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Orígenes del Imperio Otomano (siglos IV al XI)



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Los Hunos
    Heftalitas y los primeros pueblos Turcos
  3. La India del
    Imperio Gupta
  4. El pueblo de los
    Turcos Tu-kiu
  5. Los pueblos
    Ávaros
  6. El declive del
    Imperio Griego Bizantino
  7. Los estados Turcos
    preislámicos
  8. La fusión
    Turca con el Islam
  9. Notas
  10. Bibliografía

El Imperio Otomano fue una de las fuerzas
geopolíticas más importantes del Viejo Mundo
durante cerca de mil años, y mediatizó por
sí solo las relaciones entre Asia y Europa durante al
menos quinientos, entre los siglos XI y XVII, una prolongada
época histórica. Para algunos estados europeos como
la República de Venecia, el Imperio Otomano fue el estado
más poderoso del mundo, pues la propia existencia
política y económica de los venecianos
dependía del consentimiento turco. Sin embargo, el
conocimiento actual sobre tan importante actor histórico
es, en el ámbito latinoamericano y español,
bastante limitado. A cubrir esta necesidad historiográfica
contribuye el presente artículo, que presenta una sucinta
historia de los orígenes del Imperio Otomano, desde sus
raíces en los primeros pueblos Turcos de las estepas de
Asia, raíces que se hunden en la Historia de los primeros
siglos de la Edad Media, una época trágica y
convulsa que conocemos gracias a dos civilizaciones distintas y
geográficamente separadas: la greco-bizantina y la
china.

Introducción

Al hablarse de manera genérica sobre los
'Turcos', lo primero que a uno le viene a la mente son
los más de 50 millones de ciudadanos de la actual
República de Turquía, que habitan en Anatolia y en
el extremo sudoriental de Europa, en el Istmo de Tracia, junto a
Estambul. Sin embargo existen Turcos que, sin ser
emigrantes oriundos de la Turquía republicana —los
hay en Alemania en gran número, por ejemplo, en Grecia,
los Estados Unidos y algunos países latinoamericanos, como
Brasil o Argentina—, responden plenamente a los
requerimientos étnicos de una persona propiamente
Turca. Existen grupos de pueblos y etnias que hablan
lenguas Turcas, asentados en países fronterizos,
vecinos, cercanos e incluso alejados de Turquía. Los
pueblos de etnia y lengua Turcas más amplios y
numerosos se encuentran diseminados por los países de Asia
central y la región montañosa del Cáucaso
que, hasta 1991, pertenecieron a la Unión
Soviética: Turkmenistán, Kazajstán,
Uzbekistán, Tayikistán, Armenia, Azerbaiyán
y Georgia principalmente, donde hay censados más de 20
millones de personas de etnia y lengua turca. Más lejos
aún, en países como Kirguizistán,
Afganistán, China e incluso la India, también
existen comunidades Turcas por lengua y origen
étnico. En las actuales Ucrania y Rusia quedan importantes
restos de vastas comunidades Tártaras, que son
igualmente Turcas [1] pero que siempre han vivido
en Crimea y en la región de Kazán.

De hecho, buena parte de las antiguas repúblicas,
repúblicas autónomas, regiones autónomas y
nacionalidades del antiguo mosaico soviético eran pueblos
no rusos que étnica y lingüísticamente eran
Turcos. También hay pueblos Turcos en el
actual Irán, concentrados en las regiones iraníes
del Cáucaso, en el Azerbaiyán meridional;
minorías de menor tamaño existen también en
algunas regiones meridionales y nororientales de la gran
república islámica iraní. En las regiones
más occidentales de China existen también pueblos
Turcos en torno al vasto territorio que, oficialmente en
la República Popular China, se conoce como
Turkestán Oriental. Por último, existen comunidades
de origen nacional turco o vinculadas a esta gran variedad de
grupos étnicos en Polonia, Rumanía, Bulgaria,
Bosnia, Serbia, Croacia, Chipre, Siria e Irak, donde forman
comunidades culturalmente diferenciadas de las mayorías
nacionales con las que conviven. Las lenguas de la mayoría
de estos grupos étnicos Turcos tienen mucho en
común con el turco moderno. De hecho, las diferencias
entre ellas son más bien dialectales; sólo hay dos
lenguas Turcas que presentan grandes diferencias con
respecto al turco moderno: el Chuvasio, hablado en una
región del este de Rusia, y el Yakuto, localizado
en Siberia.

Filológicamente, el turco moderno y las
demás lenguas Turcas están agrupadas en el
llamado Trono Altaico, junto con el mongol, el
manchú y las lenguas tungúsquicas, con las que el
turco y sus parientes más próximos apenas guardan
semejanzas. Sin embargo, existen una serie de rasgos
estructurales básicos comunes a todos estos idiomas,
siendo el más importante el de la
Aglutinación, que consiste en que expresan la
mayor parte de sus relaciones gramaticales por medio de sistemas
de sufijos. Por último, existe una difusa y poco
reconocible relación de parentesco entre las lenguas
Altaicas y las Urálicas, a las que
pertenecen algunos idiomas europeos de carácter
excepcional, como los del Tronco Fino-Ugrio, compuesto
principalmente por el finlandés y el húngaro. Lo
importante a la hora de explorar los orígenes del Imperio
Otomano es tener presente, gracias a este panorama
filológico, que entre la realidad geopolítica
actual de Turquía y el sustrato étnico de los
diversos pueblos Turcos existe una gran diferencia.
Tanta como la que supuso el nacimiento y lento despegue del
Imperio Otomano, forjado por los Turcos, su milenaria
trayectoria, y las consecuencias dejadas por su
desaparición y sustitución por la moderna
República Turca.

