olmos en flor.
¿Quién canta mejor la
primavera que el árbol?
Si no existieran los arboles la
sensibilidad humana estaría confinada en el horizonte de
su imaginación y no abríamos llegado a esta
época de sueños arbolados y modos de vivir
compartidos en los parques bajo sus ramas protectoras, no
habríamos llegado a estas emociones y anhelos que son
comunes a toda humanidad. Las hojas del árbol son como
esas infinitas cosas, tejidos que se pierden sin remedio en sus
colores, en sus distintos tonos de verde, verde de indivisibles
matices. Cuanta felicidad podemos encontrar en torno a un
conglomerado de hojas, organismos que festejan su agosto. Cuantas
cosas suceden bajo el árbol y encima de sus hojas. POR
ENCIMA DE LA SOMBRA EL ARBOL, POR ENCIMA DEL ARBOL SOLO LAS
NUBES. Aconteceres que no habíamos pensado, imaginado ni
sentido y que nos llegan escritas en el lenguaje de las hojas que
en últimas son la esencia del árbol en el tejido de
cada una.
Las hojas nos cuentan en su arquitectura
los secretos del árbol y las semillas guardan con esmero
su historia y nos hacen sentir cuan enorme es todo aquello que no
alcanzamos a percibir en el árbol por no conocer a fondo
su lenguaje. Cuanta belleza permanece inaccesible para los
humanos en las formas ocultas del árbol.
El más alto árbol, el primero
de los arboles de todos los tiempos, cuando el poeta anduvo entre
flores zapotecas y "dulce era la luz como un venado y era la
sombra como un parpado verde" (Neruda, Canto general)
Por el camino de los sauces desciende el
fundador, y en torno a un Samán funda una villa. Ya en las
hondonadas de otra cordillera habían fundado un pueblo en
torno a una ceiba gigante y la ceiba aun con sus heridas hoy
guarda su memoria de aquellos tiempos.
Sin ti sauce llorón no es posible la
danza del viento, que aunque te enloquece con sus emociones, no
dejas de parecer triste. Al fin de cuentas sabes que hasta el
viento es algo que nos pasa y se aleja. Tal vez lloras por ese
borracho que te arrodilla a su voluntad, ante el agitas tus copos
y meses tus brazos como si el arrullo fuese concertado. Como me
encantan tus delirios sauce llorón, como me duelen tus
tristezas de árbol. Luego el viento se retira a otros
lugares. Busca otros bosques, ama a otros árboles, se
lanza contra otros riscos, habita otras profundidades, se lanza a
otros abismos y camina despacio por otros valles, mientras en tus
ramas se queda el recuerdo mirando como el pájaro teje su
nido en la rama, como el canto se vierte hacia el aire. Entonces
vuelve la ansiedad a florecer en tus lágrimas, de hechizos
se llenan tus hojas. Lanza tus suspiros, tus mudos clamores y el
eco es la roca que tampoco canta. Al llegar la lluvia como alegre
sabia de alocados trinos y de alegre capa en tu seno se hamaca a
alimentar tu savia.
(Ver la higuera de Juana de Ibarbourou. Pag
44. La hermosa higuera que canta al viento)
Juana de
Ibarbourou
JUANA DE IBARBOUROU
LA HIGUERA
Porque es áspera y fea,porque todas
sus ramas son grises,yo le tengo piedad a la higuera.En mi quinta
hay cien árboles bellos,ciruelos redondos,limoneros
rectosy naranjos de brotes lustrosos.En las primaveras,todos
ellos se cubren de floresen torno a la higuera.Y la pobre parece
tan tristecon sus gajos torcidos que nuncade apretados capullos
se viste…Por eso,cada vez que yo paso a su lado,digo,
procurandohacer dulce y alegre mi acento:«Es la higuera el
más bellode los árboles todos del huerto».Si
ella escucha,si comprende el idioma en que
hablo,¡qué dulzura tan honda hará nidoen su
alma sensible de árbol!Y tal vez, a la noche,cuando el
viento abanique su copa,embriagada de gozo le cuente:¡Hoy a
mí me dijeron hermosa!
