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El sujeto delincuente; una mirada a la psique del hombre y la conducta antisocial



Partes: 1, 2

  1. El
    pronóstico personalizado en la conducta del sujeto
    delincuente
  2. La
    profilaxis en el tratamiento educativo del sujeto
    delincuente
  3. Delitos de grupo
  4. El
    tratamiento educativo grupal en el sujeto
    delincuente
  5. El
    sujeto delincuente
  6. Resocialización del sujeto delincuente:
    una mirada desde el "ser"
  7. Bibliografía

"El hombre es un ser de necesidades
que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo
determinan. El sujeto es sano en tanto aprehende la realidad en
una perspectiva integradora, y tiene capacidad para transformar
esa realidad transformándose él
mismo.

Está activamente adaptado en la
medida que mantiene un ínter juego dialéctico con
el mundo."

Enrique Pichón
Riviére.

Uno de los fenómenos negativos surgido de los
antagonismos entre el hombre y la sociedad, de especial
atención en el mundo contemporáneo, lo constituye
"la delincuencia", que, por su larga historia y su existencia en
los diferentes sistemas sociales, exige nuevas formas de
interpretación como fenómeno social; en tanto la
personalidad del "sujeto delincuente"[1] se
pronuncia activamente contra las orientaciones axiológicas
establecidas por la sociedad. La esencia de tales contradicciones
se expresa, por una parte, en la defectuosidad de las relaciones
entre la personalidad y la sociedad y, por la otra, en que la
personalidad materializa un papel antisocial específico:
comete un delito.

Al estudiar la conducta antisocial, se tiene que prestar
particular atención a las cualidades psíquicas del
hombre (intelectuales, emocionales, volitivas); propiedades
psíquicas y formaciones complejas de la personalidad del
infractor de la ley (orientación, temperamento,
capacidades, carácter), que determinan la
interconexión de la psíque del hombre en su
conducta criminal.

Al analizar la conducta criminal (antisocial), se debe
tener presente que la psique, en una de sus significaciones,
puede considerarse como eslabón entre lo social y lo
biológico. La psique, como fenómeno social,
está enlazada con un conjunto infinitamente complejo de
factores, que influyen sobre la formación del hombre. En
este caso lo biológico puede ser representado
también como premisa de lo psíquico; ahora bien, lo
psíquico, a su vez, es capaz de influir sobre lo
fisiológico, desempeñando un papel activo en la
conducta de los hombres, lo que puede explicar también con
suficiente plenitud la "peculiaridad" de la conducta delictiva.
La conducta delictiva no está exenta de anomalías
psíquicas, (con la alteración de la conciencia y el
pensamiento), de la memoria y de la personalidad en general.
Esto, como demuestra la práctica, surge como resultado de
la acción concreta del sujeto; el contenido objetivo y la
importancia subjetiva pueden desencadenarse según como la
situación delictiva resulta ser realmente conflictiva en
el sistema de relaciones sociales; por eso no se puede estudiar a
esta personalidad[2]al margen de su
conexión con el sistema complejo y cada vez más
amplio de funciones activas en las distintas esferas de la
sociedad.

El concepto de "personalidad del
delincuente"[3], aunque es convencional en cierta
medida, tiene pleno derecho a su existencia en su relación
con una forma específica de conducta socialmente
desvíante;[4] anomalía condicionada
por situaciones conflictivas, en virtud de un desequilibrio
psíquico y de una insociabilidad interna que convierte a
los individuos en sujetos inadaptados en el contexto de la
sociedad.

La teoría marxista leninista al interpretar al
sujeto delincuente lo contextualiza en sus propiedades
biológicas, psíquicas y sociales, para poner de
manifiesto los rasgos distintivos de la personalidad del
delincuente como hombre concreto que desempeña distintos
roles en la sociedad y en los grupos. El grado de peligrosidad de
estos individuos puede aumentar o disminuir en dependencia del
carácter de su conducta y de su tendencia, pero hay que
descubrir la relación también con "los puntales
antisociales"[5], eslabón principal de la
estructura de la personalidad, generalmente distinguibles por el
grado de "contaminación criminal" del hombre. Por
consiguiente, los puntales antisociales pueden ser expresados en
diversas formas y tener desigual contenido antisocial, formado
por representaciones, convicciones e ideas que se contraponen a
la sociedad y por orientaciones axiológicas que entran en
conflicto con las normas sociales requeridas. Para tal individuo,
el modo antisocial de vida es el más preferible, y las
formas desvíantes de conducta, las más admisibles.
En conjunto, todo ello caracteriza precisamente la pauta general
de la conducta antisocial. La orientación de la
personalidad, los puntales y la tendencia, todo ello en conjunto,
caracteriza un estado socio psicológico que califica de
"estado criminal" que se incorpora así al contenido del
infractor de la ley y a la personalidad del sujeto
delincuente.

