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La voz del viento




Enviado por Al Valeri



    Prólogo

    Desahuciado, en la cama del aséptico y deprimente
    cuarto de este hospital, a un paso de entrar al otro mundo,
    comenzaré la historia de cómo llegué a caer
    aquí.

    ¿Has traído la grabadora?

    ¡Oh dios! Espero me alcance el tiempo para llegar
    hasta el final, si no de nada valdrán mis esfuerzos y que
    te haya molestado para que vinieras a verme.

    Me alegra que hayas conseguido una. ¿Puedo
    empezar a contarte entonces?

    Así comenzó este relato aquel pobre
    hombre, quien a lo largo de los años demostró ser
    un gran amigo, pero ese tipo de seres que todo lo que piensan y
    sienten lo esconden muy dentro de sí y solo muestran su
    lado iluminado como lo hace el blanco astro de la
    noche.

    Las páginas resultantes no tienen el mejor estilo
    literario, ya que han sido trascritas tal cual fueron
    capturadas.

    Debido a mi pobre recurso nemotécnico, me
    valí de una pequeña grabadora digital.

    No encontrarás en el presente trabajo una obra
    trascendente y al darle formato de libro, no pretendo que quede
    para la posteridad, ni que sea leída como un tratado de la
    conducta humana de aquellos a quienes se les llama por
    convención los "sin hogar".

    Lo único que deseo es resaltar la veracidad de lo
    que aquí se expone, ya que no se trata solo de una
    idealización de los estados indigentes, sino un caso
    verdadero de orfandad forzada.

    Entre tantas historias aisladas de toda esa masa de
    personas que se mueve por esta terrible existencia, es solo una
    más, cada cual tiene la propia y no se trata de cuan poco
    importante o intrascendente la consideren los otros, esa
    secuencia de acontecimientos a la que llamas tu historia, amigo,
    para ti es la mejor, porque es la única que habla de
    ti.

    Existe algún individuo que sabe contar cuentos, y
    de algo trivial hace maravillas, entonces, aquel que escucha
    dice: "¡qué hermosa historia!"; o tal vez diga,
    "¡qué trágica!"; o quizá,
    "¡qué interesante!"; o alguna otra de tantas otras
    afirmaciones, pero ese relato no es otra cosa que el resultado
    del trabajo que ejerce un buen contador de historias y el de otro
    sujeto, que es quien las escucha, las cree y las recrea en su
    imaginación.

    Al igual que un disco de acetato necesita un reproductor
    de acetatos, el libro necesita de ese lector, para que le traiga
    a la vida nuevamente.

    Pero yo no soy un buen contador de cuentos, nunca lo
    había hecho antes y de quimeras me mantengo
    apartado.

    Si hoy querido lector, deseo contarte esta historia, es
    porque fue la última voluntad de un hombre condenado a
    desaparecer de esta vida terrenal, y aquello que por tanto tiempo
    llevó dentro de su corazón, no quiso cargarlo a la
    tumba sin que alguien le escuchase. Me decía en aquellas
    sus últimas horas lo siguiente, reitero que todo ha sido
    transcrito literalmente:

    Nunca fui una eminencia en la escuela, y no conozco
    muchas cosas que la gente desde los primeros años de
    estudio tiene por sabido y entendido, por lo cual mi historia de
    seguro no será interesante e incluso puede llegar a
    parecer burda y hasta grosera; sin embargo, creo que al contarte
    mi vida, la cual fue en su totalidad un completo fracaso,
    podrás comprender y si a alguien puede ayudar a no cometer
    las mismas estupideces, estaré más que feliz;
    aunque solo sea una persona y aún más si ese
    alguien eres tú, amigo mío.

    Los errores de un hombre, son los que van forjando su
    destino precisamente en la forma que él no deseaba. Sabe
    que está actuando mal, sabe que no le reportará
    nada bueno ir por esa senda y vuelve a caer de nuevo en la
    tentación de entrar en el agujero y atorase hasta el
    cuello.

    Aunque, no siempre es culpa de ese hombre; hay ocasiones
    en que el destino le juega bromas, las circunstancias le empujan
    al abismo, y allá en lo profundo está el diablo
    esperándole con los brazos abiertos.

    Para una persona que no conoce estas cosas, es
    increíble lo que alguien como yo puede contar; incluso
    podría escuchar mi historia y pensar que me lo he
    inventado todo con el afán de redimirme y justificarme
    frente a un público inexistente.

    Lo han hecho otros tantos, cuando pintan su vida en una
    memoria, toman especial cuidado en cubrirse de un halo de
    condescendencia para consigo mismos y luego pretenden que otros
    les vean del mismo modo.

    No te pido eso, solo que escuches lo que tengo que
    decir, tal vez sea el peor ser de la tierra y no merezco tu
    valiosa atención; pero como podrías conocer el
    mundo cuando no oyes a los que viven en el lado oscuro de este;
    teniendo una visión sesgada y cerrando los ojos a lo que
    no conoces de manera deliberada, solo para librarte de la
    necesidad de tener que verte de frente con el antagonista de lo
    que tú eres; con dicha actitud solo lograrás
    perderte de la mayor parte de las cosas.