El Imperio Otomano fue sin duda el mayor y más
duradero de los estados que los diversos pueblos Turcos
crearon a lo largo de su dilatada Historia. Dicho Imperio, en sus
siglos de expansión inicial, fue absorbiendo a pueblos que
no eran Turcos, y que se vieron unidos a éstos de
grado o por la fuerza: árabes, eslavos balcánicos,
griegos, rumanos, húngaros y armenios vivieron durante
largos períodos, de más de un siglo de
duración, bajo la soberanía turca. Su
aportación o su oposición al crecimiento y
desarrollo del Imperio Otomano varió en intensidad e
importancia; sin embargo, su relación con él
marcó de manera invariable su historia, su identidad y su
cultura. El reconocimiento de este hecho sirve sobre todo para
tener en cuenta que, aunque Turco por origen e identidad
primigenia, el Imperio Otomano no fue por definición un
estado nacional Turco, sino un sistema estatal
plurinacional cuyas bases no descansaban en una sola identidad
nacional, sino en dos factores complementarios: el poderío
bélico y el expansionismo basado en la militancia
religiosa islámica.

El modo de vida de los nómadas turcos
preislámicos era el de los nómadas guerreros de la
estepa; el Islam le dio cohesión y una acusada voluntad
expansionista Eso sí, la matriz cultural y social de la
que surgió, y merced a la cual se desarrolló
ampliamente ese Imperio, fue la de los Turcos
nómadas y guerreros de las estepas de Asia. El modo de
vida nómada, la asunción de la guerra, sus
desgracias y peligros, como parte del orden natural y permanente
de las cosas, y la preparación de los hombres y las
mujeres para vivir en una sociedad guerrera y trashumante por
definición, definieron algunos de los elementos
constitutivos más importantes del Imperio
Otomano.

Las huellas históricas más antiguas que
conocemos de los pueblos Turcos los sitúan, a
comienzos de la Edad Media, entre las llamadas Hordas de las
Estepas
. Se dice que tanto el Imperio Otomano como el
Imperio Chino-Mongol de Genghis Khan —identificado en la
vasta Historia china la Dominación mongol y la
posterior Dinastía Yuan (1211/1280-1368)—
fueron forjados a lomos de los ágiles ponis
centroasiáticos sobre los que se movían sin
descanso los nómadas mongoles y Turcos. El
Imperio Chino de Genghis Khan (mto. ha. 1227), consolidado su
nieto Kublai Khan (1214-1294) —el que conoció cara a
cara el legendario Marco Polo de Venecia— tuvo un contacto
débil e intermitente con la Cristiandad Latina,
desde cuyo punto de vista observamos hoy los siglos de la Edad
Media [2]. En cambio, el Imperio Otomano, fundido
íntimamente con el Islam —fundado en el siglo VII d.
C. por Abul Kassim o Mahoma (ha. 570-632 d. C.)—,
perduró mucho más allá, manteniendose hasta
1918 en una constante relación con el Occidente latino:
bélica en sus primeros siglos, hasta finales del siglo
XVII; más pacífica en sus últimos tiempos,
llegando a desarrollar un vivo deseo de integración en la
civilización industrial europea de los siglos XIX y XX.
Por su amplitud, poderío y extensión, el Imperio
que fundaron los nómadas Turcos de las estepas se
incorporó a la Historia mundial con un papel y una voz
propia, dominando el mundo islámico situado en el norte de
África, el sudeste de Europa y el sudoeste de Asia durante
quinientos años.

La Historia de los pueblos Turcos en sentido
amplio puede ser explorada, mirando desde el presenta hacia la
antigüedad, hasta el siglo VI d. C. Más allá,
en los siglos V d. C. y anteriores, el terreno es menos seguro
para los historiadores; las incógnitas aumentan y se hace
necesario apoyarse en la filología y la arqueología
para obtener evidencias válidas sobre la presencia de los
pueblos Turcos. La patria ancestral de los pueblos
Turcos se extiendía a lo largo y ancho de toda el
Asia central. Sus límites aproximados podríamos
fijarlos, por el norte, en los Montes Altai y Saiyán,
lindando con Mongolia y Siberia; por el nordeste, en la
región china de Tian-Shan, antigua marca
divisoria entre China y la Unión Soviética; por el
este, en la región de Shin-Ghan, en China; y
finalmente por el sur, en las vertientes del Altyn-Tag,
en los límites septentrionales del milenario Tíbet.
Existe un acuerdo más o menos general en el hecho de que
los diversos pueblos Turcos que han llegado hasta el
presente, partieron de esta vasta extensión del Asia
central que acabamos de delimitar, llegando a través de
diversas circunstancias históricas a los lugares que son
su respectivo solar patrio.