El principal eslabón de la conducta antisocial de
la personalidad es la transformación de su "instrumental
humano", en correspondientes intereses, necesidades y motivos de
conducta positivos, lo cual sólo se consigue a
través de una esfera de
motivación[6]que se atempere a las
exigencias sociales. Si el sujeto asimila satisfactoriamente
estas motivaciones, éste mantendrá una conducta
social armónica; si éstas lo conducen a aptitudes y
criterios erróneos, la consecuencia es una persona
socialmente discrepante y desintegrada, proclive a entrar en
contradicciones que se adentran en la criminalidad.

El fenómeno de la delincuencia sólo se
modifica con el desarrollo de otros fenómenos sociales (y
paralelamente al mismo); esta modificación lleva
inevitablemente no sólo al conocimiento de la delincuencia
como fenómeno, en su "funcionamiento," sino también
por su "desarrollo", teniendo presente todas sus contradicciones,
y percibiéndola tal como es, en sus complejidades. Por
ello, precisamente, es necesaria la pronosticación
criminológica [7]que debe constituir la
base de toda la actividad tanto científica como
práctica, enfilada a la lucha contra la delincuencia; a
impedir los delitos, es decir, actuar ya antes de que un hombre
emprenda la vía criminal. Esto es precisamente lo que hace
necesario prever la conducta de algunos individuos, ante todo, de
los que han sido sometidos anteriormente (o están
sometidos en el periodo dado) a responsabilidad criminal
(sumariados penados), así como de las personas sin
antecedentes penales, pero cuyo modo de vida es
antisocial.

El
pronóstico personalizado en la conducta del sujeto
delincuente

Las propiedades y cualidades de la personalidad criminal
pueden ser modificadas, reguladas y orientadas en
dirección de establecer las contingencias entre el estado
y el desarrollo de la personalidad, así también de
los intereses personalizados en la conducta del sujeto
delincuente, en atención a sus necesidades, a la
concienciación de éstas en forma de intereses, y a
la motivación de las acciones conductuales a donde la
persona llega por la interacción de diversos factores. Por
eso, la tarea de pronosticación personalizada no
sólo se reduce a predecir la conducta del sujeto
delincuente en lo porvenir sino también a establecer los
factores (condiciones, situaciones, circunstancias) que
determinan la variante más probable de la conducta
antisocial futura, que se relaciona al problema del peligro
social[8]de la personalidad delincuente. Sin
embargo no se trata de inevitabilidad, sino precisamente de
posibilidad delictiva, que sólo bajo ciertas condiciones
puede convertirse, o no, en realidad, de lo que se infiere la
cuestión de una actitud específica hacia la labor
profiláctica orientada al individuo.

Si el juez, al confeccionar el pronóstico de la
conducta de una persona concreta, puede estudiar tan solo durante
breve periodo los materiales del expediente del acusado e
intercambiar con el mismo algunas ideas relacionadas con el caso;
el funcionario del correccional
penitenciario[9]dispone de posibilidades mucho
mayores, al observar y analizar al sujeto "interno" en su
estancia en el penitenciario, por lo que expone su opinión
(peculiares valoraciones perítales) de la posible conducta
del mismo. La sintetización y la valoración de
estas opiniones pueden ser representadas como pronóstico
"pericial" personalizado[10]en la conducta del
sujeto delincuente.

Es importante la observancia sobre los factores
considerados en este pronóstico "pericial" personalizado
en la conducta del sujeto delincuente, pues determina, ante todo,
el "peso específico" de cada uno de los factores en la
aplicación de medidas profilácticas que indiquen la
dirección certera de un control social que induce al
individuo a que respete los valores generalmente reconocidos, lo
que permite inclinar a éste a que se comporte en
correspondencia con estos valores.

La prevención de la delincuencia debe
considerarse, por un lado, en relación a las premisas
objetivas de la liquidación de este fenómeno, como
en los factores subjetivos de lucha contra el mismo y, por el
otro, por la necesidad de realizar la actividad
profiláctica. El análisis de su contenido permite
enfocar la categoría "profilaxis" como trascendental
componente del proceso de prevención de la
delincuencia.

La correlación entre los conceptos de
"profilaxis" de los delitos (infracciones de la ley) y de
"prevención" de la delincuencia, pueden ser representados
en el plano filosófico como interconexión de la
parte y del todo, de lo particular y lo general. El todo (lo
general) es prevención, y la parte (lo particular)
profilaxis, que amplia su campo y límites de
funcionamiento, conforme crece la intolerancia de la sociedad
para con las transgresiones de la ley. Las tareas y los fines de
la profilaxis se corresponden por completo con las demandas de la
justicia social en la "calidad de vida" de la
sociedad".