    Mientras tú estás bajo tu techo, con
    alimento, y seguridad; existimos también quienes nos
    movemos entre los desperdicios y las ratas.

    Somos los que nadie quiere escuchar, los que cuando
    pasas a un lado de nosotros, volteas hacia otra parte.

    Solo piensa en esto. Puedes imaginar lo que significa
    día a día, despertar con un hueco en el
    estómago y no tener con que llenarlo, levantarte con el
    cuerpo empapado de lluvia y no contar con un techo para
    protegerte del frío y de la tempestad.

    Logras comprender lo que se siente, ver a tu lado al
    amor de tu vida sufriendo por una enfermedad y no tener un
    medicamento tan común como un analgésico para el
    dolor, ya no menciono otros más necesarios, o ver a tu
    hijo llorar y no lograr consolarle de su aflicción, porque
    ni siquiera puedes consolar la tuya.

    Esa fue mi vida, la de un vagabundo; no la del
    filósofo que renuncia por una ideología al mundo de
    lo material, para entrar en un universo idealizado de
    cerrazón, donde se desprende por pura
    conceptualización abstracta de lo material, sin darse
    cuenta que aún lo atan a este mundo las necesidades
    fisiológicas de su propio cuerpo; porque por más
    espiritual y por más elevado que sea un hombre, siempre
    está encadenado por el estómago, y la ingle a esta
    desesperada y deshumanizante realidad.

    No quiero hablar de la realidad de dicho
    filósofo, que más que una regla, es la
    excepción a los verdaderos motivos de la ausencia de un
    hogar y una familia; sino la del hombre que por diversas causas
    no logra asimilarse en la sociedad y cae cada día
    más hondo en el abismo empujado por cualquier vicio,
    manía o desgracia.

    Algunos a esto le llaman tocar fondo, ¿pero
    qué significa realmente eso?, ¿a cuantas
    situaciones diferentes se puede aplicar dicho
    concepto?

    Más de uno dice haberlo tocado, pero cada quien
    está en una escala diferente y con posibilidades de ir
    más abajo.

    Bien se dice que el abismo no tiene fondo, porque una
    vez que comienzas a caer, no hay límite; entonces, eso
    llamado tocar fondo, no es más que una quimera de fuerte
    valor subjetivo, el fondo lo creas tú, cuando decides
    emprender el vuelo de nuevo, exactamente allí es donde
    creas un fondo para tu propio abismo y desde allí tomas
    impulso para volver a volar y salir de esa terrible condena que a
    veces tú mismo te creas; pero que muchas veces
    también y eso lo tengo bien sabido, alguien más te
    ayuda un poco a caer; aunque siempre tú seas el culpable
    por dejarte que te empuje, para hacer una idea de lo que quiero
    decir, si te subes a un edificio y te paras en la orilla de la
    azotea, y permaneces allí, hasta que algo o alguien ejerza
    una fuerza sobre ti que haga que te precipites, entonces, si
    caes, la culpa será tuya, aunque fuiste ayudado por una
    fuerza externa; esta solo fue el detonante de lo que tú
    mismo te buscaste.

    Sí, es cierto, hay quien te ayuda a caer, existe
    quien actúa como ese viento que empuja a un hombre que
    está al borde del precipicio, abundan quienes su felicidad
    radica en ver cómo vas cayendo más y más al
    fondo del abismo; pero siempre la culpa será tuya, o acaso
    crees que el diablo se calló del cielo por culpa de
    alguien más.

    Bueno, los demás no son los indicados para juzgar
    a un hombre, todos mis errores igual que los tuyos no incumben a
    nadie, más que a quien fue su autor, le pertenecen a quien
    los cometió, al igual que las secuelas resultantes;
    así pues, quien es responsable de enmendar la senda
    torcida soy yo.

    Culpable, cargo con mis culpas, mis miedos y mis cadenas
    y nadie debe interferir en esto, a no ser para tenderme una mano,
    la cual tengo el libre albedrío de rechazar si lo deseo,
    aunque sepa que eso vaya en contra de la razón, y aunque
    me allá empujado alguien al abismo, yo seré quien
    tenga la culpa por asomarme dentro de él.

    ¿Quién me dijo que allá
    encontraría la felicidad?, pero la curiosidad, la
    tentación, la sinrazón, la búsqueda de
    nuevas experiencias, la insensatez, la rebeldía o que se
    yo, me empujaron a asomarme al brocal del pozo del
    infierno y pues; si me di de frente con los cuernos del demonio,
    ¿a quién puedo echarle la culpa?

    Ahora siento que las horas se me escapan sin ninguna
    razón y pierdo la vitalidad aquí
    encerrado.