De su libro de 1919 Lenguas de diamanteEL CIPRES
Quizás nació en JudeaPero se ha hecho ciudadano
en todoslos cementerios de la tierraParece un grito que ha
cuajado en árbolo un padre nuestro hecho ramaje quietono
ampara ni cobija. Siempre clamapor los muertosY si a veces se
enrosca por su troncoun rosal que florece en los veranos, como un
trapense extático no sientela brasa de la flor sobre sus
gajos Tiene pasta de asceta, el solitarioO pasta de
abstraídoPero si uno está hastiado o está
triste,le hace bien recostarse contra el troncorecto y lisoSe
siente algo sedante en la mejillacomo si dentro del leñoso
tallouna intuición ardiente y sensitivacompadeciera el
gesto de cansancioNunca el ciprés comprenderá la
risa,la plenitud, la primavera, el albasólo se da a la
angustia de los hombresy arrulla el sueño eterno como un
ayaes un gran dedo vegetal que siempreestá indicando al
ruido: ¡calla!
LA CUNA
Si yo supiera
de qué selva vino
El árbol vigoroso que dio
el cedro
Para tornear la cuna de mi
hijo…
Quisiera bendecir su nombre
exótico.
Quisiera adivinar bajo qué
cielo,
Bajo qué brisas fue
creciendo lento,
El árbol que nació
con el destino
De ser tan puro y diminuto
lecho.
Yo elegí esta
cunita
Una mañana cálida de
Enero.
Mi compañero la
quería de mimbre,
Blanca y pequeña como un
lindo cesto.
Pero hubo un cedro que
nació hace años
Con el sino de ser para mi
hijo,
Y preferí la de madera
rica
Con adornos de bronce.
¡Estaba escrito!
A veces, mientras duerme el
pequeñuelo,
Yo me doy a forjar bellas
historias:
Tal vez bajo su copa una
cobriza
Madre venía a amamantar su
niño
Todas las tardecitas, a la
hora
En que este cedro amparador de
nidos,
Se llenaba de pájaros con
sueño,
De música, de arrullos y de
píos.
¡Debió de ser tan
alto y tan erguido,
Tan fuerte contra el cierzo y la
borrasca,
Que jamás el granizo le
hizo mella
Ni nunca el viento doblegó
sus ramas!
Él, en las primaveras,
retoñaba
Primero que ninguno.
¡Era tan sano!
Tenía el aspecto de un
gigante bueno
Con su gran tronco y su ramaje
amplio.
Árbol inmenso que te
hiciste humilde
Para acunar a un niño entre
tus gajos:
¡Has de mecer los hijos de
mis hijos!
¡Toda mi raza dormirá
en tus brazos!
Alabanza del
álamo
Cobra no sé que resonancia de
música el viento al cruzar por los pinos.Es algo en verdad
hermoso la ramazón violeta de los paraísos
florecidos y el movimiento pausado de los sauces, cuyos ramajes
son como largos collares suspendidos sobre el agua.Los
eucaliptos, con el olor de salud de sus hojas agudas, su gran
tronco recto, su copa oscura y suelta, dan gusto de mirar.Pero mi
corazón va hacia el álamo, que no florece ni tiene
aroma, ni gajos graciosamente curvos. Se me llena el alma de
alegría cada vez que paso junto a un álamo.No
podría decir en qué consiste su encanto. Tronco
gris y hojas de un verde vivo y clarísimo. Nada
más.Sin embargo, parece que fuera el novio de la lluvia y
que es tan alto para estar más cerca de las nubes,
cargadas de agua fresca.Cada árbol tiene una
fisonomía especial: el ciprés parece un dedo puesto
sobre la boca de los ruidos para imponerles silencio; el
ombú es una gruesa campesina hospitalaria; el mimbre un
chicuelo que hamaca a la luz en sus ramas elásticas.Pero
el álamo es un muchacho de largas piernas que
sonríe a todo el mundo, que esconde nidos y que de noche
cuchichea cosas dulces con la luna.El álamo nunca
está triste, ni aun en invierno, cuando el frío le
ha deshilachado su casaca verde. Se viste de gris claro y sigue
sonriendo a las tormentas y a las granizadas.Él da al
hombre algo que vale tanto como un cesto de frutas maduras: le da
el deseo de sonreír y de ser, como él, delgado y
alegre.