La profilaxis en
el tratamiento educativo del sujeto delincuente

Al analizar la profilaxis en el tratamiento educativo
del sujeto delincuente, conviene distinguir su complejidad, en el
que se identifican los delitos de adultos y de menores de edad,
de hombres y de mujeres, delitos primarios y reincidentes, hasta
los llamados delitos de grupos: es, empero, un enfoque general.
Pormenoralizándolo, los delitos se agrupan de ordinario
del modo siguiente: "interesados" (todos los tipos de hurto y
sustracciones); especulación; "violentos contra la
personalidad" (todos los tipos de asesinato, violencias y
lesiones corporales graves); "interesados violentos" (atracos y
pillajes); "gamberrismo"; "delitos en acciones culposas"; otros
tipos y grupos de delitos. Se admite también la
clasificación según el indicador territorial:
delincuencia rural, urbana, etcétera. Puede haber, como es
lógico, otro tipo de clasificación que depende de
los fines y tareas concretamente planteados de la profilaxis. A
menudo se separan en un grupo aparte los "delitos de convivencia"
(cometidos en el seno de las relaciones familiares y de la vida
doméstica). Pero en todo caso la clasificación debe
asegurar un enfoque individualizado y diferenciado en la
realización del influjo profiláctico.

Los delitos reincidentes[11]suponen un
peligro social aumentado. Por eso, durante la profilaxis de estos
delitos se buscan las particularidades que diferencian a los
reincidentes de las personas que cometen el delito por primera
vez. Figuran entre tales peculiaridades: tendencia antisocial
(criminal) estable de los reincidentes; carácter
sistemático de la comisión de delitos
(principalmente interesados y violentos); afán de
constituir formas particularmente estables de
coparticipación; tendencia hacia la incorporación a
la actividad criminal de nuevas personas, en particular de
menores de edad, etcétera. Estas peculiaridades deben
determinar en primer lugar las orientaciones de la profilaxis de
la reincidencia de los delitos.

Delitos de
grupo

Es significativo observar esta forma de delito. En este
caso la profilaxis es destinada al objeto de su influjo
psicosocial, y en este sentido es admisible distinguir al
pequeño grupo como "ser sujeto de una conducta determinada
(por ejemplo, conducta antisocial criminal del grupo)"; en tales
casos lo que es imposible para un hombre, se hace posible para
dos o más hombres. Tal grupo no es una simple
aglomeración de individuos, sus acciones se caracterizan
por la unificación de acciones, basadas en la unidad de
objetivos y comunidad de intereses, como "conducta concreta de
personas concretas", es decir, "una conducta determinada del
grupo en tanto grupo".

Al realizar la profilaxis de los delitos de grupo se
tiene que partir, ante todo, precisamente de tal conducta de
grupo. Al actuar sobre el mismo, conviene ejercer influencia en
cada miembro; ya sean organizadores, ejecutores, miembros pasivos
y activos, incluyendo al conductor; este último asegura
una peculiar coordinación de las acciones de sus miembros,
lo cual conduce al surgimiento de una cohesión grupal, que
lleva a la "reprobación" de una conducta en una
situación antisocial. Una de las tareas fundamentales de
la profilaxis grupal consiste en destruir estos modelos. Pero la
mayor importancia para la profilaxis de los delitos de grupo
reside en detectar los grupos de orientación antisocial,
que no son formales y, de ordinario, son poco durables;
representan interés en cuanto a ejercer sobre ellos el
influjo profiláctico.

El tratamiento
educativo grupal en el sujeto delincuente

El tratamiento educativo que dentro de un sistema de
institución penitenciaria se le da a cada persona privada
de libertad, se imbrica con los llamados conflictos sociales. La
entidad penal, como institución de reclusión y
cumplimiento de las penas privativas de libertad, constituye el
espacio donde se ejecuta la sanción, y se lleva a cabo la
actividad penitenciaria, enfocando todas las acciones que se
realizan en ella, hacia el principio de la reinserción
social, considerándose ésta como la última
fase de un proceso de resocialización del "sujeto
delincuente", con arreglo a los métodos de la moderna
teoría de la socialización.

Si hasta hace unos años se entendió que se
podía modificar a los delincuentes y reinsertarlos en la
vida social mediante las más variadas formas de
internamiento, hoy universalmente se reconoce que los resultados
han sido escasos, por lo que en algunos penalistas existe un
descreimiento del internamiento del comisor del delito, porque la
prisión suele ejercer sobre el condenado un influjo
desfavorable.

Una orientación marxista en el análisis de
la conducta antisocial, según las causas de este
comportamiento, requiere una búsqueda en tres
niveles:

  • La sociedad.

  • El micromedio sociocultural en el que el individuo
    se desarrolló y en el que vive.

  • La personalidad del individuo.

Estos tres niveles de análisis se corresponden en
la relación sociedad-grupo-individuo. Lo que acontece es
refractado por la multiplicidad de pertenencias y relaciones
grupales y por las particularidades socio psicológico de
cada grupo humano al que los individuos se integran a lo largo de
sus vidas y a los cuales pertenecen en cada momento particular.
Esta relativa independencia puede estar orientada a la
solución de un problema, necesidad o conflicto vivenciado
por el sujeto delictivo. Aquí resulta importante subrayar
la expresión "vivencia", porque de lo que se trata no es
de la evaluación externa que hagan los otros de la
conflictividad o no de la situación, sino cómo es
"sentida" por el individuo sobre todo cuando ello resulta agente
de socialización.