    ¡Sí… hoy se cumple el último
    día de mi existencia!, y espero pronto llegue el fin, sin
    dolor, sin culpa, y con esperanzas de que mis palabras no mueran
    como yo.

    Mañana ya no estaré aquí, se
    quedará mi cuerpo dentro de aquella fosa común que
    es la única que merecí después de todos mis
    esfuerzos, pero el recuerdo de quien fui, aunque nunca haya hecho
    nada trascendente, quedará grabado en las letras de ese
    libro que transcribirás cuando ya me haya marchado con el
    fuego de mi dolor y mi desgracia.

    ¡Dios, en poco tiempo estaré contigo!, si
    es que no me rechazas tú también, como lo hicieron
    todos mis hermanos en el mundo. Si de ti obtengo el repudio,
    volveré a ser un vagabundo del mundo de las
    sombras.

    Que patético, para esto siempre fui quien
    encabezaba al grupo, no pude concebir un instante de desdicha sin
    dejar de serlo, pero que hombre no lo es cuando se siente
    desgraciado y está frente a un hombre que no lo es tanto;
    digo esto porque todos somos desgraciados en proporciones
    distintas, sin que la dicha de cada uno tenga que ver con esta
    proporción; así, un hombre rico y poderoso con una
    numerosa familia a su lado puede quejarse de ser desdichado, al
    igual que el padre de familia que fue despedido ayer de su
    único empleo y hoy está pasando por un ayuno
    forzado, o la madre que le acaban de informar que su
    diagnóstico resultó positivo y tiene el SIDA en una
    etapa avanzada y acaba de tener a su bebe.

    Esa sensación tan profunda y dolorosa de ser el
    último ser humano sobre la tierra, de sentirnos
    huérfanos y solitarios en el mundo, sensación de
    que no tenemos absolutamente a nadie que nos tienda una mano,
    aunque estemos rodeados de multitudes, es la que nació en
    el corazón del hombre aquel desafortunado día en
    que Dios nos expulsó del edén.

    Cuentan los entendidos en esta materia, que antes de los
    humanos, ya habían sido expulsados algunos ángeles
    rebeldes; y padecieron de esa sensación que he mencionado;
    razón según esas personas, de la
    identificación de los ángeles caídos con el
    dolor del hombre y en algunos casos, también ciertos
    hombres se sienten identificados con el diablo; porque le ven
    como a una víctima de un tirano opresor. Yo no sé
    de esas cosas y nunca me preocuparon mucho, si te las menciono,
    amigo mío, es porque me vienen a la mente entre estos
    delirios de repente; y si cuando menos escuché hablar de
    ellas en mi turbia vida, se lo debo alguien que, como yo, fue
    víctima del destino; aunque él, ya lo
    perdonó el tiempo.

    Usando las metáforas de aquel hombre que me
    mostró estas enseñanzas, he aquí la
    explicación de tanta maldad contenida en un destino.
    Él decía: "somos desdichados y nos acercamos al
    abismo del demonio y este nos abre sus brazos como el padre que
    ve volver al hijo pródigo, pero, ¿realmente es un
    padre…?

    ¿Acaso un padre te tortura y te destruye?
    ¿Te proporciona más dolor del que tenías
    antes de entrar en su infierno? ¿Un padre es tu enemigo?
    ¿Acaso un padre, solo hace más grande tú
    desdicha?

    Porque él te invita a compartir su trágico
    destino y para lograrlo debe hacerte sentirlo profundamente, ese
    es su estado permanente, el de la más grande
    desolación."

    Así explicaba él a los demás lo que
    nos había pasado, y así trataba de explicarse a
    sí mismo el porqué de tantas injusticias,
    decía que éramos hijos del diablo, que siempre lo
    habíamos sido, pero que habíamos perdido el
    camino.

    Yo lo escuchaba y pensaba que algo andaba mal en su
    cabeza, pero el tiempo se encargó de mostrarme la
    razón que tenía.

    No me hablaba del diablo como personaje, sino como
    símbolo del mal que nos rodeaba por todas partes; ese mal
    que nos acosaba, nos apretaba entre sus brazos y no nos dejaba ni
    respirar; ese mal que era todo lo que podíamos poseer por
    haber nacido con la maldición de haberlo perdido todo,
    antes, mucho antes de que tuviéramos tiempo para saber que
    estábamos vivos.

    ¡Pero espera!, no me juzgues antes de tiempo,
    ¿cómo puedes decir eso?, si no has escuchado mi
    historia aún; crees que te hablo del demonio
    solo por ociosidad, primero escucha lo que te contaré y
    cuando termine, entonces podrás formarte la idea que
    desees de mí; pero por favor, no lo hagas a priori, ese
    error, es el que cometen la mayoría de los hombres; juzgar
    antes de conocer a los demás, antes de saber lo que
    realmente pasó y luego se cubren los oídos porque
    no quieren escuchar, es más fácil hacer juicios sin
    tener datos.

    Pero tú eres mi amigo y quiero que me escuches en
    nombre de esa amistad.

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