Aunque aún no ha podido establecerse de manera
satisfactoria, se cree que los pueblos Turcos tuvieron
sus más remotos antecesores en los pueblos Hunos,
que los cronistas greco-bizantinos y chinos situaron en Asia
central entre los siglos IV y VI d. C. Sin pretender aquí
dar por buena la continuidad entre Hunos y
Turcos —que turcólogos e historiadores
medievalistas aún no han confirmado— vamos a
presentar un cuadro panorámico de la evolución
histórica del Asia central en torno al siglo V d. C.
, con el fin de mostrar al lector cuáles eran las
fuerzas en presencia en la época en que los pueblos
Turcos iniciaron su andardura
histórica.

Los Hunos
Heftalitas y los primeros pueblos Turcos

Mientras que las regiones más orientales de
Europa, la Península Balcánica y las costas del Mar
Negro, sometidas al Imperio Romano de Oriente ?o
Imperio Griego Bizantino [3]? conocían
cierta estabilidad política, algo de paz y una incipiente
prosperidad económica en las décadas centrales del
siglo VI d. C. ?gracias a las políticas de enérgica
defensa militar y rígido "cesaropapismo"
impuestas por el Basileus [4] Justiniano I
(527-565 d. C.)?, las inmensas extensiones del occidente y el
centro de Asia se veían sacudidas por traumáticas
migraciones de pueblos nómadas guerreros, que no
tardarían en ser conocidas y temidas en el
Mediterráneo. En su mayor parte, estos nómadas
guerreros pertenecían al tronco étnico
Turco-mongol, el mismo al que pertenecían los
pueblos Hunos o Hiong-nu ?según la
denominación de las crónicas chinas del siglo V d.
C., las más fiables y completas sobre su Historia?. Los
Hunos fueron el terror del casi desmantelado Imperio
Romano de Occidente
entre los años 440 y 460,
mientras obedecieron a un solo rey, el mítico caudillo
Atila (441-453 d. C.), quien llegó a dominar las
llanuras de la actual Hungría, en el curso medio del
río Danubio; desde allá lanzó durante una
década repetidas expediciones de guerra y saqueo sobre
Italia y la Península de los Balcanes. El terrible
recuerdo de los Hunos de Atila, al que en la Roma de los
primeros papas se dio el apelativo de "Azote de Dios",
perduraría durante toda la Edad Media y sería
recordada por los humanistas del Renacimiento, un milenio
después de su desaparición.

A mediados del siglo VI d. C., tres grupos de pueblos
nómadas de origen común habían sido
identificados por los cronistas greco-bizantinos y chinos en las
estepas asiáticas que se extienden desde Manchuria en el
este hasta Ucrania en el oeste, y desde el Turkestán en el
norte ?actual Kazajstán? hasta la India en el sur. Al
norte de este vasto universo terrestre estaban asentados los
pueblos Yuan-yuan, que dominaban Mongolia y buena parte
de Siberia, desde los límites occidentales de Manchuria,
al este, hasta el Lago Baljasch, al oeste ?en el actual
Kazajstán?; al oeste se encontraban asentados los
Hunos Heftalitas, de origen mongol, que tras unas pocas
décadas cederían su espacio a los primeros pueblos
Turcos, originarios de la gran Llanura de
Turán
, situada al este del Mar Caspio. En las estepas
de Ucrania, entre las costas del Mar de Azov y el delta del
río Don, persistían todavía los restos del
pueblo Huno, entonces en crisis por las guerras civiles
que enfrentaban a dos facciones, la de los Hunos
Citrigures
y la de los Hunos Ultrigures, sobre las
que se hablará más adelante.

Los Hunos Heftalitas constituyeron un vasto
imperio, poco conocido pero geográficamente extenso, a lo
largo del siglo V d. C.; pero el imperio neopersa de los
Sasánidas actuó como barrera frente a sus
tendencias expansivas en dirección oeste, preservando
involuntariamente a la Cristiandad Latina de sus
recurrentes invasiones nomádicas. Los historiadores
bizantinos designaron a estos Hunos también como
"Hunos Blancos" ?lo que en el lenguaje rico en
símbolos de los cronistas griegos equivalía a la
denominación de "Hunos del Norte"?. A comienzos
del siglo V d. C. eran todavía una Horda
[5] de escaso poderío, sometida a los pueblos
Yuan-yuan de Siberia y Mongolia, asentada entre los
ríos Yaxartes ?actual Syr Daria? y Oxus ?actual Amu Daria?
hasta el Mar de Aral, en el actual Uzbekistán; hacia el
año 440 d. C., mientras Atila sembraba el terror
en Italia, está documentada la presencia de los
Heftalitas en Samarkanda y en Bactria ?actual
Afganistán? donde chocaron contra las defensas orientales
del imperio Sasánida, asaltaron el
Jorasán, y por último vencieron y asesinaron al rey
Peroz I (459-484 d. C.) de Persia. Por aquella misma
época intervinieron en diversas guerras civiles de la
Persia Sasánida ?así, el rey Kavad
I
se refugió entre los Heftalitas tras ser
destronado, y con su ayuda recuperó el trono
definitivamente el 499 d. C.?. No pudiendo superar la resistencia
de la Persia Sasánida y del reino de Bactria
frente a sus incursiones, los Heftalitas migraron hacia
el sur por la ruta de Gandhara hasta la India, entonces unificada
bajo la dinastía de los Gupta.