Cuando hablamos de "influencias grupales" lo hacemos en
plural, porque el individuo pertenece simultáneamente a
diversos grupos y se relaciona también con otros
aún cuando no se inserte en ellos; de todos
simultáneamente recibe su acción, por eso hablamos
de sistema vincular y de entretejido de relaciones, porque
mediatizados convergen con él. Lo anterior explicita la
complejidad de la acción del grupo sobre los individuos,
en particular sobre su subjetividad, y permite fundamentar el
criterio de que la conducta humana y en particular la conducta
delictiva sólo pueden ser explicadas a partir de un
complejo de circunstancias que funcionan como determinantes del
comportamiento y no a partir de una sola de ellas.

La influencia social que producen los grupos a partir de
sus propias particularidades confirma su efecto en la
subjetividad individual/ grupal/ societal, difícil de
predecir, donde el hombre expresa su historia anterior y
actúa en el presente no como un receptor pasivo de esa
influencia, sino como una personalidad activa que le permite
trascender "o no" el presente de forma desarrolladora y creadora.
El término "socialización"[12], que
desde su significado semántico parece analizar el proceso
desde la perspectiva grupal más que desde la individual
(personalidad), se refiere a la interiorización y
apropiación de toda la experiencia que se da en el
individuo a través de la comunicación y las
relaciones interpersonales, y se expresa en todo el sistema de
conocimiento, el lenguaje, las normas, las costumbres y las
tradiciones.

La integración de los presupuestos
criminológicos y los socio psicológicos nos resulta
esencial para abordar el estudio de la conducta delictiva, porque
ésta no puede ser analizada como proceso, ni tampoco sus
causas, si el fenómeno no se ha expresado. Esta realidad
condiciona la necesidad de investigar el fenómeno de forma
retrospectiva, y lleva implícito el sesgo que introduce la
experiencia acumulada después de su aparición,
tanto para el individuo como para la sociedad, para la
comprensión correcta de la personalidad del delincuente y,
por consiguiente, para la elección inmediata de medidas
adecuadas que influyen en el propio proceso de
resocialización.

La existencia de los grupos y su papel en la
formación del sujeto, así como en la
determinación de su conducta, implica cierto sistema de
valores estructurados de forma espontánea o no, que
ejercen normas de cierto comportamiento tanto dentro del grupo
como fuera de él. Por esto la selección de los
grupos, a los que ha de pertenecer el individuo, tiene gran
importancia ya que en ellos éste realizará un
determinado aprendizaje social, afianzado por un sentimiento de
pertenencia que lo hace "fiel cumplidor" de costumbres y
valores.

En los grupos también se observa un
fenómeno interesante que tiene que ver con el nivel de
emotividad de sus miembros, que a tono con cierto grado de
sugestión, puede desarrollarse y dar paso a conductas
irracionales cargadas de gran impulsividad. Este hecho nos
explica a veces la conducta delictiva de un individuo, tras cuya
acción no existen necesidades ni motivaciones evidentes
para haber cometido el delito. El ritmo, la repetición y
reiteración de ideas, actitudes y comportamientos en
interacción permanente en condiciones de grupo, determina
cierto sentimiento de solidaridad, "identificación" que a
nuestro análisis, hacen que el individuo se asuma en una
situación delictiva. Es decir, la influencia de los
grupos, más que algo externo y que existe alrededor
nuestro, es parte de nosotros mismos y pasa a ser parte de
nuestro mundo interior.

Existen algunas teorías acerca de la delincuencia
que parten de posiciones contrarias a la concepción
marxista de la sociedad y del ser humano; todas ellas se
adscriben, con mayor o menor intensidad, al estudio del hombre, o
al estudio del medio circundante, incluída una tercera
posición en la cual se pretende vincular de forma
mecánica ambos factores. El desarrollo de estas
teorías relaciona la posibilidad de "eliminar" el tema de
la naturaleza social de la delincuencia y de reducir sus causas a
la inferioridad biológica del individuo y su
predisposición al delito. Los partidarios de estas
teorías sostienen que mediante la realización de
reformas sociales parciales se logrará la
disminución de la delincuencia, pero nunca su
erradicación. Las teorías biopsicológicas
tampoco creen en la erradicación de este fenómeno y
protegen los pilares del sistema al trasladar la lucha contra el
delito, de la esferas social a las esferas biológica y
psicológica. La teoría más extendida es la
ecléctica, la cual lo mismo puede ser llamada biosocial
que socio biológica, pues trata de explicar las causas de
la delincuencia mediante la acción conjunta de factores
biológicos (predisposición del individuo a la
perpetración del crimen) y factores sociales
"estimulantes". También considera que el delito es un
fenómeno eterno, cuyas causas radican tanto en la
naturaleza del hombre, como en la naturaleza de la
sociedad.