Juana de Ibarborou
El nido
Mi cama fue un roble y en sus ramas
cantaban los pájaros. Mi cama fue un roble y
mordió la tormenta sus gajos. Deslizo mis
manos por sus claros maderos pulidos, y pienso que
acaso toco el mismo tronco donde estuvo aferrado
algún nido. Mi cama fue un roble. Yo duermo en
un árbol. En un árbol amigo del agua, del
sol y la brisa, del cielo y el musgo, de lagartos de ojuelos
dorados y de orugas de un verde esmeralda. Yo duermo en
un árbol. ¡Oh amada!, en un árbol
dormimos. Acaso por eso me parece el lecho esta noche,
blando y hondo cual nido. Y en ti me acurruco como una
avecilla que busca el reparo de su
compañera. ¡Que rezongue el viento, que
gruña la lluvia! Contigo en el nido, no sé lo
que es miedo.
JUANA DE IBARBOUROU
Los pinosJuana de Ibarbourou
Yo digo ¡pinos! y sientoQue se me
aclara el alma.Yo digo ¡pinos! y en mis oídosRumorea
la selva.Yo digo ¡pinos! y por mis labios pasaLa frescura
de las fuentes salvajes.Pinos, pinos, ¡pinos! Y con los
ojos cerrados,Veo la hilacha verde de los ramajes profundos,Que
recortan el sol en obleas desigualesY lo arrojan, como
puñados de lentejuelas,A los caminos que bordean.Yo digo
¡pinos! y me veo morena,Quinceabrileña.Bajo uno que
era amplio como una casa,Donde una tarde alguien puso en mi
boca,Como un fruto extraordinario,El primer beso amoroso.Y todo
mi cuerpo anémico tiemblaRecordando su antiguo perfume a
yerbabuena.Y si me duermo con los ojos llenos de
lágrimas,Así como los pinos se duermen con las
ramasLlenas de rocío.
Juana nació en Melo el 8 de marzo de
1892 y murió en Montevideo en 1972. Escribió
prosa y poesía. En 1929 es aclamada como Juana de
América en el Salón de los Pasos Perdidos.
Entre sus obras poéticas podemos destacar "Raíz
salvaje" (1922), "Romances del destino" (1955) y "La pasajera"
(1967). En su prosa recordamos "El cántaro fresco"
(1920), "Chico Carlo" (1944) y "El dulce milagro"
(1964).
Gustavo Tatis Guerra.
EL SOÑADOR DE BOSQUESLos
árboles no duermenAtravés de sus sombras
viajan y recuerdanreconocen la mano que guarda sus
silenciosy cuando la brisa pasa se inclinan a
saludarla.Bajo la tempestad escuchan la
agonía de los arboles viejosy saludan desde sus
orillas inmóvilesel sereno esplendor de la
caída.Saben que el hombre que vino anoche y los
abrazóguarda en su interiorla antigua
sabia de los orígenes,tal vez jamás
vuelvan a versepero el siempre llevarála
secreta sombra de un corazónplantado en el
viento,una raiz secretaque cada dialo
acercará más al cielo.
En este viaje poético por el cuerpo
del árbol, por la existencia inexistente de la memoria del
árbol. Por el sueño del árbol que se
configura, se multiplica en la semilla, se expande y se vuelve
espejo de si mismo, laberinto de espejos en un sueño de
árbol que se encuentra con su origen y halla su hermandad
en el hombre y su lenguaje como posibilidad creadora.