La India del
Imperio Gupta

El Imperio Gupta, surgido en el valle del
río Ganges a comienzos del siglo IV d. C., se
expandió por todo el norte de la India, desde el Golfo de
Bengala hasta el Mar de Omán, y desde el Himalaya a las
Montañas de Vindhia. La de su apogeo fue una de
las épocas más brillante de la Historia de la
India. En pleno auge, durante los reinados de Kumaragupta
I
(ha. 414-455 d. C.) y su hijo Skandagupta I (ha.
455-470 d. C.), llegaron las primeras incursiones de los
Heftalitas desde el Punjab, que fueron rechazadas por
los ejércitos Gupta hacia el 466 d. C. Los
Heftalitas no obstante, desde sus bases en Bactria y
Kabul, siguieron amenazando el norte de la India y, al serles
cerrado el paso hacia la Persia Sasánida a
comienzos del siglo VI d. C., penetraron en el valle del
río Indo.

Los textos chinos y persas del siglo V d. C. acusaban a
la Horda Heftalita de ser brutal e ignorante; se
había instalado en la región de Gandhara, arrasando
su cultura autóctona, mezcla de helenismo y budismo. Los
Heftalitas aplicaban terribles represalias contra los
que se les oponían y eran derrotados: según una
fuente china, tras matar a dos tercios de la población del
Alto Indo, redujeron al resto a la esclavitud. El éxito de
los Heftalitas se vio favorecido por la división
del Imperio Gupta a la muerte del rey Skandagupta
I
(ha. 470 d. C.). El rey heftalita Mihirakula
—se calcula que su reinado se extendió desde el
año 502 hasta el 542 d. C. aproximadamente—, fue
considerado por los cronistas chinos como un personaje comparable
a Atila. Desde su base de Zacala en el Punjab,
dirigía expediciones de saqueo y destrucción sobre
el valle del río Ganges, poblado y rico. Durante dos
décadas fue el terror de aquellas tierras, pero fue
derrotado hacia el año 528 d. C. por un gran
ejército indio. Se retiró a la región de
Kazmir —la actual Cachemira, entre India y
Pakistán—, desde donde sus sucesores siguieron
sembrando el terror en el norte de la India, pero a menor
escala.

El núcleo central de los dominios heftalitas,
situado entre Sogdia y Bactria —el actual
Afganistán—, siguió activo hasta su
destrucción por los Turcos y los
Sasánidas, comúnmente fechada hacia el 565
d. C. A partir de esa fecha, los heftalitas del Punjab
irían decayendo hasta desaparecer de la Historia en la
segunda mitad del siglo VII d. C. En cuanto al Imperio
Gupta
, no sobrevivió a las repetidas invasiones y
depredaciones de los heftalitas. Dos ramas de la
Dinastía Gupta siguieron reinando en dos regiones
distintas de la India, Mégada y
Malvá. Los Gupta malveses, radicados en
la Península de Valabi, prosperaron gracias al
llamado Comercio de Levante, basado en la
exportación de sedas y especias indias hasta el
Mediterráneo y más allá, comercio que se
desarrolló desde el 495 d. C. hasta el 770 d.
C.

El pueblo de los
Turcos Tu-kiu

Como otros imperios creados por los pueblos
nómadas de las estepas, el de los heftalitas duró
poco y no dejó nada en herencia. Otro pueblo de etnia
turco-mongol, el de los Turcos Tu-kiu, ocupó el
territorio que dominaban los heftalitas y volvió a sembrar
el terror en las fronteras septentrionales de la Persia
Sasánida, alcanzando los límites
orientales del Imperio Griego Bizantino. A comienzos del
siglo VI d. C. las crónicas chinas los sitúan,
nuevamente sometidos a los Yuan-yuan de Siberia, en las
Montañas del Altai, la explotación de
cuyas minas, según las mismas crónicas,
controlaban. Debilitados los Yuan-yuan por guerras
internas, se alzaron contra ellos los Turcos Tu-kiu y
los vencieron el año 552 d. C., obligándolos a
abandonar Mongolia y refugiarse en China. Tras ese importante
triunfo, los Turcos Tu-kiu reorganizaron aquellos vastos
dominios en dos reinos: el Reino Tu-kiu Oriental,
asentado en Mongolia, y el Reino Tu-kiu Occidental, con
su núcleo central situado al sur del Lago Baljasch. El
Kagán o rey de los Tu-kiu Occidentales
del Baljasch, aliado con los Sasánidas de Persia,
fue el que desmanteló el imperio heftalita hacia el
año 565 d. C. Este rey Turco pactó con sus
socios persas el reparto de los territorios heftalitas: a los
Tu-kiu les correspondió Sogdia, con Bujará
y Samarkanda, y a los Sasánidas, Bactria,
limítrofe con las fronteras orientales de su imperio.
Parte de los heftalitas asentados en la cuenca del Mar de Aral
huyó tras esta derrota hacia el oeste. Identificados como
"Ávaros" por las crónicas de la
época, emprendieron una larga migración en
dirección oeste, hasta que se asentaron finalmente la
región del valle del río Danubio, en el centro de
Europa.