Las causas de la delincuencia presentan en el plano
teórico general un carácter profundamente complejo,
proceso que por su esencia, se desarrolla en forma lenta y
gradual, que aún llevándose en las mejores
condiciones, lejos de contribuir a la socialización, pone
traba a ésta e introduce "valores" cuyo contenido hace que
se vaya conformando lo totalmente opuesto y que podemos llamar
"actitud antisocial".

Las relaciones de grupo, "un factor implícito" en
las relaciones humanas, cuando se desvían de la correcta
línea social que, por regla general, tienen que ver con
las manifestaciones antisociales y delictivas, influyen de una
manera notable en el proceso de formación del sujeto,
así como en la determinación de su conducta; por
ello la selección de los grupos a los que ha de pertenecer
el individuo tiene gran importancia, ya que en ellos éste
realizará un determinado aprendizaje social, que es parte
de nosotros mismos y pasa a ser parte de nuestro mundo
interior.

En los grupos también se observa un
fenómeno interesante, que tiene que ver con el nivel de
emotividad de sus miembros, que a tono con cierto grado de
sugestión, puede desarrollarse y dar paso a conductas
irracionales cargadas de gran impulsividad. Este hecho nos
explica a veces la conducta delictiva de un individuo tras cuya
acción no existen necesidades, ni motivaciones evidentes
para cometer el delito.

Nos parece prudente aclarar, que aún la mejor de
las políticas sociales no puede erradicar el delito y, que
nuestro planteo investigativo está encaminado a evidenciar
que la política criminal, necesita del apoyo de la
política social, que se materializa cuando ésta
trata de influir en la prevención, atenuación o
eliminación de los factores sociales reconocidos como
criminógenos y, en la modificación de las
relaciones de dependencia diagnosticada en las estructuras
sociales que fomentan el nacimiento del delito.

La política social como una mirada de
preocupación pública, constituye un campo
íntimamente relacionado con la política criminal,
no sólo desde un prisma axiológico, sino desde una
perspectiva eminentemente práctica, y es por ello que sus
relaciones convergen por un lado, en criterios de deseabilidad
acerca de cómo conseguir una sociedad más justa
para todos; y en cómo la política social es un
instrumento válido para evitar el surgimiento y desarrollo
de la actividad delictiva, la marginación, la
discriminación, la desorganización social, y la
anomia, entre otros factores criminógenos.

Este planteo que adopta la política social
determina su carácter e identidad en un ámbito de
planificación sociocultural, y puede llegar a ser "una
terapia de totalidad con respecto al medio social". La lucha
contra la criminalidad es sólo un punto de vista entre
otros muchos, de cómo el individuo cambia de
dirección a favor o en contra de la criminalidad
posterior, teniendo en cuenta que sus actos no están
determinados por un esquema de instintos, sino que su conducta es
el resultado de un proceso de socialización que designa la
apropiación de las reglas conductuales y los valores de
una cultura.

El sujeto
delincuente

Cada delincuente es por supuesto un individuo, y el
conjunto de esos individuos que han cometido delitos se puede
considerar en grupos o tipos determinados, los cuales se basan en
la unión de uno o de varios signos. Por tanto, es posible
clasificar a los delincuentes de acuerdo con diferentes
fundamentos o criterios. Esta clasificación es un problema
muy complejo, dado que el concepto de delincuente abarca un gran
grupo de personas que han cometido los más variados
delitos, y por otro lado personas que tienen los grados
más diversos de desarrollo criminal y diferentes
cualidades de la personalidad.

Un indudable interés para los funcionarios de los
establecimientos penitenciaros tiene la clasificación
elaborada por A.G Kovalier[13]En su base yace el
grado de contagio criminal de la personalidad del delincuente. En
correspondencia con ella se diferencian:

  • El tipo delincuencial global: es la personalidad
    antisocial por completo contagio delictivo, con una actitud
    negativa hacia el trabajo y las personas, que no piensan en
    otra vida excepto la delictiva. Todas las ideas representadas
    en este tipo de delincuente están dirigidas a la
    comisión de delitos, su voluntad es fuerte e
    invariable en la realización de los delitos pensados,
    lo cual le produce satisfacción. Este incluye
    diferentes subtipos: depravado, lascivo o violador,
    dilapidador de fondos públicos, etc.

  • El tipo delincuencial parcial: es la persona con una
    parte de contagio criminal, su personalidad está
    dividida, en ella existen rasgos del tipo social normal y
    rasgos del delincuente. Se relaciona respetuosamente hacia
    las personas de autoridad, posee amigos, se interesa por los
    incidentes de la vida social, lee la prensa, visita los
    museos y los teatros; pero al mismo tiempo, realiza
    sistemáticamente delitos y puede tener muchas
    condenas. La mayoría de estas personas cometen delitos
    en forma de robos a la propiedad social y estatal, robo a la
    propiedad personal de los ciudadanos, estafas,
    etcétera.