Gran misterio guarda la intimidad del
árbol
Que canta a la tierra una tarde de
lluvia
Frente a una puerta, al final de un
camino.
Pagaba con sus frutos a la madre
tierra
Que alimenta a los hombres y a las
bestias
Que nutre a los pájaros y da de
beber a las mariposas
En su girar eterno de luces y de
sombras
Nunca acepto su efímera
existencia,
Nunca acepto detener su ascenso
Pues seguía elevando sus ramas hacia
el cielo
Y sus raíces empujando hacia el
núcleo de la tierra.
Bajo su sombra sufrimos o gozamos nuestras
breves horas.
En su apariencia indiferente y muda la
entraña de la tierra
Prodiga diariamente su porción de
savia.
Cuando los hombres sufren sus brazos
también lloran.
Cómo ignorar el milagroso secreto
que entraña cada especie.
¿Por qué retardas las
auroras?
¿Por qué las noches se
yerguen bajo tu abrigo mucho más negras y
arriesgadas?
Las sombras erigen alas bajo tus tendidos
brazos.
Tu rostro se dibuja en las frías
aguas del estanque
ante la misteriosa mirada de la
luna.
Somos la conciencia lívida del
árbol,
El aliento extraño de sus quejidos
en lo elevado de la noche,
Mucho antes del concierto auroral de los
pájaros.
Insectos que se miran en el rocío de
sus hojas como en inciertos espejos.
¿Quiénes somos sin tu
presencia poética? ¿A dónde vamos sin tu
recuerdo de palabras rumorosas?
¿Por qué venimos justo a tu
regazo? ¿Acaso conoces el destino de los hombres
más allá de la muerte?
¿Qué crece en la intimidad de
tu existencia, sino el ciego designio de la ausencia de
sentimientos?
Eres el oasis buscado después de
estos desiertos donde habitan los sordos a tu canto.
¿Por qué no nacemos con un
árbol? ¿Por qué no nos nace un árbol
como tumba?
El árbol lanza sus preguntas a la
tierra. La tierra guarda su recóndito silencio.
Nada contesta al árbol que
pregunta.
¿Por qué no damos
constantemente una respuesta de vida a cada
árbol?
¿Por qué no convertimos cada
semilla, cada fruto consumido en la matriz que da a luz un
árbol; para que así digamos siempre con el poeta,
¡silencio la tierra va a parir un árbol!?
¿Qué tanto nos cuesta llenar
cada una de nuestras vidas de frutos, de poemas, de semillas y de
arboles?
En torno a estos y otros árboles
frutales, voy oyendo tu canto entre el sonido del tiempo que
crece en sus tupidos ramajes.
Me estremezco en el fondo del
árbol
En la reminiscencia evoco el árbol
de saudades eternas.
Bajo este árbol de profundos
recuerdos
Espero el milagro alegre de la dorada
naranja.
El recuerdo intenta huir y lo ato a su
tronco de árbol,
A su arboladura de antiguo guamo sobre los
viejos cafetales, plantados con semillas de etiopia, entre el
maíz y el bejuco de batata.
Este recuerdo de marfil, esta memoria
vegetal adherida al mármol,
tallada como un antiguo sello de tiempos
idos.
Voy recorriendo estos árboles antes
de morir entre ellos,
Como uno de ellos que sale en puntillas y
mide cada paso, cada encumbramiento,
Cuidando su sombra y su sonido.
Hasta quedar convertido en el recuerdo de
una sombra sin sonido.
El árbol de tu nombre, el de los
cadáveres colgados de sus ramas secas. El de los mayas. El
del conocimiento. El del odio. El de tus ojos henchidos. El de la
memoria. Me recalo en tu sombra. El que recarga su
gordísima sombra del árbol cargado de peces. Los
taladores no practican la poesía sino la egosia. La ceiba
de la espada y la cruz. El almendro, el árbol de
Aureliano. El de Rojas Herazo. El hombre árbol. El del
ahorcado. El limonero de Lorca.