Así pues, en los últimos días del
Basileus Justiniano I, una nueva invasión
"bárbara" amenazaba a los países
ribereños del Mediterráneo. Como los Hunos
de Atila, los "Ávaros" eran nómadas de
etnia Turca, célebres por su gran resistencia
física; vivían del pastoreo, de la caza y de sus
continuas guerras y saqueos. Entrenados en la lucha desde sus
primeros años de vida, combatían a caballo,
manejando con gran destreza el arco, la lanza y la espada, y se
protegían con corazas de cuero y escamas de metal
ensambladas con cordones.

Los pueblos
Ávaros

La primera consecuencia de las largas y recurrentes
guerras de las estepas de Asia fue la instalación de los
Ávaros en las fronteras nororientales del
Imperio Griego Bizantino, en el valle del río
Danubio. Se ha pensado que los Ávaros
procedían de los restos de los Yuan-yuan de
Siberia, fugitivos tras su derrota a manos de los heftalitas,
aunque hoy parece imponerse la teoría de que
descendían de éstos últimos, vencidos a su
vez por los Turcos Tu-kiu y los
Sasánidas. Las estepas de Ucrania no son
geográficamente sino una prolongación hacia el
oeste de las grandes estepas asiáticas, por lo que los
fugitivos, sin importar su origen, alcanzaron sin mucho esfuerzo
los "Limina" o confines nororientales del Imperio
Griego Bizantino
: en torno al año 557 d. C. llegaron
por el sur a las Montañas del Cáucaso, y
poco tiempo después enviaron un heraldo a la corte
imperial de Constantinopla exigiendo ser reconocidos
como señores de aquellas regiones montañosas.
Derrotaron a los Hunos Citrigures ?o Hunos
Citra-Uigures
, es decir, a los asentados al oeste de los
Uigures, hoy en la China occidental? y a los
Ultrigures ?o Ultra-uigures, es decir, los de
las tierras situadas al este de los Uigures?, que
incorporaron a sus Hordas; hacia el año 561 d. C.
en el delta del río Danubio —en la actual
Rumanía—, exigiendo al Basileus su
reconocimiento como señores de aquellas llanuras
costeras.

Todavía no eran muy de temer para las ciudades
griegas del Egeo y el Mar Negro, pues no habían revelado
aún todo su poderío bélico; pero como
ocurrió con otras Hordas de jinetes
nómadas, anteriores y posteriores, su imperio fue
extendiéndose con inusitada rapidez, y en poco tiempo
abarcaba desde el valle del río Volga, en Ucrania, hasta
el del río Danubio, en la Península
Balcánica. Su rey Bayán I (ha. 565-602 d.
C.), político sagaz y calculador como lo fuera
Atila en el siglo anterior, mantuvo buenas relaciones
con los greco-bizantinos mientras lo necesitó.
Aplastó a los "Gépidos" —pueblos
Godos oriundos de las estepas ucranianas— apoyado
por los Lombardos, que a su vez acabaron
asentándose en el norte de Italia huyendo de su antiguo
aliado. El avance de Bayán I y sus
Ávaros fue temporalmente detenido en Turingia
—al este de la actual Alemania— por Sigeberto, rey
Franco de Austrasia [6]. Hallando
terreno extenso y rico en pastos para sus rebaños, los
Ávaros se instalaron entre las montañas de
Austria y las llanuras de Hungría, aproximadamente en el
mismo espacio que los Hunos de Atila en el siglo V d. C.
Sólo que en vez de dispersarse y desaparecer a la muerte
de Bayán I, como sucediera en tiempos de
Atila, el imperio Ávaro de este rey
jinete y sus sucesores perduró lo suficiente como para
impedir la reconstrucción económica y
política de la Cristiandad Latina durante un
largo tiempo, debido a sus continuadas invasiones.

El Imperio Griego Bizantino, vigilante ante la
amenaza de los árabes mahometanos a partir del
siglo VIII, no pudo prestar la debida atención a los
movimientos de los Ávaros y, como un vecino
incómodo para todos los pueblos de la región
bizantinos, lombardos y
francos— conservaron las tierras al norte del
río Danubio hasta que fueron derrotados, mucho
después, por los ejércitos carolingios de
Carlomagno el 796. Por ello, algunos modernos
historiadores —sobre todo en Alemania, Austria y
Hungría— presentan la llegada a Europa de los
Ávaros en la década de 570 d. C. como una
fecha capital, que marca la la línea divisoria entre la
Antigüedad y la Edad Media.