  • El tipo precriminal: dentro de éste se
    encuentran las personas que poseen determinadas propiedades
    morales psicológicas debido a las cuales, al
    encontrarse en determinada situación, de forma
    inevitable, cometen delitos. Los distintos subtipos dentro de
    esta forma son los siguientes:

  • Excitable-emocional; con insuficiente autodominio,
    que realiza en determinadas situaciones, acciones de
    golfería, asesinatos o lesiones corporales graves,
    bajo estados de celos o de cólera,
    etcétera.

  • Holgazanes-frívolos; muy propicios a las
    tentaciones, les gusta vivir bien,
    etcétera.

G, Kovalier considera que los tipos señalados son
los fundamentales y se pueden encontrar con frecuencia en las
instituciones penitenciarias, aunque esta clasificación no
contiene todas las desviaciones criminales posibles de la
personalidad que conducen a los delitos.

Resocialización del sujeto
delincuente: una mirada desde el "ser"

La socialización es el proceso mediante el cual
los individuos, pertenecientes a una sociedad o cultura, aprenden
e interiorizar un repertorio de normas, valores y formas de
percibir la realidad, que los dotan de las capacidades necesarias
para desempeñarse, satisfactoriamente, en la
interacción social; y aún más allá,
puesto que las habilidades intelectuales y emocionales se
adquieren a través de actividades interactivas. Numerosas
corrientes psicológicas y filosóficas sostienen que
"la identidad individual"-es decir, el concepto que la persona
tiene de sí misma, sus modelos cognitivos y sus impulsos
emotivos– es ella misma el resultado de la
socialización.

El proceso de socialización, que conceptuamos en
la investigación, instrumenta competencias
específicas, a través de los mecanismos de
autorrealización y como servicio a los demás, que
presupone capacidad de adaptación a situaciones de
crecimiento, como actividad que requiere un tratamiento que no
entorpezca posibles cambios, reciclajes y readaptaciones, desde
intencionalidades educativas; elemento esencial en la
resocialización del sujeto delincuente.

Las circunstancias resocializadoras son evidentes cuando
el sujeto delincuente ingresa en la institución
penitenciaria en calidad de interno "recluso"; ambiente muy
estructurado normativamente, tanto desde el punto de vista
organizativo, como por la clase de actividades que en él
se realizan. En este caso se trata de integrarse a una
"subcultura" penitenciaria específica, con sus valores,
sus conductas y sus fobias características. Si se piensa
desde una orientación psicosocial del término, la
resocialización presenta dos perspectivas que
interaccionan entre la conducta individual: el individuo y su
historia (psicología) y el individuo y su presente actual
(sociología); como ámbito de todo conflicto donde
los sujetos resocializan sus prácticas desde su campo de
interacción. Esto resulta relevante en términos de
interpretar la resocialización desde una práctica
que tiene una finalidad educativa en el marco de interacciones de
la institución penitenciaria.

La problemática de delimitación
semántica de los términos readaptar, reinsertar o
resocializar, va a tener contradicciones normativas que en el
ámbito penitenciario son virtualmente excepcionales cuando
las mismas no sólo se validan desde las condiciones
sustanciales de legalidad, sino de operatividad institucional. De
esta forma la norma de resocialización es sustancial al
ejercicio de los derechos fundamentales del "interno" recluso en
la institución penitenciaria, en los principios
"humanistas" que reflejan una operatividad dirigida a dar
efectividad al ejercicio de los derechos fundamentales de los
reclusos, tendientes a reducir los márgenes de
ambigüedad entre normatividad y realidad.

Las expectativas jurídicas del recluso respecto
del fin de ejecución de la pena (reinserción) son
claramente positiva, las cuales se constituyen como
garantías primarias de éste, respecto a las
prestaciones de alimentación adecuada, educación,
trabajo, actividades culturales y deportivas, salud, asistencia
social, etc. Esto exige que tomemos, como primacía
axiológica, al valor de la persona humana en el
ámbito carcelario, excluyendo las diferencias personales y
sociales del interno, como instrumento de mayor intensidad del
aspecto cualitativo de la pena.

La "prevención especial positiva", entendida como
reeducación y reinserción social de los condenados,
implica la resocialización del sujeto delincuente; o sea,
una función correctora y de mejora del mismo. Esto se
puede traducir normativamente, así: "llevar en el futuro
en responsabilidad social una vida sin delitos". Es más,
desde el punto de vista penalógico, se puede afirmar que
"la resocialización debe consistir en hacer aceptar al
delincuente las normas básicas y generalmente vinculantes
que rigen una sociedad".

En un sentido crítico, se ha planteado que la
privación de libertad es un obstáculo para un
tratamiento resocializador y, además, posee efectos
deteriorantes sobre el penado. En la cárcel el sujeto no
aprende a vivir en sociedad, sino a perseguir y aún
perfeccionar su carrera criminal, a través del contacto y
las relaciones con otros sujetos delincuentes.