Los adversarios de la sabiduría del
árbol. Todo tu cuerpo de árbol parece erguido sobre
la igualdad. Tu verticalidad parece un juego de equilibrio entre
la abertura de su ramaje y la profundidad de sus raíces.
Pero no. El principio esencial de tu existencia descansa en el
dominio de tu ley, que es la contradicción, la lucha
constante entre tus partes. La ley que se manifiesta
constantemente en todos los alrededores de tu existencia y a la
cual los seres pensantes no podemos escapar.
¿Por qué no convertir el
campo de sepulcros en un bosque de mandarinos en flor?
¿Por qué no comernos a la
amada en un rico jugo de tamarindo? ¿Por qué
ocultamos, respetamos y honramos a los arboles de familias
ilustres, pero al matarratón, al mango y al ciruelo no?
¿Por qué nada decimos del sagrado árbol del
pan? ¿Por qué no pronunciamos la condición
de paria que en la ciudad tiene el mandarino?
Yo declaro asesino de arboles a todo el que
usa el hacha para cortar su vida. Declaro arboricida y criminal
al que hace uso de la motocierrra para derribar cualquier especie
nativa de los que han sido nuestros bosques tropicales. Rechazo
al que usa el filo contra la vida de mi hermano domador
permanente de su sombra. Ante ti me prosterno árbol de
todo conocimiento, árbol del saber ante ti me postro
mandarino para darte gracias por la dignidad de tus jugos, por el
aurífero color de tu envoltura madura. Ante ti
melocotonero. Ante ti levanto mi voz erótico arasá.
Desaparecido madroño. Exótico carambolo de los
patios cartagueños. Gracias grosello por la protuberancia
de tus frutos. Gracias pomo por tus atléticas y sensuales
miradas.
Veo como (tu )la nube haciende con tu
presencia de árbol, como extiende sus brazos como sagradas
alas. Su corazón está en cada hoja que se extiende
por vez primera a besar otra hoja de un árbol hermano. Nos
erguimos en el mundo soberano como el árbol joven cuando
se abre al sol del amanecer y extendemos nuestros cortos brazos
hacia el infinito tratando de abrazarnos a la ternura natural de
sus brazos hermanados. Me sumerjo entonces en el mundo de las
hojas y el rocío salpica sobre mi frente el cristal de la
bruma que se aleja.
Alcanzar el cielo con sus ramas, escalar
por su tronco hasta la cima y tocar el cielo sostenido en la
firmeza de sus raíces. Esta es quizá la más
bella de todas las ilusiones con que la naturaleza favorece la
debilidad de mi ser que sueña, que se sueña savia
creadora. Como aquel chico de Ítalo Calvino en El
barón Rampante
Sagrado símbolo, evidencia de vida
que asciende, pensamiento que se ramifica en su siclo
cósmico. Universo de hojas que se despoja y se recubre. Es
el árbol el que permite al hombre la metáfora de
hurgar, hundir y profundizar las raíces del ser. Su tronco
es el hermano de la superficie que se extiende en sus primeras
ramas, en sus primeras respiraciones de árbol. Luego sigue
expandiendo su aliento por el cuerpo en un lento y pausado
ascenso de su ramaje superior. La cima más alta del
árbol es atraída por la luz sin límites del
firmamento con sus astros tutelares en sus lejanas alturas. En
aquel aire lo acompañan aquellos otros seres que habitan
las alturas. El reptil se arrastra sobre sus raíces, trepa
por el vertical tronco a tomar la fruta de su mano de
árbol. El ave se estremece con la presencia del reptil y
pega vuelo a una rama más alejada. Mientras el
pájaro vuela entre su ramaje, el agua circula como savia
para que la tierra se integre a su elemento y adquiera su dureza
de arcilla cocida. El aire penetra por sus ramas y acude a
alimentar sus hojas. Luego, en la naturaleza de la tormenta, el
rayo alimenta su fuego y la llama se alimenta del
árbol.
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