El declive del
Imperio Griego Bizantino

El Imperio Griego Bizantino se hallaba muy
debilitado a finales del siglo VI d. C., debido a las guerras y
reformas impuestas por Justiniano I, y a una gran
epidemia de peste surgida el 542 d. C. En tan difíciles
circunstancias, y mientras las incursiones de los Turcos
Tu-kiu
y los Ávaros recorrían las
regiones periféricas de Persia y el Imperio Griego
Bizantino
, los dos grandes imperios se enzarzaron en una
guerra agotadora, amarga y prolongada, que conduciría a la
ruina del primero, y dejaría al segundo en difícil
situación para resistir la nueva oleada de pueblos del
desierto que llegó desde Arabia en el siglo VII d. C.: la
de los mahometanos o musulmanes. Éstos
serían los liquidadores del Imperio Griego
Bizantino
en amplias regiones del norte de África y
el sur de Europa, borrando completamente su legado y
suplantándolo por el de su nueva cultura islámica.
El Imperio Griego Bizantino, que no podía
sostener una guerra en dos frentes contra los ejércitos de
Mahoma y la Persia Sasánida, tuvo que
evacuar sus bases en España e Italia, dejándoselas
a los Visigodos y los Lombardos, y soportar la
imagen de los Ávaros adentrándose por el
valle del río Danubio hacia el sur, saqueando la
Península de los Balcanes.

El sucesor de Justiniano I, el Basileus
Justino II
(565-578 d. C.), provocó la guerra con los
Sasánidas al negarse a pagar el tributo anual a
Persia el 562 d. C. El rey Cosroes I (531-579 d. C.)
ocupó Apamea, la segunda ciudad greco-bizantina
más importante de Siria, deportando a sus
habitantes a Irán como esclavos. El año 573 d. C.
logró tomar la fortaleza de Dara y saquear los
arrabales de Antioquía, entre Siria y
Asia Menor. Pero poco tiempo después fue
derrotado en la ciudad greco-bizantina de Mytilene (575
d. C.), donde se libró una de las mayores batallas de todo
el siglo VI d. C., en la que los greco-bizantinos capturaron a
los persas 24 elefantes, que llevaron triunfantes como
botín de guerra a Constantinopla. Se firmó una
tregua greco-persa después de la famosa Batalla de
Mytilene que duró hasta el 578 d. C., y si no llegó
a borrar la hostilidad greco-persa, dio a los greco-bizantinos un
respiro para reorganizarse y mejorar sus defensas frente a otras
amenazas, como la de los Ávaros.

La guerra habría de reiniciarse con violentas
alternativas y en medio de sangrientas conjuras palaciegas, tanto
en Constantinopla como en Persépolis, la capital
Sasánida. A Cosroes I le sucedió
su hijo Hormizd IV (579-590 d. C.), partidario de la
guerra a ultranza contra los greco-bizantinos; sin embargo, no
pudo lanzarse a ella por tener que vigilar en sus fronteras
septentionales a los Turcos Tu-kiu quienes, aliados
circunstancialmente con los greco-bizantinos, trataban de
arrebatarle la región de Bactria. Un héroe guerrero
de estas guerras, Bahram Techubin, se alzó con
una facción contra la Corona persa, llegando a destronar y
asesinar al propio Hormizd VI. Pero un hijo de
éste, Cosroes II (590-628 d. C.), pactó
con el Basileus Mauricio I de Bizancio, quien pese a la
hostilidad greco-pesa, contribuyó a reponerlo en el trono
Sasánida. Persia y Bizancio se reconciliaron para
combatir una subversión social y política interna
en Persia que suponía una amenaza mortal para ambos
imperios, pero mientras se esforzaban por triunfar sobre ella,
los Turcos Tu-kiu aprovecharon para anexionarse Bactria
una vez más.

Mauricio I (582-602 d. C.) fue sin duda uno de
los más grandes Basilioi del Imperio Griego
Bizantino
, así como un gran estratega, conductor de
operaciones militares y de ejércitos en campaña.
Quizá la prueba más notable de su intelecto militar
fue el hecho de que dirigiera la redacción de un tratado
de arte y ciencia militares, conocido como El
Strategikon
, que aún hoy sigue siendo la fuente
más completa y fundamental para conocer la
organización y los métodos de combate de los
ejércitos greco-bizantinos. Lograda la paz con los persas
y un pacto con los Ávaros en el año 601 d.
C., alcanzó un ventajoso equilibrio de fuerzas que hizo
pensar a muchos que se aproximaba un restablecimiento imperial
greco-bizantino. Pero Mauricio I no contaba con el apoyo
de la totalidad del ejército, que le acusaba de haber
malversado fondos y escatimado suministros a las tropas que no le
eran afectas. Cayó finalmente asesinado por un complot
militar, dirigido por uno de sus generales, Fokas, que lo
asesinó junto a sus cinco hijos en el año 602 d. C.
Con este sangriento magnicidio desapareció el
último vínculo de continuidad con el orden romano
antiguo y su estabilidad política, según el
historiador francés Pierre Goubert. [7]