Todavía peor es que el condenado adopte una
actitud pasiva o conformista, e incluso de cooperación con
los funcionarios, pues esto último se debe, las más
de las veces, a la mayor posibilidad de conseguir por esa
vía mejor trato, comodidades de tipo material, o incluso,
la concesión de determinadas prerrogativas, como el
traslado a un establecimiento penitenciario abierto, o la
concesión de la libertad condicional.

El tratamiento educativo de los "internos" reclusos, ha
establecido, que "el fin y la justificación de las penas y
medidas privativas de libertad son, en definitiva, proteger a la
sociedad contra el crimen". Solo se alcanzará este fin, si
se aprovecha el periodo de privación de libertad para
lograr, en lo posible, que el delincuente una vez liberado no
solamente quiera respetar la ley y satisfacer sus necesidades,
sino también que sea capaz de hacerlo.

Si bien lo anterior podría interpretarse como un
principio retribucionista, la resocialización durante el
periodo de reclusión, emplea todos los medios, y todas las
formas de asistencia de que puede disponer, tratando de
aplicarlos conforme a las necesidades del tratamiento educativo,
individualizado y diferenciado de los "internos" reclusos en la
institución penitenciaria.

Un hombre, que de la noche a la mañana se
convierte de un ciudadano libre en un convicto, se ve sujeto de
inmediato a un ataque masivo sobre su concepto de sí mismo
y, aunque trate de aferrarse a su anterior identidad, en ausencia
de las personas que la confirmen, encontrará casi
imposible mantenerla dentro de su conciencia. Irá
descubriendo nuevas expectativas, simbolizadas en el rol del
convicto, y responde a ellas como se supone que debe "actuar" un
convicto, como se espera que "sienta un convicto".

Este proceso de "despersonalización" que se da en
la supresión de hábitos, costumbres, pertenencias y
en la propia capacidad de decidir sobre sus actos, es decir, la
anulación de su voluntad, se produce
simultáneamente, a la imposición de nuevos factores
y normas cotidianas de vida, acorde con los reglamentos de la
institución penitenciaria en que se encuentran internos, a
todo lo cual llamaremos "resocialización
involuntaria".

Como contraparte encontramos el proceso de
"resocialización voluntaria" que tiene las
características de promover las modificaciones desde el
interior de la identidad, – subrayando su capacidad activa y
selectiva -cuando ésta se enfrenta a una perspectiva de
vida que le posibilita al sujeto delincuente, nuevos y más
gratificantes horizontes, en correspondencia con los cambios que
logre en relación con sus valores, normas, actitudes y
conductas.

No es difícil comprender cuan limitados resultan
los saldos positivos (en caso de haberlos) de un proceso de
transformación de valores, normas, actitudes y conductas
que no obedezca a un impulso interno de cambio y una reflexiva
voluntad de superación de posiciones negativas y conductas
impropias o inadaptadas.

Es muy importante conocer los riesgos que implican las
afectaciones del proceso de socialización, tanto sea en su
etapa primaria, como en el transcurso del ciclo vital o
socialización secundaria, ya que en ellas se encuentran
serios peligros, que pueden significar desordenes en el
comportamiento social, aparición de mecanismos
distorsionados o de descompensación y, por supuesto,
surgimiento de conflictos a nivel social que pueden alcanzar la
categoría de "criminalidad", si con esas conductas se
llega a transgredir las normas jurídicas establecidas en
la sociedad.

Constituye un gran reto en el ámbito social el
encontrar los mecanismos adecuados para propiciar la
"resocialización voluntaria del sujeto", a partir de una
mediación sobre las reacciones de su contexto más
cercano, minimizando el rechazo, la estigmatización, el
reforzamiento de la identidad negativa, y generando un clima
apropiado para la reinserción, la estimulación del
cambio, la aceptación de su participación y su
contribución a las tareas colectivas, con lo cual se
enfrenta en cierta medida, al prejuicio que, apoyado en el
estereotipo como construcción social, no sólo
afecta el destino externo de las personas, sino lo que es
más importante, su conciencia.

Solamente en el conjunto de estos dilemas se define la
"auto" determinación del sujeto delincuente como ser
humano. Se trata de una autodeterminación que pasa por la
del otro, que no deriva su legitimidad de algún principio
previo, sino del sentido de la vida misma, en un común de
experiencias, tradiciones, historias y culturas.

En algo más de cincuenta años, asistimos y
hemos sido parte, de un escenario sociopolítico y
económico complejo, donde radicales procesos de cambio no
han dejado de interrogar, y hasta – por qué no –
convulsionar a la sociedad cubana. Si apostamos por una sociedad
donde los ciudadanos y ciudadanas crezcan en el ejercicio del
poder, debemos también apostar por procesos de aprendizaje
que permitan madurar y hacer crecer la construcción de
identidades en el diálogo con los demás; ello
confirma la necesidad de una "cultura participativa" en el
tratamiento educativo del sujeto delincuente, ya no como
experiencia interventiva que obedece a lineamientos
pre-establecidos, sino para dar solución a necesidades
concretas, en el ideario de potenciar el desarrollo de las
identidades de los sujetos, que redimensionan y reconstruyen
nuevos espacios de acción social y de enriquecimiento
humano. El mismo transita sentidos descriptibles y
diferenciables, en la orientación de formas de
percepción, interpretación y simbolización
de esta experiencia, que en su carácter múltiple,
es construida desde el protagonismo de los sujetos, o lo que es
lo mismo, desde ámbitos particulares "en y a través
de los cuales", se construye la objetividad grupal desde una
subjetividad atravesada por una pertinencia
sociocultural.

Esta construcción conceptual integra las
dimensiones del sujeto como ser, por tanto, "el pensar, el querer
y el hacer", involucra – identifica -diferencia al individuo
(grupo) humano en tanto sujeto, esto es, en la potencialidad de
su interacción socializadora, instituyente por naturaleza,
cuyo accionar transformador es imprescindible para la
elevación de la calidad de vida de este sujeto como ser
humano.

El ser humano como sujeto, en su obrar, puede existir y
constituirse en su relación con los otros y a
través de los otros. Es en estas relaciones sociales que
los individuos contraen entre ellos, donde aparece la
discusión del ser humano en la apertura y la exigencia de
hacerse sujeto. No es éste, en sentido preciso, un sujeto
con necesidades, sino un sujeto necesitado en una relación
mutua de seres necesitados.

El reconocimiento mutuo entre sujetos necesitados, se
particulariza en los excluidos, pero los incluidos que los
deshumanizan, se deshumanizan así mismos también;
con eso todas las relaciones humanas son excluidas y no solamente
las relaciones para con los excluidos. La exclusión ya no
puede ser particularizada hacia las propias víctimas de la
exclusión; ella en sí es un delito que se
generaliza y globaliza en la sociedad, cuando ésta
mantiene esta exclusión, a nombre de los incluidos. Lo que
aquí subyace constituye una ética. Es ese
imperativo categórico que pronunciara Carlos Marx: "el de
echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser
humillado, sojuzgado, abandonado y
despreciable."[14]

Una mirada "al otro", desde su instrumentación en
la conducta antisocial, nos permite detectar cuatro variables
generales recurrentes, que expresan algún tipo de
insuficiencia en el funcionamiento integral de la personalidad
delincuencial de los sujetos:

  • 1. Deficiencias en la concepción y
    valoración de sí mismos.

  • 2. Deficiencias en las relaciones humanas e
    interpersonales.

  • 3. Deficiencias en el equilibrio emocional de
    la personalidad.

  • 4. Necesidad de consulta y orientación
    ante sus dificultades.

Las dinámicas de subjetivación en la
conducta antisocial destacan la problemática de la lucha
contra la delincuencia, premisas que entrañan diversos
dilemas que requieren solución tanto práctica como
teórica, desde la óptica de la cultura y la
educación. La educación es el primer anclaje del
sujeto en la cultura; ella conforma el entramado del
enraizamiento cultural del sujeto[15]a lo largo de
su existencia; le devuelve a la cultura una experiencia renovada
y acuñada por las potencialidades del sujeto en su
desarrollo sociocultural; ello implica convergentemente la
autonomía y la dependencia de los demás ( L. S.
Vygotski, 1987, E. Morín, 1994, F Savater, 1997). En la
concepción histórico culturalista el sujeto, no es
alguien contenido en sí mismo, sino alguien que conquista
su mismidad en comunión con sus congéneres y que la
comparte eticamente con estos (G, Fariñas, 2002a). Luego
el problema de la subjetividad – y como tiene lugar la
subjetivación – es la cristalización de la
educación en la obra cultural, lo cual da realse al
"sujeto grupal", como condición indubitable de el "sujeto
del desarrollo".

Es por todo lo anterior, que la paradoja fundamental en
la conducta antisocial, se manifiesta por la relación de
dependencia e independencia, siempre asociado al modo creativo de
cada cual, en el enraizamiento cultural. En otras palabras, por
la forma en que el sujeto del desarrollo construye su
independencia a partir de la dependencia de los otros , en el
curso de la educación y la cultura.

La necesidad de un desarrollo sociocultural sustentable,
hace que el ser humano como agente activo precise aglutinar las
diferentes condiciones de vida, que le permiten propiciarlo. A
fin de lograrlo tiene que saber, entre otros aspectos, sostenerse
así mismo en una subjetividad prospectiva, sin perder de
vista las diferentes relaciones que se dan en una
sociedad.

El estudio de la conducta antisocial desde el paradigma
sociocultural nos permite hacer generalizaciones teórico
metodológicas sobre las características de las
situaciones conflictivas en la conducta antisocial.

Partes: 1, 2

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