El golpe de Fokas fue combatido por todos los vecinos de
Bizancio, encabezados por el rey Cosroes II de Persia,
antiguo aliado de Mauricio I. Sus tropas llegaron al
Bósforo el año 610 d. C., tras tomar la fortaleza
de Dara, más todas las ciudades griegas de la
Alta Mesopotamia y Armenia. Fokas, líder guerrero inculto
y cruel, no supo dar una respuesta política a la crisis.
La anarquía se extendió por las diversas provincias
del Imperio Griego Bizantino: al favorecer a una
facción religiosa cristiana ortodoxa se vio traicionado
por su oponente, la de los cristianos monofisitas de Egipto y
Siria, que colaboraron con los ejércitos persas llegados
para derrocar a Fokas y entronizar al heredero de Mauricio
I.
En todas partes se persiguió a los judíos,
acusados de hacer otro tanto, pero casi siempre sin fundamento.
Un general griego llamado Heraclio, hijo de un exarca de
África de igual nombre, llegó a Constantinopla con
una gran flota y, tras asesinar a Fokas en octubre del 610 d. C.,
se coronó como nuevo Basileus con el nombre de
Heraclio I (610-641 d. C.). El Imperio Griego
Bizantino
salió de esta época de guerras
internas y divisiones religiosas tan debilitado, que nunca
recuperaría su estabilidad. Los pueblos Turcos de
Asia y el Islam en expansión pudieron así
desmantelarlo y reemplazarlo, ocupando la que sería la
base territorial primigenia del Imperio Otomano.

Los estados
Turcos preislámicos

Mientras en el Mediterráneo y el Próximo
Oriente se sucedían estas trágicas convulsiones, a
las que tanto los Ávaros como los Turcos
Tu-kiu
asistían como interesados espectadores sin
terminar de implicarse en ellas, los dos estados Turcos
Tu-kiu
continuaban con su existencia; el Reino Tu-kiu
Occidental
no sólo se involucró en el
Comercio de Levante propulsado por los Gupta
desde la India, sino que llegó a establecer relaciones
diplomáticas estables con el Imperio Griego
Bizantino
. Sin embargo, un nuevo actor, la China de la
Dinastía T'ang, irrumpió inesperadamente:
sus ejércitos derrotaron y sometieron a los Reinos
Turcos Tu-kiu
durante el reinado de Heraclio I de
Bizancio. Sólo el Reino Tu-kiu Oriental pudo
reconstituirse, a partir del año 682 d. C., como un estado
autónomo bajo tutela china. Este nuevo estado es conocido
como Reino Turco Kyk o de los "Turcos
Celestes
", por su dependencia de China, que era conocida en
aquella época como el "Celeste Imperio". El
núcleo central del Reino Turco Kyk estaba situado
a orillas del río Órjon, un afluente del río
Selenga, en la actual Mongolia. La importancia de este peculiar
estado radica en que fue el primero de todos los formado por un
pueblo Turco que dejó muestras de una escritura
propia: las llamadas Inscripciones Orjónicas o
Estelas del Órjon, de carácter
rúnico. Por aquel entonces, el credo islámico de
Mahoma se hallaba en plena expansión, propulsando
grandes masas armadas que, desde Arabia y las costas del Mar
Rojo, se expandían en nombre del nuevo credo por todo el
Próximo Oriente, arrollando a su paso a los
ejércitos greco-bizantinos y destruyendo de manera
consciente y voluntaria sus ricas y cultas ciudades.

El Reino Kyk mantuvo una precaria existencia en
las llanuras de Asia central y Mongolia hasta que fue
desmantelado en algún momento del siglo VIII d. C.
aún por determinar, por otros pueblos Turcos
nómadas, que lo asaltaron y saquearon sin que pudiera
reconstituirse. Sin embargo, su humilde aportación hizo
entrar a los Turcos en el ámbito de la Historia
escrita. Sólo faltaba dar un paso más: poner en
relación a los pueblos Turcos con alguna de las
grandes religiones monoteístas de la época.
Finalmente sería religión islámica la que
daría cohesión a la belicosidad de los guereros
nómadas Turcos, y con ello asentaría los
dos pilares sobre los que se desarrolló el Imperio
Otomano: poderío bélico y unidad religiosa. Hacia
ese paso se dirigieron los Uigures, pueblos
Turcos a los que hemos citado anteriormente. Hacia el
año 762, los Uigures abandonaron sus creencias
tradicionales chamánicas [8] abrazando el
Maniqueísmo [9]. El Reino Uigur
apenas alcanzó un breve siglo de antigüedad: en torno
al año 840 fue desmantelado por los pueblos
Kirguises, étnicamente Turcos, pero con
diferente cultura, lengua y religión, que emigraron desde
su zonas de asentamiento primitivas, en el curso alto del
río Yenisei, hacia el territorio de los Uigures,
derrotándolos y sometiéndolos.

Los Uigures que sobrevivieron a la derrota como
pueblo independiente emigraron a su vez en dos direcciones,
asentándose entre el 840 y el 860 en el valle del
río Tarim y, sorteando el Desierto de
Gobi
, en el nordeste de China, donde lograron fundar dos
nuevos estados. Los Uigures del Tarim se
establecieron en una amplia zona en torno a la
Depresión de Turfan, a los pies de los Montes
Tian-Shan
. Lo más destacable de su modesto estado es
que legó a la posteridad una gran variedad de textos
escritos, compuestos en diversas lenguas turcas, iránicas
y sínicas, y que son conocidos como los Escritos de
Turfan
. Estos Escritos son para los historiadores
del Asia central y sus escasamente conocidos pueblos una fuente
fundamental hoy en día. El Reino Uigur del
Tarim mantuvo durante unos dos siglos una existencia
estable, hasta que fue destruido por los pueblos Tangut,
de origen tibetano, el año 1028. El estado que formaron
los Uigures al este del Desierto de Gobi estuvo
asentado cerca de la ciudad china de Lanchou, y
llegó a desarrollar una sociedad sedentaria y
agrícola, parcialmente integrada en la cultura china
circundante. A consecuencia de esta integración, la
religión dominante pasó a ser el budismo,
mayoritario entre los Uigures orientales ya en el siglo
XI. Otro importante pueblo Turco fue el de los
Jázaros, que entre el siglo VI d. C. y el siglo
XI fundó un importante estado en Ucrania, participando
activamente en las llamadas Rutas del Ámbar y el
comercio de larga distancia basado en las pieles preciosas
—marta, armiño, zorro— practicado en los
siglos altomedievales entre los pueblos nómadas del
llamado Gran Norte —actuales Rusia y
Siberia—, la China de los T'ang, la
Cristiandad Latina, el Imperio Griego Bizantino
y la nueva potencia emergente del Islam, centrada en el
Califato Abásida.

La fusión
Turca con el Islam

Sin embargo, los Turcos que darían
origen al Imperio Otomano fueron otros, menos afortunados y menos
conocidos que los Jázaros o los Uigures.
A medida que los musulmanes de Arabia y Mesopotamia se
fueron expandiendo hacia el oeste por el Mediterráneo y
hacia el este en dirección a la India, fueron arrollando a
su paso a diversos pueblos Turcos, entre ellos los
asentados en la Transoxiana —la región
delimitada por el Mar de Aral y los ríos Syr Daria y Amu
Daria—. Reputados como hábiles jinetes y resistentes
guerreros, muchos fueron esclavizados tras ser derrotados, y
enviados a la nueva capital del Islam establecida por la
dinastía de los Califas Abásidas en Bagdad
[10]. Allí fueron islamizados a lo largo del siglo
IX, bien por la fuerza, bien voluntariamente, e integrados en los
ejércitos musulmanes. Sin embargo, estos soldados esclavos
mantuvieron una cierta cohesión étnica, llegando a
formar cuerpos militares de élite, que en contextos de
crisis política interna comenzaron a adquirir una
relevancia creciente.

El primero de estos grupos que alcanzó notoriedad
en el Califato Abásida fue el de los Turcos
Karakhánidas
, nombre cuyo origen radica en uno de sus
más prestigiosos generales, Kara Khan —es
decir, el "Khan Negro" en lengua turca—. La zona
de asentamiento originaria de los Karakhánidas
estaba situada en el valle del río Talas, al sur de
Anatolia. Tras la islamización de aquel territorio a
principios del siglo X por la presión militar del
Califato de Bagdad, los Karakhánidas
fueron integrados en las expediciones militares dirigidas contra
Persia. En el año 999 los Karakhánidas
conquistaron la capital de los persas Samánidas,
Bujará, y allí produjeron, pocos años
después, su primera obra escrita de carácter
literario: el "Kutadgu Bilig", esto es, el "Saber
que da la felicidad
". Este libro, compuesto en lengua turca
sobre caracteres arábigos, contiene un manual de
educación política para príncipes, uniendo
contenidos de carácter político, militar,
jurídico y religioso islámico. De esa misma
época data la obra del primer filólogo de la lengua
turca, un erudito Karakhánida llamado
Kashgari, autor de un monumental tratado poético
y lingüístico titulado "Diwan", esto es
"el Consejo". [11] El libro contiente un extenso
conjunto de obras poéticas y estudios
lingüísticos que por su amplitud asentaron las bases
del turco escrito como lengua de cultura.

Pocos años más tarde, los
Karakhánidas entraron la guerra con los
Ghaznávidas, [12] dinastía de
origen Turco que paulatinamente se había ido
iranizando culturalmente desde su constitución estatal. El
más destacado de los monarcas Ghaznávidas
fue el sultán Mahmud I de Ghazna (997-1030),
quien fue no sólo un gran mecenas de la literatura persa
—el máximo poeta épico en lengua persa, el
erudito Firdausi (mto. ca. 1020), vivió
cómodamente instalado en su corte— sino
también un tenaz defensor de la expansión del Islam
por vía militar, que alcanzó con sus
ejércitos los límites occidentales de la India.
Mahmud I de Ghazna combatió igualmente a sus
hermanos de fe y etnia, los Karakhánidas, y su
estado perdió impulso con el tiempo, hasta que fue
desmantelado por el pueblo mongol de los Kara Kitai en
la segunda mitad del siglo XII.

Partes: 1, 2

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